Antonio
Mercado Flórez
En 1950 Hannah Arendt reflexionó sobre las
secuelas del régimen nazi en Alemania. Expresó que, en menos de seis años,
Alemania arrasó con las estructuras morales de la sociedad occidental,
cometiendo crímenes que nadie hubiese creído posible. Después de la guerra, a
la tierra devastada y minada, exhausta y desmoralizada por las penurias de la
guerra, afluyen millones de personas de las provincias del este, de los Balcanes
y de Europa Oriental, añadiendo al cuadro general de la catástrofe el toque
peculiarmente moderno de la expatriación, el desarraigo social y la carencia de
derechos políticos.
El caso colombiano posee unas caracteristas
similares con lo que narra Hannah Arendt en el texto El presente. Ensayos políticos. Las secuelas del régimen nazi: Un
reportaje desde Alemania (1950). Donde expone las secuelas que dejó la
guerra en el tejido de la nación. Aquí trato de hacer una especie de literatura
comparada entre las secuelas que deja tras de sí la guerra en Alemania y las de
la guerra en Colombia.
A la catástrofe se añade también la visión de las
ciudades alemanas destruidas y la noticia de los campos de concentración y de
exterminio que han extendido sobre Europa una atmósfera lúgubre. La guerra fue
una pesadilla de horror y destrucción de personas, de infraestructuras
productivas, de ciudades, pueblos y aldeas. Pero en Alemania cayó un manto de
silencio sobre ello. La reacción ante las ruinas –materiales o humanas-,
consistió en una evasiva a todo a lo que le concierne en cuanto alemanes.
En Colombia los hacedores de la guerra arrasan
todo lo que encuentran a su paso, porque necesitan espacio para destruir.
Destruyen pueblos y aldeas en nombre de la ideología y la justicia social,
masacran a personas inocentes, torturan y desaparecen a los individuos, para
justificar los principios que sirven como basamento del horror y la barbarie.
El Estado y sus instituciones sociales y administrativas –Ejercito, policía, políticos,
terratenientes, industriales, empresarios-, son tan culpables como la guerrilla
por lo que aconteció.
Devastaron
y minaron a miles de colombianos empujándolos a abandonar sus tierras, como
también a desplazarse como parias en el interior de su propio país. A engrosar
los cinturones de pobreza y miseria de las grandes ciudades de Colombia:
Bogotá, Medellín, Cali, Barranquilla, Cartagena, y, empujados por el hambre, el
dolor y el desarraigo, venden su cuerpo al mejor postor, se dedican a la
drogadicción y el trapicheo, el raponismo y la delincuencia común. Y, a la vez,
llegan a engrosar los cinturones de miseria, dolor y sufrimiento, de dichas
ciudades. Todo ante la mirada indiferente de los poderosos y de las élites
gobernantes.
El propósito era destruir la esperanza y la
justicia social, de la mayoría de los colombianos. Primero fue la violencia
entre el partido conservador y el liberal, después vino la guerra ideológica en
nombre del comunismo o del socialismo, que arrastra tras de sí un montón de ruinas
materiales y humanas, ríos y charcas de sangre, que atormentan el alma y el
corazón de quienes la sufrieron.
Para quienes conocieron en profundidad la Europa
de entreguerras ha debido de suponer una conmoción el ver con qué rapidez los
mismos pueblos que hace solo unos años se desinteresaban por completo de las
cuestiones de estructura política descubren ahora las condiciones básicas para
la existencia futura del continente europeo. Bajo la opresión nazi no solo han
reaprendido el significado de la libertad, sino que además han recuperado el
respeto por sí mismos y el apetito por la responsabilidad.
Así pues, la huida de la realidad es también, por
supuesto, una huida de la responsabilidad. En la historia reciente de Colombia,
se tiene el hábito de culpar de sus desdichas a fuerzas que están fuera de su
alcance; el problema económico internacional, a Venezuela; al castro-chavismo y
una serie de eufemismo que la derecha se inventa para justificar la guerra y el
ejercicio del poder. Ante todo, para
destruir los Acuerdos de Paz.
Pero en la actualidad lo que está en juego es de
suma importancia, el repudio a la vieja casta política y al viejo centralismo
gana terreno; la búsqueda de alguna nueva forma de gobernar, que en la vida
pública de las personas otorgue al ciudadano mayores deberes, así como derechos
y libertades, es característico de la mayoría de los colombianos.
Las élites gobernantes siempre han eludido la
responsabilidad que les corresponde. Pero donde mejor se capta la falta de
responsabilidad de lo sucedido en los últimos sesenta años, es, en los medios
masivos de comunicación de masas. Que expresan deliberadamente las mentiras del
poder, las convicciones de una <<selecta
minoría>> cuidadosamente cultivada para justificar el sistema general
de la información, lo único que es propiamente constante. Así pues, el tiempo
de la información es el presente-actual, que se determina por el interés de los
que ejercen el poder. Y, no para suministrar elementos para la conducción de la
vida o la orientación en el mundo. Entonces la evasión de la realidad viene
acompañada de la destrucción y la desidia ante los hechos.
Dice Arendt que las personas con un alto grado de
conocimientos, los intelectuales comprometidos con el nazismo, se valieron de
la violencia cultural que se ejerce
con el conjunto de ideas, de preceptos, de valores, de principios, de imágenes,
del lenguaje y la cultura, para justificar el régimen nazi. Son símbolos que
legitiman la violencia, la crueldad, el horror, la exclusión o la muerte, en nombre
del Estado, el Sistema o del Führer –líder- de Alemania. O, en otros términos,
de los empresarios, los banqueros, los industriales y los intereses del partido
que manejan la educación y la cultura.
El ejercicio del poder en Colombia elabora mitos
legitimadores y justificaciones pseudorracionales. Han utilizado los valores,
los principios o las ideas, para justificar las injusticias socioeconómicas,
los desplazamientos, las masacres, la xenofobia, los exilios, el hambre, el
desempleo, la pobreza o la muerte. Entonces quienes manejan estos valores se
valen de las redes sociales para polarizar a la sociedad y el enfrentamiento
entre los colombianos.
Encuentran ahora un placer positivo en las
tensiones internas, que los evaden de los errores del ejercicio de gobernar.
Además, la consciencia de la huida de la responsabilidad no cambiará el destino
que el Gran Poder impuso a la
sociedad. Porque es imposible trasladar este estado de animo a una política
racional, justa y tolerante.
En cualquier caso, la realidad de los crimines
nazis, de la guerra y la derrota, ya se asuma o se evada, aún domina todo el
tejido de la vida alemana, y los alemanes han desarrollado distintos mecanismos
para escapar a la conmoción de su impacto. Esos mecanismos en Colombia, tratan
de evadir la responsabilidad de la Guerrilla y el Estado –Generales del
ejército, oficiales, suboficiales, policías, paras, narcotraficantes-, que
secuestraron, asesinaron, cometieron masacres y desapariciones.
En una atmósfera de violencia, de odio, de
descalificaciones, de mentira, que niega la importancia de los hechos en
general. Todos los hechos pueden ser cambiados y, todas las mentiras pueden ser
convertidas en verdad. La realidad ha dejado de ser inexorablemente la suma de
los crudos e indiscutibles hechos, y se ha convertido en un conglomerado de
sucesos, chismes y anécdotas, siempre cambiantes en que la misma cosa puede ser
hoy verdad y mañana falsa. La política se explica como una eficaz campaña de
venganza, odio y descalificaciones, que son consecuencia de sesenta años de
mentira, de falsedad, violencia y muerte.
En Alemania sucedió durante el nazismo, lo que
ahora acontece en Colombia, que la transformación de los hechos en opiniones
trastoca la realidad. Las opiniones se convierten en el manto que cubre la
realidad. Lo que se escucha o trasmite en la superficie de la sociedad, no es
ver dad, sino las opiniones que falsean la realidad.
Así, las opiniones se expresan como la columna
vertebral de la nación; como lo que posibilita la coherencia del Estado, las
instituciones, la moral y el espíritu de la sociedad. Desde un punto de vista
temporal, es completamente falso, porque las redes sociales, la noticia o la
opinión, son otra cosa, la reproducción artificial de la realidad: se sostienen
por el sistema general de la información, lo único propiamente constante.
Esta constancia que allana las diferencias entre
noticias u opiniones, que tejen el tejido de las redes sociales, las hacen
conmensurables en función del interés que el sistema administra: de los gremios
económicos, del capital financiero, partidos políticos, iglesia, colegios,
universidades, terratenientes, empresarios o industriales. Que diluyen la
textura de la experiencia, la percepción y la participación, en las tomas de
decisiones. Porque lo que tenemos ante nuestros ojos es la incapacidad o la
falta de voluntad de distinguir entre hechos y opiniones.
El
fenómeno del poder y la democracia, no es la instrumentalización de la voluntad
ajena para alcanzar los propios fines. Sino la formación de una voluntad común
que busca una comunicación orientada al entendimiento. Así que, esta pone en el
centro de las relaciones sociales al dialogo y el consenso. El poder se deriva
de la capacidad de actuar en común. O, en otros términos, este surge allí donde
las personas se juntan y actúan concertadamente.
El peligro para la vida democrática en Colombia
consiste en que, los que defienden la libertad, la diversidad de ideologías, de
creencias, de visión del mundo y de la realidad, se enfrentan a aquellos que
poseen una sola e infundada opinión, que ha de adquirir el monopolio sobre las
demás. Y, entonces ignoran los hechos y la realidad y tratan de establecer sus
opiniones, como únicamente válidas. Parafraseando a Ernst Jünger en sus Diarios sobre la Segunda Guerra Mundial, <<Radiaciones>>,
1949: <<A menudo se tiene la impresión que las élites y los que ejercen
el poder en Colombia, están poseídos por el Diablo>>.
La experiencia de sesenta años de violencia,
exclusiones e injusticias sociales, ha privado a los colombianos de la
capacidad espontanea de expresión y comprensión, de forma que ahora, nos hemos
quedado sin palabras, sin la capacidad de articular pensamiento y realidad,
voluntad y sentimiento, espíritu y lengua. El problema del lenguaje es
traumático, porque ha de comprender y expresar lo que verdaderamente aconteció,
y, de otra parte, comunicar los contenidos espirituales de la esperanza, los
sueños y las utopías de los colombianos.
En una
atmósfera de violencia, de guerra, el lenguaje entra en un estado de
somnolencia y de atrofia, y, es incapaz de comunicar los contenidos
espirituales que le corresponden. Porque la violencia daña la esfera de la
imaginación, las raíces del lenguaje y del pensamiento, que son esferas donde
adquiere el hombre la razón de ser. Una
cosa está clara: en una atmósfera de
violencia o de guerra, la lengua se enmudece o se atrofia, y es incapaz de
comunicar los contenidos espirituales de la experiencia humana. La experiencia
que mana de boca a oído. Como expresó Walter Benjamín: Se trata de una especie
nueva de barbarie.
Dan ganas de gritar que lo que vivimos no es real,
que las ruinas no son reales, que el horror no es real, que los desaparecidos
no es real y que la muerte no es real, pero desafortunadamente los hechos y el
sentido de realidad, lo confirma. Ellos se han convertido en fantasmas
vivientes que afectan las palabras, los argumentos, los sentimientos, la mirada
de los humanos, el ardor del corazón y del alma. Aquello que compone la
condición humana. Eso, que nos distingue de los animales, las plantas, los
ríos, los mares, la tierra o las piedras. Porque somos seres racionales y
reflexionamos, sentimos y amamos u odiamos, que imaginamos y no perdemos la
capacidad de asombro; somos seres que no renunciamos a nuestros sueños, no
perdemos la esperanza y asumimos con optimismo las utopías.
Y, el Gran
Poder desea que nos olvidemos de lo que verdaderamente aconteció, y nos
refugiemos en la fugacidad de la vida cotidiana, el consumo, el alcohol, la
droga, el sexo, lo siempre igual, y así, que entreguemos el peso de la
realidad, a una espalda más ancha: el Estado, las instituciones, la iglesia,
los partidos políticos tradicionales, la moral común ordinaria; y, nos
liberemos del tormento de la consciencia, las atrocidades, del dolor y del
manejo irresponsable de la libertad. Ya que existen pueblos, que, en medio de
la más horrenda destrucción física y humana, conservan el sentido del honor, de
la estética y de la integridad moral. Colombia es uno de ellos.
No sé a qué se debe, pero las costumbres, los más
pequeños detalles, las tradiciones, las formas de hablar y de sentir y de
trato, son tan diferentes de todo lo que se ve y se tiene que soportar. Cuando
un pueblo conserva esos valores, el espíritu que lo anima, la lengua y la
imaginación, expresa en sus gestos, en las palabras y pensamientos. Que aún en
medio de la barbarie y el horror, de la muerte y la desesperanza, es capaz de
volar alto como el Cóndor de pico de
estrellas y alas de fuego.
Porque la experiencia les ha regalado como un Don Divino, la alegría, el sentido del
humor, la solidaridad y la cordialidad. En estados como esos expresa Jünger: el
hombre es soberano a condición de que tenga conocimiento de su rango. El ser
humano es en este sentido el Hijo del Padre, es el Señor de la Tierra, es la
Criatura creada por un milagro. Kant dijo: Lo más sagrado que Dios tiene en la
tierra es el derecho de los hombres […] La mentira (“procedente del padre de
las mentiras, por el que han llegado al mundo todos los males”) es la auténtica
mancha podrida en la naturaleza humana.
Después de seis décadas de guerra y violencia que
causaron más de doscientos cincuenta mil muertos y miles de desplazados, así
como atrocidades, horrores y barbaries cometidas por los principales actores
del conflicto: Fuerzas Militares, guerrilleros, paramilitares; el gobierno del Expresidente Juan Manuel Santos llega a
un acuerdo con las FARC: Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia.
Un acuerdo cuyo texto describe la hoja de ruta:
introducir las demandas de la oposición, la Jurisdicción
Especial para la Paz (JEP) -un tribunal encargado de regular desde el Orden Jurídico, lo establecido en el
acuerdo: se encarga de juzgar con reglas claras y especiales, a todos los
protagonistas del conflicto: guerrilleros, militares y otros participes.
Entonces el Centro Democrático, el partido del Expresidente Álvaro Uribe se
abstiene.
Sin embargo, tres años después, la derecha con el
Centro Democrático a la cabeza, arremete contra la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), las Altas Cortes: Corte Suprema,
Corte Constitucional, Consejo de Estado. Y, esto ha provocado una crisis de
consecuencias incalculables. Una crisis institucional, política y social, de la
que muchos colombianos no son conscientes. Esta deriva ha desencadenado un
enfrentamiento entre las fuerzas políticas, sociales, culturales, educativas y
económicas del establecimiento y la oposición. Han creado un escenario desde
las redes sociales, los medios de información, espacios privados o la plaza
pública, donde todo vale: insultos, descalificaciones, mentiras, que expresan a
ojos vista, la incapacidad de los dirigentes para buscar las soluciones
adecuadas para el bien de los colombianos. En síntesis, el poder de la derecha
y la filigrana que utiliza tiene un objetivo: destruir las Altas Cortes.
El Centro Democrático con Uribe a la cabeza lo que
desea es, forzar una Asamblea
Constituyente que tenga como meta, remodelar las Altas Cortes, reducir su número o crear una sola, y ponerla al
servicio del poder político, económico y cultural de una <<selecta minoría>>. O, en otras palabras,
de los poderes facticos del país. La estrategia de la extrema derecha y la
punta de lanza del Centro Democrático, busca romper el orden institucional y
constitucional, para cambiar las esferas de la sociedad. Imponer sus
propuestas, aun valiéndose de la mentira, la calumnia, el odio, la falsedad y,
si es el caso, de la fuerza.
Para el centro derecha, la extrema derecha y el
ejército, Alemania no fue derrotada en el campo de batalla. Sino traicionada
por los judíos y los socialistas alemanes. Se vivieron motines y episodios de
violencia que terminan con el asesinato de dirigentes carismáticos como Karl
Liebknecht y Rosa Luxemburgo. Son años en que la derecha y la extrema derecha
fomentan la cultura de la violencia y agitan el antisemitismo. La izquierda
simboliza la revolución bolchevique y el ejército apoya a los paramilitares,
que se enfrentan a las fuerzas progresistas.
En 1919 se proclama la Constitución de Weimar y
los graves problemas a los que tiene que enfrentarse la República, posibilitan que
superen la capacidad de los dirigentes demócratas y socialistas, para forjar un
consenso y alcanzar la mayoría. Así, el paro, la hiperinflación, el desorden
social y el caos institucional, allanan el terreno para que una fuerza política
marginal, el nacionalsocialismo y la dictadura presidencial de Paul von
Hindenburg, vacíen de contenido la República de Weimar.
Entonces los nazis aprovechan las libertades
políticas, el Estado de Derecho, el orden jurídico y la práctica política o el
sistema electoral republicano, para hacerse con el poder. Un partido político
que se apoya en el ejército y la policía, y una organización de militantes
fanáticos que ejercen la violencia contra los demócratas, los comunistas, los
socialistas, los judíos y los socialdemócratas.
En 1932 después de las segundas elecciones del
año, Hitler y las fuerzas de la extrema derecha se unen en una cruzada
anti-Weimar. Aquí se inicia una contra revolución que acaba con las conquistas
conseguidas desde 1918 y crea un nuevo Estado basado en la pureza de la sangre,
el ario, prototipo del hombre alemán y se basa en valores reaccionarios. La
República de Weimar había llegado a su fin y empieza la época del racismo, la
xenofobia, el exilio, el dolor, el miedo, y los campos de concentración, la
muerte y la Segunda Guerra Mundial.
A veces los hechos y la historia son irónicos,
contradictorios y aplican el principio del eterno retorno. El centro derecha,
la extrema derecha y un sector del ejército y la policía, se unen en Colombia
para no dar paso a las fuerzas progresistas. Piensan que Colombia fue
traicionada por el Expresidente Juan Manuel Santos por llegar a un
acuerdo de Paz con las FARC –Fuerzas Armadas Revolucionarias de
Colombia-. En la historia reciente de Occidente la literatura comparada nos
ayuda a comprender y a analizar lo que acontece en el presente-ahora. Como el
caso alemán y colombiano que he tratado hilvanar.
En Colombia se están llevando a cabo en la
actualidad, desapariciones, asesinatos de líderes sociales, de políticos, ajustes
de cuentas. Donde la derecha y la extrema derecha fomentan la cultura de la
violencia, el odio, la mentira y la falsedad, contra las fuerzas progresistas;
tal como hicieron en Alemania después de la Primera Guerra Mundial. Desean
cubrir con el manto oscuro de la indiferencia y la desidia, lo que
verdaderamente sucede en Colombia. Pero, olvidan que todavía hay personas que
en medio del caos o del horror, del miedo y la muerte, son capaces de ver las
perdidas.
El hombre gasta cantidad de energías en tratar de
romper la sofocante atmósfera que lo rodea, pero olvida las cosas fundamentales
de la vida: el amor, la solidaridad, la amistad, la fraternidad, la paz, la
familia, el fundamento de la existencia. Eso que Huxley llama: <<El
conocimiento unitivo de la realidad espiritual>>. En todo tiempo y lugar,
el Estado, las instituciones sociales, el poder, tratan de destruir el encanto
de la vida y de la realidad. Tratan de convertir al ser humano, en número u
objeto. Que se convierta en un hombre disciplinado, desdichado, amargado, solo
y ensimismado, por el peso de la vida cotidiana.
No desean que el ser humano se refiera a ciertos
presupuestos, en los que se fundamentan una gran cantidad de creencias
generalizadas. Porque saben que cuando se examinan críticamente, resultan,
mucho menos firmes de lo que son a primera vista. Ya que, al analizarlos y
cuestionarlos, el ser humano amplia el autoconocimiento de sí mismo, del mundo
y de la realidad. Por eso, no desean que los seres humanos recuerden lo que
Platón hace decir a Sócrates: <<Que una vida sin examen no merece la pena
vivirse>>.
El tránsito desde la entrega de armas por parte de
las FARC hasta ahora, se está
convirtiendo en un viacrucis para muchos colombianos. Unos son asesinados o
desaparecidos, sumidos muchos en la incertidumbre del miedo y la desesperanza;
otros, en tiempos de posguerra viven una experiencia descorazonadora respecto a
la seguridad, la supervivencia, la pedagogía política, la tolerancia hacia el
otro recién insertado a la vida civil; y prevalece una atmósfera de
incomprensión hacía aquellos que bajaron del monte, de desconfianza mutua entre
autoridades civiles y militares o sociedad civil y exguerrilleros, que ponen en
peligro los Acuerdos de Paz. Porque fuerzas oscuras en el ámbito militar,
político o económico, desean desgarrar el tejido vivo de los Acuerdos. Para ellos es más rentable la
violencia o la guerra, que la Paz.
Así que, la derecha, la extrema derecha y el
Centro Democrático con Álvaro Uribe Vélez a la cabeza, son reacios a que se
sepa la Verdad. Evitar a toda costa
que la verdad salga a la luz. Porque los testimonios de los Generales,
oficiales o suboficiales, ante la JEP,
pone en peligro el poder, el honor y el estatus de las Fuerzas Militares,
políticos, industriales, empresarios o terratenientes. Porque este testimonio,
es, sumamente grave, para el establecimiento y los que ejercen el poder. La
verdad sobre los guerrilleros, en cambio, todos los colombianos la conocen,
como la lista de atrocidades y horrores de la que son culpables.
La otra esfera que tiene que ver con la verdad, se
centra en la Tierra. En Colombia el setenta por ciento de las tierras
cultivables están en manos de terratenientes. Los terratenientes que muchos
están en el Congreso de la Nación, son gobernadores o alcaldes de Colombia, se
oponen a una reforma de la tenencia de la tierra. Este es el caballo de Troya
de la práctica política. Porque entre los grandes terratenientes de Colombia,
está Álvaro Uribe.
El problema consiste en que mucho de los títulos de
propiedad de las tierras no está legalizado y, por tanto, arrastran la estela
de la duda y la oscuridad. Porque están ligados al dolor, el sufrimiento, la
muerte y los desplazamientos. Por eso, se oponen a revisar los títulos de
propiedad y regular el catastro implica cuestionar dichos títulos. Ahora, si
esto llega a suceder la reacción de los terratenientes suele ser violenta. No
queda títere con cabeza. Porque ellos utilizan la amenaza, la violencia y la
muerte, para defender lo que presumiblemente es suyo. El problema surge del
propio Acuerdo de Paz: ya que su
aplicación exige una reforma agraria en profundidad. Los terratenientes, con
Álvaro Uribe a la cabeza no lo van a tolerar.
El sector más radical del Centro Democrático se
opone a reconocer los derechos políticos y sociales y deberes individuales de
determinados sectores –Indígenas, comunidad afrocolombiana, colectivo LGTB,
etc.- El Presidente Iván Duque se
convierte en un rehén del Centro Democrático y, en particular de su mentor,
Álvaro Uribe Vélez. Porque sus propuestas de centro y de unidad nacional, están
siendo boicoteadas por su propio partido. Colombia necesita soluciones de
Estado, pero la intransigencia de la extrema derecha y el uribismo, le impiden al Presidente
sacar a delante proyectos y leyes, que así lo requiere. Hay que reconocer que,
al Presidente Iván Duque, los de su
propio partido lo están abandonando y lo están dejando solo ante la oposición y
la sociedad colombiana.
Preguntamos, ¿Qué alternativas le quedan al Presidente Iván Duque para salvar su
gestión de gobierno? Tener el carácter de poner a Uribe en su sitio y al sector
radical del Centro Democrático y, además abrirse a las fuerzas democráticas y a
la oposición, para llegar a consensos y cumplir con lo que propuso en su Programa de Gobierno. Esta apertura
pondrá furibundos a la extrema derecha, los radicales de su partido y al propio
Uribe; y tendrá un coste político que estas personas no lo van a tolerar.
Entonces el Presidente se encuentra
entre la espada y la pared, entre la involución o acometer las reformas que el
país necesita. De ello depende su credibilidad y la gestión de su Gobierno.
El tercer umbral de la verdad consiste en que, la
extra derecha, el Centro Democrático con Álvaro Uribe a la cabeza, tratan de
concentrar todas las miradas en la JEP
–Justicia Especial para la Paz-, y así conseguir que los otros puntos del Acuerdo pasen a segundo plano:
sustitución voluntaria de cultivos ilícitos, la reforma agraria integral, etc.
Entonces, ¿Cuál es el objetivo central de la extrema derecha colombiana?
Posibilitar que los Acuerdos vuelen
por los aires como una costra seca. Así de esa manera, utilizar las redes
sociales, los medios de comunicación, la esfera pública y el Parlamento, para
decir que el Acuerdo con las FARC fue un fracaso. Y, así pregonar que
el Expresidente Juan Manuel Santos
engañó a todos los colombianos con dicho Acuerdo.
Lo cual es completamente falso, porque la realidad dice todo lo contrario tanto
a nivel nacional como internacional.
Si el Acuerdo
de Paz no funciona las consecuencias son impredecibles. Se reactivará el
monstruo de la guerra y haremos parte del espectáculo del derramamiento de
sangre y de muertes. Es crear en la mente de los colombianos, el artificio de
la imagen de la necesidad del Caudillo,
que nos rescatará y nos protegerá de los males del presente y del futuro. Tal
como hizo Alemania en la década del treinta con Hitler y la cura será peor que la enfermedad. Y, Álvaro Uribe será
no sólo el Caudillo, sino el Mesías que nos salvará de los males del
presente y del porvenir. Y, por supuesto, se silenciará la Verdad.
Un país que lleva seis décadas matándose los unos
y los otros, la Paz con las FARC es una bendición de Dios para toda
la nación. El desarme de los espíritus y la no-violencia deben ir acompañados
por la tolerancia, la convivencia y el respeto a la Vida. Esta es una oportunidad para que podamos vivir como personas
civilizadas y estar a la altura del Mundo Moderno.
Decía el Expresidente
Juan Manuel Santos en El País, en un artículo que titula Dejar la paz en paz (Madrid
11 de agosto de 2019), que la Paz se
va a enfrentar con muchos problemas y contradicciones. Y, se pregunta,
¿Problemas? Por supuesto, y muchos. Nadie dijo que sería fácil ni que Colombia
sería un paraíso al día siguiente de firmar la paz. Todo lo contrario. Se
advirtió que el camino sería largo y culebrero, y que requeriría el concurso de
todos. No es la paz de Santos como
dicen algunos, es la paz de todos.
Una guerra –prosigue Santos- de más de cincuenta años, atravesada por la flecha venenosa
del narcotráfico, genera todo tipo de intereses macabros que se benefician con
la violencia y el desorden. Y, por supuesto, a los intereses políticos que se
nutren del miedo y de la guerra tampoco les interesa la normalidad. Necesitan
enemigos. Por eso hicieron todo lo posible para que fracasara la paz y muchos
siguen tratando de sabotearla. Por fortuna no han podido ni podrán.
Expresa Santos
en el mismo Artículo de Opinión: El
tren de la paz no se detiene: ya pasó el punto de no retorno y los intentos de
descarrilarlo seguirán fracasando. La esperanza de los pueblos acaba derrotando
el miedo. La reconciliación, por más difícil que sea, se acaba imponiendo sobre
el odio.
Ahora, sin el apoyo de los militares, los
empresarios, los industriales, los banqueros, los funcionarios y nobles, Hitler
jamás habría alcanzado el poder. Solo hubiera sido un extravagante en medio de
una época convulsa y caótica. Así, el partido nacionalsocialista hubiera
seguido siendo un partido marginal, en el espectro político alemán. De ahí que,
una de las lecciones de Weimar es alertar sobre los peligros que acechan a las
democracias occidentales, cuando los partidos y los grupos de presión que las
defienden, no alcanzan los consensos en las cuestiones fundamentales.
La lección de Weimar consiste en que las amenazas
contra la democracia y la libertad, no sólo provienen de los enemigos externos.
Sino ante todo de aquellos que desde adentro, utilizan las libertades
democráticas y sus ventajas constitucionales para destruir su estructura y
funcionamiento. Colombia se encuentra en la misma deriva que la alemana de los
años treinta, por eso, más allá de los intereses de los partidos y del poder
económico, lo fundamental consiste en la defensa de los Acuerdos de Paz, el Estado de Derecho, las Altas Cortes, las libertades y la democracia.