I
A mi
amigo y hermano:
José Francisco Castillo Tuiran
Antonio Mercado Flórez
Es notable la admiración que se siente cuando estamos de regreso a nuestras raíces. De retorno después de un tiempo largo y ver los cielos estrellados y las nubes, las montañas y los valles, las animales y los pájaros, la lluvia y los ríos, el mar, los pueblos y las ciudades, de nuestra infancia y juventud. Pero ante todo y sobre todo, escuchar la lengua de nuestros mayores y ver el rostro de nuestros amigos y familiares. Aún de aquellos que ya no están entre los vivos. Sentir el afecto sincero de gente que una vez dejamos atrás. Gente que nunca nos ha abandonado, porque hace parte de nuestra memoria y de nuestra lengua. Esa lengua que durante siglos sus corrientes espirituales vienen comunicando el mundo de las cosas y la subjetividad, la relación con lo Sublime y lo trascendente.
Para los pueblos contiene
y expresa la experiencia, la memoria, las artes y el pensamiento, de una
comunidad. Pero también el dolor, el horror, el temor, el sufrimiento, la
esperanza, los desaciertos, las creencias, los usos, las costumbres, los
rituales, de una sociedad. Eso que los antropólogos llaman Cultura. En y por la lengua y el pensamiento, el hombre cultiva el
mundo que lo rodea y el interior de sí mismo. Para recoger los frutos en forma
de cultura y civilización. Por eso tiene que ver con los sueños y lo irracional
de los hombres; más que con el mundo claro y distinto de la razón y los
números. Sin desconocer que ellos hacen parte del lenguaje humano, pero situados
en la superficie de la naturaleza lingüística del ser humano. La lengua, se entronca al inconsciente: a los contenidos
disparatados, contradictorios, ambiguos, irrazonables, del espíritu de los
hombres.
A través de ella se
revelan los sueños y pesadillas, los abrazos truncados y las esperanzas, la
guerra y la violencia, en un lenguaje de símbolos ambiguos, que expresan la
realidad de la existencia humana. De ahí que el lenguaje del sueño, la
mitología y el arte, revelan un mundo que de otro modo no podría revelarse. Como
dijo Ernesto Sábato, entre el lenguaje del arte y la literatura moderna, existe
algo en común: “Una sumersión en el yo, en la psicología”, que expresa
“ansiedad, cierto aire de pesadilla, cierta búsqueda desesperada […] Ni las
novela de Balzac, ni la poesía de los románticos ingleses, ni la obra de
Goethe, ni los dramas de Shakespeare, ni las sinfonías de Beethoven y Brahms,
ni las Pasiones de Bach, ni la Divina
Comedia, ni el Quijote, ni toda
la pintura de Rembrandt ni la de nadie ha servido jamás para que un niño no
muera de hambre en algún lugar del mundo”. Tampoco para que no se derrame
sangre, o, prime en la sociedad el poder del dolor y la muerte, que genera la
guerra y la violencia.
De ahí que, “el
hombre sea capaz de todos los extremos; desde la perversidad de la tortura
hasta la grandeza más excelsa”. Esto lo prueban los sádicos que torturan o
asesinan en nombre de una religión o una ideología, los que realizan matanzas,
secuestran, o, atentan contra la vida de un ser humano. Y dejan un montón de
ruinas humanas y materiales a la vera del camino. Pero también existen los
santos y los artistas, los hombres buenos donde se refleja hálito luminoso de
la bondad, la misericordia y la libertad. F. Nietzsche dice en El origen de la tragedia: “Estoy
convencido de que el arte es la tarea más elevada y la verdadera actividad
metafísica de esta vida”. Como expresó Sábato Entre la letra y la sangre: “Sus obras se levantan sobre la sangre
y el estiércol de esta triste humanidad como inmaculadas estatuas que miden
hasta dónde puede llegar el espíritu humano”.
Ahora bien, ¿Cómo se
puede alcanzar la justicia social asesinando, secuestrando o extorsionando, a
otro ser humano? ¿Cómo se puede negar la libertad, la educación y la cultura, a
las personas más humildes por el simple hecho de que no están a la altura de
sus requerimientos espirituales y sensibles? Esas personas que se sitúan en los
extremos, deberían luchar para que un día cualquier hombre, por pobre que haya
sido su cuna, no sólo tenga acceso a la justicia social, la libertad, la
educación y la cultura. Sino también sí tiene la sensibilidad adecuada pueda
escuchar y comprender La pasión según San Mateo, los cuartetos de Beethoven, las Sonatas de Scarlatti. Quizás ese hombre humilde y analfabeta sea un
sabio sobre lo fundamental de la existencia humana, sobre el bien y el mal, la
muerte y el infortunio, la paz y la guerra, el amor y el odio. Porque no existe
contradicción entre la justicia social, la libertad y la cultura, expresadas en
las grandes obras de la humanidad.
Se trata del
contraste entre una civilización abstracta, automatizada y acelerada, donde
priman los lenguajes digitales, el icono y la imagen, el dinero y la política,
sobre la palabra, los sueños, los sentimientos, las pasiones y aún las bajas
pasiones. Eso que sirvió a los narradores de la cultura oral, a la escritura,
la pintura, la música, la escultura, etc., plasmar los contenidos espirituales
y materiales, de la condición humana. No olvidemos que la lengua es portadora
de una sabía mitología, enseña que existe un hermoso equilibrio con el
universo, el hombre y la naturaleza, una amistad con la muerte y un respeto con
la vida. Son esas formas de cultura las que comunican al ser humano, que existe
“un sentimiento sagrado de los grandes momentos de esta existencia tan
desdichada, hoy tan desacralizada”: el dolor, el sufrimiento, la desesperanza,
que unos pocos por el lucro y el poder, imponen a los hombres.
Así, pues, los
problemas de la existencia se reducen al lucro fácil, al consumo de mercancías,
el lujo, la fama, y se olvida que el hombre de carne y hueso es mucho más que
eso: una intrincada y sutil red, de emociones, sentimientos, mitos, rituales,
lenguajes, donde se evocan las regiones más íntimas del ser: como el amor, el
crimen, la tragedia, la guerra, la paz, los sueños y los mitos.
Nada de lo que respecta
al hombre es puro y sagrado, y ante toda la lengua. Las lenguas –dice Sábato-,
cada lengua, es un proceso, no un estado; es algo en perpetua transformación,
por motivos psicológicos, históricos, geográficos, sociológicos […] Todas las
lenguas son dinámicas, se llenan constantemente de “impurezas”, sufren el
embate de las culturas más prestigiosas. Aman y viven en otras condiciones que
las originarias […] Si hay algo esencialmente ajeno a la razón pura es la
lengua. Sábato expresa que la lengua nada tiene que ver con la lógica ni con la
tradición petrificada; tampoco con lo Siempre Igual que remite la vida de los
hombres a un destino inexorable. Sino con la sorpresiva y siempre disparatada
imaginación del hombre, con sus misteriosos mecanismos psicológicos. Por eso,
la razón y la lógica, no disciernen sobre la parte oscura del hombre, la
condición humana. El hombre –prosigue Sábato- es, un sutil, intrincado,
irracional y absurdo resultado de emociones, fantasías, delirios, sueños y
mitos.
Así que, quien
proscriba la oscuridad humana, los dioses desde la antigüedad se vengan de
ellos. Por eso, no le pidamos pureza a la lengua, ni a la existencia del
hombre. Porque nuestro existir despierto –dijo Walter Benjamín en el Libro de los Pasajes, es un territorio
en el que, en ciertos lugares escondidos, es posible bajar al inframundo; un
territorio lleno de todos esos lugares invisibles en donde los sueños
desembocan. Todos los días pasamos junto a ellos, aunque sin llegar a
sospecharlo; pero tan pronto como llega el sueño, volvemos a palparlos como a
tientas […] perdiéndonos en sus oscuros corredores.
Por eso el sueño de
la Historia Universal es el sueño de la vida y la muerte. Somos pasajeros de
éste mundo y cada estación de la existencia, cada instante puede contener el
final. Como expresó Ernst Jünger en La
Tijera: “La historia no tiene meta; existe. El camino es más importante que
la meta por cuanto puede convertirse en meta a cada momento, ante todo en de la
muerte”. Se trata que el hombre despierte, despierte la Historia y que en ella
adquiera la jerarquía de persona. Que la Historia despierte significa ante todo
y sobre todo que salga del sueño en la que la ha tenido la clase dirigente: y
posibilite un despertar donde la Historia se hace lenguaje y escritura. “El
despertar –dice Benjamín-, es pues especialmente aquel giro dialéctico,
copernicano, de tener un presente”. Un presente cargado de esperanza donde lo
justo y lo bello, primen sobre el dolor, el sufrimiento y la muerte. Y, la
Historia y el presente ofrezcan al hombre, la posibilidad de resarcirse a sí
mismo como hombre. Entonces cada época sueña con la que viene y soñando se
acerca a un nuevo despertar.
La figura del tiempo
es una herida. Una herida en la lengua y la vida. Una herida en el tiempo,
justamente, en el cuerpo del tiempo y de la lengua, hecho de faltas, de
retazos, de escombros, de ruinas, que se unen sobre su propia falta. En el
despertar de la Historia implícito el conocer, las verdades y mentiras, que han
tejido nuestro cuerpo y nuestra lengua. Se trata de despertar y resarcir el
despojo de la Historia y de la vida. Materiales de un nuevo despertar en el
conocimiento del presente-ahora. Así entonces el hombre como Tiempo, es
enteramente atemporal, porque bebe de la fuente de lo Sublime y Eterno. El
despertar que viene está ya ahí, en la Troya del sueño, como el caballo de
madera de los griegos –dijo Benjamín en el Libro
de los Pasajes. Se trata de despertar, despertar de la continuidad de la
Historia como Siempre Igual, despertar las runas del Tiempo y la historia. Así las
cosas adquieran su verdadero rostro. El rostro de la cognoscibilidad en la
lengua del presente-ahora. Como dijo George Didi-Huberman: Las imágenes portadoras
de supervivencias no son sino montajes de significados y temporalidades heterogéneas.
Por eso en el mundo abstracto y mecanizado,
digitalizado y numerificado, como el actual. Es necesario que evoquemos el
espíritu, la sensibilidad y la imaginación creadora de forma. Esas corrientes
espirituales que sirvieron a Vossler, Herder, Humboldt, Vico, para crear sus
obras y oponerse a los Sistemas, que convierten al hombre en objeto o número. Consideran
la lengua como un dinamizador de la sociedad, umbral creador e individual, que
sirve al hombre para trascender las fronteras del Tiempo, los Sistemas y las
formas establecidas por la sociedad. Por tanto, el arte que se vale de la lengua
como instrumento creativo –escribió Thomas Mann en la Conferencia sobre Lessing de 1929-, producirá siempre creaciones
extremadamente críticas, pues la lengua es en sí misma una crítica de la vida: la
nombra, la toca, la designa y la juzga, en la medida que le otorga vida.