Antonio Mercado Flórez. Filosofo y Pensador.
En esta alta civilización abstracta donde vivimos, los instrumentos técnicos metamorfosean los contenidos del lenguaje natural. Posibilitan un decir nuevo, un “logos” que cumple un papel decisivo en las relaciones humanas. La concatenación que se establece entre las masas de la Gran ciudad y, los instrumentos técnicos transforman el mundo perceptivo, los contenidos de la existencia, del mundo y la realidad. Esa incidencia en la vida de las personas se constituye en irradiaciones tan sutiles e imponderables, que determinan el ámbito de la existencia humana. Es ahí, más no en las doctrinas ideológicas o los grandes dogmas, donde hay que buscar el auténtico factor moral de nuestro tiempo. Esta trastocación espacio-temporal, de la cualidad del ser y el existir, transforma la relación entre Palabra y Mundo.
El
mundo se presenta oscuro y distante desde la prolongación que hacen los seres
humanos de sus vidas en los instrumentos técnicos, o tal vez los paraliza para
efectuar otras tareas, que tienen que ver con otros ámbitos de la existencia.
Por ejemplo, tareas contemplativas o de simpatía psicológica con otros hombres.
En ese sentido los instrumentos técnicos perfilan lenguajes que nada tienen que
ver con el mundo de nuestros mayores. También los instrumentos técnicos cumplen
tareas de dominio y control en el hombre actual.
No
podemos desconocer que el espíritu lingüístico del hombre se concatena con el Zeitgeist, el Espíritu del Tiempo. En
nuestra época se representa así mismo en las diversas figuras del mundo
técnico. Se constituyen en la expresión material de los contenidos y las formas
del Espíritu de la Época. En cualquier caso, los medios y los modos que
posibilita el lenguaje, están inferidos por los instrumentos técnicos. Esto
representa para la Cultura de Occidente un punto de inflexión, de trastocación
de los valores heredados. Así que, estamos a las puertas de una nueva ética,
una nueva estética, unas referencias imaginativas y umbrales que darán cuenta
de nuestro legado histórico. Por eso el mundo y la realidad que se configura en
el horizonte inmediato, nada tiene que ver con el pasado de nuestra memoria
verbal. Esto resulta desconcertante para el diminuto y frágil ser humano. “Cabe
ir observando cómo la creciente transmutación de la vida en energía y la
progresiva volatilización del contenido de todos los vínculos”1 en
beneficio de la técnica, ponen en entredicho la herencia de la cultura
occidental moderna.
Esta
disolución de los vínculos naturales y de las relaciones de sentido, inciden
directamente en los contenidos de la experiencia y la memoria etno-lingüística
del hombre contemporáneo. Una trastocación que no sólo es un fenómeno
occidental, sino también del mundo en general. Toca de una u otra forma al
crisol de culturas y civilizaciones actuales. Somos parte, entonces, de una época,
donde no sólo se diluye el sentido de pertenencia, sino también los elementos
materiales y espirituales que heredamos de la cultura judeocristiana y
grecolatina. Ahora, cabe observar que la creciente transformación de la vida en
energía o en relaciones artificiales, repercute en la mutación del lenguaje natural en lenguaje artificial. En pocos espacios de tiempo pudimos observar
el tránsito de la sintaxis natural, a unas formas léxico-gramaticales nuevas.
Por consiguiente, la energía potencial del ser humano que una vez estuvo ligada
a la naturaleza del hombre, hoy día responde a los requerimientos de la Cultura
de lo efímero.
Por
tanto, el vaciamiento y la manipulación de la energía potencial, es uno de los
principios fundamentales de la Cultura de lo efímero y de los “centros de mando” dispersos
en las redes globales. Los mass-media,
por ejemplo, se valen del mercado, la publicidad y el consumo, como improntas
del confort técnico y la nueva
naturaleza del poder, para dominar a los seres humanos. De ahí esas
irradiaciones tan sutiles e imperceptibles que llegan hasta el tuétano más
íntimo, el nervio vital más fino. Hacen del hombre de hoy, en consecuencia, un
ser atravesado, circundado y trascendido, por fuerzas que golpean con la
virulencia de la ola al romper. Se trata de develar que el desarrollo de los
procesos, la técnica y la nueva voluntad de poder, configuran el mundo actual.
“Un acto mediante el cual una única maniobra ejecutada en el cuadro de distribución de la energía
conecta la red de la corriente de la vida moderna –una red dotada de amplias
ramificaciones y de múltiples venas–“a una gran corriente de la energía bélica.2
Este
devenir de la gran corriente de la energía bélica arrastra tras de sí, la
revolución en las comunicaciones. En el caso que nos concierne, la red de la
corriente de la vida moderna y los instrumentos técnicos de comunicación
simultánea, las redes sociales y la Inteligencia Artificial, se concatenan a la
gran corriente de la energía bélica. No existe un intersticio del espacio
voluminoso de la cultura y la civilización de Occidente, que no tenga que ver
con la economía bélica. De ahí que, en la historia de la civilización
occidental moderna, los inventos técnicos se configuran como instrumentos para
la guerra. La economía bélica se convierte en Occidente, en el umbral del
desarrollo técnico y científico.
Ahora
bien, la primacía de los instrumentos técnicos, la esfera dineral y el
ejercicio del poder en la vida de las personas, configura un mapa nuevo para la
cultura y la civilización de Occidente. Las relaciones que se tejen y destejen,
la atmósfera que se respira son distantes y abyectas; pero en el fondo
responden al espíritu lingüístico. No el de los requerimientos de las
relaciones de sentido, sino de las relaciones artificiales. El mundo
que vivimos, en consecuencia, nos aboca de una u otra forma, al reduccionismo
técnico, a la cifra, o a la
imagen gráfica en movimiento. Se trata de mantener el Control del cuadro de mando y la
Distribución de la energía, suministrada en forma de imagen gráfica en
movimiento, redes sociales, Inteligencia Artificial, relaciones de los sujetos
internacionales, flujos de capitales y de finanzas internacionales, o la vida
convertida en objeto, etc. Pero no debemos olvidar que el ámbito donde
se planifica y se ejecuta la gran corriente de la energía bélica y la economía
de la existencia, no es otro que, el ámbito del lenguaje y las reflexiones del
pensamiento.
Así
que, una sola incidencia en el Cuadro de
distribución de la energía repercute en la red de la vida moderna y, por
ende, en los contenidos espirituales que comunica el lenguaje. Si el mundo
contemporáneo se configuró en el vestido de los lenguajes digitales y la imagen
gráfica en movimiento, entonces, la economía de la existencia y la consciencia
de la muerte, las necesidades y esperanzas humanas, responden sólo, a los
requerimientos de la Cultura de lo efímero. Ahí está su campo,
ahí su acción, a la uniformización de la sociedad le corresponde la
homogenización del lenguaje: jergas, clichés, modismos, etc.; en cuanto son la
forma superficial del espíritu lingüístico del hombre. Esto supone para la
cultura occidental un quebrantamiento de la cualidad del ser y el existir. Una
ruptura ontológica y epistemológica del espacio voluminoso de la cultura y la
civilización occidental reciente.
Ahora,
¿dónde se encuentra el presupuesto de toda tecnología? En las catacumbas, las
criptas, las profundidades de lo misterioso y lo profano, donde la indiferencia
es lo característico. Como en las antiguas mitologías resulta tan grotesca y
atractiva; las tecnologías reemplazan al mito en la modernidad. O, mejor dicho,
la técnica es el nuevo rostro que ha encarnado el mito en la contemporaneidad.
El mito del siglo XX y del XXI, se representará en el espejo de la tecnología.
Entre ellos existe un juego de ecos y trasformaciones profundas, que la
sensibilidad del hombre común es incapaz de percibir. Ellos movilizan ingentes
batallones en un frenesí de irradiaciones tal sutiles e imperceptibles, que
arrastran a miles de seres humanos al derramamiento de sangre, o a la muerte.
Por la maquinaria de la gran corriente de energía y los lenguajes bélicos, la
vida del ser humano se percibe como algo diminuto y frágil ante los despliegues
de las grandes construcciones arquitectónicas, las máquinas, los cohetes, los
aviones no tripulados, los satélites y el automatismo. Podemos observar, por
ejemplo, cómo el confort técnico se
concatena a la fatalidad en las grandes autopistas de la Gran ciudad, o en las carreteras comarcales y se presenta como
accidente de tráfico. Esto verifica cómo las ilusiones técnicas cuando pierden
el punto de seguridad que trasmiten, se convierten en algo trágico y mórbido
para el hombre.
Somos
parte de un mundo donde todo está dispuesto y presupuesto para que el campo
magnético de la energía bélica, el ejercicio del poder y el mundo dineral, den
cuenta de la vida humana. El problema de la existencia en el siglo XXI ha de
pasar necesariamente por el filtro del lenguaje. No como un problema derivado,
sino como el origen de los problemas del mundo. Se configure en la lengua de la
tecnología, de la arquitectura, de la economía, de la ciencia, de la política,
de la medicina, de la biotecnología, cibernética, etc.; el lenguaje se
convierte en problema filosófico, histórico y antropológico. Es decir, en
problema epistémico y ontológico. Por lo que toca a lo político, sí en los
Estados Modernos no se platea el problema de los conflictos internacionales
desde el lenguaje, desde las diversas formas del lenguaje, la comunicación y el
diálogo darán paso en el decurso del devenir histórico actual –a una gran
corriente de energía bélica donde el ser humano (por perder la vivacidad del
pensamiento y los contenidos espirituales del lenguaje)–, a una disminución de
humanidad.
Ahora
bien, comprender los instrumentos técnicos para la guerra en su cultura, o
desde el umbral del lenguaje, significa, contemplar las ametralladoras, las
máquinas, los ventiladores, los aviones, los cohetes, los aviones no pilotados
-drones-, las bombas, los satélites, las municiones, los diversos lenguajes
digitales, la imagen gráfica en movimiento, como herramientas de “los cíclopes
expertos en trabajar el hierro” y, a los que, “les falta el ojo interior”.
Enfrentarse con ellos en las profundidades o en las alturas, es enfrentarse al
“Zeitgeist”, el Espíritu del Tiempo,
y verlo como un ídolo. Significa observarlo “desprovisto de la móvil aureola de
los refinamientos técnicos”, y darse cuenta del poder que encierran en sí.
Trátese en las culturas precolombinas del Sol, o en la Modernidad, de la
inteligencia o la técnica, ambos se relacionan con la sangre y el poder de la
muerte.
Por
lo que les concierne a los elementos, con la instauración del titanismo y el mundo del Titán, los hombres se encuentran en el último grado de la
abundancia -en los elementos y con los elementos-, esto en pocos espacios de
tiempo, se convirtió en una tragedia fundamental. Nuestros antepasados cortaron
“las primeras flores de la descomposición”. Así que, el desequilibrio de los
ecosistemas, las catástrofes de los elementos, la guerra, la violencia, o la
descomposición de las sociedades, son sólo un débil reflejo del Espíritu. Cuando la economía, la
industria, la técnica, la moral, la política, la cultura, “se alejan de los
elementos, y se sitúan por encima de ellos, se nutren más o menos de su
sustancia”. En las guerras contemporáneas y el huso de los lenguajes
artificiales, se llegó a un refinamiento tal del miedo, del dolor o la muerte,
de proporciones jamás imaginadas. Entonces, ¿cuál es el legado del titanismo en
la Época Moderna? Por supuesto, destruir el interior del ser humano e imponer
sus relaciones de fuerza. F. G. Jünger y su hermano Ernst proponen que hay que
retornar a los elementos, para llenar de sabia espiritual, el hálito de la Vida
y la magia de la Naturaleza. Es loable anotar que el hombre se desvía hacia lo
mecánico o lo demoniaco, y en la guerra o la violencia, es cuando más se
pronuncian sus rasgos. Pero en su devenir se da una inversión dialéctica,
regresa a las normas formando así un nuevo equilibrio. Observamos, entonces,
que en el sufrimiento y el dolor el hombre genera fuerzas superiores,
curativas.
En
este orden de ideas, la civilización actual posee una ligazón más íntima con el
Progreso que con la Cultura. Ésta se configura en mass-media donde la imagen gráfica en
movimiento, o los lenguajes digitales, determinan el orden de la existencia. La
técnica es capaz de hablar el lenguaje de las grandes urbes y apropiarse de los
modos y los medios de decir; lo que para la cultura resulta una acción difícil
y antagónica a la naturaleza que la constituye. De ahí que cuando la política
trata de controlarla o manipularla –en las democracias parlamentarias, los
regímenes autoritarios o totalitarios–, su actitud es repugnante y grotesca
para la conciencia individual. No podemos olvidar que la cultura se levanta
sobre las inmundicias, los escombros que la civilización deja tras de sí, como
el Ave de Minerva hace con sus cenizas al anochecer. Dice Jünger en el
texto, Sobre el dolor: “La
civilización tiene con el progreso una ligazón más íntima que la que pose con
la Kultur y que aquélla es capaz de
hablar en grandes urbes su lenguaje natural y sabe manejar medios y conceptos a
los que la cultura se enfrenta… La cultura no es algo que pueda ser aprovechado
propagandísticamente, e incluso una actitud que quiera utilizarla en ese
sentido es una actitud que se ha enajenado de ella”.3
Es
de suma importancia anotar que el predominio de la técnica, del canon
científico y el mercado, el consumo y el dinero, contribuyen con la primacía de
lo abstracto en la vida de las personas. El carácter abstracto de la existencia
individual y la crueldad en las relaciones humanas, son sólo dos de sus figuras
más siniestras. Esto no es indiferente al desarrollo armamentístico ni a la
economía bélica. Esta mutación en el orden de la existencia individual, trajo
consecuencias desastrosas en la vida psíquica y espiritual de la civilización
moderna. Disyunción que se concibe en la consciencia occidental contemporánea,
como trágica y anómala a la naturaleza humana. Para el que participa en la
guerra, nada vuelve a ser lo mismo. Entonces, ¿cómo es el hombre en la ciudad
de la era fáustica? Ernst Jünger responde: “Un hombre despierto, activo, desconfiado,
sin relación con las musas; será un denigrador nato de todos los tipos
superiores y de todas las ideas superiores”.4 En la Gran ciudad contemporánea se verifica
que, entre más abstractas son las relaciones humanas, más esconden la crueldad
que las caracteriza. En el campo de batalla la vida se desnuda y se ofrece al
otro lado de ella, cruel, violenta, sin esperanza, desdichada, sin pudor
espiritual e insensible. En eso consiste también, después de todo, cuán solo y
desgraciado es el hombre actual.
Podemos
observar en esta alta civilización técnica y de masas, sin distinción de raza,
religión, lengua, costumbres, ideológica o política, cómo aumenta la índole
abstracta de la existencia individual. La Gran
ciudad moderna se convirtió en el ámbito donde las personas toman rótulos
jurídicos, económicos, políticos, que las define como tal. Pero es en el tejido
de la Cultura de lo efímero, el umbral donde cada instante se tejen y se
destejen relaciones abstractas, sin contenido de sentido. Y como consecuencia
del desierto que crece en el pálpito de la Gran
ciudad, toma rostro de nuevo “la peste, el dominio universal de la
decadencia y del nihilismo, mediante la planetarización de la técnica”.5
El
Gran sátiro ya está aquí entre
nosotros y se ríe a carcajadas del mundo moderno, del orden económico
internacional, del grupo de países desarrollados, de la arquitectura de la
ciudad sin alma, del demagogo y del farsante político, de la distancia
psicológica o, de los despropósitos humanos; porque sabe que no responden a los
requerimientos morales e históricos del ser humano. Son muchos los sitios donde
se percibe la figura del Gran satírico
de nuestro tiempo. En los medios de comunicación de masas, los lenguajes
digitales, las redes sociales, lo vemos tomando la forma de los poderosos al
descubierto, con sus inmundicias y sus virtudes. O, también en la figura del
hombre solo y desgarrado, con sus sueños y desdichas a cuesta. El satírico de nuestro tiempo nos grita en medio de carcajadas y alaridos en las
calles y las plazas, que nos hemos desprendido de la máscara que por mucho
tiempo portaron las grandes potencias mundiales, la iglesia, los partidos
políticos, los sindicatos, los grupos de presión; y, ahora, con un rostro nuevo
porta el terrorismo islámico e ideológico. Y en medio de estos hombres
primitivos que se han aliado criminalmente con la técnica, nos recuerda que él
representa un fetichismo medio grotesco, medio bárbaro de los instrumentos
técnicos, un ingenuo culto a la muerte. “Y eso está ocurriendo –dice Ernst
Jünger – precisamente en lugares, en que la gente no posee una relación directa
y productiva con las energías dinámicas”. No olvidemos que “las palabras
transportan la fuerza monstruosa del nihilismo”. Y, sólo, absolutamente sólo,
en los lugares donde reina el espíritu, éstas se desvanecen.
Así
pues, ¿dónde se está originando la fisura? ¿en qué ámbitos se está dando la
ruptura? En los lugares escabrosos y abyectos de la superficie de las
civilizaciones actuales. Donde se configura la idea de los procesos y la
técnica. En los ideales, las tradiciones, los usos, los valores, que han sido
cubiertos con el vestido de lo luminoso de la técnica, la ciencia, el mundo
dineral, o la majestuosidad del poder. Con relación a la guerra, Jünger nos
recuerda que “era de aguardar que en la edad de la técnica sufriesen los medios
y los métodos de la conducción de la guerra unas modificaciones más rápidas y
radicales que todas las observadas con anterioridad en las mudanzas de los
encuentros hostiles habidos entre seres humanos”.6 En el transcurso
del siglo XX, los instrumentos técnicos sufren una revolución profunda y
radical, en los medios tecnológicos de la comunicación humana. Todos ellos en
principio, son desarrollados como instrumentos de comunicación para la guerra.
De ahí que, en esta alta civilización de las comunicaciones digitales y la
imagen gráfica en movimiento, los métodos y los modos de la conducción de la
guerra se supeditan a los medios tecnológicos de las comunicaciones
guerreriles. Son muchos los ejemplos en el campo de batalla y fuera de él,
donde los instrumentos técnicos influyen en la confrontación bélica. Se
convierten en el medio fundamental para la guerra o para la paz.
Después
de la Segunda Guerra Mundial, los medios y los métodos que condicionan la
guerra, están basados fundamentalmente en los instrumentos técnicos de las
comunicaciones humanas. Son los que condicionan las estrategias, los avances y
las defensas de los combatientes. El escenario de las guerras del golfo en
Irak, los Balcanes, Afganistán, Medio Oriente, o Colombia, lo constatan. Son
los instrumentos técnicos los que dan cuenta de la importancia de las
comunicaciones digitales en las guerras de fines del siglo XX y principios del
XXI.
Si
la guerra se convirtió en una empresa técnica, el uniforme de esa empresa son
los mass-media: Internet, la imagen pictórica
en movimiento, o todo el cúmulo de lenguajes digitales. Esta transformación
técnica de la guerra, no es indiferente a la movilización total de la sociedad,
o a la manipulación de las convicciones de los agentes civiles y militares que
participan en ella. Pienso por la primacía de los medios y la logística técnica
de la guerra, las fronteras entre lo militar y lo civil, entre combatiente y no
combatiente, civil y militar; líneas que en el escenario de la guerra clásica permiten que cada uno ocupe el
lugar que le corresponde; en la guerra como empresa técnica, en cambio, las
líneas se diluyen. Ya no hay guerra o paz, sino combate global permanente, que
sin distinciones moviliza a todos los hombres. Este proceso de movilización que
surge de las entrañas mismas de la técnica, sobrepasa toda ideología. Es
espiritual e ideológica. Se ha generado una disposición (Bereitschafe) a la
movilización total, ¡que incumbe incluso a los pacifistas ¡
Ernst
Jünger cree que “la vertiente técnica de la movilización total, no constituye
su aspecto decisivo. El principio como presupuesto de toda técnica, es
difícilmente detectable: lo definiremos como disponibilidad a ser movilizado”.
De lo que si estamos seguros es, que de la relación de los combatientes con el
progreso se desprende una atmósfera embriagadora que juega un papel decisivo en
los asuntos humanos. Porque efectivamente es ahí donde hay que buscar también
el auténtico factor moral de este tiempo. Un factor que trasciende las
fronteras del Espíritu de la Época y sus juicios. Porque emana permanentemente
más allá de los límites de las circunstancias accidentales; proviene de las
fuentes de lo elemental, del núcleo substancial. De ahí que la estructura del
progreso, el desarrollo económico, la Ilustración, o la dynamis de las ciencias, no son capaces de dar cuenta de las
fuerzas elementales; las que impulsan a una voluntad orgánica, una nación, a
hundirse más y más en las profundidades de la fragua de Vulcano y bañarse con el fuego abrasador de las máquinas
y las armas que provienen del vientre de la técnica; y, extasiarse con el
resplandor que abarca los contornos del mundo. En este ámbito Ares le gana la partida a las Musas.
En
ninguno de los sitios donde el hombre se tope con esas condiciones especiales;
en ninguno de ellos cabe la explicación reduccionista de la economía dineral,
del materialismo histórico, del liberalismo político, del historicismo, del
estructuralismo, del funcionalismo, o del vitalismo, por más esclarecedoras que
sean para comprender el estrato elemental. En ese lugar enigmático de la
existencia individual, se mezclan las pasiones más salvajes y las pulsiones más
excelsas, para que presto el ser humano acuda al llamado de la guerra. Estas
acciones rozan la superficie del proceso; enfrentados a un fenómeno de esta
naturaleza sólo, absolutamente sólo, cabe dirigir la mirada a un fenómeno
cultual.
Desde
que el ser humano tomó al Progreso
por la gran iglesia popular del siglo XIX y XX, se configura en los estratos
más elementales que lo determina: “la llamada eficaz”. Una llamada que
posibilita la parte de fe de la movilización total de las masas y de los
ejércitos, que participan en la guerra. Son presa de un frenesí violento, que
no puede sustraerse a su fuerza en cuanto se apela a las convicciones más
profundas. Estas ponen la máscara que les facilita el ejercicio del poder y la
técnica; y preñadas de unas irradiaciones tan sutiles e incomprensibles,
arrastran a millones de seres humanos al dolor, el sufrimiento y la muerte.
Enfrentados a un fenómeno de esta naturaleza sólo cabe dirigir la mirada a un fenómeno cultual: “de exceso, aventura
en las profundidades de la existencia y pasión mística en la barbarie y la muerte”.
Esta
trastocación histórica y del orden de la existencia individual, influyen en la
confrontación bélica. Porque en un estado de excitación violenta el hombre
pierde los contenidos de la experiencia, la capacidad de asombro, la
sensibilidad y la razón, ante los avatares de la vida. Ya que en medio de la
confrontación se volatizan los contornos, y todo lo que tenemos a nuestro
alrededor se vuelve denso y embriagante. El estado de embriaguez y de
excitación nerviosa al que llega el ser humano, es tan profundo, que no le
importa dar la vida en sacrificio. Esa experiencia se relaciona con el azar y
las fuerzas del destino, de hecho, se presenta a la consciencia común,
excitante y embriagadora. Preñadas como están de energías dinámicas se agarran
de lo que encuentran a su paso por la necesidad de vivir; y, son capaces de
matar a otro semejante por no alejarse de esas irradiaciones tan sutiles e
embriagantes.
Esta
llamada al campo de batalla donde se entrecruza el mundo físico y psíquico del
ser humano, trasciende la investigación de los procesos. Está ocurriendo,
precisamente, que la gente no posee una relación directa y productiva con las
energías dinámicas. Esto los aleja de los más altos ideales de humanidad. Y el
punto de inflexión que ocasionó en el Espíritu de la Época, del mismo modo
trajo aparejado no sólo el advenimiento de las masas y la Cultura de
lo efímero, sino también una disminución del sentido de humanidad. La
cultura de la urbe moderna, de otra parte, donde las masas se asientan y el
público se configura, se convierte en factor decisivo para la política. Esos
fogonazos son los que confirman que somos parte de la globalización de las
comunicaciones simultáneas e inmediatas, y de la Cultura del espectáculo. Que
en consecuencia desgarran la unidad del “yo”
concreto y la memoria histórica de los pueblos.
La
primacía de las masas en la Gran ciudad
genera, de hecho, otro tipo de cultura; la que exalta el presente–ahora, lo fugaz y momentáneo. Un tipo de cultura que
estructura el periodismo, la radio, la política, la economía dineral, la
ciencia, la técnica, las redes sociales, la publicidad, el lujo y el consumo de
masas. Como consecuencia de este proceso, las relaciones abstractas entre los
seres humanos, están reemplazando a las relaciones preñadas de sentido. Y
cuando esto acontece, el vaciamiento de las relaciones artificiales permite que
broten las semillas de la indiferencia, la indolencia, el sufrimiento, la
soledad, el miedo, o la insolidaridad en los asuntos humanos. Y efectivamente
posibilitan que se estructure un tipo de sociedad, que obedece sólo a la nueva
voluntad de poder. Esa que subrepticiamente entreteje el mundo dineral con el
técnico. En realidad, habitamos lugares donde se alojan millones de seres
humanos, que sólo tienen en común las relaciones dinerales, jurídicas,
comerciales o de consumo; también la indiferencia psíquica y espiritual con el
Otro.
En
una atmósfera como ésta el aprecio de las masas por lo público, se convierte en
factor decisivo para la política de masas. El carácter abstracto de las
sociedades modernas no es indiferente a la conversión del ser humano en objeto,
o a la transformación de su vida en zona de emplazamiento. La Gran ciudad se vale de las máquinas, los
instrumentos técnicos de la comunicación rápida y simultánea, de la publicidad,
para imponer la impronta que necesita la nueva voluntad de poder. De ahí, el
espíritu de lo actual abarque poco a poco los espacios de la Gran ciudad; el ámbito que habla el
lenguaje de la civilización actual. Por la primacía del confort técnico y del mundo dineral en la Gran ciudad, observamos que se ofrece un producto de la canasta
familiar como hace el marketing
con un texto de creación poética, o una obra de arte. Además, en estos últimos
espacios de tiempo, las leyes del mercado y el marketing determinan el orden de la existencia en general. Ese
tránsito de la política “clásica” a la del marketing, por ejemplo, sitúa el fin de la política más
allá de las verdaderas necesidades humanas. Así, en momentos contradictorios de
los avatares humanos, la política se alía criminalmente con los instrumentos
técnicos para la guerra.
Por
eso cuando la política ubica su praxis fuera de las esferas de las verdaderas
necesidades humanas, insofacto,
falsifica el fin que le corresponde. Se devela, entonces, que el sentido de la
política no está en los cambios circunstanciales ni en los accidentes
espacio-temporales, sino en la estructura profunda de las verdaderas
necesidades psicológicas y morales del ser humano. En este orden de ideas, los
que se embriagan con las ilusiones ópticas y auditivas de las sociedades
contemporáneas, no perciben el sentido de la animalidad política de los Estados
Modernos. Como tampoco el lugar donde mora lo justo, lo bueno y lo bello, de la
política.
De
lo que se trata realmente, es de analizar el orden de los principios que
configuran la época moderna. Porque “al quitarle al núcleo su cáscara lo que se
pretende es liberar esa visión”. Frente a eso se tornan secundarias las
múltiples figuras que toma el Zeitgeist, Espíritu
del Tiempo y sus juicios; se trata realmente de romper el hueso para extraer el
tuétano que vivifica a la época. Como diría Walter Benjamín, percibir la época
en la cultura que le es propia. Pero la conciencia común no está formada para
esos menesteres; y necesita de las personas formadas para pensar, del artista,
el poeta, el teólogo, el filósofo, etc., para desvelar el contenido mágico e
histórico, que contiene el mundo y la realidad.
Es
de suma importancia recordar que a partir de 1914 los medios técnicos marcan el
toque de corneta de la guerra. Se observa el cambio de rumbo que la técnica
armamentística estaba imponiendo a la Historia, que influyen en la
confrontación bélica. Pero creo recordar que los medios técnicos son un
decorado creado por los hombres, y a quien le toca desgarrarlos para que
develen el rostro siniestro o divino que escoden, es al propio hombre. De ahí
que se ubiquen en un plano inferior frente a las atrocidades humanas. Benjamín
los sitúa en el ámbito del lenguaje. Y elocuentemente nos recuerda. “Entonces
se pudo constatar que las gentes volvían mudas del campo de batalla. No
enriquecidas, sino más pobres en cuanto experiencias comunicables”.7
Esto constata que el órgano que más se afecta en una confrontación bélica, es
el lenguaje.
Tanto
en la Primera como en la Segunda Guerra Mundial, más que una alteración súbita
de los instrumentos técnicos de guerrear, lo que hubo fue una mera evolución de
los modos de combatir. En la guerra como en cualquier actividad humana, fluyen
las fuerzas conservadoras al lado de las revolucionarias. En la gran mayoría de
los combates los medios y los modos son indistintos; la diferencia viene
marcada por un “saltito” que está contenido en los principios y las
estrategias. La consciencia común y la sensibilidad ordinaria creen, que el
peso de la victoria recae en la “magia” de las armas que lo lograron. Desconoce
la conciencia común y un sector de los hombres en armas, que las corrientes
subterráneas que movilizan a los hombres a empuñar las armas, son de una fuerza
tal que trasciende las circunstancias accidentales. La experiencia de la guerra
es de otro calibre, una sustancia diferente la anima y la proyecta; diferente a
la experiencia del burgués en la arquitectura de la ciudad sin alma; la de la bolsa
y el mercado; la del político en el parlamento; la del Presidente, o Jefe de
Estado; la del mundo sicodélico de los fines de semana de la Gran ciudad; la de las serpientes de la
usura con sus colmillos clavados en el corazón de los hombres en fuga; la de
las masas hambrientas de la Gran ciudad;
en el imaginario colectivo se cree que estos hombres están hechos de otra casta
como la de los toreros. De ahí su atracción y repugnancia, ya que no encajan en
el orden de los valores comunes.
En
el ámbito de la guerra no es el tiempo ni el status el que determina la experiencia del combate, sino el
destino. Entendido como vinculación no causal incalculable y trascendente, del
individuo con su sangre y suelo, centro sobre el que gravita la historicidad de
un pueblo. Ernst Jünger dice que no existe otro espacio en que la
experimentación resulte tan peligrosa como en el espacio de la guerra, pues
aquí el destino influye sobre la vida con más fuerza que en todos los demás
sitios y otorga un significado decidido e irrevocable a cada uno de los pasos
que se dan.8 La experiencia de la guerra representa en la
consciencia individual y colectiva, uno de los horrores más espantosos al que
se enfrenta el ser humano. En esos momentos la consciencia de la muerte y el
valor de la vida, se hacen más evidentes y manifiestos en la conducta del
hombre. El guerrero es capaz de descender a las profundidades más oscuras,
donde los hombres primitivos se alían con la técnica, la sangre y el poder de
la muerte; o ascender a las alturas, y no sólo dar la vida en el combate, sino
también bañarse en la luz del espíritu de los dioses y de las musas. Pero en
las civilizaciones modernas, el capital de la experiencia de la guerra se
diluye en las redes del desarrollo social y cultural, técnico y científico,
económico y político; y hacen de ella, que las pulsiones destructoras de los
seres humanos se transformen algunas veces en bienestar y paz para las
naciones.
En
cuanto al desarrollo tecnológico de nuevas armas para la guerra, la prudencia y
el secreto, son dos claves fundamentales para su experimentación en el combate.
Así que, las modificaciones de las formas bélicas y sus consideraciones
teóricas no son lanzadas al campo de batalla con impetuosidad, con la ligereza
de los cambios de los materiales bélicos. Sino que las transformaciones de los
medios técnicos de la guerra –tanto en las armas como en el lenguaje, o el
pensamiento simbólico–, son atemporales a su época; salvo excepciones
puntuales. Su incorporación es paulatina, condicionada a las circunstancias
espacio-temporales e históricas.
En
este orden, la guerra se define como una situación extraordinaria y la paz como
interrupción del empleo de las armas. Pero, no obstante, se hacen progresos en
los equipamientos bélicos y los diferentes lenguajes que arrastran tras de sí.
En los últimos espacios de tiempo, pudimos observar el desarrollo
armamentístico de las naciones girar alrededor de dos coordenadas: el
desarrollo técnico de las armas y de los lenguajes digitales. Estos procesos
son importantes en el arte de la guerra, pero no están acompañados
necesariamente por la experiencia en el combate. Una experiencia que, para el
guerrero, es la más viva de todas. Dice E. Jünger al respecto: “La experiencia
bélica representa un capital y de él se nutre en tiempos de paz la noción que
el soldado se forma de la guerra”.9 Entre más tiempo pase la
consciencia sin las representaciones de las irradiaciones de la guerra, éstas
tienden a desvanecerse. Un tiempo largo les imprime, escribe Jünger, el sello
de lo fabuloso e inimaginable. La experiencia de la guerra, entonces, tiene que
ver con lo demoníaco o divino que fluye en el interior del ser humano. Es tan
desgarradora su vivencia que algunas veces alcanza lo trascendente; se desgarra
el velo y se revela el rostro de la jovialidad. Ahora bien, ¿por qué la guerra
o la violencia se alimentan de las fuentes de la luz o de la oscuridad? Porque
este tipo de experiencia va más allá de todas las posibilidades de la persona
humana. De ahí su relampaguear sea tan impactante en la consciencia
representativa y la memoria verbal del individuo. Así que, el ser humano que la
experimenta ya no vuelve a ser el mismo. Porque dicha vivencia daña los centros
vitales de la persona humana y de la cultura en general. O, lo que es lo mismo,
la coherencia interior del hombre.
De
estas irradiaciones tan embriagantes e incomprensibles de la lengua de la
guerra o de la paz, se genera un juego de ecos, de espejos. Los largos periodos
de paz incuban desde el instante que se declara el armisticio, las
posibilidades bélicas. George Steiner en el texto En el castillo de Barba Azul,
describe elocuentemente los principios históricos-culturales que posibilitaron
la Primera Guerra Mundial y su ruptura con el “imaginado jardín de la cultura liberal”
o el “mito del siglo XIX “; y de otra parte, como la guerra y la paz son la
doble cara de Jano, el haz y el envés
de los asuntos humanos: “La conjunción de un extremado dinamismo económico y
técnico –dice– con una gran medida de inmovilidad impuesta (conjunción de la
que estaba constituido un siglo de civilización burguesa y liberal)
representaba una mezcla explosiva. Esa mezcla provocó en la vida artística e
intelectual ciertas respuestas específicas que en última instancia eran
destructoras. Según me parece, dichas respuestas constituyen la significación
del romanticismo. Partiendo de ellas se desarrolló la nostalgia del desastre”.10
Nos recuerda que nuestra experiencia del presente, los juicios tan
frecuentemente negativos que hacemos sobre el lugar que ocupamos en la
historia, contrastan con el fondo del “mito del siglo XIX”. Pero si nos
detenemos a pensar nos damos cuenta, que los rasgos más sobresalientes de la
ruptura con “el imaginado jardín de la cultura liberal”, los encontramos en el
ámbito de la cultura: la literatura, la poesía, la música, el teatro, la
pintura, la filosofía, etc., entre otros. Las obras de Dickens, Renoir,
Nietzsche, Kierkegaard, Marx, Picasso, lo atestiguan.
La
guerra no es una situación que está sujeta enteramente a leyes propias. Sino
que es el otro lado de la vida, un lado que raras veces sale a la superficie.
Pero que se haya estrechamente ligado a ella, a la vida.11 Un perfil
de la existencia que descansa en los escombros del inconsciente, donde moran
las pasiones más bajas y más excelsas del ser humano. En la declaración de
guerra, la guerra misma, confluyen una serie de factores que determinan la
conflagración. El mapa que se dibuja en el campo de batalla, configura la
ligazón entre el progreso y la barbarie. Todo esto es manifiesto; lo sabemos en
nuestros momentos racionales. Cuando esto sucede la metáfora se cristaliza y el
lugar de los asuntos humanos se convierte en baile entre rosales. La
consciencia occidental lo sabe, del vientre del desarrollo de los procesos y la
técnica, se origina el dolor y las potencias de la muerte.
La
guerra no es una parte de la vida, sino que le otorga expresión a la vida en
toda su violencia, dijo Jünger. De ahí que la naturaleza de la vida, la esencia
que la constituye, es enteramente bélica en su fondo. En la historia de la
humanidad la constitución de las comunidades, los pueblos, las naciones o los
Estados, están estrechamente ligados a la guerra. El enfrentamiento entre dos
culturas allende del Atlántico en 1492, fue en el fondo una actitud bélica. La
Conquista de América Latina fue una confrontación bélica. De ahí que, en lo
profundo de la vida humana, la existencia se defina como enteramente bélica.
Preguntamos, ¿en qué se consolida la unidad de una nación? Sobre los ladrillos
manchados de sangre. Sobre ellos recordamos nuestras desgracias y calamidades;
también nuestros triunfos y alegrías. Eso permite la consolidación de los lazos
compartidos y el pensamiento simbólico que generan la memoria histórica. Por
eso toda violencia o guerra, tiene un componente cultural y simbólico. En la
época contemporánea el simbolismo, la magia y la unidad de la nación, se
representa, por ejemplo, en el deporte. La guerra es la expresión de las
fuerzas violentas de la vida buscando saciar su deseo.
Se
trata en este umbral de los espacios de tiempo que señalan los avances
técnicos, que en consecuencia producen “un aumento extraordinario del efecto de
fuego”. En el campo de batalla el “efecto de fuego”, las lenguas de fuego que
se contraponen al movimiento, modifican las condiciones en que habría de
producirse el enfrentamiento entre ejércitos. Esa trastocación en la economía
de la guerra contemporánea a principios del siglo XX, incide en la “guerra de
posiciones”: la característica de ésta consiste en que dos adversarios en
posición de máximo fuego, son incapaces de moverse. En otras palabras, el
desarrollo de los instrumentos técnicos para la guerra, condiciona las formas
de movimiento. Pero en el frente de batalla donde la guerra se pone el uniforme
de la vida en su expresión más violenta, los medios técnicos y las leyes que la
posibilitan, se entrelazan en un abrazo indisoluble.
Se
observa, en efecto, el traslado en el campo de batalla de la guerra de
posiciones a la guerra de movimientos. ¿Qué produce éste punto de inflexión en
el campo de batalla? Que la potencia que
contienen los materiales y las diversas formas técnicas consolidadas en el
decurso de la historia reciente de Occidente, posibilitan un corte en el
espacio voluminoso de la civilización occidental reciente. O, en otros
términos, determina el paso de la guerra clásica
a la guerra moderna. Unas confrontaciones que estarán localizadas en el
desarrollo tecnológico de los Estados Modernos. El movimiento, de hecho, no
sólo tiene que estar a la altura de los cambios técnicos, sino que la cualidad
de su naturaleza no puede ser la misma. Los ejércitos, dice Jünger, no son ya
capaces de rebasar la zona de llamas cada vez más densa y mortal que se les
enfrenta.12
De
lo que sí estamos seguro es que, en la Gran Guerra y la Segunda Guerra Mundial,
o en la multiplicidad de guerras periféricas que se dieron en el transcurso del
siglo XX, ruptura el “sentido de la historia”. Por la importancia de la técnica
en la vida de las naciones, “surge de esa manera la imagen de la batalla de
materiales, la imagen de un despliegue de energías técnicas enormes”; que
trastocaron el sentido de la guerra clásica.13
Se acumula a partir de allí tanta potencia de energía, que va más allá de las
posibilidades humanas. En ese mundo en llamas, ese ámbito cargado con el peso
de la técnica, ¿qué significa para las fuerzas que se despliegan en el campo de
batalla, el diminuto y frágil cuerpo humano? Nada, absolutamente nada, sólo un
número y nada más, se susurra a lo lejos.
Las
transformaciones que dibujó la economía bélica en el mapa del siglo XX, se
concatenan a formas nuevas de las máquinas, al automatismo, los lenguajes
digitales y las armas. El paso de la táctica a la estrategia aérea, repercute,
por ejemplo, en la cualidad del movimiento. En efecto, lo que se percibe en el
campo de batalla es “la mortal rivalidad entre la fuerza del hombre y la fuerza
de la máquina –esa rivalidad en que la máquina, en todas las áreas en que hizo
aparición, demostró tener más tesón que el ser humano”.14 Nos
enfrentamos con un problema análogo respecto a los nuevos lenguajes digitales,
que inciden en las técnicas y velocidades de la guerra. También sabemos que los
nuevos lenguajes de la guerra, no sólo están demostrando más tesón que el ser
humano, sino que introducen un ritmo distinto en las comunicaciones y la vida
en general. A menudo, el nuevo ritmo de la guerra o de la vida, se anuncia del
modo más insospechado en el lenguaje. Recurramos a la imagen de Benjamín sobre
el “despertar”. “El momento prehistórico del pasado ya no queda encubierto,
como antes, por la tradición de la iglesia y la familia. Esto es a la vez
consecuencia y condición de la técnica… Los mundos perceptivos se descomponen
velozmente, lo que tienen de mítico aparece rápida y radicalmente; se hace
necesario erigir de manera veloz, un mundo perceptivo completamente distinto y
contrapuesto al anterior. Así es como se ve bajo el punto de vista de la
prehistoria actual, el ritmo acelerado de la técnica”.15 El ritmo de
la técnica, el automatismo y el tiempo abstracto, en el momento actual, en
realidad, desgarraron las cortinas que cubrían las tradiciones de familia, los
usos, las costumbres y los ritos de la iglesia. Y ese desgarre los convierte en
un cadáver que la tendencia del desarrollo de los procesos deja tras de sí, y
sólo, absolutamente sólo, lo abyecto e indiferente del confort técnico y la voluntad de poder, ocupan su lugar.
Jünger
advierte que “la guerra se parece a Leviatán,
del cual lo único que se asoma por encima de las aguas son unas pocas
escamas o una aleta – la materia es demasiado compacta como para que la mirada
pueda articularla y ello hace que la sensación que se produce sea la de
irrealidad. Los seres humanos sienten cómo cerca de ellos se mueven grandes
masas, pero no captan ni la dirección que llevan ni la meta a que se dirigen;
también barruntan quizá que dentro de la cáscara de estos días hay escondidas
otras cosas –espectáculos de índole nueva y desconocida”. De ahí se deduce que
los seres humanos desnuden su existencia a estas irradiaciones tan sutiles y
pesadas, entregando sus vidas a oscuros caminos que les traza el destino o el
azar de la historia.
Así
pues, los lenguajes digitales son la expresión en su cultura de una época nueva
de la guerra. Las bombas atómicas, los satélites interespaciales, los aviones
teledirigidos, son sólo la expresión de una época nueva del espíritu. Si hemos
de comprender el sentido profundo de las guerras globales, ha de hacerse desde
la expresión de la cultura que le corresponde. No se trata de exponer la
génesis técnica de la cultura, sino la expresión de la técnica en su cultura.
Se trata, en otras palabras, de intentar captar un proceso técnico como visible
fenómeno originario de donde proceden todas las manifestaciones de los
lenguajes digitales y las guerras globales. Esta investigación que en el fondo
tiene que ver, con el carácter expresivo de las primeras máquinas, los primeros
productos industriales, las primeras armas y las primeras formas de vida para
la guerra moderna, etc., posee una importancia fundamental para entender el
fenómeno de las guerras actuales. En los pliegues de los instrumentos técnicos,
casi siempre se esconden, los escombros de esta alta civilización abstracta y
la miseria de la condición humana.
Esta
imagen de la guerra que se configura en los umbrales del siglo XXI, hay que
comprenderla en el ámbito de los elementos que la estructuran y las relaciones
internas que la constituyen. Se trata de analizar y percibir el mundo de las
guerras contemporáneas, no sólo como expresión de su cultura; también como la
expresión de un siglo en el que el número de las cosas “vaciadas” y el progreso
técnico dejan fuera de circulación nuevos objetos de uso. Ellos se configuran
en el proceso de producción y circulación de mercancías como objetos de consumo
doméstico, o en instrumentos técnicos para la guerra. Ese proceso de guerra
global es un reflejo de nuestra vida en general –el espíritu que se halla
detrás de la técnica no sólo destruye los vínculos antiguos (las costumbres,
los usos, los rituales y mitos de nuestros mayores), sino también los
contenidos espirituales de la lengua humana. Se rompe el dialogo entre enemigos
combatientes y ciudadanos de las naciones en conflicto.
Se
trata en última instancia, de develar que detrás del confort técnico y los espejismos de los lenguajes digitales, no
sólo se ocultan instrumentos de poder; sino también, el lado siniestro y
demoníaco de los instrumentos técnicos. Percibir cómo se puede pasar de las
“confortables comodidades” y del automatismo, a la pérdida de la libertad. Y
cómo lo “automático no se torna terrible hasta que no se revela como una de las
modalidades de la fatalidad, como su estilo”.16 Percibir cómo la
potencia de la técnica se “cierne sobre el hombre de Occidente”, y se expresa
como “el negativo de su libertad, la otra cara de su poder domeñador del
espacio y el tiempo, uno de los grandes temas de sus mitos y de su arte “.17
En esta alta civilización tecnológica, es relevante anotar como los aviones,
las bombas, los drones, los cohetes, los cañones, las ametralladoras, “los
dispositivos para fijar el blanco y lanzar las bombas”, están ligados a
relojes, cronómetros y “todas esas cosas van dirigidas, como por una orquesta
invisible, por máquinas calculadoras, por autómatas que observan el blanco a
gran distancia”. Este ámbito hace evidente como el técnico y el colectivo
técnico, están sustituyendo al soldado. Esto se constituye en un grotesco, pero
embriagante acontecer: “Lo único que a éste le queda es apretar el famoso
“botón”, un acto que posee un fatal parecido con la ejecución de una persona.
El soldado se lleva toda la animadversión de la gente, mientras que el técnico
representa el papel de filántropo” –al decir de Jünger.18
Sabemos
por este estado de cosas, que la ciudadela está sitiada y hemos ido entregando
los fuertes uno a uno, en nombre de la seguridad, el bienestar social y el
progreso. Uno ve en la Gran ciudad
hombres robustos, sanos, con un cuerpo de atleta. Pero espiritual y mentalmente
alienados, vacíos, donde los contenidos de la existencia, o el sentido del
mundo, son algo anómalo para ellos. Son personas que corren como posesos detrás
las máquinas, los video-juegos y el computador. Junto a la gran mayoría de la
joven generación, son mendigos de los altos ideales del espíritu y de la
existencia. Los nuevos espejismos de la Cultura
del artificio, los “vacían” del sentido de humanidad y la conciencia que el
ser humano, es un “ser fronterizo” y “trascendente”. Pero son arrojados al
mundo sicodélico de la Gran ciudad y
del progreso, donde el lenguaje del consumo y el despilfarro de la energía
vital, dan cuenta de la existencia en general. Podemos percibir que las
pérdidas son profundas, tanto en el ámbito de la guerra como en la vida civil.
En
la memoria de los hombres ronronea que lo primero que un estado de violencia,
sufrimiento o guerra, trae a la mente y a la vida del ser humano, es una
especie de exilio. Sí, de exilio en su propio interior, de sus conciudadanos o
de sus seres queridos; esto representa algo trágico para la consciencia
individual. Que se experimenta aún con los enemigos y hace parte del
sentimiento que todos comparten. Tanto el combatiente como el no combatiente
siente una especie de vacío que llevan dentro de sí, y “el deseo irrazonado de
volver hacia atrás o, al contrario de apresurar la marcha del tiempo”, se
convierten en “dos flechas abrasadas en la memoria”. Porque saben que el
espíritu de la guerra, o de la violencia, es tan fuerte, que impregna toda la
naturaleza humana y las cosas, de sangre y muerte. En ese momento el
derrumbamiento del valor y la voluntad, es tan brusco, que no le queda al
combatiente otro remedio, que abrazar las armas, como única salida del destino
que impone la vida. Un destino que lo lleva a convertir su cuerpo en zona de
emplazamiento, o a asesinar a su semejante.
Así,
la desdicha que alcanza el que participa de la guerra, no sólo trae un
sufrimiento injusto, sino que lo lleva a ponerse en el lugar del otro y aún a
compartir su dolor. Porque sabe que el temor y el sufrimiento que él siente,
trasciende toda lógica y toda reflexión. De ahí que, en toda guerra, violencia
u odio, se extienda un velo espeso sobre nuestros ojos, nuestros rostros y
nuestros pensamientos. Para que el ser humano no perciba con claridad que cosas
se ocultan detrás del espejismo de las armas. Es una de las maneras que
esgrimen los poderosos para justificar el derramamiento de sangre y el poder de
la muerte.
Además,
los seres humanos que participan en la guerra o en la violencia, son sacados
del seno de la familia, el calor de los amigos, el color de sus paisajes y
arrojados a las fauces de un campo de explosiones, ametralladoras, bombas,
aviones y, en medio de la conflagración se dan cuenta cuan frágil y deleznable,
es la vida humana. Y a la vez son arrojados a un mutismo que paraliza la
imaginación y el pensamiento, y lo único que les queda, es la conversación
consigo mismos, o con los fragmentos de sus recuerdos. En un estado de
excitación violenta como éste, algunos sólo llegan a conversar con las sombras
y son habitantes de las profundidades más espantosas del silencio de la tierra.
De ahí que el miedo y el dolor pesen sobre la moral del ser humano, y no hagan
otra cosa que añadir confusión y malestar. Porque en un estado como éste, las
tablas de valores se disuelven.
Sabemos
que el desarrollo de la ciencia y la técnica, ha llegado a un estado de
abstracción tal, que rompe los canales de la palabra y la conversación. Y,
sobre pone a la existencia individual o colectiva, una excitación violenta que
casi siempre desemboca en lamentos, sufrimientos, temor, derramamiento de
sangre o muerte. Porque vivir en la abstracción, significa, olvidar los más
elementales requerimientos de la existencia individual. Ahora bien, sí en la
desgracia, el dolor y el miedo, existe un rasgo alquímico de abstracción, el
mundo que vivimos se convierte en una red de irrealidades. Por eso, en esta
alta civilización técnica y de masas, la abstracción ocupa el lugar del temple
vital. Y, cuando éste se pone al servicio de las armas arrasa con todo lo que
encuentra a su paso. Ya que el frío espíritu de la abstracción y la técnica
siguen su propia lógica, y las vidas humanas se convierten sólo en números. De
ahí que, entre la abstracción, la técnica y la guerra, existe un juego de ecos,
un juego de espejos que embriagan los sentidos, nublan la imaginación y
destruyen todo vestigio de pensamiento. A esos ambientes febriles y de angustia
que crea la abstracción y la técnica, hay que hacerles frente, frente con la
fuerza del espíritu y las potencias de los movimientos del pensamiento, o con
la amistad, o con el amor. Si no lo hacemos caeremos batidos por las lenguas
del dolor y el miedo, y estaremos sordos a la voz de Dios.
Preguntamos,
¿dónde se ubica la cesura entre la
guerra clásica y la contemporánea?
¿cuáles son las características que determinan a cada una de ellas? Las
exégesis y los relatos bélicos clásicos –dice Víctor David Hanson– nos alejan
de la política, del ruido y las modas del mundo contemporáneo. Nos permiten
pensar con arquetipos más amplios, ideas abstractas y paradojas seculares sobre
la guerra en general, que, a su vez, elevan y enriquecen el debate moderno
sobre conflictos específicos recientes.17 Piensa que el estudio de
los clásicos –la literatura y la historia de Grecia y Roma– nos brinda una
percepción moral del mundo, así como una formación básica de gran valor en
arte, literatura, historia y lenguaje. En la Antigüedad clásica la guerra era
vista como una tragedia. Pero se trataba como tragedia inherente a la condición
humana, recurrente y dolorosamente familiar. Los conflictos eran considerados
plagas de la humanidad. La guerra se lamentaba el poeta Hesíodo era “una
maldición de Zeus”, un asunto entre dioses que los hombres debían soportar.
Heráclito, la concibe como “la madre, la reina de todos nosotros”. Los griegos
nos advierten que mientras vivamos sobre la faz de la tierra, siempre habrá
conflictos entre los seres humanos y, por tanto, no siempre racionales.19
Afirmaciones
igualmente trágicas hacen los historiadores Polibio, Tucídedes y Jenofonte, que
las guerras entre ciudades-Estado era algo que podía ocurrir en cualquier
momento. El poeta Píndaro llegó a decir que la guerra podía ser algo aterrador,
sin sentido, pero no antinatural ni siempre malvada al cien por ciento. En todo
caso, para los griegos todas las guerras suponían una elección entre lo malo y
lo peor, suponían que era algo trágico porque acababa con vidas de hombres
jóvenes; los conflictos se consideraban más o menos funestos en función de sus
causas, de la naturaleza del combate y de los costes y resultados definitivos.
Pero los griegos, de hecho, también sabían como nosotros los modernos que las
guerras son en sí mismas algo malo. Tucídedes demuestra que los Estados, como
las personas, podían ser envidiosos, y también impredecibles y agresivos sin
razón aparente. También probablemente obedezcan a la arrogancia, la envidia, la
avaricia, la sed de riquezas, el honor mal entendido, al mal uso del lenguaje y
a una pluralidad de emociones y sentimientos, que llevan a sus gestores a
declarar la conflagración. Pero de lo que sí estamos seguros es que las guerras
que los griegos libraban de forma periódica en un mundo pre-industrial, no se
corresponden con las guerras modernas con armas nucleares como herramientas de
destrucción masiva y sus consecuencias devastadoras para la humanidad.
Con
la aceptación del espíritu de la Edad Moderna se estructuró un tiempo
diferente, la preponderancia de las valoraciones técnicas. Estamos en una época
de tránsito donde las pérdidas son cada vez más profundas y extensas, y
sentimos la aniquilación del valor, la superficialización y simplificación del
mundo. Aniquilación que hace parte del decurso histórico y cultural de los
pueblos. La cosificación y objetización del ser humano, la “materialización del
logos” y la preponderancia de la imagen y los lenguajes digitales, en la vida
privada y profesional. Estamos asistiendo a cambios tan profundos y fugaces que
están afectando la naturaleza del ser humano. Asistimos, entonces, a una
transformación de los medios y los modos técnicos, y no a una mera
transformación de los instrumentos técnicos para la guerra. Pero en el ámbito
de la guerra son las máquinas, el automatismo, las redes sociales, la Inteligencia
Artificial, o los instrumentos técnicos en general, los que le otorgan la
expresión a la vida en toda su violencia. De una u otra forma los instrumentos
técnicos para la guerra, afectan la vida privada y social del ser humano. Es un “saltito” que “podemos imaginar cómo
originario, no como parte de un proceso evolutivo –se trata de una autentica
mutación”. La materialización del “logos”
y su expresión violenta en el ámbito de la guerra, es la configuración del
rango de la mutación. Por eso, se considera ontológica y epistémica, porque
incide en la naturaleza del ser y el existir.
En
el mundo moderno el decurso técnico –nos recuerda Ernst Jünger– que es en igual
medida amoral y no caballeresco, reemplaza al rito. Hoy, de todos modos, el ethos de ese proceso aún es desconocido
–y justamente el hecho de que el dolor pueda ser soportado en mayor medida
apunta a ese ethos.20
Asistimos a transformaciones lingüísticas y gráficas que no sólo afectan a los
sentidos, sino también a la naturaleza humana. La revolución técnica en los
modos y los medios de comunicación, las redes sociales y la Inteligencia
Artificial, abarcan situaciones que van desde la noticia, el aviso, a la
amenaza que llega en pocos minutos a todas las consciencias. Pienso que la
revolución técnica en las comunicaciones inmediatas y simultáneas, llevan a
cabo una cesura, una inflexión en los
modos y los medios de combatir. En las guerras contemporáneas son las
comunicaciones artificiales las que condicionan las tácticas, las estrategias y
los modos de combate. Son tan importantes los medios de comunicación para las
labores guerreriles, que las máquinas, los cohetes, los aviones no tripulados,
las bombas, los satélites, están condicionados muchas veces al buen
funcionamiento de las comunicaciones artificiales. Es tan importante el
fogonazo en la conciencia que dejan tras de sí los mass-media, que en el ámbito de las guerras se convierten en
instrumentos de manipulación y dominio. Este proceso penetra de múltiples
formas en la estructura psíquica y la conducta del ser humano. Del desarrollo
de los instrumentos técnicos de la comunicación inmediata y simultánea, depende
muchas veces la pérdida o ganancia de una guerra.
En
los últimos espacios de tiempo, el perfeccionamiento en los medios técnicos
para la guerra y las comunicaciones artificiales, alcanzaron su máxima
potencia. Este proceso de la existencia en general, está introduciendo
valoraciones nuevas y más poderosas tanto en la vida privada o pública, como en
el ámbito de la guerra. Con la objetivación del ser humano y la importancia de
los instrumentos técnicos, el espíritu de la crueldad se hace más evidente.
Esta trastocación está desplazando la vida sentimental, y en su orden los
máximos valores espirituales del ser humano. “Esto tiene varios motivos; el
principal es que el pensamiento racional es cruel. Esa cualidad suya contagia
todo plan humano”. 21 Con ello quedan al descubierto las relaciones
intrínsecas entre los instrumentos técnicos y la voluntad de poder. Es de
suponer que, en esta alta civilización técnica, “el automatismo quebranta con
gran facilidad, como si lo hiciera jugando, lo que queda de la voluntad libre”;
y los medios técnicos para la guerra convierten al hombre de hoy, en mero
objeto de emplazamiento. Esta mutación en el orden de la existencia, vacía de
sentido toda esperanza que se base en los valores espirituales del hombre.
Ahora
bien, con relación al cuerpo se trata de someterlo al lugar de la disciplina,
la obediencia, la instrucción, es decir, al lugar de la nueva voluntad de
poder. Someter el cuerpo a la zona de los instrumentos técnicos, tratándolo
como objeto, significa, no sólo desplazarlo de la zona de los sentimientos, de
los valores éticos, morales, sino también del sentido trascendente de la vida.
El cuerpo humano se convierte en un campo de batalla; un ámbito donde convergen
relaciones de fuerza de índole diferentes, códigos, prescripciones fijas e
impersonales, que decantan su objetivación. De ahí que el cuerpo del soldado,
del deportista, tiende a estar sobre la zona del dolor, del miedo, del
sufrimiento, o del ámbito sentimental, porque debe ser tratado como objeto.
Pero
también en el mundo actual se configura en objeto de deseo y manipulacion. Aquí
en este ámbito se entrelazan diversas variables, las de los medios técnicos de
comunicación de masas con la publicidad y la industria del artificio; la
cosmética, la moda, el lujo, la prostitución, que no sólo imponen un estilo de
vida, sino que se entrelazan con el Sistema de Producción Global. Eso, que
Guilles Lipovetsky llama “sociedad del rendimiento”. Por eso, el consumo masivo
en esta alta civilización abstracta, no es indiferente a los costes y
beneficios que genera la manipulación del deseo. Pero también el cuerpo, es
objeto del ojo indiferente y frío de la fotografía, del arte, la literatura, el
teatro, la poesía, la danza clásica, etc. El cuerpo en este ámbito trasciende
el campo magnético de las energías bélicas, porque se contempla como “objeto”
de belleza, de ritmos, cadencias y proporciones, donde es capaz de comunicar la
lengua de las Musas y los Dioses.
Por
tanto, “el resultado que es capaz de alcanzar el cuerpo humano como
instrumento”, se torna absurdo cuando no logramos captarlo en su gesto
simbólico. Así que, la instrumentación del cuerpo humano, de convertir al
hombre en objeto se transparenta en el aspecto externo de las personas. “Es un
rostro carente de alma, trabajado como metal, o tallado en maderas especiales,
y posee sin la menor duda una autentica relación con la fotografía”.22
El cuerpo del soldado se sustrae no sólo de la zona de la sentimentalidad, sino
que se presenta como amoral, donde no caben los valores humanistas y estéticos.
En el combate se pone de manifiesto la disciplina, el trabajo, los códigos, las
prescripciones abstractas y generales, la sincronización espacio-temporal del
pensamiento y los movimientos, en suma, el cuerpo configura la imagen del
autómata, del hombre-objeto. De ahí que sea “una carne disciplinada y
uniformada por la voluntad”. Por eso, la percepción o la relación que se tiene
con los heridos, y en particular con la muerte, ya no habitan nuestro cuerpo,
es decir, nuestra existencia individual.
Lo
relevante del decurso técnico es, que, no sólo transforma la existencia en
objeto, sino que la sustrae de la zona del interior de sí misma, del ámbito del
valor. El cuerpo convertido en objeto, es una “figura” de las relaciones
artificiales, que determina a la civilización abstracta donde vivimos. De ahí
que a la objetivación de la existencia individual le corresponde “soportar con
mayor frialdad la visión de la muerte”. Despojarla de la aureola de la simbología mágica y del sentido de sus rituales,
significa, encadenarla al frío hierro de las criptas y las tumbas; despojarla
de su sentido trascendente. Por tanto, el espíritu que se ha ido configurando
en pocos espacios de tiempo en la civilización moderna, es un espíritu cruel,
que niega la semejanza entre los hombres, principio fundamental del Humanismo.
De ahí que “elimine los lugares blandos, y endurezca las superficies de
resistencias”.
El
filósofo Michel Foucault en “Vigilar y
Castigar”, nos dice que, el momento cuando se pasa de unos mecanismos
históricos-rituales de formación de la individualidad a unos
mecanismos-científicos disciplinarios. Se constituye un ámbito donde lo normal
ha relevado a lo ancestral, y la medida al estatuto, sustituyendo así la
individualidad del hombre memorable por la del hombre calculable, ese momento
en que las ciencias del hombre llegan a ser posibles, es aquel en que se
utiliza una nueva tecnología del poder y otra anatomía política del cuerpo.
Además, desde el siglo XVII y XVIII –dice- existe una técnica para constituir a
los individuos como “elementos correlativos de un poder y un saber”. Así, el
individuo es el átomo ficticio de una representación “ideológica” de la
sociedad; pero es también una realidad fabricada por la tecnología específica
del poder, que se llama la disciplina. Por tanto, los efectos del poder no se
pueden percibir sólo en términos negativos: “excluye”, “reprime”, “rechaza”,
“censura”, “abstrae”, “disimula”, “oculta”.
Porque, de hecho, el poder produce; produce realidad; produce ámbitos de
objetos y rituales de verdad. Que el individuo y el conocimiento que de él se
puede obtener corresponden a esta producción.
De
ahí se gestan los estudios de Foucault sobre la biopolítica, que es una forma
específica de gobierno que aspira a la gestión de los procesos biológicos de la
población. El biopoder se define como un conjunto de estrategias de saber y
relaciones de poder, que se articulan en el siglo XVII sobre la vida en
Occidente. Que aborda la realidad política del Estado y pone entre paréntesis
las esferas jurídicas. Donde la realidad del Estado es una forma viviente. La
biopolitica aspira a la gestión de los procesos biológicos de la población. Una
tecnología que aspira a obtener cuerpos dóciles y fragmentados; y en función de
esto se crean herramientas como la vigilancia, el control, el conteo del
rendimiento y el examen de las capacidades. El cuerpo social deja de ser una
simple metáfora jurídica-política (como lo vemos en el Leviatán de Hobbes), para expresarse como una realidad biológica y
un campo de intervención médica.
Desde
el umbral político y de la guerra en particular, como se administra la vida de
la población para su control, seguridad y supervivencia en estado de
conflagración. La biopolítica en el ámbito de la guerra se centra en cómo el
poder y la política influyen y controlan la vida del ser humano. Un concepto
que Foucault examina para observar como los gobiernos y las instituciones,
utilizan el control biológico y socio-político para gestionar las poblaciones
y, en particular, en situación de conflicto.
Así
que, en la guerra, la biopolítica puede manifestarse de varias formas, en la
gestión de la seguridad, de la salud pública, la manipulación de la información
y la propaganda, y el control de los cuerpos y las vidas de los soldados y
civiles. La propaganda, por ejemplo, se utiliza para influir en la moral y la
mente de los soldados y la población civil. También para reglamentar,
disciplinar y controlar, el comportamiento de los civiles y los soldados. Si la
biopolítica tiene por objeto el estudio de la incidencia del poder sobre la
vida, en tiempos de guerra las estructuras de control y dominación se vuelven
más opresivas. Porque el poder pone a las tecnologías de la información y la
comunicación, las redes sociales y la Inteligencia Artificial, el ChatGPT, la
computación cuántica, bajo el control y el manejo sobre los individuos y las
poblaciones. Así, las estructuras de poder, la riqueza como estatus, como poder
de persuasión, las relaciones de la autoridad con el gobierno sobre los
individuos y los ciudadanos, se convierte para la biopolitica en objeto de
estudio y de análisis.
Así
que, en tiempos de guerra o de violencia, se trata de bloquear, aniquilar y
reprimir, toda iniciativa de los seres humanos, de su subjetividad y su
corporeidad. Se les requiere como fuerza de trabajo, como soldados y defensores
de los valores patrios, ya que se impone la necesidad de normalizarlos,
uniformarlos y disciplinarlos como individuos al servicio del Estado y del Gran Poder. Los cuarteles exigen una
obediencia absoluta a los mandos militares y de la misma manera se castiga y
penaliza la más mínima infracción a la autoridad. Se reproduce en la sociedad
los mecanismos de mando y obediencia de los cuarteles, que conduzcan a los
individuos y a la sociedad, a la obediencia de las tecnologías de poderes
disciplinarios. Como expresa José Luis Tejada González (Profesor de la Universidad
Autónoma Metropolitana de México):
“El
cuartel se extiende más allá de sus muros, cuando se imponen las políticas
bélicas de combate real o supuesto al terrorismo, al narcotráfico y a otros
enemigos por venir. La regimentación se extiende al resto de la sociedad y se
solicita la conversión de los ciudadanos en soldados de los Estados en lucha.
Los mecanismos de control y vigilancia tan comunes en cárceles y hospitales,
salen a las calles, las avenidas, los centros comerciales, las carreteras y los
aeropuertos. Todos se vuelven sospechosos, mientras en algunas latitudes el
Estado se confunde con la delincuencia organizada y el hampa […] La faceta
represiva de los Estados modernos sale a relucir en momentos excepcionales,
como cuando se suprimen las garantías constitucionales, se implanta el estado
de sitio y se militariza la sociedad y la vida entera. Aquí todo el mundo
padece y sufre las implicaciones de la barbarie política elevada a razón de
Estado. Es la política del Estado de excepción extendida y difundida, que ahora
se vuelve más cotidiana y común de lo esperado y lo anhelado”.
Bueno
bien, en los Estados Modernos y en particular, en tiempos de guerra o de
violencia, los instrumentos técnicos se ponen al servicio de las autoridades y
el Gobierno. Así que, el uso de los microchips, las cámaras de video y los
aparatos de rastreo se realizan indistintamente para combatir al enemigo
interior o exterior. Los mecanismos tecnológicos de los Estados Modernos, se
amplifican en aras de combatir la delincuencia organizada, el terrorismo o el
narcotráfico. Esta medida de control social se revierte contra los ciudadanos a
quienes dice defender y terminan violando los Derechos Humanos, las libertades
y la dignidad de la vida de las personas. Aquí se viola lo que dijo Vassili
Grossman: “La vida puede definirse como
libertad”.
Así
que, una formación integral y universal, las inclinaciones naturales se van
decantando para un desarrollo de las posibilidades y potencialidades de cada
persona. Una sociedad militarizada, en cambio, está cargada de violencia y de
coacción. Se exige a los integrantes convertirse en soldados-ciudadanos, donde
la relación de mando, obediencia y autoridad que desciende desde las cúpulas,
es abrumadora. La sociedad se va regimentando y se convierte en un cuerpo, en
un todo único, en una exaltación máxima de la marcialidad y de la ritualidad. A
manera de ejemplo, el desfile militar ofrece un congelamiento y una parada del
orden social. (DaMatta, Roberto. 2002)
La
individualidad y la libre elección resultan inexistentes y se actúa y se vive
para el común. Las relaciones sociales están dadas por la belicosidad, por el
trato de enemistad y hostilidad a quienes no participan del espíritu de cuerpo.
Es por eso explicable que los espartanos practicasen la exclusión social y que
siglos después los nazis pretendiesen alcanzar la perfección racial y física,
experimentando con el comportamiento humano. “DaMatta, Roberto (2002). "Carnavales, desfiles y
procesiones", Istor, año
2, núm. 9, verano, pp. 30-54).
En
última instancia, la biopolítica reflexiona sobre los mecanismos de control y
dominio, que se ejercen tanto en un sistema democrático, autoritario o
totalitario. Bien que vallan dirigidos al cuerpo o al alma de los individuos,
bien a las almas, los espíritus o las ideologías de los individuos, para que el
Sistema y el Estado funcionen. De ahí la universalización de los derechos
humanos y las libertades condicionan las concepciones, las prácticas y métodos
excluyentes, racistas y discriminatorias. En un Sistema democrático se le
reconoce a cada cual la existencia digna, más allá de la apariencia física;
como también las libertades y la seguridad personal. El consenso social y su
reproducción en los medios de comunicación de masas, son indispensables para
evitar el caos y la ruptura del orden social establecido. En un gobierno
autoritario o en guerra los métodos de control y dominación se expresan de
diferentes formas. Las torturas, las delaciones, el miedo, las ejecuciones
individuales o masivas, son fundamentales para la perpetuación del régimen.
Por
tanto, los teóricos de la economía bélica perciben el problema de la guerra
desde diversos puntos de vista, pero exaltan que en tiempos de guerra los
gobiernos niegan los derechos y las libertades fundamentales, y exaltan los
valores y la violencia del Estado que posibilite el statu quo y el ejercicio
del poder. Una ideología totalitaria o autoritaria desea individuos
disciplinados y mentalizados para la acción social, como un comportamiento
público predecible y controlable. De otra parte, el punto de vista individual
se somete al a la ideología del partido o del Estado y, así obtienen sociedades
ideologizadas aglutinadas y movilizantes, que responden al ejercicio del poder.
De ahí que afirmar y legitimar la libertad civil por encima de cualquier
instrumento de control y dominación que atente contra los Derechos Humanos y la
dignidad del ser humano, se convierten en herramientas del Estado de Derecho y
el Sistema democrático. Que contribuyen a revertir las tendencias
antidemocráticas y autoritarias, que se exaltan hoy en día. Como expresa José
Luis Tejada en “Biopolítica, control y
dominación”, Espiral (Guadalajara), vol. 18 No. 52, 2011:
“Una
opción democrática avanzada buscaría que los controles se reduzcan a lo
indispensable para que la sociedad y el mundo funcionen […] Sin sistemas de
dominación que nos hacen ver la presencia abrumadora de la biopolítica como
incidencia e intromisión del poder sobre la vida humana”.
Jünger
se pregunta: “¿estamos asistiendo a la inauguración de un espectáculo en el que
la vida sale a escena como voluntad de poder y nada más?”. En un mundo como
éste no vale mirar a los cielos estrellados, ni al entorno que nos rodea, ni el
interior de sí mismos, ya que el valor de la existencia es una prolongación de
los instrumentos técnicos. Entonces, ¿qué caracteriza a los actores de nuestro
tiempo? Que llevan a cabo “la nivelación de los viejos cultos, la esterilidad
de las culturas, la mezquina mediocridad”.23 Los instrumentos técnicos
son una nueva expresión del Espíritu de la Época; una expresión que ocupa un
lugar avanzado en la existencia, pero sus valores no han llegado del todo. Esta
mutación se percibe diáfana y evidente en la civilización occidental reciente,
con el paso del “logos” clásico al “logos” del artificio. Observamos como el
Espíritu de la Época, lo configura en una multiplicidad de “figuras”: la
aniquilación del valor, la simplificación, la superficialización del mundo y de
la vida, la destrucción del oído interior que capta las grandes composiciones
musicales, la relevancia de los éxitos políticos y económicos que aceleran el
consumo y favorecen la exaltación de la técnica y la lengua de la civilización
actual, el kitsch, la Cultura del espectáculo; todos, absolutamente todos, se sobreponen
a la pulcritud espiritual y al pensar, que beben de las fuentes de la cultura. Estas transformaciones en el orden de
la existencia, no son ajenas a la conversión del cuerpo en objeto ni a la
economía bélica ni a la ligazón entre los instrumentos técnicos y la nueva
voluntad de poder.
En éste punto del desarrollo, Jünger nos
recuerda que se ha llegado a una concepción nueva del poder, a unas
concentraciones de poder inmediatas, vigorosas. Para poder plantarles cara se
necesita una concepción nueva de la libertad, una concepción que no tiene nada
que ver con los desvaídos conceptos que hoy van asociados a esa palabra.24
En una época como la nuestra, la libertad, la democracia, la justicia, la
seguridad, se esgrimen como instrumentos de dominio y de guerra; la palabra
libertad necesita recuperar su verdadero sentido. La palabra libertad expresa
algo temporalmente necesario, más cuando en una época de lazos comunitarios
disueltos, “la libertad empieza a ser ruinosa para el talento y acusa signos de
esterilidad”. Se necesita que la libertad recobre el brillo que le es propio y
el significado propicio. De ahí que la conquista de la libertad ha sido siempre
algo estimulante para los requerimientos morales o espirituales del hombre.
“Tiene tanta fuerza el poder de la libertad
que nos es suficiente soñar con ella”- al decir de Jünger.
En
el mismo orden Albert Camus escribió un artículo en defensa de la libertad de
expresión para Le soir républicaine
en 1939, cuando las elites políticas y periodísticas se disponían a entregar al
III Reich la República de Francia. Aborda un alegato por la libertad de prensa
y aboga por la libertad del periodista de informar en tiempos de guerra.
Sostuvo el derecho de cada ciudadano a elevarse sobre las colectividades para
construir su propia libertad, y estableció cuatro principios para el periodismo
libre: la lucidez, la desobediencia, la ironía y la obstinación.
Pensaba que, sin libertad de expresión en tiempos de guerra, no se puede ganar
una conflagración. Que la libertad individual ha de prevalecer “ante la guerra y sus servidumbres”. ¿Por
qué es importante la lucidez en el periodismo libre? Porque “supone la
resistencia a los mecanismos del odio de la ira y el culto a la fatalidad”.
Pensaba que un periodista “no publica nada que pueda excitar el odio o provocar
desesperanza. Todo eso está en su poder”. Que “frente a la marea de la
estupidez, es necesario también oponer alguna desobediencia”. Además, “todas
las presiones del mundo no harán que un espíritu un poco limpio acepte ser
deshonesto. Todo periodista ha de servir a la verdad en la medida humana de sus
fuerzas; rechazar lo que ninguna fuerza le podría hacer aceptar: servir a la
mentira”. En momentos de guerra o de violencia generalizada, la ironía es un
arma arrojadiza al rostro de los poderosos. “Completa a la rebeldía en el
sentido de que permite no solo rechazar lo que es falso, sino decir a menudo lo
que es cierto”. De ahí que el periodista ha de tener “un mínimo de obstinación
para superar los obstáculos que más desaniman; la constancia en la tontería, la
abulia organizada, la estupidez agresiva”.
Asimismo,
Thomas Mann en Doktor Faustus dice,
que la libertad significa subjetividad y llega un día en que su virtud se
agota; llega el momento en que pone en duda la posibilidad de ser creadora por
sí misma y entonces busca seguridad y protección. Hay en la libertad una
tendencia a la inversión dialéctica. Pronto llega el momento en que la libertad
se reconoce a sí misma en la obligación, realiza su esencia en la sujeción a la
ley, a la regla, a la coacción, al sistema. Realizar su esencia significa que
no deja de ser libertad.25 En el mundo actual estar atento a la
defensa de la libertad, significa, un deber moral por los derechos y las oportunidades
de las personas. “Las corazas de los Leviatanes
tienen sus brechas propias”, y ya se empiezan a palpar pliegues que antes no se
percibían -por ejemplo, en el sector financiero, en los organismos
internacionales, en las políticas económicas de los Leviatanes, en el desmantelamiento del Estado de Bienestar,
etc. La ofensiva contra la libertad
individual no provine sólo de los que ejercen el poder en los escenarios
actuales, en los de la violencia y la guerra, sino, ante todo y, sobre todo, de
los poderes reales que están detrás de las cortinas. Poderes que tienen sus
máscaras propias, y están diluidos en los “Centros
de mando” del mundo global. En los momentos actuales no sólo se da una
ofensiva contra la libertad individual, sino también contra el bienestar
social, la enseñanza generalizada, y “el punto donde se torna evidente es aquel
donde nos vemos forzados a negar la libertad de investigación”. Por tanto, un
estado de guerra la única puerta que queja libre, es la del poder. Así, en
momentos de guerra o de tiranía lo primero que se conculca es la libertad –de
pensar, de locomoción, de asociación, de crítica, etc., - y en nombre de la
seguridad se doméstica y se diluye en el huero concepto de sí misma.
La
inflexión de los tiempos actuales por la primacía de la técnica y su
repercusión en el arte de la guerra, perfilan el declive de las batallas
convencionales. La guerra propiamente dicha en la actualidad, se sitúa en el
umbral de las tecnologías y las comunicaciones globales. La mecánica armamentística
e industrial no se puede pensar sin las comunicaciones inmediatas y
simultáneas, sin las redes sociales y la Inteligencia Artificial, el Chat GPT,
la computación cuantitativa, que influyen en la naturaleza de los combatientes
y el escenario político mundial. El campo de batalla tradicional –dice Hanson–
ahora puede cartografiarse hasta el último detalle. Las fotografías aéreas y
las imágenes de vídeo actualizadas minuto a minuto hacen difíciles las
sorpresas. Los enemigos potenciales pueden calcular de antemano sus
probabilidades de victoria. Pueden descargar información pormenorizada sobre su
adversario de Internet. Los generales pueden hacer grabaciones directas de sus
preparativos para la batalla y calcular hasta cierto punto sus costes
potenciales.26
Somos
parte de una época en la que la vigilancia continua es una realidad. Va de la
vida privada a la profesional o pública. Además, la numerificación del ser
humano expresa la transformación del hombre sentimental, espiritual, sensitivo
y racional, en un ser objetivado que
responde a los requerimientos del poder, o de los instrumentos técnicos. Si
cada instante, cada día, cada hora, las vidas están vigiladas, ¿cómo podemos
neutralizar estos instrumentos técnicos que hacen de nuestra existencia meros
objetos o números? Desde la perspectiva técnica –dice Hanson-, inhibiendo las
conexiones por videos, destruyendo satélites o provocando cortocircuitos
eléctricos a gran escala, de una parte; de otra, pienso, permitiendo que el
hombre de carne y hueso tome a los instrumentos técnicos y les dé un giro en el
tiempo, para que cumplan la función social que les corresponde y se pongan al
servicio del hombre concreto.
Pensamos
que, por el cambio radical de la tecnología para la guerra, que se ha
experimentado en los últimos espacios de tiempo, en particular, por el avance
en las ciencias de la información y sus aplicaciones prácticas en los
frontispicios del siglo XXI, los principios de la guerra se han transformado.
En la historia militar los diseños y las nuevas armas para la guerra están
concatenados al avance de las tecnologías. De ahí que los cinco años que duró
la Segunda Guerra Mundial –dice Hanson–, el sonar, el radar, los misiles
balísticos pasaron de ser meras hipótesis en realidades mortíferas y de probada
eficacia en el campo de batalla.27 La tecnología no sólo cambia la
naturaleza de los combatientes y el escenario político mundial, sino también
las variables de las tácticas o las estrategias. Porque se está pasando del
escenario de las guerras convencionales, al de contra-insurgencias, vigilancia
y control, o de ganarse el corazón o la confianza de los nativos y de técnicas
de interrogación “astutas”, que respondan a la logística y al fin de ganar la
guerra. Estamos pasando, por supuesto, a otras formas de combate y en ese
escenario es importante la interrelación de variables para ganarle la partida a
la insurgencia, al narcotráfico, o al terrorismo internacional. Así que, la
guerra por el predominio de los lenguajes digitales y las imágenes en
movimiento, está pasando del campo de batalla y del enfrentamiento entre
combatientes, al ordenador, la ciencia de la computación y los algoritmos
matemáticos.
Deseo
resaltar que el conocimiento de las ciencias de la información y las técnicas
al uso, están alterando el rostro de la guerra. Los instrumentos técnicos para
la guerra pueden subvertir en cuestión de horas o de días el curso de una
batalla, o la política de un país, o el destino de millones de seres humanos.
Aunque no son las únicas variables que participan en el triunfo o derrota en
una guerra, sino que, se convierten en decisivas para alcanzar las estrategias
políticas o militares del combate. Nos preguntamos, “¿hay algo en la tecnología
militar del siglo XXI, tanto en su letalidad como en su vertiginosa expansión,
que haya alterado por completo el rostro de la guerra?”. Creo que en el
“núcleo” del movimiento de las guerras modernas, existen dos factores
fundamentales, el que tiene que ver con los ciclos continuos de
desafío-respuesta al desarrollo de las armas; y el otro, el mundo global de las
comunicaciones instantáneas. En los asuntos militares los cambios del “logos” humano se aplica cada vez más a
la inteligencia artificial e informática, y a la globalización que incide en el
comportamiento bélico. Es decir, la revolución en los asuntos militares, no se
pueden des concatenar de las revoluciones de las comunicaciones instantáneas e
inmediatas. El paso del “logos” clásico
al “logos” artificial se representa
en los instrumentos bélicos para la guerra. De su lectura e interpretación
depende comprender la cultura de la
que somos parte. De ahí que, todo conflicto bélico en la actualidad hay que
percibirlo en su cultura.
Pero
existen estudiosos de la historia militar como Frederick W. Kagan, Max Boot o
Víctor David Hanson, que piensan que los avances tecnológicos modernos en
comunicaciones por satélite, informática y nano-ciencia no han alterado de
forma significativa la naturaleza de la guerra. Piensan que existen unos
presupuestos materiales, psicológicos, espirituales, morales, históricos, etc.,
–el elemento personal e irracional–, que permanecen en el decurso de los
conflictos bélicos, y algunas veces son más importantes que la tecnología punta
para la guerra. Es decir, todas las guerras son cíclicas; la diferencia está en
las variantes que las configuran. Se convierten en factores recurrentes en el
espacio y el tiempo, y se encuentran presente en la literatura del griego
Antiguo, el Medioevo, y la Época Moderna. La guerra no sólo se reduce al
derramamiento de sangre –dicen–, sino que toda guerra esconde casi siempre un
propósito político. Bott señala que los triunfos militares modernos dependen
menos de la fuerza que de la capacidad de las naciones para ser
“intelectualmente curiosas y tecnológicamente innovadoras”. Dice Hanson, la
clave del éxito no reside sólo en disponer de armas avanzadas capaces de
sustituir a los efectivos, sino en saber utilizar las tecnologías más punteras
en el contexto estratégico adecuado.28
En
un mundo global e interconectado en Red,
pienso al contrario de Kagan, Boot o Hanson, que el nuevo modelo de guerra está
determinado en su mayor parte, por las tecnologías de la información rápida y
simultánea, la Informática y la Inteligencia Artificial; la revolución de la
información, el teléfono móvil y los mensajes de texto, el uso de Internet y la
televisión por satélite, son fundamentales en los conflictos bélicos modernos.
Aunque no determinen el final de un conflicto, pero sí influyen de manera
importante en la pérdida o el triunfo de una guerra. Así pues, hay que ver las
guerras modernas en el ámbito de su “cultura”,
y la que determina el tiempo actual, es, la del Titán y el titanismo, del
técnico y los instrumentos bélicos. Por eso, asistimos sorprendidos y
anonadados, al paso del “logos”
espiritual, infinito, insondable, contradictorio y ambiguo, al “logos” material, artificial, gráfico,
numérico y abstracto. A uno le corresponde el tiempo mítico, ritual, de
recurrencia temporal o circular; al otro, el tiempo abstracto, mecanizado, lineal
y plano. En este orden, ¿estamos asistiendo no sólo a unas inflexiones
tecnológicas, sino también históricas y temporales? ¿está el ser humano
capacitado para leer e interpretar las lenguas del dios Polemos y las fraguas de Vulcano?
O, tal vez tenga razón Jünger cuando dice que, “ya sería hora que los dioses
salgan alguna vez de su reserva”.
Por
último, aunque la literatura del griego Antiguo, de Homero, Hesíodo, Tucídedes,
exalten la guerra como un mal necesario y recurran al mito y la configuración
de la ciudades-Estado, y luego la Edad Media le dé un carácter divino, y la
Edad Moderna un carácter secular –poder, riquezas, domino, técnica, ciencia,
política, etc. La consciencia que se tiene es la representación de lo
antinatural, absurdo, abominable, que atenta contra el verdadero sentido de
humanidad. De ahí que la teoría de la cultura, la antropología, la historia de
las ideas políticas, la filosofía, representadas por profesores, estudiantes,
activistas cívicos, académicos, trabajadores sociales, profesionales de la
medicina, la biología, escritores, periodistas, poetas, pintores, dramaturgos y
políticos occidentales, y la sociedad civil en su conjunto, tengan la
convicción que las batallas son algo retrógrado y primitivo.
Entonces,
¿qué es lo que está en juego en un mundo como el nuestro? ¿quién puede afirmar
que la defensa del Sistema, del capital financiero internacional, de las
empresas transnacionales, del poder político, compensan el dolor humano causado
por la violencia, la guerra, el hambre, o por la muerte de un niño en medio de
una conflagración? Además, ¿qué le queda al ser humano en un estado de
postración espiritual y físico como éste? Hay que empezar avanzar en las
tinieblas, un poco a ciegas, porque los espejismos de los instrumentos técnicos
y las armas son tan fuertes, que no dejan vislumbrar otra salida que el dolor o
la muerte. Por lo demás, hay que perseverar y optar por otros caminos que aún
por un instante, desvelen el rostro de la jovialidad. Éste no es otro que el
rostro de Dios transfigurado en el del hombre.
Las
personas que se alían criminalmente con la técnica, ignoran que “un mundo sin
amor, es un mundo muerto”. El lenguaje del amor se pierde cuando no se lo
ejercita. De ahí que, en el juego natural de los egoísmos, los sufrimientos y
el dolor, graven más en el corazón de los hombres el entendimiento de la
injusticia. Porque en un estado de postración espiritual y sensitivo como éste,
cae como una angustia sorda sobre el hombre desprotegido y solo, el insaciable
deseo de la carnicería. Ese tipo de ralea está poseída por el furor del crimen
y no puede hacer otra cosa. Creen aceptar como buenos los principios y los
actos que los originan. En los lugares de sudarios y de despropósitos humanos,
juegan a ver quién mata más. No les importa la Vida, les importa el asesinato,
su naturaleza descarnada, abominable y sufriente. De ahí que algunos “no tengan
vergüenza, que no se mueran de vergüenza de haber sido, aunque desde lejos y
aunque con buena voluntad, un asesino también”. Y, nos damos cuenta que, en la
guerra, o en un estado de violencia generalizada, existen individuos que “no
son capaz de abstenerse de matar o dejar de matar, porque está dentro de la
lógica en que viven”. Y, en la vida civil tienen la desfachatez de ponerse la máscara
de ciudadanos de “bien”. Además, “en los sitios donde domina la canalla se
notará que esta práctica la infamia más allá de lo necesario e incluso contra
las reglas del arte de la política”. Por esto, en el mundo nuestro no se tiene
afición por los santos ni por el heroísmo, sino por el hombre de carne y hueso,
por el afligido.
Entonces,
¿cuál es el gran sufrimiento de nuestra época? La soledad, el sentimiento de
destierro, de exilio, de desprotección, de desolación, de miedo, de debilidad,
de dolor y de muerte. En un estado de excitación violenta siempre se observa
una atmósfera espesa y nauseabunda planear sobre las veredas, los pueblos y las
ciudades. Ahora bien, ¿qué buscan los que planean las guerras o la violencia
cotidiana? Naturalmente, que todo, absolutamente todo, se perciba con los
cristales de la desgracia, la confusión, los lamentos o el sufrimiento. Y
justamente por eso, el desastre de la guerra se convierte en hábito, porque el
hábito del desastre es peor que el desastre mismo. Y, desean borrar la memoria
y la esperanza de los seres humanos, porque quieren instalarnos en la monotonía
del presente. Para que en el fondo del corazón de los hombres prime, “esa
indiferencia distraída que se supone en los combatientes de las grandes guerras
–nos recuerda Albert Camus-, agotados por el esfuerzo, pendientes sólo de no
desfallecer de su deber cotidiano, sin esperar ni la operación decisiva ni el
día del armisticio”.
Entonces,
¿podemos amar ésta Creación donde los
pueblos son bombardeados o gaseados? ¿podemos amar ésta Creación donde los niños pasan hambre o son torturados hasta la
muerte? ¿podemos amar ésta Creación
donde una mujer es empujada a prostituirse sólo por dar de comer a sus hijos?
¿podemos amar esta Creación donde
cientos de personas son desplazadas y obligadas por la fuerza a dejar su tierra
natal? Un mundo como éste es una blasfemia. Pero, es el único mundo posible
donde podemos vivir; hay que ver el otro lado de la Vida, porque en medio del
sufrimiento, el dolor o la muerte, abunda la Gracia. Sabemos que en la Creación
abunda el dolor y el mal, pero estamos juntos en este mundo para combatirlo y
sufrirlo. En este estado se hace indispensable la Revelación y la Redención
cósmica –la Shekinah: que según
las categorías místicas acaba por unir las imágenes primordiales del mundo, el
hombre y Dios. De modo que la captación del sentido último del ser coincida con
las capas más profundas de la consciencia religiosa. Dado que lo
“exclusivamente judío” se transfigura en la verdad que rescata el mundo. Como
dijo Franz Rosenzweig: “En la más profunda estrechez del corazón judío brilla
la Estrella de la Redención”. Así, la
vida como Don divino hay que defenderla con tenacidad, tesón, valentía, ya que
en unos ojos tiernos se disuelve el dolor, la tortura y el miedo.
En
el mismo orden existen otras herramientas, la Palabra y la Razón, o la
intuición, para evitar o acabar con un conflicto bélico. El ser humano cuenta
con el don de la Palabra y de la
reflexión para llegar a acuerdos que interrumpan por un lapso de tiempo, el
derramamiento de sangre. Ya que cuando se sueltan “los perros de la guerra” no
hay poder humano que sacie la insaciabilidad de su deseo. Hay que tener en
cuenta que la guerra expresa la degradación absoluta del ser humano, a través
del egoísmo, la tortura, la venganza, el derramamiento de sangre, o el poder de
la muerte. Nunca hay que olvidar que una mirada donde se lee tanta bondad, será
siempre más fuerte que la muerte. Los sentimientos humanos son más fuertes que
el miedo a la muerte entre torturas. Ahí están los Desastres de la guerra de Goya, que expresan el estudio profundo de
la naturaleza humana y sus problemas recurrentes, intemporales, sin resolver,
como es el de la guerra. Goya percibe el Mal absoluto, que afecta a la
Naturaleza, como inmanente al mecanismo natural, al Tiempo, y su configuración
en la vida del ser humano. Hörderlin tiene razón cuando en uno de sus poemas
describe los padecimientos del hombre amigo de las Musas, y se pregunta: “¿Para
qué poetas en tiempos de indigencia?”
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