jueves, 7 de septiembre de 2023

El problema del tiempo en la actualidad


 

Antonio Mercado Flórez. Filósofo y Pensador.

 

Si el ser humano lucha en el fondo contra el tiempo; sus diversas configuraciones determinan la existencia. El tiempo es la esencia misma de la vida humana. En el mundo que vivimos el tiempo concreto, circular o cósmico, no se adecúa al Espíritu de la Época. Porque los propósitos del Gran Poder, la técnica, la ciencia o la nueva voluntad de poder, son indiferentes a los del hombre de carne y hueso. Su configuración simbólica se expresa en el mundo de los titanes, frío y distante, como también en el rostro del dolor y las necesidades humanas. Esta concepción del tiempo y de la historia lo ha invadido todo. El mundo que “ha sido” o, que “es”; o, en otros términos, el espacio donde habita el campesino, el carpintero, el jornalero, el talabartero, el obrero, etc., están determinados por el tiempo abstracto, mensurable, que se escurre como el agua entre los dedos. El de las manecillas del reloj, del trabajo, con sus horas uniformes e intercambiables se convierte en el toque de corneta de la civilización actual.

Bajo el manto del su hechizo del tiempo abstracto los hombres de la Gran ciudad realizan las transacciones financieras y comerciales, los coches automatizados trasladan a sus habitantes al trabajo y a los niños al colegio, los mendigos buscan en la basura un mendrugo de pan, y los poderosos se apoltronan en sus oficinas para dominar el mundo que el destino les puso bajo sus pies. Así, el devenir de la concepción del tiempo abstracto, hace imposible percibir las ventajas de anteriores cálculos de tiempo. Es la representación más clara y evidente que el Zeitgeist, el Espíritu del Tiempo, el de los titanes y la cifra, el cálculo y sus juicios, determinan el sentido histórico de nuestra época. 

No podemos olvidar que el mundo nuestro está inmerso en las fauces del tiempo que camina, fluye, se escurre o se desliza. Un poder que avanza, progresa y como tal, inmanente al tiempo mismo. La interpelación que recibimos cada día es fuerte y fría; nos obliga a soportar el peso de la Vida. Es un mundo de distancias e indiferencias psicológicas como el que ofrece la Gran ciudad contemporánea, por eso es el mejor que aviene al desarrollo del Capitalismo global, la primacía de la Cultura de lo efímero.

Así, en nuestra época se cortan los lazos con el tiempo cíclico, cósmico, con el tiempo que retorna; el que retorna las lluvias, el Sol, las festividades y con ellas a los dioses. Sin embargo, el mundo nuestro diluyó en los sistemas de producción, el comercio, el consumo masivo, el ocio vacío de contenidos de sentido, las esferas de lo dineral y lo efímero, el sentido de la existencia individual.  En este orden, quizás nuestros ojos, nuestra lengua, nuestra sensibilidad, nuestra conciencia y nuestra experiencia, hayan experimentado una modificación.

Además, la lengua biológica e histórica que comunica contenidos espirituales, está dando paso a la lengua del artificio. Ahora vemos, pero no observamos: la sensibilidad y la solidaridad ante el hombre desnudo, solo y abatido, que antaño era común entre nuestros mayores; ahora vemos, pero no sentimos: la indiferencia ante el dolor, el odio, el sufrimiento y el hambre. No obstante, los ritmos de la vida cotidiana han dejado nuestra experiencia en una casa de empeño, por unas pocas monedas de lo actual. Entonces, la conciencia reflexiva, crítica o juzgadora se sustituye por los ritmos de la vida cotidiana.

Ernst Jünger nos dice: “El tiempo que retorna es un tiempo que trae y restituye cosas. Las horas dispensan obsequios. También son distintas, pues hay horas cotidianas y horas festivas. Hay ortos y hay ocasos, hay mareas altas y mareas bajas, constelaciones y culminaciones”. Este era el tiempo que regía la existencia y los ciclos de la naturaleza de los indígenas precolombinos; los pueblos y las aldeas del mundo. El tiempo nuestro, mensurable, cronológico y abstracto, en cambio, te sustrae y te niega cosas. Por eso, las manecillas del reloj cambiaron la percepción de la existencia y del mundo, de la vida y la muerte, de la alegría y la felicidad, de la conciencia del “Yo” concreto y del Otro.

Así, todo, absolutamente todo, se nos ofrece en la escala de lo lineal, lo continuo, lo pasajero; las esferas del presente-actual. Una dinámica de la vida que posibilita que el ser humano se encuentre solo y desprotegido, a merced de fuerzas que lo trascienden. En una época como la nuestra, el tiempo avanza, progresa, porque es tiempo uniforme, y los contenidos vitales, históricos o verbales, no tienen importancia. Esta concepción del tiempo no es otra que, la de la Cultura del espectáculo.

Por la primacía de la técnica y del tiempo continuo que avanza sin cesar, la “forma” sustituye al “sentido”. El tiempo mismo, por ejemplo, adquiere más valor que el conjunto de las cosas del mundo o, de la vida misma. “Esa forma puede llegar a convertirse en un poder religioso que es lo que hoy está ocurriendo en gran medida. De ahí el notable papel que el tiempo desempeña en el materialismo”. Observamos en este umbral, la falta de antagonismo entre la utilización del tiempo en la producción global, con relación a los desajustes estructurales que contiene en sí. Ya que la dynamis que lo determina no es otra que, la forma del tiempo abstracto y conmensurable, del dinero, la producción y el consumo. En este orden de cosas, el ser humano que da sentido a la historia, a las cosas y a la vida, se convierte en material de “existencias” en el Sistema del Capitalismo Global.

Si el tiempo llega a convertirse en un poder religioso, en dogma. Su importancia en el mundo materialista y hedonista de la época actual, lo confirma. Por eso Jünger se pregunta, “¿en qué quedarían las doctrinas materialistas si se les quitasen el componente del tiempo? Todas las utopías, no sólo las técnicas y biológicas, sino también las sociales y éticas, se alimentan de ese poder del tiempo que avanza, que progresa hacia su meta”. Si no existiera el progreso y la meta que esperamos, las utopías, la técnica y el mundo de los titanes, se convertirían en atroces fantasmas que atormentarían nuestra conciencia. Todo se dejaría al azar o, al destino, pero sabemos que estos no tienen miramientos con nadie. Este mundo, en su defecto, suprimiría las tablas de valores. Entonces el saber y el arte, la filosofía y la teología, la música y la poesía, se convertirían en herramientas para exorcizar dichos fantasmas. Por eso en nuestra época, el tiempo se convirtió en problema filosófico: Ontológico y Epistemológico. Ya que concierne a la esencia del tejido del Ser y del existir.

Nuestro mundo perceptivo se caracteriza por el antagonismo entre el espíritu que retorna y el espíritu que progresa. No sólo son dos concepciones del tiempo y del espacio, sino también dos umbrales de la vida, de “ser” y “estar”. El antagonismo político entre conservadores y liberales, entre laicismo y clerecía, entre técnica y naturaleza; son sólo formas exteriores de los universales históricos. “Si estos cambian, si las estructuras sintácticas de la percepción se modifican –dice Steiner–, se modifican también las formas de comunicación”. Sí consideramos los niveles de transformación, el discutido papel de los antagonismos históricos–sociales, son apenas un síntoma secundario y superficial.

Al respecto, Ernst Jünger sugiere que la solución sólo puede ser: “conocimiento, coordinación y armonización de los diversos estratos, pues el tiempo cósmico y el tiempo terrestre siempre están presentes y las exigencias que hacen son distintas. El tiempo que retorna y el tiempo que progresa hablan a dos estados de ánimo fundamentales del ser humano, a saber: al recuerdo y a la esperanza, que son los dos constructores del palacio que el hombre habita. En el recuerdo y la esperanza se encuentran el padre y el hijo, el espíritu conservador y el espíritu de cambio”.

Estos palacios ancestrales uno habita en las profundidades de lo elemental, respira la atmósfera de la selva virgen o del mar; la de los pueblos ubicados en las fronteras de la atemporalidad como Macondo en Cien Años de Soledad; el otro, habita las grandes urbes, es un ciudadano de la humanidad; la consciencia de sí y del entorno es una consciencia universalista. Es un creyente acérrimo del progreso, la técnica, la ciencia, el lujo, lo pasajero y la economía dineral; en él predomina la consciencia utilitaria y la razón de acuerdo a fines. Por tanto, el hombre de mundo respira la atmósfera de la Gran ciudad, del trabajo, del mundo dineral, de las relaciones jurídicas y contractuales, de las relaciones de fuerza, de ahí que el lenguaje que habla, es el de la ciencia, la técnica, la economía, del poder que se transforma en lengua artificial.

Este estado de la existencia individual en la cultura y la civilización occidental reciente, se concatena a un nuevo ejercicio del poder. Así pues, ¿quiénes son los hombres y mujeres de la Gran ciudad? Naturalmente, seres que se apresuran para encontrarse solos; porque no existe una época de la humanidad donde los hombres y las mujeres, nunca se han sentido tan solos como ahora. Y sienten en lo más hondo del alma, que son arrojados sin compasión al más espeso silencio de la tierra. Así que, la desdicha se apodera de sus corazones, y descienden a lugares infernales donde mora el sufrimiento, el dolor, el miedo, extienden un velo misterioso sobre sus rostros y sus pensamientos. Pero también existe el otro lado de la Vida, el que germina en el seno de las desgracias y el sufrimiento. Entonces, las vidas dejan de ser insignificantes adaptadas a la reclusión, la soledad y el silencio; porque pueden observar por la diminuta y frágil rendija de la existencia humana, el resplandor de la eternidad, del Poder Estático, que existe en el fondo de todo sufrimiento y dolor. Es el resplandor que aclara los caminos crepusculares que conducen a la liberación.

En este orden, Ernst Jünger nos recuerda que el retorno, es algo que viene determinado por poderes extraterrenales, es siempre cósmico e hijo del Sol; la esperanza en cambio forma parte, con el suicidio y las lágrimas, de los signos distintivos propiamente humanos. Así pues, la esperanza es algo humano-terrenal, un signo de imperfección. Pero el estado en que se siente la imperfección constituye ya, un estado superior a aquel en que no se la siente. Los detalles son conocidos, han sido descritos muchas veces; forman parte de nuestras experiencias más inmediatas. Lo que llamamos progreso, es esperanza secularizada; la meta es terrenal y se halla claramente circunscrita en el tiempo. En cambio, para George Steiner la esperanza y el temor son supremas ficciones potenciadas por la sintaxis. Es tan inseparable la una de la otra como lo son de la gramática. La esperanza encierra el temor al no cumplimiento; el miedo tiene en sí un grito de esperanza, el presentimiento de la superación. Es precisamente el status de la esperanza lo que hoy resulta problemático.

Así que, en todo nivel excepto en lo trivial o en lo momentáneo, la esperanza es una inferencia trascendental. El sentido estricto de esta palabra se apoya en presuposiciones teológico-metafísicos. (George Steiner). Hablar hoy en día de la esperanza, es hablar de los orígenes y la condición del lenguaje; significa hablar del hombre como ser lingüístico y simbólico. Como nos recuerda Steiner: “Tener esperanza es un acto de habla, una forma de comunicación, interior o exterior, que presupone un oyente, ya sea este el propio “Yo”. Rezar es el ejemplo por excelencia de este acto. Y su fundamento teológico es el que permite, exige que el deseo, el proyecto y la intención se dirijan a oyentes divinos con la esperanza, precisamente, de recibir ayuda o comprensión”.

La esperanza no tendría sentido alguno en un orden completamente irracional, o en el ámbito de una ética arbitraria y absurda. La esperanza tal como se ha estructurado en la psique y la conducta humana, tendría un papel insignificante si la recompensa y el castigo fueran determinados por sorteo. (Steiner). Sí la esperanza es un signo terrenal del hombre, su espera infiere un “orden” nuevo, social y material, ético y espiritual. Así pues, en consecuencia, la secularización de la vida en la cultura occidental moderna, disminuyó el “aura” religioso de la esperanza y fortaleció lo que llamamos progreso, esperanza secularizada. Su meta es terrenal y se halla circunscrita al tiempo histórico. “Un pulso compartido de progreso, de mejora, confiere energía a la empresa filosófico-ética desde el comienzo del siglo XVII hasta el positivismo de Comte”. En la consciencia individual del hombre occidental reciente, el movimiento principal del espíritu hace que la esperanza no sólo sea un motor de acción política, social, económica, técnica, científica, sino también una actitud razonable. Una condición que, en la conciencia de la cultura occidental, está ligada a la mejora de la justicia social y el bienestar material; son la cristalización de un futuro, la anticipación racional del mañana. (Steiner).

Pero también en este tipo de consciencia se ha ido cristalizando un pensamiento desesperanzado, de contra utopía, que ha experimentado un cambio cualitativo, pasó del optimismo a un súbito pesimismo. Ejemplos: Pascal en el siglo XVII, Kierkegaard en el siglo XIX, Huxley y Orwell en el XX. El progreso se concibe ahora como una tendencia material, social, económica y política, que no responde a las verdaderas necesidades y esperanzas humanas. Su progresión se aparta de sus designios y se observa una nueva especie de “disminución”. Esto nos permite pensar que se ha dado en la historia de la cultura occidental reciente, un cambio cualitativo del tiempo y de la consciencia que se tiene de él. Esta transformación infiere directamente en un cambio ontológico y epistemológico, que concierne a la esencia, al tejido del ser. Son modificaciones de la concepción del tiempo y de la esperanza, que no sólo inciden en el mundo histórico, científico y técnico, sino también en el espiritual y ético de la consciencia individual. No es casual que se reflexione sobre estos tópicos si son parte del “núcleo” de la cultura occidental reciente.

Resulta evidente en nuestro tiempo que la consciencia inventiva o común, evalúen las cosas o los aparatos técnicos de acuerdo a la renta que reportan. “Estamos habituados a juzgar los grandes inventos, por los beneficios que nos rinden –dice Jünger. En este orden, nuestro mundo técnico está impregnado de esas ilusiones ópticas; trata de poner el origen, el fenómeno originario de la técnica o de la ciencia bajo el rasero del beneficio. Pero olvida que es en nuestro tiempo cuantificable y cuantificado, nuestro tiempo abstracto y abstraído, donde las ilusiones ópticas de lo mensurable tratan de determinar los órdenes de la existencia individual. A saber, juzgamos los grandes inventos por los beneficios que nos reportan. De ahí que el tiempo mensurable, abstracto, determine el orden de la vida material y espiritual de los seres humanos. “Este Darwinismo de los aparatos técnicos es una de nuestras ilusiones ópticas”. (Steiner).

El ilusionismo técnico, en su defecto, se concatena con el sentido de rentabilidad. No importa el propósito que ánima al saber, a la inventiva, importan los beneficios que reportan. Una época que considera los medios como fines, es una época que se interesa por la “forma”, más no por el “sentido”. De ahí que en el origen, en el fenómeno originario –del saber y el conocimiento, de las prácticas sociales y las técnicas–, no intervengan nuestros fines. En el Génesis todo lo existente –material o espiritual–, es completamente ajeno a la rentabilidad. Por tanto, la inventiva, el saber en la historia de la humanidad, no han estado siempre bajo los propósitos de los fines y los beneficios. Por eso, en nuestra época materialista y hedonista, el sentido de rentabilidad y del placer alcanzó su máxima expresión. Por lo que toca a lo económico, los diversos procesos y la rentabilidad económica, se entrelazan con el Sistema de Producción Global. Existe entre ellos un juego de espejos, un juego de ecos, que se escuchan y se observan en todo el orbe terráqueo. Esto configura nuestro mundo y se expresa en tres esferas: el confort técnico, el saber y el gran capital; y, en consecuencia, entrelazan y generan un nuevo “tipo” de poder.

El mundo de los titanes y de la fragua de Vulcano, los cíclopes y el trabajo del hierro, sus aparatos técnicos e inventivas, son tan excitantes y embriagadores, que el hombre no tiene tiempo para pensar en sí mismo y el entorno que lo rodea. Hemos entregado las fuentes del ser en sí y para sí, la libertad creadora y la soledad que dignifica, a cambio de los ritmos del Zeitgeist, el Espíritu del Tiempo; de las fintas fugaces y degradantes del sentido de humanidad. En esta época profana y profanadora, se devela que los grandes sueños en los que ha venido ocupándose a lo largo de los siglos el espíritu de la humanidad, tratan de reducirse al concepto de progreso, de ciencia, de técnica y de rentabilidad. Pensamos que afortunadamente en esta alta civilización tecnológica, “aún hoy continúa habiendo en nuestra investigación un rasgo alquímico, una voluntad misteriosa, cuya nobleza se delata en que no alcanza su meta. A eso se debe el que en nuestro mundo –que es un mundo creado por el espíritu– perdure un resto que el intelecto es incapaz de disolver: (Jünger).

Sabemos que está aflorando la consciencia y se palpa sobre la sensibilidad del mundo actual, que en todo momento y todo tiempo detrás del “cambiante paisaje”, se esconden fuentes primordiales de energía, y que “por debajo de los fenómenos fugaces” se hallan manantiales de agua viva; el Poder Estático, con sus afluentes de abundancia, “veneros de poder cósmico”. Ese saber constituye no sólo el cimiento simbólico-sacramental de la Iglesia y continúa desarrollándose no sólo en las doctrinas secretas y en las sectas; ese saber constituye también el núcleo de los filosofemos, por muy dispares que sean los mundos conceptuales de éstos. En el fondo todas esas cosas van buscando el mismo secreto, un secreto que es patente a todo el que una vez en su vida ha recibido de él la iniciación; y da igual que ese secreto sea concebido como idea, o como mónada primordial, o como cosa en sí, o como existencia de los hombre de hoy. Pero, mientras el hombre exista sobra la faz de la tierra continúa habiendo la posibilidad, que “el mundo sea un enigma” -  dice Gershom Scholem.

Estamos tan inmersos en nuestro tiempo de titanes y de automatismo, que no nos damos cuenta “que nuestro tiempo guarda semejanza con un desfiladero estrecho y funesto por el que se compele pasar a los seres humanos”. Estamos tan hechizados por el Weltgeist, el Espíritu del Mundo, que no nos damos cuenta ¿qué prima en las coordenadas donde nos movemos, o en las esferas en que nos encontramos? En un mundo como éste nos asentamos en los humores de lo material y cotidiano (lo técnico, lo colectivo, lo típico y el lugar común), que afectan la naturaleza espiritual del hombre, esto es, a los contenidos espirituales de la lengua y los movimientos del pensamiento. De ahí que el ser humano no sea capaz de percibir otros mundos perceptivos; y que existen momentos donde el instante es todos los instantes y se condensan en eternidad. O, que en el interior de todos y cada uno de nosotros, habita el Primer Adán. Y, cuando somos capaces de percibir que acontece detrás de los fugaces fenómenos, se nos revela diáfana la estructura fundamental. En otros términos, el lugar donde experimentamos nuestro Poder Estático, nuestra “Figura”, nuestro “tipo”, nuestro ser en sí y para sí; y éste no es otro que el Espíritu.

Es el umbral donde se revela la magia de la Naturaleza y el misterio de Dios. En comparación con eso, “los instrumentos se convierten en meras imitaciones. En instantes como ésos, se devela que el saber tiene una fuente en la cual no solo se acerca al arte y a la fe, sino que llega a unificarse con ellos”. (Jünger).

Sabemos que existen instantes en los que el ser humano trasciende el duro hierro de los días, la rutina de la vida cotidiana, lo abstracto y mensurable, en lo que se convirtió el mundo.  Son instantes en que la embriaguez del espíritu invade la plenitud del ser, la totalidad de la existencia; y entonces se revela el auténtico secreto del mundo.  Son momentos de un relampaguear donde lo fugaz se hermana con lo eterno, el ser humano se quita la máscara y radiante aparece el rostro de la bondad. “Necesariamente esos ambientes y esos estados de ánimo habrán de diferenciarse de los cotidianos; podrían ser, por ejemplo, oníricos”. Los Evangelios tienen pasajes donde la embriaguez del espíritu trasciende lo deleznable y frágil de la existencia humana; son el fruto del que se alimenta una gran cantidad de seres humanos y, reclaman su lugar en la historia y en la vida. En esos lugares donde el hombre tiene contacto con lo sobrenatural las apariencias del mundo evanescente se disipan y se da lugar al Ruha Jacode de Iahvé: al Espíritu de Dios. Así que, los poderes materiales o los malignos que viven en las oscuras profundidades del mundo o del corazón de los hombres, han de dar paso al adviento del espíritu en la vida de los seres humanos.

El hombre contemporáneo por estar inmerso en la algarabía de los lenguajes digitales y bajo el hechizo de la imagen gráfica en movimiento o, de las redes del tiempo abstracto, es incapaz de percibir el auténtico secreto del mundo y la melodía del destino. La Gran ciudad con sus flujos urbanos, la rapidez con que se presentan y lo fugaz con que se alejan; no permite que el hombre se detenga a pensar los detalles de las cosas y los propósitos que éstas persiguen. Separarse un momento de la excitación nerviosa que vive la Gran ciudad, significa, alejarse de la monotonía y del ritmo de los procesos, la velocidad y el automatismo. Esto sólo lo consiguen las conciencias despiertas y sensibles ante la magia de la materia animada e inanimada; los artistas, los poetas, los teólogos, saben mirar por debajo de los fugaces fenómenos de la realidad. Saben mirar por “detrás de la melodía, del ritmo del proceso”. Ellos se convierten en voz de los que no tienen voz, en ojo avizor del que los tiene nublado por los ritmos de lo cotidiano y en consciencia juzgadora, o crítica del orden existente. Casi siempre en una sociedad representan a los espíritus fuertes; ya que ejercen el poder de mando ante las adversidades de lo elemental, el dolor, del sufrimiento, de la muerte y de la indiferencia del Gran Poder. Se convierten, así mismo, en referentes éticos, políticos, sociales o culturales del mundo que les ha tocado vivir.

Observamos que algunas veces la actitud hacia las cosas que ofrecen las palabras y las imágenes, resplandecen en cromáticos tornasoles. Es privilegio de los dioses morar en el mundo de las imágenes y descender sólo excepcionalmente al de los fenómenos. “A nosotros se nos ha concedido en menor medida este don” –dice Jünger. Vislumbramos la riqueza del mundo de las imágenes con su cromático tornasol, y raras veces como ocurre durante los sueños, nos evadimos del mundo visible de los fenómenos para adentrarnos en el universo de la imaginación. Somos habitantes de un mundo donde se privilegia el tiempo actual y abstracto, la superficie y raras veces nos atrevemos a descender al de los gérmenes, las raíces o los sueños. Es necesario que desgarremos la tupida red que cada instante, cada minuto y cada hora, construye el tiempo abstracto y mensurable; que responde a los designios del materialismo, los instrumentos técnicos y al Sistema Económico Global.

Si somos capaces de quitarnos las escamas de los ojos, el mundo que habitamos lo percibiríamos inmediata y libremente, sin espejismos. Percibiríamos que la cifra no puede extraer de un problema, más que cifras. Que la vida es como un laberinto de donde no podemos escapar. Y por eso, hay que soportarla y vivirla en la naturaleza oscura de ambigüedades y contradicciones. Así que, a lo que le concierne al sentido de la existencia y de las cosas; la estadística, roza sólo la superficie y no es capaz de llegar a su estrato más profundo, elemental y primitivo. Permanece en el sentido literal de la palabra, como objeto de controversia. Esto confirma que los problemas fundamentales de la existencia, no hay que buscarlos solo en la superficie, sino en los bosques primitivos de las selvas tropicales, los linderos del desierto y el alba, donde habita lo permanente e inmutable y se está más cerca del origen. Donde las manecillas del reloj se paralizan ante lo intemporal y eterno. El pueblo del Libro lo sabe, son lugares donde prima la realidad intemporal, ahí se Revelan los fragmentos de Absoluto; eso que permite percibir lo trascendente y divino. En tanto que posibilita al ser humano tener consciencia que es límite y frontera del mundo –como lo afirma el imperativo pindárico.

Sabemos que lo que el reloj de rueda dispensa es tiempo abstracto, cuantificable. Es algo creado por el espíritu, de ahí que se distinga del reloj telúrico y cósmico. De él se emite un tiempo que no es un regalo de las fuerzas naturales ni del cosmos, sino un tiempo que el hombre se dispensa a sí mismo y toma sobre sí. En consecuencia, se gana poder domando el tiempo, aprisionándolo. Las aristas del tiempo que circundan, envuelven y atraviesan la existencia cotidiana, son menos libres y autónomas, que las del tiempo eterno que bebe de las fuentes de la eternidad. Las primeras, pertenecen al mundo fenoménico y aparente de las cosas; las segundas, al mundo fundamental, al “arquetipo de los arquetipos”. Por estar inmersos en el pálpito vital, no percibimos ni vivimos las corrientes del espíritu; que dan realmente sentido a la existencia individual. Si pertenecemos al mundo del Titán, las máquinas, la velocidad y el automatismo, no quiere decir que los antiguos poderes del tiempo y del espíritu, no nos exijan el status y el sacrificio que es debido.

Así que, el tiempo que prima en la historia de la cultura occidental moderna, es el abstracto, del trabajo, con sus horas uniformes e intercambiables. Bajo su hechizo los flujos de la gran ciudad son hervideros humanos, desalmados, materialistas e indiferentes ante el Otro. Por eso, el Zeitgeist, el Espíritu del Tiempo y sus juicios, no puede trascender los límites del mundo y las fronteras de lo humano. Somos prisioneros de las redes que tejen y destejen los ritmos de la vida cotidiana: la publicidad, el consumo masivo, el hechizo del dinero y del poder, el confort de la técnica y la sensación de seguridad que otorga; y a su alrededor se cristaliza un mundo de terror, de dolor, de hambre, de enfermedades, de violencia y sufrimientos, que pasan desapercibidos a los ojos de los hombres. Es el ámbito del desarrollo de los procesos, la física o la biología, por ejemplo, donde se están superando todos los límites éticos y del conocimiento.

El cambio es atmosférico se siente en el aire que respiramos; se anuncian sorpresas nuevas para el siglo XXI, al que Nietzsche consideraba su patria espiritual. Por eso pensó que la moral se había ido quedando retrasada con respecto al desarrollo de los procesos; y que infería inexorablemente una transvaloración. No sólo en el orden moral y de los valores éticos, sino también en todos los órdenes de la existencia. Pero en momentos como éste, donde los volcanes empiezan a vomitar encendidas lavas y descender por las faldas de las montañas parece imposible dar un giro. Pero la vida se guarda sus runas y parece devolvérnosla con creces; ya el desarrollo de los procesos, la técnica y el automatismo, se están viendo como algo que alcanzó su máxima expresión y refinamiento. Se piensa en algunas esferas que no son el instrumento adecuado para dar cuenta del sentido de la vida. Quizá en los últimos espacios de tiempo, la convicción que se tenía del desarrollo de los procesos, se esté dilatando en la pupila de las personas que se preocupan por el Espíritu.

Recordemos nuevamente lo que dice Ernst Jünger: <<Hemos de admitir, sin embargo, que así como en la época de Kant los seres humanos daban vueltas en torno al conocimiento, hoy nosotros estamos empezando a girar alrededor del ser, el destino y el carácter. Son dos estilos de pensar distintos y a menudo también hostiles entre sí como el día y la noche, y llevan a modos distintos de valorar el tiempo; en el primer caso se lo concibe como forma de conocimiento, en el segundo caso, como forma del destino”. Se trata de develar que detrás de la seducción que ofrece el mundo moderno se oculta algo, se esconde otra realidad que tiene en sí y dentro de sí, un significado que nada tiene que ver con los espejismos del mundo actual. Que las cosas inmediatas y propicias permanecen siempre en el lado ciego de nuestra existencia; y se expresan únicamente por símbolos.

Walter Benjamín reflexionó sobre la pobreza del todo nueva que cayó sobre el hombre al tiempo que ese enorme desarrollo de la técnica. Y el reverso de esa pobreza, es la sofocante riqueza de ideas que se dio entre la gente –o más bien que se les vino encima- al reanimarse la astrología y la sabiduría yoga, la Christian Sciencie y la quiromancia, el vegetarismo y la gnosis, la escolástica y el espiritismo. Para Benjamín uno de los signos populares del mundo actual, es el crecimiento de la afición a los horóscopos. Es característico de la época que vivimos por el vaciamiento del espíritu y de los contenidos de la experiencia, que el ser humano entregue su vida a las cosas que les predican y a la fuerza del destino. Así a saber, nos ilustra Benjamín: “Investigar el estado en que uno se encuentra cuando apela a las fuerzas del destino, es uno de los caminos más cortos y más seguros para conocer y criticar dichas fuerzas. Ya que todo prodigio tiene dos caras, la de quien lo hace y la de quien lo recibe. Y no es raro que la segunda sea más instructiva que la primera, puesto que incluye su misterio”

Ahora bien, ¿por qué son tan importante los horóscopos en el torbellino del destino de los seres humanos? Porque tenemos <<una curiosidad tan ardiente por el resultado que parece como si esperase de éste información sobre alguien que es para él muy importante, pero completamente desconocido. La vanidad es el combustible de ese fuego. Pronto será un mar de llamas, puesto que tropieza con su propio nombre. Pero si la exposición del nombre es de suyo una de las influencias más fuertes que concebirse puedan sobre su portado, no cabe duda que en la predicción dicha exposición va unida al contenido de lo que se diga” –expresó Benjamín. Él cree que la imagen de la propia naturaleza que llevamos dentro de nosotros es, de un minuto a otro, pura improvisación. Su orientación está determinada por la multitud de máscaras que nos son presentadas. “Y sólo el hombre atrofiado, devastado, las busca como un simulacro en su propio interior. Porque la mayoría de las veces nosotros mismos somos pobres en este aspecto”.

El signo popular de los horóscopos y las constelaciones del destino, son imágenes de la nueva pobreza que ha caído sobre el hombre. Porque la mayoría de las veces somos pobres en los contenidos de la experiencia y el autoconocimiento de sí. Por eso, “somos felices cuando nos ofrecen un baúl de máscaras exóticas y raras, la máscara del asesino, del magnate de las finanzas, del político, del científico, del deportista, del inventor, del viajero que da la vuelta al mundo. Mirar a través de ellas nos encanta. Vemos las constelaciones, los instantes en los que hemos sido esto o lo otro o todo a la vez –visualizo Benjamín del hombre actual. Cuando ponemos nuestra existencia en manos de estos embaucadores -astrólogos, echadores de cartas, leedores de la mano, taumaturgos, etc., ponemos nuestras vidas desoladas y devastadas por la dynamis histórica, a su disposición. Y entrevemos en medio de la tupida red que nos aprisiona, esas quedas pausas del destino, que posteriormente advertimos como puras falacias y fantasmas de lo que verdaderamente nos ha tocado vivir.

“Hoy podemos concebir el pensamiento que dentro de esos giros de las innumerables ruedas se esconde una realidad diferente del fin y de la intención de esos giros, y que esa otra realidad tiene en sí y dentro de sí un significado”. Si el tiempo actual dirige su atención en lo “llamativo”, más no a lo “significativo”, esconde dentro de sí, el fin y la intención de esos giros. Si nuestra fuerza o nuestra consciencia se dirigen al rendimiento dinámico y automático, económico y material; la intención de los giros se aleja del espíritu, del Poder Estático. Las grandes religiones monoteístas lo saben –el cristianismo, el judaísmo, el islamismo, el taoísmo, el hinduismo–, detrás del mundo evanescente del que somos parte, existe el puro espíritu, la estructura fundamental, la esencia de lo que somos: Dios. 

Para Pitágoras era el número; para Platón las ideas o las formas; para Aristóteles el motor inmóvil e invisible; para Leibniz era la mónada; para Hegel era el Espíritu; para Marx era la existencia de los hombres en la arena de la historia, etc. Entonces, ¿cuál es el punto de inflexión en la época actual? Que la consciencia racionalista diluyó en el tiempo abstracto, cuantificable, el “aura” del espíritu y la vivencia de la existencia. Esto posibilitó que el hombre occidental moderno, sea sumamente desgraciado. Como dice Jünger: “Del nuevo sentimiento de la vida forma parte un hálito repentino que llega de lo absurdo. Eso puede decirse incluso de la economía –la gente se pregunta que acabará saliendo de ella”. En muchos sitios surgen dudas sobre el Zeitgesit, el Espíritu del Tiempo y sus juicios, y ahora la mirada se vuelve hacia la causa del tiempo y lo histórico; lo trascendental y divino. He ahí la fuente que alimenta el arte, la poesía, la filosofía y la nueva Revelación del siglo XXI; la luz que despierta los corazones de miles de millones de seres humanos para un nuevo encuentro consigo mismo o con Dios.

Se trata de percibir que el deslumbramiento de los instrumentos técnicos, de la ciencia o de la nueva voluntad de poder, traen consigo una nueva pobreza, la pobreza de nuestras experiencias. Porque no somos pobres sólo en experiencias privadas –nos recuerda Benjamín- sino en las de la humanidad en general. Se trata de una especie nueva de barbarie. Y el órgano que más mal parado sale, es el lenguaje. Porque en todo tiempo y lugar el significado de las ideas, como el de las palabras depende del marco en que se las usa. Y la época actual es la de los instrumentos técnicos, por eso las palabras han sido vaciadas de sus contenidos. Esto propició una pobreza nueva, la pobreza de los contenidos de las experiencias comunicables. Entonces, podemos constatar que las gentes no se han sentido tan solas como ahora. Este es un signo característico de nuestra época, la soledad. Esta no es sino una parte de la gran pobreza que ha cobrado rostro de nuevo. Por eso existe “una total falta de ilusión sobre la época”.

En la época que vivimos se trata no sólo de vaciar a las personas de sus experiencias, sino también de los contenidos espirituales de la lengua. Que los instrumentos técnicos y el ojo exterior primen sobre el mundo interior del ser humano. De ahí que el hombre esté sometido al asedio frío e indiferente de los instrumentos técnicos. El hombre de hoy es un ser vigilado, cercenado, atravesado y trascendido por poderes que desean borrar sus huellas sobre la Tierra. “Pobreza de la experiencia: no hay que entenderla como si los hombres añorasen una experiencia nueva. No; añoran liberarse de las experiencias, añoran un mundo en torno en el que puedan hacer que su pobreza, la externa y por ultimo también la interna, cobre vigencia tan clara, tan limpiamente que salga de ella algo decoroso” –reflexionó Benjamín.

En la época nuestra, la falta de ilusión sobre la época se concatena no sólo con el vaciamiento de las experiencias comunicables, sino también con la falta de conocimientos, con la inmovilidad de las reflexiones del pensamiento. “Nos hemos hecho pobres” –grita Benjamín desesperado y triste por lo que acontece en la actualidad. Y hemos ido entregando poco a poco la magia de la existencia a los espejismos del mundo moderno. Pero sobre la arquitectura de la ciudad sin alma, de las imágenes y de sus historias, del tiempo que fluye y la abstracción que arrastra tras de sí, el hombre se prepara para sobrevivir, si es preciso, al tiempo y a la cultura.

Como dijo Benjamín:

Que cada cual ceda a ratos un poco de humanidad” a ese hombre sólo y desprotegido de la época moderna, “que un día se la devolverá con intereses, incluso con interés compuesto”.

 

                                              Madrid-España a 07/09/2023

 

 

 

                                                                 

                                                               

 

 

 

 

 

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