A mi amigo el pintor:
Juan Francisco Fermín.
Nuccio Ordine: “La utilidad de lo
inútil”.
Ernst Jünger pensó que la
magnitud de las masas informes pasa de ser una dimensión moral y política a un mero
objeto, número o cosa. La sociedad de masas y la cultura de masas, representan
en la consciencia del ser humano las relaciones inconexas de la Gran Ciudad, también la segunda consciencia en la que el hombre
se percibe como objeto. Así que, la cultura
del artificio está posibilitando la conformación de la objetivación de la
persona individual y de sus articulaciones. En este espacio la zona de la sentimentalidad, el
sentimiento de cercanía, del valor no simbólico, fundado en sí mismo, se
desvanece y a cambio el movimiento de las unidades vivientes es dirigido a gran
distancia. (Ernst Jünger).
Una única maniobra en el
cuadro que los dirige conecta las articulaciones de la vida moderna –una red
dotada de amplias ramificaciones y de múltiples venas– a la corriente de los
lenguajes digitales. La Gran ciudad
es el ámbito donde prevalecen las relaciones inconexas de las sociedades de
masas, el lujo, el dinero y el poder. Además, la objetividad de las
articulaciones posibilita que el hombre responda a los requerimientos del Gran Poder. Estas ramificaciones y
múltiples venas se entrelazan con el orden técnico en sí, con ese gran espejo
donde se revela con máxima claridad la objetivación de nuestra vida y que se
halla impermeabilizado de manera especial contra el acoso del dolor. La técnica es nuestro uniforme. (Jünger).
Desde esta perspectiva
podemos percibir como el “carácter de
confort de la técnica” se entrelaza con “un carácter instrumental de poder”. Es decir, de dominio, de
control, de coacción, de vigilancia, de dolor y de miedo. Un carácter que porta
en sí, el rostro de la barbarie y de la muerte. La técnica y la razón se
convierten en algo cruel. En esta
época el poder no solo se relaciona con el saber, sino también con la técnica y
la muerte.
Por tanto, en el espacio y
el tiempo donde prevalece la racionalidad, la técnica y el poder, “hay quien se
enfrenta a lo místico –y al misterio—sobre la base de la racionalidad. Su
racionalidad es cuestionable –dijo Imre Kertész. Pero ¿qué es lo místico? Se
pregunta el escritor. La totalidad universal que no es abarcable con el
lenguaje, el gran curso inamovible detrás de los fenómenos, el gran
acontecimiento oculto en las honduras de los acontecimientos, tal vez nuestra
propia vida en sí, de la cual estamos excluidos debido al individuo y la
racionalidad.
Una de las formas más
desalentadoras de la racionalidad: la racionalidad histórica, la que limita y
se limita a la historia. La mera razón, la árida llanura de lo “objetivo”; y la
mera razón nunca es, en el fondo, razón, sino más bien defensa, síntoma de la
incapacidad de emprender la aventura espiritual, rechazo. La –mera-
racionalidad es carácter, como lo es la irracionalidad, la erotomanía o la
cesaromanía. (Kertész)
La aventura del espíritu
no afluye a quienes permanecen inmersos en los espejismos de la razón, del
dinero, del poder o, de la técnica. La crueldad de la razón se percibe en la
cotidianidad del mundo actual: la práctica política, la economía, la ciencia o,
los instrumentos técnicos para la guerra. La razón adolece de pulcritud
espiritual; de ahí que sus hijos son pobres de espíritu. Porque no se hallan a
la altura del poder que afluye a ellos. Son incapaz de penetrar en la profunda
noche, en “la noche del mundo inconsciente de las pulsiones”, donde “Freud
introdujo audazmente la mirada” (en palabras de Thomas Mann). Así que, el
espíritu afluye al creador y como “el poema establece marcas que no son
alcanzadas en la vida. Semejantes a la capa de ozono, los misterios otorgan a
la vida protección contra un ardor demasiado vivo. La visión directa de la
belleza despojaría de lenguaje al espíritu, amenazaría con la muerte al cuerpo”
(dijo Jünger).
Es algo evidente en la
actualidad que somos pobres de espíritu e incapaz de crear grandes obras como
Thomas Mann, Goethe, Milton, Tolstoi, Cervantes, García Márquez; que son
espejos para que el hombre y la humanidad se miren y se conozcan a sí mismos.
Observamos en el presente-ahora que el ethos
de la técnica (su forma común de vida, su costumbre, su conducta), se entrelaza
al espíritu de la crueldad y de la barbarie. Esto se expresa en las armas para
la guerra. También en las Plataformas Digitales, Internet, redes sociales o,
los medios de comunicación de masas. Pero todavía somos capaces de ver las
pérdidas; aún sentimos la aniquilación del valor, la superficialización y la
simplificación del mundo. (Jünger).
Aunque la zona donde se
ubica la sentimentalidad esté siendo atacada por el mundo heroico o cultual, el
dinero bancario o el poder político, los valores que dieron forma y sentido a
la Época Moderna y, a la cultura occidental, todavía están vivos. Observamos en
las Grandes ciudades como se
defienden los valores de la Ilustración –el “estatus” de la persona individual, el “sujeto”, los derechos
fundamentales, la justicia social, la libertad individual, de hablar, de
escribir, de pensar, la democracia, etc. Somos conscientes que devienen
valoraciones nuevas, pero no impiden que bebamos del pozo de los pensadores,
del arte o la poesía. Eso que nos posibilita dignificar la vida humana.
Observamos como las
generaciones nuevas son hijos e hijas de la cultura
del artificio. Donde la revolución de los medios de información, la
informática, las redes sociales, Internet, hacen que sean nativos del mundo
digitalizado. Pero no hay que olvidar que, el ser humano tiene un resto
misterioso y divino, que la técnica es incapaz de disolver. Humberto Eco afirmó
que, “toda tentativa de averiguar el sentido último conduce al absurdo y le
arrebata su misterio al mundo”.
El desarrollo de los procesos
científicos y la técnica, sólo se sitúan en la fina capa que los cubre. La
fuente del destino que administra Mímir,
está cerrada para el mundo técnico y el colectivo técnico. Aunque se crea que
se está evaporando la substancia de la Edad Moderna, es decir, la edad copernicana,
por el primado de la civilización del artificio, sus valores hay que buscarlos
incluso por debajo de la moral y la política.
¿Somos parte del mundo que
profetizó Nietzsche, sólo como voluntad de poder y nada más? Este mundo es la voluntad de poder - ¡y nada
más! Y también ustedes mismos son esa voluntad de poder - ¡nada más!
En Carta sobre el <<Humanismo>>, Heidegger afirma: el ser
está pensado como realidad absoluta; y comprendido como voluntad incondicionada
que se quiere a sí misma. Y dice que en la voluntad se esconde también el ser
como voluntad de poder. (Heidegger). Que la voluntad contiene tres
esferas la del saber, la del amor y el querer. En esas esferas se devela el Ser,
el pensar y el lenguaje. También los elementos que componen la condición humana:
la vida, la natalidad, la mortalidad, la mundanidad, la pluralidad y la Tierra.
(Hannah Arendt).
Es interesante observar
que la subjetivación del valorar se objetiva en el Estado técnico absoluto, y
lo valorado sólo es admitido como mero objeto del Estado, del poder, la
ideología y la política. Porque en el Estado totalitario todo se politiza.
Heidegger piensa que, aquello que es algo en su ser (su esencia), no se agota
en su carácter de objeto y mucho menos cuando esa objetividad tiene carácter de
valor. Para Heidegger, lo que es en su esencia, se piensa desde la verdad del Ser.
Aun lo ente no es su ser, porque la objetivación del valor no lo permite en su
quehacer.
Se trata de pensar el
humanismo no desde la objetivación de la subjetividad o de las cosas, sino en
el claro del Ser cuando se refiere a sí mismo. Heidegger omite la acción –es decir, la pluralidad, la
política, las relaciones sociales, la tolerancia, la diversidad entre los
hombres y mujeres y, el nacimiento de los seres humanos- y, así prioriza la
vecindad, la escucha y el silencio del habitar en la proximidad del Ser.
La necesidad de objetivar
el mundo y su realidad y, también la vida humana, proviene de la voluntad de
poder. Del querer como voluntad de dominio, de coacción o de negación. Se trata
de arrebatar al Estado técnico absoluto, al poder, la ideología y la política,
la individualidad diluida en la Historia. Mediante la libertad que le es
propicia, despertar la capacidad de asombro, la imaginación y someter al mundo
que lo tiene sometido. La objetivación limita, determina el libre albedrío y la
autonomía de la voluntad, en nombre de la disciplina o la homogenización. En
este mundo hasta el lenguaje se objetiva y se vacía de sus contenidos
espirituales.
Así que, la tarea del
intelectual y del creador, aquí-ahora, consiste, en demoler con la reflexión,
la imaginación y la creación, la superficie objetiva, metálica, de la voluntad
de poder y de saber. Kertész corrobora lo dicho desde el umbral de la
pseudocultura y la enfermedad intelectual: “La enfermedad intelectual de la
época es el objetivismo, algo así como una pseudoobjetividad. La pseudocultura
no se adquiere: se nace pseudoculto. Podríamos decir que la pseudocultura es
una cuestión de inteligencia o, mejor dicho, de falta de inteligencia”.
(Kertész).
Se trata de quitarles el
vestido para que develen su esencia y el sujeto (el intelectual o el creador)
vuelvan a ocupar el lugar del que fueron expulsados. Abraham Flexner: “El mundo
ha sido siempre un lugar triste y confuso”; y, por otra parte, el mecanismo es
tan complejo y perfecto como a la vez cuestionable: “convierte a los hombres en
esclavos. Y los esclavos son imprevisibles, alevosos y proclives a la
violencia. Resulta imposible calcular cuándo estallarán estas características”
(Kertész).
Aquí se desvela lo que
oculta el Estado técnico absoluto y el Gran
Poder: el sentido “oculto” del capital financiero nacional e internacional,
de las empresas y las fábricas transnacionales, los grupos de inversión, los
lenguajes digitales, de la industria cultural, la industria militar, de la
religión, los mitos, las narraciones, los discursos, que los legitiman ante los
ciudadanos. Que en su quehacer posibilita la “estabilidad” del Sistema; pero a
la vez el dominio y el control sobre el hombre y las humanidades históricas.
Se trata que el pensar
futuro no sólo guie a los hombres a la proximidad del Ser, sino también que sus
reflexiones posibiliten la libertad, la seguridad de las personas, la
pluralidad y la autonomía de la voluntad. Que lo importante no se encuentra
sólo en la tecnología y lo científico, la estadística y la numerificación, sino
también en el tejido del Ser o, el devenir de la historia.
Que el pensar futuro
posibilite en su cultura, la capacidad de pensar, de juicio y de acción de los
individuos y colectivos. Que contribuya a la inclusión del individuo y los
colectivos sociales, en la vida mental, espiritual, política o moral de la
sociedad. Eso que se define como condición humana: la libertad, la dignidad del
hombre, la justicia, los valores morales, la ética y la estética del ser
humano.
Madrid-España a 13/01/2023