EL HOMBRE Y SUS ATRIBUTOS
Antonio
Mercado Flórez. Filósofo y Pensador.
Madrid-España a
09/09/2024
Palabras clave: Hombre, Cultura del artificio, tiempo,
Ser, lenguaje, poder y barbarie.
El hombre moderno por estar inmerso en el devenir del tiempo que camina, fluye, se escurre, se desliza y uniformiza, el tiempo de las manecillas del reloj que marcan las horas del trabajo y del descanso, del tiempo abstracto que se relaciona con el de la Cultura del artificio: la revolución de la información y las comunicaciones en Internet: Google, Apple, Facebook, Amazon, Microsoft, X y sus algoritmos adictivos. El hombre masa y de cultura de masas el de los ritmos de la vida cotidiana, no es consciente que responden a intereses políticos, económicos, culturales, técnicos de selectas minorías que gobiernan el mundo como multinacionales.
Éste
ha olvidado que existe el tiempo natural que “aparece como una rueda y habla de
los ciclos del tiempo y de su retorno periódico. Para el primero es un poder
que avanza, que progresa; para el segundo, un poder que retorna. Ambas
cualidades son inmanentes al tiempo, pero es muy diferente que percibamos la
una o la otra, que seamos interpelados por la primera o por la segunda”. (Ernst
Jünger). De ahí que el tiempo natural es un tiempo cíclico. “También son
distintas, pues hay horas cotidianas y horas festivas. Hay ortos y hay ocasos,
hay mareas altas y mareas bajas, constelaciones y culminaciones”.
En
cambio, “el tiempo que avanza, que progresa, no se mide por ciclos y rondas,
sino por escalas graduadas; es el tiempo uniforme. En él los contenidos pasan a
segundo plano. A cambio, el tiempo mismo adquiere más peso. En el retorno lo
importante es el inicio; en el progreso, la meta”. (Jünger). Ahora vivimos en
el tiempo de las máquinas y la velocidad, de las imágenes gráficas en
movimiento, de la publicidad, del consumo y las necesidades artificiales, del
lujo y las redes sociales.
Vivimos
el tiempo de la Gran ciudad donde se
habla la lengua de la Civilización actual,
la lengua del progreso, “que tiene una ligazón más íntima que la que posee la Kultur y que aquella es capaz de hablar
en las grandes urbes su lenguaje natural”. De ahí que dan al mundo y su
realidad, a la historia y al presente-actual, a las personas y las sociedades
modernas, unos umbrales y modos de percibir, de ser y existir en el mundo.
Por
este estado de cosas, estamos olvidando que sólo el hombre está implicado en el
destino de la existencia y no sólo a narrar historias naturales e historias
humanas sobre su constitución y su actividad, tampoco se puede pensar la
existencia como una especie especifica en medio de las otras especies de seres
vivos. Que el hombre y su condición humana no son ajenos a la
política, la economía, las libertades (de expresión, de conocimiento, de
pensar, de criticar, de escribir, juzgar, etc.). Tampoco a sus derechos
políticos, sociales, económicos, culturales y humanos. Por eso el hombre es
todos los hombres y cada uno de los mortales.
Así
que, somos hijos de la época que vivimos y debemos ser gratos y generosos con
quien la compartimos. El mundo, las personas, las comunidades, no son un bien
de entes individuales, ni de gremios, ni de grupos de presión o partidos
políticos. El ser humano como ser lingüístico, sensitivo, racional y simbólico,
rompe la lógica del poder, las disciplinas y las cocciones mentales, corporales
e intelectivas. Que el Gran Poder
establece en las redes sociales, el Estado y sus instituciones públicas o
privadas.
De
ahí que la existencia de la persona individual tenga muchas cosas que ofrecer
que trascienden al individuo egoísta, posesivo, manipulador, mentiroso,
violento, discriminador, en las cosas del poder, del saber y el buen vivir en
comunidad. Esto nos enseña que en la existencia más allá de la necesidad que
interrelaciona la causa y el efecto, de consumir y ser convertido en
existencia, que Oswald Spengler llamó lógica
del espacio; hay otra necesidad vital, la orgánica del sino –lógica del tiempo-,
un hecho de profunda certidumbre interior, un hecho que llena el pensamiento
mitológico, religioso y artístico, un hecho que constituye el ser y núcleo de
toda la historia. La historia universal es nuestra imagen del mundo, no la
imagen de la “humanidad”.
Por
eso la esencia del hombre no la define ser racional o el conocimiento; un ser
que trasmite información del entorno en que vive y es capaz de vivir en
sociedad. Capaz de construir tejidos sociales, o hablar sobre cosas
intangibles: mitos, fabulas, narraciones, religiones, y asumirlas como
verdades. Sino por la esencia que lo determina, el logos (el pensar y el lenguaje). Que posibilitan la capacidad de
reflexionar y juzgar, el mundo y la sociedad donde vivimos.
El hombre no es un número,
una cosa entre las cosas como lo concibe el capitalismo y el sistema
neoliberal; ser hombre pertenece a la cualidad del Ser y el existir. Por eso es
capaz de trascender o, destruir, lo establecido como verdad por la lógica del
poder y del saber.
Las
narrativas del devenir de la historia y del acontecer actual, casi siempre
ocultan que el mundo y su fundamento son ficciones creadas por los seres
humanos para darle permanencia y estabilidad a lo creado. De esta manera,
trasciende la relación causa-efecto, el “caos” del mundo y de la vida. Además,
pues, la realidad efectiva de la existencia, no es, según Heidegger “mundo”. Es
la apariencia de éste, todas las cosas se revelan al hombre en sus formas
aparentes. No son la verdadera “realidad”, sino fugaces imágenes que residen en
el Ser y el existir. Es decir, en el pensar, el hombre, la verdad, lo
intemporal y el lenguaje.
Walter
Benjamín pensó que los animales, las cosas y las plantas carecen de “voz” y su
lengua es un profundo lamento. Por
eso cuando Dios crea al hombre le insufla: Vida,
Espíritu y Lengua. Entonces, la
lengua del hombre comunica los contenidos espirituales que le corresponden.
Pero, al “corromperse” el lenguaje cae en la charla maligna y no comunica el espíritu lingüístico de éste. Sino
algo que se ubica por encima o por debajo de las corrientes espirituales que
comunica: la economía, la política, la técnica, la ciencia, la publicidad, lo
efímero, o la voluntad de poder.
Así el “mundo” se muestra en
las diversas formas aparentes de los entes, es decir, de las cosas; y no en la
estela del Ser, del pensar y el lenguaje. De ahí que el lenguaje como voluntad
de poder oculte tras de sí, relaciones de fuerza, de sentidos, de dominio y de
poder.
Asimismo,
en la palabra “entorno” se agolpa pujante todo lo enigmático del ser vivo.
Así se deduce que el lenguaje no es “medio” ni “signo” ni “significado”,
no lo podemos pensar a partir de su carácter de signo y tal vez ni siquiera de
su carácter de significado. (Heidegger). Por eso el entorno se
le presenta al hombre caótico, gris, contradictorio y enigmático. Heidegger
propone que lo observemos en el umbral del claro del ser, es decir, desde la
verdad del ser: el único que es “mundo”. El que aclara que es ente y que ser.
Esa aclaración se lleva a cabo en el ámbito del lenguaje. Así el ser se aclara
y se oculta en el lenguaje. La naturaleza del hombre es esencialmente
lingüística, tiene “voz” y se expresa en “palabras”.
En
este orden, ¿qué es el Hombre? “El hombre consiste en ser más que el mero
hombre como ser vivo dotado de razón.
El “más” significa: de modo más originario y, por ende, de modo más esencial en
su esencia” Los atributos de éste son más que el mero ser dotado de
razón, de alma y de espíritu, porque trasciende los límites del cuerpo y de la
subjetividad. “El hombre no es el señor de lo ente. El hombre es el pastor del
Ser”. Ni en su origen ni como fenómeno originario es el señor de lo
existente.
Así
que, el hombre es el que cuida el Ser en su morada: el lenguaje. En este ámbito
el hombre no pierde nada, sino que gana, gana la dignidad de ser llamado por el
Ser a ser su pastor: que guarda su verdad. El hombre es el ente entre los entes
que mora en la proximidad del Ser. Adviene al ser arrojado en el claro en el
que devela la verdad del Ser. “El hombre es el vecino del Ser”. El que lo
guarda en su morada: el lenguaje. El que escucha el lamento de la lengua de las
cosas y la transforma en palabras, en juegos de palabras, que las conduce a las
viviendas donde moran las Musas y los Dioses. El hombre entreteje el mundo y la
vida de palabras, para ofrecérselas al Otro, a los pueblos y sus generaciones
históricas como presentes Divino, cargados de amor, gratitud y belleza, a los
que moran en la Tierra.
Asimismo,
el hombre es lo que es, Daseyn (ser-hombre-en-el-mundo), que
protege la verdad del Ser. Heidegger se opone a lo que dice el Génesis: “Dios crea el mundo para el
hombre”. Aquí el pensar de Heidegger subsume al teológico o mesiánico en el del
griego tardío. El ser humano en sentido histórico no es dador de nombres, ni
reina en el mundo de lo existente (de las plantas, los animales, los ríos, los
mares, etc.). Sino el que se expresa y se configura en la verdad del Ser. Los
umbrales en los que se manifiesta la esencia del hombre son: el hombre es el
vecino del Ser, uno; y el otro, el hombre es el pastor del Ser. En fin, la
esencia de la verdad del Ser se relaciona con la esencia del hombre en el
pensar; como el lenguaje es la casa del
Ser.
Se
trata de liberar el lenguaje de las ataduras de la filología, la gramática, la
política, la economía, y, ganar un “orden” esencial y originario reservado al
pensar y el poetizar. Así mismo, también liberar el lenguaje de la teorización
y de la técnica del pensar; para que advenga la verdad del Ser y la esencia del
hombre. Es decir, deje de ser instrumento, medio de comunicación. Porque el
lenguaje como medio, oscurece la esencia del Ser y del hombre. El Ser se
esconde detrás del medio que comunica, como lo hace en la voluntad de poder.
En este orden, el logos (la palabra, el discurso) abandonan la casa del Ser, y se
ubica en su habitad material -los medios de comunicación de masas, las imágenes
en movimiento, las redes sociales, Internet, Facebook, Google, WhatsApp, X,
Instagram, Inteligencia Artificial, etc. Ahora, si se utiliza el lenguaje solo
como medio de comunicación, se falsifica su cualidad y el ser humano lo
convierte en instrumento de poder, de coacción, de exclusión o, de dominio.
Porque ocultan la verdad del ser, la esencia del hombre y los movimientos del
pensamiento. Ahora se observa en el nacional populismo y las extrema derecha
que incentivan el odio, el racismo, la xenofobia, la exclusión, la
discriminación y así alcanzar beneficios políticos, económicos o culturales,
con noticias falsas, vacías y sin sentido histórico ni político. Utilizan el
lenguaje como instrumento político de polarización, de enfrentamiento, de odio
y de muerte.
Entonces,
el lenguaje no está a la altura de los verdaderos requerimientos del hombre.
Que se refieren a las necesidades morales, espirituales, intelectuales,
culturales, éticas y materiales. Como consecuencia, este ámbito diluye el
tejido vivo de la existencia; ya que el lenguaje se sitúa en su parte material
donde prevalece la abstracción sobre la realidad, las mentiras del poder y los
poderosos sobre la verdad. Además, el lenguaje no sólo aclara y oculta el
advenimiento del Ser; también el es,
la existencia, ambigua, contradictoria, multifocal, infinita e insondable del
hombre.
Como
Umberto Eco afirmó en uno de sus ensayos, “que toda tentativa de averiguar el
sentido último conduce al absurdo y le arrebata su misterio al mundo”. De ahí que el arte, la poesía, la pintura,
la escultura, la novela, la música o, la religión, etc., permitan la
trascendencia del tejido vivo de la existencia. O, en otros términos, el
encuentro de todos y cada uno de nosotros, consigo mismo o, con Dios
En
este orden se pregunta Hannah Arendt, ¿cuál es la facultad peculiar de todos
los objetos culturales? “La de captar
nuestra atención y conmovernos”. Por eso, la Estética es la madre de la Ética.
Ahora,
¿en qué consiste la humanidad del hombre? “Es el humanismo que piensa al ser
humano desde la vecindad del Ser. Pero, lo que está en juego no es el hombre,
sino la esencia histórica del hombre. Que en su origen procede de la verdad del
Ser”. Por eso, Heidegger define al ser como él mismo. Es lo que
tiene que aprender a experimentar y a decir el pensar futuro. “El Ser no es ni
Dios ni un fundamento del mundo. El Ser “es” el mismo”. En
Heidegger, el Ser está más próximo al hombre que Dios o, al entorno que lo
rodea. Para él Dios no es el origen del hombre como fenómeno originario: ni
creador del Hombre.
Así
que, lo que le interesa no es el hombre en cuanto tal, sino la historia
esencial del hombre. Historia que se puede representar, decir, leer,
interpretar o pensar, en la esencia del Ser. Por tanto, la representación de lo
ente por el hombre se refiere a la verdad del Ser. Aquí Heidegger deja abierta
la pregunta por el Ser. Pero también aparca al hombre que sufre, que siente angustia,
dolor, miedo u odio, por la esencia que lo constituye. Al hombre que, en su
dimensión divina, pero humana va al encuentro de sí mismo o de Dios.
Ahora
bien, ¿qué está en juego en la humanidad del hombre? El hombre en el horizonte
del Ser, también su existencia. Por eso es el arte y el pensar lo que puede
salvar en esta alta civilización técnica donde prevalece la oscura barbarie:
La barbarie de la experiencia, que entregamos
por unas pocas monedas de lo actual; la barbarie del lenguaje, que exalta la
noticia y la banalidad; la barbarie de la Civilización
del artificio, que prioriza lo fugaz sobre lo inefable y eterno; la
barbarie de la muerte, que pierde el aura
de lo mítico y sagrado y oculta su rostro a lo colectivo y se pone la máscara
de lo privado y comercial; la barbarie del desarrollo de las armas
convencionales y atómicas; la barbarie de la Inteligencia Artificial generativa
que sustituirá o acabará con la humanidad en pocos espacios de tiempo; la
barbarie de la violencia y la guerra que destruyen lo mejor del hombre que se
relaciona con el milagro del lenguaje e inducen a olvidar que hasta ahora la
humanidad y ese milagro han sido indivisibles; la barbarie que cayó sobre la
amistad, la confianza, el respeto, la fraternidad o, el amor, que despiertan la
capacidad de asombro, la sentimentalidad o, las cualidades meditativas de
hombre.
De
ahí que George Steiner dice:
“La historia reciente y la
ruptura de comunicación entre enemigos y generaciones muestran de manera
inquietante lo que significa esa disminución de humanidad”. Y esto en el mundo moderno es una forma
de barbarie.