miércoles, 23 de abril de 2014

Fragmentos de imágenes sobre una lectura de Ernst Jünger.





<<El camino para romper el círculo vicioso en el que estamos es la obra bien hecha>>.

                                         Rafael Argullol




Antonio Mercado Flórez                                   


¿Qué dispensa el tiempo? Dispensa el hilo que teje y desteje las runas de la vida y la muerte. El reloj de rueda dispensa tiempo abstracto, tiempo espiritual. Algo creado por el espíritu, de ahí que se distinga del reloj telúrico y cósmico. De él se emite un tiempo que no es  regulado por  las fuerzas naturales ni cósmicas, sino uno que el hombre se dispensa a sí mismo y toma sobre sí. En consecuencia, se gana poder domando el tiempo, aprisionándolo. Así, la Época Moderna responde al tiempo abstracto que se concatena con el mundo globalizado.

   En fin, las aristas del tiempo que circunda, envuelve y atraviesa la existencia cotidiana, son menos libres y autónomas, que las del tiempo cósmico, telúrico, eterno, que beben de las fuentes primitivas. Las primeras, pertenecen al mundo fenoménico y aparente de las cosas; las segundas, al ámbito de lo fundamental. Eso que Carl Gustav Jun llamaba el “arquetipo “de los  “arquetipos “; o la Figura- al decir de Jünger. Por estar inmerso en el mundo del palpito vital, el ser humano no percibe el umbral del espíritu;  eso que realmente da sentido a la existencia individual. Sí pertenecemos al mundo del Titán y de la fragua de Vulcano, de las máquinas y el automatismo.  No quiere decir que los Antiguos poderes del tiempo  y del espíritu, no nos exijan el estatus  y el sacrificio que es debido.

  
Así que, el tiempo que prima en la actualidad, es el abstracto, el del trabajo, de la gran ciudad, con sus horas uniformes e intercambiables. Así, bajo su hechizo los flujos de la gran ciudad son hervideros humanos desalmados, materialistas, hedonistas e indiferentes ante el Otro. Por eso, el Espíritu del Tiempo y sus juicios, no puede trascender los límites del mundo  y las fronteras de lo humano. Somos prisioneros de las redes que tejen y destejen los ritmos de la vida cotidiana: la publicidad, el consumo, los espejismos del dinero  y del poder, el confort de la técnica y las maquinaciones malvadas de los poderosos.

   Esa sensación de seguridad que otorga la técnica y sus espejismos. Es sólo un débil reflejo del Mundo del Espíritu. Porque a su alrededor se cristaliza un ámbito de terror, dolor, hambre, enfermedades, sufrimiento, violencia y muerte. Éste no es otro que, el ámbito del desarrollo de los procesos, la técnica, la física y la biología. El cambio es atmosférico se siente en el aire que respiramos. Porque se están consolidando unas fuerzas que trascienden el sentido de la existencia. Esos valores que posibilitan que el ser humano adquiera la jerarquía de persona.  

    Se anuncian sorpresas nuevas para el siglo XXI, al que Nietzsche consideraba su patria espiritual. De ahí que pensó que la moral se había ido quedando retrasada con respecto al desarrollo de la ciencia y la técnica. Por eso  Zaratustra proclamó en la plaza pública la transvaloración de todos los valores. Pero en momentos como éste donde los volcanes ya empiezan a vomitar encendidas lavas y las ruedas están llegando al rojo vivo, parece imposible parar. Pero la vida se guarda sus runas  y la dynamis histórica parece devolvernos las perdidas. Sabemos, que los instrumentos técnicos no son  los medios adecuados para dar cuenta del sentido de la vida y la trascendencia.  Porque en los últimos espacios de tiempo, han fragmentado la visión que teníamos del mundo y la realidad. Pero también porque la cultura se alió con el sin sentido y la barbarie política.

   Somos parte de un tiempo donde surgen nuevos medios  y modos de poder. Entonces, la percepción y la realidad de nuestros mayores están quedando a la vera del camino. Por eso es importante la memoria, el saber, el recuerdo y la experiencia, porque son como antorchas en medio de la oscuridad de lo actual. Estamos en los umbrales del paso del lenguaje natural al artificial, y esto trae como consecuencia la cultura del espectáculo y con ella banalidad de la existencia.

   Somos parte del mundo de los titanes, de los ciclopes y el trabajo del hierro, sus aparatos e inventivas. Por eso, en nuestro tiempo la técnica se relaciona con el sentido de rentabilidad. No importa el saber, la ética, los valores heredados, importan los beneficios que reportan. Observamos entonces como responden a las razones y la lógica de las elites dirigentes. Son tan excitantes y embriagadores que el hombre no tiene tiempo para pensar, venerar o recordar. Desandar esos instantes únicos que dignifican la existencia. Por este estado de cosas, hemos entregado las fuentes de la vida, la libertad creadora, la soledad que dignifica, el lenguaje,  a cambio de los ritmos de lo actual. Y, esto hace del hombre un ser sumamente desgraciado.


   Asimismo, podemos observar que los grandes sueños en que ha venido ocupándose el espíritu de la humanidad, tratan de reducirlos al concepto de progreso y de rentabilidad. Pero afortunadamente, en esta alta civilización tecnológica, como dijo Ernst Jünger: aún hoy continua habiendo en nuestra investigación un rasgo alquímico, una voluntad misteriosa, cuya nobleza se delata en que no alcanza su meta. A eso se debe que en nuestro mundo  –que es un mundo creado por el espíritu--  perdure un resto que el intelecto es incapaz de disolver.