Hannah
Arendt
El humanismo: el
juicio como capacidad del gusto
Madrid-España a 03/11/2025
Antonio Mercado Flórez. Filósofo y
Pensador.
Hannah Arendt en el texto Entre el pasado y el futuro (Ocho ejercicios
sobre la reflexión política) nos recuerda que la actitud del griego
antiguo, liberado de las necesidades biológicas, dedica su tiempo libre al
pensar, la poesía, el arte, la política y la esfera pública. O, en otros
términos, al pensamiento, la acción y la estética. Es decir, la vida en la poli como ser libre. De ahí que se
dieran cuenta que, la estética es la madre de la ética. La esfera de la ética
es el principio de acuerdo consigo mismo.
Lo descubrió Sócrates, tal como lo formuló
Platón, y está en la siguiente expresión: “Es… mejor que muchos hombres no
estén de acuerdo conmigo y me contradigan, antes de que yo, que no soy más que
uno, esté en desacuerdo conmigo mismo y me contradiga”. De esta frase nace la
ética occidental, con su acento en el acuerdo con su propia consciencia. (Arendt).
Es en la Crítica del juicio donde Immanuel Kant lleva a cabo un punto de
inflexión a partir de la capacidad del gusto. Que sólo estaba referido a
fenómenos estéticos y considerado ajeno al campo político y al de la razón.
Entonces descubre que, en los juicios estéticos, como en los políticos, se
adopta una decisión de que el mundo mismo es un dato objetivo, algo común a
todos los habitantes. (Arendt).
La capacidad del gusto posibilita ver y
mostrar las cosas que pueblan al mundo, independiente de su función y utilidad.
El gusto juzga al mundo en sus apariencias y en su mundanidad (más allá del
interés privado del ser humano). Para los juicios de gusto su interés se centra
en el mundo y no en el hombre y su vida privada. (Arendt).
Descubrió Kant que, en los juicios
estéticos, tanto como en los políticos, se adopta una decisión.
Además, los juicios de gusto comparten con
las opiniones políticas su persuasividad; que tiene como meta buscar un acuerdo
con los demás. Que permitan persuadir por la palabra y el gusto, como “formas”
de la práctica política. Un ámbito donde las persones hablan entre sí para
llegar acuerdos y consensos sobre la vida pública y el mundo en común.
Arendt dice al respecto: la cultura y la
política, pues, van juntas porque no es el conocimiento o la verdad lo que en
ellas está en juego, sino más bien el juicio y la decisión, el cuerdo
intercambio de opiniones sobre la esfera de la vida pública y el mundo común.
(Arendt). El gusto como actividad de una mente cultivada –cultura animi- le quita la barbarie al mundo de lo bello, porque no
se deja abrumar por ella. Se preocupa de la belleza según su modo “personal” y,
así produce una “cultura”.
El mundo de la belleza (obras de arte,
partituras musicales, un poema, una novela, un atardecer, etc.), se oponen a la
barbarie política, al odio, la mentira, las injusticias sociales o humanas. Es
un mundo que dignifica la condición humana y exalta el Humanismo. El gusto es
la capacidad política que humaniza la belleza y crea una cultura. La belleza
posibilita que el hombre despierte la imaginación, la capacidad de asombro, de
interrogación y de juicio.
Es el ámbito de la vida humana donde se
devela el Humanismo: la semejanza entre los hombres.
Sabemos que el humanismo y la cultura es de
origen romano; se refiere al sentido romano de humanitas, de humanidad, a la integridad de la persona como
persona. Porque en él se sacrifica el valor humano y la categoría personal,
junto con la amistad, en aras de la primacía de una verdad absoluta. En traza
de Cicerón podemos ver la exaltación que hace Arendt del humanismo y del
humanista.
En Cicerón al verdadero humanista, ni las
verdades de los científicos ni la verdad del filósofo ni la belleza del artista
pueden ser absolutos; el humanista no está especializado y ejercita una facultad
de juicio y gusto, que está más allá de las acciones que cada especialidad nos
impone. Esta humanidad romana se aplicó a todos los hombres libres en todos los
sentidos, para quienes el problema de la libertad, de no sentirse coaccionado,
era decisivo, incluso en la filosofía, las ciencias y las artes. (Arendt).
Un
hombre libre es no estar coaccionado en su asociación con los hombres y los
objetos, ni por la verdad ni por la belleza.
Cicerón
El gusto de una mente de verdad cultivada –cultura animi- que se puede confiar en
ella para que se ocupe y cuide las cosas que pueblan el mundo, cuyo criterio
básico es la belleza. Este humanismo es el resultado de la cultura animi, de una actitud que sabe cuidar, conservar y admirar
las cosas del mundo. (Arendt). Una mente cultivada se preocupa no sólo de las
cosas, sino también de los seres que lo rodean y, en especial, de los demás
seres humanos. Por eso el humanista se preocupa por la verdad y la belleza;
pero no por lo absoluto que se quiera imponer a través de ellas.
Aquí un punto de contradicción entre una
mente que todo lo convierte en “valor” de cambio y una mente, que trata de
ocuparse y cuidar el mundo natural y lo hecho por el hombre. El humanista asume
la tarea de arbitrar y mediar entre las actividades puramente políticas y las
de pura elaboración. (Arendt). Porque en él no prevalece el ejercicio del poder
y la función o, la utilidad de las cosas, sino el dialogo, el consenso, el
acuerdo y la cualificación de la vida personal.
Eso que eleva en libertad a la esencia del
“ser” y del “existir”. En otros términos, le interesa la cultura, el cuidado de
las cosas del mundo, la amistad, la fraternidad, la ternura que comparte entre
los seres humanos, el pensar y la búsqueda de un mundo más humano, libre y
solidario.
Admiro que Arendt, en una civilización de
alto desarrollo científico y técnico, de capitalismo global y políticas de
bloques, se preocupe por la libertad y el humanismo. Y diga siguiendo las ideas
de Cicerón: como humanistas podemos elevarnos por encima de esos conflictos
entre el hombre de Estado y el artista. Como podemos elevarnos en libertad por
encima de las especialidades que debemos conocer y buscar. Así logramos estar
por encima de las ideas y las acciones del filisteísmo, siempre que aprendamos
ejercer nuestro gusto con libertad.
La libertad para Arendt, no es un Don
divino ni natural al hombre, sino que se adquiere en las relaciones que
establecemos con los demás, con los seres que vivimos en comunidad y hacemos
del mundo algo común. El problema está en que el hombre entregue su libertad a
cambio de unas pocas monedas de lo actual y, cuando falten estas, quede
desvalido.
El humanista, en cambio, se propone llevar
adelante una lucha, una lucha que para algunos no tiene ningún valor. El
humanista posee una relación originaria con la libertad, con el tejido del
cuerpo social; de ahí que se opone a todo automatismo, a todo autoritarismo, a
todo populismo político, económico, social, cultural y, a las especialidades
que niegan el libre conocer y buscar.
Si la contemplamos de ese modo, no dejará
de hacérsenos evidente el papel desempeñado por el humanista en el conflicto
entre el hombre de Estado y el artista, sino también en sus pensamientos y la
apreciación estética de la existencia y del mundo. La realidad de estos años
que estamos atravesando hacen del humanista algo esencial para confrontar todo
tipo de coacciones y determinismos que atenten contra la libertad.
Así
elevarse en libertad sobre el automatismo y el Gran Poder, significa reservarse
la decisión propia y que el gusto por el mundo y las cosas que lo pueblan, nos
ayuden a precisar nuestra condición estética y ética.
El lugar de la libertad es diferente al de
todo autoritarismo, populismo o dogmatismo, porque ayuda al ser humano a
encontrarse consigo mismo y trascender los muros de contención del Gran Poder. El humanista que cree en el
ser humano y la libertad que le es propia, emprende la tarea de encontrarle
sentido a unos acontecimientos históricos, políticos, sociales y culturales.
Que dejan a la vera del camino muchos sufrimientos, dolor, miedo, muerte y, se
convierte en piedra de escándalo.
El hecho de que el hombre de hoy, el hombre
masa renuncie en amplia medida a la libertad, no significa que el hombre de –cultura animi- de la mente y del
espíritu, también lo haga.
Como expresó Ernst Jünger: “De ahí que
hagamos bien en no perder de vista lo necesario si no queremos entregarnos a
meras ilusiones. La libertad viene a la
vez que lo necesario y la nueva estructura del mundo no hará acto de
presencia hasta que la libertad no entre en relación con lo necesario. La
libertad, en cambio, aunque siempre se encubra con los ropajes propios de cada
tiempo, es inmortal”.
¿Qué
pensaban los romanos que era una persona culta? La que sabe cómo elegir
compañía entre los hombres, entre las cosas, entre las ideas, tanto en el
presente como en el pasado.
Arendt