jueves, 28 de noviembre de 2024

 

                                            Reflexión Sobre la Actualidad

                                                       Madrid-España a 28/11/2024

 

Palabras clave: Gran ciudad, Estado, técnica, pánico, Progreso, Steiner, Jünger y Benjamín.

 Antonio Mercado Flórez. Filósofo y Pensador.

 En la Gran ciudad, la clara y profunda llama de la vida que arde en los corazones de los hombres, parece que se hubiera nublado. Porque en su lugar priman los grisáceos y negruzcos nubarrones que preceden las tempestades. En un ámbito como éste, en medio del sol más lúcido, las cosas son lúgubres y frías, y la vida se torna rutina y cifra. No podemos negar que la mayor parte de las veces, el dolor y el sufrimiento trascienden nuestras fuerzas. El habitante de la Gran ciudad le hace fintas y los esquiva, pero no prepara la vida para enfrentarlos como hace el torero con el toro. Esto tiene sus causas y una fundamental, es la pérdida de la libertad. Hemos ido entregando poco a poco el fuerte donde mora la libertad, al “Dragón de mil escamas”, el Estado, a cambio de la seguridad. Observamos anonadados y sorprendidos, que la seguridad que una vez nos brindó, se resquebraja. Porque se han despertado de su letargo sueño fuerzas míticas y atemporales, que creíamos con el desarrollo de la razón y los instrumentos técnicos que estaban dominadas. Y en forma de creencias atávicas, terrorismo islámico, ideológico, guerras nacionales o entre naciones, se abren camino en nuestras ciudades, pueblos y campos dejando tras de sí desolación y muerte.

Esto nos permite percibir que estamos viviendo en esta alta civilización técnica, de sociedad de masas y cultura de masas, una disminución del sentido de la existencia. Y el optimismo, la confianza y la consciencia de poder que genera la técnica, se resquebraja cuando aparecen las fuerzas de lo elemental y atemporal. No sólo hacen evidente el resquebrajamiento de los anillos de seguridad que garantiza el Estado, sino también una visible falta de libertad. En un ambiente así quedamos a merced de los espíritus fuertes y voluntad recia, los hombres que permanecen firme en medio de las tempestades y las tragedias. Cobra validez en este estado de cosas, que “lo automático no se torna terrible hasta que no se revela como una de las modalidades de la fatalidad, como su estilo, tal como fue descrito de manera insuperable por Jerónimo Bosco”.

El arte se ocupa de manera especial de la nueva situación del ser humano; el objeto de éste va más allá de la mera descripción. En éste campo se están realizando tales ensayos que trascienden las valoraciones vigentes, esto es, los “órdenes” de valores establecidos. El arte contemporáneo nos sugiere participar de la inminencia o del “aura” de las imágenes; tal como lo percibe Benjamín y Borges en el “hecho estético”. Pensar las imágenes de la realidad como la inminencia de una Revelación. Y captarlas en un campo donde se entrecruzan sus sentidos de diversas maneras. Por eso el arte contemporáneo nos revela que vivimos en un mundo de imágenes entrelazadas y buscamos descifrar el enigma de lo actual. Posibilita, entre otros, reflexionar sobre el presente-actual, los lugares comunes y la tarea de destruir las fronteras de lo cotidiano. Ya que el hombre es un ser fronterizo.                                                      

Además, la pérdida de la libertad es una de las cuestiones que hoy se halla detrás de todas las congojas del presente. El ser humano no sólo se está convirtiendo en cifra, sino también en un ser manipulado, vigilado, cercenado, atravesado y trascendido por fuerzas que no comprende ni domina. También podemos decir que el hombre se “cosificó”, se “objetivó” o se convirtió en un “almacén de existencias”, dando paso a un ámbito donde sólo moran los titanes y las personas de espíritus fríos. Parece que fuéramos parte de un mundo del que se apoderó un pánico que dice mucho de la época que vivimos. Un terror a lo desconocido, lo diferente, la alteridad –al color de la piel, al ritmo de lenguas diversas, a la religión, a la cultura diferente–, acrecienta la angustia y la debilidad de la persona que sufre, que tiene miedo y está completamente desprotegida, vulnerable ante el ejercicio del poder Total.

También se observa que, la coacción tiene especial eficacia en los desplazados, los desempleados, los inmigrantes, las prostitutas, los homosexuales y, por supuesto, en las minorías étnico-lingüísticas. Esto nos devela que el miedo es el que domina y controla a esos hombres y mujeres; y se ubica en el pálpito de lo azarosa y violenta en que han convertido sus vidas. Se observa “que esos hombres y esas mujeres se precipitan en su miedo cual si fueran unos posesos y que subrayan con franqueza y sin rubor los síntomas de ese miedo”. Naturalmente, el pánico, el miedo y el dolor, se están convirtiendo en característico de la época que vivimos. Con relación al desarrollo de los instrumentos técnicos, “el pánico se hará más compacto todavía en aquellos sitios donde el automatismo aumenta y está aproximándose a formas perfectas, como ocurre en Norteamérica. En esos sitios es donde encuentra el pánico su mejor alimento; es difundido a través de redes que compiten en rapidez con el rayo”.

Pero existen personas que en medio del caos o la violencia que vivimos, se levantan por encima de las adversidades. Y se dan cuenta que “hay épocas de decadencia en las que se desvanece la forma de vida profunda que en cada uno de nosotros está dibujada de antemano. Cuando perdemos sus huellas, vacilamos y nos tambaleamos como a seres a quienes les falta el sentido del equilibrio. Entonces, pasamos de las oscuras alegrías a los oscuros dolores. Y la consciencia de una infinita perdida hace que el pasado y el porvenir se nos aparezcan llenos de atractivos, y mientras el instante huye para no volver más, nos balanceamos en épocas remotas o en fantásticas utopías”. Esa capacidad de percibir la forma de vida profunda en medio del caos y los instantes únicos de la vida cotidiana, los Dioses y las Musas lo donan sólo a sus elegidos.

Son los que perciben el sentido de las cosas y de la existencia en general. Entonces, su ofrenda se traduce en obra de arte, música, teatro, literatura, teología, poesía o filosofía. Gracias a ellos, la vida es agraciada con una nueva y desconocida luz. Y nos damos cuenta que la existencia que vivimos con un espíritu lleno de prejuicios o anclados en el tópico y el lugar común, se libera de las ataduras. Entonces, se torna piedra preciosa que brilla en medio del camino y a la que todo el mundo toma como un trozo de vidrio. Y se trata de una piedra preciosa, que tenemos que pulirla correctamente. Por eso hay que trabajar primero en el interior de todos y cada uno de nosotros.

Por estar inmersos en los ritmos de la vida cotidiana, no nos damos cuenta que las personas son inestimables tesoros que están siempre a nuestro lado, a lo largo del viaje de nuestra existencia. Cada una de ellas forma parte de la aristocracia natural de este mundo –como la solía llamar el hermano Othón, uno de los personajes de la novela Sobre los acantilados de mármol de Ernst Jünger -, y que cada una de ellas, no obstante, puede hacernos un gran bien. Concebía a los hombres como depositarios de algo maravilloso y a todos les dispensaba un trato principesco. Por eso todas las personas que se acercaban a él se abrían como plantas que despertaran de un sueño invernal, y no porque se hicieran mejores de lo que eran, sino porque se acercaban más a sí mismas”. En los ritmos de la vida cotidiana no nos damos cuenta, que la existencia es algo sencillo, profundo y sublime, porque cada instante nos abre la comunicación consigo mismo, con el otro o, con Dios. En cualquier instante se puede dar la Revelación divina o, abrir las puertas del “hecho estético”, que nos posibilite alcanzar lo bello y sublime, que mora en todos y cada uno de nosotros.

En este orden de la existencia, la vida no puede ser arrojada en manos del primer postor. Aunque una doctrina afirme: la vida con todos sus placeres y dolores no es nada. “La vida -dice Ludwig Wittgenstein-  no está ahí para eso.  Tiene que ser algo mucho más absoluto. Tiene que tender a lo absoluto. Y lo único absoluto es defender victoriosamente la vida luchando como un bravo soldado por ella hasta la muerte. Todo lo demás es vacilación, cobardía, comodidad, miseria. Por ello debemos vivir de tal modo que podamos morir bien. Y sólo lo alcanza quien logra conocerse a sí mismo, confesarse a sí mismo, lo que “es”. También sabemos que “conocerse a sí mismo es terrible porque a la vez se conoce la exigencia vital, y que uno no la satisface. Pero no hay un medio mejor de conocerse a sí mismo que mirar al perfecto. Por eso el perfecto tiene que desatar una tempestad de indignación en los seres humanos; si no quieren humillarse completamente. Creo que las palabras: “Bienaventurado quien no se escandaliza de mí” quieren decir: “Bienaventurado quien sostiene la mirada del perfecto”.

La tarea de la filosofía, en este estado de cosas, es tranquilizar el espíritu con respecto a preguntas carentes de significado. Quién no es propenso a tales preguntas no necesita la filosofía. Esto no es una opinión cualquiera, tampoco una convicción, sino una visión frente a las cosas y la vida en particular.

Con la rapidez y lo fugaz con que se presentan los fenómenos, no nos detenemos a pensar que el mundo todo, las plantas, los animales, los insectos, las olas del mar, el lamento de la lengua del río, las cosas, las estrellas del cielo y las hechuras humanas, nos hablan. Pero para entender el sentido de las cosas y el lenguaje que comunican, es preciso poseer un espíritu lúcido. Distinguir, por ejemplo, que detrás del relampaguear de los fenómenos, la fugacidad de las imágenes y el estuche de las apariencias, se oculta algo eterno. Eso que posibilita que, en medio del dolor y la miseria humana, renazca la vida en la “figura” del amor. Se trata de rasgar el velo que encierra el misterio del mundo materialista y hedonista del que somos parte, para vivificar el espíritu. Y así, arda su llama con más intensidad en el corazón de los hombres. De esto depende que nuestros pensamientos y nuestras acciones tomen un curso nuevo. Entonces, la mirada ha de cambiar, mirar las cosas de la vida cotidiana con serenidad, absoluta serenidad; y el mundo se revelará en fragmentos de eternidad.

En estados como esos, la Gramática de la vida y la Gramática de la lengua, se entrelazan en un nuevo y resplandor brillo, que permiten ver el sentido de las cosas con los ojos de la jovialidad. De ahí que, “la palabra es, a la vez, como una reina y una bruja”. Ella posee el Don de dignificar o destruir la existencia. Con el cetro de la palabra en la mano se pueden destruir reinos y demoler los cimientos de las culturas; por eso los dioses la donan sólo a sus elegidos. El mundo cultual, el estético, la filosofía, lo saben desde tiempos inmemoriales; que existen seres humanos dotados para desvelar la magia de las cosas animadas e inanimadas. El duro hierro de los días en este orden de la existencia es más soportable y llevadero. Aquí el dolor y el miedo, la angustia y la fragilidad del ser humano, pierden la agresividad que los caracteriza.

Ahora bien, ¿qué está en juego en el mundo actual? Comprender que detrás de las apariencias, la fugacidad de los fenómenos, se oculta un profundo orden que gobierna a la naturaleza y la vida. Por eso el ser humano siente la necesidad de imitar con su débil espíritu el milagro de la Creación. Y para éste acto único y divino, se vale de la imaginación, el lenguaje y las reflexiones del pensamiento. Se trata de tener la convicción de que el orden y la ley están detrás de lo que nosotros llamamos, caos y azar. El umbral de la filosofía y el cultual lo constatan diariamente: “cuanto más ascendemos, más nos acercamos al misterio que el polvo oculta”.

Sólo cuando escapamos de las fuerzas del temor o del dolor, que nos acongojan y desorientan, se desvela que detrás de las esferas del cálculo y la fuerza del poder, está la estructura fundamental, el Absoluto. Así su resplandor ahuyenta los engañosos fantasmas que tratan de apoderarse de nuestras vidas. Esto posibilita que permanezcamos serenos y confiados en nosotros mismos, aun cuando las potencias del sufrimiento, el dolor o la muerte, se expandan por nuestras tierras y el miedo enrarezca el aire y sea malo de raíz. Se trata “que nos pongamos a la altura de esta imagen terrible. Sobre esa cumbre todo se confundirá y se igualará”, entonces “la verdad brotará de la aparente injusticia”.

En un mundo donde el misterio de la vida o de la muerte, se profana en nombre de la Cultura de lo efímero, se convierte en terreno apropiado para las nuevas utopías de lo inmediato. Y resulta fascinante para las vidas nuestras, en cuanto son insignificantes y están destinadas al olvido. Un tiempo donde el “presente sólo se proyecte a través de la música, las matemáticas, la poesía y el pensamiento de un número reducido de personas”, resulta preocupante. En su conducto, el despilfarro de la energía vital, es consecuente con la primacía de las nuevas utopías de lo inmediato. Somos habitantes de ámbitos donde los universales históricos cambian para dar paso al consumo, el lujo, el materialismo, la técnica, las redes digitales, la imagen pictórica en movimiento, la estadística. Esta transformación en el orden de la existencia, se aleja cada vez más de la consciencia del estado transitorio e inestable del tiempo, la identidad personal, la coherencia del “Yo” concreto, la distinción entre el “Yo” y “Tu” por la que el animal hablante entró en la historia. Existe la sensación que nos compelen a liberarnos de la consciencia histórica, la memoria verbal, como si se tratara de un gran peso. Porque en el ámbito de la Cultura de lo efímero, las relaciones de sentido se sustituyen a marcha forzada por relaciones artificiales.

Así que, la “retirada de la palabra” de la que nos habló Steiner, tiene su correspondencia en los códigos no verbales como las matemáticas y los signos, que controlan y definen gran parte de la realidad. Hoy en día –dice Steiner– es cada vez más difícil “ser uno mismo”, encontrar un espacio diferenciado para el idioma, el estilo y la sensibilidad.

En esta alta civilización técnica y de masas se trata que la estructura de la Gramática del habla, conserve la frescura que es debida. Porque con la rapidez con que se imponen los instrumentos técnicos, se está produciendo “una drástica disminución y estandarización del vocabulario y la sintaxis, acompañados por un increíble aumento de las jergas, los estereotipos, las muletillas y los clichés. Semejante reducción de la gramática (de las particularidades y posibilidades estructurales de la frase) está en la base de la retórica publicitaria y del periodismo”. Cuan grato resulta observar que en algunos círculos el lenguaje conserva la frescura que le es propia. Es grato observar, que el hombre a quien el miedo arrastra con sus espejismos seductores se levanta de los escombros de lo actual, como el Ave de Minerva al anochecer. Y es sumamente grato, que los seres humanos establezcan conversaciones a la usanza de nuestros antepasados. En un acto tan excelso, pero humano, el lenguaje se convierte en el instrumento adecuado para dignificar la vida y la memoria histórica de los pueblos. Sí se tiraniza el lenguaje se violenta el sentido profundo de las cosas y de la existencia. Así que, la vida pierde su “dymon” –su personalidad, su divinidad.

Parece que, en este mundo de alta civilización técnica, hubiésemos caído en el hoyo profundo y oscuro de la insolencia de la fuerza –la económica, la política, del desarrollo de los procesos, la militar, la terrorista, la de los ritmos de lo cotidiano, etc. Y, nos entregáramos a la excitación nerviosa que nos hace soñar con las cosas del poder y de la fuerza, con las formas que van tomando en el tiempo dispuestas tanto al desastre como al triunfo, al combate de la vida. Y, nos olvidamos que detrás de las apariencias de las cosas animadas e inanimadas permanecen las huestes celestiales. Así las fuerzas del mal, el terror o el miedo, se difuminan en presencia de hombres de espíritus libres. Por eso el ser humano no debe perder el dominio de sí, ya que el miedo se apodera de él y le domina, zarandeándole en molinos como un ciego. Y la fuerza que se necesita para dominar el miedo y el dolor, sólo, absolutamente sólo, proviene de las fuentes del espíritu. De ahí que la serenidad ante el dolor y el pánico, cuya sombra siempre se cierne sobre la persona desprotegida y sola, tiene su contra partida en los espíritus libres y fuertes. 

Deseo resaltar que la técnica como instrumento de ejercicio de la voluntad de poder, ha ido reemplazando poco a poco las esferas del espíritu, los contenidos de las experiencias compartidas y el sentido de las lenguas naturales. Esta mutación toma forma y se materializa en provecho del Titán y las fraguas de Vulcano, de una parte; de otra, la arena de la historia y de la vida configuran un “tipo” determinado de hombre, como consecuencia de la universalización de la ciencia y los instrumentos técnicos –Plataformas Digitales, Internet, redes sociales, Inteligencia Artificial-. En contrapartida Jünger piensa que sí se dota a la técnica de su sentido de aletheia, de Revelación, se restaura la esencia del Ser y de la Existencia. Ese lugar donde reposan las fuerzas míticas de la ciencia y la técnica que se entrelazan con la niñez. Por tanto, conectarnos con las fuentes de lo elemental y lo mítico de la ciencia y la técnica, significa, que el “ojo vea las cosas como debieron estar cuando su nacimiento, en su origen, llenas de novedad y de misterio”-al decir de Benjamín.

Benjamín, Jünger y Nietzsche, tratan de destruir a martillazos los viejos valores, los conceptos generales, el valor neutral que la sociedad moderna da a la técnica. Piensan que la técnica y la ciencia están ligadas a unas relaciones imperceptibles de saber y poder, de prácticas y usos, que estructuran el funcionamiento de un “tipo” de sociedad: “la felicidad del medio ocre”. De ahí que el mundo moderno haya entregado poco a poco la libertad, la autonomía de la voluntad, las reflexiones del pensamiento, los contenidos del lenguaje natural, a cambio de “unas pocas monedas de lo actual”. En esta época percibimos que se “aclimatan las asperezas para vivir en el domesticamiento, el sopor y la molicie”.

Desde esta perspectiva Jünger cree que la técnica, es un medio para concentrar la enseñanza que el dolor marca en la voluntad. Ha de ser un valor “heroizante”, y su telos, hacerse “épico”. Esta visión de la técnica se antepone a la del Sistema de Producción Global, que la concibe desde el umbral económico y utilitarista; vista como un medio para suprimir o dominar la naturaleza y al ser humano. Jünger cree en la necesidad de remontar el nihilismo porque los viejos valores están colapsados, y los nuevos no responden a las esperanzas y necesidades humanas. Una tarea que se opone a toda metafísica, y a las elucubraciones teóricas sin peso real. Se trata, entonces, del hombre de carne y hueso, su destino sobre la Tierra.

Es loable la reflexión de Jünger y Benjamín en cuanto se oponen a la maleabilidad del valor técnico, como fuerza despersonalizada. Piensan que allí brota el germen de la mediocridad y del servilismo. Que la técnica se “asocia a un poder funcional enorme”, que llega a convertirse en “fuente de penurias, de sin sentido y de nihilismo planetario”. En un tipo de sociedad como ésta se prioriza el cálculo, la cifra, la estadística, la numerificación de la sociedad, sobre los valores del espíritu y la cultura. La conservación de la naturaleza, los ecosistemas, y el “aura” de la vida en general, se transforman en valor de cambio. Benjamín tiene razón cuando afirma que en la técnica y la ciencia todo lo que sobrepase suplir las necesidades humanas, el resto se empleará inexorablemente para la propaganda de la guerra. De ahí se deduce que el desarrollo de los procesos y la técnica están ligados a la industria armamentística. Esto confirma cuan poderosos son los “perros de la guerra” cuando se sueltan. Con la ciega voluntad de poder, las pérdidas humanas adquieren una terrible dimensión.

En este orden de ideas, el valor técnico en sí “cargado de sentido”, en una dirección antagónica a la naturaleza humana, levanta un malestar esencial sobre el Progreso y la Ilustración. El hombre moderno decadente y engreído al negar la dimensión de lo sagrado, convierte a la técnica en un arma propiamente infernal. La cultura de la técnica, en su defecto, deja tras de sí un montón de escombros: el hambre, las guerras, la violencia, los dolores, el sufrimiento, el miedo, el pánico, la desolación, las enfermedades, las pandemias, el odio, y un grupo de poderosos que la ponen al servicio de los “cuadros de mando”, que hacen parte del Gran Poder. Así que, los poderosos del mundo crean un desierto y lo llaman paz. Además, la ciudad, la Gran ciudad contemporánea se convierte en un frente de batalla. Se libran allí los combates más atroces cada instante, cada hora, cada día, entre el ser humano y los poderes impersonales que desean apropiarse de la vida de los hombres.

Esta trastocación desde un punto de vista filosófico, se orienta hacia una nueva determinación del valor. Ya que está ligada a la “metafísica de la voluntad de poder”; que se sitúa más allá del bien y del mal. En este orden la técnica y la ciencia son indiferentes a la moral, la ética o al ethos (al carácter, la forma de vida), de la sociedad. Son ellos los que imponen el valor moral, los principios y los usos que determinan a la sociedad. Por eso el desenvolvimiento de la técnica en la sociedad moderna produce no sólo un desvelamiento del espíritu de la técnica, sino también un cierto constreñimiento. La técnica limita el libre desenvolvimiento de la personalidad. ¿De qué se trata realmente en un “tipo” de análisis como éste? ¿Dónde se ponen al descubierto la pluralidad de variables que tejen y destejen el sentido oculto de la técnica y las diversas relaciones de fuerza? Que detrás de los espejismos, las fantasmagorías del bienestar social y el desarrollo, la técnica obedece a su propia lógica interna. Y en el caso que nos ocupa percibir sus repercusiones en la vida psíquica, biológica y espiritual del ser humano; y su incidencia en el Estado, la política, los organismos internacionales, las comunidades, la naturaleza, los hombres y sus obras. Así que, develar que el fin implícito que porta no es otro que el dominio de los seres humanos y de la naturaleza.

Desde el mito las religiones Antiguas narran que en el origen de las civilizaciones hubo una lucha entre dioses y titanes. Durante milenios los dioses mantuvieron a raya a los titanes. Sin embargo, nos acercamos al crepúsculo de los dioses y al regreso de los titanes. Ellos imponen el mundo abyecto e indiferente de lo elemental. “Lo elemental retorna como consecuencia del predominio de unos instrumentos técnicos de extremado poder”. Se trata de un clima adverso a la naturaleza humana. Pero darle el valor que le corresponde, aún en medio de la atmósfera destructiva, de sin sentido que vivimos, le atañe al hombre de carne y hueso. Que el ser humano sea “capaz de afrontar activamente las destrucciones”.

Entonces, ¿qué le interesa realmente al hombre del colectivo técnico y al mundo de ese colectivo? No es la búsqueda de los fragmentos de felicidad, los instantes de solidaridad ni el amor ni el respeto a la dignidad humana, sino la riqueza, el poder, el consumo, la producción, el status, el lujo, el bienestar social y la rentabilidad que reportan los instrumentos técnicos. De ahí que Jünger diga: “Lo importante no es que vivamos, sino la posibilidad de llevar en la tierra una vida de gran estilo según elevados criterios”.

Ahora bien, “la verdadera razón de ser de la técnica no es “acelerar el progreso”, sino intensificar su poder; la técnica constituye “el más poderoso y el menos contestable de la revolución total”. Entre más intensifique su poder, la técnica abarca espacios nuevos en la economía de la existencia y la realidad. Pero el órgano que más mal parado sale, es el lenguaje. Son tan poderosos los instrumentos técnicos, que poco a poco sustituyen el sentido del lenguaje natural, por el contenido del lenguaje del artificio. Esta trastocación diluye la esencia de la gramática. Como dijo Wittgenstein: “la esencia es la gramática”.

Para Ernst y su hermano George Friedrich Jünger, la idea de Progreso es una quimera y sería un error creer que la técnica se desarrolla indefinidamente. Piensan que la técnica ha de alcanzar un punto de perfección que es la expresión máxima de sus posibilidades, esto anuncia la aparición de una ciencia simplificada. Jünger en Eumeswil señala: “¿Es “técnica” la palabra adecuada? Mejor sería hablar de “metatécnica”. Pero no entendida como un perfeccionamiento de los medios, sino como una transformación en una cualidad diferente”. Dice que no hay evolución que pueda extraer de la existencia más de lo que encierra. Es decir, la economía de la existencia no puede dar más de las potencias que contiene. Esta transformación de la cualidad de la técnica tiene su mayor exponente en la Inteligencia Artificial, las Plataformas Digitales y en el ramaje de los lenguajes digitales.

Ernst Jünger no cree en el mito del progreso indefinido, tampoco que la técnica sea “neutra”. Es decir, esencialmente liberadora u opresora. De ahí que exalta su carácter mediador, revelador, porque quien recurre a la técnica no puede terminar siendo su esclavo, sino que ella debe contribuir a su nueva forma de vida, a la “adecuación” del nuevo estilo de vida que impone la técnica. Ella ha de contribuir a encontrar los medios y los modos de expresión y acción específicos. Mirar la técnica desde esta perspectiva, significa, concebirla “positivamente”. Y en ese proceso instauran una nueva concepción de la existencia, del mundo y de la realidad. Por eso el predomino de la técnica en el mundo actual no hay que tomarlo como algo aparente y fugaz en el sentido de la vida, ya que tocan los filamentos más profundos y finos de la existencia humana.

Ahora bien, ¿puede la técnica en esta alta civilización abstracta convertirse en instrumento de liberación, o en un medio para restaurar la unidad del “¿Yo” perdida, o la coherencia de la personalidad? ¿se constituye la técnica en el instrumento adecuado para alcanzar la dignidad de persona? ¿responde la técnica en esta alta civilización de lenguajes artificiales a la Gramática de la vida, o a las Gramáticas de la creación? Creo que para que se cumplan estas exigencias de alto estilo, la técnica ha de cambiar la “esencia” y la “función” que la constituye. Porque en los últimos espacios de tiempo cumplió una función abyecta, distante, cuando la cultura se conjugó con la barbarie. Se trata entonces de desvelar la ligazón entre la técnica y la nueva naturaleza del poder, y percibir las perdidas en la civilización moderna. Cuando esto suceda lo elemental recobrará su rostro natural, libre, lleno de novedad y de misterio, y como fuentes de aguas cristalinas bañaran las inmundicias de los seres humanos.

Ernst Jünger compara la técnica a un lenguaje que todos pueden hablar -dice Marcel Decombis-, pero cuyos intérpretes serán sólo quienes lo hayan aprehendido maternalmente. El hombre nuevo que nace como constructo de la técnica, necesita ipso facto un nuevo “decir”. Ese lenguaje no es otro que, el “logos” del artificio. La lengua de las matemáticas, el signo, el símbolo, se adecuan a un Atlas lingüístico léxico-gráfico que responde sólo a la imagen y a los lenguajes digitales. En un tipo de análisis como éste se trata de desvelar lo que oculta la ligazón entre el confort técnico y la nueva voluntad de poder. De hecho, esto confirma que la técnica no es “neutra”, sino que está al servicio de quienes conocen sus requerimientos y manejan los “centros de poder”. En otras palabras, los valores técnicos que portan en sí un extremado poder, no sólo no responden a las necesidades y esperanzas humanas, sino que están al servicio de los poderosos; por ser instrumentos de coacción, dominio y control.

No olvidemos que la técnica es capaz de segregar un “tipo” humano que la “domina” y, le da la “función” que le corresponde. “Segrega una inteligencia precisa, de buena calidad. Existe en todos los asuntos de la práctica un cierto número de seres humanos que forman la pequeña y bien diseñada ruedecita que da impulso y trabajo a la obra”. En esta época de alto desarrollo técnico y científico, existen personas adecuadas para que cumplan la función que les corresponde –abarcan el ámbito que va desde el confort técnico, la lengua de la Gran ciudad, la lengua de la civilización, la voluntad de poder hasta el mundo dineral y militar–. El técnico, el poderoso y las redes del capital internacional, saben, por ejemplo, que “acceder al nivel de impersonalidad activa” significa hacerlo a los “cuadros de mando”. Por eso el desarrollo de los procesos y la técnica están cargados de misterio y oscuridad. Esto se percibe en la industria armamentística, la automovilística o en las empresas farmacéuticas, por ejemplo.

Sí la civilización de la Gran ciudad habla el lenguaje de la técnica y el progreso; y el espíritu sólo puede retirarse a un rincón...como si esperara una nueva encarnación (en una nueva cultura), como dijo Wittgenstein; la civilización que vivimos es la del hombre tecnificado. Configúrese en la historia como campesino, obrero, jornalero, chofer, talabartero, tecnócrata, político, hombre de las finanzas, militar, empresario, sacerdote o pastor evangélico, etc. Que su mecanismo tenga su propia “lógica” responde “a un orden bien definido, uniforme y necesario” Preguntamos, ¿estamos los seres humanos capacitados para realizar nuestra voluntad a través de ellos y no dejarnos arrastrar por el sufrimiento, el dolor o el miedo que nos reportan? En todo caso se trata, que las sociedades de masas –ni pedagógica ni culturalmente estén preparadas para hacerle frente a las “elites tecnológicas” ni a los poderosos del mundo que ejercen el poder político, económico y militar.

La técnica impone un estilo de vida, un estilo planetario; el mundo global conectado en Red habla la lengua de la técnica y la ciencia. Se impone una imagen de la realidad, unos medios y modos de lenguaje. En el mundo global que habitamos, por ejemplo, el gasto, la plusvalía o el interés comercial, están determinados por los instrumentos técnicos. La economía en su aprehensión histórica o sociológica responde a la dinámica de la técnica. La lengua de la técnica comunica contenidos “abstractos” que conciernen a los de las relaciones artificiales. Ahora, ¿quién reina realmente en el mundo actual? ¿quién impone las reglas de juego a los sujetos internacionales? Por supuesto, el que posee la economía (capitalismo financiero internacional, el valor de los bienes en bolsa, las compañías o empresas transnacionales, etc.); y el desarrollo de los procesos –la dynamis de la ciencia y la técnica–. De ellos depende en gran parte la vida de millones y decenas de millones de seres humanos. La producción, recolección y venta del 75 % de los productos agrícolas mundiales, por ejemplo, lo dominan tres empresas transnacionales; lo mismo sucede con las empresas farmacéuticas o de comunicación global, etc.

En este orden, se trata que toda macro estructura funcional, tenga un “cuadro de mando” –diluido, imperceptible y eficaz en las relaciones de fuerza–, que determinan la vida sobre la Tierra. Pero, lo más sorprendente es que cada punto y cada cuerda de la “Red del cuadro de mando” que se pone en movimiento, repercute en la Red total. Por paradójico y extraño que parezca, la nueva voluntad de poder y el confort técnico responden sólo, absolutamente sólo, a los requerimientos de los “cuadros de mando”.

Deseo resaltar que en el mundo que habitamos la ciencia y la técnica tratan de suprimir toda “cualidad”; toda búsqueda de excelencia humana. A la ligazón entre los instrumentos técnicos y la voluntad de poder no le interesa la “cualidad”, sino la eficacia y la eficiencia. Sabemos que la “cualidad” tiene que ver con el mundo subjetivo, el ámbito del lenguaje, la sensibilidad, los valores éticos y morales y, los movimientos del pensamiento. Este “tipo” de hombre se abre suelto y ligero de equipaje ante nuestros ojos, desprovisto de envidia y lujuria va al encuentro de las creaciones y los contenidos del espíritu. Son los que se enfrentan con ese “tipo” de ralea, mezquina de corazón y corta de razón; con ese “tipo” de hombre que mancilla la luz del espíritu con la sangre y el dolor del inocente. Por eso los contenidos del espíritu no afluye a ellos.

Este “tipo” de hombre suelto y ligero de equipaje, se levanta como el Cóndor de pico de estrella y alas de fuego, sobre los negros nubarrones cargados de lluvia y fuego de la sinrazón y la maldad; y cómo valientes guerreros trazan en el combate las fronteras de la libertad. De ahí que luchan tenazmente contra esa ralea, que trata de convertir las tierras habitadas en campos de sin sentidos y legiones de demonios; luchan por restaurar la dignidad humana con el “cetro” de la palabra en la mano y el pensamiento. ¿Para qué? Para que su poder se extienda como los prados en flor y su aroma embriague los corazones, y se instaure un reino mucho más hermoso que todos los imperios conquistados a punta de espada y armas de fuego.

Entonces, ¿de qué adolece la época actual? Que, frente al desafío de los instrumentos técnicos, la imagen gráfica en movimiento y los lenguajes digitales, tenemos que situarnos del lado de los hombres y lo que representa la vida para el ser humano. Porque el hombre de carne y hueso con sus sueños y pesadillas, esperanzas y quebrantos, es el único que puede hacerle frente al mundo de los titanes y del colectivo técnico. Se trata entonces de reorientar el valor de los lenguajes digitales y la imagen en beneficio del ser humano. Que el hombre no se convierta en esclavo, siervo, de la técnica y sus espejismos, sino que se restaure desde las esferas del espíritu, el verdadero sentido de humanidad. Jünger exalta el tiempo del rebelde donde propone a los hombres no aliarse con los titanes, sino apelar a ellos en beneficio de los hombres, como una vía para el advenimiento de los dioses, únicos capaces de encadenar nuevamente a los titanes.

La labor de los poetas se torna indispensable en una civilización que habla el lenguaje de las máquinas, velocidad y de las imágenes. Ya que el fin que se proponen desde los “cuadros de mando”, es convertir al ser humano en objeto y uniformizar su energía vital. En sus hallazgos hay “manantiales de agua y vida y la tierra se torna humanamente habitable”. En un mundo árido del espíritu de la palabra y de imaginación creadora de “forma”, la poesía otorga fuerza a las acciones humanas. Y “el mundo de la técnica podrá revitalizarse, si accede al reino de las Musas; la enorme superioridad de este reino del arte y de la veneración podrá proporcionar al mundo de la Técnica el milagro del Ser, y entonces que sorpresas nos estén deparadas”.

Sí el hombre se desliga de su obra –nos recuerda Jünger– que se ha convertido en autómata, y de la que cada vez es más difícil poder desasirse y suplirla; no queda más remedio que recurrir al reino de la poesía, del arte, la teología o, de la filosofía, para restaurar la unidad del “Yo” perdida y la “magia” de la materia animada e inanimada. Esto es, restaurar el universo del habla, la memoria verbal y el pensamiento.

Si la “fatalidad azarosa”, ciega, de la técnica y la voluntad de poder que gobiernan la vida y las potencias de la muerte, primarán sobre lo fundamental, el hombre se convertiría en apéndice de la técnica. Sí la fortaleza cae su caída será más devastadora que la que se produjo en la Segunda Guerra Mundial, cuando la poesía, el arte, la filosofía y los más altos ideales de la cultura occidental, se hermanaron con la barbarie. Y, la muerte en sacrificio de seis millones de judíos y otras minorías étnicas, permanecen en la memoria de la humanidad. No podemos olvidar que el pensamiento técnico, analítico y racionalista, no sólo es un pensamiento reduccionista, sino también que está cargado de crueldad y de maldad. En una época como la nuestra es grato recordar, que “la palabra es, a la vez, como una reina y como una bruja”. Nos sirve como antorcha para bajar a las profundidades más atroces donde reina la tiranía, el dolor o la muerte, y ver estupefactos y anonadados como unos hombres malvados se asocian criminalmente con la técnica; y, de otra, nos levanta del polvo de la tierra y nos ayuda alcanzar las alturas, los reinos donde moran los Dioses y las Musas. El hombre entonces siente en lo más profundo del corazón y del alma, la necesidad apremiante de “imitar con su débil espíritu el milagro de la Creación”.