martes, 23 de julio de 2024

El Espíritu de la Época Actual

 

 

 

Antonio Mercado Flórez. Filósofo y Pensador.

 

Es algo evidente en la actualidad que somos pobres de espíritu e incapaz de crear grandes obras como Thomas Mann, Goethe, Milton, Tolstoi, Cervantes o García Márquez, etc., espejos para que el hombre y la humanidad se miren y se conozcan así mismos. Observamos en el presente-ahora que el ethos de la técnica (la forma común de vida de la técnica, su costumbre, su conducta), se entrelaza al espíritu de la crueldad y la barbarie. Esto se expresa en las armas y las guerras globales. Como la guerra entre Rusia y Ucrania o Israel y Palestina. También la crueldad se observa en las Plataformas Digitales, Internet, redes sociales o, los medios de comunicación de masas.

“Pero todavía somos capaces de ver las pérdidas; aún sentimos la aniquilación del valor, la superficialización y la simplificación del mundo”.1 Así que, aunque la zona donde se ubica la sentimentalidad esté siendo atacada por el mundo heroico, el cultual o técnico, el dinero bancario o el poder político, la industria militar o la nueva voluntad de poder, los valores que dieron forma y sentido a la Época Moderna y, a la Cultura y Civilización Occidental, todavía están vivos. Son valores universalistas que dan significado a la vida de los pueblos y sus generaciones.

Observamos en las Grandes ciudades como se defienden los valores de la Ilustración –el “estatus” de la persona individual, el “sujeto”, la racionalidad, los derechos fundamentales, la justicia social, la libertad individual, de hablar, de escribir, de pensar, la democracia, etc. Somos conscientes que devienen valoraciones nuevas, pero no impiden que bebamos del pozo de los pensadores, del arte o la poesía. Así mismo, se establezca el Estado de Derecho y el Sistema democrático, que instauren la libertad, la justicia social, el respeto a la vida y a la dignidad humana. Eso que nos posibilita dignificar la vida de los pueblos y de las personas.

Ahora observamos como las generaciones nuevas son hijos de la Cultura del artificio. Donde la revolución de los medios de información, la informática, las redes sociales, Internet, la Inteligencia Artificial generativa, hacen que sean nativos del mundo digitalizado. Pero no hay que olvidar que, el ser humano tiene un resto misterioso y divino, que la técnica es incapaz de disolver. Humberto Eco afirmó que, “toda tentativa de averiguar el sentido último conduce al absurdo y le arrebata su misterio al mundo”.

Sabemos que el desarrollo de los procesos científicos y la técnica, sólo se sitúan en la fina capa que los cubre. La fuente del destino que administra Mímir, está cerrada para el mundo técnico y el colectivo técnico. Aunque se crea que se está evaporando la substancia de la Edad Moderna, es decir, la Edad Copernicana, por el predominio del mundo del artificio, sus valores hay que buscarlos incluso por debajo de la moral y la política.

¿Somos parte del mundo que profetizó Nietzsche, sólo como voluntad de poder y nada más? Este mundo es la voluntad de poder - ¡y nada más! Y también ustedes mismos son esa voluntad de poder - ¡nada más!

En Carta sobre el “Humanismo”, Heidegger afirma: el ser está pensado como realidad absoluta; y comprendido como voluntad incondicionada que se quiere a sí misma en calidad de voluntad de saber y de amor. En esta voluntad se esconde también el ser como voluntad de poder.2 Que la voluntad contiene tres esferas la del saber, la del amor y del querer. En ellas se devela el ser, el pensar y el lenguaje. Como también las categorías de La condición humana: la vida, la natalidad, la mortalidad, la mundanidad, la pluralidad y la Tierra –al decir de Hannah Arendt.

En Heidegger, tener presente que el pensar lleva acabo la relación del ser y la esencia del hombre. No hace ni produce esta relación. El pensar se limita a ofrecerse al ser como aquello que a él le ha sido dado por el ser. Este ofrecer consiste en que en el pensar el ser llega al lenguaje. El lenguaje es la casa del ser. En su morada habita el hombre. Los pensadores y los poetas son los guardianes de esa morada. Su guarda consiste en llevar a cabo la manifestación del ser, en la medida en que, mediante su decir, ellos lo llevan al lenguaje y allí lo custodian.3 

Por eso en Heidegger se da una Ontología fundamental porque vuelve a su fundamento: el ser. Además, trata de sacarlo del olvido en que ha caído y, así mostrar que el ser está en el abismo. Se trata de trascender la metafísica occidental, que para él no es otra cosa que negar el sujeto, el Yo, la Ilustración y el Orden Burgués. Tanto él como Jünger creen que los principios de la revolución alemana, unifican lo mítico, lo histórico y lo político, como bandera nacional antijudía y anti-burguesa.

Así que, el Estado técnico y el nacionalsocialismo desean un tipo de hombre coagulado en los engranajes de la ciencia y de la técnica; y el ser humano convertido en “obrero” al servicio del orden técnico. Ahí la libertad se expresa como un servidor del Estado técnico y del partido nacionalsocialista. Por eso, el totalitarismo convierte el espacio público y el tejido de sus relaciones, en uno político. El totalitarismo todo lo politiza, tanto la vida privada como pública.

Los ideales y el espíritu de la Ilustración son aquellos que establecen la razón como instrumento del pensar con lógica y racionalidad; no se basan en dogmas religiosos, en ideologías o, en la autoridad, las costumbres, el carisma o las verdades subjetivas; sino que instauran la ciencia y la aplicación de la razón en el mundo natural y humano. Y, a la vez, abogan por el humanismo, el componente moral o ético del ser humano que posibilita la prosperidad de los seres conscientes, las personas, en la búsqueda de la salud, de la felicidad, de la convivencia pacífica, del respeto a la otredad, la seguridad, la libertad y los placeres que ofrece la vida. Por eso el humanismo se opone a que “la cultura se convierta en “un valor”, es decir, un bien social que puede ponerse en circulación y convertirla en dinero a cambio de todo tipo de valores, sociales e individuales.”4

En este orden, el humanismo que nos legó Cicerón es, el de la cultura animi, una actitud que sabe cómo cuidar, conservar y admirar las cosas del mundo. De este modo, el humanista asume la tarea de arbitrar y mediar entre actividades puramente políticas y las de pura elaboración, opuestos mutuos en varios aspectos. Como humanistas, podemos elevarnos por encima de esos conflictos entre el hombre de Estado y el artista, como podemos elevarnos en libertad por encima de las especialidades que todos debemos conocer y buscar.5

Ahora bien, si observamos el mundo que ha surgido de las catástrofes de la Primera y Segunda Guerra Mundial, nos damos cuenta que aumenta sin cesar la índole abstracta y, por tanto, también cruel de todas las relaciones humanas.6 La abstracción aleja al hombre del otro y, de las necesidades morales, materiales y espirituales que comparten en común. Asimismo, la substancia de la solidaridad, la fraternidad, el dialogo o, el amor, se diluyen, en nombre de la estadística, el cálculo y la objetivación de las valoraciones técnicas. En la actualidad la crueldad no solo está implícita en el Estado técnico y sus instituciones, sino que ahora se ha trasladado a Internet y las redes sociales.

Por eso es un espectáculo grandioso y terrible ver los movimientos de las masas – unas masas de conformación cada vez más uniforme-, a las que está tendiendo sus redes el Weltgeist, el Espíritu del Mundo.7 Así que, en la sociedad de masas y la cultura de masas predomina la ciencia, la técnica, la velocidad, lo fútil, el lujo, el dinero y el maquinismo. Y, esto se convierte en una característica de la Gran ciudad moderna. Porque las diferencias entre los seres humanos las diluye el consumo y la conversión de los bienes en “valor”. En la Gran ciudad existe una relación entre la Civilización del artificio y el lenguaje situado en su parte material. Así que, la sociedad de masas y la cultura de masas no sólo tiende a la estandarización, a la Cultura del espectáculo, sino también a establecer relaciones abstractas e inconexas entre los individuos.

Eso que George Simmel, el sociólogo de la modernidad llamó, la distancia psicológica entre sus habitantes. Y, en consecuencia, el filisteísmo cultural de las sociedades de masas degrada los valores de la alta cultura y de la cultura popular. Porque los convierte en bien social que pueden ponerse en circulación y convertirse en dinero a cambio de todo tipo de valores, sociales o individuales.8

Estamos inmersos en una especie de Dialéctica artificial en la que el lenguaje natural que comunica contenidos espirituales, está dando paso a las imágenes en movimiento y a los lenguajes digitales que responden a la Civilización del artificio. Donde las relaciones artificiales predominan sobre las relaciones de sentido. Tenemos la impresión en que ya hemos quedado sustraídos en gran medida a la zona de la sentimentalidad. Una carne disciplinada y uniformada por la voluntad suscita la idea de que se ha vuelto más indiferente a las heridas. El deporte, por ejemplo, sólo una de las áreas en que cabe observar que el perfil humano está endureciéndose y aguzándose o también galvanizándose.9

En el espíritu de la civilización técnica, de masas y de cultura de masas, se pasa por alto que, marca el límite del lenguaje y así también, la posibilidad constitutiva del silencio. Porque en ella predomina la algarabía y la banalidad de los lenguajes digitales y las imágenes en movimiento. Por eso la Civilización del artificio funciona como un mundo cruel. Donde la segunda consciencia, la objetivación de la vida quebranta la condición humana. En todo caso, se trata de un concepto que pertenece al núcleo de la filosofía de Walter Benjamín. Se trata de ver como la narración pasa a un segundo plano en el sistema general de la información, que está dirigido a informar a los sujetos receptores, determinando su interés, y no a suministrar elementos para la conducción de la vida o la orientación en el mundo.10

Se trata de iluminar la narración y la comunicabilidad de los contenidos de la experiencia en la historia humana y la historia natural. Para que los procesos de simbolización de la vida y de la muerte vuelvan a estar en su lugar. Así, las nuevas tecnologías trascienden la finitud del cuerpo y de la consciencia e interiorizan en la vida del ser humano: la simultaneidad. Así, la vida y los cuerpos como sucesión y narración, posibilitan que trencemos en el lenguaje, que una cosa ocurra detrás de otra. En cambio, en el tiempo abstracto de Internet y las redes sociales, ocurre todo al mismo tiempo y el ser humano necesita estar en todas partes a la vez. En consecuencia, estamos pasando del tiempo real condensado en las cosas y en los cuerpos, al tiempo abstracto, simultaneo y fugaz. 

Somos parte entonces de una época de transición donde el ethos (el carácter) clásico da paso al de la ciencia, la tecnología y la estadística. Donde la idea de progreso no manifiesta en la consciencia de los hombres la esperanza y la seguridad, que brindaba en el siglo XIX. La esperanza de un nuevo y “más auténtico existir del hombre”, mirando a modo de indicación el “Principio de esperanza”, de Ernst Bloch. Principio que establece en oposición a la angustia, el miedo y el nihilismo que identifica con Heidegger. No se trata de criticar al sujeto burgués, sino de resarcirlo en la actualidad. Dice José Luis Molinuevo: “Bloch piensa que se trata de una sociedad en decadencia y de una clase social en retirada. Que reflejan su propia agonía en categorías ontológicas”.

En el mismo orden, se percibe la relación entre el desarrollo de la técnica y los instrumentos bélicos para la guerra. También como la Gran ciudad es el espacio donde la civilización y el progreso se entrelazan y, se oponen al espíritu de la Cultura. Como la idea de progreso y de desarrollo se convierten en instrumentos de poder, dominio o coacción del ser humano o, de las sociedades. Como el progreso coarta la libertad y la igualdad entre las personas. En este orden del pensar, la lengua se ha situado en su parte material y, deviene cada vez más objetivada y vacía de contenidos espirituales. Esto genera una degradación de los valores humanísticos y de la condición humana.

Este tránsito de la cultura occidental posibilitó a Jünger pensar la ubicación del hombre en la época actual. Así que, por ejemplo, en la edad de la técnica los medios y los métodos de la conducción de la guerra llevan a cabo modificaciones más rápidas y radicales que las realizadas en épocas anteriores.11 Lo mismo sucede con la globalización en las comunicaciones artificiales, el mundo virtual está remplazando al real. Además, la globalización permite la comercialización, la venta y el consumo en todas sus formas, como la proliferación de los aparatos tecno-militares y las guerras globales La técnica, por tanto, no sólo influye en la confrontación bélica, sino que crea modos nuevos de combatir. Y posibilita percibir la “mortal rivalidad entre la fuerza del hombre y la fuerza de la máquina”.

Precisamente, en la historia de la cultura y la civilización occidental, el espacio de lo técnico se relaciona con los instrumentos técnicos para la guerra y las máquinas como una expresión nueva del espíritu. “El espíritu que viene tomando forma desde hace mucho tiempo dando forma a nuestro paisaje es, de ello no cabe duda, un espíritu cruel”.12

Un espíritu que se ha despojado del vestido del humanismo y, ahora deviene con el de la crueldad, la zozobra, la inseguridad, la soledad, el odio, el dolor, el sufrimiento y la muerte. Un espíritu que está siendo jalonado por la informática y la tecnología del proceso de datos, que va de la estadística y a la objetivación del ser humano, hasta penetrar en los más sutiles procesos psicológicos que determinan la conducta y la visión que tiene el hombre de sí mismo, del mundo y su realidad.

Pero la realidad vivida en los últimos años nos permite percibir la gran potencia de cambio que están generando las tecnologías de la información; desde los drones, los autómatas, el fluido de imágenes en banda ancha, el paso del átomo a los bits, la seguridad de los Estados y la ciudadanía, hasta el control, la homogenización, la numerificación de las sociedades y del individuo. Estamos viviendo en la actualidad una revolución en la estructura y la función de las sociedades, en la esencia del Ser y del Existir, es decir, epistemológicas y ontológicas.    

Somos parte de la época de la velocidad, del maquinismo y los medios de transporte; “la capacidad de los aparatos con que se reproduce la palabra y la escritura, sobrepasan las necesidades. Las energías que la técnica desarrolla más allá de ese umbral son destructoras. En primera línea favorecen la técnica de la guerra y su preparación publicitaria. Dicho desarrollo técnico se realizó a espaldas del siglo XIX. No fueron conscientes de las energías destructoras de la técnica –dijo con acierto Walter Benjamín”.

De ahí que los Estados en la actualidad, “son más amenazadores y se hallan más pertrechados de armas que nunca; en cada uno de esos detalles los Estados se orientan al despliegue del poder; y disponen de tropas y arsenales sobre cuyo destino no es posible albergar ninguna duda. Estamos viendo cada vez más claramente como el ser humano en las batallas o fuera de ellas, puede ser sacrificado sin reparos”.13

De ahí que las máquinas teletanatologicas producidas por las tecnologías de Inteligencia Artificial –drones, Plataformas Digitales, redes sociales, robots, Ordenadores cuánticos, Inteligencia Digital, etc.), han sofisticado el dolor, el sufrimiento, la habituación y la insensibilidad ante la muerte. Por eso expresan un desaliento moral, político y social, en el mundo globalizado. Donde prevalece la segunda consciencia sobre el cuerpo y la vida en general. Así que, el ser humano vive un proceso de aceración.

Cabe recordar lo que expresó Jünger en Sobre el dolor: “La cuestión que se plantea es que si esa segunda consciencia que vemos entregada tan insaciablemente a su trabajo le está dando también un centro a partir del cual quepa justificar en su sentido más hondo la creciente petrificación de la vida. También la cuantía del dolor susceptible de ser soportado crece a medida que progresa la objetivación. Casi parece que el ser humano posee un afán de crear un espacio en el que resulte posible considerar el dolor como una ilusión, y ello en un sentido enteramente distinto que hasta hace poco tiempo.14

En el mundo de hoy prevalece el decurso técnico y los lenguajes digitales, que son expresiones del espíritu de la época, que es en igual medida amoral y reemplazó al mito en la modernidad. Nos encontramos inmersos en una atmósfera que nos condiciona a soportar con mayor frialdad la visión de la muerte como en la guerra de Ucrania y Rusia o, de palestinos e israelíes. Se explica porque ya no estamos en nuestro cuerpo, a la manera antigua, como en nuestra casa. Sino que hemos aparcado la zona de la sentimentalidad del valor, del sentido de la vida y del mundo.

Somos parte de unas sociedades globales cada vez más tecnológicas y socialmente diversificadas. Donde “la ciencia física “está ahora tan ligada con todos los intereses de la humanidad”, porque es indispensable cierta familiaridad con ella para comprender “la actual fase del progreso de la humanidad” y participar en ella” –dijo George Steiner.

Resulta asombroso como las nuevas generaciones son nativos de la Cultura de lo efímero y de los lenguajes digitales, y cómo se alejan de todas las tradiciones de nuestros antepasados y con la que nacimos nosotros. Es cierto que los verdaderos espíritus del siglo XX y principios del XXI tienen conocimiento y consciencia de ello, que dejan tras de sí una representación de la vida, del mundo y de la realidad, enteramente distinta. Jünger nos recuerda que “estamos viendo también que la persona individual va a parar a una situación en la que puede ser sacrificada sin reparos”.

A la vista de todas esas cosas surge esta pregunta: ¿Estamos asistiendo aquí a la inauguración de aquel espectáculo en el que la vida sale a escena como voluntad de poder y nada más?15

Sabemos que el ser humano contiende cada vez más con la agresión “del dolor, del sufrimiento, en la medida que es capaz de extraerse a sí mismo fuera de sí mismo”.16 O, en otras palabras, vive inmerso en la segunda consciencia donde prevalece la objetivación y la estadística. La edad de Acuario no sólo ha cambiado la marcha de los relojes, sino que con una rapidez asombrosa impone las valoraciones técnicas. Pero nada de eso exime de responsabilidades éticas y morales, a las ciencias, la técnica y al ejercicio del poder. Aquí el juego del poder y del conocimiento se entrelazan para someter, coaccionar o dominar al ser humano.

Ahora, ¿qué desea el Gran Poder? Someter al ser humano a las mismas exigencias de la máquina. Jünger piensa que, nos encontramos en una fase última del nihilismo, y que unos órdenes nuevos han ocupado ya unas posiciones muy avanzadas, pero los valores correspondientes a esos órdenes aún no se han hecho visibles.17 Somos parte de una época de actores insignificantes y de hechos significativos. Se está dando que, por un lado, tenemos una capacidad organizativa de saberes-conocimientos, de técnicas al uso, y de otra, de “nivelación de los viejos cultos, la esterilidad de las culturas, la mezquina mediocridad”.18

Así que, tenemos la sensación del vaciamiento de los valores, de los contenidos espirituales de la experiencia y del lenguaje, la fe sin sentido, la disciplina y la homogenización sin legitimación. Desde el umbral político observamos como las democracias actuales pasan de lo programático de los partidos, del análisis y la crítica parlamentaria, a la aclamación. O, como el Estado de Derecho se remplaza por el Estado Punitivo. Y, esto es sumamente grave en un Estado democrático Social de Derecho.

Estamos seguros que Leviatán es, el instrumento absoluto de la técnica, lo abarca todo y a todos, y la técnica es el ethos (el carácter) de la actualidad. El tejido intelectual, la red tecnológica de la industria-militar, estructuran a unas sociedades socialmente diversificadas y establecen redes geopolíticas estratégicas. Que impelen a los Estados Modernos a participar en los equipamientos bélicos –si se divisa en él la preparación para el desastre como si cree reconocer a la distancia en las colinas, los cruces de caminos tanto el que conduce a la luz o a las tinieblas.

Vuelvo y repito. En el espíritu de la Gran ciudad la indiferencia psicológica, el hambre, el desempleo, la violencia, las relaciones inconexas, un movimiento masivo de individuos sin consciencia de sí, donde predomina el lujo, la materia, el dinero, el consumo, la publicidad, el poder, configuran un mundo abstracto que prevalece sobre la sentimentalidad, la solidaridad y el Humanismo.

Aquí el lema establecido por Voltaire y Arnold que las humanidades humanizan, voló por los aires como una costra seca, de una parte; de otra, “¿quién discutiría que la civilización tiene con el progreso una ligazón más íntima que la que posee la Kultur y que aquella es capaz de hablar en las grandes urbes su lenguaje natural y sabe manejar medios y conceptos a los que la cultura se enfrenta sin tener ninguna relación con ellos e incluso de manera hostil?”19   

                                              Madrid-España a 23/07/2024

 

                                                            Bibliografía

 

  1. Jünger. Sobre el dolor. La movilización total y Fuego y movimiento. Tus Quets Editores, 2003., Barcelona. págs. 81 y 82.
  2. Heidegger, Martín. Hitos. Carta sobre el “Humanismo”. Alianza Editorial, Madrid 2007. pág. 294.
  3. Ib. pág. 259.

4 Arendt, Hannah. Entre el pasado y el futuro. Ocho ejercicios sobre la reflexión política. Ediciones Península 2016, Barcelona. págs. 212 y 213.

        5 Jünger. pág. 120.

        6 Ib. pág. 121.

         7 Ib. pág. 121.

8         Arendt. Ib. pág. 312 y 313.

9         Jünger. Ib. pág. 79.

         10 Benjamín, Walter. El Narrador. Ediciones Metales/Pesados, 2010., Santiago de Chile. pág. 26.

         11 Jünger. Ib. pág. 127.

12     Ib. pág. 81.

13              Ib. pág. 82.

14     Ib. pág. 74.

15     Ib. págs. 82 y 83.

16     Ib. pág. 83.

17     Ib. pág. 84.

            18 Ib. pág. 84.

            19 Ib. pág.  110.

 

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