lunes, 10 de noviembre de 2025

 

 

 

                                    ¿Qué configura el espíritu de la época actual?

                                                            Madrid-España a 09/11/2025

A los seres humanos que creen que, todavía es posible una segunda oportunidad del hombre sobre la Tierra”.

Antonio Mercado Flórez. Filósofo y Pensador.

En las Reflexiones sobre la Historia Universal –decía en el siglo XIX Jacob Burckhardt que, en vez de la Cultura, vuelve a estar sobre el tapete la existencia escueta. El Estado volverá a asumir la alta tutela sobre la Cultura e incluso a orientarla de nuevo, en muchos aspectos, según sus propios gustos. Y no está descartada la posibilidad de que ella misma le pregunte al Estado cómo quiere que se oriente. Ante todo, habrá que recordarle a la industria y al comercio, del modo más crudo y constante, que no son lo fundamental en la vida del hombre.

La crisis iniciada por una causa es soplada por el viento poderosísimo de muchas otras causas, sin que ninguno de los coparticipes individuales pueda decir nada acerca de la fuerza que en definitiva prevalecerá. Se adjudicará al Estado, entre sus deberes sin cesar crecientes, todo aquello que se cree o se sospecha que no hará por sí sola la sociedad. Tengo una premonición –dice en una carta a su amigo Preen– que, aunque parezca insensatez, no puedo alejar de mi mente, es que el Estado militar que se avecina va a convertirse en una gran fábrica.

Esta premonición de Burckhardt se hizo realidad en los años de la Primera y Segunda Guerra Mundial y, cómo los fascismos de Europa, de izquierda o de derecha, implementaron políticas que arrasaron con la vida, la libertad, el espíritu y la Cultura. En nuestros tiempos observamos anonadados la reencarnación del fascismo, el autoritarismo, el nacionalismo y el populismo, allende del Atlántico, y muchos países periféricos.

La disciplina, la uniformidad, se impone al toque de tambor y trompeta. Y la crisis de la condición humana tocó fondo. Y los centros vitales de la cultura occidental se degradaron y se respira en Europa y EE. UU, nuevamente la atmósfera del viento fétido y oscuro de la discriminación, el racismo y la segregación. No hay que olvidar que, “el mundo espiritual tiene su centro fijo –afirmó Hermann Cohen-, que irradia en toda la extensión infinita de la cultura, pero que los intereses de la cultura, sean cuales sean, nunca logran desplazar”.

Después de la Segunda Guerra Mundial, la revolución tecnológica y, de las comunicaciones artificiales, traen una concepción nueva de la realidad y de la existencia individual. Los valores heredados no responden a los requerimientos de las nuevas generaciones embriagadas por los instrumentos técnicos y los lenguajes digitales. Y se instaura poco a poco un “orden nuevo”, que responde al entrelazamiento entre la técnica y la nueva voluntad de poder.

El industrialismo automatizado, el mundo dinerario o, el mercado o, el armamentismo, situados en el umbral de la economía inferior del ser humano, tampoco son ajenos a los nuevos lenguajes digitales y a la Inteligencia Artificial. Es de suponer que esto influyó de manera poderosa en la condición natural del lenguaje y los movimientos del pensamiento. Porque si cambian los medios y los modos de comunicación humana, cambia el sentido del mundo y la vida en general.

Así que, el ser humano se sitúa en un “orden nuevo” de coordenadas. Porque hay que recordar que la realidad y el mundo, son un constructo lingüístico y de las reflexiones del pensamiento. Así pues, todo lo que somos, hemos sido y seremos, es pensamiento, sensibilidad, imaginación y lenguaje. Lo demás, ilusión óptica y auditiva del entrecruzamiento de la técnica y la voluntad de poder.

Es importante anotar que el Zeitgeist, Espíritu del Tiempo y sus juicios, no percibe los profundos cambios que se están dando en la naturaleza del hombre. Porque los sitúa sobre la cripta, en la superficie de la bóveda de lo actual, del presenta-ahora. Preguntamos, ¿qué es lo fundamental para el ser humano en esta época abstracta? Que la palabra conserve la magia y su relación con lo luminoso o, las potencias del espíritu. Y nos permita salir de los yermos espacios donde se ubican los sistemas racionalistas y materialistas, que nos sujetan a la coacción de sus dialécticas.

Así que, en estados como éstos sabemos que los átomos de la palabra liberan una libertad nueva, que cambia y a la vez conserva la naturaleza espiritual que le corresponde. Por eso la custodia del lenguaje o, de la comunicación verbal, no hay que dejarla en manos irresponsables. Pero a la vez, tener en cuenta, que la primacía de los mass-media e Internet -átomos, bits, microchips, etc.-, en las civilizaciones actuales. Posibilitó no sólo otros medios y modos de comunicación, sino también de cognición y de experiencia individual.

Pero, cuando se manipulan al servicio de los poderosos, la vida toda, se ubica en el umbral del ensimismamiento, la melancolía, ante la añoranza de lo fundamental. De ahí que nuestras ensordecidas y grises vidas, puedan obtener de la cadencia de la poesía, del lenguaje de la novela, las “formas” del arte, la veneración o, los ritmos de la música; algo así como “un sentimiento del movimiento interior y de la coherencia del ser individual y nuestras sociedades algo de la perdida visión de una concordia humana”.

En un estado como éste, nos preguntamos, ¿cómo es posible que lo novedoso y exigente, lo que vale la pena decir, pensar o hacer, encuentre un auditorio entre el estrépito de inflación verbal y auditiva de la civilización actual? George Steiner piensa que, mediante la música, las artes y las ciencias exactas puede llegar a una sintaxis común. Un ámbito donde los modos y los medios de comunicación posibiliten un mundo más humano y vivible, un espacio donde se transfigure una nueva Gramática de la vida.

Así que, por la prevalencia de la imagen gráfica en movimiento, las redes sociales, “ya no se puede decir la verdad desnuda”. Ionesco, Hofmannsthal, Bühl, Kraus, Beckett, pensaban que la palabra en el espacio de la técnica, la economía dineral y la política, vive un rebajamiento fundamental. Que en el Canto del destierro Kurt Wolfskehl, “proclamaba que la palabra verdadera, la lengua del espíritu vivo, había muerto”. Y, Walter Benjamín, en De la lengua de los hombres en particular, a la lengua de los hombres en general, expresó: “Hemos caído en la charla maligna”. George Steiner en El castillo de Barba Azul, acotó que la animalidad política del siglo XX, la situación de pos-humanidades y sub-humanidades en la que nos encontrábamos, posibilitaron la “retirada de la palabra”.

Me pregunto, ¿qué se respira en la cultura occidental contemporánea? Una especie de malestar que invade los órganos del lenguaje y la consciencia individual, la convivencia nacional e internacional. Un malestar mundial que se percibe en la polarización de los Gobiernos y Estados. Supone pensar que la animalidad política del siglo XX y principios del XXI, no es indiferente a los recursos verbales, los medios y los modos de comunicación. Sino también a la situación interna de las naciones y la relación de los sujetos internacionales. De ahí que se desgarró la membrana lingüística del hombre, es decir, la comunicación como soporte para una discusión crítica de la vida, la política y la sociedad.

Preguntamos, ¿está la condición del lenguaje en tela de juicio? ¿está perdiendo la palabra algo de la energía viva del genio colectivo? ¿por qué el idioma no expresa la crisis general; lo precario y vulnerable del acto comunicativo? Porque la naturaleza social y convencional del habla, se está sustituyendo a marcha forzada por un código común de significaciones superficiales. Esto trae consigo la disolución del “Yo” concreto, una concepción diferente de la muerte y la esperanza, la amistad y el amor, la libertad y la confianza en sí mismo, la política y la sociedad.

Por eso los cambios no han de verse sólo en la superficie del Zeitgeist, del Espíritu del Tiempo; también en los contenidos espirituales del poder estático, en la estructura sustancial. De ahí su incidencia en la naturaleza del ser. Porque en el fondo de la retórica política, del confort técnico, la imagen “pictórica” en movimiento, fluyen las corrientes ontológicas y epistemológicas del mundo contemporáneo. En ello hay la necesidad que el hombre salga de las esferas de las abstracciones, las funciones, los sistemas, el consumo o, las divisiones del trabajo.

En esta época abstracta, ya se vislumbran rasgos alquímicos y luminosos, que nos ponen en relación con la Totalidad, con lo Absoluto, y en ello hay un profundo sentimiento de dicha y tranquilidad.

Desde el umbral del lenguaje, la dynamis histórico-cultural de la civilización occidental reciente, se percibe como inflexiones sintácticas, de las categorías léxico-gramaticales, la semántica y el vocabulario. Giros y cortes lingüísticos que truncan el continuo de la historia. El movimiento del espíritu hace que, no sólo la historia sea el motor de la acción política, social o científica, sino también de los “actos de habla”. Entendidos como actos comunicativos y políticos.

El lenguaje entonces contiene la esperanza razonable, que casi siempre está sometida a la tirantez de la vida cotidiana. Steiner nos recuerda que la esperanza y el temor son supremas ficciones potenciadas por la sintaxis. Es tan inseparable la una de la otra como lo son de la gramática. Es precisamente el status de la gramática lo que hoy resulta problemático. En todo nivel, excepto en lo trivial o momentáneo, la esperanza es una inferencia trascendental.

En esta época de alto calibre material el hierro está al rojo vivo, presto para penetrar los lugares más íntimos del ser humano y crear grandes lenguas de fuego, que arrasen con todo lo que encuentren a su paso. No es anómalo que al hombre de hoy lo embarga una especie de zozobra e inseguridad, ante los tiempos nublados que vivimos. Tiempos cargados de energías poderosas y destructoras, prestas a arrasar los movimientos sociales o políticos, éticos o culturales, que confronten a las potencias de los “cuadros de mando” y, a los “Poderes Mundiales Tecnológicos y Políticos.

En el siglo XX y, ahora a principios del XXI, la actitud razonable de la esperanza en su versión laica, no responde a las necesidades humanas. El mesianismo marxista en el que millones de hombres creyeron, no estuvo a la altura para responder a los requerimientos psicológicos, de justicia y razón del hombre occidental. Pero tampoco, el capitalismo industrial-financiero del nacionalsocialismo, porque encarnó las vísceras del Demonio. Además, el humanismo burgués o cristiano no estuvo a la altura para contener lo que Steiner llamó la Shoah: el viento oscuro de la muerte; o el agotamiento de los recursos de la esperanza: el eclipse de lo mesiánico.

Esta inflexión en la vida de los seres humanos, se configuró como logos del artificio. Ese proceder técnicamente hacia delante encuentra su figura en el Progreso. Esto pone de relieve a la Cultura del artificio y con ella, unos medios y modos de comunicación, que inciden en la naturaleza del Ser y el Existir. Por lo que respecta al lenguaje, el quebrantamiento de la palabra y la existencia en el siglo XX, es esencialmente ontológica y epistemológica. Los filósofos de origen judío –como Walter Benjamín, Hermann Cohen, Gershom Scholem, Martin Buber, Hannah Arendt, Emmanuel Lévinas, entre otros-, proponen no sólo pensar el alcance de la razón, sino de re-pensar todas las categorías de la razón, a la luz de lo que acaeció y del mesianismo.

Por tanto, “los cambios que afectan hoy a la experiencia de la comunicación, de la información, del conocimiento, de la génesis del sentido y de la forma”, se perciben preferentemente desde la gramatología. Porque el lenguaje posibilita el análisis de las palabras y del pensamiento, la crítica del mundo y de la realidad. Esto posibilita ahondar y precisar la condición humana. De ahí que el problema vital e histórico del ser humano, se convierta en gramatical. Por eso comprenderlo en su acepción más profunda significa percibir la Gramática de la transmutación.

En este umbral se devela el sentido oculto del problema. Comprender que los giros léxico-gramaticales, los fonemas, los morfemas, los verbos, los adverbios, los adjetivos, etc.; no son inalterables en el tiempo y el espacio. Son átomos del lenguaje, los conductos que comunican el sentimiento, de conformidad con los máximos valores morales e intelectuales de la persona humana. Posibilitan, entre otros, que aun en medio de la desgracia y el dolor, la humillación y el odio, la vida tenga sentido y valor trascendente, divino o laico.

Una época como la nuestra incapaz de reaccionar intelectual o moralmente ante la banalidad de la Civilización del espectáculo –su frivolidad y esnobismo-, permite que el tejido que la constituye se diluya en las redes del artificio.                                                                                                                                                                 

A su vez, uno de los medios adecuados para comprender y conocer el enigma de la existencia, se encuentra en las letras, el arte, la teología, la filosofía y las humanidades en general. Esferas que posibilitan que la ética, la estética y el espíritu de la libertad, dignifiquen a la persona humana. O, en otras palabras, que el espíritu latente de paso a la exaltación de la nobleza o, a la virtud de la vida. Son umbrales donde el ser humano se vivencia a sí mismo y logra alcanzar la jerarquía de persona.

En un tipo de investigación como ésta, se trata que las humanidades o las esferas del espíritu, posibiliten las herramientas necesarias para estar a la altura de las circunstancias históricas, los requerimientos psicológicos y morales de la actualidad. Para poder reaccionar a los mínimos requerimientos de la condición humana, se necesita develar el estado de postración espiritual y sensitiva del hombre contemporáneo. Son las esferas del espíritu, las potencias de la razón y la sensibilidad, las herramientas adecuadas para disipar el lastre de la consciencia individual, la degradación moral y política de nuestras sociedades.

Posibilitan que los seres humanos seamos conscientes de la importancia de la palabra; cómo el vientre donde germina el deseo de ser mejor. Una tendencia que trasciende los límites de la norma, la ley, las costumbres y los usos de la sociedad y, se convierte en fenómeno enteramente estético. Así pues, la literatura es crítica de la sociedad, la refleja y la transforma. Por tanto, la disolución de las normas civilizadas, más que una actitud moral fue un fenómeno estético. De ahí que Harold Bloom dijo: “Somos parte de un mundo grotescamente impresionante”.

Ahora, ¿por qué en esta alta civilización técnica, de masas y de cultura de masas, se perdió el buen sentido del gusto? Mejor, ¿por qué la apreciación estética de la existencia y la realidad, se reemplazó por lo inmediato del aquí-ahora? ¿está acaso el hombre contemporáneo sumergido en una atmósfera de degradación moral y estética? ¿se debe a que los máximos valores morales e intelectuales no responden ya al ideal de humanidad, a la búsqueda de lo bueno y lo bello como pensó Platón?

Un sentimiento de gratitud y de exaltación me compele a considerar, que la “infelicidad banal y la alegría trágica de la vida”, no estén a la altura de la consciencia de la vida cotidiana. Como si estuviéramos investidos por esa ola y por momentos sumergidos en los ritmos de esas energías tan sutiles y persistentes, que desgarran el interior del hombre. Y muestran que estamos en medio de una atmósfera putrefacta y pestilente, que manifiesta un “cierto agotamiento de los recursos verbales de la cultura y de la política de masas”.

Un cansancio que se concatena con la disolución de los valores compartidos y las referencias colectivas; y con cierto despilfarro de la energía vital. De ahí los altos ideales que han compartido los hombres a través de la historia, son ya cosa del pasado; y en su lugar se percibe cierta extenuación de la Gramática de la existencia individual. Así que, por la fragilidad y el vacío del Espíritu de la Época, prestos corremos a refugiarnos en paraísos artificiales: la droga, el alcohol, el sexo, el consumo, el dinero, el lujo, el poder, la violencia, etc. Y olvidamos que el verdadero sentido de la existencia está en el interior de todos y cada uno de nosotros. En esos fragmentos de Absoluto, que nos levantan del hoyo profundo y oscuro de la desesperanza o, el sufrimiento.

En el mundo actual el ser humano ha de prepararse para responder a los requerimientos de la existencia. Prepararse para revitalizar los valores morales e intelectuales, y poder asumir el peso de la existencia individual. Prepararse pedagógica y gramaticalmente como imperativos de los espíritus sensibles y libres. Si permitimos que la vida se convierta en torrentes de desaciertos y despropósitos, el mundo y la realidad se configurarán como el escenario donde las fuerzas atávicas (mítico-rituales) y, los despropósitos del poder, se apropien de la existencia de los seres humanos. Y olvidemos la sentencia de Wittgenstein: “La vida es demasiado seria”.

Ya que el umbral donde se restaura la abnegación, el respeto, la dignidad, el amor, la rectitud o la paciencia, no es otro, que el interior de las personas. En este orden, se convierte en “deber ser” formar pedagógica y culturalmente a las nuevas generaciones, para que sean “capaz de acoger la sugerencia que debemos soportar tanto el haber nacido como el que tenernos que morir; es decir, de madurar” -al decir de Harold Bloom.

En el mundo actual, es imprescindible formar para la vida y la muerte, la guerra y la paz, los triunfos y las derrotas, la felicidad y los infortunios; y, así de esa manera, elevarnos sobre nuestras propias inmundicias y posibilitar el encuentro con lo que Dickenson llamó: “Lo sublime precario”.