miércoles, 15 de abril de 2015

EVOCACIÓN A LA VERDAD QUEBRANTADA

                
                                                      I

                                                A mi amigo y hermano:
                                      José Francisco Castillo Tuiran

    


Antonio Mercado Flórez

   
   Es notable la admiración que se siente cuando estamos de regreso a nuestras raíces. De retorno después de un tiempo largo y ver los cielos estrellados y las nubes, las montañas y los valles, las animales y los pájaros, la lluvia y los ríos, el mar, los pueblos y las ciudades, de nuestra infancia y juventud. Pero ante todo y sobre todo, escuchar la lengua de nuestros mayores y ver el rostro de nuestros amigos y familiares. Aún de aquellos que ya no están entre los vivos. Sentir el afecto sincero de gente que una vez dejamos atrás. Gente que nunca nos ha abandonado, porque hace parte de nuestra memoria y de nuestra lengua. Esa lengua que durante siglos sus corrientes espirituales vienen comunicando el mundo de las cosas y la subjetividad, la relación con lo Sublime y lo trascendente.
   
   Para los pueblos contiene y expresa la experiencia, la memoria, las artes y el pensamiento, de una comunidad. Pero también el dolor, el horror, el temor, el sufrimiento, la esperanza, los desaciertos, las creencias, los usos, las costumbres, los rituales, de una sociedad. Eso que los antropólogos llaman Cultura. En y por la lengua y el pensamiento, el hombre cultiva el mundo que lo rodea y el interior de sí mismo. Para recoger los frutos en forma de cultura y civilización. Por eso tiene que ver con los sueños y lo irracional de los hombres; más que con el mundo claro y distinto de la razón y los números. Sin desconocer que ellos hacen parte del lenguaje humano, pero situados en la superficie de la naturaleza lingüística del ser humano. La lengua, se entronca al inconsciente: a los contenidos disparatados, contradictorios, ambiguos, irrazonables, del espíritu de los hombres.
   
   A través de ella se revelan los sueños y pesadillas, los abrazos truncados y las esperanzas, la guerra y la violencia, en un lenguaje de símbolos ambiguos, que expresan la realidad de la existencia humana. De ahí que el lenguaje del sueño, la mitología y el arte, revelan un mundo que de otro modo no podría revelarse. Como dijo Ernesto Sábato, entre el lenguaje del arte y la literatura moderna, existe algo en común: “Una sumersión en el yo, en la psicología”, que expresa “ansiedad, cierto aire de pesadilla, cierta búsqueda desesperada […] Ni las novela de Balzac, ni la poesía de los románticos ingleses, ni la obra de Goethe, ni los dramas de Shakespeare, ni las sinfonías de Beethoven y Brahms, ni las Pasiones de Bach, ni la Divina Comedia, ni el Quijote, ni toda la pintura de Rembrandt ni la de nadie ha servido jamás para que un niño no muera de hambre en algún lugar del mundo”. Tampoco para que no se derrame sangre, o, prime en la sociedad el poder del dolor y la muerte, que genera la guerra y la violencia.
    
   De ahí que, “el hombre sea capaz de todos los extremos; desde la perversidad de la tortura hasta la grandeza más excelsa”. Esto lo prueban los sádicos que torturan o asesinan en nombre de una religión o una ideología, los que realizan matanzas, secuestran, o, atentan contra la vida de un ser humano. Y dejan un montón de ruinas humanas y materiales a la vera del camino. Pero también existen los santos y los artistas, los hombres buenos donde se refleja hálito luminoso de la bondad, la misericordia y la libertad. F. Nietzsche dice en El origen de la tragedia: “Estoy convencido de que el arte es la tarea más elevada y la verdadera actividad metafísica de esta vida”. Como expresó Sábato Entre la letra y la sangre: “Sus obras se levantan sobre la sangre y el estiércol de esta triste humanidad como inmaculadas estatuas que miden hasta dónde puede llegar el espíritu humano”.
   
   Ahora bien, ¿Cómo se puede alcanzar la justicia social asesinando, secuestrando o extorsionando, a otro ser humano? ¿Cómo se puede negar la libertad, la educación y la cultura, a las personas más humildes por el simple hecho de que no están a la altura de sus requerimientos espirituales y sensibles? Esas personas que se sitúan en los extremos, deberían luchar para que un día cualquier hombre, por pobre que haya sido su cuna, no sólo tenga acceso a la justicia social, la libertad, la educación y la cultura. Sino también sí tiene la sensibilidad adecuada pueda escuchar y comprender La pasión según San Mateo, los cuartetos de Beethoven, las Sonatas de Scarlatti. Quizás ese hombre humilde y analfabeta sea un sabio sobre lo fundamental de la existencia humana, sobre el bien y el mal, la muerte y el infortunio, la paz y la guerra, el amor y el odio. Porque no existe contradicción entre la justicia social, la libertad y la cultura, expresadas en las grandes obras de la humanidad.
   
   Se trata del contraste entre una civilización abstracta, automatizada y acelerada, donde priman los lenguajes digitales, el icono y la imagen, el dinero y la política, sobre la palabra, los sueños, los sentimientos, las pasiones y aún las bajas pasiones. Eso que sirvió a los narradores de la cultura oral, a la escritura, la pintura, la música, la escultura, etc., plasmar los contenidos espirituales y materiales, de la condición humana. No olvidemos que la lengua es portadora de una sabía mitología, enseña que existe un hermoso equilibrio con el universo, el hombre y la naturaleza, una amistad con la muerte y un respeto con la vida. Son esas formas de cultura las que comunican al ser humano, que existe “un sentimiento sagrado de los grandes momentos de esta existencia tan desdichada, hoy tan desacralizada”: el dolor, el sufrimiento, la desesperanza, que unos pocos por el lucro y el poder, imponen a los hombres.
   
   Así, pues, los problemas de la existencia se reducen al lucro fácil, al consumo de mercancías, el lujo, la fama, y se olvida que el hombre de carne y hueso es mucho más que eso: una intrincada y sutil red, de emociones, sentimientos, mitos, rituales, lenguajes, donde se evocan las regiones más íntimas del ser: como el amor, el crimen, la tragedia, la guerra, la paz, los sueños y los mitos.
   
   Nada de lo que respecta al hombre es puro y sagrado, y ante toda la lengua. Las lenguas –dice Sábato-, cada lengua, es un proceso, no un estado; es algo en perpetua transformación, por motivos psicológicos, históricos, geográficos, sociológicos […] Todas las lenguas son dinámicas, se llenan constantemente de “impurezas”, sufren el embate de las culturas más prestigiosas. Aman y viven en otras condiciones que las originarias […] Si hay algo esencialmente ajeno a la razón pura es la lengua. Sábato expresa que la lengua nada tiene que ver con la lógica ni con la tradición petrificada; tampoco con lo Siempre Igual que remite la vida de los hombres a un destino inexorable. Sino con la sorpresiva y siempre disparatada imaginación del hombre, con sus misteriosos mecanismos psicológicos. Por eso, la razón y la lógica, no disciernen sobre la parte oscura del hombre, la condición humana. El hombre –prosigue Sábato- es, un sutil, intrincado, irracional y absurdo resultado de emociones, fantasías, delirios, sueños y mitos.
   
   Así que, quien proscriba la oscuridad humana, los dioses desde la antigüedad se vengan de ellos. Por eso, no le pidamos pureza a la lengua, ni a la existencia del hombre. Porque nuestro existir despierto –dijo Walter Benjamín en el Libro de los Pasajes, es un territorio en el que, en ciertos lugares escondidos, es posible bajar al inframundo; un territorio lleno de todos esos lugares invisibles en donde los sueños desembocan. Todos los días pasamos junto a ellos, aunque sin llegar a sospecharlo; pero tan pronto como llega el sueño, volvemos a palparlos como a tientas […] perdiéndonos en sus oscuros corredores.
   
   Por eso el sueño de la Historia Universal es el sueño de la vida y la muerte. Somos pasajeros de éste mundo y cada estación de la existencia, cada instante puede contener el final. Como expresó Ernst Jünger en La Tijera: “La historia no tiene meta; existe. El camino es más importante que la meta por cuanto puede convertirse en meta a cada momento, ante todo en de la muerte”. Se trata que el hombre despierte, despierte la Historia y que en ella adquiera la jerarquía de persona. Que la Historia despierte significa ante todo y sobre todo que salga del sueño en la que la ha tenido la clase dirigente: y posibilite un despertar donde la Historia se hace lenguaje y escritura. “El despertar –dice Benjamín-, es pues especialmente aquel giro dialéctico, copernicano, de tener un presente”. Un presente cargado de esperanza donde lo justo y lo bello, primen sobre el dolor, el sufrimiento y la muerte. Y, la Historia y el presente ofrezcan al hombre, la posibilidad de resarcirse a sí mismo como hombre. Entonces cada época sueña con la que viene y soñando se acerca a un nuevo despertar.
   
   La figura del tiempo es una herida. Una herida en la lengua y la vida. Una herida en el tiempo, justamente, en el cuerpo del tiempo y de la lengua, hecho de faltas, de retazos, de escombros, de ruinas, que se unen sobre su propia falta. En el despertar de la Historia implícito el conocer, las verdades y mentiras, que han tejido nuestro cuerpo y nuestra lengua. Se trata de despertar y resarcir el despojo de la Historia y de la vida. Materiales de un nuevo despertar en el conocimiento del presente-ahora. Así entonces el hombre como Tiempo, es enteramente atemporal, porque bebe de la fuente de lo Sublime y Eterno. El despertar que viene está ya ahí, en la Troya del sueño, como el caballo de madera de los griegos –dijo Benjamín en el Libro de los Pasajes. Se trata de despertar, despertar de la continuidad de la Historia como Siempre Igual, despertar las runas del Tiempo y la historia. Así las cosas adquieran su verdadero rostro. El rostro de la cognoscibilidad en la lengua del presente-ahora. Como dijo George Didi-Huberman: Las imágenes portadoras de supervivencias no son sino montajes de significados y temporalidades heterogéneas.
   
   Por eso en el mundo abstracto y mecanizado, digitalizado y numerificado, como el actual. Es necesario que evoquemos el espíritu, la sensibilidad y la imaginación creadora de forma. Esas corrientes espirituales que sirvieron a Vossler, Herder, Humboldt, Vico, para crear sus obras y oponerse a los Sistemas, que convierten al hombre en objeto o número. Consideran la lengua como un dinamizador de la sociedad, umbral creador e individual, que sirve al hombre para trascender las fronteras del Tiempo, los Sistemas y las formas establecidas por la sociedad. Por tanto, el arte que se vale de la lengua como instrumento creativo –escribió Thomas Mann en la Conferencia sobre Lessing de 1929-, producirá siempre creaciones extremadamente críticas, pues la lengua es en sí misma una crítica de la vida: la nombra, la toca, la designa y la juzga, en la medida que le otorga vida.