Antonio
Mercado Flórez.
Con la pandemia del coronavirus
estamos en los umbrales de un nuevo mundo, un hombre y pueblos diferentes.
Youval Noah Harari, publicó un ensayo en el Financial
Times: <<El mundo después del coronavirus>>, de 20 de marzo de
2020. Donde expresa que la humanidad se enfrenta a una crisis global. Quizás la
mayor crisis de nuestra generación. Las decisiones que las personas y los
gobiernos tomen en las próximas semanas darán forma al mundo del futuro. Una
crisis que cambiará la percepción de la salud, la economía, la política y la
cultura. La naturaleza de las emergencias sanitarias, económicas o políticas,
determinaran los procesos históricos.
Las tecnologías posibilitan
enfrentar las catástrofes o las pandemias; pero también transforman las
comunicaciones entre los seres humanos y dan prioridad a las artificiales. Se
pregunta, ¿Qué sucede cuando se trabaja desde casa y se comunican solo a
distancia? ¿Qué sucede cuando universidades y escuelas enteras se conectan? En
momentos normales las autoridades educativas, los gobiernos y las empresas no
lo permiten. Pero el mundo se encuentra en una situación excepcional.
En primer lugar, los pueblos se
enfrentan a la vigilancia totalitaria y la independencia del ciudadano. Los
gobiernos monitorean y castigan a quienes infringen las
prohibiciones. En esta época de alto desarrollo técnico, las personas son
vigiladas, controladas permanentemente. Así, los instrumentos técnicos son conductos
y medios del ejercicio del poder. Así que, los que ejercen el poder pueden
valerse de sensores y algoritmos, que penetran hasta el tejido profundo del ser.
En el mismo orden, Byung-Chul
Han, filósofo surcoreano radicado en Berlín, publicó en El País de Madrid–España, un ensayo que titula: <<La emergencia viral y el mundo del mañana>>,
de 22 de marzo de 2020. Donde expone que Estados asiáticos como China, Japón,
Corea, Hong Kong, Taiwan o Singapur, que tienen una mentalidad autoritaria por
tradición cultural; las personas son menos renuentes, más obedientes, que en
Europa. Creen que los big data, la vigilancia digital, son medios que pueden
salvar vidas. Estos Estados no sólo combaten las pandemias con médicos, enfermeras, el personal sanitario, los virólogos y los epidemiólogos, sino
también utilizando los macrodatos. En estos países los big data, son fundamentales
en situaciones excepcionales, como las pandemias y las catástrofes elementales.
La consciencia crítica respecto a
la vigilancia digital, es inexistente. En China, por ejemplo, dice Byung-Chul
Han, la vida cotidiana está sometida a observación permanente. Que abarca la vida privada y pública de los ciudadanos. No existe la libertad
de pensar, de escribir, de hablar, de comunicarse en las redes sociales; el régimen lo controla todo. El Estado total tecnológico, intercambia información
con las compañías que manejan los datos: Internet, telefonía móvil, redes
sociales. En China la esfera privada de las personas y la protección de datos,
no existe. La vigilancia social, política, económica o cultural, la manejan las
autoridades.
Así que, China posee 200 millones de cámaras de
vigilancia, lo que hace imposible escapar de ellas. Un Estado tecnológico como
el chino, el funcionamiento de la estructura y la vigilancia digital, es
fundamental para combatir el coronavirus. Se monitorea a los enfermos, como se
hace con el disidente político. El ser humano es un apéndice del Estado.
El Estado sabe dónde estoy, que
pienso, con quién me relaciono, cuáles son mis gustos y mis fobias; concatena
la biopolítica a la psicopolítica digital. Las libertades fundamentales de las
personas, sus derechos y deberes, no existen en China. El Estado total
digitalizado, es soberano. Porque dispone de los big datas, las herramientas
políticas, jurídicas y militares, para controlar y coaccionar a los ciudadanos.
También no sólo controla el pensamiento y el lenguaje de las personas;
asimismo, la infraestructura de productos médicos y farmacéuticos. Que son
indispensable para la salud pública. En China se hipoteca la libertad al
Estado, en nombre de la salud. Por tanto, la vida privada y pública de los
ciudadanos, se entrelazan en nombre del Gran
Poder.
El problema surge cuando los
gobiernos de sociedades abiertas se valen de las pandemias o catástrofes, para
utilizar la tecnología en el recorte de las libertades y derechos del
ciudadano. Sabemos que los gobiernos y las corporaciones, utilizan la
tecnología para vigilar y coaccionar al ser humano. ¿Estamos a las puertas de
un Estado total como Huxley lo imaginó? Un Estado tecnológico absoluto. Del que
nos habló Heidegger. Huxley camina unos pasos por delante del desarrollo y
nosotros seguimos esos pasos. La técnica ha evolucionado hasta el punto de
transformarse en lenguaje mundial. Dice Ernst Jünger. La vigilancia no sólo
controla los órganos del cuerpo, sino también la mente y el espíritu del ser
humano.
Los algoritmos podrán prevenir
las pandemias o las catástrofes, pero también posibilitarán datos para el
control social. El problema surge cuando una selecta minoría y el Gran Poder, los utiliza para concentrar
en pocas manos el poder político y económico. Así, lo que hace unos años era
ciencia ficción, es, la realidad del presente-ahora.
Estamos a las puertas de una nueva estructura, un poder nuevo, una nueva
estética y relatos diferentes. Donde el ritmo de la vida cotidiana lo marca el
Estado, las corporaciones y la tecnología de la vigilancia digital.
El sistema puede controlar la
pandemia del coronavirus, pero a la vez, implementa la vigilancia intensiva, que
llega a los átomos del cerebro. He ahí la dualidad, de una parte, entregamos
por el miedo la estructura y el funcionamiento del cuerpo humano; y de otra, la
imaginación, la intuición, el pensamiento y el lenguaje. El Sistema y el
Estado, por los datos biométricos que manejan, pueden elaborar un perfil de nuestra
identidad, y conocernos mejor que nosotros mismos. No solo predicen los gustos
o las fobias, la risa y el enojo, sino que pueden manipular los sentimientos y
los pensamientos del ser humano. El hombre en los juegos que establecen las
corporaciones y el Gran Poder, es, un
artículo que se ofrece en el mercado de la circulación y la demanda. Así pues,
las corporaciones venden los datos, como un tendero vende leche.
El problema de las sociedades
abiertas es que, las medidas biométricas en un estado de excepción, no desaparecen
por completo, están ahí para ser utilizados cuando las circunstancias lo
ameriten. Bien en términos médicos o políticos. En este orden, los sistemas de
datos biométricos están al servicio de vigilancias masivas de los ciudadanos.
Y, es grave en un Estado democrático Social de Derecho. Preguntamos, ¿Dónde
queda la esfera de la privacidad y de la libertad del ciudadano? ¿Cómo el
hombre independiente y libre puede salir del mundo vigilado y dominado por la
técnica y la estadística? ¿Estamos preparados lo suficiente para asumir
semejante riesgo?
Sabemos que el mundo ha cambiado
y sigue cambiando; y con ello ha cambiado la vida espiritual y mental, del ser
humano. Pero, con ello ha cambiado también la libertad; no en su esencia, sino
en sus formas. Por eso, en momentos como estos el hombre encuentra salidas, si
se le presta ayuda con las potencias: del arte, la teología y la filosofía. Los
saberes humanísticos y estéticos, se convierten en algo indispensable. En la
historia de la humanidad los seres humanos han encontrado las respuestas cuando
se miran así mismos; y allende de la civilización y la seguridad que les
presta, la saluda y las esperanzas dependen que las raíces del Árbol de la Vida, continúen nutriéndose
del reino telúrico: de la jovialidad, la solidaridad, el amor, el dialogo, la comprensión, la
cooperación y la libertad. También de los saberes de las ciencias, de la
experiencia y de los instrumentos técnicos al servicio del hombre.
Para alcanzar una visión
diferente de los políticos, la ciencia y los medios de comunicación, se
necesita confianza y cooperación. El poder político puede verse tentado
por el populismo, el nacionalismo o el autoritarismo. Hay que tener presente que los
instrumentos técnicos de vigilancia pueden ser utilizados por el Estado y las
corporaciones, y también las personas pueden vigilar los gobiernos. En
épocas de catástrofes o epidemias, permiten averiguar en qué medida siguen
conservando los hombres y los pueblos, un fundamento originario. Que les
posibilita trascender el egoísmo y el odio, hacía el otro ser humano. Porque el
coronavirus no porta banderas, no tiene fronteras, ni religión, ni razas; le es
indiferente la pobreza o la riqueza, porque ataca a todos por igual. Por eso,
los ciudadanos han de tomar las decisiones correctas, no se puede
renunciar a las libertades y derechos fundamentales, entregando a los gobiernos el
monitoreo de las personas, por el miedo al contagio y la salvaguarda de la
salud.
Las enfermedades infecciosas
(viruela, sarampión, tuberculosis), desde hace aproximadamente de 15.000 a
10.000 años se transferían a los humanos por los animales domésticos, y alcanzó
la transferencia hasta después de la revolución industrial. (Harari). Pero,
ahora, los gobiernos y las corporaciones trasmiten gérmenes de laboratorios.
Para controlar, coaccionar y asesinar, a pueblos enteros, por las riquezas
naturales, el comercio internacional, el poder político y religioso. Esto es,
sumamente grabe, para toda la humanidad. Una pequeña selecta minoría y el Gran Poder, hacen del ser humano que
pase de un animal viviente a uno de matadero.
Estos saben que es lo que vine
exigido por nuestro tiempo, pero saben también algunas cosas más. (Jünger).
Saben, por ejemplo, que el miedo es uno de los síntomas de nuestro tiempo.
Saben que el automatismo y el miedo van estrechamente unidos. Que el ser humano
coarta sus decisiones en beneficio de las facilidades técnicas y la
salud. (Jünger). Las confortables comodidades que ofrece la ciencia y la
técnica se trasladan a otros ámbitos, a las esferas de la vigilancia y hace
visible la falta de libertad. Y, esto se pone de manifiesto en el triunfo de
las fuerzas de las enfermedades infecciosas y el poder de una selecta minoría.
Aquí es importante traer a
colación que, han existido otros tiempos de miedo (a las enfermedades
infecciosas), tiempos de pánico apocalíptico, que no han estado acompañados por
el automatismo y la vigilancia. Nos preguntamos ¿Qué se esconde detrás de las
congojas de nuestro tiempo y sí los hombres y mujeres pueden escapar a la
aniquilación? De ellos se ha apoderado un pánico que no se veía desde la Edad
Media; ni el pánico que generó la Primera y la Segunda Guerra Mundial.
Observamos como el miedo y el pánico es difundido a través de redes electrónicas que
alimentan la angustia de nuestro tiempo. Y, los seres humanos se precipitan en
sus miedos y angustias ancestrales como si fueran unos posesos; los medios de
comunicación que emiten noticias, hacen que la imaginación gire y gire y se
paralice. En todos los lugares del mundo se vive este miedo, y precipitan a los
hombres y mujeres, a depositar su confianza en brujos, políticos irresponsables, sacerdotes, pastores evangélicos, salvadores o taumaturgos. Entonces olvidamos que la verdadera fortaleza del ser
humano reside en el interior de todos y cada uno de nosotros y, por supuesto,
allende de las estrellas donde moran los dioses.
La epidemia del coronavirus es,
por tanto, una prueba importante de ciudadanía y solidaridad. En tiempos
venideros, el ser humano ha de optar por la confianza en los datos científicos,
la experiencia de los expertos en atención médica, el personal sanitario y no
en teorías de conspiración, políticos irresponsables y egoístas. (Harari). Se
necesita un plan global que responda a las necesidades materiales, científicas,
económicas y de infraestructura, a las necesidades de la pandemia del
coronavirus. Que hasta el momento los líderes del mundo (G7, FMI, BM, UE, etc.), no
lo han puesto en práctica. Pesan más los nacionalismos egoístas y la economía
de las minorías selectas y las corporaciones, que la salud de los seres
humanos. Vivimos en una época de <hechos significativos> y <actores
insignificantes>.
Ahora, más que nunca, es
fundamental para salvar millones de vidas, de la solidaridad mundial. No
podemos desconocer que la crisis económica está concatenada a la pandemia
global. Se necesita que los expertos y científicos, compartan información. Que
no se cierre a ellos el espacio de los vuelos internacionales, para recabar la
información y la experiencia, que pueda salvar vidas en los pueblos y países de
donde provengan. Son las ventajas de las comunicaciones, la experiencia y la
cognición que el ser humano posee sobre la vida biológica. Los animales no
intercambian información con el lenguaje hablado, el escrito y las técnicas de
las comunicaciones rápidas y simultaneas. Que ofrecen los relatos y la
cooperación que intercambiamos. Ser conscientes que, después de vivir esta
epidemia, el mundo no volverá a ser el mismo. Que la epidemia es semejante a un
fuego que se dispone a devorar el mundo entero.
Observamos que en las relaciones
internacionales existe un vacío de poder, lo que no sucedió con la crisis
financiera de 2008 y la del ébola de 2014. Donde EE. UU. asumió el papel de
líder mundial. Prevalecen en la actualidad, los intereses nacionales,
estratégicos, comerciales, y la seguridad del Gran Poder, que el futuro de la humanidad. La Unión Europea ha de
actuar con un espíritu de cooperación y de confianza, con todos los estados de
la unión. Priorizando la ayuda económica, científica, técnica y de personal
sanitario, a todos sus miembros.
Dijo el Presidente
del Gobierno de España, Pedro
Sánchez, implementando una especie de Plan
Marshall, para enfrentar y reconstruir el futuro de 300 millones de
habitantes. De ello depende la supervivencia de la Unión Europea y no reducirla
a la defensa de los intereses económicos, políticos y militares, de la selecta
minoría, las corporaciones y el Gran
Poder. Que el sistema productivo, de distribución y consumo vital de los
Estados, ha de estar al servicio de la sociedad en general. Esto es:
<internalizar> la industria y empresas, el capital financiero, para que
el Gobierno y las autoridades sanitarias, los grupos de presión, las fuerzas militares, posibiliten luchar juntos contra la pandemia. De lo contrario,
estaremos perdidos.
De la cooperación y la
solidaridad internacional entre países ricos y pobres, depende que se gane la
guerra contra la pandemia. Esta crisis hará de la persona individual y los
pueblos, una especie de catarsis para humanizar no sólo las relaciones entre
los Estados, sino que, salvando a la humanidad, salvamos el planeta. Darnos cuenta
que las crisis son una especia de pedagogía. Una oportunidad de vernos a
nosotros mismos como seres humanos, el entorno en que habitamos y las
relaciones que tenemos con el Otro; aún con los que están lejos.
Porque más
allá o acá de la lengua, las costumbres, los mitos, las religiones, las
naciones, las banderas, las ideologías, el color de piel, la cultura, la
Historia y el Estado y sus instituciones, somos seres humanos. Sólo hay dos
caminos, el de la solidaridad y la cooperación internacional, para combatir el
coronavirus entre las personas, los pueblos y las naciones juntos; o, el camino
de la desunión y la catástrofe de la humanidad. De ahí que todos los pueblos
del mundo, tengan una nueva oportunidad sobre la Tierra; o, en otros términos,
dejar el mundo mejor que como lo encontramos.
Antonio
Mercado Flórez, es filósofo y ensayista profesor universitario. Autor
entre otros, de <<Sobre el dolor,
el miedo y la muerte>>, Editorial Mundopalabras; y del blog <<El Umbral de las Ideas>>.