viernes, 28 de noviembre de 2025

 

 

                  

       La Crisis de la Cultura en la Sociedad de Masas del Capitalismo de Consumo

                                                             Madrid-España a 28/11/2025

                                          Quizá el poeta te haya vuelto tan locuaz y descarado

                                            como a mí”.

                                                                                           Hannah Arentd

 

Antonio Mercado Flórez. Filósofo y Pensador.

El predominio de la cuestión social durante los siglos XIX y XX, estuvo marcada por las críticas, las protestas y la insurrección revolucionaria contra los cinturones de miseria y explotación de la sociedad. Este proceso tubo tres esferas fundamentales: La corrupción, la hipocresía y la ideología. Que determinaron la insurrección social. Así que, en la actualidad la sociedad abarca todos los estratos de la sociedad, y, en consecuencia, se transforma en sociedad de masas. En este orden, el “filisteísmo” todo lo juzga sobre la utilidad inmediata y los valores materiales. 

“El filisteo, en su vocablo originario, es un hombre adherido a la banausía, a la vulgaridad; y ahora es una mentalidad exclusivamente utilitaria, porta una incapacidad de pensar y juzgar las cosas como no sea por su función y utilidad”.

De cuya dinámica hacen parte las cosas inútiles como la cultura y las obras de arte. El arte, la literatura, la música, la poesía, se convierten en el mundo del filisteo en símbolos de estatus y prestigio social. La utilización de la cultura como un bien de consumo, del mercado de la circulación y la demanda, como mercancía expresa la degradación de ésta. Porque el Capitalismo de Seducción todo lo convierte en mercancía y consumo. Así que, lo material y humano (las obras del espíritu y la mente), las transforma en “valor”. Esto es, en un bien social que puede ponerse en circulación y convertirse en dinero a cambio de todo tipo de valores, sociales o individuales.  

Bueno bien, “la condición objetiva del mundo cultural que, en la medida que contiene cosas tangibles –libros, cuadros, estatuas, edificios y música, etc.- es continente y da testimonio de todo un pasado conocido de países y naciones y de la humanidad misma”. Por tanto, el único criterio no social y auténtico para juzgar esos objetos específicos de la cultura es su relativa permanencia y su final inmortalidad. Entonces, todo lo que perdura en el tiempo obtiene el nombre de objeto cultural.

El problema aparece cuando el filisteo cultural y educado, cambia las obras de arte perdurables e inmortales en objetos de “valor” que posibilitan posición social y reconocimiento. Pero la cultura se vuelve sospechosa cuando sus obras connotan la “búsqueda de la perfección” o, el “arte por el arte”. Los artistas, los pensadores, los músicos, los arquitectos, los poetas, se dan cuenta que cuando el arte se transforma en “valor” de cambio, o, en instrumento de ascenso social, se degrada y entra crisis.

En estas esferas se observa la desconexión entre realidad y obra de arte; y, de otra parte, pierden la facultad peculiar de todos los objetos culturales: “La facultad de captar nuestra atención y conmovernos”- dijo Hannah Arendt.

En la década del treinta en Alemania y la del cuarenta en Francia, la “devaluación de los valores” toca a los “valores culturales”, que se liquidan a bajos precios.

En el siglo XX vimos como el hilo de la tradición se cortaba y el pasado lo descubría cada cual, y debía desandar lo andado como sí lo hiciera el primer Hombre. A pesar de los dilemas y las perturbaciones de la sociedad y la sociedad de masas, los objetos culturales se erigen como objetos donde el artista expresa su mundo interior y percibe el exterior y sus fundamentos. Es de anotar que Arendt capta la diferencia entre sociedad y sociedad de masas desde el umbral de la cultura: “Quizá la sociedad quería la cultura, valorizaba y desvalorizaba los objetos culturales como bienes sociales, usaba y abusaba de ellos para sus propios fines egoístas, pero no los “consumía”.

Por el contrario, “la sociedad de masas no quiere cultura sino entretenimiento, y la sociedad consume los objetos ofrecidos por la industria del entretenimiento como consume otro bien de consumo. Los productos necesarios para el entretenimiento son útiles para el proceso vital de la sociedad, aun cuando para la vida puedan no ser tan imprescindibles como el pan y la carne”. El tiempo del entretenimiento no es tiempo de ocio productivo, que reconforta la mente y el espíritu, sino tiempo vacío y fugaz, que responde a las necesidades del “valor”, del dinero, y no a las verdaderas necesidades humanas –espirituales, materiales, morales o éticas.

De ahí que la crisis de la condición humana se concatena con la crisis de la cultura.

En la sociedad de masas el entretenimiento es tan indispensable como el sueño y el trabajo en el proceso de la vida biológica. Un metabolismo que devora tanto la vida individual o social de la que es parte el hombre masa. Los productos de la industria del entretenimiento no son objetos culturales, sino bienes de consumo que tienen que ser agotados, como cualquier otro objeto de consumo. Desde el Imperio Romano los gobernantes saben que para mantener tranquila a la población y ocultar hechos controvertidos, que cuestionen el ejercicio del poder utilizan la locución latina “Panis et Circense”: pan y circo.  

“Ambos se desvanecen en el curso del proceso vital, es decir, hay que producirlos y ofrecerlos una y otra vez para que el proceso no se cierre para siempre”.

En la Época Moderna las normas que se aplican para juzgar la cultura del entretenimiento de masas, “han de ser la frescura y la novedad, y la medida en que hoy usamos esas normas para juzgar los objetos culturales y artísticos, cosas que deben permanecer en el mundo incluso después de que lo hayamos dejado”. Pone de manifiesto que el deterioro de la cultura en beneficio del entretenimiento, es expresión de la crisis de la cultura en la actualidad. En la Cultura del artificio, en efecto, los valores culturales de la tradición occidental, se degradan en beneficio de la Civilización del espectáculo.

En este orden, la amenaza para la cultura no se origina en “la sociedad de masas, al no querer cultura sino entretenimiento, es menos amenazante para la cultura que el filisteísmo de la buena sociedad”. A pesar del malestar de algunos artistas e intelectuales, son las artes y las ciencias, diferenciadas de todos los asuntos políticos, las que siguen floreciendo”. Como expresó Abraham Flexner: “No existe contradicción entre los saberes inútiles (las obras de arte, las novelas, una partitura musical o una sinfonía) y el conocimiento científico, ya que ejercen un papel fundamental en el cultivo del espíritu y la cultura de la humanidad. En este contexto, considero útil todo aquello que nos ayuda a hacernos mejores”.

“La verdad es que todos tenemos necesidad de entretenimiento y diversión de una u otra clase, porque todos estamos sometidos al gran ciclo de la vida y, es pura hipocresía y esnobismo social negar que nos pueden divertir y entretener exactamente las mismas cosas que divierten y entretienen a las masas de nuestros congéneres”. El ser humano hace parte del decurso vital y como miembro de la sociedad de masas, de la cultura de masas y la civilización del espectáculo, se vale de las cosas que divierten y entretienen.

La cultura está menos amenazada por el entretenimiento como manifestación de la utilización del tiempo vacío, que la labor que lleva a cabo la industria de la cultura; o, en otros términos, la conversión de la cultura en “valor”. Porque ponen en circulación unos objetos culturales vacíos y sin sentido de lo que es la obra original. En este ámbito todo se convierte “en dinero a cambio de todo tipo de valores, sociales e individuales”.

Por tanto, la crisis de la cultura expresa la primacía de la Civilización de lo efímero, sobre el sentido y el momento oportuno. Entonces, por así decir, la productividad de la cultura debe luchar constantemente ante las tentaciones de la cultura de masas y el espejismo de un refinamiento cultural, que no responde a la esencia de la obra de arte, a las necesidades y esperanzas humanas.

La industria del entretenimiento de la sociedad de masas, ofrece bienes que desaparecen con el consumo y, ve la necesidad de ofrecer nuevos artículos constantemente. Walter Benjamín pensó que un espacio como éste “descompone velozmente los mundos perceptivos y, lo que tienen de mítico aparece rápida y radicalmente, rápidamente se hace necesario erigir un mundo perceptivo por completo distinto y contrapuesto al anterior. Así se ve, bajo el punto de vista de la prehistoria actual, el ritmo acelerado de la técnica”.

Por eso es necesario despertar de la industria del entretenimiento y de las iluminaciones técnicas. Porque no sólo rompen con la tradición de la familia, de la iglesia, sino también con el hilo de la tradición de la cultura. Entonces, se banaliza la cultura en nombre del “valor”, del dinero y el poder. Así, pues, los “que trafican con la cultura exploran todo el pasado y el presente de ésta con la esperanza de encontrar material adecuado”. Aquí entran en juego los medios de comunicación de masas y las plataformas digitales, que comunican un tipo de cultura que no sólo entretiene, sino que reproduce relaciones de dominio, de control, de seducción, de simulación, de poder y saber.

Además, el gran ciclo de la vida, el curso de su proceso vital necesita en la sociedad de masas de bienes de consumo cultural y material, que se ofrecen y producen una y otra vez para que el proceso permanezca abierto. Son objetos de cultura que han de ser producidos y consumidos constantemente en la sociedad de masas. Estos objetos que ofrecen a la sociedad de masas y a la cultura de masas entretenimiento, posibilitan la estabilidad del Sistema y la reproducción del Gran Poder. Se teje entonces un velo de maya que no permite percibir el sentido del mundo y de la existencia. En este ámbito podemos percibir, una vez más, la crisis de la cultura en el Mundo Moderna.

Ahora bien, “cuando la sociedad de masas se apodera de la cultura y la industria cultural se vale de ella, se destruye la cultura para brindar entretenimiento y convierten la cultura popular en objeto de venta y consumo”. Este es un tipo de intelectual, de persona formada culturalmente, que se vale de la cultura para organizar, difundir y cambiar los objetos culturales y, en esa medida, le da prioridad al entretenimiento y al espectáculo. Ellos no sólo falsean las fuentes de la cultura y las obras de arte, sino que ofrecen sus productos en el mercado de la circulación y la demanda, como hace el mercachifle con un producto de primera necesidad.

Por eso olvidan que “la cultura se relaciona con objetos y es un fenómeno del mundo; y el entretenimiento se relaciona con personas y es un fenómeno de la vida. Es en la medida que puede perdurar; y su durabilidad es la antítesis misma de la funcionalidad, la cualidad que lo hace desaparecer del mundo fenoménico una vez usado y desgastado”.

En este orden, la vida y la temporalidad se unen dialécticamente en el proceso vital de la existencia hasta la muerte; por eso, en última instancia, la vida humana contra quien lucha es, contra el tiempo. Una lucha que permanece en la historia, la memoria de los pueblos y las personas, en las obras de arte. La durabilidad de los objetos de cultura aún después de muerto quien los produce, constata que sólo no son un fenómeno del mundo, sino también trascendente a la vida del ser humano.

Por tanto, lo preocupante en la actualidad es que, las funciones de los objetos de cultura se vacíen de sus cualidades y respondan sólo a las necesidades de la vida biológica y, las apetencias del espíritu, del alma, de la mente y el lenguaje, queden anuladas por la primacía del mercado de la circulación y la demanda. Esta configuración de la crisis de la cultura se expresa en la social, política, económica, del ser humano.

En consecuencia, la crisis del mundo y su realidad, tenemos que percibirla en su cultura. Además, ésta no es ajena a la miseria material y espiritual del ser humano. Porque el hombre le da forma y la expresa en las obras de arte, la partitura musical, el poema, la novela o las narraciones de la cultura popular.