domingo, 2 de junio de 2013

EL CONFLICTO ARMADO EN COLOMBIA: el tiempo historico en la imagen de la redención.




<<Sumergido en el sueño, el colectivo no conoce historia. Para él, el curso del acontecer fluye como lo-mismo-siempre-nuevo. Porque la sensación de lo más nuevo, de lo que es más moderno, se revela sin duda como la forma del acontecer y eterno retorno de lo mismo>>.
                                                                                  Walter Benjamín 
                            
                                                                                                    


  Antonio Mercado Flórez



   La necesidad de enfrentarnos a un mundo en transformación implica que nos hagamos preguntas sobre el acontecer de la <<historia>> y del <<presente>>. Se trata que el objeto de la historia supere la visión de las <<representaciones del devenir como trayectoria ascendente a lo mejor>> y la <<visión racionalista de la historia>>. Asimismo tomar como objeto de indagación lo que éstas han dejado a la vera del camino como harapos, ripios, escombros de la historia. Esto se convierte en algo imprescindible para la indagación del sentido discontinuo de ésta. Por eso, es necesario cambiar el grupo contado de hilos que representan la trama de un pasado en el tejido del presente. Se trata de superar el nexo causal, para recuperar los hilos que se han perdido en el transcurso del siglo XX y que el actual decurso de la historia los devuelva al tejido del presente. Se trata que el relato de la historia cambie los cristales y los umbrales desde donde se han tejido los hilos de la <<Historia de Colombia>>. Porque cambiar la visión historiográfica y su decurso continuo significa trastocar la historia de nuestros actores políticos. Porque ellos creen que la <<Historia de Colombia>> debe verse como un canon preestablecido, sagrado e intocable.

   El acontecer del decurso histórico y la capacidad reflexiva para hacerlos presente prueba la verdad de toda acción contemporánea. El objeto de la historia, por así decir, no lo estructura el <<tiempo>> ni los <<grandes personajes>>, sino las imágenes lingüísticas. La historia es un constructo lingüístico. El pasado tal y como ahora lo conocemos es, en su mayor parte, una construcción verbal. La historia es un acto verbal, un uso selectivo de los tiempos pasados. Por eso, los gobiernos totalitarios o las democracias populistas, desean que el pasado se convierta en un espacio en blanco. Porque es en el lenguaje donde el momento prehistórico del pasado se arroja a los brazos de un nuevo despertar. Es el recuerdo y la memoria, -dice Walter Benjamín-los que permiten que rompamos con la actualidad que nos repugna, y detener su avance catastrófico.
 
 Además, insiste Benjamín: <<La imagen dialéctica es aquella forma del objeto histórico. Es el fenómeno originario de la historia>>. Lo cual significa, que las imágenes de lo antiguo se ofrecen al <<presente>> buscando, inagotable, nuevas interpretaciones. Pero ante todo el objeto de la indagación discontinua de la historia, es la demolición del componente épico de ésta. Pero también hacer estallar la homogeneidad de la época. Así pues, no existen épocas homogéneas petrificadas en el tiempo existen imágenes lingüísticas del objeto histórico. En el terreno de la naturaleza o de la teoría del conocimiento, existe la verdad. En el de la historia, las literaturas o el arte, existen visiones sobre la verdad. Se trata entonces de desvelar la verdad de los acontecimientos históricos: provengan del <<statu quo>>, de los <<grupos guerrilleros>>, del <<paramilitarismo>> o del <<narcotráfico>>. Porque entre la percepción y la verdad se ha ubicado un discurso humano, que como espejo polvoriento y oscuro tergiversa la realidad de Colombia. Por eso, después de lo acaecido en el siglo XX, el pensamiento y la historia han de contribuir al reencantamiento de la sociedad colombiana.

    El dialogo es una frágil maravilla –dice George Steiner. Sabemos que en los frontispicios de los diálogos de paz entre las <<FARC>> y el <<Gobierno de Colombia>>. Se está configurando un <<orden nuevo>>. Porque la imagen que tenemos de la realidad y de la sociedad colombiana, es la imagen que han configurado los que ejercen el poder. Son los espejos gracias a los cuales ha nacido la imagen de un <<orden>> determinado. Asimismo, los gobernantes quieren asegurar su posición con sangre (policía), con astucia (moda), y con magia (boato). Pero también, rememorar el pasado en provecho de una actualización de lo acontecido, significa valerse de los escombros que el poder deja a la vera del camino, para hacer un <<punto de inflexión>> en la práctica política y la visión de la historia de los colombianos.

    Se trata que la historia discontinua renuncie a la <<visión racionalista de la historia>> y al <<historicismo>>, porque nos plantean la imagen eterna del pasado. Se trata de mostrar una experiencia única con éste. Deja a los demás que se desgasten con la puta <<Érase una vez>> en el burdel del historicismo y permanece dueño de tus fuerzas: bastante hombre para hacer saltar el continuo de la historia. Toda transformación histórica profunda, por así decir que tenga como consecuencia que también dominen otras clases, -que hasta ahora han estado excluidas del ejercicio del poder-, implica un cambio en las formas discursivas y las relaciones de fuerza, el sentido de la propiedad y su función social, los medios y los modos de comunicación. Se trata de poner toda la maquinaria jurídico-política y policial del Estado, al servicio de un nuevo <<orden>>.

    Del mismo modo que Proust comienza la historia de su vida con el despertar. Así toda exposición de la historia tiene que empezar con el despertar. El objeto de este ensayo es despertar del siglo XX. ¡Despierto cuando conozco! ¡Despertar! Del pasado mediante el presente. Algo que sólo puede suceder despertando un saber o una experiencia que aún no es consciente de lo que ha sido. En una sociedad en conflicto como la colombiana ¡Despertar! Sólo se pude dar en las esferas de los movimientos del pensamiento y del dialogo. Se verá entonces que la sociedad sueña desde hace mucho con algo de lo que sólo tiene que cobrar conciencia para poseerlo en realidad.

    Preguntamos, ¿cuál es la tarea del pensador, del filósofo, del historiador, del artista o del poeta en el conflicto colombiano? Ser como el sepulturero, enterrar lo <<fastuoso>>, el <<patrimonio>>, lo ilusorio de la historia y del conocimiento. Pero también desenterrar los despojos, lo incoherente y accidental. Se necesita un <<punto de inflexión>> para que los desechos de la historia se conviertan en algo iluminativo y lleno de sentido. Entonces, podemos reunir en la angostura de un instante el pasado de los sueños y el futuro de una espera. Así pues, la actualidad es el vestido con el que una vez se cubrió el pasado en momentos y circunstancias determinadas. Se trata de desandar lo andado, para remontarnos al poder del mito y de la sangre, y así superarlos con las reflexiones del pensamiento y el lenguaje. O,  en otras palabras, edificar el presente sobre los escombros de lo anterior, que no es más que el cimiento de la época futura. Es lo que aquí se debe hacer con el suelo del siglo XX de los colombianos.

    En una sociedad en conflicto como la colombiana. Se trata de reescribir la historia desde los fenómenos olvidados, subsumidos o silenciados, por las <<grandes racionalizaciones>> del poder y del saber. Para que recobren como un relampaguear la actualización de lo acaecido: <<el ahora de la cognoscibilidad>>. Es desde el <<presente>> donde los escombros de la historia –los desplazados, los secuestrados, los asesinados, los exiliados,  los expropiados, los amenazados, etc.-, adquieren su figura, utilizándola. Se trata de <<construir>> a partir de lo <<destruido>>. Es el motón de escombros que la historia deja tras de sí, lo que posibilita la <<construcción>> de su existencia en el presente.
  
Mirar con los ojos de la melancolía y la alegoría las imágenes del pasado, en esto consiste la visión discontinua de la historia. La rememoración y la escritura de ésta, no estará determinada por la visión y el botín de los vencedores. Sino que estará dirigida a los que la historia ha dejado a la vera del camino: los sufrientes y vencidos. Entonces, podremos superar la dicotomía histórico-cultural, que presenta de un lado, la parte <<positiva>>, <<viva>>, <<preñada de futuro>>; y, de otra, la <<negativa>>, <<atrasada>>, <<inútil>>, <<desplazada>> y <<muerta>>. Desde el horizonte mesiánico significa reencantar el mundo de nuestros mayores. Para hacerle frente a la actualidad que nos repugna, y detener su avance catastrófico: frente al dominio universal de la decadencia y el nihilismo. La tarea del historiador: restaurar los portillos de la historia desde las condiciones de la experiencia contemporánea.

   Para poder alcanzar la paz se trata de ubicar el <<dialogo>> y la <<verdad>> en la morada del lenguaje. Lo cual significa, poder superar las <<falsas salvaciones>> que provienen del <<statu quo>> o de los <<grupos guerrilleros>>, de las <<Bacrim>> o del <<Narcotráfico>>. Se trata de poder leer en la vida y las formas perdidas y aparentemente secundarias del pasado, la vida y las formas de hoy. Para alcanzar la paz hay que ubicar el decurso histórico y la actualidad en el umbral de que no hay <<vencedores>> ni <<vencidos>>. Tampoco fenómenos que se celebren como <<patrimonio>>. Sino un <<dialogo>> que intenta poner a salvo los fenómenos, con el riesgo de que sólo lo consiga mediante fragmentos o ruinas. Estos escombros que el decurso histórico deja tras de sí son de vital importancia política. Porque podemos iluminar la situación de la clase dirigente, en el instante en que empieza a mostrar los primeros signos de decadencia. Pero también la barbarie de los generadores de violencia: el Estado, la guerrilla, los neo-paramilitares, el narcotráfico y los grupos delincuenciales – “Los Rastrojos”, “Los Paisas”, “Los Urabeños”, “Las Águilas Negras”, etc.

   Se trata de iluminar el siglo XX mediante el presente, y develar desde el <<presente>> lo que oculta el continuo de la historia. Así podemos percibir que los fenómenos, sus harapos  o desechos, no es necesario inventariarlos: sino dejarles alcanzar su derecho de la única manera posible: empleándolos. Este ensayo invita a escuchar la tradición, la memoria y el recuerdo, no para quedarse anclado en el pasado. Sino para que los escombros que el devenir deja tras de sí posibiliten comprender el presente. Así pues, el propósito de la paz en Colombia debe estar en la perspectiva de restaurar los escombros, y hacer consciente una experiencia de la historia. Una experiencia que permita confrontar los dolores y los sufrimientos que se han infligido a la sociedad. Es decir, confrontar el peso que acarrea la experiencia histórica de la violencia, el dolor y el miedo, que la guerra deja al borde del camino. Porque en Colombia todavía existen personas que son capaces de ver las perdidas.

   Las reflexiones de Walter Benjamín, en el <<Libro de los pasajes>> y en <<El Sentido de la historia>>, exponen que la barbarie se oculta en el propio concepto de cultura. Que no hay ningún documento de cultura que no sea también documento de barbarie. Porque la apoteosis de la cultura como <<tesoros de valores>>, como <<patrimonio>>, confirma la tradición que es <<catástrofe>>. Se trata de mirar los fenómenos históricos desde el umbral de la discontinuidad y develar lo bárbaro que esconden tras su vestido. Preguntamos, ¿qué acontecerá en la arena de la historia de Colombia después de lo acecido en el siglo XX? Si el siglo XX fue el del triunfo de la sinrazón y la derrota del hombre, se hace evidente el triunfo de la barbarie sobre la civilización. Quizá en los frontispicios del Siglo XXI, se nos permita soñar nuevamente la noción de un presente que volvería a representar la misma <<intriga del ser>> de la que habla Emmanuel Lévinas, instando al pensador a hacerse cargo de las esperanzas y las penas, el pasado y el porvenir.

   En un mundo desgarrado por la <<sin razón>> y la <<animalidad política>>, recae sobre el pensador una gran responsabilidad moral. Porque de las ruinas del pasado y los portillos de la historia, debe hacer brotar el fruto de la vida y la esperanza. Debe ser capaz mediante un gesto, darle la vuelta hacia afuera al forro del tiempo. Por lo cual, ofrecer a los hombres como un presente divino, el abismo de la trascendencia. Y, a la vez remontar el devenir del tiempo y de la historia, para ofrecerles la Redención. Y, así poder componer los portillos de la historia y de la vida, desde el horizonte mesiánico: de la justicia, la paz, la libertad y la verdad.

   En este orden de ideas la tarea de todos los colombianos es ayudar a la reparación de la sociedad. Porque la historia no sólo es una ciencia, sino a la vez una forma de rememoración. Lo que la ciencia ha <<establecido>>, puede modificarlo la rememoración. Porque son el recuerdo y la memoria, los que permiten que rompamos con la <<actualidad>> que nos repugna, y detener su avance catastrófico. Así que, toda rememoración nos pone en el camino de las imágenes fragmentadas en el tiempo. Pero también en el horizonte de la convicción de que toda verdad tiene su morada en el lenguaje. Por los escombros y los ripios que la historia ha dejado a la vera del camino, podemos afirmar que el diálogo es una necesidad psicológica y moral en la sociedad colombiana. Así se comprenderá el zócalo de la historia reciente de Colombia: despertar, rememorar, la verdad de lo acaecido, el perdón entre los colombianos y el reconocimiento de las víctimas.   

     Porque en nombre de la <<Patria>>, de la <<Nación>>, de la <<ideología>> o de <<Intereses Espurios>> políticos o sociales, algunos desean sembrar el dolor, el miedo, el sufrimiento, la sangre y las potencias de la muerte, en nuestras veredas, nuestros pueblos y ciudades. Por eso, poner en marcha una agresión para frenar una agresión, combatir una situación ilegal con otra de dudosa ilegalidad, casi siempre termina en autoritarismo o una figura del totalitarismo. Además, valerse del terrorismo o de la violencia como bandera política, no sólo es un acto de irresponsabilidad política, sino de insulto a las víctimas del terror. Sólo se alcanzan éxitos contra el terrorismo y la violencia, si se afirman nuestros derechos y libertades fundamentales: el Derecho Internacional, incluidos los derechos humanos y el Estado de Derecho.

   Así desde la perspectiva del sentido histórico: nada de lo que alguna vez tuvo lugar está perdido en la historia. Sólo a la humanidad redimida le corresponde plenamente su pasado. Para que haya verdadera paz en Colombia, se hace necesario restaurar el mundo del torturado, del desplazado, del sufriente, del expulsado de su tierra, del exiliado, de los vencidos o los muertos. Para que así el diálogo y el derecho de las victimas recobren su valor. Y, posibiliten que su pasado sea <<citable en su integridad>>. Ya que <<cada uno de los instantes que ha vivido se convierte, en “una cita al orden del día”, y ese día precisamente>>, es el de la Redención. Es necesario desde los escombros y las imágenes del lenguaje, evocar la reparación del mundo y de la sociedad de los colombianos. Para ser capaces de dar el <<salto>>, y redimir del horror y la barbarie a las víctimas de la dinámica del conflicto.

   Sabemos que la historia reciente de Colombia ha dejado tras de sí un montón de ruinas materiales y humanas. De ahí que es necesario reconstruir las nociones de mundo e historia, hombre y saber, hombre y experiencia. Porque después de lo que ocurrió en el transcurso del siglo XX, esta tarea se convierte en algo traumático psicológica y moralmente para el pensador. En <<Minima Moralia>>, Th. W. Adorno reflexiona sobre <<el salto en la barbarie>>. Donde expresa que la lógica de la historia es tan destructiva como los hombres que procrea. Porque en los frontispicios del siglo XXI, se hace necesario escribir la historia de Colombia desde el punto de vista de los vencidos. Para que la escritura y la indagación histórica se hagan cargo de lo que se ha quedado en el borde del camino. Pero también de los desechos y rincones sombríos que han escapado al pensamiento. Hacerse cargo de lo que la sociedad oculta, se convierte en objeto del historiador. Para poder <<construir>> hay que derribar y apartar los escombros que obstaculizan la experiencia y el saber.

   En esta alta civilización técnica, de masas y de despropósitos humanos. Donde el movimiento se hace cada vez más preciso y a la vez gira sin fin. Se da el enfrentamiento entre la luz y las tinieblas. En el primer caso, el de la luz, el camino va ascendiendo hacia los reinos que están en las alturas, donde moran los dioses y las musas; en el segundo caso, el de las tinieblas, el camino desciende hacia los hondones de esclavos y los mataderos, donde unos hombres primitivos se asocian criminalmente con la técnica. En este último caso no hay destino, lo único que hay son números. O bien poseer un destino propio o bien tener el valor de un número: esa es la disyuntiva que hoy nos viene impuesta a todos y a cada uno de nosotros, impuesta ciertamente a la fuerza; pero el decidirse por lo uno o por lo otro es algo que cada cual ha de hacer por sí mismo.

   Se hace necesaria en la sociedad colombiana, una historia que abra espacios de reflexión acerca de problemas que necesitan repensarse. Y, que no siempre resultan placenteros y gloriosos para algunas personas. Problemas que tienen que ver con la libertad y el Estado, el orden jurídico y la política, el hambre y la exclusión social, la falta de oportunidades y la dignidad humana,  la seguridad y el libre pensamiento, las ideologías y los partidos políticos, el atentado político y la amenaza, el miedo y la desesperanza, la tenencia de la tierra y la función social de la propiedad, etc. La paz como la lengua, no es un estado, sino una energía en perpetuo movimiento. Por eso, la democracia y la paz son frágiles como un niño recién nacido. De ahí que haya que cuidarlas para que sus enemigos no atenten contra ellas.

   El <<dialogo>> de paz del Gobierno con las FARC debe ser un <<punto de inflexión>>, para no volver a cometer los errores del pasado. Como dice Arthur Schlesinger Jr., en un hermoso texto que titula <<Historia y estupidez nacional>>: <<Las concepciones del pasado están muy lejos de ser estables. Las revisamos continuamente a la luz de las urgencias del presente. La historia no es un libro serrado o un veredicto final. Siempre está en proceso de hacerse. Dejad que los historiadores prosigan la búsqueda del conocimiento, por equívoca o problemática que pueda ser. La fuerza de la historia en una sociedad libre es su capacidad para la autocorrección>>. Quizá sea precisamente la libertad y los derechos de los ciudadanos, de los sufrientes y vencidos del conflicto colombiano, lo que temen quienes les niegan esa capacidad de rectificar.