Martín Heidegger
La
pregunta por el Hombre y el Humanismo
Madrid-España a 05/06/2025
Con afecto a mi primo hermano:
Audy Figueroa
Flórez.
Antonio
Mercado Flórez. Filósofo y Pensador.
Martín
Heidegger en “Carta sobre el <Humanismo>”,
pregunta: ¿Qué es el hombre? Y responde,
“el hombre consiste en ser más que el mero hombre como ser vivo dotado de
razón”. El “más” significa: de modo
más originario y, por ende, de modo más esencial en su esencia. Los
atributos de éste son más que el mero ser dotado de razón, de alma y de
espíritu, porque trasciende los límites del cuerpo y de la subjetividad. “El
hombre no es el señor de lo ente. El hombre es el pastor del ser”. Ni
en su origen ni como fenómeno originario es el señor de lo existente. Así que,
el hombre es el que cuida el ser en su morada: el lenguaje.
En
este ámbito el hombre no pierde nada, sino que gana, gana la dignidad de ser
llamado por el ser a ser su pastor: que guarda
su verdad. El hombre es el ente entre los entes que mora en la proximidad
del ser. Adviene al ser arrojado en el claro en el que devela la verdad del
ser. El hombre es el vecino del ser. Asimismo,
el hombre es lo que es, Daseyn
(ser-hombre-en-el-mundo), que protege
la verdad del ser.
En
Heidegger, el hombre se opone a lo que dice el Génesis: “Dios crea el mundo para el hombre”. Aquí el pensar de
Heidegger subsume al teológico o mesiánico en el del griego tardío. El ser
humano en sentido histórico no es dador de nombres, ni reina en el mundo de lo
existente (las plantas, los animales, los ríos, los mares, etc.). Sino el que
se expresa y se configura en la verdad del ser.
Los
umbrales en los que se manifiesta la esencia del hombre son: el hombre es el
vecino del ser, uno; y el otro, el hombre es el pastor del ser. En fin, la
esencia de la verdad del ser se relaciona con la esencia del hombre en el pensar; como el lenguaje es, la casa del ser. Se trata de liberar el
lenguaje de las ataduras de la filología, la gramática y así ganar un “orden”
esencial y originario, reservado al pensar y el poetizar. Así mismo, liberar el
lenguaje de la teorización y de la técnica del pensar; para que advenga la
verdad del ser y la esencia del hombre. Es decir, deje de ser instrumento,
medio de comunicación.
Porque el lenguaje como
medio, oscurece la esencia del ser y del hombre. El ser se esconde detrás del
medio que comunica, como hace en la voluntad de poder.
En
este orden, el logos (la palabra, el
discurso) abandona la casa del ser, y se ubica en su habitad material -los
medios de comunicación de masas, las imágenes en movimiento, las redes
sociales, Internet, Facebook, Google, WhatsApp, Twitter, Instagram,
Inteligencia Artificial, etc. Ahora, si se utiliza el lenguaje como medio de
comunicación, se falsifica su cualidad y el ser humano lo convierte en
instrumento de poder, de coacción, de exclusión o, de dominio. Porque ocultan
la verdad del ser, la esencia del hombre y los movimientos del pensamiento.
Entonces, el lenguaje no está a la altura de los verdaderos requerimientos del
hombre. Que se refieren a las verdaderas necesidades morales, espirituales,
éticas y materiales.
Como
consecuencia, este ámbito diluye el tejido vivo de la existencia; ya que el
lenguaje se sitúa en su parte material donde prevalece la abstracción, sobre la
realidad. Además, el lenguaje no sólo aclara y oculta el advenimiento del ser;
también el es, la existencia, ambigua,
contradictoria, multifocal, infinita e insondable. De ahí que el arte, la
poesía, la pintura, la escultura, la novela, la música o, la religión, etc.,
permitan la trascendencia del tejido vivo de la existencia. O, en otros
términos, el encuentro de todos y cada uno de nosotros, consigo mismo o, con
Dios. En este orden se pregunta Hannah Arendt, ¿cuál es la facultad peculiar de
todos los objetos culturales? “La de
captar nuestra atención y conmovernos”. Por eso, la estética es la madre de la
ética.
Ahora,
¿en qué consiste la humanidad del hombre? Es el humanismo que piensa al ser
humano desde la vecindad del ser. Pero, lo que está en juego no es el hombre,
sino la esencia histórica del hombre. Que en su origen procede de la verdad del
ser. Por eso define al ser como él mismo. Es lo que tiene que
aprender a experimentar y a decir el pensar futuro. El ser no es ni Dios ni un
fundamento del mundo. El ser “es” el mismo. En Heidegger, el ser
está más próximo al hombre que Dios o, al entorno que lo rodea. Para él Dios no
es el origen del hombre como fenómeno originario: ni creador del Hombre.
Así
que, lo que le interesa no es el hombre en cuanto tal, sino la historia
esencial del hombre. Historia que se puede representar, decir, leer,
interpretar o pensar, en la esencia del ser. Por tanto, la representación de lo
ente por el hombre se refiere a la verdad del ser. Aquí Heidegger deja abierta
la pregunta por el ser. Pero también aparca al hombre que sufre, el que siente
angustia, dolor, miedo u odio, por la esencia que lo constituye. Al hombre que,
en su dimensión divina, pero humana va al encuentro de sí mismo o de Dios.
Ahora
bien, ¿qué está en juego en la humanidad del hombre? El hombre en el horizonte
del ser, también su existencia. Por eso es el arte y el pensar lo que puede
salvar en esta alta civilización técnica donde prevalece la oscura barbarie. La
barbarie de la experiencia, que entregamos por unas pocas monedas de lo actual;
la barbarie del lenguaje, que exalta la noticia y la banalidad; la barbarie de
la Cultura del artificio, que
prioriza lo fugaz sobre lo inefable y eterno; la barbarie de la muerte, que
pierde el aura de lo mítico y sagrado
y oculta su rostro a lo colectivo y se pone la máscara de lo privado o
comercial; la barbarie del desarrollo de las armas convencionales y atómicas;
la barbarie de la Inteligencia Artificial generativa que sustituirá o acabará
con la humanidad en pocos espacios de tiempo; la barbarie que cayó sobre la
amistad, la confianza, o el amor, que despiertan la capacidad de asombro, la
curiosidad, la sentimentalidad o, las cualidades meditativas de hombre.
Heidegger
expresa en Carta, el humanismo no
está en la razón, en la técnica, ni en la ciencia, ni en la economía, ni en la
cultura, sino en la verdad del ser. En otros términos, en la esencia del
hombre. Así que, tampoco está en el ser humano civilizado frente al homo barbarus. Sino en el advenimiento
del ser y las esferas del lenguaje. El pensar sólo correlaciona los términos
para que se devele la verdad y la esencia de ambos en la naturaleza del
lenguaje. Además, el lenguaje dice en la palabra o las formas estéticas, la
verdad del ser y la esencia del hombre. También significa el Daseyn (el hombre-en-el-mundo) y su experiencia en la historia. Pero todo,
absolutamente todo, se realiza en las esferas del ser. No hay nada material,
biológico o espiritual, que no devenga en los umbrales del ser, el pensar y el
lenguaje.
En
la historia de la cultura occidental (en la obra de arte o la literatura, por
ejemplo), podemos percibir como lo arcaico se oculta en los pliegues del
vestido de lo moderno. “No porque las formas arcaicas parecen ejercer en el
presente una fascinación particular, sino porque la clave de lo moderno está
oculta en lo inmemorial y lo prehistórico”. Así, lo inmemorial
se convierte en espejo de la modernidad, que refleja en claro oscuro las
figuras de lo primitivo del presente-ahora, que da forma al rostro de la
modernidad. En su defecto, “la vanguardia que se extravió en el tiempo, sigue a
lo primitivo y arcaico”. En otros términos, “la vía de acceso al
presente tiene la forma de una arqueología”.
Hay
que tener presente que el hombre inmerso en la velocidad y lo efímero o, en la
algarabía de los lenguajes digitales, las imágenes y el maquinismo, tal vez den
la razón a Heidegger cuando dice: “El lenguaje reclama el justo silencio en
lugar de una expresión precipitada.” Y prosigue: “Quizás sea más adecuado
elevarse a la verdad del ser y mostrarla como aquello que hay que pensar”. Si se eleva a la altura de los
términos, se sustrae al hecho de opinar y suponer. Así, lo que prevalece en la
actualidad es la opinión sobre los hechos. Somos parte de una época donde
predomina la degradación del lenguaje y de los movimientos del pensamiento.
Entonces,
el espíritu vive inmerso en los flujos de la información rápida e inmediata de
la Cultura del artificio, y todos los días por la importancia de las imágenes
sobre la palabra, se degrada la verdad del ser y la esencia de existir. En
consecuencia, asistimos a marcha forzada a dar prioridad al Gran Poder, y en su defecto, a las
imágenes sobre las palabras y a la opinión sobre la reflexión. De ahí que en la
actualidad las reflexiones del pensar se encuentran en dique seco.
También
somos contemporáneos de una indigencia espiritual que repercute en la cultura y
la condición humana; y esto es sumamente grave para los valores fundamentales
del hombre y su cultura. Porque la civilización actual no sólo desintegra la
cultura y sus “monumentos duraderos” (las obras de arte, los edificios, la
música, la poesía, la novela, etc.), sino que esta desintegración se convirtió
en “un valor”, es decir, “un bien social que puede ponerse en circulación y
convertirse en dinero a cambio de todo tipo de valores, sociales e individuales”-
al decir de Arendt. En otras palabras, los objetos culturales se banalizan y se
convierten en valor de uso, de cambio y de consumo; y, pierden la “facultad de captar nuestra atención y
conmovernos”.
En este orden, se degradan
los valores culturales y la capacidad de comprender e interpretar la existencia
y el mundo. Ámbitos que niegan el principio que, el sentido de la vida no es
inmanente a la historia; sino trascendente a ella.
Preguntamos,
¿es el umbral de la verdad del ser un espacio sin salida? ¿es el elemento donde
la libertad conserva su esencia? ¿de qué modo podemos volver a dar sentido al
humanismo? ¿ha perdido el humanismo la cualidad que proviene de los griegos y
romanos, judíos y cristianos? Heidegger dice que se trata de ver el humanismo
desde el umbral histórico más antiguo, que hasta el momento no ha proporcionado
la historiografía, y tampoco el historicismo. La palabra “humanun” remite a humanitas,
es decir, a la esencia del hombre.
Su cualidad consiste en ser humano, no
anti-humano; devolverle un sentido al humanismo, que sólo puede significar
redefinir el sentido de la palabra. Cree que esto exige, por una parte,
experimentar de modo más inicial la esencia del hombre, y mostrar en qué medida
esa esencia se torna destino a su modo. En él la esencia se revela
en el camino del ser. Éste posibilita el acontecer en cuanto existente en su
verdad. Además, el hombre es guardián del ser. La palabra humanismo significa
la esencia del hombre es esencial para la verdad del ser. Sin la
esencia del hombre se oculta el ser; entonces, el lenguaje sería incapaz de dar
sentido al mundo, a la historia y a la realidad.
Heidegger
se pregunta, ¿se puede seguir llamando “humanismo” a este “humanismo” que se
declara en contra de todos los humanismos existentes hasta la fecha, que al
tiempo no se alza como portavoz de lo inhumano? ¿seguimos nadando en compañía
de las corrientes reinantes, que se encuentran ahogadas por el subjetivismo
metafísico y sumidas en el olvido del ser? A la vista de esa humanitas más
esencial del homo humanus se abre la
posibilidad de devolverle a la palabra humanismo un sentido histórico más
antiguo que el sentido que historiográficamente se considera más antiguo. Si
la historia no está apremiada en esa dirección, se podría despertar una
reflexión que no sólo piense el hombre, sino también la “naturaleza” del
hombre, y no sólo la naturaleza, sino de modo más inicial todavía, la dimensión
esencial del hombre, determinada desde el ser mismo – al decir de Heidegger.
Recordemos
que está hablando después de la Segunda Guerra Mundial, donde la humanidad del
hombre se degradó y se desgarró por completo. Y en su lugar invita a
reflexionar la naturaleza del hombre, de modo más inicial, esto es, el hombre
determinado por el ser. Es decir, que en la historia universal encuentre su
lugar. Sabemos que la experiencia del siglo XX desgarró el humanismo que
heredamos en la historia de Occidente, el de la razón clásica, el humanismo
cristiano y renacentista. Humanismos que no estuvieron a la altura para
contener la barbarie.
Heidegger
olvida que son las condiciones morales, espirituales, subjetivas e históricas,
las que dan sentido al humanismo. Y, no ubicarlo como hace en la verdad del
ser, la esencia del hombre y el lenguaje. Lo que aquí hace es darle prioridad
al ser en sí, a la esencia del pensar y del lenguaje, sobre el hombre de carne
y hueso con sus generaciones históricas. Estos tres presupuestos prevalecen
sobre el ser humano que tiene esperanza, sufre, ama, odia y va al encuentro de
sí y del otro, para reconocerse a sí mismo como hombre.
Sabemos que la negación del
“sujeto” atenta contra el sentimiento, el espíritu y el alma. Y, niega los
presupuestos del humanismo, o, estar en el mundo y exaltar el en sí del ser
humano.
Las
monstruosidades en la historia de la cultura occidental, no en modo fecundas
son para el Humanismo. Además, un mundo lleno de atrocidades, dolor, odios,
sufrimientos, violencia y guerras, infunde temor en las almas de los hombres,
para alcanzar el sentido de lo humano. Thomas Mann nos recuerda que, la piedad,
el respeto, el decoro espiritual, la religiosidad, sólo son posibles en el
hombre y por el hombre dentro del marco terrenal y humano.
Dice
Thomas Mann: “Su fruto debiera ser puede ser y será un humanismo con ribetes
religiosos, inspirado por el sentimiento del secreto trascendente del hombre,
por la orgullosa consciencia que el hombre tiene de ser algo más que un
fenómeno biológico, de estar ligado por una parte esencial de su ser a un mundo
espiritual, de que la noción de lo absoluto le ha sido dada con las ideas de
Verdad, de Libertad, de Justicia, de que le ha sido impuesto el deber de ir en
busca de la perfección. En ese patetismo, en esa obligación, en esa veneración
del hombre por sí mismo descubre a Dios. Pero soy incapaz de encontrarle en
cien millones de vías lácteas”.
Es,
además, preocupante y abominable cómo el humanismo en el mundo actual, se
reemplaza por la técnica, la ciencia, la Inteligencia Artificial, el dinero o,
el poder. Por la técnica que no responde a las necesidades materiales y
espirituales del hombre. De ahí que la ciencia no sea enemiga del humanismo,
sino que ésta debe responder a los requerimientos humanos. “Es imposible
calificar de diabólicos los temas y objetos de la ciencia sin que la acusación
alcance a la ciencia misma”. Que la técnica sustituya el antropocentrismo en
esta época de masas y de cultura de masas, no es una mera evidencia, sino que
ataca al Humanismo.
Lo
que preocupa es que, la ciencia, la técnica, la estadística, sustituyan la
Libertad, la Verdad o la Justicia en los asuntos humanos. Lo que llama la
atención en las utopías de nuestro siglo es que se presentan con el estilo de
la ciencia y son pesimistas. No hay en ellas magia; con la técnica basta. En Huxley
y Orwell, el avance del cálculo y de su aplicación práctica hace imparable la
transformación de la sociedad en puras cifras o números –dijo Ernst Jünger. Así
que, el avance de la ciencia y la técnica sustituyen todo rasgo de Humanismo,
de Justicia y de Trascendencia. De ahí que se instrumentalizan en nombre del Gran Poder. Y, en consecuencia, el
planeta adquirió un aura nueva, una
epidermis más sensible.
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