jueves, 20 de noviembre de 2025

 

 

 

                                   Imágenes sobre el <Humanismo> en la Época Moderna

 “Fragmentos sobre el texto que acabo de escribir en relación a Carta sobre el <Humanismo> de Martin Heidegger”.

                                                                 Madrid-España a 19/11/2025

 

Antonio Mercado Flórez. Filósofo y Pensador.

En la historia de la cultura occidental (en la obra de arte o la literatura, por ejemplo), podemos percibir como lo arcaico se oculta en los pliegues del vestido de lo moderno. “No porque las formas arcaicas parecen ejercer en el presente una fascinación particular, sino porque la clave de lo moderno está oculta en lo inmemorial y lo prehistórico”.  Así, lo inmemorial se convierte en espejo de la modernidad, que refleja en claro oscuro las figuras de lo primitivo del presente-ahora, que da forma al rostro de la modernidad. En su defecto, “la vanguardia que se extravió en el tiempo, sigue a lo primitivo y arcaico”. En otros términos, “la vía de acceso al presente tiene la forma de una arqueología”.

Hay que tener presente que el hombre inmerso en la velocidad y lo efímero o, en la algarabía de los lenguajes digitales, es decir, en la Cultura del artificio; tal vez den la razón a Heidegger cuando dice: “El lenguaje reclama el justo silencio en lugar de una expresión precipitada.” Y prosigue: “Quizás sea más adecuado elevarse a la verdad del ser y mostrarla como aquello que hay que pensar”.   Si se eleva a la altura de los términos, se sustrae al hecho de opinar y suponer. Así, lo que prevalece en la actualidad es la opinión sobre los hechos.

Somos parte de una época donde predomina la degradación del lenguaje y de los movimientos del pensamiento. Entonces, el espíritu vive inmerso en los flujos de la información rápida e inmediata de la Cultura del artificio, y todos los días por la importancia de las imágenes sobre las palabras, se degrada la verdad del ser y la esencia de existir. En consecuencia, asistimos a marcha forzada a dar prioridad al Gran Poder, y en su defecto, a las imágenes sobre las palabras y a la opinión sobre la reflexión. De ahí que en la actualidad las reflexiones del pensar se encuentran en dique seco.

También somos contemporáneos de una indigencia espiritual que repercute en la cultura y la condición humana; y esto es sumamente grave para los valores fundamentales del hombre y su cultura. Porque la civilización actual no sólo desintegra la cultura y sus “monumentos duraderos” (las obras de arte, los edificios, la música, la poesía, la novela, etc.), sino que esta desintegración se convirtió en “un valor”, es decir, “un bien social que puede ponerse en circulación y convertirse en dinero a cambio de todo tipo de valores, sociales e individuales”- al decir de Hannah Arendt.

En otras palabras, los objetos culturales se banalizan y se convierten en valor de uso, de cambio y de consumo; y, pierden la “facultad de captar nuestra atención y conmovernos”. En este orden, se degradan los valores culturales frente a la capacidad de comprender e interpretar la existencia y el mundo. Ámbito que niega el principio que, el sentido de la vida no es inmanente a la historia; sino trascendente a ella.

Ahora bien, ¿es el umbral de la verdad del ser un espacio sin salida? ¿es el elemento donde la libertad conserva su esencia? ¿de qué modo podemos volver a dar sentido al humanismo? ¿ha perdido el humanismo la cualidad que proviene de los griegos y romanos, judíos y cristianos? Heidegger dice que se trata de ver el humanismo desde el umbral histórico más antiguo, que hasta el momento no ha proporcionado la historiografía, y tampoco el historicismo. La palabra “humanun” remite a humanitas, es decir, a la esencia del hombre.

Por tanto, su cualidad consiste en ser humano, no anti-humano; devolverle un sentido al humanismo, que sólo puede significar redefinir el sentido de la palabra. Cree que esto exige, por una parte, experimentar de modo más inicial la esencia del hombre, y mostrar en qué medida esa esencia se torna destino a su modo. En él la esencia se revela en el camino del ser. Éste posibilita el acontecer en cuanto existente en su verdad. Además, el hombre es guardián del ser. La palabra humanismo significa la esencia del hombre es esencial para la verdad del ser.

Sin la esencia del hombre se oculta el ser; entonces, el lenguaje sería incapaz de dar sentido al mundo, a la historia y a la realidad.

Heidegger pregunta, ¿se puede seguir llamando “humanismo” a este “humanismo” que se declara en contra de todos los humanismos existentes hasta la fecha, que al tiempo no se alza como portavoz de lo inhumano? ¿seguimos nadando en compañía de las corrientes reinantes, que se encuentran ahogadas por el subjetivismo metafísico y sumidas en el olvido del ser? A la vista de esa humanitas más esencial del homo humanus se abre la posibilidad de devolverle a la palabra humanismo un sentido histórico más antiguo que el sentido que historiográficamente se considera más antiguo.

 Si la historia no está apremiada en esa dirección, se podría despertar una reflexión que no sólo piense al hombre, sino también la “naturaleza” del hombre, y no sólo la naturaleza, sino de modo más inicial todavía, la dimensión esencial del hombre, determinada desde el ser mismo.   

Recordemos que está hablando después de la Segunda Guerra Mundial, donde la humanidad del hombre se degradó y se desgarró por completo. Y en su lugar invita a reflexionar la naturaleza del hombre, de modo más inicial, esto es, el hombre determinado por el ser. Es decir, que en la historia universal encuentre su lugar. Sabemos que la experiencia del siglo XX desgarró el humanismo que heredamos en la historia de Occidente, el de la razón clásica, el humanismo cristiano y renacentista. Humanismos que no estuvieron a la altura para contener la barbarie.

Heidegger olvida que son las condiciones morales, espirituales, subjetivas e históricas, las que dan sentido al humanismo. Y, no ubicarlo como hace él, en la verdad del ser, la esencia del hombre y el lenguaje. Lo que aquí hace es darle prioridad al ser en sí, a la esencia del pensar y del lenguaje, sobre el hombre concreto de carne y hueso con sus generaciones históricas. Estos tres presupuestos de Heidegger, prevalecen sobre el ser humano que tiene esperanza, sufre, ama, odia y va al encuentro de sí y del otro, para reconocerse a sí mismo como hombre.

Sabemos que la negación del “sujeto” atenta contra el sentimiento, el espíritu y el alma. Y, niega los presupuestos del humanismo o, estar en el mundo y exaltar el en sí del ser humano.

Las monstruosidades en la historia de la cultura occidental, no en modo fecundas son para el Humanismo. Además, un mundo lleno de atrocidades, dolor, odios, sufrimientos, violencia y guerras, infunde temor en las almas de los hombres, para alcanzar el sentido de lo humano. Thomas Mann nos recuerda que, “la piedad, el respeto, el decoro espiritual, la religiosidad, sólo son posibles en el hombre y por el hombre dentro del marco terrenal y humano. Su fruto debiera ser, puede ser y será un humanismo con ribetes religiosos, inspirado por el sentimiento del secreto trascendente del hombre, por la orgullosa consciencia que el hombre tiene de ser algo más que un fenómeno biológico.

 De estar ligado por una parte esencial de su ser a un mundo espiritual, de que la noción de lo absoluto le ha sido dada con las ideas de Verdad, de Libertad, de Justicia, de que le ha sido impuesto el deber de ir en busca de la perfección. En ese patetismo, en esa obligación, en esa veneración del hombre por sí mismo descubre a Dios. Pero soy incapaz de encontrarle en cien millones de vías lácteas”.

Es, además, preocupante y abominable cómo el humanismo en el mundo actual, se reemplaza por la técnica, la ciencia, la Inteligencia Artificial, el dinero o, el poder. Por la técnica que no responde a las necesidades materiales y espirituales del hombre. De ahí que la ciencia no sea enemiga del humanismo, sino que ésta debe responder a los requerimientos humanos. Es imposible calificar de diabólicos los temas y objetos de la ciencia sin que la acusación alcance a la ciencia misma.

Que la técnica sustituya el antropocentrismo en esta época de masas y de cultura de masas, no es una mera evidencia, sino que ataca al humanismo. Lo que preocupa es que, la ciencia, la técnica, la estadística, sustituyan la Libertad, la Verdad o la Justicia en los asuntos humanos. Lo que llama la atención en las utopías de nuestro siglo es que se presentan con el estilo de la ciencia y son pesimistas. No hay en ellas magia; con la técnica basta. En Huxley y Orwell, “el avance del cálculo y de su aplicación práctica hace imparable la transformación de la sociedad en puras cifras o números”.

 Así que, el avance de la ciencia y de la técnica sustituyen todo rasgo de Humanismo, de Justicia y de Trascendencia. De ahí que se instrumentalizan en nombre del Gran Poder. Y, en consecuencia, el planeta adquirió un aura nueva, una epidermis más sensible.

El famoso elogio de la ciencia contenido en el “Ensayo sobre Bacon” de Thomas Macaulay, escrito en 1837, reza así:

“[La ciencia] prolongó la vida; mitigó el dolor; extinguió enfermedades; aumentó la fertilidad de los suelos; dio nuevas seguridades al marino; suministró nuevas armas al guerrero; unió grandes ríos y estuarios con puentes de formas desconocida para nuestros padres; guio el rayo desde los cielos a la tierra haciéndolo inocuo; iluminó la noche con el esplendor del día; extendió el alcance de la visión humana; multiplicó la fuerza de los músculos humanos; aceleró el movimiento; anuló las distancias; facilitó el intercambio y la correspondencia de acciones amistosas, el despacho de todos los negocios.

Y permitió al hombre descender a las profundidades del mar; remontarse en el aire; penetrar con seguridad con los mefíticos recovecos de la tierra; recorrer países en vehículos que se mueven en caballos; cruzar el océano en barco que avanzan a diez nudos por hora contra el viento. Estos son sólo una parte de sus frutos, y se trata de sus primeros frutos, pues la ciencia es una filosofía que nunca reposa, que nunca llega a su fin, que nunca es perfecta. Su ley es el progreso.

La exaltación que hace el positivismo científico de Auguste Comte, el cientificismo filosófico de Claude Bernard, la evolución de las especies de Charles Darwin, Charles Sanders Pierce, el historicismo de Hegel con la autorrealización del espíritu, el materialismo científico de Karl Marx, expresan confianza en el despliegue de los hechos y la historia. Ahora miramos con desconcertada ironía todas estas cosas”.

El avance de la ciencia, la técnica y el cálculo en la vida humana, tiene que ver con profundas necesidades psicológicas, espirituales, morales, históricas y materiales. Pero en esta alta civilización técnica y de masas, la idea de Progreso está seriamente cuestionada porque en los siglos XIX y XX, vimos el desarrollo de las ciencias positivas, pero no el deterioro de las sociedades y la naturaleza. En la actualidad observamos la polución en las grandes ciudades, la arquitectura sin alma, la contaminación de los mares y los ríos, el cambio climático como consecuencia del progreso y la técnica en los asuntos humanos.

Desde otro umbral, el reconocimiento de la ciencia, del arte y del humanismo, también viene de Abraham Flexner, pedagogo estadounidense. En una conferencia que tituló La Utilidad de los Conocimientos Inútiles de octubre de 1939, dijo: “¿No es curioso que en un mundo saturado de odios irracionales que amenazan a la civilización misma algunos hombres y mujeres –viejos y jóvenes- se alejen por completo o parcialmente de la tormentosa vida cotidiana para entregarse al cultivo de la belleza, a la extensión del conocimiento, a la cura de las enfermedades, al alivio de los que sufren, como si los fanáticos no se dedicaran al mismo tiempo a difundir dolor, fealdad y sufrimiento?

El mundo ha sido siempre un lugar triste y confuso; sin embargo, poetas, artistas y científicos han ignorado los factores que habrían supuesto su parálisis de haberlos tenido en cuenta. Desde un punto de vista práctico, la vida intelectual y espiritual es, en la superficie, una forma inútil de actividad que los hombres se permiten porque con ella obtienen mayor satisfacción de la que pueden conseguir de otro modo. Mi pretensión es ocuparme hasta qué punto la búsqueda de estas satisfacciones inútiles se revela inesperadamente como la fuente de la que deriva una utilidad insospechada.

Un gran número de jóvenes se dedica a los estudios seguidos por sus padres y los dirige al estudio, igualmente importante y no menos urgente, de los problemas sociales, económicos y gubernamentales. No me quejo de esta tendencia. El mundo en el que vivimos es el único que nuestros sentidos pueden atestiguar. A menos que se construya un mundo mejor, un mundo más justo, millones de personas continuaran yendo a la tumba silenciosas, afligidas, llenas de amargura. Nuestras escuelas deberían prestar mayor atención al mundo en el que sus alumnos y estudiantes están destinados a vivir.

Podemos considerar esta cuestión desde dos puntos de vista: el científico, el humanístico o, espiritual. De una cosa podían estar seguros, teniendo presente los trabajos de Heinrich Hertz y Clerk Maxwell, de que habían realizado su trabajo sin pensar en la utilidad y de que a lo largo de la historia de la ciencia la mayoría de descubrimientos realmente importantes que al final se han probado beneficiosos para la humanidad se debían a hombres y mujeres que no se guiaron por el afán de ser útiles sino meramente por el deseo de satisfacer su curiosidad.

La curiosidad que puede conducir o no a algo útil es probablemente la característica más destacada del pensamiento moderno. No se trata de algo nuevo se remonta a Galileo, Bacon y sir Isaac Newton, y hay que darle total libertad. Las instituciones científicas deberían entregarse al cultivo de la curiosidad. Cuanto menos se desvíen por consideraciones de utilidad inmediata, tanto más probable será que contribuyan al bienestar humano y a otra cosa asimismo importante: a la satisfacción del interés intelectual, que se ha convertido en la pasión hegemónica de la vida intelectual de los tiempos modernos”.

Ojalá fuera capaz de dar una argumentación cargada de promesas en este mundo, que se deshace como hongos podridos en la boca. “Ya no es posible”, observaba Eliot, “hallar consuelo en tinieblas proféticas”. Las “apremiantes necesidades de una situación crítica”, que se refiere Eliot, se han hecho más evidentes en la actualidad.

Nos sentimos enredados constantemente en una urdimbre de crisis que nos flagela”.

                                                                    George Steiner.