Antonio Mercado Flórez. Filósofo y Ensayista.
Hannah Arendt en su obra Eichmann en Jerusalén se refiere a la banalidad del mal para reflexionar sobre la ambigüedad del concepto de maldad.
Por el cual algunas personas pueden ser manipuladas por sus conceptos vacíos,
triviales, sobre lo bueno y lo malo; así, cuya banalidad no excluye la crueldad
de sus efectos.
Acuñó la palabra banalidad del mal en referencia al
juicio que en Jerusalén le hicieron a Eichmann. Que lejos de significar que el
mal no tiene importancia, representa que empieza a tornarse banal cuando se
considera que deriva de alguna <<verdad>>. Que proviene del Estado,
del Führer, del partido o, la moral social aceptada. No se cuestiona porque
viola lo legítimo y legalmente constituido como <<verdad>> ante la
sociedad. Porque todo en el Estado totalitario, se politiza,
Las personas que cometen
actos monstruosos, horrorosos, son individuos comunes y corrientes,
insignificantes, superficiales, sin ningún fundamento teórico o practico, sobre
la realidad y el mundo. Por eso, la banalidad del mal se enraíza en las
instituciones sociales, políticas, jurídicas o culturales –el Estado, el
ejército, la policía, la administración pública, etc. –que se valen de personas
vacías y anodinas para que ruede la
ruedecita del engranaje del Sistema. Necesitan de una inteligencia precisa,
de buena calidad. Hay en todos los asuntos de la práctica un cierto número de
seres humanos que forman la pequeña y bien diseñada ruedecita que da impulso y
trabajo a la obra. (Jünger).
En ellos se encarna cierta
ironía y frialdad al impartir órdenes. Cada uno de los seres humanos encuentra
en la vida el puesto que le resulta adecuado. Nacemos exactamente con el
potencial social que haremos realidad. A estas personas el mundo se les
presenta como una arquitectura confusa. Hay un único factor que es terrible en
todos los tiempos y que nunca deja de serlo –el ser humano; las armas son
únicamente miembros que le han sido adosados y sentimientos a los que se le ha
otorgado forma. (Jünger).
La banalidad del mal es la
expresión de la <<pura>> maldad, en la ferocidad de los actos
humanos. Heidegger señaló: la esencia de la maldad no consiste en lo malvado de
los actos humanos, sino en la <<pura>> maldad de la ferocidad.
(Heidegger). Por eso se origina en la parte oscura e inconsciente del corazón y
el cerebro humano. Quien lleva a cabo estos actos abominables y detestables, en
su mayoría no son conscientes de lo que hacen, bien por falta de educación o de
capacidad de pensar. Bien porque han
extirpado del alma y del corazón la zona de la sentimentalidad. El concepto de
alma para los griegos psyché era el
principio del movimiento interno que potencia la vida. Este tipo de hombre de
gustos gruesos y barbaros activa la psyché
para develar en sus acciones lo bestial y los instintos asesinos que moran en
ella.
Cuenta George Steiner que
el escritor Arthur Kloestler, estaba convencido de que el cerebro consta de dos
partes: una pequeña parte ética y racional (todavía muy pequeña y una enorme
trastienda cerebral, bestial, animal, territorial, cargada de miedos, de
irracionalidades, de instintos asesinos, y que harían falta millones de años
para que la evolución moral alcance nuestra condición, nuestras técnicas de
agresión y destrucción. (Steiner).
Es evidente que el
desarrollo científico, la técnica, la prosperidad, el confort, la paz, en la
cultura occidental, no son indiferentes al mal, a la violencia o a la guerra,
pero no exclusivamente. Walter Benjamín dijo: todo lo que abarca el arte y la
ciencia tiene una procedencia que no podrá considerarse sin horror. Debe su
existencia no sólo al esfuerzo de los grandes genios que lo han creado, sino en
mayor o en menor grado a la prestación anónima de sus contemporáneos. Jamás se
da un documento de cultura sin que lo sea al mismo tiempo de la barbarie. Si la
ciencia es el fundamento de la técnica. Resulta patente que ésta no es un hecho
puramente científico-natural. Al mismo tiempo es un hecho histórico.
Así que, la técnica sirve
al Estado totalitario no sólo para la producción de mercancías, sino también
para producir armas para la guerra, carreteras o cámaras de gas, entre otros.
Las energías que la técnica desarrolla más allá de las necesidades de la
sociedad. En primera línea favorecen la técnica de la guerra y su preparación
publicitaria. El siglo pasado no fue consciente de las energías destructoras de
la técnica. (Benjamín). El Estado nazi la utilizó en las cámaras de gas para
exterminar a millones de judíos y minorías étnicas y, éste los presentaba con
el barniz de una muerte indolora. Es el colmo de la ironía y lo inhumano ante
la dignidad y el respeto a la vida del otro. Sabemos que el demonio utiliza
varias máscaras y éste utilizó la del sufrimiento, el dolor, la tortura y la
muerte.
Según Arendt le impresionó
sobremanera la superficialidad del acusado, que hacía imposible vincular la
maldad de sus actos a ningún nivel más profundo de motivación. Los actos fueron
monstruosos, pero el responsable –al menos el responsable efectivo que estaba
siendo juzgado- era totalmente corriente, del montón, ni demoníaco ni
monstruoso. No había ningún signo en él de firmes convicciones ideológicas ni
de motivaciones especialmente malignas, y la única característica notable que
se podía detectar en su comportamiento pasado y en el que manifestó a lo largo
del juicio y de los exámenes policiales anteriores al mismo fue algo
enteramente negativo: no era estupidez, sino falta de reflexión.
Así pues, ni el hombre
civilizado hijo de la cultura greco-romana y judeo-cristiana, ni hombre el
culto, ni el hombre creyente, ni el hombre común, pudo controlar o parar la
bestialidad política de la banalidad del mal. El burócrata que la ejecuta, es,
un hombre <<con las mismas cualidades de agresión, de brutalidad, de
astucia y de inventiva estratégica>>, que aquel que lucha en la guerra
por conservar la vida.
La banalidad del mal tomó máscaras nuevas en los Estados
contemporáneos. Desveló que el estilo de vida burocratizado lleva en sí como un
germen maligno, la deshumanización de los hombres. Benjamín piensa que, la
cosificación no sólo hace opacas las relaciones entre los hombres; sino que
además envuelve en niebla a los sujetos reales de dichas relaciones.
Entre los que detentan el
poder en la vida económica y los trabajadores se desliza todo un aparato de
burocracias administrativas y jurídicas, cuyos miembros no son capaces de
desempeñar funciones en cuanto sujetos morales plenamente responsables; su
conciencia de la responsabilidad no es otra cosa que la expresión inconsciente
de ese encanijamiento. (Benjamín).
Preguntamos, ¿por qué
Eichmann fue incapaz de sentirse culpable como si no tuviera consciencia?
Porque la conciencia de la sociedad que le hablaba era una voz respetable. De
ahí que actuaba amparado por las órdenes que recibía. Eran órdenes superiores
que determinaban su conducta y acciones; y eran tan fuertes que su incapacidad de pensar y juzgar, le
imposibilitaban cuestionar el <<sentido>> de sus acciones. Además,
el pensamiento como la actividad espiritual de autorreflexión que busca el
<<significado>> en el sentido Kantiano, brillaba por su ausencia.
Así que, el burócrata sólo
conoce una falta, trasgredir el orden, lo legítimo y legalmente constituido por
el Gran Poder. La lógica del
burócrata expresa: si no lo hago yo, otro lo llevará a cabo. Existe entonces
una relación entre la estadística y el criminal en el Estado totalitario. Pues,
el genocidio es una matanza administrativa y estadística que responde a las
apetencias del Gran Poder. Ellos son
personas siniestras y abominables, su capacidad
de pensar la sustituyen por el cumplimiento de las normas y las reglas.
Cuenta Viktor E. Frankl
(1995), que en los campos de concentración había individuos dispuestos a
torturar o matar. De ahí que la élite del partido nazi competía por el honor de
llevar a cabo el dolor, el sufrimiento y la sangría, al otro ser humano. A
Eichmann lo que le hacía sentir mal y culpable, era trasgredir el orden y las
normas establecidas, no lo moralmente incorrecto. Cuando ordenaba gasear a
miles de judíos, se sentía feliz y orgulloso, de haber cumplido con su deber.
Es posible afirma Steiner,
que aún no hayamos podido encontrar al hombre una salida para su enorme energía
animal que, en la rutina de la monotonía, de la mediocridad sexual de la mayor
parte de las vidas, busca afirmarse. Como si la cultura para algunos fuera algo
superficial y fugaz, un amontonar y no la cualidad del ser y de la existencia
que posibilita la experiencia, la imaginación, y <<la posesión de un
conjunto elásticos de sistemas que confieren la intuición, el dominio y la
valoración de la realidad>>. (Sábato). Por eso, los filósofos la perciben
como una cualidad del ser, que permite trascender la vida instintiva, animal y
agresiva del ser humano.
Freud creyó que, el
estrato entre la civilización y la barbarie, la cultura y la animalidad
política, era muy delgado. Que la cultura y la civilización, no podrían
resistir a las pulsiones más profundas de destrucción y sadismo del ser humano.
El animal humano es muy perezoso, probablemente de gustos muy primitivos,
mientras que la cultura es exigente, cruel por el trabajo que exige. (Steiner).
Bueno, ¿qué buscan los que
incrementan el miedo, el dolor y la muerte, en la sociedad? Que el hombre
desista de sus sentimientos, de la libertad y de la autonomía de la voluntad,
como del pensamiento crítico que los enfrenta a la realidad y a los
requerimientos más profundos de la condición humana. Además, Eichmann
representaba la ausencia de pensamiento –que es común en nuestra vida
cotidiana, donde apenas tenemos el tiempo, y menos aún la propensión, de detenernos y pensar. (Arendt).
En el Estado absoluto
tecnológico y totalitario, donde es una pieza más del engranaje del Sistema, es
imposible detenerse y pensar. Porque
el capitalismo industrial y empresarial, el conocimiento y la técnica, el
capital financiero, se politizan y, lo que desean es configurar en la sociedad
un hombre banal, mediocre, frustrado, uniforme y con miedo, que no altere la
función del Estado. Que no se atreva a actuar, hablar o pensar, ya que el peso
de las imágenes, de las instituciones, de los modelos de conducta y del
ejercicio del poder, lo paralizan. Porque lo que le espera es el exilio, la
cárcel, la tortura o la muerte.
En este orden de ideas, el
miedo es uno de los síntomas de nuestro tiempo. La consternación causada por el
miedo es tanto mayor cuanto que ese miedo viene a continuación de una época en
la cual hubo una gran libertad individual. (Jünger). Además, ¿qué buscan los
que incrementan el miedo, el dolor, el sufrimiento y la tortura, en la
sociedad? No es sólo la parálisis del pensamiento, sino también de actuar y
soñar. Que el hombre desista de la imaginación, de la libertad y la deposite en
el Estado y las instituciones, el partido y la hybris del progreso y las comodidades técnicas. Porque se proponen
convertir a los seres humanos, en seres vacíos, pusilánimes, disciplinados,
ante el gran despliegue del poder: el Gran
Poder.
De hecho, el número, el
maquinismo, el automatismo, la disciplina militar, la demagogia, son las esferas
en las que se manifiesta el Gran Poder.
Jünger dice, en su defecto, el automatismo y el miedo van estrechamente unidos,
por cuanto el ser humano coarta sus propias decisiones en beneficio de las
facilidades técnicas. Pero también aumenta, y ello de manera necesaria, la
pérdida de la libertad.
La Época Moderna concatenó
el progreso, la técnica y el automatismo, con la superficialidad de los hombres
del común. Porque les falta la capacidad
de reflexionar sobre los hechos de la vida cotidiana. Así que, esos hombres que
incrementan el dolor, el miedo y la muerte, los define Arendt como hombres
totalmente corrientes, del montón, ni demoníacos ni monstruosos.
Ahora bien, ¿qué está en
juego en un Estado totalitario? Fundamentalmente la manera de pensar y la libertad
individual. Pero nuestra capacidad de
pensar no está en juego; somos lo que los hombres han sido siempre –seres
pensantes. Con esto se entiende, simplemente, que los hombres tienen una
inclinación, una necesidad quizá, de pensar más allá de los límites del saber,
de ejercer esta capacidad para algo más que ser un simple instrumento para
hacer y conocer. (Arendt).
Así que, a los hombres
banales no sólo les falta la reflexión, sino que ajustan sus vidas y conductas
a estereotipos, expresiones estandarizadas, clichés, ya que cumplen la función
socialmente reconocida de protegerlos frente a la realidad; o, lo que lo mismo,
frente a los requerimientos de nuestra atención del pensar que ejercen todos
los hechos y acontecimientos en virtud de su misma existencia. Porque si
tuviéramos que ceder continuamente a estas solicitudes acabaríamos agotados; en
cambio, Eichmann se distinguía del resto de nosotros únicamente en que ignoró
del todo estos requerimientos. (Arendt).
Por eso, es necesario que
nos desprendamos de ciertas creencias, conceptos y razonamientos, cuando se
examinan críticamente, resultan, en ocasiones, mucho menos firmes, y su
significado e implicaciones, mucho menos claros y firmes que lo que parecían a
primera vista. Al analizarlas y cuestionarlas, los filósofos amplían el
autoconocimiento del hombre. (Isaiah Berlin). Sí llegamos a desprendernos de
ellos, quizá, nuestra capacidad de pensar nos eleve más allá de la realidad y
de la vida, que responde a los requerimientos del Gran Poder. Quizá esta capacidad como algo natural al hombre
posibilite <<exiliarse en esa sobre naturaleza>>, que Eugenio Trías
<<llamó mundo, mundo humano,
mundo de vida saturada de inteligencia lingüística, técnica y
simbólica>>.
No para huir de la
banalidad del mal, individual, institucional o social, sino para encontrar las
categorías fundamentales de la existencia y la realidad, que posibiliten
enfrentarlo con tenacidad. Y ser conscientes que estos hombres superfluos,
banales e irreflexivos, son instrumentos de <<la pura maldad de la
ferocidad>>. Esa que, en los tiempos primitivos, mágicos o divinos,
devela la inteligencia simbólica del hombre.
Los que llevan a cabo los
actos de la <<pura maldad de la ferocidad>>, son en su mayoría
hombres mediocres, anodinos, en la sociedad. Son individuos incapaces de pensar
y, su característica esencial, consiste, en adolecer de la capacidad de juzgar. De distinguir en términos racionales lo bello
y lo feo, lo bueno y lo malo y, donde se encuentran las líneas
<<rojas>> que limitan el comportamiento humano. Expresó Arendt: los
actos fueron monstruosos, pero el responsable era totalmente corriente, del
montón, ni demoníaco ni monstruoso.
El <<puro>>
mal es uno de los síntomas de nuestro tiempo. Un fenómeno intrínseco a la
naturaleza humana que se da desde el Primer Adán. Ahora porta sus máscaras
propias: los campos de internamiento, las matanzas de obreros, de campesinos o
de estudiantes, los inmigrantes, los indigentes de las Grandes ciudades, la pobreza absoluta, etc. Y cómo la crueldad se
convirtió en elemento constitutivo de la banalidad del mal y de las nuevas
formaciones de poder.
Así que, la banalidad del
mal la percibimos en la esfera económica, política, social, científica,
técnica, moral, ética y cultural. Y, lo más sorprendente es, que la crueldad de
la banalidad del mal se convirtió en parte constitutiva de la vida cotidiana,
de las instituciones y del Estado. Se trata de ver, por otra parte, que el
pensamiento racional que está ligado a la ciencia y a la técnica, es un pensamiento
cruel. Que responde a las apetencias del Gran
Poder.
En un mundo como éste
observamos como <<el Estado permanentemente somete a una parte de su
población a intromisiones horrorosas>>. Las nuevas formaciones de poder
lo que buscan, no es sólo la distancia entre los seres humanos, sino
incrementar la deshumanización entre ellos. Y sólo se puede revelar la
banalidad de la crueldad si nos valemos de la <<vida saturada de
inteligencia lingüística, técnica y simbólica>>. Estas esferas del saber y
de la experiencia compartida posibilitan que todavía haya en las sociedades
modernas, personas capaces de ver las perdidas: la aniquilación del valor, la
estandarización de la sociedad o, la parálisis de los movimientos espirituales
del pensamiento.
Sabemos que la capacidad
de distinguir el bien y del mal, está ligada a la de reflexionar, esto es, al
pensar. Así, el hombre que vive inmerso en la vida cotidiana (el trabajo, el
consumo, el sexo, el alcohol, la droga, las imágenes, las redes sociales, las
Plataformas Digitales, el ocio vacío, etc.), no tiene tiempo para detenerse y
pensar. Además, la banalidad del mal no sólo se manifiesta en las instituciones
y sus agentes de violencia, en los campos de concentración, en la guerra, sino
también en la vida cotidiana que establece el Gran Poder. Que no posibilita divisar la historia y la frontera del
mundo, para distinguir en términos morales el bien y el mal, lo aquende y
allende de la historia.
Arendt se refiera a
Eichmann de la siguiente manera: todo lo que <<hace>> o <<dice>>,
está supeditado a <<estereotipos, frases hechas, a códigos de conducta y
de expresión estandarizadas que cumplen la función socialmente reconocida de
protegerlo frente a la realidad, es decir, frente a los requerimientos del
pensamiento que ejercen los hechos, en virtud de su existencia.
Existe un abismo entre los
hombres de concepciones brillantes y fáciles y, los hombres de actos brutales y
bestiales, que ninguna explicación intelectual puede resolver. (Arendt). Este tipo de hombres extirpa como un tumor
maligno las esferas de la sentimentalidad. El problema radica, no tanto en
dormir su consciencia, como en eliminar la piedad meramente instintiva que todo
hombre normal experimenta ante el espectáculo del sufrimiento físico.
El truco utilizado por Himmler
consistía en invertir la dirección de estos instintos, o sea, en dirigirlos
hacia el propio sujeto activo. Por esto, los asesinos, en vez de decir: ¡Que
horrible es lo que hago a los demás!, decían: ¡Que horribles espectáculos tengo
que contemplar en cumplimiento de mi deber, cuan dura es mi misión! (Sissi Cano
Cabildo).
Resulta comprensible que
se haga del gusano el símbolo del dolor y que se compare con un gusano al
hombre que sufre indefenso. Está en primer lugar la posición, completamente a
ras de suelo, una posición en la que se encarna lo inferior y en la que no se
disfruta, como en caso de las serpientes, ni de una marcha rápida ni de escamas
ni de armas. Está en segundo lugar la piel desnuda, carente de pelo, falta de
toda protección, y está además la ceguera, y está sobre todo la contorsión, que
hace que el cuerpo entero se convierta en espejo de la sensación que se
experimenta. (Jünger).
En los campos de
concentración existía una amalgama de hombres brutales, horrendos y salvajes, y
aquellos banales e insignificantes en el trabajo y la vida cotidiana. Que,
siguiendo las prescripciones y los códigos de conducta establecidos por el Gran Poder, fueron capaces de cometer
los crimines más horrendos de la humanidad. Ese abismo se ahonda, cuando el
pensar, la imaginación, la sentimentalidad y la experiencia, no son capaces de
contener eso que, George Steiner llamó: lo que luego aconteció: la Soha.
Ahora bien, ¿por qué el
vacío conceptual, ideológico y de comportamientos antihumanos, lo llenaron los
campos de concentración, la tortura, la mentira organizada y sistematizada, la
demagogia, la supresión del pensamiento y del lenguaje? ¿por qué no suficiente
con los horrores del presente? Porque resultó difícil guardar el modo propio de
ser. Porque la riqueza que forma parte de éste no es sólo incomparablemente más
valiosa; es el manantial que brota de las profundidades de cualquier riqueza
visible. Olvidamos que los hombres somos hermanos, pero no iguales. Que existen
dentro de las masas personas que por naturaleza son ricas de espíritu,
bondadosas, felices o poderosas; que conducen a poderes nuevos y riquezas
nuevas, a repartos nuevos. (Jünger).
Que el modo propio de ser
del hombre no es, en efecto, únicamente creador, benefactor, sino también
destructor, es su daimonion. Que
existen tipos humanos que mantienen
una relación especial con el sufrimiento, el dolor y la muerte. Sino tener
presente que el hombre no representa una excepción, no es una minoría selecta.
Antes, al contrario, se halla oculto en el interior de todos y cada uno de
nosotros. También es posible dar al ritmo superior de la historia la
interpretación siguiente: el ser humano se redescubre a sí mismo
periódicamente. Desde los tiempos más remotos viene repitiéndose una y otra vez
el mismo espectáculo: el hombre se quita la máscara y a ese acto sigue la
jovialidad, la cual es el reflejo luminoso de la libertad. (Jünger).
De lo que se trata en la
actualidad es, que, de lo único que el hombre sale garante hoy es de sí mismo.
Y es ahora cuando se convierte en el antagonista del Gran Poder, más aún, en su domeñador, en su vencedor. Se ha llegado
a una concepción nueva del Gran Poder,
se ha llegado a unas concentraciones de poder inmediatas, vigorosas. Para poder
plantearles cara se necesita una concepción nueva de la libertad, una
concepción que nada tiene que ver con los desvaídos conceptos que hoy van
asociados a esa palabra. (Jünger).
Tener consciencia que la
libertad del ser humano se enfrenta a unos tipos
de violencia que se han modificado en la actualidad. Dar el primer paso
para salir del mundo dominado por la estadística, la vigilancia, la
cosificación y el Gran Poder; y un
segundo paso que la libertad nos ayude a salir de las abstracciones, las
funciones y las divisiones del trabajo. También desgarrar las ataduras de todo
autoritarismo o totalitarismo que niega la libertad y los derechos individuales
de las personas.
En última instancia, ¿cuál
es el objetivo del Estado totalitario? Diluir en las instituciones y el Gran Poder la base que se halla por
debajo de lo individual, la base de la cual irradian las individuaciones. Y
así, desgarrar todo lazo comunitario y solidario que posibilite otra
<<forma>> y <<sentido>> de convivencia entre las
personas. Romper las redes sociales de pertenencia, que el yo se reconozca en
el otro. Porque el otro puede ser el hermano, el amigo, la amada, el amado, la
persona sola que sufre, el desamparado, el indigente material o espiritual. Al
dispensarles ayuda, el yo, el tú, el nosotros, se favorecen en lo imperecedero.
En ello se corrobora el orden fundamental del mundo y de la existencia humana.
Sabemos que el ser humano
hace parte de una Gran Mecánica que
se desvela como una realidad amenazante; por así decir, está presta para
aniquilarlo. Ser conscientes que todo racionalismo de Estado, institucional,
económico, político, social, técnico, científico o cultural, lleva al mecanismo
que conduce a la crueldad, al dolor, al sufrimiento y la tortura que es, su
consecuencia lógica. Pero, la persona individual concreta se las ingenia para
romper el cerco y alcanzar lo justo, lo bello y lo bueno para el hombre. El
milagro siempre está presente, porque en medio de la cosificación, la cifra
vacía y la tecnificación, aparece el ser humano y dispensa ayuda. Esas cosas no
pueden perderse, de ellas vive el mundo.
¡Son las ofrendas de los dioses a los hombres!
¡Se
trata de dejar el mundo mejor que como lo encontramos!
Madrid – España
14/02/2022