domingo, 16 de abril de 2023

LA LENGUA Y LA LITERATURA SON SIEMPRE UN HOY

      A todos los seres humanos que todavía son capaz de captar la manifestación 

de la belleza o del sentimiento estético por medio de la Palabra, el Arte y la Música.

 

 

Antonio Mercado Flórez. Filósofo y Ensayista.

 

En esta alta civilización técnica, de sociedad de masas y de cultura de masas, no podemos olvidar que los cambios en el ámbito del lenguaje que se gestaron en el transcurso del siglo XX, afectaron el espíritu lingüístico del hombre y su estructura sintáctica. De otra parte, diluyeron las fronteras de la identidad, la magia de la vida y de la muerte. Además, esa distinción entre Yo y Tú, por la que el animal hablante entró en la historia, ya no resulta tan evidente. Atravesamos un período de cambios profundos. Donde el estado transitorio del tiempo y la identidad personal, del Yo y la muerte física, influyen en la condición y las posibilidades del lenguaje.

 En pocos espacios de tiempo hemos podido ver como la conciencia étnica e histórica, las gramáticas heredadas, el recuerdo, la memoria, algunas veces no dan cuenta del “Ser” y el “sentido” de trascendencia. Y, esto se convirtió en un fenómeno ontológico que se concatena a uno histórico, metafísico y epistemológico. Ahora bien, sí los universales históricos cambian –dice George Steiner-, si las estructuras sintácticas de la percepción se modifican, se modifican también las formas de comunicación. Entonces el discutido papel de las tecnologías de la información, los medios electrónicos, las redes sociales, la comunicación simultánea, las Plataformas Digitales, la Inteligencia Artificial, serían sólo un fenómeno secundario en la economía de la existencia.

Además, somos parte de un mundo que vive bajo el signo de la perplejidad. El imperio de la corrupción, el descrédito de las instituciones, el nepotismo político, las injusticias sociales, el racismo, el nacional-populismo, la crisis económica y financiera internacional, son apenas señales de la quiebra de los valores públicos y la disolución de las referencias colectivas. Esta atmósfera nos deja perplejo e inermes, porque las pautas y los puntos de referencia a los que nos agarrábamos, se están disolviendo. Esto se concatena en otras instancias, a una implícita añoranza de la coherencia moral y del Yo concreto.

 En este orden, Nietzsche y Kierkegaard en el siglo XIX, Benjamín y Steiner, Lévinas y Ernst Bloch en el siglo XX, vislumbraron la catástrofe que se veía venir. Una catástrofe que dañó los centros vitales de la cultura y la civilización occidental. Este acontecer inexorablemente repercutió en el lenguaje, ya “que rechazó la semejanza entre los hombres; el principio fundamental del Humanismo” –al decir de Benjamín.

Si la crítica del lenguaje surgió de una situación de crisis. No es ajena a los soportes técnicos, a las condiciones y modalidades del lenguaje. La relación contradictoria entre lenguaje y poder, posibilita observar que, en la civilización tecnológica y la sociedad de masas, continúa siendo un instrumento de manipulación y opresión del ser humano. Por eso no nos extraña que la crítica del lenguaje en el transcurso del siglo XX, venga en su mayoría de escritores y pensadores judíos.

 Porque perciben lo que acaeció entre 1914 y 1945, estupefactos y desconcertados, en un mundo que se desmoronaba como un castillo de naipes. Por entereza moral y necesidad histórica dan cuenta del “grado de disolución de las normas civilizadas y las esperanzas humanas” (Steiner).

Son conscientes que las políticas autoritarias y totalitarias de la primera mitad del siglo XX, degradaban la condición humana, también que resquebrajaron los cimientos del lenguaje natural. En una atmósfera como esa “las palabras, esos guardianes del sentido, no son inmortales, no son invulnerables”, escribió Arthur Adamov en su cuaderno de notas correspondiente a 1938; “algunas quizás sobrevivan, otras son incurables”.  Cuando la guerra estalló, se limitó a añadir: “Agotadas, roídas, las palabras se han vuelto esqueletos de palabras, palabras fantasmas; todos rumian y eructan sus sonidos entre dientes”. Quizás en la actualidad estas elocuentes palabras de Adamov se pueden aplicar no sólo a la guerra de Ucrania, de Afganistán, de Etiopía, de Colombia, de Yemen, la israelí-palestino, entre otras; sino también a la atmosfera que se respira en el contexto internacional.

En la actualidad controlar el lenguaje, las imágenes, los signos, los algoritmos; como también Facebook, Twitter, WhatsApp, Internet, las redes sociales, significa el control de los medios y los modos de comunicación globales. Pero también el control del cerebro, del gusto, del sentimiento, el cuerpo y la subjetividad del hombre. Esto genera un tipo de experiencia y vivacidad que permite vislumbrar su “telos” siniestro.

 Desde el umbral político, el que ejerce el poder se preocupa por el pensador, el poeta, el narrador, el artista, el dramaturgo, el cantautor, el periodista, el humorista, etc. Porque son los que cuestionan la realidad y reflexionan sobre la condición humana. Es decir, sobre la retícula donde descansa la naturaleza del Ser y el existir. Así como la policía se preocupa por el hombre de carne y hueso, más no por sofismas deliberados. En este orden, la economía del poder es consciente que un modelo autoritario y uniforme de sociedad, aspira a dominar el cuerpo y el alma de las personas. En un tipo de sociedad como ésta se tiraniza, se manipula, se vacían deliberadamente las palabras de sus significados esenciales.

 Y estos cambios permiten que se transforme el orden de la existencia -la libertad en esclavitud, la esperanza en desesperanza, la paz en guerra, el amor en odio, la libertad de expresión y de prensa en miedo, la tolerancia en xenofobia, la vida en muerte-. Algunas naciones y Estados de corte nacional-populista de izquierda o de derecha en la actualidad, se ponen la máscara de la libertad y de la justicia social para implementar la desconfianza hacia el Otro, la defensa de la lengua, de la cultura y las tradiciones nacionales, en nombre de la discriminación, la tortura, el racismo, el exilio, la libertad de expresión, de ser y estar en el mundo y su realidad. Y esto es sumamente grave que se de en sociedades y Estados democráticos modernos.

Los gobiernos autoritarios o las democracias populistas desean extirpar el pasado de la memoria humana. Para que las personas no se remonten a las fuentes verbales de la historia. Significa en la actualidad remontarse a la memoria y el recuerdo para “detener el avance catastrófico que nos repugna”. Desean borrar las huellas dejadas tras de sí, la experiencia y la historia del ser humano. Así, el pasado se reinventa para justificar el presente. “El tiempo pasado –nos recuerda Steiner refiriéndose a la sintaxis surrealista de Jerry y Artaud- debe ser excluido de la gramática política y de la conciencia individual”. Porque en el tiempo presente, “recordar es exponerse a la desesperación: y el tiempo pasado del verbo ser no da por sentada otra cosa que la realidad de la muerte. No deja de ser comprensible esta metafísica del instante, este cerrar de golpe las puertas que dan a las extensas galerías de la conciencia histórica” (Steiner).

Ahora bien, sí los fenómenos históricos, las experiencias, los mitos, las costumbres, los usos, los nombres, la existencia misma, son borrados por decretos. La memoria del artificio, las ficciones y mentiras deliberadas, remplazan la diversidad de la memoria individual. Y, entonces el olvido favorece a la falsificación. Por así decir, cuando el pasado verbal, la memoria histórica o el recuerdo, se cambian por un presente impersonal y un futuro utópico, “al ser una mentira constantemente modificada y renovada, el pasado se vuelve presente” (Steiner).

Asimismo, el devenir histórico muestra hoy día, que la crítica del lenguaje nos enfrenta a otros actores. A la alta civilización tecnológica, a la sociedad de masas y a la cultura de masas, al lenguaje político banalizado por la primacía de la imagen y los lenguajes digitales. Un ámbito donde se entrelazan los signos de unificación común. Un lugar donde el pensamiento y el escrutinio del espíritu salen mal parados. Así, los “grupos de poder” hacen del lenguaje un “instrumento”, donde la “situación política o social dominante urge idealizarse a sí misma para justificar moralmente su existencia” (Walter Benjamín). 

En un tipo de sociedad como ésta los “instrumentos especulativos” o las “palabras”, no responden a las apetencias y esperanzas humanas. En consecuencia, cuando un pueblo no está acostumbrado a escuchar la voz de su lengua, la poesía, el arte, la literatura, estará más predispuesto a la esclavitud. De ahí, precisamente, la importancia de la lengua natural, “más antigua y perdurable que todo lo existente”. Que hace participe al poeta y al escritor como “portavoces de su sabiduría y de su conocimiento del futuro”. Por eso, “la lengua y la literatura son siempre “hoy” y a menudo –sobre todo allí donde haya un sistema político digno- puede llegar a constituir “mañana” (Joseph Brodsky).

Desde una perspectiva política la crítica del lenguaje posibilita develar que, en todas las épocas de la humanidad, han existido embaucadores, demagogos, los que, en nombre de la verdad, la justicia, la libertad o, de Dios, se convierten en falsarios de la historia y del lenguaje. O, de la memoria verbal de los pueblos y las naciones. En una época se ponen la máscara del revolucionario o del conservador; en otra la del progresista o reformista de la sociedad. Pero en nombre de sus principios o de sus ideales, se han cometido las atrocidades más espantosas de la humanidad, lo cual no es tan raro como parece.

 

                                     Madrid-España a 15/04/2023