jueves, 8 de agosto de 2019

REFLEXIÓN SOBRE EL TOTALITARISMO EN EL MUNDO MODERNO


 



           
      A todos los judíos y minorías étnicas que murieron en los campos de                                                                                            concentración.



Antonio Mercado Flórez


Ante la crisis de la política y la filosofía de la historia, Hannah Arendt cree que es necesario percibir los valores del ser humano: la vida, el amor, el dolor, la libertad, la fraternidad, ya que hacen parte de la esfera política y la historia. De ahí que se pregunte, ¿Cómo es posible vivir en el mundo, amar al prójimo –o incluso tú mismo- y no aceptas quién eres? El totalitarismo es un fenómeno histórico y político de principal importancia, así se convierte en objeto de reflexión filosófica. Pone en la esfera social, el protagonismo de las masas; el surgimiento de un nuevo sujeto histórico y su relación con las élites. De ahí que porte en sí unos rasgos que lo determinan: en él todo se presenta como político -el orden jurídico, el económico, la esfera científico-técnica, la educación o la cultura. En el totalitarismo todas las cosas se vuelven públicas. Para comprender su fenómeno en la sociedad, hay que hacerlo en su cultura.

Además, la experiencia en que se funda el totalitarismo es la soledad. Porque ésta brota en la ausencia de las demás personas; la soledad es ausencia de identidad, porque ésta se manifiesta en relación con los demás. La soledad que caracteriza a la vida humana encuentra en la política totalitaria su complemento en el aislamiento. Con el totalitarismo empieza para el hombre una nueva etapa de soledad, porque <<padece cada vez más a causa de la sociedad; también esta empieza a desmoronarse>>. En fin, lo que <<desea la persona individual es liberarse>>.

Así, el totalitarismo tiene como objeto destruir la vida privada e incrementar el desarraigo del hombre respecto al mundo, ya que anula el sentido de pertenencia a éste. De ahí que profundiza la experiencia de la soledad. Exalta el individualismo gregario que <<comprime los unos contra los otros, y cada uno está absolutamente aislado de los demás>>. Se convierte en una característica fundamental de organizar a las masas. Lo que caracteriza a las masas es, ser puro número, mera agregación de personas incapaces de integrarse en ninguna organización basada en el término común: <<Las masas […] carecen de esa clase especifica de diferenciación que se expresa en objetivos limitados y obtenibles>>.

Ahora bien, ¿De qué instrumentos se sirve el poder totalitario? La mentira, la ignominia, la delación, el odio, la discriminación, el miedo, la xenofobia, el racismo, la inseguridad, la violencia, la guerra y la falta de novedad. Entonces, ¿Cuál es la lógica profunda del totalitarismo? Posibilitar pensar tales dimensiones como efectos. Si se accede a ellas se revela el mal radical; el mal absoluto que invade la totalidad de la vida humana. En el totalitarismo el catálogo de las cosas posibles está siempre ahí –para que una posibilidad salga a escena es preciso que se la acepte. En él todo puede ser destruido, todo es posible. Como dijo David Rousset: <<Los hombres normales no saben que todo es posible>>. Así que: <<El totalitarismo deja a la persona singular en la estacada>>.

El totalitarismo aísla a las personas para que se incapaciten para actuar, las sume en un vacío existencial, un desgarramiento de la voluntad, de pensamiento, de fuerza y de poder. Por eso <<busca no la dominación despótica sobre los hombres, sino un sistema en que los hombres sean superfluos>>. Busca un hombre solo, aislado, insolidario, desprotegido, sustituible, vacío, gregario, numerificado u objetivado. Que responda a la norma, la ley, el orden, la publicidad, la ideología, el sistema, la estructura, los ideales del Estado fascista. Se centra en la superficialidad de los actos humanos, sin conexión alguna con la profundidad de sus motivaciones.

En el totalitarismo no existe la individualidad, ni el proyecto común, ni el telos plural. Porque estas acepciones necesitan de la esfera social, esto es, de las relaciones políticas, económicas, sociales o culturales. Que en el totalitarismo el ser humano es incapaz de alcanzar, porque todo está mediado por el Estado, las instituciones, la ideología, la masa, que niega los principios de la Ilustración: la libertad, la solidaridad, la fraternidad y la otredad. Por eso, el totalitarismo se contrapone al Estado democrático Social de Derecho. Él representa la estructura y la función del Estado Total.

En el totalitarismo <<el hombre del montón es un hombre de la masa, y la característica principal del hombre-masa no es la brutalidad ni el atraso, sino su aislamiento y su falta de relaciones sociales>>. El poder no consiste en la instrumentalización de la voluntad plural o social, para alcanzar unos fines determinados, sino en la formación de una voluntad común orientada al entendimiento. Una voluntad que pone en el centro de las relaciones comunitarias al dialogo. 

En una sociedad democrática <<el poder se deriva de la capacidad de actuar en común>>. También en la voluntad de dialogar en común. <<El poder surge allí donde las personas se juntan y actúan concertadamente>>. La política en tanto que disciplina contiene en su telos un fin práctico: la conducción de una vida buena y justa en la esfera social.

Hannah Arendt dice:<<La dominación totalitaria como un hecho establecido, que en su carácter sin precedentes no se puede aprehender mediante las categorías habituales del pensamiento político y cuyos <<crimines>> no se pueden juzgar según las normas de la moral tradicional ni castigar mediante la estructura legal de nuestra civilización, rompió la continuidad de la historia de Occidente [...] La ruptura de nuestra tradición es hoy un hecho consumado>>. 

Sabemos que <<la ruptura nació de un caos de incertidumbres masivas en la escena política y de opiniones masivas en la esfera espiritual, que los movimientos totalitarios, merced al terror y la ideología, hicieron cristalizar en una nueva forma de gobierno y dominación>>. La ruptura se manifiesta en la historia de Occidente como catástrofe. Catástrofe de la cultura y la civilización, las categorías políticas, la moral y la ética, el orden jurídico de la civilización occidental, consuman la ruptura con nuestra tradición.

 <<El hecho real de la dominación totalitaria va mucho más allá de las ideas más radicales o más aventuradas>> de los pensadores modernos, como Marx, Kierkegaard o Nietzsche. Ellos <<desafiaron las premisas básicas de la religión, del pensamiento político y de la metafísica tradicionales>>; sin embargo, no ocasionaron la ruptura en nuestra historia. <<La dominación totalitaria como un hecho establecido […] rompió la continuidad de la historia de Occidente>>. 

Rompe con la tradición del pensamiento político occidental y las normas de la moral, la cultura y la civilización. El propio hecho marca la división entre la época moderna y la estructura del siglo XX. <<Que llegó a la existencia a través de la cadena de catástrofes ocasionadas por la Primera Guerra Mundial>>. El totalitarismo no sólo rompe con <<el hilo de la continuidad de la historia, sino también con la autoridad y las creencias del pasado>>.

Ni Marx, ni Kierkegaard, ni Nietzsche; que se rebelan contra la tradición no son responsables <<de la estructura y las condiciones del siglo XX>>. Además de ser un juicio irresponsable, injusto y peligroso, no responde a la realidad histórica. La grandeza de ellos consiste en que <<percibieron su mundo como un ámbito invadido por nuevos problemas e incertidumbres que nuestra tradición de pensamiento era incapaz de enfrentar>>. Sin embargo, rompen el orden de las cosas, los valores y los rasgos que nos identifican como cultura y civilización.

Según Arendt, el nazismo no debe nada a ninguna parte de la tradición occidental, sea germana o no, sea católica o protestante, sea cristiana, griega o romana. Nos gusten más o menos Tomás de Aquino, Maquiavelo, Lutero, Kant, Hegel o Nietzsche […], lo cierto es que ninguno de ellos tiene la más mínima responsabilidad por lo ocurrido en los campos de exterminio. En términos ideológicos, el nazismo comienza sin ninguna base en la tradición, y convendría tomar conciencia del peligro que entraña esta negación de toda tradición, que fue el rasgo principal del nazismo desde su comienzo. 

Arendt cree que el nazismo no tiene ningún basamento en la tradición del espíritu alemán ni europeo. <<Las propias atrocidades del régimen nazi deberían habernos puesto sobre aviso de que aquí nos enfrentamos a algo inexplicable incluso en relación con los peores períodos de la historia. Y es que nunca antes ni en la historia antigua ni en la medieval ni en la moderna, se había desarrollado semejante programa explícito de destrucción, jamás dicha destrucción se había ejecutado mediante un proceso altamente organizado, burocratizado y sistematizado>>. 

<<Muchos signos premonitorios anunciaban la catástrofe que amenazaba la cultura europea desde hacía más de un siglo, y que Marx previó, aunque no la describió correctamente, en sus famosas palabras sobre la disyuntiva entre socialismo y barbarie>>. Una catástrofe que no sólo destruyó las obras más insignes del espíritu europeo, la tradición y la cultura, sino que <<se hizo visible en forma de la más violenta de la destructividad jamás experimentada por las naciones europeas. En ese momento, el nihilismo cambió de significado>>. 

El nazismo se basa en <<la embriaguez de la destrucción como experiencia real, cayó en el estúpido sueño de producir el vacío. La devastadora experiencia se reforzó enormemente en la posguerra, cuando la inflación y el desempleo arrojaron a la misma generación de la guerra a la situación opuesta de completo desamparo y pasividad en el marco de una sociedad aparentemente normal>>. 

Además, existen varias causas para el surgimiento del nazismo, entre otras, el Estado-nación, que había sido el símbolo del pueblo alemán, ya no representaba a ese pueblo, se había vuelto incapaz de salvaguardar la seguridad interna o externa. Que los pueblos europeos habían sobrepasado la organización de sus Estados nacionales y no respondían a las expectativas de esos Estados. A la disgregación de los Estados nacionales, los nazis responden con la mentira y el odio, basados <<en la complicidad en el crimen y regida por una burocracia de gásteres. Se trataba de una respuesta con la que los desclasados podían simpatizar>>.  

Si los pueblos europeos creyeron las mentiras de los nazis, fue porque <<las mentiras de estos aludían a ciertas verdades fundamentales […] Pero al menos esos pueblos han aprendido una gran lección: ninguna de las antiguas fuerzas que produjeron el Maelstrom de vacío es tan terrible como la nueva fuerza surgida del propio Maelstrom, cuyo propósito es organizar a los pueblos de acuerdo con la ley de esta corriente trituradora –que es la destrucción en sí misma>>. 

 <<Los nacionalistas de todo pelaje y los predicadores del odio>>, en la historia reciente de Occidente, han sido colaboracionistas del fascismo. Y estas acciones han quedado registradas y <<probadas a ojos de poblaciones enteras>>. Ahora, con el desmembramiento del Estado-nación y lo que simbolizaba para los europeos, la lucha contra el fascismo se convierte en <<piedra angular>>, para la consecución de la libertad. 

Europa <<bajo la opresión nazi no sólo no han reaprendido el significado de la libertad, sino que además han recuperado el significado por sí mismos y el apetito por la responsabilidad>>. Además, la resistencia y los diferentes sectores de la sociedad que hicieron frente al nazismo, abogan por una Europa federativa y Estados federados, porque el <<Estado centralista, está abocado a volverse totalitario>>.

De igual forma las exigencias económicas, sociales o culturales, son de importancia para todas las sociedades que componen los Estados de Europa. <<Todos quieren un cambio en el sistema económico, control de la riqueza, nacionalizaciones y propiedad pública de los recursos básicos y las grandes industrias>>. Políticas que de una u otra forma se llevan a cabo en Europa de posguerra con el Keynesianismo. De ahí que los franceses en boca de Louis Saillant digan, no deseamos <<una reedición de algún programa socialista o de otro tipo>>, les importa principalmente <<la defensa de esa dignidad humana por la que los hombres de la resistencia combatieron y se sacrificaron>>. 

En mi texto Sobre el dolor, el sufrimiento y la muerte, expreso que, después de la Segunda Guerra Mundial, Europa y la civilización occidental, vivió una época de prosperidad y seguridad relativa. El Estado de Bienestar en Europa posibilitó que gran parte de la población tuviera una vida digna. Se extendió la cobertura de la educación, la saludad universal y la asistencia social a gran parte de la población. De esa forma, el dolor, el sufrimiento, la discriminación y la inseguridad, fueron trasladados a la periferia de los barrios de la gran ciudad. Ahora bien, los problemas fundamentales del ser humano que componen el tejido vivo de la existencia no se tocaron ni resolvieron. Además, ¿qué tipo de felicidad, de bienestar espiritual o material trajo el Estado de Bienestar?

Los problemas que surgen como productos intelectuales del estado particular de las tecnologías de su tiempo, de las relaciones de propiedad y, por tanto, de las relaciones sociales permanecen sin resolver. Es más, los conceptos fundamentales del hombre –la justicia y la injusticia, lo bueno y lo malo, la dicha y la desdicha, la percepción estética de la realidad, la moral y la ética, como los propósitos de la existencia-, nos acompañan como preguntas sin resolver. 

Desde hace cuatro décadas se vienen implementando políticas neoliberales que han desmontado el Estado de Bienestar. Posibilitando la quiebra de los valores heredados, el hilo de tradición, la pobreza, el desempleo, el desamparo, la privatización del Estado y el Modelo de Desarrollo del capitalismo global. Este Modelo de Desarrollo trajo políticas de austeridad extensivas, de recortes en educación, salud y bienestar social, que degradan la dignidad del ser humano.

Detrás de las políticas neoliberales, se esconden mecanismos de poder y de dominio que responden a los intereses del capital bancario, de las empresas multinacionales y del poder político, y a los requerimientos de las élites que gobiernan el mundo. Estos son los cimientos donde descansan las políticas populistas, el nacionalismo-neofascista, que actualmente recorre las calles y los campos de Europa, Estados Unidos y Latinoamérica.