jueves, 22 de mayo de 2014

LA PINTURA Y LA FOTOGRAFIA SEGÚN WALTER BENJAMIN


Antonio Mercado Flórez

   Eduard Fuchs según Walter Benjamín, se convierte en el pionero de la consideración materialista del arte. Supera la concepción clasicista del arte, a la que todavía está supeditado, Karl Marx, Wiuckelman, Goethe: el halo de belleza, la armonía, la unidad de lo múltiple. La nueva belleza, según Fuchs, estará llena de contenido anímico-espiritual. Porque se interesa no tanto por la descomposición de la sociedad ni de la belleza en cuanto tal. Sino por el hombre solo y desprotegido que llora sobre los pañales sucios de la época. Benjamín percibe que la visión sobre la jerarquía de valores en la obra de arte, es superada por el materialismo dialéctico. Superar la concepción idealista del arte implica que la dialéctica de la historia cuyo objeto no es el de las facticidades puras, sino “el grupo contado de hilos que representan la trama de un pasado en el tejido del presente”. [1] Significa que el arte se concatena a una ciencia histórica discontinua. Es válida en la interpretación del arte de masas, el estudio de la técnica reproductiva y la interpretación de lo iconográfico [2].
Preguntemos, ¿cuál es la consideración materialista de la obra de arte? En primer término, que la técnica reproductiva abre, la significación decisiva de la reproducción. Además, permite corregir, hasta cierto punto, el proceso de cosificación que tiene lugar en la obra de arte. Dado esto, la interpretación iconográfica, tiende a un desarrollo del mirar artístico independiente de una determinada actitud y de un ideal de belleza categórico [3].
La concepción del arte de Benjamín se aleja de la que “llamamos entusiasmo por la belleza”. Porque un dialéctico de la historia y del arte no se entusiasma por la belleza, sino por la verdad, por lo que podríamos llamar “la verdad [que] está en los extremos.” La creatividad—sugiere Burckhardt—es una manifestación de fuerza desbordante. Lo eruptivo—dice Benjamín—lo inmediato, otorga a la creación artística su impronta. Por su parte, la obra de arte no sólo produce la impresión—el impulso—de quién la contempla, sino además que es una categoría implícita a la contemplación misma. De ahí que entre la percepción y el juicio, hay una diferencia que es la impresión.
El arte de hoy nos aporta cientos de realizaciones que van mucho más allá de todas las direcciones de lo que consiguió el arte renacentista. El arte del futuro tiene necesariamente que significar lo más alto—indicaba el esteta y coleccionista Eduard Fuchs. En otras palabras, un arte pletórico de energías políticas expone polémicamente las fuerzas políticas del arte de una época. Se trata de “restituir a la obra de arte su lugar en la sociedad, de la cual estaba amputada hasta el punto que el lugar en que la encontró era el mercado”, como señala Benjamín sobre Fuchs. El mercado entonces reducía la obra de arte a mercancía, lejos de su creador como quien la contempla.
No se trata de vivencias artísticas particulares, sino del modo y manera como la colectividad contempla las cosas y el mundo. De ahí que el arte de masas reciba el impulso del materialismo histórico. “El estudio del arte de masas lleva necesariamente a la reproducción de la obra artística” [4]. Así que “a cada época le corresponden técnicas reproductivas muy determinadas [que] representan la respectiva posibilidad del desarrollo técnico y son […] resultado de las necesidades de dicha época” [5]. Para el materialista dialéctico, la caricatura, por ejemplo, es un arte de masas. No hay caricatura sin difusión masiva de sus productos. Y difusión masiva significa difusión barata [6]. Así que se nos propone “un arte en cuyas creaciones concurren las fuerzas de producción y las masas para formar las imágenes del hombre histórico” [7].
Para Benjamín las transformaciones en la superestructura y en la infraestructura inciden en todos los campos de la cultura y se hacen vigentes en las condiciones de producción [8]. Así que la evolución de las tendencias del arte se concatena con las condiciones actuales de producción. Es en el decurso histórico donde se configuran las formas estéticas. Así, Benjamín sugiere que a pesar de que  la obra artística ha sido siempre susceptible de reproducción—tal como en el caso que nos ocupa—“la reproducción técnica de la obra de arte es algo nuevo que se impone en la historia” [9].
Por su parte, la litografía “posibilita poner masivamente sus productos en el mercado” [10]. A partir de aquí “en el proceso de reproducción plástica, la mano se descarga por primer vez de las incumbencias artísticas más importantes que en adelante van a concernir al ojo que mira por el objetivo. El ojo es más rápido captando que la mano dibujando” [11]. Esta inflexión estética expresa que el proceso de reproducción plástica puede ir a paso con la palabra hablada. Por otro lado, en el cine, “el operador fija las imágenes con la misma velocidad con la que el actor habla”. Así la litografía, “escondía virtualmente el periódico ilustrado y, la fotografía al cine sonoro”.
Hacía 1900 la reproducción técnica de la obra de arte ocupa un puesto específico entre los procedimientos artísticos. El arte en su concepción y formato tradicional se ve alterado por la reproducción de la obra artística y el cine. Pero en la reproducción mejor acabada—indica Benjamín—falta algo: el aquí y el ahora de la obra de arte, su existencia irrepetible en el lugar en que se encuentra [12]. Pero, ¿qué significa para la obra de arte el aquí y el ahora? Su aura. Su existencia singular que se realiza en la historia de su perduración, es decir su autenticidad. La manifestación irrepetible de una lejanía, por cercana que pueda estar.
En la fotografía, por ejemplo, se pueden resaltar aspectos del original accesible únicamente con el fin de seleccionar diversos puntos de vista, inaccesible en cambio para el ojo humano [13]. Por tanto, en la época de la reproductibilidad técnica lo que se mengua es el aura. Dado esto, la reproducción técnica no sólo remplaza el mito en la modernidad, sino que también se transforma en enemigo de la tradición y la autenticidad. La reproducción masiva ocupa el lugar de lo irrepetible. Ambos procesos conducen a una fuerte conmoción de lo trasmitido, a una modificación de la tradición que representa el reverso de la actual crisis y de la renovación de la humanidad [14].
Esta trastocación del arte de mirar se observará primero en la fotografía y luego en el cine. Éste liquida el valor de la tradición en la herencia cultural. Se da entonces un cambio en la percepción y la sensibilidad del ser humano. En la modernidad, “los medios de percibir” inciden en el “desmoronamiento del aura” y esto se concatena con las transformaciones de la colectividad humana. En la cultura de masas la imagen que tiene el hombre histórico de si y del entorno, es enteramente artificial. La cultura del artificio se corresponde con la de masas, como los aparatos técnicos al tiempo abstracto. En este halo de artificialidad el ser humano como hombre histórico se volatiza o se convierte en número.
Tanto en el mundo óptico como en el acústico, el cine ha traído una profundización en nuestra apercepción. Por eso, podemos observar “la interpretación reciproca de ciencia y arte”. De ahí que el cine y la fotografía representan las aplicaciones más útiles en la modernidad. En la fotografía el valor exhibitivo comienza a reprimir en toda la línea el valor cultual. Pero éste resiste y se refugia en “el rostro humano.” Dada esta circunstancia, “en los albores de la fotografía el retrato ocupa un valor central” [15]. Pero cuando el rostro humano se retira de la fotografía, se opone y lo supera, el valor exhibitivo al cultual. Atget, capta con la lente y retiene, las calles de París vacías de gente. Se produce entonces una modificación en la función del artista.
En el cine y la fotografía “el aura; la manifestación irrepetible de una lejanía” se retira para no volver jamás. En el cine el aura se sustituye por los mecanismos y la técnica, desaparece el aura del actor y con ella la del personaje que representa [16]. En la modernidad los instrumentos técnicos han penetrado tanto la realidad, que “el aspecto puro de ésta, libre de todo cuerpo extraño, es decir técnico, no es más que un procedimiento especial” [17]. En la fotografía o en el cine, la imagen no sólo remplaza a la palabra, sino también al cuerpo humano.
Somos parte de un mundo donde la realidad se subordina a lo artificial “y la visión técnica de la realidad inmediata” remplazó a la visión de “la realidad inmediata” y esta última “se ha convertido en una flor imposible” [18]. La fotografía se transforma en modelo del arte. La técnica más exacta puede dar a sus productos un valor mágico que una imagen pintada ya nunca poseerá para nosotros [19]. Así, Walter Benjamín se sitúa en el halo de la naturaleza que habla a la cámara como algo distinto de la que habla a los ojos. Distinto, dado que un espacio elaborado inconscientemente aparece en lugar de un espacio que el hombre ha elaborado con consciencia. En última instancia, gracias a la fotografía percibimos el inconsciente óptico [20].

BENJAMIN Y LA OBRA DE ARTE
Análisis de la obra de arte de Luis Caballero:
En este análisis sobre la obra de arte he seleccionado al pintor colombiano Luis Caballero Holguín. Su trabajo resulta pertinente, dado que nuestro tema a desarrollar es el cuerpo y su obra desarrolla en amplia medida el desnudo del cuerpo humano. Como desarrollaremos a lo largo de este apartado, existe una íntima relación entre la pintura de Caballero y las ideas de Benjamín, concretamente en relación a los principios estéticos de una obra de arte. Caballero emplea la litografía como técnica. Ésta nace a comienzo del siglo XIX, técnica en la que según Benjamín la reproducción alcanza un grado fundamentalmente nuevo. Benjamín añade que este procedimiento es mucho más preciso, porque da la posibilidad de poner el objeto de arte en nuevas figuraciones cada día. Así, la litografía capacitó al dibujo para acompañar la vida diaria.
Para Caballero la pulsión creadora es la misma que la erótica y el erotismo queda travestido de horror. La sexualidad queda sublimada hasta lo místico, donde se renuncia a todo y se destruye todo, para llegar a un momento de lucidez y divinidad. Caballero concibe que la religión, el erotismo y el arte se conviertan en caminos para alcanzar la trascendencia. En otras palabras, como mecanismos para ir más allá de los fenómenos de la vida cotidiana. Por eso, trata aspectos y valores perennes al ser humano, tales como la violencia, el amor, el sexo, el placer. Para él todos ellos van más allá de la técnica y de la reproductibilidad técnica de la obra de arte.
La obra de Caballero—según el concepto de Benjamín sobre el papel del psicoanálisis en la obra de arte—consiste en la contraposición entre el sueño y la vigilia del autor, que no tiene vigencia para la forma empírica de la conciencia del artista. Dándose en la obra de Caballero una infinita amalgama de estados de conciencia. Como sostiene Benjamín, el psicoanálisis descubrió que los dibujos misteriosos son los esquematismos del trabajo de los sueños. El tótem de los objetos lo buscan en la espesura de la prehistoria y la última caricatura de ese tótem es sin duda el kitsch, que constituye la última máscara de lo banal. Con ella nos revestimos en el sueño y en el seno de la conversación, para acoger con ello la fuerza del mundo de las cosas desaparecidas [21].
Sin duda alguna en la obra artística de Caballero se conserva el aura, que viene a ser el aquí y el ahora de obra de arte constituye el concepto de su autenticidad. La existencia singular es el emplazamiento donde se realiza la historia de su perduración. El aura en la obra artística de Caballero se percibe en los arquetipos consustanciales a la condición humana. Es decir el cuerpo, la sexualidad, el amor, la guerra y la violencia. Por tanto, en la obra de Caballero la autenticidad no es susceptible de reproducción.
Según Benjamín sólo a través de procedimientos reproductivos, técnicos, se puede diferenciar y graduar la autenticidad de la obra de arte. Por eso, podemos observar que en la autenticidad de la obra artística de Caballero se legitima el aura de su perduración—la esencia misma de su obra y la naturaleza que la constituye. Además, Benjamín afirma que hasta la más perfecta reproducción le falta algo: el aquí y el ahora de la obra de arte. Por ser Caballero un pintor original mantiene los principios estéticos de los que habla Benjamín, que son el aura como autenticidad que se opone a la reproducción técnica.
En cuanto al tema que tratamos, el cuerpo humano, podemos observar que Caballero plasma las imágenes fundamentales sobre el valor aurático de Benjamín. Entonces, ¿Dónde reside el objeto de la obra de Caballero? Sin duda en percibir a través de las imágenes estéticas y la técnica pictórica—la línea, el color, las formas, etcétera—las pulsiones libidinosas del inconsciente y expresarlas como arte. En sus cuadros la sombra adquiere un papel relevante, la mancha, la forma, los trazos, no como dato, sino como el lugar donde se entrelaza vida y obra. Piernas, penes, cuerpos torturados, amarrados, bocas abiertas en el placer o en el deseo, son las imágenes de sus obras. De ahí que la autenticidad de éstas le pertenece sólo a él, porque el aquí y ahora no pueden ser reproducidos técnicamente. La reproductibilidad técnica de la obra artística, la copia por ejemplo, jamás podrá captar el aura del cuerpo humano de la obra de Caballero. De ahí que Benjamín asegure que la reproducción manual es catalogada como falsificación, mientras que no resulta lo mismo cara a la reproducción técnica [22]. Porque el aquí y el ahora del original en la obra de Caballero, éstas constituyen y expresan el tiempo histórico de su obra.

Acerca de la  reproductibilidad técnica de la obra de arte.
Por tanto, la reproducción de una obra de arte aun teniendo presente su consistencia, en todo caso deprecia su aquí y ahora, es decir el halo de su aura. Benjamín cree que el aura sólo se puede captar a través de las imágenes, la alegoría, la melancolía y la memoria. Pero sólo se puede llevar a cabo a través de las imágenes lingüísticas y la relación entre los signos y la realidad, objeto de la filosofía del lenguaje. Por tanto, “en la época de la reproducción técnica de la obra de arte lo que se atrofia es su aura” [23]. Si reproducimos técnicamente una obra de Caballero, la luminosidad que irradia sobre la obra, oscurece su aura. Así que la técnica reproductiva desvincularía un cuadro de Caballero del ámbito de la tradición. En otros términos, lo desvincularía del aquí y ahora, de la creación del cuadro.
Por eso, la técnica no sólo remplaza al mito en modernidad, sino que también es enemiga de la tradición y el recuerdo. En este orden, la reproducción masiva ocupa el lugar de lo irrepetible. Es de anotar que dentro de los grandes espacios de tiempos históricos, las colectividades cambian el modo y manera de percepción sensorial y no es lo mismo percibir una obra de Caballero en el marco de la tradición donde se conserva el aura de la obra que hacerlo, por ejemplo, en el de la reproducción técnica de la obra. Porque la técnica tritura el aura de la obra natural. Si los medios de percibir la obra de Caballero son medios técnicos, inciden en el “desmoronamiento del aura” y según Benjamín se concatena a la transformación de las colectividades humanas. Entonces, ¿cuál es la tendencia de las sociedades de masas? Que el “desmoronamiento del aura” nos ayude, “a saber, acercar espacial y humanamente las cosas” y a “superar la singularidad” de cada cosa en la reproducción. [24]
Enmarcado en los parámetros de Benjamín, una obra de Caballero ocuparía el lugar de la imagen, mientras la reproducción de la obra, el de la técnica. En la imagen, “la singularidad y la perduración están imbricadas una en otra como lo están en la reproducción la fugacidad y la posible repetición” [25]. Desde la reproducción se le puede quitar “la envoltura a cada obra” que significa “triturar su aura.” El color, la forma, los trazos, la sombra y la mancha, que entrelazan vida y obra del pintor, perderían su aura. Si la pérdida del aura se concatena con el auge de las colectividades y la reproducción masiva, “el ámbito plástico tanto como el de la teoría” desemboca en “el aumento de la importancia de la estadística.” Por eso, en la actualidad la inflexión del tiempo abstracto tiene que ver con la conversión del hombre en número o cosa. Esto es, con relaciones de fuerza, dominio y control.

Benjamín y la Fotografía
En la época de infancia de la fotografía “objeto y técnica se corresponden nítidamente” hasta el “tiempo siguiente de decadencia.” Una época posterior posibilitó que “una óptica avanzada dispusiera pronto de instrumentos que superaron lo oscuro y que perfilaron la imagen como un espejo” [26]. Lo que decide en la fotografía es la relación del fotógrafo con su técnica. “El instrumento está a disposición tanto del fotógrafo como del pintor”, expresó Camille Recht. De ahí que un Atget, abandone el romanticismo fotográfico y aspire el aura de la realidad como agua de un navío que se va apique [27].
Se trata de hacer las cosas más próximas a nosotros mismos, de acercarlas más bien a las masas. Cada día cobra más irrecusable la necesidad de adueñarse del objeto en la proximidad más cercana, en la imagen o más bien en la copia [28]. En este orden a la imagen le corresponde la singularidad y la duración; a la copia, la fugacidad y la posible repetición [29]. Se trata de desplazar la óptica que va del academicismo, a la cultura de masas, y de éstas a las funciones sociales. Así, Benjamín abre el debate de la estética de la fotografía como arte. Un hecho social del arte como fotografía.
A principios del siglo XX, la elaboración de las técnicas reproductivas: los métodos mecánicos de reproducción son en su efecto final una técnica reproductiva. Los artistas intentan poner sus medios expresivos en correlación viva, con la vida presente. [30]. Entonces se produce una inflexión estética, la fotografía ha cogido el relevo de la pintura. Pero el verdadero rostro de la creatividad fotográfica es el anuncio y la asociación. Por eso, contra el anuncio y la asociación el desenmascaramiento y la construcción [31].

Por tanto, las diversas formas estéticas de principios del siglo XX revelan que la realidad propiamente dicha ha derivado a ser funcional. La cosificación de las relaciones humanas, por ejemplo la fábrica, no revela ya las últimas entre ellas. Por lo tanto, es un hecho que hay que construir algo artificial, fabricado [32]. Por lo cual, Benjamín invita a leer la realidad con un ligero desplazamiento de acento. La técnica, la reproducción técnica ha evolucionado tanto hasta el punto de convertirse en lenguaje universal. De ahí que las imágenes no sean simples ilustraciones, sino lo principal. <<Los efectos que ellas causan –dice Ernst Jünger- son más fuertes que las palabras. […] Las ondas, en sí carentes de lenguaje, están a disposición de cualesquiera textos o imágenes, que golpean con la virulencia de la ola al romper [33]. Por eso, en el estilo de la reproducción técnica del arte y la fotografía, no hay en ellas magia, porque con la técnica basta. 

Notas
1.     1.Walter Benjamín. Historia y Coleccionismo: Eduard Fuchs. Taurus Ediciones, S. A. 1982. P. 104.
2.   2 .  Ib. p. 105.
3.  3.   Ib. p. 105.
4.   4.   Ib. p. 132.
5.   5.   Ib. p. 132.
6.  6.  Ib. p. 133.
7.  7.    Ib. p. 134.
8.   8.  Benjamín. La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica. Taurus, 1982. P. 18.
9.   9.    Ib. p. 18.
10. Ib. p. 19.
11. Ib. p. 19.
12. Ib. p. 20.
13. Ib. p. 21.
14. Ib. p. 23.
15. Ib. p. 31.
16. Ib. p. 36.
17. Ib. p. 36.
18. Ib. p. 43.
19. Benjamín. Pequeña historia de la fotografía. Taurus Ediciones S. A. 1982. P. 18.
20. Ib. p. 67.
21. Benjamín. Kitsch. Obras II, 2, p. 231.
22. Benjamín. La Obra de arte, p. 21.
23. Ib. p. 21.
24. Ib. p. 25.
25Ib.p. 25.
26. Ib. p. 73.
27. Ib. p. 75.
28. Ib. p. 75.
29. Ib. p. 75.
30. Ib. p. 75.
31. Ib. p. 80 y 81.
32. Ib. p. 81.
33. Ernst Jünger. La Tijera. Tusquets Ediciones, 1982. P. 75.