El
humanismo de la cultura animi
Antonio Mercado Flórez. Filósofo y Pensador.
Hannah Arendt en el texto, Entre el pasado y el futuro. Ocho ejercicios sobre la reflexión política, dijo: “Sabemos
que el humanismo, como la cultura es de origen romano; además, el gusto es la
capacidad política que humaniza de verdad la belleza y crea una cultura”. Se
refiere al “sentido romano de humanitas,
de la integridad de la persona como persona, porque en él se sacrifica el valor
humano y la categoría personal, junto con la amistad, en aras de la primacía de
una verdad absoluta”. Siguiendo la traza de Cicerón podemos ver la exaltación
que hace Arendt del humanismo y del humanista.
Lo que dice Cicerón es que, para el verdadero
humanista, ni las verdades de los científicos ni la verdad del filósofo ni la
belleza del artista pueden ser absolutos; el humanista, porque no está
especializado, ejercita una facultad de juicio y gusto que está más allá de las
acciones que cada especialidad nos impone. Esta humanitas romana se aplicó a todos los hombres libres en todos los
sentidos, para quienes el problema de la libertad, de no sentirse coaccionado,
era decisivo, incluso en la filosofía, las ciencias y las artes. (Arendt).
Un hombre
libre para Cicerón era no estar coaccionado en su asociación con los hombres y
los objetos, ni por la verdad ni por la belleza.
El gusto de una mente de verdad cultivada –cultura animi- que se puede confiar en
ella para que se ocupe y cuide las cosas que pueblan el mundo cuyo criterio
básico es la belleza. Este humanismo es el resultado de “la cultura animi, de una actitud que sabe
cuidar, conservar y admirar las cosas del mundo”. Una mente cultivada se
preocupa no sólo de las cosas, sino también de los seres que lo rodean y, en
especial, de los demás seres humanos. Por eso el humanista se preocupa por la
verdad y la belleza; pero no por lo absoluto que se desea imponer a través de
ellas.
He aquí un
punto de contradicción entre una mente que todo lo convierte en “valor” de
cambio y una que trata de ocuparse y cuidar el mundo natural y el mundo hecho
por el hombre.
El humanista asume la tarea de arbitrar y mediar
entre las actividades políticas y las de pura elaboración. Porque en él no
prevalece el ejercicio del poder y la función o, la utilidad, sino el dialogo,
el consenso, el acuerdo y la cualificación de la vida personal, que eleva en
libertad a la esencia del ser y el existir. Le interesa la cultura, el cuidado
de las cosas del mundo, las cosas bellas que hacen más soportable los avatares
de la existencia; así que le importa la amistad, la fraternidad, la ternura que
comparte con los otros seres humanos, el pensar y la búsqueda de un mundo más
humano, libre y solidario.
Es de admirar que Arendt, en una civilización de
alto desarrollo científico y técnico, de alto capitalismo industrial y
financiero, políticas de bloques, nacionalistas o populistas, nos oriente a
preocuparnos por la libertad y el humanismo. Y diga siguiendo las ideas de
Cicerón: “como humanistas podemos elevarnos por encima de esos conflictos entre
el hombre de Estado y el artista, podemos elevarnos en libertad por encima de
las especialidades que todos debemos conocer y buscar. Podemos estar por encima
de toda clase de especializaciones y de filisteísmo siempre que aprendamos a
ejercer nuestro gusto con libertad”. (Arendt)
La libertad para ella no es un don divino ni
natural del hombre, sino que se adquiere en las relaciones que establecemos con
los demás seres humanos, con los que vivimos en comunidad y hacemos del mundo
algo común. El problema está en que el hombre entregue su libertad a cambio de
unas pocas monedas de lo actual y, cuando falten estas, quede desvalido. El
humanista se propone llevar adelante una lucha, una lucha que para algunos no
tiene valor. El humanista posee una relación originaria con la libertad, con el
tejido del cuerpo social; de ahí que se opone a todo automatismo, al
autoritarismo, al absolutismo político, económico, social, cultural y, a las
especialidades que niegan el libre conocer y buscar.
Si contemplamos la libertad no dejará de hacerse
evidente el papel desempeñado por el humanista entre el hombre de Estado y el
artista, sino también en sus pensamientos y la apreciación estética de la
existencia y del mundo. La realidad de estos años que estamos atravesando hacen
del humanista algo esencial para confrontar todo “tipo” de coacciones,
violencias y determinismos que atenten contra la libertad. Así, elevarse en
libertad sobre el maquinismo, el automatismo, el mundo comunicado en Red y el Gran Poder, significa reservarse la
decisión propia y que el gusto por el mundo y las cosas que lo pueblan, nos
ayuden a precisar nuestra condición estética y ética.
El lugar de la libertad es diferente al del
totalitarismo, el autoritarismo o, el dogmatismo, porque ayuda al ser humano a
encontrarse consigo mismo y trascender los muros de contención del Gran Poder.
El humanista que cree en el hombre y la libertad
que le es propia, emprende la tarea de encontrarle sentido a unos
acontecimientos históricos, políticos, sociales, culturales, que dejan a la
vera del camino sufrimientos, odios, dolores, miedos, muertes y, se convierten
en piedra de escándalo. El hecho de que el hombre de hoy, el hombre masa
renuncie en amplia medida a la libertad, no significa que el hombre de –cultura animi- que cultiva la mente y el
espíritu, también lo haga.
Como expresó Ernst Jünger: “De ahí que hagamos
bien en no perder de vista lo necesario si no queremos entregarnos a meras
ilusiones. La libertad viene a la vez que
lo necesario y la nueva estructura del mundo no hará acto de presencia hasta
que la libertad no entre en relación con lo necesario. La Libertad, en cambio,
aunque siempre se encubra con los ropajes propios de cada tiempo, es inmortal”.
En la actualidad donde prevalece el materialismo,
el utilitarismo, el “valor”, el dinero, el poder, la ciencia y la técnica,
sobre el humanismo, las esferas del espíritu y la sabiduría. El humanismo
expresión de los saberes inútiles enseña que el “gusto es la capacidad política
que humaniza de verdad la belleza y crea una cultura”.
Abraham
Flexner
el famoso pedagogo estadounidense, a mediados del siglo XX dijo:
“¿No es curioso que en un mundo saturado de odios
irracionales que amenazan a la civilización misma algunos hombres y mujeres
–viejos y jóvenes- se alejen de la vida cotidiana para entregarse al cultivo de
la belleza, a la extensión del conocimiento, a la cura de las enfermedades, al
alivio de los que sufren, como si los fanáticos no se dedicaran al mismo tiempo
a difundir dolor, fealdad y sufrimiento? El mundo ha sido siempre un lugar
triste y confuso; sin embargo, poetas, artistas y científicos han ignorado los
factores que habrían supuesto su parálisis de haberlos tenido en cuenta. Desde
un punto de vista práctico, la vida intelectual y espiritual es, en la
superficie, una forma inútil de actividad que los hombres se permiten porque
con ella obtienen mayor satisfacción de la que puede conseguir de otro modo. Mi
pretensión en este artículo es ocuparme del problema de hasta qué punto la
búsqueda de esas satisfacciones inútiles se revela inesperadamente como la
fuente de la que deriva una utilidad insospechada”.
En cambio, Martín Heidegger ve el humanismo desde
otra perspectiva; en respuesta al filósofo francés Jean Beaufret, que le
formula la pregunta: ¿comment redonner un
sens au mot, Humanismo? Se traduce: ¿cómo
se le puede dar un nuevo sentido a la palabra, Humanismo? Para él existen
dos umbrales: el Humanismo ha perdido su sentido y, es importante volver a
dárselo. En Carta afirma
decisivamente lo primero, pero no ve la necesidad de lo segundo. Piensa que la
pérdida del sentido del Humanismo está ya en su naturaleza.
Que el Humanismo está ubicado en la metafísica de
la subjetividad, característica de la Edad Moderna y, es una realidad en la
actualidad. Ahora, ¿qué distingue a la metafísica de la subjetividad? El olvido
del ser por el predominio del sujeto desde donde se proyecta el ser del ente.
Por eso darle un nuevo sentido al Humanismo significa verlo desde la esencia
del ser, del hombre y del lenguaje; y no desde la percepción del hombre como
ser racional o biológico.
En Heidegger
y el Humanismo, (1990), José Luis Molinuevo expresa: Heidegger parece
centrar la consideración humanista del hombre en torno a su “dignidad”, lo que
le permitiría seguir una continuidad en la Ilustración y el Romanticismo. Y
repite que su rechazo del Humanismo no quiere significar que vaya contra ella,
o que en su propio pensamiento no pueda alcanzar la “humanitas” la verdadera
dignidad. (REVISTA ISEGORÍA/1 (1990).
Preguntamos, ¿cuál es el cometido de la humanitas?
El deseo de Heidegger es pensar y cuidar que el hombre sea humano, esto significa
Humanismo; y no inhumano, porque sería estar fuera de su esencia. El humanismo
sería la manifestación de la esencia de la humanidad. Desde la esfera del
pensar, ¿cómo se transforma el “homo”,
en “humanus”? Cuando se tiene
presente la palabra esencia, esto es, cuando se habla del ser. Es el ser el que
posibilita al hombre la cualificación de humano. Por eso el hombre se refiere
al ser, en tanto que, ser humano. La esencia del hombre deviene en la
revelación del ser al hombre. De lo contrario, el hombre sería un ente entre
los entes. Sería una cosa entre las cosas sino se reconoce la diferencia en el
ser. Lo que le permite al hombre alcanzar su esencia es el ser y no el ente
entre los entes.
Heidegger
dice:
“Humanismo es el esfuerzo para que el hombre
sea libre para su humanidad y encuentre en ello su dignidad”.
Así que, en Carta
sobre el “Humanismo”, la palabra humanismo se reflexiona desde una
multiplicidad de puntos de vista, entre otros, la temática del ser. Sobre el
ser funda la esencia del hombre y sobre ésta define al humanismo. Pensar la
esencia del obrar en el despliegue del ser, es decir, en la plenitud de su
esencia. Define al ser como lo que es.
Establece que a través del pensamiento se produce la relación del ser con el
hombre y que en el pensar el ser viene al lenguaje. Y establece: el lenguaje es la casa del ser. Aquí
instaura la relación del ser, el pensar, el lenguaje y el hombre.
Y dice:
“Por eso el
lenguaje es a un tiempo la casa del ser y la morada de la esencia del hombre”.
Heidegger advierte: hombre no es un ser viviente
que junto con otras facultades posee también el lenguaje. Más bien, es el
lenguaje la casa del ser en la que el hombre sigue morando, existe en cuanto
guardando esta verdad, pertenece a la verdad del ser. Este llamado a ser el
hombre el “pastor del ser” es
precisamente lo humano y de ahí deriva el nombre de humanismo. Se trata de la
renovación de la palabra humanismo.
Heidegger ha recibido muchas críticas sobre la Carta, que su concepción del humanismo
es in-humana; que es irracional; que niega los valores; que niega la
trascendencia; que es atea; que es nihilista. Él vuelve a definir desde su
punto de vista el sentido de lo humano; la verdad del ser; de los valores; del
ser-en-el-mundo; de la frase de Nietzsche: “Dios ha muerto” y, su concepto de
la nada. En este orden de ideas, “se está tan lleno de lógica que todo lo
repugnante a lo habitual, al opinar, se calcula como contrario, reprobable”.
Heidegger reflexiona, el pensar conduce la existencia
histórica, es decir, a la humanitas del homo humanus, al reino de la aurora de
la gracia. Con la gracia revela la iluminación de lo malo. Así mismo,
reflexiona sobre la ira, el no y el anonadamiento. Y al final del texto piensa:
¿queda por preguntar si, ciertamente, todo sí y no, no son ya existentes en la
verdad del ser, puesto que el pensar pertenece a la existencia? Una
proposición: el ser viene iluminándose, al lenguaje. Él está siempre en camino
hacia el lenguaje. Trae al lenguaje en su decir, al pensar existente de su ser.
El lenguaje mismo es elevado a la iluminación del ser. En esta proposición
observamos que, el ser deviene iluminándose al lenguaje; siempre camina hacia
él. El ser trae en su decir al lenguaje y al pensar existente de su ser. Así,
el lenguaje se eleva a la iluminación del ser.
En este caso, volviendo a Arendt:
¿Qué
pensaban los romanos que era una persona culta? La que sabe cómo elegir
compañía entre los hombres, entre las cosas, entre las ideas, tanto en el
presente como en el pasado. (Arendt). Es necesario en la
actualidad pensar y juzgar la crisis del Estado, de las instituciones, del
poder, de los partidos políticos, de la condición humana, del ser y el existir,
en su cultura.
Madrid-España a 09/04/2024