A
mis padres y abuelos: Rafael y Cielo, Antonio e Inés
y a mi tía Lucila con Amor.
Antonio Mercado Flórez. Filósofo y Ensayista.
Hannah Arendt en el texto Entre el pasado y el futuro (Ocho ejercicios
sobre la reflexión política) nos recuerda que la actitud del griego
antiguo, liberado de las necesidades biológicas, dedica su tiempo libre al
pensar, la poesía, el arte, la política y la esfera pública. O, en otros términos,
al pensamiento, la acción y la estética. Es decir, la vida en la poli como ser libre. De ahí que se
dieran cuenta que, la estética es la madre de la ética. La esfera de la ética
es el principio de acuerdo consigo mismo. En rigor lo descubrió Sócrates, tal
como lo formuló Platón, y está en la siguiente expresión: <<Es… mejor que
muchos hombres no estén de acuerdo conmigo y me contradigan, antes de que yo,
que no soy más que uno, esté en desacuerdo conmigo mismo y me
contradiga>>. De esta frase nace la ética occidental, con su acento en el
acuerdo con su propia consciencia. (Arendt).
Es en la Crítica del juicio donde Kant lleva a
cabo un punto de inflexión a partir de la capacidad del gusto. Que sólo estaba
referido a fenómenos estéticos y considerado ajeno al campo político y al de la
razón; entonces descubre que, en los juicios estéticos, como en los políticos,
se adopta una decisión de que el mundo mismo es un dato objetivo, algo común a
todos los habitantes. (Arendt). La capacidad del gusto posibilita ver y mostrar
las cosas que pueblan al mundo, independiente de su función y utilidad. El
gusto juzga al mundo en sus apariencias y en su mundanidad (más allá del
interés privado del ser humano); para los juicios de gusto su interés se centra
en el mundo y no en el hombre y su vida privada. (Arendt). Descubrió Kant que,
en los juicios estéticos, tanto como en los políticos, se adopta una decisión.
Además, los juicios de
gusto comparten con las opiniones políticas su persuasividad; que tiene como
meta buscar un acuerdo con los demás. Que permitan persuadir por la palabra y
el gusto, como <<formas>> de la práctica política. Un ámbito donde
las persones hablan entre sí para llegar acuerdos y consensos sobre la vida
pública y el mundo en común. Arendt dice al respecto: la cultura y la política,
pues, van juntas porque no es el conocimiento o la verdad lo que en ellas está
en juego, sino más bien el juicio y la decisión, el cuerdo intercambio de
opiniones sobre la esfera de la vida pública y el mundo común. (Arendt). El
gusto como actividad de una mente cultivada –cultura animi- le quita la barbarie al mundo de lo bello porque no
se deja abrumar por ella; se preocupa de la belleza según su modo
<<personal>> y así produce una <<cultura>.
El mundo de la belleza
(obras de arte, partituras musicales, un poema, una novela, un atardecer,
etc.), se opone a la barbarie política, al odio, la mentira, las injusticias
sociales o humanas. Es un mundo que dignifica la condición humana y exalta el
Humanismo; el gusto es la capacidad política que humaniza la belleza y crea una
cultura. La belleza posibilita que el hombre despierte la imaginación, la
capacidad de asombro, de interrogación y de juicio. Es el ámbito de la vida
humana donde se devela el Humanismo: la semejanza entre los hombres.
Sabemos que el humanismo y
la cultura es de origen romano; se refiere al sentido romano de humanitas, de humanidad, a la integridad
de la persona como persona, porque en él se sacrifica el valor humano y la
categoría personal, junto con la amistad, en aras de la primacía de una verdad
absoluta. En traza de Cicerón podemos ver la exaltación que hace Arendt del humanismo
y del humanista.
En Cicerón el verdadero
humanista, ni las verdades de los científicos ni la verdad del filósofo ni la
belleza del artista pueden ser absolutos; el humanista no está especializado y ejercita
una facultad de juicio y gusto que está más allá de las acciones que cada
especialidad nos impone. Esta humanidad romana se aplicó a todos los hombres
libres en todos los sentidos, para quienes el problema de la libertad, de no
sentirse coaccionado, era decisivo, incluso en la filosofía, las ciencias y las
artes. (Arendt). Un hombre libre dice Cicerón es no estar coaccionado en su
asociación con los hombres y los objetos, ni por la verdad ni por la belleza.
El gusto de una mente de
verdad cultivada –cultura animi- que
se puede confiar en ella para que se ocupe y cuide las cosas que pueblan el
mundo cuyo criterio básico es la belleza. Este humanismo es el resultado de la cultura animi, de una actitud que sabe
cuidar, conservar y admirar las cosas del mundo. (Arendt). Una mente cultivada
se preocupa no sólo de las cosas, sino también de los seres que lo rodean y, en
especial, de los demás seres humanos. Por eso, el humanista se preocupa por la
verdad y la belleza; pero no por lo absoluto que se quiera imponer a través de
ellas.
Aquí un punto de
contradicción entre una mente que todo lo convierte en <<valor>> de
cambio y una mente que trata de ocuparse y cuidar el mundo natural y lo hecho
por el hombre. El humanista asume la tarea de arbitrar y mediar entre las
actividades puramente políticas y las de pura elaboración. (Arendt). Porque en
él no prevalece el ejercicio del poder y la función o la utilidad de las cosas,
sino el dialogo, el consenso, el acuerdo y la cualificación de la vida
personal, que eleva en libertad a la esencia del ser y el existir. En otros
términos, le interesa la cultura, el cuidado de las cosas del mundo, la
amistad, la fraternidad, la ternura que comparte entre los seres humanos, el
pensar y la búsqueda de un mundo más humano, libre y solidario.
Es de admirar que Arendt
en una civilización de alto desarrollo científico y técnico, de capitalismo
global y políticas de bloques, se preocupe por la libertad y el humanismo. Y
diga siguiendo las ideas de Cicerón: como humanistas podemos elevarnos por
encima de esos conflictos entre el hombre de Estado y el artista, como podemos
elevarnos en libertad por encima de las especialidades que debemos conocer y
buscar. Podemos estar por encima de las ideas y las acciones del filisteísmo
siempre que aprendamos ejercer nuestro gusto con libertad.
La libertad para ella no
es un Don divino ni natural al hombre, sino que se adquiere en las relaciones
que establecemos con los demás, con los seres que vivimos en comunidad y hacemos
del mundo algo común. El problema está en que el hombre entregue su libertad a
cambio de unas pocas monedas de lo actual y, cuando falten estas, quede
desvalido. El humanista, en cambio, se propone llevar adelante una lucha, una
lucha que para algunos no tiene ningún valor. El humanista posee una relación
originaria con la libertad, con el tejido del cuerpo social; de ahí que se
opone a todo automatismo, a todo autoritarismo, a todo absolutismo político,
económico, social, cultural y, a las especialidades que niegan el libre conocer
y buscar.
Si la contemplamos de ese
modo, no dejará de hacérsenos evidente el papel desempeñado por el humanista en
el conflicto entre el hombre de Estado y el artista, sino también en sus
pensamientos y la apreciación estética de la existencia y del mundo. La
realidad de estos años que estamos atravesando hacen del humanista algo
esencial para confrontar todo tipo de coacciones y determinismos que atenten
contra la libertad. Así, elevarse en libertad sobre el automatismo y el Gran Poder, significa reservarse la
decisión propia y que el gusto por el mundo y las cosas que lo pueblan, nos
ayudan a precisar nuestra condición estética y ética.
El lugar de la libertad es
diferente al de todo absolutismo o dogmatismo, porque ayuda al ser humano a
encontrarse consigo mismo y trascender los muros de contención del Gran Poder. El humanista que cree en el
ser humano y la libertad que le es propia, emprende la tarea de encontrarle
sentido a unos acontecimientos históricos, políticos, sociales, culturales, que
dejan a la vera del camino tanto sufrimiento, dolor, miedo, muerte y, se
convierte en piedra de escándalo. El hecho de que el hombre de hoy, el hombre
masa renuncie en amplia medida a la libertad, no significa que el hombre de –cultura animi- de la mente y del espíritu,
también lo haga.
Como expresó Ernst Jünger:
de ahí que hagamos bien en no perder de vista lo necesario si no queremos
entregarnos a meras ilusiones. La libertad viene a la vez que lo necesario y la nueva estructura del mundo no hará
acto de presencia hasta que la libertad no entre en relación con lo necesario.
La libertad, en cambio, aunque siempre se encubra con los ropajes propios de
cada tiempo, es inmortal.
En este caso, ¿qué pensaban los romanos que era una persona culta? La que sabe cómo elegir
compañía entre los hombres, entre las cosas, entre las ideas, tanto en el
presente como en el pasado. (Arendt).
Madrid – España – 28/02/2021