¿Qué configura el espíritu de la época
actual?
Madrid-España a 09/11/2025
“A los seres humanos que creen que, todavía
es posible una segunda oportunidad del hombre sobre la Tierra”.
Antonio
Mercado Flórez. Filósofo y Pensador.
En
las Reflexiones sobre la Historia Universal
–decía en el siglo XIX Jacob Burckhardt que, en vez de la Cultura, vuelve a estar sobre el tapete la existencia escueta. El
Estado volverá a asumir la alta tutela sobre la Cultura e incluso a orientarla de nuevo, en muchos aspectos, según
sus propios gustos. Y no está descartada la posibilidad de que ella misma le
pregunte al Estado cómo quiere que se oriente. Ante todo, habrá que recordarle
a la industria y al comercio, del modo más crudo y constante, que no son lo
fundamental en la vida del hombre.
La
crisis iniciada por una causa es soplada por el viento poderosísimo de muchas
otras causas, sin que ninguno de los coparticipes individuales pueda decir nada
acerca de la fuerza que en definitiva prevalecerá. Se adjudicará al Estado,
entre sus deberes sin cesar crecientes, todo aquello que se cree o se sospecha
que no hará por sí sola la sociedad. Tengo una premonición –dice en una carta a
su amigo Preen– que, aunque parezca insensatez, no puedo alejar de mi mente, es
que el Estado militar que se avecina va a convertirse en una gran fábrica.
Esta
premonición de Burckhardt se hizo realidad en los años de la Primera y Segunda Guerra
Mundial y, cómo los fascismos de Europa, de izquierda o de derecha,
implementaron políticas que arrasaron con la vida, la libertad, el espíritu y
la Cultura. En nuestros tiempos
observamos anonadados la reencarnación del fascismo, el autoritarismo, el
nacionalismo y el populismo, allende del Atlántico, y muchos países
periféricos.
La
disciplina, la uniformidad, se impone al toque de tambor y trompeta. Y la
crisis de la condición humana tocó fondo. Y los centros vitales de la cultura
occidental se degradaron y se respira en Europa y EE. UU, nuevamente la
atmósfera del viento fétido y oscuro de la discriminación, el racismo y la
segregación. No hay que olvidar que, “el mundo espiritual tiene su centro fijo
–afirmó Hermann Cohen-, que irradia en toda la extensión infinita de la cultura,
pero que los intereses de la cultura, sean cuales sean, nunca logran
desplazar”.
Después
de la Segunda Guerra Mundial, la revolución tecnológica y, de las
comunicaciones artificiales, traen una concepción nueva de la realidad y de la
existencia individual. Los valores heredados no responden a los requerimientos
de las nuevas generaciones embriagadas por los instrumentos técnicos y los
lenguajes digitales. Y se instaura poco a poco un “orden nuevo”, que responde
al entrelazamiento entre la técnica y la nueva voluntad de poder.
El
industrialismo automatizado, el mundo dinerario o, el mercado o, el
armamentismo, situados en el umbral de la economía inferior del ser humano,
tampoco son ajenos a los nuevos lenguajes digitales y a la Inteligencia
Artificial. Es de suponer que esto influyó de manera poderosa en la condición
natural del lenguaje y los movimientos del pensamiento. Porque si cambian los
medios y los modos de comunicación humana, cambia el sentido del mundo y la
vida en general.
Así
que, el ser humano se sitúa en un “orden nuevo” de coordenadas. Porque hay que
recordar que la realidad y el mundo, son un constructo lingüístico y de las
reflexiones del pensamiento. Así pues, todo lo que somos, hemos sido y seremos,
es pensamiento, sensibilidad, imaginación y lenguaje. Lo demás, ilusión óptica
y auditiva del entrecruzamiento de la técnica y la voluntad de poder.
Es
importante anotar que el Zeitgeist,
Espíritu del Tiempo y sus juicios, no percibe los profundos cambios que se
están dando en la naturaleza del hombre. Porque los sitúa sobre la cripta, en
la superficie de la bóveda de lo actual, del presenta-ahora. Preguntamos, ¿qué
es lo fundamental para el ser humano en esta época abstracta? Que la palabra
conserve la magia y su relación con lo luminoso o, las potencias del espíritu.
Y nos permita salir de los yermos espacios donde se ubican los sistemas
racionalistas y materialistas, que nos sujetan a la coacción de sus
dialécticas.
Así
que, en estados como éstos sabemos que los átomos de la palabra liberan una
libertad nueva, que cambia y a la vez conserva la naturaleza espiritual que le
corresponde. Por eso la custodia del lenguaje o, de la comunicación verbal, no
hay que dejarla en manos irresponsables. Pero a la vez, tener en cuenta, que la
primacía de los mass-media e Internet
-átomos, bits, microchips, etc.-, en las civilizaciones actuales. Posibilitó no
sólo otros medios y modos de comunicación, sino también de cognición y de
experiencia individual.
Pero,
cuando se manipulan al servicio de los poderosos, la vida toda, se ubica en el
umbral del ensimismamiento, la melancolía, ante la añoranza de lo fundamental.
De ahí que nuestras ensordecidas y grises vidas, puedan obtener de la cadencia
de la poesía, del lenguaje de la novela, las “formas” del arte, la veneración
o, los ritmos de la música; algo así como “un sentimiento del movimiento
interior y de la coherencia del ser individual y nuestras sociedades algo de la
perdida visión de una concordia humana”.
En
un estado como éste, nos preguntamos, ¿cómo es posible que lo novedoso y
exigente, lo que vale la pena decir, pensar o hacer, encuentre un auditorio
entre el estrépito de inflación verbal y auditiva de la civilización actual? George
Steiner piensa que, mediante la música, las artes y las ciencias exactas puede
llegar a una sintaxis común. Un ámbito donde los modos y los medios de
comunicación posibiliten un mundo más humano y vivible, un espacio donde se
transfigure una nueva Gramática de la
vida.
Así
que, por la prevalencia de la imagen gráfica en movimiento, las redes sociales,
“ya no se puede decir la verdad desnuda”. Ionesco, Hofmannsthal, Bühl, Kraus,
Beckett, pensaban que la palabra en el espacio de la técnica, la economía
dineral y la política, vive un rebajamiento fundamental. Que en el Canto del destierro Kurt Wolfskehl,
“proclamaba que la palabra verdadera, la lengua del espíritu vivo, había
muerto”. Y, Walter Benjamín, en De la
lengua de los hombres en particular, a la
lengua de los hombres en general, expresó: “Hemos caído en la charla
maligna”. George Steiner en El castillo
de Barba Azul, acotó que la animalidad política del siglo XX, la situación de
pos-humanidades y sub-humanidades en la que nos encontrábamos, posibilitaron la
“retirada de la palabra”.
Me
pregunto, ¿qué se respira en la cultura occidental contemporánea? Una especie
de malestar que invade los órganos del lenguaje y la consciencia individual, la
convivencia nacional e internacional. Un malestar mundial que se percibe en la
polarización de los Gobiernos y Estados. Supone pensar que la animalidad
política del siglo XX y principios del XXI, no es indiferente a los recursos
verbales, los medios y los modos de comunicación. Sino también a la situación
interna de las naciones y la relación de los sujetos internacionales. De ahí
que se desgarró la membrana lingüística del hombre, es decir, la comunicación
como soporte para una discusión crítica de la vida, la política y la sociedad.
Preguntamos,
¿está la condición del lenguaje en tela de juicio? ¿está perdiendo la palabra
algo de la energía viva del genio colectivo? ¿por qué el idioma no expresa la
crisis general; lo precario y vulnerable del acto comunicativo? Porque la
naturaleza social y convencional del habla, se está sustituyendo a marcha
forzada por un código común de significaciones superficiales. Esto trae consigo
la disolución del “Yo” concreto, una
concepción diferente de la muerte y la esperanza, la amistad y el amor, la libertad
y la confianza en sí mismo, la política y la sociedad.
Por
eso los cambios no han de verse sólo en la superficie del Zeitgeist, del Espíritu del Tiempo; también en los contenidos espirituales
del poder estático, en la estructura sustancial. De ahí su incidencia en la
naturaleza del ser. Porque en el fondo de la retórica política, del confort
técnico, la imagen “pictórica” en
movimiento, fluyen las corrientes ontológicas y epistemológicas del mundo
contemporáneo. En ello hay la necesidad que el hombre salga de las esferas de
las abstracciones, las funciones, los sistemas, el consumo o, las divisiones
del trabajo.
En esta época abstracta, ya
se vislumbran rasgos alquímicos y luminosos, que nos ponen en relación con la
Totalidad, con lo Absoluto, y en ello hay un profundo sentimiento de dicha y
tranquilidad.
Desde
el umbral del lenguaje, la dynamis
histórico-cultural de la civilización occidental reciente, se percibe como
inflexiones sintácticas, de las categorías léxico-gramaticales, la semántica y
el vocabulario. Giros y cortes lingüísticos que truncan el continuo de la
historia. El movimiento del espíritu hace que, no sólo la historia sea el motor
de la acción política, social o científica, sino también de los “actos de habla”. Entendidos como actos
comunicativos y políticos.
El
lenguaje entonces contiene la esperanza razonable, que casi siempre está
sometida a la tirantez de la vida cotidiana. Steiner nos recuerda que la
esperanza y el temor son supremas ficciones potenciadas por la sintaxis. Es tan
inseparable la una de la otra como lo son de la gramática. Es precisamente el
status de la gramática lo que hoy resulta problemático. En todo nivel, excepto
en lo trivial o momentáneo, la esperanza es una inferencia trascendental.
En
esta época de alto calibre material el hierro está al rojo vivo, presto para
penetrar los lugares más íntimos del ser humano y crear grandes lenguas de
fuego, que arrasen con todo lo que encuentren a su paso. No es anómalo que al
hombre de hoy lo embarga una especie de zozobra e inseguridad, ante los tiempos
nublados que vivimos. Tiempos cargados de energías poderosas y destructoras,
prestas a arrasar los movimientos sociales o políticos, éticos o culturales, que
confronten a las potencias de los “cuadros
de mando” y, a los “Poderes Mundiales Tecnológicos y Políticos.
En
el siglo XX y, ahora a principios del XXI, la actitud razonable de la esperanza
en su versión laica, no responde a las necesidades humanas. El mesianismo
marxista en el que millones de hombres creyeron, no estuvo a la altura para
responder a los requerimientos psicológicos, de justicia y razón del hombre
occidental. Pero tampoco, el capitalismo industrial-financiero del
nacionalsocialismo, porque encarnó las vísceras del Demonio. Además, el humanismo burgués o cristiano no estuvo a la
altura para contener lo que Steiner llamó la Shoah: el viento oscuro de la
muerte; o el agotamiento de los recursos de la esperanza: el eclipse de lo mesiánico.
Esta
inflexión en la vida de los seres humanos, se configuró como logos del artificio. Ese proceder técnicamente hacia delante encuentra su
figura en el Progreso. Esto pone de
relieve a la Cultura del artificio y
con ella, unos medios y modos de comunicación, que inciden en la naturaleza del
Ser y el Existir. Por lo que respecta al lenguaje, el quebrantamiento de la
palabra y la existencia en el siglo XX, es esencialmente ontológica y
epistemológica. Los filósofos de origen judío –como Walter Benjamín, Hermann
Cohen, Gershom Scholem, Martin Buber, Hannah Arendt, Emmanuel Lévinas, entre
otros-, proponen no sólo pensar el alcance de la razón, sino de re-pensar todas
las categorías de la razón, a la luz de lo que acaeció y del mesianismo.
Por
tanto, “los cambios que afectan hoy a la experiencia de la comunicación, de la
información, del conocimiento, de la génesis del sentido y de la forma”, se perciben preferentemente desde la gramatología. Porque el lenguaje
posibilita el análisis de las palabras y del pensamiento, la crítica del mundo
y de la realidad. Esto posibilita ahondar y precisar la condición humana. De
ahí que el problema vital e histórico del ser humano, se convierta en
gramatical. Por eso comprenderlo en su acepción más profunda significa percibir
la Gramática de la transmutación.
En
este umbral se devela el sentido oculto del problema. Comprender que los giros
léxico-gramaticales, los fonemas, los morfemas, los verbos, los adverbios, los
adjetivos, etc.; no son inalterables en el tiempo y el espacio. Son átomos del
lenguaje, los conductos que comunican el sentimiento, de conformidad con los
máximos valores morales e intelectuales de la persona humana. Posibilitan,
entre otros, que aun en medio de la desgracia y el dolor, la humillación y el
odio, la vida tenga sentido y valor trascendente, divino o laico.
Una época como la nuestra
incapaz de reaccionar intelectual o moralmente ante la banalidad de la
Civilización del espectáculo –su frivolidad y esnobismo-, permite que el tejido
que la constituye se diluya en las redes del artificio.
A
su vez, uno de los medios adecuados para comprender y conocer el enigma de la
existencia, se encuentra en las letras, el arte, la teología, la filosofía y
las humanidades en general. Esferas que posibilitan que la ética, la estética y
el espíritu de la libertad, dignifiquen a la persona humana. O, en otras
palabras, que el espíritu latente de paso a la exaltación de la nobleza o, a la
virtud de la vida. Son umbrales donde el ser humano se vivencia a sí mismo y
logra alcanzar la jerarquía de persona.
En
un tipo de investigación como ésta, se trata que las humanidades o las esferas
del espíritu, posibiliten las herramientas necesarias para estar a la altura de
las circunstancias históricas, los requerimientos psicológicos y morales de la
actualidad. Para poder reaccionar a los mínimos requerimientos de la condición
humana, se necesita develar el estado de postración espiritual y sensitiva del
hombre contemporáneo. Son las esferas del espíritu, las potencias de la razón y
la sensibilidad, las herramientas adecuadas para disipar el lastre de la
consciencia individual, la degradación moral y política de nuestras sociedades.
Posibilitan
que los seres humanos seamos conscientes de la importancia de la palabra; cómo
el vientre donde germina el deseo de ser mejor. Una tendencia que trasciende
los límites de la norma, la ley, las costumbres y los usos de la sociedad y, se
convierte en fenómeno enteramente estético. Así pues, la literatura es crítica
de la sociedad, la refleja y la transforma. Por tanto, la disolución de las
normas civilizadas, más que una actitud moral fue un fenómeno estético. De ahí
que Harold Bloom dijo: “Somos parte de un
mundo grotescamente impresionante”.
Ahora,
¿por qué en esta alta civilización técnica, de masas y de cultura de masas, se
perdió el buen sentido del gusto? Mejor, ¿por qué la apreciación estética de la
existencia y la realidad, se reemplazó por lo inmediato del aquí-ahora? ¿está acaso el hombre
contemporáneo sumergido en una atmósfera de degradación moral y estética? ¿se
debe a que los máximos valores morales e intelectuales no responden ya al ideal
de humanidad, a la búsqueda de lo bueno y lo bello como pensó Platón?
Un
sentimiento de gratitud y de exaltación me compele a considerar, que la
“infelicidad banal y la alegría trágica de la vida”, no estén a la altura de la
consciencia de la vida cotidiana. Como si estuviéramos investidos por esa ola y
por momentos sumergidos en los ritmos de esas energías tan sutiles y
persistentes, que desgarran el interior del hombre. Y muestran que estamos en
medio de una atmósfera putrefacta y pestilente, que manifiesta un “cierto
agotamiento de los recursos verbales de la cultura y de la política de masas”.
Un
cansancio que se concatena con la disolución de los valores compartidos y las
referencias colectivas; y con cierto despilfarro de la energía vital. De ahí los
altos ideales que han compartido los hombres a través de la historia, son ya
cosa del pasado; y en su lugar se percibe cierta extenuación de la Gramática de la existencia individual.
Así que, por la fragilidad y el vacío del Espíritu de la Época, prestos
corremos a refugiarnos en paraísos artificiales: la droga, el alcohol, el sexo,
el consumo, el dinero, el lujo, el poder, la violencia, etc. Y olvidamos que el
verdadero sentido de la existencia está en el interior de todos y cada uno de
nosotros. En esos fragmentos de Absoluto,
que nos levantan del hoyo profundo y oscuro de la desesperanza o, el
sufrimiento.
En
el mundo actual el ser humano ha de prepararse para responder a los
requerimientos de la existencia. Prepararse para revitalizar los valores
morales e intelectuales, y poder asumir el peso de la existencia individual.
Prepararse pedagógica y gramaticalmente como imperativos de los espíritus
sensibles y libres. Si permitimos que la vida se convierta en torrentes de
desaciertos y despropósitos, el mundo y la realidad se configurarán como el
escenario donde las fuerzas atávicas (mítico-rituales) y, los despropósitos del
poder, se apropien de la existencia de los seres humanos. Y olvidemos la
sentencia de Wittgenstein: “La vida es
demasiado seria”.
Ya
que el umbral donde se restaura la abnegación, el respeto, la dignidad, el
amor, la rectitud o la paciencia, no es otro, que el interior de las personas.
En este orden, se convierte en “deber
ser” formar pedagógica y culturalmente a las nuevas generaciones, para que
sean “capaz de acoger la sugerencia que debemos soportar tanto el haber nacido
como el que tenernos que morir; es decir, de madurar” -al decir de Harold
Bloom.
En
el mundo actual, es imprescindible formar para la vida y la muerte, la guerra y
la paz, los triunfos y las derrotas, la felicidad y los infortunios; y, así de
esa manera, elevarnos sobre nuestras propias inmundicias y posibilitar el
encuentro con lo que Dickenson llamó:
“Lo sublime precario”.