Antonio Mercado Flórez. Filósofo y Pensador.
En
el ensayo Sobre el dolor, escrito en
1934, Ernst Jünger exalta una nueva escala de valores, reza así. “Ya hoy
podríamos decir ciertamente que el mundo de la persona singular que se complace
a sí misma y se inculpa a sí misma es un mundo situado a nuestras espaldas y
que las valoraciones de ese mundo, aunque aún muy difundidas, han sido
derrotadas en todos los puntos decisivos o han quedado rebatidas por sus
propias consecuencias. No faltan esfuerzos tendentes a ganar un mundo en que
tengan vigencias valoraciones nuevas y más poderosas”. Un aspecto sobresaliente
del ámbito técnico-científico consiste en que convierte al ser humano, en
elemento fundamental del mundo que configura. Porque transforma la existencia
en un campo de batalla.
Cada instante, cada hora,
cada día, el hombre es atravesado, superado, tiranizado, conformado y objetivado, por ondas y corrientes de
energías.
Con
respecto al uso instrumental de la técnica y la economía del poder, no hay duda
que, “el cuerpo humano se asemeja a una fortaleza que está siendo conquistada
trazo a trazo. No cabe duda de que el cerebro está siendo atacado –si se tiene
éxito en ese punto habría sido ocupada la ciudadela”. Cabe observar en este
ámbito, que el mundo que se configura a la vuelta de la esquina, responderá
sólo y absolutamente sólo, a los requerimientos de los procesos y a la técnica,
a la economía dineraria y la voluntad de poder.
Esto
supone dejar tras de sí las referencias imaginativas, las formas de la
sensibilidad, los contenidos de la experiencia y los saberes, que heredamos de
la cultura del “logos” clásico. Y el
hombre emprende una aventura solo y ligero de equipaje, al encuentro de los
espejismos que ofrecen los instrumentos del artificio; entonces distante y frío
se aleja de los sentimientos y valores compartidos.
Un mundo ha quedado atrás, y ahora
prevalece el de la Gran ciudad. El de
las maquinaciones malvadas donde se entrelaza la objetización de la vida y los
instrumentos técnicos con la nueva voluntad de poder. El hombre individual
entonces se distancia del misterio de los Dioses
y las Musas, y entrega su existencia
a órdenes de valores que lo trasciende. A poderes, por ejemplo, “en los que
celebra sus triunfos una muerte mecánica cuyo dominio no conoce límites”.
Creo,
en todo caso, que los espejismos de los instrumentos técnicos y el ejercicio de
la voluntad de poder, “jamás conseguirían arrebatarnos el verdadero fondo a que
nosotros nos aferramos, más aún, no podrían hacernos dudar ni por un instante
de la confianza que hemos cobrado en ello”. Parece que camináramos a tientas,
guiados por nuestras abstracciones; de ahí la necesidad de trabajar en el
interior del ser humano.
Ahora
bien, ¿qué es lo sorprendente del Zeitgeist,
el Espíritu del Tiempo que vivimos? En lo que respecta al lenguaje, las
imágenes y los lenguajes digitales, se dotan de credibilidad y están poco a
poco sustituyendo las palabras. Sus efectos son más fuertes que el sentido de
las palabras; ya que las imágenes sustituyen a la realidad. Y estas
transformaciones en el orden de la existencia, ruptura y diluye la memoria
histórica, verbal, las identidades y la conciencia étnico-lingüística. El
mercado, por ejemplo, a través de la publicidad crea falsas necesidades que se
vinculan al logro de exigencias ineludibles, y terminan cumpliendo funciones
adaptativas. Por lo cual, el valor de las cosas se distorsiona. El sentido o el
valor de uso no es lo que importa de las cosas, sino el valor de cambio.
A
estas reflexiones hay que añadir que en el siglo XIX y XX, “aumenta en una
cantidad y ritmo hasta entonces desconocido el número de las cosas vaciadas, pues el progreso técnico deja
constantemente fuera de circulación nuevos objetos de uso”. Dentro del Sistema
Global las imágenes y los lenguajes digitales, adquieren tanta fuerza, que
incitan a “la circulación de nuevos objetos de uso”. Es decir, la “función”
reemplaza el “sentido”. De ahí que las imágenes que ofrece el marketing falsean
las verdaderas necesidades humanas. El mercado por medio de la publicidad
entrecruza el ámbito psicológico y el virtual. Por eso el mundo de las
imágenes, es un mundo que se descompone velozmente, rápidamente se hace
necesario erigir uno nuevo y contrapuesto al anterior. Por lo rápido como
aparecen y lo veloz como que se alejan, apenas dejan tiempo para diferenciar lo
que “es al parecer” de lo que “es”.
Ahora
bien, ¿dónde encontramos los vestigios del mundo en el que el hombre se inculpa
a sí mismo y se complace a sí mismo? ¿o mejor, los valores que lo fundamentan?
¿por qué la Gramática de la vida se
despojó del sentido que le corresponde en esta alta civilización técnica?
¿ocupa acaso la técnica el lugar que le pertenece a la interrogación? Nos
hacemos estas preguntas porque en la actualidad, la importancia de la
tecnología, del dinero, del mercado, del poder y el armamentismo, ha
contribuido sobremanera a degradar la dignidad humana. Esas cualidades que dan
vida; que pueden transformar lo físico y material en espiritual; lo transitorio
en atemporal; el sin sentido en sentido; es lo que está en juego en esta alta
civilización abstracta. Son valores que se sitúan más allá de la ley de
causalidad, del tiempo físico y cronológico; porque pertenecen al ámbito de lo
sagrado y eterno.
Por
eso el lenguaje de la tecnología y los instrumentos de poder, o los “centros de
mando”, tratan de utilizarlos y manipularlos al servicio de los poderosos. Pero
olvidan que aún en medio de la desesperanza, la violencia, el hambre, el
sufrimiento, la guerra o la muerte, se reencarnan en el corazón de los
humillados y despojados, como hace la Lechuza
de Minerva al anochecer. Y su luz brilla como una constelación de estrellas
en el firmamento; y nos revela que existe algo en lo más profundo del ser
humano, que es inexpugnable. Son valores que no dependen de la autoridad, el
conocimiento, el status; valores que
no son inmanentes a la historia, sino trascendentes a ella. Son los que
dignifican la existencia, que beben de la fuente del Ser, o de la lengua del Altísimo
y Todopoderoso. Son ellos los que levantan al hombre sobre sus propias
inmundicias y lo ponen a la altura de las Musas.
En
un mundo donde los países desarrollados incrementan el desarrollo
armamentístico, las bombas de racimos, las guerras, la mina quiebra patas, los
desplazamientos, las migraciones forzadas, la violencia en los países en
desarrollo, las especulaciones financieras, la quiebra del sistema financiero
internacional, la pobreza, las enfermedades, las pandemias y la muerte; ningún
ser humano puede ser indiferente con lo que sucede. Este espejo en el que nos
miramos, le importa lo que “hacemos”, por qué lo “hacemos”, y lo qué “somos”.
Pero existen personas que la riqueza, la fama, la raza, la nación, la política,
el poder, no son lo fundamental en su existencia; esas personas se sitúan en el
ámbito de la ética racional libertaria o cristiana o en las esferas de la sabiduría.
En
todo caso, el materialismo, el hedonismo o el egoísmo, no determina sus vidas;
y se preguntan, ¿somos justos? ¿tenemos compasión por el Otro? ¿por qué cuando
el ser humano se despoja de la máscara, luminoso como una estrella aparece el
rostro de la jovialidad? Porque saben que lo mejor del hombre está en el
interior de sí mismo. Saben que ahí se gesta la falta de ilusión sobre la
época; lo bárbaro, lo injusto, el dolor, el miedo, la inseguridad, o la muerte,
es lo característico; como también configura el “espíritu destructivo” que caracteriza nuestro tiempo.
Por
la velocidad de la vida cotidiana en la Gran
ciudad, lo fugaz y veloz con que se presentan las cosas, no somos
conscientes de la importancia de los valores espirituales. De lo que mora en el
interior de todos y de cada uno de nosotros; aquello que dignifica la
existencia humana. Que somos portadores de valores y virtudes perennes, que
representan lo mejor de la existencia individual o colectiva. Son los que
posibilitan en cuanto ser espiritual y racional, tender a lo que deberíamos
ser. Que el ser humano es capaz de aspirar a lo justo, lo bello y lo bueno,
como pensó Platón.
Así
que, son los valores que posibilitan percibir el grado de dignidad humana. Sí
la frialdad del mundo tecnológico borra las huellas del “aura” de las cosas, o destruye el interior del ser humano, la vida
dejaría de ser la sensibilidad “mediante el cual Dios realiza sus bodas con la
vida despierta y embriagada” –al decir de Thomas Mann. Por eso los valores
espirituales dan vida, vida en abundancia, ya que representan lo mejor y eterno
del hombre.
En
las sociedades contemporáneas los seres humanos han olvidado que la Gramática de la vida, es una forma de
educación. Un sistema pedagógico que da cuenta de la dimensión de la condición
humana. Nos recuerda que todo lo que existe, es un constructo del espíritu del
hombre. Jünger lo corrobora al decir que, “en tiempos de Kant, el ser humano
giraba alrededor del conocimiento; mientras hoy giramos alrededor del ser, el
destino y el carácter”. Estas son categorías esencialmente lingüísticas y
espirituales.
Si
la Gramática de la vida es una forma
de sistema pedagógico, posibilita precisar la condición humana y ahondar en el
autoconocimiento del hombre. Su escala de valores no es piramidal –excluyente y
autoritaria–, sino horizontal –libertaria y solidaria–. En esto consiste el
verdadero sentido de humanidad. Un lugar donde el hombre con valentía y tesón alcanza
la categoría de persona.
En
la civilización que vivimos escuchamos un susurro a lo lejos que dice: debes
educarte en el significado de las palabras y los actos humanos, para comprender
las ideas y el mundo que te ha tocado vivir; debes educarte para construir
valores universales y atemporales propios; debes educarte para desarrollar la
sensibilidad hacia todo lo que tiene valor real; debes educarte para despertar
en ti aficiones que te capaciten para utilizar con inteligencia el tiempo
libre; debes educarte en la práctica de las virtudes, que permiten alcanzar la
sabiduría y actuar conforme a ella. Porque el mundo materialista y el “logos” del artificio, necesita una
educación libertaria y democrática;
educación en el espíritu de las humanidades, que nos hará libres. Este sistema
pedagógico se basa en tres categorías: la teología, el arte y la filosofía.
Con
relación al arte, Jünger expresa una idea sugerente. “El tema de la persona
singular sometida a una batida va ocupando de hecho un espacio cada vez mayor
en el arte. Es natural que este tema resalte de manera especial en la
descripción del ser humano que corresponde realizar al teatro y al cine y, ante
todo a la novela. Vemos realmente cómo está cambiando la perspectiva, la
descripción de la sociedad que progresa o se descompone va dejando paso a la
confrontación de la persona singular con el colectivo técnico y con el mundo
peculiar de ese colectivo. Penetrando en profundidades, el autor mismo se
convierte en un emboscado; la palabra autoría
es solo otro nombre para decir independencia”.
Podemos
observar evidentemente que, en las sociedades de masas, la crítica al mundo
técnico y al colectivo de ese mundo, proviene de las mentes despiertas y
sensibles, con lo que respecta al destino del hombre. Reconocer, por ejemplo,
el papel que desempeña el intelectual y el creador, en la realidad de la
experiencia que vivimos. “Todos y cada uno de nosotros nos encontramos hoy en
una situación de coacción, y los intentos de conjurarla se asemejan a
experimentos audaces, a experimentos de los cuales depende un destino mayor”.
En
este orden, se vislumbra que, sobre los hombros del hombre actual, cae un peso
histórico, una responsabilidad moral que no lo excluye de su responsabilidad
ética. En esta alta civilización técnica y científica, observamos cómo los
instrumentos técnicos y el automatismo invaden la vida intelectual o práctica
de las personas; convirtiéndose en algo preocupante para la cultura occidental
reciente. Y, en particular, para los requerimientos del espíritu en su dynamis creadora.
El
Progreso, la técnica, el poder político
y económico, han posibilitado “ciudades cada vez más artificiales,
comunicaciones automáticas, guerras entre naciones y guerras civiles, cárceles,
asechanzas sutiles –todas esas cosas han ido recibiendo un nombre geográfico y
ocupan día y noche al ser humano”. Se trata de develar que las mutaciones en el
orden de la existencia, el lugar donde mejor se captan, es en el lenguaje. Se
percibe que el hierro está al rojo vivo y a punto de quemar los últimos hilos
que nos unen al mundo de nuestros mayores y a los lenguajes heredados. Todo
dependerá de las estrategias, las fintas y las percepciones, que tengamos del
mundo que habitamos.
Con
relación a la esfera de la Religión nos recuerda George Steiner, que su
entroncamiento con la filosofía y el lenguaje, es fundamental para desvelar el
enigma de la naturaleza humana y el misterio de la trascendencia divina. Expresa
Steiner: “pienso, una vez más, que rechazar las dimensiones metafísicas o
religiosas del razonamiento no es inevitablemente un mérito, ya que hablar de
los orígenes y la condición del lenguaje es hablar del hombre”.
La
experiencia histórica demuestra que la religión está en el pálpito de la
cultura occidental. Y negar su influencia en el saber y la experiencia, es un
exabrupto. Ahora bien, ¿cuál es la tarea del teólogo en esta alta civilización
tecnológica y abstracta? Hacer vislumbrar al ser humano cuáles son las cosas de
que está despojado, aun en la mejor de sus situaciones, y cuáles son las cosas
poderosas que en él se hallan latentes. Entonces, ¿quién es el teólogo en un
mundo de espejismos artificiales como el nuestro? El que conoce allende de la
economía inferior la ciencia de la abundancia, el enigma de las fuentes
eternas, las cuales son inagotables y están siempre cerca.
El
teólogo es el sapiente, el que porta en sí, la sabiduría del mundo, pero
también lo oculto allende del tiempo y los cielos estrellados. Es el que
descubre el tesoro del ser y sabe sacarlo para bien de la humanidad. Es el que
desentierra los tesoros ocultos como un acto humano para la vida, pero también
para la trascendencia. En él se encarna lo divino y lo bello que mora en el
interior de todos y cada uno de nosotros.
No
podemos olvidar que el siglo que acaba de finalizar, vivió bajo la bruma de un
clima hostil a la naturaleza humana. El problema de la animalidad política y su
repercusión en los centros vitales de la cultura occidental, de una parte; la
ligazón entre el confort técnico y la voluntad de poder, de otra; confirman que
estamos inmersos en un laberinto oscuro e inexpugnable. Esta actitud ante la
vida repercutió en el sentido de humanidad que se ha ido entregado poco a poco
a los guardianes del “statu-quo”.
Se
trata, en realidad, de develar como los instrumentos técnicos originan un nuevo
lenguaje –el “logos” del artificio,
basado en las matemáticas, el símbolo y el signo, como IAG (Inteligencia
Artificial General), capaz de desempeñar funciones específicas como en los
modelos de lenguaje y poder aprender cualquier tarea intelectual. Pero también percibir
la relación de los modelos de lenguaje artificial y el ejercicio del poder. Y,
cómo el diminuto y frágil ser humano, es obligado a enfrentarse a fuerzas que
lo trascienden.
Para
Jünger el proceso tiene dos polos –por un lado, el polo del Todo, el cual
progresa, en configuraciones cada vez mayores, a través de todas las
resistencias. Aquí está el movimiento completo, el despliegue imperial, la
seguridad total. En el otro polo vemos a la persona singular; esta es el hombre
que sufre, y que se encuentra desprotegido, y cuya inseguridad es también
total. Ambos polos se condicionan mutuamente, pues es del miedo de lo que vive
el gran despliegue del poder, y la coacción adquiere especial eficacia en
aquellos sitios donde se ha intensificado la sensibilidad.
En
este tiempo los problemas sociales, nacionales, internacionales y geoestratégicos,
como el cambio climático, la Inteligencia Artificial, las guerras entre
naciones, el Gran Poder y las selectas minorías que gobiernan el mundo, no
tienen estrategias eficaces para abordarlos y buscar soluciones. De ahí que la
inestabilidad política se aúna a la inseguridad económica y arrastra tras de sí
desigualdades e injusticia social.
El
mundo está en una situación caótica y violenta, que responde a una pluralidad
de factores geopolíticos, económicos, nacionales y culturales. La violación de
las Normas Internacionales, del Derecho Internacional Humanitario, los Derechos
Humanos, la violación de las fronteras nacionales, etc., lo confirma. Se necesitan
Estadistas con altura de miras y arrojo, para enfrentar las mentiras, las
injusticias, las desigualdades y la inseguridad del mundo y la realidad. Como también
personas formadas en el pensar y la sensibilidad con el Otro, para que se
conviertan en consciencias vivas y críticas, con lo que acaece en la
actualidad.
“Porque los únicos lamentos que se escuchan, no son los de los afligidos, excluidos, expulsados de sus territorios y masacrados, sino los de los Poderosos”.
Madrid – España a 19/01/2024