Antonio
Mercado Flórez. Filósofo y Pensador.
Es
algo evidente en la actualidad que somos pobres de espíritu e incapaz de crear
grandes obras como Thomas Mann, Goethe, Milton, Tolstoi, Cervantes o García
Márquez, etc., espejos para que el hombre y la humanidad se miren y se conozcan
así mismos. Observamos en el presente-ahora
que el ethos de la técnica (la forma
común de vida de la técnica, su costumbre, su conducta), se entrelaza al
espíritu de la crueldad y la barbarie. Esto se expresa en las armas y las
guerras globales. Como la guerra entre Rusia y Ucrania o Israel y Palestina.
También la crueldad se observa en las Plataformas Digitales, Internet, redes
sociales o, los medios de comunicación de masas.
“Pero
todavía somos capaces de ver las pérdidas; aún sentimos la aniquilación del
valor, la superficialización y la simplificación del mundo”.1 Así que, aunque la zona donde se ubica la sentimentalidad esté siendo
atacada por el mundo heroico, el cultual o técnico, el dinero bancario o el
poder político, la industria militar o la nueva voluntad de poder, los valores
que dieron forma y sentido a la Época Moderna y, a la Cultura y Civilización
Occidental, todavía están vivos. Son valores universalistas que dan significado
a la vida de los pueblos y sus generaciones.
Observamos
en las Grandes ciudades como se
defienden los valores de la Ilustración –el “estatus” de la persona individual, el “sujeto”, la racionalidad,
los derechos fundamentales, la justicia social, la libertad individual, de
hablar, de escribir, de pensar, la democracia, etc. Somos conscientes que
devienen valoraciones nuevas, pero no impiden que bebamos del pozo de los
pensadores, del arte o la poesía. Así mismo, se establezca el Estado de Derecho y el Sistema democrático, que instauren la
libertad, la justicia social, el respeto a la vida y a la dignidad humana. Eso
que nos posibilita dignificar la vida de los pueblos y de las personas.
Ahora
observamos como las generaciones nuevas son hijos de la Cultura del artificio. Donde la revolución de los medios de
información, la informática, las redes sociales, Internet, la Inteligencia
Artificial generativa, hacen que sean nativos del mundo digitalizado. Pero no
hay que olvidar que, el ser humano tiene un resto misterioso y divino, que la
técnica es incapaz de disolver. Humberto Eco afirmó que, “toda tentativa de
averiguar el sentido último conduce al absurdo y le arrebata su misterio al
mundo”.
Sabemos
que el desarrollo de los procesos científicos y la técnica, sólo se sitúan en
la fina capa que los cubre. La fuente del destino que administra Mímir, está cerrada para el mundo
técnico y el colectivo técnico. Aunque se crea que se está evaporando la
substancia de la Edad Moderna, es decir, la Edad Copernicana, por el predominio
del mundo del artificio, sus valores hay que buscarlos incluso por debajo de la
moral y la política.
¿Somos
parte del mundo que profetizó Nietzsche, sólo como voluntad de poder y nada
más? Este mundo es la voluntad de poder -
¡y nada más! Y también ustedes mismos son esa voluntad de poder - ¡nada más!
En
Carta sobre el “Humanismo”, Heidegger
afirma: el ser está pensado como realidad absoluta; y comprendido como voluntad
incondicionada que se quiere a sí misma en calidad de voluntad de saber y de
amor. En esta voluntad se esconde también el ser como voluntad de poder.2
Que la voluntad contiene tres esferas la del saber, la del amor y del querer.
En ellas se devela el ser, el pensar y el lenguaje. Como también las categorías
de La condición humana: la vida, la
natalidad, la mortalidad, la mundanidad, la pluralidad y la Tierra –al decir de
Hannah Arendt.
En
Heidegger, tener presente que el pensar lleva acabo la relación del ser y la
esencia del hombre. No hace ni produce esta relación. El pensar se limita a
ofrecerse al ser como aquello que a él le ha sido dado por el ser. Este ofrecer consiste en que en el pensar el
ser llega al lenguaje. El lenguaje es
la casa del ser. En su morada habita
el hombre. Los pensadores y los poetas son los guardianes de esa morada. Su
guarda consiste en llevar a cabo la manifestación del ser, en la medida en que,
mediante su decir, ellos lo llevan al lenguaje y allí lo custodian.3
Por
eso en Heidegger se da una Ontología fundamental porque vuelve a su fundamento:
el ser. Además, trata de sacarlo del olvido en que ha caído y, así mostrar que
el ser está en el abismo. Se trata de trascender la metafísica occidental, que
para él no es otra cosa que negar el sujeto, el Yo, la Ilustración y el Orden
Burgués. Tanto él como Jünger creen que los principios de la revolución
alemana, unifican lo mítico, lo histórico y lo político, como bandera nacional
antijudía y anti-burguesa.
Así
que, el Estado técnico y el nacionalsocialismo desean un tipo de hombre
coagulado en los engranajes de la ciencia y de la técnica; y el ser humano
convertido en “obrero” al servicio del orden técnico. Ahí la libertad se
expresa como un servidor del Estado técnico y del partido nacionalsocialista.
Por eso, el totalitarismo convierte el espacio público y el tejido de sus
relaciones, en uno político. El totalitarismo todo lo politiza, tanto la vida
privada como pública.
Los
ideales y el espíritu de la Ilustración son aquellos que establecen la razón
como instrumento del pensar con lógica y racionalidad; no se basan en dogmas
religiosos, en ideologías o, en la autoridad, las costumbres, el carisma o las
verdades subjetivas; sino que instauran la ciencia y la aplicación de la razón
en el mundo natural y humano. Y, a la vez, abogan por el humanismo, el
componente moral o ético del ser humano que posibilita la prosperidad de los
seres conscientes, las personas, en la búsqueda de la salud, de la felicidad,
de la convivencia pacífica, del respeto a la otredad, la seguridad, la libertad
y los placeres que ofrece la vida. Por eso el humanismo se opone a que “la
cultura se convierta en “un valor”, es decir, un bien social que puede ponerse
en circulación y convertirla en dinero a cambio de todo tipo de valores,
sociales e individuales.”4
En
este orden, el humanismo que nos legó Cicerón es, el de la cultura animi, una actitud que sabe cómo cuidar, conservar y
admirar las cosas del mundo. De este modo, el humanista asume la tarea de
arbitrar y mediar entre actividades puramente políticas y las de pura
elaboración, opuestos mutuos en varios aspectos. Como humanistas, podemos
elevarnos por encima de esos conflictos entre el hombre de Estado y el artista,
como podemos elevarnos en libertad por encima de las especialidades que todos
debemos conocer y buscar.5
Ahora
bien, si observamos el mundo que ha surgido de las catástrofes de la Primera y
Segunda Guerra Mundial, nos damos cuenta que aumenta sin cesar la índole abstracta
y, por tanto, también cruel de todas las relaciones humanas.6 La
abstracción aleja al hombre del otro y, de las necesidades morales, materiales
y espirituales que comparten en común. Asimismo, la substancia de la
solidaridad, la fraternidad, el dialogo o, el amor, se diluyen, en nombre de la
estadística, el cálculo y la objetivación de las valoraciones técnicas. En la
actualidad la crueldad no solo está implícita en el Estado técnico y sus
instituciones, sino que ahora se ha trasladado a Internet y las redes sociales.
Por
eso es un espectáculo grandioso y terrible ver los movimientos de las masas –
unas masas de conformación cada vez más uniforme-, a las que está tendiendo sus
redes el Weltgeist, el Espíritu del Mundo.7 Así que,
en la sociedad de masas y la cultura de masas predomina la ciencia, la técnica,
la velocidad, lo fútil, el lujo, el dinero y el maquinismo. Y, esto se
convierte en una característica de la Gran
ciudad moderna. Porque las diferencias entre los seres humanos las diluye
el consumo y la conversión de los bienes en “valor”. En la Gran ciudad existe una relación entre la Civilización del artificio y el lenguaje
situado en su parte material. Así que, la sociedad de masas y la cultura de
masas no sólo tiende a la estandarización, a la Cultura del espectáculo,
sino también a establecer relaciones abstractas e inconexas entre los
individuos.
Eso
que George Simmel, el sociólogo de la modernidad llamó, la distancia
psicológica entre sus habitantes. Y, en consecuencia, el filisteísmo cultural
de las sociedades de masas degrada los valores de la alta cultura y de la
cultura popular. Porque los convierte en bien social que pueden ponerse en
circulación y convertirse en dinero a cambio de todo tipo de valores, sociales
o individuales.8
Estamos
inmersos en una especie de Dialéctica
artificial en la que el lenguaje natural que comunica contenidos
espirituales, está dando paso a las imágenes en movimiento y a los lenguajes
digitales que responden a la Civilización
del artificio. Donde las relaciones
artificiales predominan sobre las relaciones
de sentido. Tenemos la impresión en que ya hemos quedado sustraídos en gran
medida a la zona de la sentimentalidad. Una carne disciplinada y uniformada por
la voluntad suscita la idea de que se ha vuelto más indiferente a las heridas.
El deporte, por ejemplo, sólo una de las áreas en que cabe observar que el
perfil humano está endureciéndose y aguzándose o también galvanizándose.9
En
el espíritu de la civilización técnica, de masas y de cultura de masas, se pasa
por alto que, marca el límite del lenguaje y así también, la posibilidad
constitutiva del silencio. Porque en ella predomina la algarabía y la banalidad
de los lenguajes digitales y las imágenes en movimiento. Por eso la Civilización del artificio funciona como
un mundo cruel. Donde la segunda
consciencia, la objetivación de la vida quebranta la condición humana. En
todo caso, se trata de un concepto que pertenece al núcleo de la filosofía de
Walter Benjamín. Se trata de ver como la narración pasa a un segundo plano en
el sistema general de la información, que está dirigido a informar a los
sujetos receptores, determinando su interés, y no a suministrar elementos para
la conducción de la vida o la orientación en el mundo.10
Se
trata de iluminar la narración y la comunicabilidad de los contenidos de la
experiencia en la historia humana y la historia natural. Para que los procesos
de simbolización de la vida y de la muerte vuelvan a estar en su lugar. Así,
las nuevas tecnologías trascienden la finitud del cuerpo y de la consciencia e
interiorizan en la vida del ser humano: la
simultaneidad. Así, la vida y los cuerpos como sucesión y narración,
posibilitan que trencemos en el lenguaje, que una cosa ocurra detrás de otra.
En cambio, en el tiempo abstracto de Internet y las redes sociales, ocurre todo
al mismo tiempo y el ser humano necesita estar en todas partes a la vez. En
consecuencia, estamos pasando del tiempo real condensado en las cosas y en los
cuerpos, al tiempo abstracto, simultaneo y fugaz.
Somos
parte entonces de una época de transición donde el ethos (el carácter) clásico da paso al de la ciencia, la tecnología y la estadística. Donde la idea de
progreso no manifiesta en la consciencia de los hombres la esperanza y la
seguridad, que brindaba en el siglo XIX. La esperanza de un nuevo y “más
auténtico existir del hombre”, mirando a modo de indicación el “Principio de esperanza”, de Ernst Bloch.
Principio que establece en oposición a la angustia, el miedo y el nihilismo que
identifica con Heidegger. No se trata de criticar al sujeto burgués, sino de
resarcirlo en la actualidad. Dice José Luis Molinuevo: “Bloch piensa que se
trata de una sociedad en decadencia y de una clase social en retirada. Que
reflejan su propia agonía en categorías ontológicas”.
En
el mismo orden, se percibe la relación entre el desarrollo de la técnica y los
instrumentos bélicos para la guerra. También como la Gran ciudad es el espacio donde la civilización y el progreso se
entrelazan y, se oponen al espíritu de la Cultura.
Como la idea de progreso y de desarrollo se convierten en instrumentos de
poder, dominio o coacción del ser humano o, de las sociedades. Como el progreso
coarta la libertad y la igualdad entre las personas. En este orden del pensar,
la lengua se ha situado en su parte material y, deviene cada vez más objetivada
y vacía de contenidos espirituales. Esto genera una degradación de los valores
humanísticos y de la condición humana.
Este
tránsito de la cultura occidental posibilitó a Jünger pensar la ubicación del
hombre en la época actual. Así que, por ejemplo, en la edad de la técnica los
medios y los métodos de la conducción de la guerra llevan a cabo modificaciones
más rápidas y radicales que las realizadas en épocas anteriores.11 Lo
mismo sucede con la globalización en las comunicaciones artificiales, el mundo
virtual está remplazando al real. Además, la globalización permite la
comercialización, la venta y el consumo en todas sus formas, como la
proliferación de los aparatos tecno-militares y las guerras globales La
técnica, por tanto, no sólo influye en la confrontación bélica, sino que crea
modos nuevos de combatir. Y posibilita percibir la “mortal rivalidad entre la
fuerza del hombre y la fuerza de la máquina”.
Precisamente,
en la historia de la cultura y la civilización occidental, el espacio de lo
técnico se relaciona con los instrumentos técnicos para la guerra y las
máquinas como una expresión nueva del espíritu. “El espíritu que viene tomando
forma desde hace mucho tiempo dando forma a nuestro paisaje es, de ello no cabe
duda, un espíritu cruel”.12
Un
espíritu que se ha despojado del vestido del humanismo y, ahora deviene con el
de la crueldad, la zozobra, la inseguridad, la soledad, el odio, el dolor, el
sufrimiento y la muerte. Un espíritu que está siendo jalonado por la
informática y la tecnología del proceso de datos, que va de la estadística y a
la objetivación del ser humano, hasta penetrar en los más sutiles procesos
psicológicos que determinan la conducta y la visión que tiene el hombre de sí mismo,
del mundo y su realidad.
Pero
la realidad vivida en los últimos años nos permite percibir la gran potencia de
cambio que están generando las tecnologías de la información; desde los drones,
los autómatas, el fluido de imágenes en banda ancha, el paso del átomo a los
bits, la seguridad de los Estados y la ciudadanía, hasta el control, la
homogenización, la numerificación de las sociedades y del individuo. Estamos
viviendo en la actualidad una revolución en la estructura y la función de las
sociedades, en la esencia del Ser y del Existir, es decir, epistemológicas y
ontológicas.
Somos
parte de la época de la velocidad, del maquinismo y los medios de transporte;
“la capacidad de los aparatos con que se reproduce la palabra y la escritura,
sobrepasan las necesidades. Las energías que la técnica desarrolla más allá de
ese umbral son destructoras. En primera línea favorecen la técnica de la guerra
y su preparación publicitaria. Dicho desarrollo técnico se realizó a espaldas
del siglo XIX. No fueron conscientes de las energías destructoras de la técnica
–dijo con acierto Walter Benjamín”.
De
ahí que los Estados en la actualidad, “son más amenazadores y se hallan más
pertrechados de armas que nunca; en cada uno de esos detalles los Estados se
orientan al despliegue del poder; y disponen de tropas y arsenales sobre cuyo
destino no es posible albergar ninguna duda. Estamos viendo cada vez más
claramente como el ser humano en las batallas o fuera de ellas, puede ser
sacrificado sin reparos”.13
De
ahí que las máquinas teletanatologicas producidas
por las tecnologías de Inteligencia Artificial –drones, Plataformas Digitales,
redes sociales, robots, Ordenadores cuánticos, Inteligencia Digital, etc.), han sofisticado el dolor, el
sufrimiento, la habituación y la insensibilidad ante la muerte. Por eso
expresan un desaliento moral, político y social, en el mundo globalizado. Donde
prevalece la segunda consciencia
sobre el cuerpo y la vida en general. Así que, el ser humano vive un proceso de
aceración.
Cabe
recordar lo que expresó Jünger en Sobre
el dolor: “La cuestión que se plantea es que si esa segunda consciencia que
vemos entregada tan insaciablemente a su trabajo le está dando también un
centro a partir del cual quepa justificar en su sentido más hondo la creciente petrificación de la vida. También la cuantía del dolor susceptible
de ser soportado crece a medida que progresa la objetivación. Casi parece que
el ser humano posee un afán de crear un espacio en el que resulte posible
considerar el dolor como una ilusión, y ello en un sentido enteramente distinto
que hasta hace poco tiempo.14
En
el mundo de hoy prevalece el decurso técnico y los lenguajes digitales, que son
expresiones del espíritu de la época, que es en igual medida amoral y reemplazó
al mito en la modernidad. Nos encontramos inmersos en una atmósfera que nos
condiciona a soportar con mayor frialdad la visión de la muerte como en la
guerra de Ucrania y Rusia o, de palestinos e israelíes. Se explica porque ya no
estamos en nuestro cuerpo, a la manera antigua, como en nuestra casa. Sino que
hemos aparcado la zona de la
sentimentalidad del valor, del sentido de la vida y del mundo.
Somos
parte de unas sociedades globales cada vez más tecnológicas y socialmente
diversificadas. Donde “la ciencia física “está ahora tan ligada con todos los
intereses de la humanidad”, porque es indispensable cierta familiaridad con
ella para comprender “la actual fase del progreso de la humanidad” y participar
en ella” –dijo George Steiner.
Resulta
asombroso como las nuevas generaciones son nativos de la Cultura de lo efímero y
de los lenguajes digitales, y cómo se alejan de todas las tradiciones de
nuestros antepasados y con la que nacimos nosotros. Es cierto que los
verdaderos espíritus del siglo XX y principios del XXI tienen conocimiento y
consciencia de ello, que dejan tras de sí una representación de la vida, del
mundo y de la realidad, enteramente distinta. Jünger nos recuerda que “estamos
viendo también que la persona individual va a parar a una situación en la que puede
ser sacrificada sin reparos”.
A
la vista de todas esas cosas surge esta pregunta: ¿Estamos asistiendo aquí a la inauguración de aquel espectáculo en el
que la vida sale a escena como voluntad de poder y nada más?15
Sabemos
que el ser humano contiende cada vez más con la agresión “del dolor, del
sufrimiento, en la medida que es capaz de extraerse a sí mismo fuera de sí
mismo”.16 O, en otras palabras, vive inmerso en la segunda consciencia donde prevalece la
objetivación y la estadística. La edad de Acuario
no sólo ha cambiado la marcha de los relojes, sino que con una rapidez
asombrosa impone las valoraciones técnicas. Pero nada de eso exime de
responsabilidades éticas y morales, a las ciencias, la técnica y al ejercicio
del poder. Aquí el juego del poder y del conocimiento se entrelazan para
someter, coaccionar o dominar al ser humano.
Ahora,
¿qué desea el Gran Poder? Someter al
ser humano a las mismas exigencias de la máquina. Jünger piensa que, nos
encontramos en una fase última del nihilismo, y que unos órdenes nuevos han
ocupado ya unas posiciones muy avanzadas, pero los valores correspondientes a
esos órdenes aún no se han hecho visibles.17 Somos parte de una época de actores
insignificantes y de hechos
significativos. Se está dando que, por un lado, tenemos una capacidad
organizativa de saberes-conocimientos, de técnicas al uso, y de otra, de
“nivelación de los viejos cultos, la esterilidad de las culturas, la mezquina
mediocridad”.18
Así
que, tenemos la sensación del vaciamiento de los valores, de los contenidos
espirituales de la experiencia y del lenguaje, la fe sin sentido, la disciplina
y la homogenización sin legitimación. Desde el umbral político observamos como
las democracias actuales pasan de lo programático de los partidos, del análisis
y la crítica parlamentaria, a la
aclamación. O, como el Estado de
Derecho se remplaza por el Estado
Punitivo. Y, esto es sumamente grave en un Estado democrático Social de Derecho.
Estamos
seguros que Leviatán es, el
instrumento absoluto de la técnica, lo abarca todo y a todos, y la técnica es
el ethos (el carácter) de la
actualidad. El tejido intelectual, la red tecnológica de la industria-militar,
estructuran a unas sociedades socialmente diversificadas y establecen redes
geopolíticas estratégicas. Que impelen a los Estados Modernos a participar en
los equipamientos bélicos –si se divisa en él la preparación para el desastre
como si cree reconocer a la distancia en las colinas, los cruces de caminos
tanto el que conduce a la luz o a las tinieblas.
Vuelvo
y repito. En el espíritu de la Gran
ciudad la indiferencia psicológica, el hambre, el desempleo, la violencia,
las relaciones inconexas, un movimiento masivo de individuos sin consciencia de
sí, donde predomina el lujo, la materia, el dinero, el consumo, la publicidad,
el poder, configuran un mundo abstracto que prevalece sobre la sentimentalidad,
la solidaridad y el Humanismo.
Aquí
el lema establecido por Voltaire y Arnold que las humanidades humanizan, voló por los aires como una costra seca, de
una parte; de otra, “¿quién discutiría que la civilización tiene con el
progreso una ligazón más íntima que la que posee la Kultur y que aquella es capaz de hablar en las grandes urbes su
lenguaje natural y sabe manejar medios y conceptos a los que la cultura se
enfrenta sin tener ninguna relación con ellos e incluso de manera hostil?”19
Madrid-España a 23/07/2024
Bibliografía
- Jünger. Sobre el dolor. La movilización total y Fuego y movimiento.
Tus Quets Editores, 2003., Barcelona. págs. 81 y 82.
- Heidegger, Martín. Hitos. Carta sobre el “Humanismo”. Alianza Editorial, Madrid 2007.
pág. 294.
- Ib. pág. 259.
4
Arendt, Hannah. Entre el pasado y el
futuro. Ocho ejercicios sobre la reflexión política. Ediciones Península
2016, Barcelona. págs. 212 y 213.
5 Jünger. pág. 120.
6 Ib. pág. 121.
7 Ib. pág. 121.
8
Arendt. Ib. pág. 312 y 313.
9
Jünger. Ib. pág. 79.
10 Benjamín, Walter. El Narrador. Ediciones Metales/Pesados,
2010., Santiago de Chile. pág. 26.
11 Jünger. Ib. pág. 127.
12
Ib.
pág. 81.
13
Ib. pág. 82.
14
Ib.
pág. 74.
15
Ib.
págs. 82 y 83.
16
Ib.
pág. 83.
17
Ib.
pág. 84.
18 Ib. pág. 84.
19 Ib. pág. 110.