jueves, 11 de diciembre de 2025

 

                                     LA BANALIDAD DEL MAL

                                                                    Madrid – España 09/12/2025

                     La libertad y la justicia son los principios básicos de la política”

                                                                          Hannah Arendt

                       Se trata de dejar el mundo mejor que como lo encontramos

¡Tener presente que las reflexiones del pensamiento, la bondad y el amor, son ofrendas de los dioses a los hombres!

Antonio Mercado Flórez. Filósofo y Pensador.

Hace cincuenta años que, en Nueva York, murió Hannah Arendt (1906-1975). Filosofa alemana, politóloga, historiadora de las ideas políticas, escritora, socióloga, crítica de arte, de literatura, de poesía, etc. Trabajó iluminaciones de autores como Bertolt Brech, Herman Broch, Nathalie Sarraute y Rainer María Rilke, entre otros. Es considerada en la actualidad como una de las filosofas más influyentes del siglo XX. Escribió obras como Los orígenes del Totalitarismo (1951), La condición humana (1958), Eichmann en Jerusalén (1963), Sobre la violencia (1970), Sobre la revolución (1963), La vida del espíritu (1977), Crisis de la república (1972), Responsabilidad y juicio (2003), Hombres en tiempos de oscuridad (1968), ¿Qué es la política? (1963), La libertad de ser libres (2018), Escritos judíos (2007), Entre el pasado y el futuro (1954), entre otros.

Resalto que Arendt defendió la discusión política libre y el “pluralismo político. Porque generan las potencias de la libertad e igualdad política entre las personas. Que ha de incentivar la vida en común y la inclusión del otro, en acuerdos políticos, convenios y leyes. Desde otra perspectiva, es importante resaltar que la época en que escribe está marcada por el ascenso de la sociedad de masas, la cultura de masas, y el paso de la sociedad a la sociedad de masas, la técnica y la ciencia, que le posibilitan una reflexión sobre el papel del arte y la cultura en el Mundo Moderno. El arte en su pensamiento es fundamental, porque contribuye a entender el contexto histórico, político y cultural, en el que escribe. El arte y la cultura y, en general, la estética, son fundamentales en los movimientos de su pensamiento.

Ahora bien, Arendt en su obra Eichmann en Jerusalén reflexiona sobre la banalidad del mal para entender la ambigüedad del concepto de maldad. Por el cual algunas personas pueden ser manipuladas por conceptos vacíos, triviales, sobre lo bueno y lo malo. Así, cuya banalidad no excluye la crueldad de sus efectos. Acuñó la palabra banalidad del mal en referencia al juicio que en Jerusalén le hicieron a Eichmann. Que lejos de significar que el mal no tiene importancia, representa que empieza a tornarse banal cuando se considera que deriva de alguna “verdad”. Que proviene del Estado, del Führer, del partido o, la moral social aceptada. No se cuestiona porque viole lo legítimo y legalmente constituido como “verdad” ante la sociedad. Ya que todo en el Estado totalitario se politiza.

Las personas que cometen actos monstruosos, horrorosos, son individuos comunes y corrientes, insignificantes, superficiales, sin ningún fundamento teórico o practico, sobre la realidad y el mundo. Por eso, la banalidad del mal se enraíza en las instituciones sociales, políticas, jurídicas o culturales –el Estado, el ejército, la policía, los grupos de seguridad del Estado, la universidad, el Orden Jurídico, la administración pública o, en los ciudadanos de “bien”, etc. Que se valen de personas vacías y anodinas para que ruede la ruedecita del engranaje del Sistema.

Necesitan de una inteligencia precisa, de buena calidad. En este sentido, hay en todos los asuntos de la práctica un cierto número de seres humanos que forman la pequeña y bien diseñada ruedecita que da impulso y trabajo a la obra –dijo Ernst Jünger. En ellos se encarna cierta ironía y frialdad al impartir órdenes. Cada uno de los seres humanos encuentra en la vida el puesto que le resulta adecuado. Nacemos exactamente con el potencial social que haremos realidad. A estas personas el mundo se les presenta como una arquitectura confusa.

Así que, “hay un único factor que es terrible en todos los tiempos y que nunca deja de serlo –el ser humano; las armas son únicamente miembros que le han sido adosados y sentimientos a los que se les ha otorgado forma”. Así que, la banalidad del mal es la expresión de la “pura” maldad, en la ferocidad de los actos humanos. Heidegger señaló: “La esencia de la maldad no consiste en lo malvado de los actos humanos, sino en la “pura” maldad de la ferocidad”. Por eso se originan en la parte oscura e inconsciente del corazón y el cerebro humano. Quien lleva a cabo estos actos abominables, en su mayoría no son conscientes de lo que hacen, bien por falta de educación, de ilustración cultural o, de capacidad de pensar. Bien porque han extirpado del alma y del corazón la “zona de la sentimentalidad”.

Recordemos que el concepto de alma para los griegos psyché era el principio del movimiento interno que potenciaba la vida. Este tipo de hombre de gustos gruesos y barbaros activa la psyché para develar en sus acciones lo bestial y los instintos asesinos que moran en ella.

Cuenta George Steiner que el escritor Arthur Kloestler, estaba convencido de que “el cerebro consta de dos partes: una pequeña parte ética y racional (todavía muy pequeña y una enorme trastienda cerebral, bestial, animal, territorial, cargada de miedos, de irracionalidades, de instintos asesinos, y que harían falta millones de años para que la evolución moral alcance nuestra condición, nuestras técnicas de agresión y destrucción”.

Es evidente que el desarrollo científico, la técnica, la prosperidad, el confort, la paz, en la cultura occidental, no son indiferentes al mal, a la violencia o a la guerra, pero no exclusivamente. Walter Benjamín dijo: “Todo lo que abarca el arte y la ciencia tiene una procedencia que no podrá considerarse sin horror. Debe su existencia no sólo al esfuerzo de los grandes genios que lo han creado, sino en mayor o en menor grado a la prestación anónima de sus contemporáneos. Jamás se da un documento de cultura sin que lo sea al mismo tiempo de la barbarie. Si la ciencia es el fundamento de la técnica. Resulta patente que ésta no es un hecho puramente científico-natural. Al mismo tiempo es un hecho histórico”.

Así que, la técnica sirve al Estado totalitario no sólo para la producción de mercancías, sino también para producir armas, tanques, misiles, carreteras o cámaras de gas, entre otros. Las energías que la técnica desarrolla más allá de las necesidades de la sociedad. En primera línea favorecen la técnica de la guerra y su preparación publicitaria. El siglo pasado no fue consciente de las energías destructoras de la técnica. 

El Estado nazi la utilizó en los campos de exterminio y las cámaras de gas, para asesinar a millones de judíos y minorías étnicas y, éste los presentaba con el barniz de una muerte indolora. Es el colmo de la ironía y lo inhumano ante la dignidad y el respeto a la vida del otro. Sabemos que el demonio utiliza varias máscaras y éste utilizó la del sufrimiento, el dolor, la tortura y la muerte.

Según Arendt, le impresionó sobremanera la superficialidad del acusado, que hacía imposible vincular la maldad de sus actos a ningún nivel más profundo de motivación. Los actos fueron monstruosos, pero el responsable –al menos el responsable efectivo que estaba siendo juzgado- era totalmente corriente, del montón, ni demoníaco ni monstruoso. No había ningún signo en él de firmes convicciones ideológicas ni de motivaciones especialmente malignas, y la única característica notable que se podía detectar en su comportamiento pasado y en el que manifestó a lo largo del juicio y de los exámenes policiales anteriores al mismo fue algo enteramente negativo: no era estupidez, sino falta de reflexión.

En este sentido, ni el hombre civilizado hijo de la cultura greco-romana y judeo-cristiana, ni el hombre culto, ni el hombre creyente, ni el hombre común, pudo controlar o parar la bestialidad política de la banalidad del mal. El burócrata que la ejecuta era un ser humano “con las mismas cualidades de agresión, de brutalidad, de astucia y de inventiva estratégica”, que aquel que lucha en la guerra por conservar la vida. 

La banalidad del mal tomó máscaras nuevas en los Estados contemporáneos. Desveló que el estilo de vida burocratizada lleva en sí como un germen maligno, la deshumanización de los hombres. Benjamín piensa que, la cosificación no sólo hace opacas las relaciones entre los hombres; sino que además envuelve en niebla a los sujetos reales de dichas relaciones. Entre los que detentan el poder en la vida económica y los trabajadores se desliza todo un aparato de burocracias administrativas y jurídicas, cuyos miembros no son capaces de desempeñar funciones en cuanto sujetos morales plenamente responsables; su conciencia de responsabilidad no es otra cosa que, la expresión inconsciente de ese encanijamiento.

Preguntamos, ¿por qué Eichmann fue incapaz de sentirse culpable como si no tuviera consciencia? Porque la conciencia de la sociedad que le hablaba era una voz respetable. De ahí que actuaba amparado por las órdenes que recibía. Eran órdenes superiores que determinaban sus sentimientos, su conducta y acciones. Y, eran tan fuertes que su incapacidad de pensar y juzgar, le imposibilitaban cuestionar el “sentido” de sus acciones. Además, el pensamiento como la actividad espiritual de autorreflexión que busca el “significado” en el sentido Kantiano, brillaba por su ausencia.

Así, el burócrata sólo conoce una falta, trasgredir el orden, lo legítimo y legalmente constituido por el Gran Poder Totalitario. La lógica del burócrata expresa: si no lo hago yo, otro lo llevará a cabo. Existe entonces una relación entre la estadística y el criminal en el Estado totalitario. Pues, el genocidio es una matanza administrativa y estadística que responde a las apetencias del Estado Totalitario. Ellos son personas siniestras y abominables, su capacidad de pensar la sustituyen por el cumplimiento de las normas y las reglas.

Cuenta Viktor E. Frankl (1995), que en los campos de concentración había individuos dispuestos a torturar o matar. De ahí que la élite del partido nazi competía por el honor de llevar a cabo el dolor, el sufrimiento y la sangría, al otro ser humano. A Eichmann lo que le hacía sentir mal y culpable, era trasgredir el orden y las normas establecidas, no lo moralmente incorrecto. Así, cuando ordenaba gasear a miles de judíos, se sentía feliz y orgulloso, de haber cumplido con su deber.

Es posible afirma Steiner, que aún no hayamos podido encontrar al hombre una salida para su enorme energía animal que, en la rutina de la monotonía, de la mediocridad sexual de la mayor parte de las vidas, busca afirmarse. Como si la cultura para algunos fuera algo superficial y fugaz, un amontonar y no la cualidad del ser y la existencia que posibilita la experiencia, la imaginación, y “la posesión de un conjunto elásticos de sistemas que confieren la intuición, el dominio y la valoración de la realidad”, para la creación. Por eso, los filósofos la perciben como una cualidad del ser, que permite trascender la vida instintiva, animal y agresiva del ser humano.

Sigmund Freud creyó que, el estrato entre la civilización y la barbarie, la cultura y la animalidad política, era muy delgado. Que la cultura y la civilización, no podrían resistir a las pulsiones más profundas de destrucción y sadismo del ser humano. Como expresó Steiner: “El animal humano es muy perezoso, probablemente de gustos muy primitivos, mientras que la cultura es exigente, cruel por el trabajo que exige”.

Bueno, ¿qué buscan los que incrementan el miedo, el dolor y la muerte, en la sociedad? Que el hombre desista de sus sentimientos, de la libertad y de la autonomía de la voluntad, como del pensamiento crítico que los enfrenta a la realidad y a los requerimientos más profundos de la condición humana. Además, Eichmann representaba la ausencia de pensamiento –que es común en nuestra vida cotidiana, donde apenas tenemos el tiempo, y menos aún la propensión, de detenernos y pensar.

En el Estado absoluto tecnológico y totalitario, donde se es una pieza más del engranaje del Sistema, es imposible detenerse y pensar. Porque el capitalismo industrial y empresarial, el conocimiento y la técnica, el capital financiero, se politizan y, lo que desean es configurar en la sociedad un hombre banal, mediocre, frustrado, uniforme y con miedo, que no altere la función del Estado. Que no se atreva a actuar, hablar o pensar, ya que el peso de las imágenes, de las instituciones, de los modelos de conducta y del ejercicio del poder, lo paralizan. Porque lo que le espera es el exilio, la cárcel, la tortura o la muerte.

En este orden de ideas, “el miedo es uno de los síntomas de nuestro tiempo. La consternación causada por el miedo es tanto mayor cuanto que ese miedo viene a continuación de una época en la cual hubo una gran libertad individual”. Además, ¿qué buscan los que incrementan el miedo, el dolor, el sufrimiento, la tortura o la muerte? No es sólo la parálisis del pensamiento, sino también de actuar y soñar. Que el hombre desista de la imaginación, de la libertad y la deposite en el Estado y las instituciones, el partido y la hybris del progreso y las comodidades técnicas. Porque se proponen convertir a los seres humanos, en seres vacíos, pusilánimes, disciplinados, ante el gran despliegue del Gran Poder Total.

De hecho, en la actualidad, la estadistica, el maquinismo, el automatismo, la disciplina militar, la demagogia, los lenguajes digitales, son las esferas en las que se manifiesta el ejercicio del poder. Jünger dice, el automatismo y el miedo van estrechamente unidos, por cuanto el ser humano coarta sus propias decisiones en beneficio de las facilidades técnicas. Pero también aumenta, y ello de manera necesaria, la pérdida de la libertad.

La Época Moderna concatenó el progreso, la técnica y el automatismo, con la superficialidad de los hombres del común. Porque les falta la capacidad de reflexionar sobre los hechos de la vida cotidiana. Así que, esos hombres que incrementan el dolor, el miedo y la muerte, los define Arendt como hombres totalmente corrientes, del montón, ni demoníacos ni monstruosos.

Ahora bien, ¿qué está en juego en un Estado totalitario? Fundamentalmente el pensamiento y la libertad individual. Pero nuestra capacidad de pensar no está en juego; somos lo que los hombres han sido siempre –seres pensantes. Con esto se entiende, simplemente, que los hombres tienen una inclinación, una necesidad quizá, de pensar más allá de los límites del saber, de ejercer esta capacidad para algo más que ser un simple instrumento para hacer y conocer.

Así que, a los hombres banales no sólo les falta la reflexión, sino que ajustan sus vidas y conductas a estereotipos, expresiones estandarizadas, clichés, ya que cumplen la función social reconocida de protegerlos frente a la realidad; o, lo que lo mismo, frente a los requerimientos de nuestra atención del pensar que ejercen todos los hechos y acontecimientos en virtud de su misma existencia. “Si tuviéramos que ceder continuamente a estas solicitudes acabaríamos agotados; en cambio, Eichmann se distinguía del resto de nosotros únicamente en que ignoró del todo estos requerimientos”.

Por eso es necesario que nos desprendamos de ciertas creencias, conceptos y razonamientos; porque al examinarlos críticamente, resultan, en ocasiones, mucho menos firmes, y su significado e implicaciones, mucho menos claros y firmes que lo que parecían a primera vista. Al analizarlas y cuestionarlas, los filósofos amplían el autoconocimiento del hombre –dijo Isaiah Berlin.

Sí llegamos a desprendernos de ellos, quizá, nuestra capacidad de pensar nos eleve más allá de la realidad y de la vida, que responda a los requerimientos de la exigencia vital. Quizá esta capacidad como algo natural al hombre posibilite “exiliarse en esa sobre naturaleza”, que Eugenio Trías “llamó mundo, mundo humano, mundo de vida saturada de inteligencia lingüística, técnica y simbólica”.

No para huir de la banalidad del mal, individual, institucional o social, sino para encontrar las categorías fundamentales de la existencia y la realidad, que posibiliten enfrentarlo con tenacidad. Y ser seres conscientes que estos hombres superfluos, banales e irreflexivos, son instrumentos de “la pura maldad de la ferocidad”. Esa que, en los tiempos primitivos, mágicos o divinos, devela la inteligencia simbólica del hombre.

Los que llevan a cabo los actos de la “pura maldad de la ferocidad”, son en su mayoría hombres mediocres, anodinos, en la sociedad. Individuos incapaces de pensar y, su característica esencial, consiste, en adolecer de la capacidad de juzgar. De distinguir en términos racionales lo bello y lo feo, lo bueno y lo malo y, donde se encuentran las líneas “rojas” que limitan el comportamiento humano. Expresó Arendt: “Los actos fueron monstruosos, pero el responsable era totalmente corriente, del montón, ni demoníaco ni monstruoso”.

El “puro” mal es uno de los síntomas de nuestro tiempo. Un fenómeno intrínseco a la naturaleza humana desde el Primer Adán. Ahora porta sus máscaras propias: los campos de internamiento, las matanzas de obreros, el exterminio de pueblos, la muerte de campesinos, las deportaciones masivas, los asesinatos selectivos o de estudiantes; también a los inmigrantes, los indigentes de las Grandes ciudades, etc. Y vemos cómo la crueldad se convirtió en elemento constitutivo de la banalidad del mal y de las nuevas formaciones del ejercicio del poder.

Así que, la banalidad del mal se hermana con la crueldad, y lo percibimos en la razón de acuerdo a fines, la esfera económica, geopolítica en hombres monstruosos y banales como Donald Trump o Vladimir Putin. Así que, todos los movimientos autoritarios y totalitarios se apoderan de las cosmovisiones e ideologías y, las convierten a través del terror, en nuevas formas de Estado. Es lo que pasa actualmente en Estados Unidos con los inmigrantes, los indocumentados y las minorías étnicas blancas y negras empobrecidas. Esto lo realizó el nazismo y el estalinismo en el siglo XX.

Y, lo más sorprendente es, que la banalidad del mal se convirtió en parte constitutiva de la vida cotidiana, de las instituciones, de los medios de comunicación, de las redes sociales y del Estado. Se trata de ver, por otra parte, que el pensamiento racional que está ligado a la ciencia y a la técnica, es un pensamiento cruel. Que responde a las apetencias del Gran Poder Tecnológico: político, económico y militar.

En un mundo como éste observamos como “el Estado permanentemente somete a una parte de su población a intromisiones horrorosas”. Deportaciones, saqueos, expropiaciones, violaciones, torturas, sufrimientos o muerte. Las nuevas formaciones de poder lo que buscan, no es sólo la distancia entre los seres humanos, sino incrementar la deshumanización entre ellos. Y sólo se puede revelar la banalidad de la crueldad, si nos valemos de la vida saturada de inteligencia lingüística, mágica y simbólica.

Por tanto, estas esferas del saber y de las experiencias compartidas, posibilitan que todavía haya en las sociedades modernas, personas capaces de ver las perdidas: la aniquilación del valor, de la “zona de la sentimentalidad”, la estandarización de la sociedad o, la parálisis de los movimientos espirituales del pensamiento.

Sabemos que la capacidad de distinguir, el bien del mal, está ligada a la de reflexionar, esto es, al pensar. Así, el hombre que vive inmerso en la vida cotidiana (el trabajo, el consumo, el sexo, el alcohol, la droga, las imágenes, las redes sociales, las plataformas digitales, el ocio vacío, el “Kitsch”, etc.), no tiene tiempo para detenerse y pensar. Porque hace parte de los movimientos y la velocidad que imponen los instrumentos técnicos de los que ejercen el poder mundial.

Además, la banalidad del mal no sólo se manifiesta en las instituciones y sus agentes de violencia, en los campos de concentración, en la guerra, sino también en la vida cotidiana que establece el Gran Poder Totalitario. Que no posibilita divisar la historia y la frontera del mundo, para distinguir en términos morales el bien del mal, lo aquende y allende de la historia.

Arendt ve a Eichmann de la siguiente manera: “Todo lo que “hace” o “dice”, está supeditado a “estereotipos, frases hechas, a códigos de conducta y de expresión estandarizadas que cumplen la función socialmente reconocida de protegerlo frente a la realidad, es decir, frente a los requerimientos del pensamiento que ejercen los hechos, en virtud de su existencia. 

Existe un abismo entre los hombres de concepciones brillantes y profundas y, los hombres de actos brutales y bestiales, que ninguna explicación intelectual puede resolver”. Este tipo de hombres extirpa como un tumor maligno las esferas de la sentimentalidad. El problema radica, no tanto en dormir su consciencia, como en eliminar la piedad meramente instintiva que todo hombre normal experimenta ante el espectáculo del sufrimiento físico.

El truco utilizado por Himmler consistía en invertir la dirección de estos instintos, o sea, en dirigirlos hacia el propio sujeto activo. Por esto, los asesinos, en vez de decir: ¡Que horrible es lo que hago a los demás!, decían: ¡Que horribles espectáculos tengo que contemplar en cumplimiento de mi deber, cuan dura es mi misión! (Sissi Cano Cabildo).              

Resulta comprensible que se haga del gusano el símbolo del dolor y que se compare con un gusano al hombre que sufre indefenso. Está en primer lugar la posición, completamente a ras de suelo, una posición en la que se encarna lo inferior y en la que no se disfruta, como en caso de las serpientes, ni de una marcha rápida ni de escamas ni de armas. Está en segundo lugar la piel desnuda, carente de pelo, falta de toda protección, y está además la ceguera, y está sobre todo la contorsión, que hace que el cuerpo entero se convierta en espejo de la sensación que se experimenta –expresó Jünger.

En los campos de concentración existía una amalgama de hombres brutales, horrendos y salvajes, y aquellos banales e insignificantes en el trabajo y la vida cotidiana. Que, siguiendo las prescripciones y los códigos de conducta establecidos por el Gran Poder Total, fueron capaces de cometer los crimines más horrendos de la humanidad. Ese abismo se ahonda, cuando el pensar, la imaginación, la sentimentalidad y la experiencia, no son capaces de contener eso que, George Steiner llamó: la Soha.

Ahora bien, ¿por qué el vacío conceptual, ideológico y de comportamientos antihumanos, lo llenaron los campos de concentración, la tortura, la mentira organizada y sistematizada, la demagogia, la supresión del pensamiento y del lenguaje? ¿por qué no fue suficiente los horrores del presente? Porque resultó difícil guardar el modo propio de ser. Porque la riqueza que forma parte de éste no es sólo incomparablemente más valiosa. Es el manantial que brota de las profundidades de cualquier riqueza visible. Olvidamos que los hombres somos hermanos, pero no iguales. Que existen dentro de las masas personas que por naturaleza son ricas de espíritu, bondadosas, felices o poderosas; que conducen a poderes nuevos y riquezas nuevas, a repartos nuevos. (Jünger).

Que el modo propio de ser del hombre no es, en efecto, únicamente creador, benefactor, sino también destructor, es su daimonion. Que existen tipos humanos que mantienen una relación especial con el sufrimiento, el dolor y la muerte. Sino tener presente que el hombre no representa una excepción, no es una minoría selecta. Antes, al contrario, se halla oculto en el interior de todos y cada uno de nosotros. También es posible dar al ritmo superior de la historia la interpretación siguiente: el ser humano se redescubre a sí mismo periódicamente. Desde los tiempos más remotos viene repitiéndose una y otra vez el mismo espectáculo: el hombre se quita la máscara y a ese acto sigue la jovialidad, la cual es el reflejo luminoso de la libertad. (Jünger).

De lo que se trata es, que, de lo único que el hombre sale garante hoy es de sí mismo. Y es ahora cuando se convierte en el antagonista del Estado, más aún, en su domeñador, en su vencedor. Se ha llegado a una concepción nueva del ejercicio del poder, se ha llegado a “unas concentraciones de poder inmediatas, vigorosas. Para poder plantearles cara se necesita una concepción nueva de la libertad, una concepción que nada tiene que ver con los desvaídos conceptos que hoy van asociados a esa palabra”

Tener consciencia que la libertad del ser humano se enfrenta a unos tipos de violencia que se han modificado en la actualidad. Dar el primer paso para salir del mundo dominado por la estadística, la vigilancia, la cosificación y el ejercicio del poder; y un segundo paso, que la libertad nos ayude a salir de las abstracciones, las funciones y las divisiones del trabajo. También para desgarrar las ataduras del autoritarismo, del totalitarismo o el populismo, que niegan la libertad y los derechos individuales de las personas.

En última instancia, ¿cuál es el objetivo del Estado totalitario? Diluir en las instituciones y el Gran Poder Total la base que se halla por debajo de lo individual, que irradia las individuaciones. En este sentido, desgarrar todo lazo común y solidario, que posibilite otra “forma” y “sentido” de convivencia. Romper las redes sociales de pertenencia, que el yo se reconozca en el otro. Es decir, el otro puede ser el hermano, el amigo, la amada, el amado, la persona sola que sufre, el desamparado, el indigente material o espiritual. Se trata de dispensarles ayuda, el yo, el tú, el nosotros, porque se favorecen en lo imperecedero y eterno. En todo ello se corrobora el orden fundamental del mundo y de la existencia humana.

Sabemos que los hombres hacen parte de una Gran Mecánica que se desvela como una realidad amenazante; por así decir, está presta para aniquilarlos. Ser conscientes que todo racionalismo de los Estados, institucional, económico, político, social, técnico, científico o cultural; llevan al mecanismo que conduce a la crueldad, al dolor, al sufrimiento y la tortura que es, su consecuencia lógica. Pero, la persona individual concreta se las ingenia para romper el cerco y alcanzar lo justo, lo bello y lo bueno para el hombre.

No podemos olvidar que, el milagro siempre está presente, porque en medio de la cosificación, la vida vacía, la indiferencia ante el sufrimiento del otro, la objetivación de la vida y la tecnificación, aparece el ser humano y dispensa ayuda. Esas cosas no pueden perderse, de ellas vive el mundo. 

Ahora, ¿qué buscaba el Estado Total nazi? La destrucción del tejido moral de la cultura y la civilización occidental.