<<El camino para
romper el círculo vicioso en el que estamos es la obra bien hecha>>.
Rafael Argullol
Antonio Mercado Flórez
¿Qué dispensa el tiempo?
Dispensa el hilo que teje y desteje las runas de la vida y la muerte. El reloj
de rueda dispensa tiempo abstracto, tiempo espiritual. Algo creado por el
espíritu, de ahí que se distinga del reloj telúrico y cósmico. De él se emite
un tiempo que no es regulado por las fuerzas naturales ni cósmicas, sino uno
que el hombre se dispensa a sí mismo y toma sobre sí. En consecuencia, se gana
poder domando el tiempo, aprisionándolo. Así, la Época Moderna responde al
tiempo abstracto que se concatena con el mundo globalizado.
En fin, las aristas del tiempo que circunda,
envuelve y atraviesa la existencia cotidiana, son menos libres y autónomas, que
las del tiempo cósmico, telúrico, eterno, que beben de las fuentes primitivas.
Las primeras, pertenecen al mundo fenoménico y aparente de las cosas; las
segundas, al ámbito de lo fundamental. Eso que Carl Gustav Jun llamaba el “arquetipo “de los “arquetipos
“; o la Figura- al decir de
Jünger. Por estar inmerso en el mundo del palpito vital, el ser humano
no percibe el umbral del espíritu; eso
que realmente da sentido a la existencia individual. Sí pertenecemos al mundo
del Titán y de la fragua de Vulcano, de las máquinas y el
automatismo. No quiere decir que los
Antiguos poderes del tiempo y del
espíritu, no nos exijan el estatus y el
sacrificio que es debido.
Así que, el tiempo que prima en la actualidad,
es el abstracto, el del trabajo, de la gran
ciudad, con sus horas uniformes e intercambiables. Así, bajo su hechizo los
flujos de la gran ciudad son
hervideros humanos desalmados, materialistas, hedonistas e indiferentes ante el
Otro. Por eso, el Espíritu del Tiempo y sus juicios, no puede trascender los
límites del mundo y las fronteras de lo
humano. Somos prisioneros de las redes que tejen y destejen los ritmos de la
vida cotidiana: la publicidad, el consumo, los espejismos del dinero y del poder, el confort de la técnica y las maquinaciones
malvadas de los poderosos.
Esa
sensación de seguridad que otorga la técnica y sus espejismos. Es sólo un débil
reflejo del Mundo del Espíritu. Porque a su alrededor se cristaliza un ámbito
de terror, dolor, hambre, enfermedades, sufrimiento, violencia y muerte. Éste
no es otro que, el ámbito del desarrollo de los procesos, la técnica, la física
y la biología. El cambio es atmosférico se siente en el aire que respiramos. Porque
se están consolidando unas fuerzas que trascienden el sentido de la existencia.
Esos valores que posibilitan que el ser humano adquiera la jerarquía de
persona.
Se anuncian sorpresas nuevas para el siglo
XXI, al que Nietzsche consideraba su patria espiritual. De ahí que pensó que la
moral se había ido quedando retrasada con respecto al desarrollo de la ciencia
y la técnica. Por eso Zaratustra
proclamó en la plaza pública la transvaloración de todos los valores. Pero en
momentos como éste donde los volcanes ya empiezan a vomitar encendidas lavas y
las ruedas están llegando al rojo vivo, parece imposible parar. Pero la vida se
guarda sus runas y la dynamis
histórica parece devolvernos las perdidas. Sabemos, que los instrumentos
técnicos no son los medios adecuados
para dar cuenta del sentido de la vida y la trascendencia. Porque en los últimos espacios de tiempo, han
fragmentado la visión que teníamos del mundo y la realidad. Pero también porque
la cultura se alió con el sin sentido y la barbarie política.
Somos
parte de un tiempo donde surgen nuevos medios y modos de poder. Entonces, la percepción y la
realidad de nuestros mayores están quedando a la vera del camino. Por eso es
importante la memoria, el saber, el recuerdo y la experiencia, porque son como
antorchas en medio de la oscuridad de lo actual. Estamos en los umbrales del
paso del lenguaje natural al artificial, y esto trae como consecuencia la cultura del espectáculo y con ella
banalidad de la existencia.
Somos
parte del mundo de los titanes, de los ciclopes y el trabajo del hierro, sus
aparatos e inventivas. Por eso, en nuestro tiempo la técnica se relaciona con
el sentido de rentabilidad. No importa el saber, la ética, los valores
heredados, importan los beneficios que reportan. Observamos entonces como
responden a las razones y la lógica de las elites dirigentes. Son tan excitantes
y embriagadores que el hombre no tiene tiempo para pensar, venerar o recordar.
Desandar esos instantes únicos que dignifican la existencia. Por este estado de
cosas, hemos entregado las fuentes de la vida, la libertad creadora, la soledad
que dignifica, el lenguaje, a cambio de
los ritmos de lo actual. Y, esto hace del hombre un ser sumamente desgraciado.
Asimismo,
podemos observar que los grandes sueños en que ha venido ocupándose el espíritu
de la humanidad, tratan de reducirlos al concepto de progreso y de
rentabilidad. Pero afortunadamente, en esta alta civilización tecnológica, como
dijo Ernst Jünger: aún hoy continua habiendo en nuestra investigación un rasgo alquímico,
una voluntad misteriosa, cuya nobleza se delata en que no alcanza su meta. A eso
se debe que en nuestro mundo –que es un
mundo creado por el espíritu-- perdure
un resto que el intelecto es incapaz de disolver.
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