Antonio
Mercado Flórez. Filósofo y Pensador.
Si
el ser humano lucha en el fondo contra el tiempo; sus diversas configuraciones
determinan la existencia. El tiempo es la esencia misma de la vida humana. En
el mundo que vivimos el tiempo concreto, circular o cósmico, no se adecúa al
Espíritu de la Época. Porque los propósitos del Gran Poder, la técnica, la ciencia o la nueva voluntad de poder,
son indiferentes a los del hombre de carne y hueso. Su configuración simbólica
se expresa en el mundo de los titanes, frío y distante, como también en el
rostro del dolor y las necesidades humanas. Esta concepción del tiempo y de la
historia lo ha invadido todo. El mundo que “ha
sido” o, que “es”; o, en otros
términos, el espacio donde habita el campesino, el carpintero, el jornalero, el
talabartero, el obrero, etc., están determinados por el tiempo abstracto,
mensurable, que se escurre como el agua entre los dedos. El de las manecillas
del reloj, del trabajo, con sus horas uniformes e intercambiables se convierte
en el toque de corneta de la civilización actual.
Bajo
el manto del su hechizo del tiempo abstracto los hombres de la Gran ciudad realizan las transacciones
financieras y comerciales, los coches automatizados trasladan a sus habitantes
al trabajo y a los niños al colegio, los mendigos buscan en la basura un
mendrugo de pan, y los poderosos se apoltronan en sus oficinas para dominar el
mundo que el destino les puso bajo sus pies. Así, el devenir de la concepción
del tiempo abstracto, hace imposible percibir las ventajas de anteriores
cálculos de tiempo. Es la representación más clara y evidente que el Zeitgeist, el Espíritu del Tiempo, el de
los titanes y la cifra, el cálculo y sus juicios, determinan el sentido
histórico de nuestra época.
No
podemos olvidar que el mundo nuestro está inmerso en las fauces del tiempo que
camina, fluye, se escurre o se desliza. Un poder que avanza, progresa y como
tal, inmanente al tiempo mismo. La interpelación que recibimos cada día es fuerte
y fría; nos obliga a soportar el peso de la Vida. Es un mundo de distancias e
indiferencias psicológicas como el que ofrece la Gran ciudad contemporánea, por eso es el mejor que aviene al
desarrollo del Capitalismo global, la
primacía de la Cultura de lo efímero.
Así,
en nuestra época se cortan los lazos con el tiempo cíclico, cósmico, con el
tiempo que retorna; el que retorna las lluvias, el Sol, las festividades y con
ellas a los dioses. Sin embargo, el mundo nuestro diluyó en los sistemas de
producción, el comercio, el consumo masivo, el ocio vacío de contenidos de
sentido, las esferas de lo dineral y lo efímero, el sentido de la existencia
individual. En este orden, quizás
nuestros ojos, nuestra lengua, nuestra sensibilidad, nuestra conciencia y
nuestra experiencia, hayan experimentado una modificación.
Además,
la lengua biológica e histórica que comunica contenidos espirituales, está
dando paso a la lengua del artificio. Ahora vemos, pero no observamos: la
sensibilidad y la solidaridad ante el hombre desnudo, solo y abatido, que
antaño era común entre nuestros mayores; ahora vemos, pero no sentimos: la
indiferencia ante el dolor, el odio, el sufrimiento y el hambre. No obstante,
los ritmos de la vida cotidiana han dejado nuestra experiencia en una casa de
empeño, por unas pocas monedas de lo actual. Entonces, la conciencia reflexiva,
crítica o juzgadora se sustituye por los ritmos de la vida cotidiana.
Ernst
Jünger nos dice: “El tiempo que retorna es un tiempo que trae y restituye
cosas. Las horas dispensan obsequios. También son distintas, pues hay horas
cotidianas y horas festivas. Hay ortos y hay ocasos, hay mareas altas y mareas
bajas, constelaciones y culminaciones”. Este era el tiempo que regía la
existencia y los ciclos de la naturaleza de los indígenas precolombinos; los
pueblos y las aldeas del mundo. El tiempo nuestro, mensurable, cronológico y
abstracto, en cambio, te sustrae y te niega cosas. Por eso, las manecillas del
reloj cambiaron la percepción de la existencia y del mundo, de la vida y la
muerte, de la alegría y la felicidad, de la conciencia del “Yo” concreto y del Otro.
Así,
todo, absolutamente todo, se nos ofrece en la escala de lo lineal, lo continuo,
lo pasajero; las esferas del presente-actual.
Una dinámica de la vida que posibilita que el ser humano se encuentre solo y
desprotegido, a merced de fuerzas que lo trascienden. En una época como la
nuestra, el tiempo avanza, progresa, porque es tiempo uniforme, y los
contenidos vitales, históricos o verbales, no tienen importancia. Esta
concepción del tiempo no es otra que, la de la Cultura del espectáculo.
Por
la primacía de la técnica y del tiempo continuo que avanza sin cesar, la “forma” sustituye al “sentido”. El tiempo mismo, por ejemplo,
adquiere más valor que el conjunto de las cosas del mundo o, de la vida misma.
“Esa forma puede llegar a convertirse en un poder religioso que es lo que hoy
está ocurriendo en gran medida. De ahí el notable papel que el tiempo desempeña
en el materialismo”. Observamos en este umbral, la falta de antagonismo entre
la utilización del tiempo en la producción global, con relación a los
desajustes estructurales que contiene en sí. Ya que la dynamis que lo determina no es otra que, la forma del tiempo
abstracto y conmensurable, del dinero, la producción y el consumo. En este
orden de cosas, el ser humano que da sentido a la historia, a las cosas y a la
vida, se convierte en material de “existencias” en el Sistema del Capitalismo Global.
Si
el tiempo llega a convertirse en un poder religioso, en dogma. Su importancia
en el mundo materialista y hedonista de la época actual, lo confirma. Por eso
Jünger se pregunta, “¿en qué quedarían las doctrinas materialistas si se les
quitasen el componente del tiempo? Todas las utopías, no sólo las técnicas y
biológicas, sino también las sociales y éticas, se alimentan de ese poder del
tiempo que avanza, que progresa hacia su meta”. Si no existiera el progreso y
la meta que esperamos, las utopías, la técnica y el mundo de los titanes, se
convertirían en atroces fantasmas que atormentarían nuestra conciencia. Todo se
dejaría al azar o, al destino, pero sabemos que estos no tienen miramientos con
nadie. Este mundo, en su defecto, suprimiría las tablas de valores. Entonces el
saber y el arte, la filosofía y la teología, la música y la poesía, se
convertirían en herramientas para exorcizar dichos fantasmas. Por eso en nuestra
época, el tiempo se convirtió en problema filosófico: Ontológico y
Epistemológico. Ya que concierne a la esencia del tejido del Ser y del existir.
Nuestro
mundo perceptivo se caracteriza por el antagonismo entre el espíritu que
retorna y el espíritu que progresa. No sólo son dos concepciones del tiempo y del
espacio, sino también dos umbrales de la vida, de “ser” y “estar”. El
antagonismo político entre conservadores y liberales, entre laicismo y
clerecía, entre técnica y naturaleza; son sólo formas exteriores de los universales históricos. “Si estos
cambian, si las estructuras sintácticas de la percepción se modifican –dice
Steiner–, se modifican también las formas de comunicación”. Sí consideramos los
niveles de transformación, el discutido papel de los antagonismos
históricos–sociales, son apenas un síntoma secundario y superficial.
Al
respecto, Ernst Jünger sugiere que la solución sólo puede ser: “conocimiento,
coordinación y armonización de los diversos estratos, pues el tiempo cósmico y
el tiempo terrestre siempre están presentes y las exigencias que hacen son
distintas. El tiempo que retorna y el tiempo que progresa hablan a dos estados
de ánimo fundamentales del ser humano, a saber: al recuerdo y a la esperanza,
que son los dos constructores del palacio que el hombre habita. En el recuerdo
y la esperanza se encuentran el padre y el hijo, el espíritu conservador y el
espíritu de cambio”.
Estos
palacios ancestrales uno habita en las profundidades de lo elemental, respira
la atmósfera de la selva virgen o del mar; la de los pueblos ubicados en las
fronteras de la atemporalidad como Macondo
en Cien Años de Soledad; el otro,
habita las grandes urbes, es un ciudadano de la humanidad; la consciencia de sí
y del entorno es una consciencia universalista. Es un creyente acérrimo del
progreso, la técnica, la ciencia, el lujo, lo pasajero y la economía dineral;
en él predomina la consciencia utilitaria y la razón de acuerdo a fines. Por
tanto, el hombre de mundo respira la atmósfera de la Gran ciudad, del trabajo, del mundo dineral, de las relaciones
jurídicas y contractuales, de las relaciones de fuerza, de ahí que el lenguaje
que habla, es el de la ciencia, la técnica, la economía, del poder que se
transforma en lengua artificial.
Este
estado de la existencia individual en la cultura y la civilización occidental
reciente, se concatena a un nuevo ejercicio del poder. Así pues, ¿quiénes son los
hombres y mujeres de la Gran ciudad?
Naturalmente, seres que se apresuran para encontrarse solos; porque no existe
una época de la humanidad donde los hombres y las mujeres, nunca se han sentido
tan solos como ahora. Y sienten en lo más hondo del alma, que son arrojados sin
compasión al más espeso silencio de la tierra. Así que, la desdicha se apodera
de sus corazones, y descienden a lugares infernales donde mora el sufrimiento,
el dolor, el miedo, extienden un velo misterioso sobre sus rostros y sus pensamientos.
Pero también existe el otro lado de la Vida, el que germina en el seno de las desgracias
y el sufrimiento. Entonces, las vidas dejan de ser insignificantes adaptadas a
la reclusión, la soledad y el silencio; porque pueden observar por la diminuta
y frágil rendija de la existencia humana, el resplandor de la eternidad, del Poder Estático, que existe en el fondo
de todo sufrimiento y dolor. Es el resplandor que aclara los caminos
crepusculares que conducen a la liberación.
En
este orden, Ernst Jünger nos recuerda que el retorno, es algo que viene
determinado por poderes extraterrenales, es siempre cósmico e hijo del Sol; la
esperanza en cambio forma parte, con el suicidio y las lágrimas, de los signos
distintivos propiamente humanos. Así pues, la esperanza es algo humano-terrenal,
un signo de imperfección. Pero el estado en que se siente la imperfección
constituye ya, un estado superior a aquel en que no se la siente. Los detalles
son conocidos, han sido descritos muchas veces; forman parte de nuestras
experiencias más inmediatas. Lo que llamamos progreso, es esperanza
secularizada; la meta es terrenal y se halla claramente circunscrita en el
tiempo. En cambio, para George Steiner la esperanza y el temor son supremas
ficciones potenciadas por la sintaxis. Es tan inseparable la una de la otra
como lo son de la gramática. La esperanza encierra el temor al no cumplimiento;
el miedo tiene en sí un grito de esperanza, el presentimiento de la superación.
Es precisamente el status de la esperanza lo que hoy resulta problemático.
Así
que, en todo nivel excepto en lo trivial o en lo momentáneo, la esperanza es
una inferencia trascendental. El sentido estricto de esta palabra se apoya en
presuposiciones teológico-metafísicos. (George Steiner). Hablar hoy en día de
la esperanza, es hablar de los orígenes y la condición del lenguaje; significa
hablar del hombre como ser lingüístico y simbólico. Como nos recuerda Steiner:
“Tener esperanza es un acto de habla, una forma de comunicación, interior o
exterior, que presupone un oyente, ya
sea este el propio “Yo”. Rezar es el
ejemplo por excelencia de este acto. Y su fundamento teológico es el que
permite, exige que el deseo, el proyecto y la intención se dirijan a oyentes
divinos con la esperanza,
precisamente, de recibir ayuda o comprensión”.
La
esperanza no tendría sentido alguno en un orden completamente irracional, o en
el ámbito de una ética arbitraria y absurda. La esperanza tal como se ha
estructurado en la psique y la
conducta humana, tendría un papel insignificante si la recompensa y el castigo
fueran determinados por sorteo. (Steiner). Sí la esperanza es un signo terrenal
del hombre, su espera infiere un “orden” nuevo, social y material, ético y
espiritual. Así pues, en consecuencia, la secularización de la vida en la
cultura occidental moderna, disminuyó el “aura”
religioso de la esperanza y fortaleció lo que llamamos progreso, esperanza secularizada. Su meta es terrenal y se halla
circunscrita al tiempo histórico. “Un pulso compartido de progreso, de mejora,
confiere energía a la empresa filosófico-ética desde el comienzo del siglo XVII
hasta el positivismo de Comte”. En la consciencia individual del hombre
occidental reciente, el movimiento principal del espíritu hace que la esperanza
no sólo sea un motor de acción política, social, económica, técnica, científica,
sino también una actitud razonable. Una condición que, en la conciencia de la
cultura occidental, está ligada a la mejora de la justicia social y el
bienestar material; son la cristalización de un futuro, la anticipación
racional del mañana. (Steiner).
Pero
también en este tipo de consciencia se ha ido cristalizando un pensamiento
desesperanzado, de contra utopía, que ha experimentado un cambio cualitativo,
pasó del optimismo a un súbito pesimismo. Ejemplos: Pascal en el siglo XVII,
Kierkegaard en el siglo XIX, Huxley y Orwell en el XX. El progreso se concibe
ahora como una tendencia material, social, económica y política, que no
responde a las verdaderas necesidades y esperanzas humanas. Su progresión se
aparta de sus designios y se observa una nueva especie de “disminución”. Esto
nos permite pensar que se ha dado en la historia de la cultura occidental
reciente, un cambio cualitativo del tiempo y de la consciencia que se tiene de
él. Esta transformación infiere directamente en un cambio ontológico y
epistemológico, que concierne a la esencia, al tejido del ser. Son
modificaciones de la concepción del tiempo y de la esperanza, que no sólo
inciden en el mundo histórico, científico y técnico, sino también en el
espiritual y ético de la consciencia individual. No es casual que se reflexione
sobre estos tópicos si son parte del “núcleo”
de la cultura occidental reciente.
Resulta
evidente en nuestro tiempo que la consciencia inventiva o común, evalúen las
cosas o los aparatos técnicos de acuerdo a la renta que reportan. “Estamos
habituados a juzgar los grandes inventos, por los beneficios que nos rinden
–dice Jünger. En este orden, nuestro mundo técnico está impregnado de esas
ilusiones ópticas; trata de poner el origen, el fenómeno originario de la
técnica o de la ciencia bajo el rasero del beneficio. Pero olvida que es en
nuestro tiempo cuantificable y cuantificado, nuestro tiempo abstracto y abstraído,
donde las ilusiones ópticas de lo mensurable tratan de determinar los órdenes
de la existencia individual. A saber, juzgamos los grandes inventos por los
beneficios que nos reportan. De ahí que el tiempo mensurable, abstracto,
determine el orden de la vida material y espiritual de los seres humanos. “Este
Darwinismo de los aparatos técnicos es una de nuestras ilusiones ópticas”. (Steiner).
El
ilusionismo técnico, en su defecto, se concatena con el sentido de
rentabilidad. No importa el propósito que ánima al saber, a la inventiva,
importan los beneficios que reportan. Una época que considera los medios como
fines, es una época que se interesa por la “forma”,
más no por el “sentido”. De ahí que
en el origen, en el fenómeno originario –del saber y el conocimiento, de las
prácticas sociales y las técnicas–, no intervengan nuestros fines. En el Génesis todo lo existente –material o
espiritual–, es completamente ajeno a la rentabilidad. Por tanto, la inventiva,
el saber en la historia de la humanidad, no han estado siempre bajo los
propósitos de los fines y los beneficios. Por eso, en nuestra época materialista
y hedonista, el sentido de rentabilidad y del placer alcanzó su máxima
expresión. Por lo que toca a lo económico, los diversos procesos y la
rentabilidad económica, se entrelazan con el Sistema de Producción Global.
Existe entre ellos un juego de espejos, un juego de ecos, que se escuchan y se
observan en todo el orbe terráqueo. Esto configura nuestro mundo y se expresa
en tres esferas: el confort técnico, el saber y el gran capital; y, en
consecuencia, entrelazan y generan un nuevo “tipo” de poder.
El
mundo de los titanes y de la fragua de Vulcano, los cíclopes y el trabajo del hierro, sus aparatos
técnicos e inventivas, son tan excitantes y embriagadores, que el hombre no
tiene tiempo para pensar en sí mismo y el entorno que lo rodea. Hemos entregado
las fuentes del ser en sí y para sí, la libertad creadora y la soledad que
dignifica, a cambio de los ritmos del Zeitgeist,
el Espíritu del Tiempo; de las fintas fugaces y degradantes del sentido de
humanidad. En esta época profana y profanadora, se devela que los grandes
sueños en los que ha venido ocupándose a lo largo de los siglos el espíritu de
la humanidad, tratan de reducirse al concepto de progreso, de ciencia, de
técnica y de rentabilidad. Pensamos que afortunadamente en esta alta
civilización tecnológica, “aún hoy continúa habiendo en nuestra investigación
un rasgo alquímico, una voluntad misteriosa, cuya nobleza se delata en que no
alcanza su meta. A eso se debe el que en nuestro mundo –que es un mundo creado
por el espíritu– perdure un resto que el intelecto es incapaz de disolver:
(Jünger).
Sabemos
que está aflorando la consciencia y se palpa sobre la sensibilidad del mundo
actual, que en todo momento y todo tiempo detrás del “cambiante paisaje”, se
esconden fuentes primordiales de energía, y que “por debajo de los fenómenos
fugaces” se hallan manantiales de agua viva; el Poder Estático, con sus afluentes de abundancia, “veneros de poder
cósmico”. Ese saber constituye no sólo el cimiento simbólico-sacramental de la
Iglesia y continúa desarrollándose no sólo en las doctrinas secretas y en las
sectas; ese saber constituye también el núcleo de los filosofemos, por muy
dispares que sean los mundos conceptuales de éstos. En el fondo todas esas
cosas van buscando el mismo secreto, un secreto que es patente a todo el que
una vez en su vida ha recibido de él la iniciación; y da igual que ese secreto
sea concebido como idea, o como mónada primordial, o como cosa en sí, o como
existencia de los hombre de hoy. Pero, mientras el hombre exista sobra la faz de
la tierra continúa habiendo la posibilidad, que “el mundo sea un enigma” - dice Gershom Scholem.
Estamos
tan inmersos en nuestro tiempo de titanes
y de automatismo, que no nos damos cuenta “que nuestro tiempo guarda
semejanza con un desfiladero estrecho y funesto por el que se compele pasar a
los seres humanos”. Estamos tan hechizados por el Weltgeist, el Espíritu del Mundo, que no nos damos cuenta ¿qué
prima en las coordenadas donde nos movemos, o en las esferas en que nos
encontramos? En un mundo como éste nos asentamos en los humores de lo material
y cotidiano (lo técnico, lo colectivo, lo típico y el lugar común), que afectan
la naturaleza espiritual del hombre, esto es, a los contenidos espirituales de
la lengua y los movimientos del pensamiento. De ahí que el ser humano no sea
capaz de percibir otros mundos perceptivos; y que existen momentos donde el
instante es todos los instantes y se condensan en eternidad. O, que en el
interior de todos y cada uno de nosotros, habita el Primer Adán. Y, cuando somos
capaces de percibir que acontece detrás de los fugaces fenómenos, se nos revela
diáfana la estructura fundamental. En otros términos, el lugar donde
experimentamos nuestro Poder Estático,
nuestra “Figura”, nuestro “tipo”,
nuestro ser en sí y para sí; y éste no es otro que el Espíritu.
Es
el umbral donde se revela la magia de la Naturaleza
y el misterio de Dios. En comparación
con eso, “los instrumentos se convierten en meras imitaciones. En instantes
como ésos, se devela que el saber tiene una fuente en la cual no solo se acerca
al arte y a la fe, sino que llega a unificarse con ellos”. (Jünger).
Sabemos
que existen instantes en los que el ser humano trasciende el duro hierro de los
días, la rutina de la vida cotidiana, lo abstracto y mensurable, en lo que se
convirtió el mundo. Son instantes en que
la embriaguez del espíritu invade la plenitud del ser, la totalidad de la
existencia; y entonces se revela el auténtico secreto del mundo. Son momentos de un relampaguear donde lo
fugaz se hermana con lo eterno, el ser humano se quita la máscara y radiante aparece
el rostro de la bondad. “Necesariamente esos ambientes y esos estados de ánimo
habrán de diferenciarse de los cotidianos; podrían ser, por ejemplo, oníricos”.
Los Evangelios tienen pasajes donde
la embriaguez del espíritu trasciende lo deleznable y frágil de la existencia
humana; son el fruto del que se alimenta una gran cantidad de seres humanos y,
reclaman su lugar en la historia y en la vida. En esos lugares donde el hombre
tiene contacto con lo sobrenatural las apariencias del mundo evanescente se
disipan y se da lugar al Ruha Jacode de Iahvé: al Espíritu de Dios. Así que, los poderes materiales o los malignos
que viven en las oscuras profundidades del mundo o del corazón de los hombres,
han de dar paso al adviento del espíritu
en la vida de los seres humanos.
El
hombre contemporáneo por estar inmerso en la algarabía de los lenguajes
digitales y bajo el hechizo de la imagen gráfica en movimiento o, de las redes
del tiempo abstracto, es incapaz de percibir el auténtico secreto del mundo y
la melodía del destino. La Gran ciudad
con sus flujos urbanos, la rapidez con que se presentan y lo fugaz con que se
alejan; no permite que el hombre se detenga a pensar los detalles de las cosas
y los propósitos que éstas persiguen. Separarse un momento de la excitación
nerviosa que vive la Gran ciudad,
significa, alejarse de la monotonía y del ritmo de los procesos, la velocidad y
el automatismo. Esto sólo lo consiguen las conciencias despiertas y sensibles
ante la magia de la materia animada e inanimada; los artistas, los poetas, los
teólogos, saben mirar por debajo de los fugaces fenómenos de la realidad. Saben
mirar por “detrás de la melodía, del ritmo del proceso”. Ellos se convierten en
voz de los que no tienen voz, en ojo avizor del que los tiene nublado por los
ritmos de lo cotidiano y en consciencia juzgadora, o crítica del orden
existente. Casi siempre en una sociedad representan a los espíritus fuertes; ya
que ejercen el poder de mando ante las adversidades de lo elemental, el dolor, del
sufrimiento, de la muerte y de la indiferencia del Gran Poder. Se convierten, así mismo, en referentes éticos,
políticos, sociales o culturales del mundo que les ha tocado vivir.
Observamos
que algunas veces la actitud hacia las cosas que ofrecen las palabras y las
imágenes, resplandecen en cromáticos tornasoles. Es privilegio de los dioses
morar en el mundo de las imágenes y descender sólo excepcionalmente al de los
fenómenos. “A nosotros se nos ha concedido en menor medida este don” –dice
Jünger. Vislumbramos la riqueza del mundo de las imágenes con su cromático
tornasol, y raras veces como ocurre durante los sueños, nos evadimos del mundo
visible de los fenómenos para adentrarnos en el universo de la imaginación.
Somos habitantes de un mundo donde se privilegia el tiempo actual y abstracto,
la superficie y raras veces nos atrevemos a descender al de los gérmenes, las
raíces o los sueños. Es necesario que desgarremos la tupida red que cada
instante, cada minuto y cada hora, construye el tiempo abstracto y mensurable; que
responde a los designios del materialismo, los instrumentos técnicos y al
Sistema Económico Global.
Si
somos capaces de quitarnos las escamas de los ojos, el mundo que habitamos lo
percibiríamos inmediata y libremente, sin espejismos. Percibiríamos que la
cifra no puede extraer de un problema, más que cifras. Que la vida es como un
laberinto de donde no podemos escapar. Y por eso, hay que soportarla y vivirla
en la naturaleza oscura de ambigüedades y contradicciones. Así que, a lo que le
concierne al sentido de la existencia y de las cosas; la estadística, roza sólo
la superficie y no es capaz de llegar a su estrato más profundo, elemental y
primitivo. Permanece en el sentido literal de la palabra, como objeto de
controversia. Esto confirma que los problemas fundamentales de la existencia,
no hay que buscarlos solo en la superficie, sino en los bosques primitivos de
las selvas tropicales, los linderos del desierto y el alba, donde habita lo
permanente e inmutable y se está más cerca del origen. Donde las manecillas del
reloj se paralizan ante lo intemporal y eterno. El pueblo del Libro lo sabe, son lugares donde prima
la realidad intemporal, ahí se Revelan los fragmentos de Absoluto; eso que permite percibir lo trascendente y divino. En
tanto que posibilita al ser humano tener consciencia que es límite y frontera
del mundo –como lo afirma el imperativo pindárico.
Sabemos
que lo que el reloj de rueda dispensa es tiempo abstracto, cuantificable. Es
algo creado por el espíritu, de ahí que se distinga del reloj telúrico y cósmico.
De él se emite un tiempo que no es un regalo de las fuerzas naturales ni del
cosmos, sino un tiempo que el hombre se dispensa a sí mismo y toma sobre sí. En
consecuencia, se gana poder domando el tiempo, aprisionándolo. Las aristas del
tiempo que circundan, envuelven y atraviesan la existencia cotidiana, son menos
libres y autónomas, que las del tiempo eterno que bebe de las fuentes de la
eternidad. Las primeras, pertenecen al mundo fenoménico y aparente de las
cosas; las segundas, al mundo fundamental, al “arquetipo de los arquetipos”.
Por estar inmersos en el pálpito vital, no percibimos ni vivimos las corrientes
del espíritu; que dan realmente sentido a la existencia individual. Si
pertenecemos al mundo del Titán, las
máquinas, la velocidad y el automatismo, no quiere decir que los antiguos
poderes del tiempo y del espíritu, no nos exijan el status y el sacrificio que es debido.
Así
que, el tiempo que prima en la historia de la cultura occidental moderna, es el
abstracto, del trabajo, con sus horas uniformes e intercambiables. Bajo su
hechizo los flujos de la gran ciudad son hervideros humanos, desalmados, materialistas
e indiferentes ante el Otro. Por eso, el Zeitgeist,
el Espíritu del Tiempo y sus juicios, no puede trascender los límites del mundo
y las fronteras de lo humano. Somos prisioneros de las redes que tejen y
destejen los ritmos de la vida cotidiana: la publicidad, el consumo masivo, el
hechizo del dinero y del poder, el confort de la técnica y la sensación de
seguridad que otorga; y a su alrededor se cristaliza un mundo de terror, de
dolor, de hambre, de enfermedades, de violencia y sufrimientos, que pasan
desapercibidos a los ojos de los hombres. Es el ámbito del desarrollo de los
procesos, la física o la biología, por ejemplo, donde se están superando todos
los límites éticos y del conocimiento.
El
cambio es atmosférico se siente en el aire que respiramos; se anuncian
sorpresas nuevas para el siglo XXI, al que Nietzsche consideraba su patria
espiritual. Por eso pensó que la moral se había ido quedando retrasada con
respecto al desarrollo de los procesos; y que infería inexorablemente una
transvaloración. No sólo en el orden moral y de los valores éticos, sino
también en todos los órdenes de la existencia. Pero en momentos como éste,
donde los volcanes empiezan a vomitar encendidas lavas y descender por las
faldas de las montañas parece imposible dar un giro. Pero la vida se guarda sus
runas y parece devolvérnosla con creces; ya el desarrollo de los procesos, la
técnica y el automatismo, se están viendo como algo que alcanzó su máxima
expresión y refinamiento. Se piensa en algunas esferas que no son el
instrumento adecuado para dar cuenta del sentido de la vida. Quizá en los
últimos espacios de tiempo, la convicción que se tenía del desarrollo de los
procesos, se esté dilatando en la pupila de las personas que se preocupan por
el Espíritu.
Recordemos
nuevamente lo que dice Ernst Jünger: <<Hemos de admitir, sin embargo, que
así como en la época de Kant los seres humanos daban vueltas en torno al
conocimiento, hoy nosotros estamos empezando a girar alrededor del ser, el
destino y el carácter. Son dos estilos de pensar distintos y a menudo también
hostiles entre sí como el día y la noche, y llevan a modos distintos de valorar
el tiempo; en el primer caso se lo concibe como forma de conocimiento, en el
segundo caso, como forma del destino”. Se trata de develar que detrás de la
seducción que ofrece el mundo moderno se oculta algo, se esconde otra realidad
que tiene en sí y dentro de sí, un significado que nada tiene que ver con los
espejismos del mundo actual. Que las cosas inmediatas y propicias permanecen
siempre en el lado ciego de nuestra existencia; y se expresan únicamente por
símbolos.
Walter
Benjamín reflexionó sobre la pobreza del todo nueva que cayó sobre el hombre al
tiempo que ese enorme desarrollo de la técnica. Y el reverso de esa pobreza, es
la sofocante riqueza de ideas que se dio entre la gente –o más bien que se les
vino encima- al reanimarse la astrología y la sabiduría yoga, la Christian
Sciencie y la quiromancia, el vegetarismo y la gnosis, la escolástica y el
espiritismo. Para Benjamín uno de los signos populares del mundo actual, es el
crecimiento de la afición a los horóscopos. Es característico de la época que
vivimos por el vaciamiento del espíritu y de los contenidos de la experiencia,
que el ser humano entregue su vida a las cosas que les predican y a la fuerza
del destino. Así a saber, nos ilustra Benjamín: “Investigar el estado en que
uno se encuentra cuando apela a las fuerzas del destino, es uno de los caminos
más cortos y más seguros para conocer y criticar dichas fuerzas. Ya que todo
prodigio tiene dos caras, la de quien lo hace y la de quien lo recibe. Y no es
raro que la segunda sea más instructiva que la primera, puesto que incluye su
misterio”
Ahora
bien, ¿por qué son tan importante los horóscopos en el torbellino del destino
de los seres humanos? Porque tenemos <<una curiosidad tan ardiente por el
resultado que parece como si esperase de éste información sobre alguien que es
para él muy importante, pero completamente desconocido. La vanidad es el
combustible de ese fuego. Pronto será un mar de llamas, puesto que tropieza con
su propio nombre. Pero si la exposición del nombre es de suyo una de las
influencias más fuertes que concebirse puedan sobre su portado, no cabe duda
que en la predicción dicha exposición va unida al contenido de lo que se diga” –expresó
Benjamín. Él cree que la imagen de la propia naturaleza que llevamos dentro de
nosotros es, de un minuto a otro, pura improvisación. Su orientación está
determinada por la multitud de máscaras que nos son presentadas. “Y sólo el hombre
atrofiado, devastado, las busca como un simulacro en su propio interior. Porque
la mayoría de las veces nosotros mismos somos pobres en este aspecto”.
El
signo popular de los horóscopos y las constelaciones del destino, son imágenes
de la nueva pobreza que ha caído sobre el hombre. Porque la mayoría de las
veces somos pobres en los contenidos de la experiencia y el autoconocimiento de
sí. Por eso, “somos felices cuando nos ofrecen un baúl de máscaras exóticas y
raras, la máscara del asesino, del magnate de las finanzas, del político, del
científico, del deportista, del inventor, del viajero que da la vuelta al
mundo. Mirar a través de ellas nos encanta. Vemos las constelaciones, los
instantes en los que hemos sido esto o lo otro o todo a la vez –visualizo Benjamín
del hombre actual. Cuando ponemos nuestra existencia en manos de estos
embaucadores -astrólogos, echadores de cartas, leedores de la mano,
taumaturgos, etc., ponemos nuestras vidas desoladas y devastadas por la dynamis histórica, a su disposición. Y
entrevemos en medio de la tupida red que nos aprisiona, esas quedas pausas del
destino, que posteriormente advertimos como puras falacias y fantasmas de lo
que verdaderamente nos ha tocado vivir.
“Hoy
podemos concebir el pensamiento que dentro de esos giros de las innumerables
ruedas se esconde una realidad diferente del fin y de la intención de esos
giros, y que esa otra realidad tiene en sí y dentro de sí un significado”. Si
el tiempo actual dirige su atención en lo “llamativo”,
más no a lo “significativo”, esconde
dentro de sí, el fin y la intención de esos giros. Si nuestra fuerza o nuestra
consciencia se dirigen al rendimiento dinámico y automático, económico y
material; la intención de los giros se aleja del espíritu, del Poder Estático. Las grandes religiones
monoteístas lo saben –el cristianismo, el judaísmo, el islamismo, el taoísmo,
el hinduismo–, detrás del mundo evanescente del que somos parte, existe el puro
espíritu, la estructura fundamental, la esencia de lo que somos: Dios.
Para
Pitágoras era el número; para Platón
las ideas o las formas; para
Aristóteles el motor inmóvil e invisible;
para Leibniz era la mónada; para
Hegel era el Espíritu; para Marx era la existencia de los hombres en la arena de la historia, etc. Entonces, ¿cuál es el
punto de inflexión en la época actual? Que la consciencia racionalista diluyó
en el tiempo abstracto, cuantificable, el “aura”
del espíritu y la vivencia de la existencia. Esto posibilitó que el hombre
occidental moderno, sea sumamente desgraciado. Como dice Jünger: “Del nuevo
sentimiento de la vida forma parte un hálito repentino que llega de lo absurdo.
Eso puede decirse incluso de la economía –la gente se pregunta que acabará
saliendo de ella”. En muchos sitios surgen dudas sobre el Zeitgesit, el Espíritu del Tiempo y sus juicios, y ahora la mirada
se vuelve hacia la causa del tiempo y lo histórico; lo trascendental y divino.
He ahí la fuente que alimenta el arte, la poesía, la filosofía y la nueva Revelación del siglo XXI; la luz que
despierta los corazones de miles de millones de seres humanos para un nuevo
encuentro consigo mismo o con Dios.
Se
trata de percibir que el deslumbramiento de los instrumentos técnicos, de la ciencia
o de la nueva voluntad de poder, traen consigo una nueva pobreza, la pobreza de
nuestras experiencias. Porque no somos pobres sólo en experiencias privadas
–nos recuerda Benjamín- sino en las de la humanidad en general. Se trata de una
especie nueva de barbarie. Y el órgano que más mal parado sale, es el lenguaje.
Porque en todo tiempo y lugar el significado de las ideas, como el de las
palabras depende del marco en que se las usa. Y la época actual es la de los
instrumentos técnicos, por eso las palabras han sido vaciadas de sus
contenidos. Esto propició una pobreza nueva, la pobreza de los contenidos de
las experiencias comunicables. Entonces, podemos constatar que las gentes no se
han sentido tan solas como ahora. Este es un signo característico de nuestra
época, la soledad. Esta no es sino una parte de la gran pobreza que ha cobrado
rostro de nuevo. Por eso existe “una total falta de ilusión sobre la época”.
En
la época que vivimos se trata no sólo de vaciar a las personas de sus
experiencias, sino también de los contenidos espirituales de la lengua. Que los
instrumentos técnicos y el ojo exterior primen sobre el mundo interior del ser
humano. De ahí que el hombre esté sometido al asedio frío e indiferente de los
instrumentos técnicos. El hombre de hoy es un ser vigilado, cercenado,
atravesado y trascendido por poderes que desean borrar sus huellas sobre la
Tierra. “Pobreza de la experiencia: no hay que entenderla como si los hombres
añorasen una experiencia nueva. No; añoran liberarse de las experiencias,
añoran un mundo en torno en el que puedan hacer que su pobreza, la externa y
por ultimo también la interna, cobre vigencia tan clara, tan limpiamente que
salga de ella algo decoroso” –reflexionó Benjamín.
En
la época nuestra, la falta de ilusión sobre la época se concatena no sólo con
el vaciamiento de las experiencias comunicables, sino también con la falta de
conocimientos, con la inmovilidad de las reflexiones del pensamiento. “Nos
hemos hecho pobres” –grita Benjamín desesperado y triste por lo que acontece en
la actualidad. Y hemos ido entregando poco a poco la magia de la existencia a
los espejismos del mundo moderno. Pero sobre la arquitectura de la ciudad sin
alma, de las imágenes y de sus historias, del tiempo que fluye y la abstracción
que arrastra tras de sí, el hombre se prepara para sobrevivir, si es preciso,
al tiempo y a la cultura.
Como
dijo Benjamín:
“Que cada cual ceda a ratos un poco de
humanidad” a ese hombre sólo y desprotegido de la época moderna, “que un día se la devolverá con intereses, incluso
con interés compuesto”.
Madrid-España
a 07/09/2023