Antonio
Mercado Flórez. Filósofo y Pensador.
Sabemos
que uno de los problemas fundamentales en la actualidad es el de la libertad.
Es preocupante que sólo “una pequeña fracción de las grandes masas humanas esté
capacitada”, para responder a los retos del manejo responsable de la libertad.
Porque “las poderosas ficciones de nuestro tiempo y las amenazas que irradian
de ellas”, desean imponer la “coacción abstracta y automática”. Así, ni los “poderes
del presente” ni la libertad bastan para resistir a las potencias de las
ficciones que ofrece el mundo técnico. Por un lado, está “la reflexión, la
reflexión crítica de la actualidad, es decir, el conocimiento de que ya no
bastan los valores vigentes”; por otro, que debemos abandonar la morada de los
cíclopes expertos en trabajar el hierro e instrumentos técnicos para la guerra,
y dirigir la mirada hacia el ojo interior.
Immanuel
Kant era consciente que la libertad no se encierra en las relaciones de un
sistema. Y, Franz Rosenzweig creía que deberíamos valernos de la libertad como
un “milagro en el mundo de los fenómenos”. Pensaba que, para enfrentarnos como
hombre de carne y hueso, “al laberinto objetivante de las relaciones, el hombre
exterior al sistema teórico-práctico”, debería tener como punto de apoyo a la
libertad. Se trata desde el umbral que
ofrece la libertad, ver el sentido de los objetos y la vida con otros ojos, los
que moran en el interior del ser humano. Y quien puede verlo aquí y ahora –es
el hombre de la acción libre e independiente. El que percibe la Antigua libertad vestida con el ropaje
propio de la época. Es él quien se enfrenta a todo automatismo y contra el puro
empleo de la violencia.
Este
“tipo” de hombre con la antorcha de la palabra en la mano y la libertad, le
hace frente al mundo del Titán y al
colectivo del titanismo. Aquí y ahora -confrontar el Zeitgeist, el Espíritu del Tiempo, es hacerles frente a los
instrumentos técnicos, no sólo como ídolos, sino también a los espejismos que
irradian de las “coacciones abstractas y automáticas”. Esto puede orientar las
reflexiones del pensamiento y al individuo portador de experiencias, hacia “los
padres, hacia los órdenes que nos fueron propios, hacia los órdenes que están
más cerca del origen que nosotros”. Se trata de romper las redes de acero de
las máquinas y los instrumentos técnicos, y desgarrar el misterio que encierra
el velo del poder, y así desvelar la aureola con que se nos presentan. Y buscar
la libertad en las profundidades de las fuerzas primordiales, esas que hacen
frente a los puros poderes temporales.
De
ahí que el misterio de la vida tenga siempre abierto el acceso al interior de
las profundidades de las catatumbas, de la cripta, donde mora el lenguaje, la
imaginación y las reflexiones del pensamiento. Porque estos poderes jamás
podrán ser diluidos en las redes del puro movimiento o, en las “relaciones de
un sistema”. Esta cuestión no puede limitarse a “la conquista de puros reinos
interiores” ni limitarse sólo a “objetivos reales”. Ocurre más bien, quien ha
captado la situación mejor que todos los gobiernos y que todos los teorizantes
–dice Ernst Jünger- es el hombre sencillo, el hombre de la calle, la persona
con que nos encontramos todos los días y en todos los sitios. Esto se debe a
que continúan estando vivos en ese hombre vestigios de un saber que llega más
hondo que los lugares comunes de la actualidad. Por eso, el hombre de carne y
hueso “continúa teniendo órganos en los que está viva”, una sabiduría y una
experiencia, que trasciende los poderes temporales de los gobiernos y las
corporaciones.
Así que, cuando el hombre de la calle “intenta
averiguar dónde hay una salida, un camino para huir, se comporta de una manera
que tiene en cuenta la magnitud e inminencia de la amenaza”. Cuando desconfía
de los medios de comunicación de masas, la verborrea de los políticos, del
capital financiero internacional, de las amenazas de la crisis, se atiene a
objetos reales y al mundo donde se encuentra inmerso. Por eso, sabe distinguir
entre “lo que es al parecer”, de “lo
que es”. Sabe distinguir el oro del latón que está a la orilla del camino;
y “mirar cara a cara a la catástrofe y enfrentase al modo en que uno puede verse
envuelto en ella es algo útil en todo caso”. Porque deliberar sobre la
catástrofe, sobre las crisis de los sistemas, las materiales o espirituales, es
bueno para el espíritu; más si se hace al borde del abismo.
En
los tiempos nublados que vivimos, se trata que la persona individual de acción
libre e independiente, tome consciencia de la responsabilidad que le ha sido
otorgada. Trátese de su vida privada o pública, para que “adquiera poder y
figura una idea nueva de la libertad”. Y, de esta forma, hacerla posible en los
tiempos que vivimos, en todos los puntos de la Tierra. Así, tendríamos que
sacar al mundo nuevamente de sus goznes y hacer un giro copernicano, para que
las energías desplegadas se pongan al servicio de los hombres. Y no de una “selecta minoría” que maneja los hilos de
los “cuadros de mando” en las redes
globales. No sólo será una revolución telúrica, sino a la vez de dimensiones
cósmicas.
En
el escenario internacional, el comportamiento estratégico-político no se reduce
ya a sólo dos fuerzas, sino que, de los intersticios del espacio voluminoso del
siglo XX, fluyeron una pluralidad de fuerzas que buscan su reconocimiento en el
Orden Internacional. Por ejemplo, los países emergentes. Se trata de reconocer
en todo caso que, en la escala de valores, la libertad ocupa un lugar fundamental;
así se constituye en el problema medular de nuestro tiempo. Por eso, el
propósito de esta reflexión no se orienta a las fachadas políticas ni se agota
en sus agrupaciones o movimientos; ya que son pasajeras y en las fauces del
tiempo son como bombas de jabón. Es indistinto donde se ubique el poder; se
trata de domeñar el miedo, el sufrimiento, el dolor, y sólo se alcanza cuando
el ser humano abjura de los fantasmas que lo atormentan y se yergue desde su
interior soberano y libre, como el Cóndor
de pico de estrella y alas de fuego,
sobre las crestas de las montañas de los Andes.
En
esta alta civilización abstracta, alcanzar la libertad exige de grandes
sacrificios; “eso explica el ingente número de seres humanos que prefieren la
coacción”. Porque es más fácil delegar la libertad que asumir la
responsabilidad moral de las acciones humanas. Ahí está la iglesia, el
sindicato, el partido, el movimiento, etc., para que asuman el peso que me
corresponde en el manejo responsable de la libertad. Ernst Jünger piensa que “sólo
los hombres libres pueden hacer autentica historia. La historia es la impronta
que el hombre libre da al destino”. Sólo desde el ámbito de la libertad, se
puede hacer frente a lo técnico, lo típico, lo colectivo. Y, en esa medida la
persona individual puede enfrentarse a sus sufrimientos, sus dolores, a los
fantasmas que atormentan su conciencia, y ha de valerse de sus conocimientos,
su capacidad de juzgar, de sus experiencias. “Aquí las perspectivas cambian se
tornan más espirituales y libres”. Cuando la persona individual se apropia de
esas herramientas, “los peligros adquieren una claridad mayor”.
Debemos
proporcionar a los seres humanos que están amenazados por el miedo, el
sufrimiento, el odio, el dolor y los tormentos que provienen del mundo oscuro
de la conciencia y la sociedad. “Una descripción de la situación en la que se
encuentran, y que ellos mismos conocen casi siempre mal”. Debemos
proporcionarle las herramientas necesarias tanto de conocimientos, como del
mundo del que hacen parte, para que puedan actuar. Quizás el miedo las paralice,
pero se trata que adquieran libertad y seguridad en sí mismas. Porque cuando
despejamos las ilusiones ópticas o auditivas que nos atormentan, se desvelan no
tan fuertes ni feroces como parecen.
El
sistema educativo, por ejemplo, debe ahondar el trabajo en el interior del
alumno; que el ojo interior prime sobre los espejismos del mundo exterior. De
ahí depende la seguridad y la libertad de la persona individual: del
estudiante, del ciudadano, del trabajador, de la madre de familia, del padre,
del médico, del profesor, etc. En fin, de todas las personas de este mundo
chato y horrible que vivimos. Pero es el único mundo posible que nos ha tocado
vivir. Por eso, entre todos y con la ayuda de todos, debemos hacerles frente a
los espejismos que nos atormentan y, hacer del mundo y su realidad algo mejor;
más vivible y más humano.
Entonces,
“las perspectivas cambian”; los objetos pierden su espíritu agresivo y “se tornan
más espirituales y libres”. Cuando esto sucede la coacción no hay que verla
sólo como algo negativo; también como instrumento necesario para defender las
instituciones, la democracia y la libertad. En una época de valores en entre
dicho, “de convenciones destruidas, de lazos objetivos disueltos”, la libertad
no puede ser el origen de la esterilidad. “La conquista de la libertad –dice
Thomas Mann- ha sido siempre estimulada por la esperanza de poner en movimiento
fuerzas productivas”.
Preguntamos,
¿cuál es un quehacer natural de la libertad? Desencadenar “fuerzas productivas”
que trasciendan las formas y los contenidos de lo cotidiano y necesario. Fuerzas
que vayan más allá del espejismo técnico, el tópico y el lugar común, la
homogenización y la superficialización de las colectividades. De ahí proviene la
impronta, la dirección que “el hombre libre da al destino”. Aunque lo cotidiano
se presente como terrible, caótico y el lugar donde las modalidades de poder, los
sufrimientos, el dolor, la violencia, la muerte, se configuren; la libertad no
ha de ser un instrumento de coacción y disciplina de la sociedad. Porque la
libertad es lo único de que el hombre sale garante cuando se enfrenta al poder
Total. El que se despliega en el Estado, o en los “micro poderes” o, en “el
sistema teórico-práctico” diluidos en la sociedad; también el que sufre el
hombre de carne y hueso; el desprotegido y su solo, cuya desprotección es
total.
En
este orden, el miedo, el sufrimiento o el dolor, desaparecen sí se encuentra un
nuevo acceso a la libertad. Luchar, por ejemplo, contra la objetivación del ser
humano y sus articulaciones, es un objetivo de la libertad. Que la persona
individual no se diluya en los sistemas ni en los conceptos generales, ni en
los sistemas racionalistas y materialistas, ni en las ideologías, ni en el
dogma religioso, sino que su condición de “hombre en tanto que Yo”, permanezca
firme. Porque son “las personas sencillas de las que todavía no se ha apoderado
–dice Ernst Jünger- ni el odio ni el terror ni el automatismo de los lugares
comunes”; los que no se dejan impresionar por el espejismo de la sociedad ni
del poder; las que “saben resistir la propaganda”.
La
libertad de la que hablo, significa, liberación del ser humano de todo
constreñimiento objetivo o subjetivo. Ésta no puede estar al servicio de una
ideología, dogma o mandamiento. Se es libre cuando se puede desplegar la mayor
energía y no se puede desplegar tal cantidad de energía, sino se encuentra al
servicio del hombre concreto de carne y hueso, “del hombre en tanto que Yo”. Se
trata de restaurar repito nuevamente los cimientos de “la antigua libertad, y vestirla con el ropaje propio de la época: es
la libertad sustancial, la libertad elemental”. Esa que responde a los más
sutiles procesos psicológicos o morales del ser humano. Es la que posibilita
como la distancia respecto a la antigua interpretación de la libertad, viene a
ser una nueva cercanía al mito mismo, “desde la cual ese sentido nuevo se
ofrece, inagotable, a nuevas búsquedas. Por eso, el mito griego “como dice Andre
Gide” es como la jarra de Filemón: “ninguna sed la vacía cuando uno está bebiendo
en compañía de Júpiter”. El instante correcto también es un Júpiter.
En
este apartado no hablo de la “libertad que se limita simplemente a protestar o
a emigrar; es una libertad que está dispuesta a luchar”. Es la que encarna el
hombre de acción libre e independiente; el hombre que se enfrenta al poder de Leviatán o las potencias
de lo Atávico que se han
levantado de su sueño invernal; este tipo de hombre desea imponer sus marcas, sus emblemas, sus señales,
sus ritmos, para que se haga realidad: “una libertad válida para una época
venidera”. En todas las épocas de la humanidad han
existido personas que son capaces de asumir estas decisiones graves. Este tipo
de hombre conoce la maldad del corazón de los hombres, pero también la crueldad
de las energías que irradian de la ligazón entre el pensamiento racional y la tecnología.
O, en otros términos, las potencias del sufrimiento, el dolor y la muerte, que
provienen de la ciencia y las máquinas. Este entrelazamiento que se está
configurando en el Espíritu de la Historia, son órdenes nuevos para fenómenos
nuevos.
Ernst
Jünger en “Radiaciones I, Diarios de la
segunda guerra mundial (1939-1943)”, referencia la libertad como
experiencia interior y radical en lugares donde la vida se topa con la muerte.
Buscando, en el trayecto que lleva del Pont Neuf al Pont des Arts (París) -dice-,
he comprendido de súbito con toda claridad que únicamente dentro de nosotros
está lo laberíntico de la situación. De ahí que sería perjudicial el empleo de
la violencia, destruiría muros, cámaras de nosotros mismos –el camino que lleva
a la libertad no es ése. Las horas vienen reguladas desde el interior del
reloj. Si movemos las agujas, modificamos las cifras, pero no la marcha del
destino. Así que, Desertemos donde desertemos, con nosotros llevamos nuestro
uniforme congénito; y ni siquiera en el suicidio logramos escapar de él. Es
preciso que nos elevemos, que nos elevemos también a través del sufrimiento;
entonces se vuelve más comprensible el mundo.
Para
alcanzar la libertad que es debida a la persona individual, no es necesario que
ella participe de la masa, del partido, del movimiento, de la iglesia, de la
corporación, etc., para que despliegue el vigor que contiene en sí. Las
potencias de la libertad han de estar dirigidas a combatir el miedo, el dolor, el
sufrimiento, el odio, las coacciones de la sociedad y del Gran Poder, pero desde la persona individual: el hombre de acción
libre e independiente. Para que ésta despliegue sus energías dinámicas en un
proyecto colectivo. Se trata, en última instancia, de adecuar todos los
aspectos del carácter y de la personalidad, al despliegue de las potencias de
la libertad.
El
siglo XIX y XX, se subsumió la libertad de la persona individual al Estado, al
Sistema, a la masa, al partido, a la ideología, a la economía, a la ciencia, a
la técnica, a los lenguajes digitales, a las imágenes en movimiento, ahora se trata
que la libertad recobre el poder que es debido. Las potencias de la libertad
fluyen del interior de la persona individual. Se trata en todo caso de la
libertad del ser humano que sufre, siente dolor, miedo, hambre, desamparo, soledad
y se encuentra coaccionado por la sociedad y los poderes que lo trascienden: el
mundo dineral, la técnica, la ciencia, las relaciones de fuerza, que están al
servicio de los “cuadros de mando”
esparcidos en las redes del mundo global.
Por
tanto,
el camino que lleva a la libertad, a la
libertad sustancial, está dentro de nosotros mismos. En
el interior de todos y cada uno de
nosotros.
Madrid-España
a 10/09/2023