lunes, 19 de octubre de 2020

LA POBREZA INTELECTUAL EN EL PRESENTE

 

                        

 

 

                           << Con amor a mi esposa Aida Montero Silva:

                                          Que ha hecho esto posible>>.

 

 

Antonio Mercado Flórez. Filósofo y Ensayista.

 

Estamos seguros que, en la época moderna, el pensar científico-técnico es incapaz de mitigar la pobreza de la condición humana. Su disolución se deshace como hongos podridos en la boca, y trae la soledad, el dolor, el sufrimiento, el odio y la muerte. No sólo hemos perdido la fe en Dios, sino en el hombre mismo y, en particular, en aquellos que más cerca están de nosotros. Hemos perdido la confianza en los dirigentes, en las instituciones, la política y la economía. Por eso, en un mundo donde prevalece el pensamiento científico-técnico y el volcamiento del hombre particular a las masas, nos sentimos solos y desprotegidos. Como dijo Stevenson: no es que el hombre no crea en nada, sino que cree en todo.

Ahora existe una desilusión sobre la época y el hombre pone sus ojos en la Providencia divina, en el Hacedor de palabras o, en el que bebe de los posos de los pensadores; por eso, los acompaña un halo de redención y eternidad. Quizá rediman al hombre contemporáneo del montón de escombros humanos y materiales, que el progreso ha dejado tras de sí. Como dijo Benjamín: Hemos podido ver el progreso de las ciencias naturales, biológicas y químicas, pero no, el retroceso de la sociedad. En un mundo donde la materia, el dinero y la política, predominan; es comprensible que los hombres sean pobres de espíritu. Que no se hallen a la altura del Tiempo y sus juicios y, del poder que fluye a ellos.

Por eso, es necesario reflexionar sobre los peligros venideros que, con la máscara de la técnica y la ciencia, se presentan como verdaderos. En medio de la oscuridad y la desesperanza en que estamos, hay que creer en la libertad, el respeto y la dignidad de la persona humana. En aquellos valores que exaltan lo numinoso y mágico del mundo y la vida. Por tanto, creer en el hombre y la verdad significa que existe algo en el ser humano que no lo puede determinar la lógica científico-técnica, ni explicarlo en los laboratorios, porque se relaciona con lo eterno y trascendente que mora en todos y cada uno de nosotros. Como dijo Jünger: La historia no tiene meta; existe. El camino es más importante que la meta por cuanto puede convertirse en meta cada momento, ante todo en el de la muerte. Y tener presente la observación de Humberto Eco: Toda tentativa de averiguar el sentido último conduce al absurdo y le arrebata su misterio al mundo.

De ahí que el pesimismo en el mundo moderno esconda tras de sí una pasión por la redención del hombre. Como el poetizar y el pensar buscan las verdades eternas y la esencia del ser-en-el-mundo. Por eso, se valen de las palabras y el pensar, para alcanzar la trascendencia -en el mundo de los aparentes entes-, del ser humano. Se trata desde la naturaleza del ser-hombre, resolver los enigmas del tiempo y la muerte, como dar respuestas al sufrimiento, el dolor y las injusticias, que un ser humano inflige a otros. Ahí se encuentra la riqueza del poetizar y el pensar, que permanezcamos en la memoria por nuestros actos y hacer humano.

Que lo que hagamos en este mundo de alto desarrollo técnico y de masas, posibilite en la oscuridad del borde del abismo, un mundo más justo y más libre. Donde la redención del amor y la belleza prevalezcan sobre la crueldad y la injusticia. Así, cuando la noche más larga de la iluminación tecno-científica nos dejen en la oscuridad más absoluta; ahí estarán el poeta y el pensador para salvarnos. De este modo, el poema establece marcas que no son alcanzadas en la vida; dijo Jünger. A este respecto se pronuncia Baudelaire:

              ¡Porque en verdad, Señor, el mejor testimonio

               Que podemos mostrar de nuestra dignidad

               Es este ardiente grito rodando en las edades

               ¡Que va a morir al borde de vuestra eternidad!

                                                       (Las flores del mal).

 

En el mundo moderno de la técnica y la ciencia, las preguntas sobre lo fundamental de la existencia humana y lo eterno, se esconden detrás de las noticias del periódico de la mañana, de Internet o las redes sociales. Nuestro lugar en el mundo y el saber estar en él, se remplazaron por la estridencia y repugnante comportamiento humano. Existen pueblos que pueden enseñar a pensar, a educar a los niños, a encontrar la felicidad donde otros sólo ven pobreza, miseria y humillación. Que hay relaciones intrínsecas entre el idioma que se habla y la conducta de quienes lo habitan.

Cuando Heidegger nos habla del habitar en el claro, lo que quiere trasmitir es que, allí se devela la verdad del ser y la esencia del hombre. Que existen palabras como amor, piedad, bondad, paz, o, en su defecto, como paciencia o aprecio por la libertad y la individualidad humana, que hinchan al idioma de verdad y eternidad. Este acto divino y humano que posibilita la lengua, permite que el ser y Dios, moren en el lenguaje. Por eso, según Heidegger, la serenidad y la apertura al ser y la verdad, se develan en el lenguaje. Así que, cada día que vive en lo profundo de la selva negra, desandar los tenues trazos que los campesinos dejan en los caminos, escuchar el canto del pájaro, y ver el tejido armonioso de los astros en el firmamento, le produce en lo más profundo de su ser una gratitud amorosa al ser y a Dios.

En Heidegger, adentrarse en el lenguaje posibilita establecer nuestra morada en él, y en el Hablar nos confía su esencia. La esencia de la lengua comunica contenidos espirituales, que alumbran los caminos del mundo y de la vida. Cuando la lengua se corrompe o, sólo sirve como medio de comunicación, se da una fractura fundamental en la esencia del hombre. Entonces, no responde a los más altos requerimientos del humanismo: la solidaridad, el respeto y la afirmación del otro, el libre albedrío, el amor o la fraternidad. Así que, en las palabras “destino”, “tierra natal”, “pueblo”, “espíritu”, Heidegger habla con las cosas pasajeras y lo eterno, que mora en todos y cada uno de nosotros. En el decir, el habla teje la cuadratura del mundo: Tierra y Cielo, Hombre y Dios. Es el oído interno en que capta esta gran sinfonía; que llega de otro mundo.

La serenidad, por su parte, posibilita que las cosas acontezcan, sin el determinismo de los instrumentos técnicos. La serenidad es la distancia y la aceptación activa ante los instrumentos técnicos y el aparecer del ente ahí delante. Heidegger, en su referencia a la técnica, que determina el estado del mundo, la serenidad remite directamente a la experiencia contemporánea, marcada por el desarraigo, la minusvaloración de lo propio, las imposiciones de la disponibilidad; se encuentran extendidas hasta el extremo en el despliegue universal del pensar unilateral. 

Así pues, la experiencia del hombre contemporáneo, se percibe como desgarramiento de la tradición de la iglesia y la familia, del espíritu de lo natal y pueblerino, para dar paso a la enajenación en la Gran ciudad, del mundo y del hombre. La técnica aleja al hombre de lo cercano y el hábitat, y borra las huellas que ha dejado tras de sí. La técnica no deja huellas en el espíritu ni en el cuerpo, donde podamos leer e interpretar el significado de la existencia individual. Ya en la vida cotidiana resultan notables esas transiciones. La persona que lee traduce a lenguaje el texto leído y lo recita en espíritu. (Jünger).

Por eso, en el decir y la lectura, se devela la esencia del ser y del hombre. El hecho de que el durmiente empiece a hablar es un anuncio del despertar (Jünger). Benjamín pensaba que las imágenes dialécticas son auténticas imágenes (esto es, no arcaicas), y el lugar donde se las encuentra es el lenguaje. En el recuerdo, la infancia y en los sueños, se devela el despertar. (Benjamín). Y es que, la vigilia del sueño despierta la imaginación y la creatividad.

En el mundo moderno el predominio la pregunta por la técnica significa la superación de la metafísica occidental –que se expresa en el cálculo y la estadística, o, en la disponibilidad de las cosas como existencia-, la superación de un modo de pensar que conduce a la pérdida del arraigo, lo natural y divino del hombre. También la tendencia a la uniformidad, la estadística y la objetivación del hombre. Somos parte de un mundo carente de pensamiento, de amor, de solidaridad, de fraternidad y creer en lo fundamental de la vida. Esta actitud ante la vida posibilita una existencia sumamente desgraciada.

 Ahora, ¿Cómo se opone el ser humano al despliegue y la amenaza del mundo técnico? Activando la apertura, la serenidad y la imaginación, en los lugares donde la técnica no pueda dominar y coaccionar al hombre. Son lugares primitivos que dan la razón de ser a la esencia del hombre y, toma <<figura>> en el lenguaje. Esto posibilitará que el misterio y lo numinoso del mundo y la vida del hombre sobre la tierra, se eleven a las alturas donde moran los dioses y las musas. El misterio del ser deviene al hombre en el lenguaje; y se convierte en su morada. El misterio en la apertura del mundo se refiere al develamiento de la esencia de la técnica. El pensar futuro y meditativo, se opone a la caída de la ausencia de pensar, que predomina en la época de la técnica.

Entonces, ¿Cuál es la característica del pensar meditativo en la época actual? Indagar, por supuesto, el sentido de todo lo que existe. Además, se opone a todo lo que oscurece al ser y domina la vida del ser humano. El pensar meditativo se correlaciona con la verdad como aleteia, y es la balanza que equilibra en la actualidad, las manifestaciones del cálculo, la estadística y la objetivación del ser humano. De ahí en la actualidad se convierte en un pensar liberador del positivismo científico-técnico, y las tecnocracias al servicio del Gran Poder. Así pues, lo importante de este de pensar consiste en que, protege al hombre de la iluminación técnica y de la soberbia del poder. Por tanto, la ausencia de pensar atenta contra la dignidad humana y, a la vez posibilita que el hombre indague caminos alternos al encuentro de la libertad.

El pensar futuro y la reflexión filosófica en particular, han de tener un compromiso con el presente, para desenmascarar las mentiras del Gran Poder, y el compromiso con el hombre actual. Serenidad y apertura del mundo, serian para Heidegger, no conceptos vacíos, sino una manera nueva de advenir al ser y habitar la Tierra. Se puede decir que Heidegger se opone al mundo técnico, en la medida que convierte los entes en reserva. Un lugar en el que todo se consume y se remplaza, en el engranaje del Sistema. Por eso, el pensamiento en el presente debe ser abierto y opuesto a todo fundamentalismo religioso y totalitarismo político. Pero, a la vez, ser crítico con la univocidad de la técnica y la ciencia; también con el pensar que establece explicaciones universales y definitivas. Preguntamos, ¿Qué nos espera en un mundo dominado por la esencia de la técnica, el dinero bancario y las corporaciones? ¿Cuál será el destino del ser humano en el Estado tecnológico y las tomas de decisiones de una <selecta minoría> en el tejido del Gran Poder?