miércoles, 6 de marzo de 2024

 

                                 Fragmentos sobre el pensamiento de:

                    Martín Heidegger, Ernst Jünger y Hannah Arendt.

 

 

  “La palabra sagrada y divina de Dios está condicionada al advenimiento de la verdad del ser”.

                                                                                   M. Heidegger

 

 “La verdadera sabiduría no es acumular conocimiento, sino vivir en armonía con la naturaleza y los demás seres humanos”.

                                                                                      E. Jünger

                          

                   “La acción es la manifestación más plena de la libertad humana”.

                                                                                        H. Arendt

                                                  

Antonio Mercado Flórez. Filósofo y Pensador.

 

En Heidegger, Dios es un ser entre los seres, una existencia más. Sólo a la luz de la esencia de la divinidad puede ser pensado y dicho qué debe nombrar la palabra “dios”. La palabra según Heidegger significa la esencia de la divinidad. La esencia de Dios no reside según él, en la creencia, la omnipotencia u omnisciencia del ser Absoluto, Alfa y Omega de lo que existe. Sino que la esencia de Dios hay que buscarla y encontrarla en el “decir”, la palabra como lenguaje. Éste es el que contiene a Dios y lo define en su esencia. Aquí podemos percibir que Heidegger, ni afirma ni niega la existencia de Dios, sólo desde el pensar la ubica en la casa del ser: el lenguaje. Por eso, el hombre es el pastor del ser y no de Dios.

Así, la existencia del hombre no se origina de un acto creativo de Dios, por amor de su nombre. Sino porque el hombre advine en la esencia de la verdad del ser. Como el lenguaje es el advenimiento de la esencia del ser; que aclara y oculta. En Heidegger hay que comprender y escuchar cuidadosamente todas estas palabras para experimentar como hombre, es decir, como ser existente, la relación del hombre con “dios. Además, pensar la experiencia del hombre con Dios no viene de la “Revelación”, sino de la relación del hombre y la palabra.

Y Heidegger cuestiona, ¿cómo va a poder preguntar el hombre de la historia mundial de modo serio y riguroso si dios se acerca o se sustrae, cuando él mismo omite adentrarse con su pensar en la única dimensión que puede preguntar esa pregunta?    

Sólo entrando el hombre en su pensar puede preguntar por la situación del mundo. Pero el pensar se encuentra en dique seco. O, en otros términos, en la actualidad el pensar se encuentra en crisis. Estamos atravesando el desierto de una época de alto desarrollo técnico-científico, de cultura de masas y de sociedad de masas, donde prevalece la publicidad, el consumo, la velocidad, la futilidad de la vida, la inmovilidad del pensamiento. Como también el desierto del momento oportuno, la ruptura de la relación del hombre y el entorno, del hombre y el mundo, del hombre y el universo, la ruptura con la experiencia y los contenidos espirituales del lenguaje. Desde hace tiempo este tejido de relaciones se entregó a las máquinas, a los lenguajes digitales o, a los algoritmos.

Preguntamos, ¿cuáles son los fines de la técnica en la actualidad? ¿qué se esconde detrás de la voluntad de la técnica y de la esencia que la determina? Que predomine la velocidad, el automatismo y lo siempre-igual, en la vida humana. Que coarte las decisiones y la autonomía de la voluntad, que responden a la libertad. Si estamos en medio de la atmósfera de las irradiaciones de la técnica, la ciencia y la economía, o, de la Inteligencia Artificial, el hombre solo es un grano de arena en el desierto del mundo actual.

Además, por así decir, los que ejercen el poder tratan que el hombre sienta miedo, angustia, dolor y sufrimiento, para que piense constante en las cosas del poder, del espejismo del dinero, del lujo o, de la realidad. Y, esta especie de inseguridad e indigencia, de abandono ante los poderes establecidos hacen de él un ser desgraciado, silencioso, solo, afligido y lleno de amargura.

Ernst Jünger dice que “vemos al hombre meditar, como planificador y pensador audaz, sobre el avance de los procesos y sobre el modo de encontrarles una salida”. Desde otro umbral, “la técnica genera en la persona individual una especie de optimismo, una conciencia de poder generada por la velocidad”. Y cuando las cosas cambian la técnica se traslada de las confortables comodidades a otros ámbitos, y aparece el dolor, el sufrimiento, la catástrofe o, la muerte. Y, en otros, se hace evidente y visible la falta de libertad.

Jünger piensa que el miedo es uno de los síntomas de nuestro tiempo. Es del miedo de lo que vive el Gran despliegue del poder, y la coacción adquiere especial eficacia en aquellos sitios donde se ha intensificado la sensibilidad. De ahí que el problema fundamental de la existencia en relación al desarrollo de los procesos técnicos, lo ubica Jünger en el ámbito de la libertad. Se observa que en favor del automatismo entregamos cada vez más, una porción de libertad. De este modo, las facilidades técnicas procuran numerosas comodidades; pero también la pérdida de la libertad. De ahí que Heidegger diga que el problema que esconde la esencia de la técnica es, el de la libertad.

En este orden, vivimos en una atmósfera pesada y oscura, que impide ver la iluminación de los movimientos del pensamiento, la percepción estética del mundo y de la existencia. Ya no se pregunta sobre la historia universal o el sentido del tejido vivo de la existencia, sino por satisfacer las necesidades biológicas, como el consumo, el lujo, el ocio vacío o, la reproducción. Entonces el ser humano vive una crisis en los elementos del pensar y la esencia de la existencia, que impiden develar el presente y posibilitar los elementos de orientación en el mundo. Por eso hay que apelar a la libertad y confirmar que el hombre es todos los hombres y, que detrás de la oscuridad del pensar o del lenguaje, se ocultan relaciones de poder.

En el mundo actual observamos que la vida biológica prevalece sobre la vida sentimental, espiritual y el pensar.

De modo que, cuando Hannah Arendt analiza la sociedad moderna, su crítica no se reduce a un simple lamento acerca de cómo los modernos concedemos tanto valor a la tecnología, sino que su preocupación básica gira en torno a las perniciosas consecuencias que detecta en el hecho que la sociedad moderna esté organizada alrededor de la labor –que las ocupaciones en que utilizamos la mayor parte de nuestro tiempo y atención sean aquellas a través de las cuales mantenemos nuestra vida biológica y que el valor social de nuestro hacer se conciba en términos, no de lo que cada uno produzca, sino por su función en el proceso productivo colectivo.

Más que mostrarnos esta época como un retroceso paulatino de la naturaleza, nos la presenta como un desmesurado avance de la misma y, por ello, como una progresiva pérdida de mundo común. Sugiere que, en la modernidad, se ha dado una paulatina fuga del mundo, de la pluralidad, hacia el yo, una fuga de la realidad que es al mismo tiempo una huida de la responsabilidad hacia la indiferencia con respecto a lo común.

En este orden de ideas, en el texto La Condición Humana podemos leer e interpretar “una breve teoría de sello fenomenológico que gira en torno a la relación del arte con la tripartición de la vita activa y con la temporalidad –y el significado político y social de la crisis en la cultura”. De modo que, en la teoría de la acción de Arendt, encontramos el concepto de mundo a través de su relación con la vita activa. Que el concepto de mundo común no se reduce a la gente que vive en él. Es el espacio que hay “entre” ellos. El mundo, en cuanto es común, no es idéntico a la Tierra o a la Naturaleza, más bien está relacionado con “los objetos fabricados por las manos del hombre, así como con los asuntos de quienes habitan juntos en el mundo hecho por el hombre”.

Convivir en el mundo significa, en esencia, que un “mundo de cosas está entre quienes lo habitan. Un mundo humano en cuyo seno hay espacio para desplazarse y compartir perspectivas distintas; y cabe recordar aquí que:

“La libertad aparece en el intercambio con los demás y no con nosotros mismos.

Así pues, somos contemporáneos sin saber por qué lo somos. Incapaz de desandar lo andado y rememorar la historia, caímos en el hoyo profundo y oscuro de la desesperanza, el dolor y el sufrimiento. Vivimos una especie de desierto espiritual, mental y sentimental; ya que “el hombre de la civilización, el hombre del movimiento y de los fenómenos históricos, dejó de tomar sus criterios de su esencia inmóvil y sobre temporal, la cual se pone de manifiesto y se modifica en la historia”.

Somos parte de una época de actores insignificantes y de hechos significativos, hay que abrirles paso a los espíritus fuertes. Porque son capaces de ver las perdidas en el borde del abismo, lo que oculta la oscuridad. “En ese proceso lo heredado medita sobre aquello que está en el fondo de todas las herencias”. Es una confrontación solitaria y en eso reside su encanto, porque el ser humano se enfrenta a sí mismo. Y ese desafío no necesita de juez, de sacerdote, de burócrata, de banquero, de político. “En esa soledad el hombre es soberano a condición que tenga conocimiento de su rango.

El ser humano en este sentido es: el Hijo de Dios y Redentor de los hombres”.

                                            Madrid-España a 05/03/2024