Reflexión Sobre la Actualidad
Madrid-España a 28/11/2024
Palabras clave: Gran
ciudad, Estado, técnica, pánico, Progreso, Steiner, Jünger y Benjamín.
Esto
nos permite percibir que estamos viviendo en esta alta civilización técnica, de
sociedad de masas y cultura de masas, una disminución del sentido de la
existencia. Y el optimismo, la confianza y la consciencia de poder que genera
la técnica, se resquebraja cuando aparecen las fuerzas de lo elemental y
atemporal. No sólo hacen evidente el resquebrajamiento de los anillos de
seguridad que garantiza el Estado, sino también una visible falta de libertad.
En un ambiente así quedamos a merced de los espíritus fuertes y voluntad recia,
los hombres que permanecen firme en medio de las tempestades y las tragedias.
Cobra validez en este estado de cosas, que “lo automático no se torna terrible
hasta que no se revela como una de las modalidades de la fatalidad, como su
estilo, tal como fue descrito de manera insuperable por Jerónimo Bosco”.
El
arte se ocupa de manera especial de la nueva situación del ser humano; el
objeto de éste va más allá de la mera descripción. En éste campo se están
realizando tales ensayos que trascienden las valoraciones vigentes, esto es,
los “órdenes” de valores establecidos. El arte contemporáneo nos sugiere
participar de la inminencia o del “aura”
de las imágenes; tal como lo percibe Benjamín y Borges en el “hecho estético”. Pensar las imágenes de
la realidad como la inminencia de una Revelación. Y captarlas en un campo donde
se entrecruzan sus sentidos de diversas maneras. Por eso el arte contemporáneo
nos revela que vivimos en un mundo de imágenes entrelazadas y buscamos
descifrar el enigma de lo actual. Posibilita, entre otros, reflexionar sobre el
presente-actual, los lugares comunes y la tarea de destruir las fronteras de lo
cotidiano. Ya que el hombre es un ser fronterizo.
Además,
la pérdida de la libertad es una de las cuestiones que hoy se halla detrás de
todas las congojas del presente. El ser humano no sólo se está convirtiendo en
cifra, sino también en un ser manipulado, vigilado, cercenado, atravesado y
trascendido por fuerzas que no comprende ni domina. También podemos decir que
el hombre se “cosificó”, se “objetivó” o se convirtió en un “almacén de existencias”,
dando paso a un ámbito donde sólo moran los titanes y las personas de espíritus
fríos. Parece que fuéramos parte de un mundo del que se apoderó un pánico que
dice mucho de la época que vivimos. Un terror a lo desconocido, lo diferente,
la alteridad –al color de la piel, al ritmo de lenguas diversas, a la religión,
a la cultura diferente–, acrecienta la angustia y la debilidad de la persona
que sufre, que tiene miedo y está completamente desprotegida, vulnerable ante
el ejercicio del poder Total.
También
se observa que, la coacción tiene especial eficacia en los desplazados, los
desempleados, los inmigrantes, las prostitutas, los homosexuales y, por
supuesto, en las minorías étnico-lingüísticas. Esto nos devela que el miedo es
el que domina y controla a esos hombres y mujeres; y se ubica en el pálpito de
lo azarosa y violenta en que han convertido sus vidas. Se observa “que esos
hombres y esas mujeres se precipitan en su miedo cual si fueran unos posesos y
que subrayan con franqueza y sin rubor los síntomas de ese miedo”.
Naturalmente, el pánico, el miedo y el dolor, se están convirtiendo en
característico de la época que vivimos. Con relación al desarrollo de los
instrumentos técnicos, “el pánico se hará más compacto todavía en aquellos
sitios donde el automatismo aumenta y está aproximándose a formas perfectas,
como ocurre en Norteamérica. En esos sitios es donde encuentra el pánico su
mejor alimento; es difundido a través de redes que compiten en rapidez con el
rayo”.
Pero
existen personas que en medio del caos o la violencia que vivimos, se levantan
por encima de las adversidades. Y se dan cuenta que “hay épocas de decadencia
en las que se desvanece la forma de vida profunda que en cada uno de nosotros
está dibujada de antemano. Cuando perdemos sus huellas, vacilamos y nos
tambaleamos como a seres a quienes les falta el sentido del equilibrio.
Entonces, pasamos de las oscuras alegrías a los oscuros dolores. Y la
consciencia de una infinita perdida hace que el pasado y el porvenir se nos
aparezcan llenos de atractivos, y mientras el instante huye para no volver más,
nos balanceamos en épocas remotas o en fantásticas utopías”. Esa capacidad de
percibir la forma de vida profunda en medio del caos y los instantes únicos de
la vida cotidiana, los Dioses y las Musas lo donan sólo a sus elegidos.
Son
los que perciben el sentido de las cosas y de la existencia en general.
Entonces, su ofrenda se traduce en obra de arte, música, teatro, literatura,
teología, poesía o filosofía. Gracias a ellos, la vida es agraciada con una
nueva y desconocida luz. Y nos damos cuenta que la existencia que vivimos con
un espíritu lleno de prejuicios o anclados en el tópico y el lugar común, se
libera de las ataduras. Entonces, se torna piedra preciosa que brilla en medio del
camino y a la que todo el mundo toma como un trozo de vidrio. Y se trata de una
piedra preciosa, que tenemos que pulirla correctamente. Por eso hay que
trabajar primero en el interior de todos y cada uno de nosotros.
Por
estar inmersos en los ritmos de la vida cotidiana, no nos damos cuenta que las
personas son inestimables tesoros que están siempre a nuestro lado, a lo largo
del viaje de nuestra existencia. Cada una de ellas forma parte de la
aristocracia natural de este mundo –como la solía llamar el hermano Othón, uno
de los personajes de la novela Sobre los
acantilados de mármol de Ernst Jünger -, y que cada una de ellas, no
obstante, puede hacernos un gran bien. Concebía a los hombres como depositarios
de algo maravilloso y a todos les dispensaba un trato principesco. Por eso
todas las personas que se acercaban a él se abrían como plantas que despertaran
de un sueño invernal, y no porque se hicieran mejores de lo que eran, sino
porque se acercaban más a sí mismas”. En los ritmos de la vida cotidiana no nos
damos cuenta, que la existencia es algo sencillo, profundo y sublime, porque
cada instante nos abre la comunicación consigo mismo, con el otro o, con Dios.
En cualquier instante se puede dar la Revelación divina o, abrir las puertas
del “hecho estético”, que nos
posibilite alcanzar lo bello y sublime, que mora en todos y cada uno de
nosotros.
En
este orden de la existencia, la vida no puede ser arrojada en manos del primer
postor. Aunque una doctrina afirme: la vida con todos sus placeres y dolores no
es nada. “La vida -dice Ludwig Wittgenstein-
no está ahí para eso. Tiene que
ser algo mucho más absoluto. Tiene que tender a lo absoluto. Y lo único
absoluto es defender victoriosamente la vida luchando como un bravo soldado por
ella hasta la muerte. Todo lo demás es vacilación, cobardía, comodidad, miseria.
Por ello debemos vivir de tal modo que podamos morir bien. Y sólo lo alcanza
quien logra conocerse a sí mismo, confesarse a sí mismo, lo que “es”. También
sabemos que “conocerse a sí mismo es terrible porque a la vez se conoce la
exigencia vital, y que uno no la satisface. Pero no hay un medio mejor de
conocerse a sí mismo que mirar al perfecto. Por eso el perfecto tiene que
desatar una tempestad de indignación en los seres humanos; si no quieren
humillarse completamente. Creo que las palabras: “Bienaventurado quien no se
escandaliza de mí” quieren decir: “Bienaventurado quien sostiene la mirada del
perfecto”.
La
tarea de la filosofía, en este estado de cosas, es tranquilizar el espíritu con
respecto a preguntas carentes de significado. Quién no es propenso a tales
preguntas no necesita la filosofía. Esto no es una opinión cualquiera, tampoco
una convicción, sino una visión frente a las cosas y la vida en particular.
Con
la rapidez y lo fugaz con que se presentan los fenómenos, no nos detenemos a
pensar que el mundo todo, las plantas, los animales, los insectos, las olas del
mar, el lamento de la lengua del río, las cosas, las estrellas del cielo y las
hechuras humanas, nos hablan. Pero para entender el sentido de las cosas y el
lenguaje que comunican, es preciso poseer un espíritu lúcido. Distinguir, por
ejemplo, que detrás del relampaguear de los fenómenos, la fugacidad de las
imágenes y el estuche de las apariencias, se oculta algo eterno. Eso que
posibilita que, en medio del dolor y la miseria humana, renazca la vida en la
“figura” del amor. Se trata de rasgar el velo que encierra el misterio del
mundo materialista y hedonista del que somos parte, para vivificar el espíritu.
Y así, arda su llama con más intensidad en el corazón de los hombres. De esto
depende que nuestros pensamientos y nuestras acciones tomen un curso nuevo.
Entonces, la mirada ha de cambiar, mirar las cosas de la vida cotidiana con
serenidad, absoluta serenidad; y el mundo se revelará en fragmentos de
eternidad.
En
estados como esos, la Gramática de la
vida y la Gramática de la lengua,
se entrelazan en un nuevo y resplandor brillo, que permiten ver el sentido de
las cosas con los ojos de la jovialidad. De ahí que, “la palabra es, a la vez,
como una reina y una bruja”. Ella posee el Don de dignificar o destruir la
existencia. Con el cetro de la palabra en la mano se pueden destruir reinos y
demoler los cimientos de las culturas; por eso los dioses la donan sólo a sus
elegidos. El mundo cultual, el estético, la filosofía, lo saben desde tiempos
inmemoriales; que existen seres humanos dotados para desvelar la magia de las
cosas animadas e inanimadas. El duro hierro de los días en este orden de la
existencia es más soportable y llevadero. Aquí el dolor y el miedo, la angustia
y la fragilidad del ser humano, pierden la agresividad que los caracteriza.
Ahora
bien, ¿qué está en juego en el mundo actual? Comprender que detrás de las
apariencias, la fugacidad de los fenómenos, se oculta un profundo orden que
gobierna a la naturaleza y la vida. Por eso el ser humano siente la necesidad
de imitar con su débil espíritu el milagro de la Creación. Y para éste acto
único y divino, se vale de la imaginación, el lenguaje y las reflexiones del pensamiento.
Se trata de tener la convicción de que el orden y la ley están detrás de lo que
nosotros llamamos, caos y azar. El umbral de la filosofía y el cultual lo
constatan diariamente: “cuanto más ascendemos, más nos acercamos al misterio
que el polvo oculta”.
Sólo
cuando escapamos de las fuerzas del temor o del dolor, que nos acongojan y
desorientan, se desvela que detrás de las esferas del cálculo y la fuerza del
poder, está la estructura fundamental, el Absoluto.
Así su resplandor ahuyenta los engañosos fantasmas que tratan de apoderarse de
nuestras vidas. Esto posibilita que permanezcamos serenos y confiados en
nosotros mismos, aun cuando las potencias del sufrimiento, el dolor o la
muerte, se expandan por nuestras tierras y el miedo enrarezca el aire y sea
malo de raíz. Se trata “que nos pongamos a la altura de esta imagen terrible.
Sobre esa cumbre todo se confundirá y se igualará”, entonces “la verdad brotará
de la aparente injusticia”.
En
un mundo donde el misterio de la vida o de la muerte, se profana en nombre de
la Cultura de lo efímero, se
convierte en terreno apropiado para las nuevas
utopías de lo inmediato. Y resulta fascinante para las vidas nuestras, en
cuanto son insignificantes y están destinadas al olvido. Un tiempo donde el
“presente sólo se proyecte a través de la música, las matemáticas, la poesía y
el pensamiento de un número reducido de personas”, resulta preocupante. En su
conducto, el despilfarro de la energía vital, es consecuente con la primacía de
las nuevas utopías de lo inmediato.
Somos habitantes de ámbitos donde los universales históricos cambian para dar
paso al consumo, el lujo, el materialismo, la técnica, las redes digitales, la
imagen pictórica en movimiento, la estadística. Esta transformación en el orden
de la existencia, se aleja cada vez más de la consciencia del estado
transitorio e inestable del tiempo, la identidad personal, la coherencia del
“Yo” concreto, la distinción entre el “Yo” y “Tu” por la que el animal hablante
entró en la historia. Existe la sensación que nos compelen a liberarnos de la
consciencia histórica, la memoria verbal, como si se tratara de un gran peso.
Porque en el ámbito de la Cultura de lo
efímero, las relaciones de sentido se sustituyen a marcha
forzada por relaciones artificiales.
Así
que, la “retirada de la palabra” de la que nos habló Steiner, tiene su
correspondencia en los códigos no verbales como las matemáticas y los signos,
que controlan y definen gran parte de la realidad. Hoy en día –dice Steiner– es
cada vez más difícil “ser uno mismo”, encontrar un espacio diferenciado para el
idioma, el estilo y la sensibilidad.
En
esta alta civilización técnica y de masas se trata que la estructura de la Gramática del habla, conserve la
frescura que es debida. Porque con la rapidez con que se imponen los
instrumentos técnicos, se está produciendo “una drástica disminución y
estandarización del vocabulario y la sintaxis, acompañados por un increíble
aumento de las jergas, los estereotipos, las muletillas y los clichés.
Semejante reducción de la gramática (de las particularidades y posibilidades
estructurales de la frase) está en la base de la retórica publicitaria y del
periodismo”. Cuan grato resulta observar que en algunos círculos el lenguaje
conserva la frescura que le es propia. Es grato observar, que el hombre a quien
el miedo arrastra con sus espejismos seductores se levanta de los escombros de
lo actual, como el Ave de Minerva al anochecer. Y es sumamente grato, que los
seres humanos establezcan conversaciones a la usanza de nuestros antepasados.
En un acto tan excelso, pero humano, el lenguaje se convierte en el instrumento
adecuado para dignificar la vida y la memoria histórica de los pueblos. Sí se
tiraniza el lenguaje se violenta el sentido profundo de las cosas y de la
existencia. Así que, la vida pierde su “dymon” –su personalidad, su divinidad.
Parece
que, en este mundo de alta civilización técnica, hubiésemos caído en el hoyo
profundo y oscuro de la insolencia de la fuerza –la económica, la política, del
desarrollo de los procesos, la militar, la terrorista, la de los ritmos de lo
cotidiano, etc. Y, nos entregáramos a la excitación nerviosa que nos hace soñar
con las cosas del poder y de la fuerza, con las formas que van tomando en el
tiempo dispuestas tanto al desastre como al triunfo, al combate de la vida. Y,
nos olvidamos que detrás de las apariencias de las cosas animadas e inanimadas
permanecen las huestes celestiales. Así las fuerzas del mal, el terror o el
miedo, se difuminan en presencia de hombres de espíritus libres. Por eso el ser
humano no debe perder el dominio de sí, ya que el miedo se apodera de él y le
domina, zarandeándole en molinos como un ciego. Y la fuerza que se necesita
para dominar el miedo y el dolor, sólo, absolutamente sólo, proviene de las
fuentes del espíritu. De ahí que la serenidad ante el dolor y el pánico, cuya
sombra siempre se cierne sobre la persona desprotegida y sola, tiene su contra
partida en los espíritus libres y fuertes.
Deseo
resaltar que la técnica como instrumento de ejercicio de la voluntad de poder,
ha ido reemplazando poco a poco las esferas del espíritu, los contenidos de las
experiencias compartidas y el sentido de las lenguas naturales. Esta mutación
toma forma y se materializa en provecho del Titán
y las fraguas de Vulcano, de una parte;
de otra, la arena de la historia y de la vida configuran un “tipo” determinado
de hombre, como consecuencia de la universalización de la ciencia y los
instrumentos técnicos –Plataformas Digitales, Internet, redes sociales,
Inteligencia Artificial-. En contrapartida Jünger piensa que sí se dota a la
técnica de su sentido de aletheia, de
Revelación, se restaura la esencia del Ser y de la Existencia. Ese lugar donde
reposan las fuerzas míticas de la ciencia y la técnica que se entrelazan con la
niñez. Por tanto, conectarnos con las fuentes de lo elemental y lo mítico de la
ciencia y la técnica, significa, que el “ojo vea las cosas como debieron estar
cuando su nacimiento, en su origen, llenas de novedad y de misterio”-al decir
de Benjamín.
Benjamín,
Jünger y Nietzsche, tratan de destruir a martillazos los viejos valores, los
conceptos generales, el valor neutral que la sociedad moderna da a la técnica.
Piensan que la técnica y la ciencia están ligadas a unas relaciones
imperceptibles de saber y poder, de prácticas y usos, que estructuran el
funcionamiento de un “tipo” de sociedad: “la felicidad del medio ocre”. De ahí
que el mundo moderno haya entregado poco a poco la libertad, la autonomía de la
voluntad, las reflexiones del pensamiento, los contenidos del lenguaje natural,
a cambio de “unas pocas monedas de lo actual”. En esta época percibimos que se
“aclimatan las asperezas para vivir en el domesticamiento, el sopor y la
molicie”.
Desde
esta perspectiva Jünger cree que la técnica, es un medio para concentrar la
enseñanza que el dolor marca en la voluntad. Ha de ser un valor “heroizante”, y
su telos, hacerse “épico”. Esta visión de la técnica se antepone a la del
Sistema de Producción Global, que la concibe desde el umbral económico y
utilitarista; vista como un medio para suprimir o dominar la naturaleza y al
ser humano. Jünger cree en la necesidad de remontar el nihilismo porque los
viejos valores están colapsados, y los nuevos no responden a las esperanzas y
necesidades humanas. Una tarea que se opone a toda metafísica, y a las elucubraciones
teóricas sin peso real. Se trata, entonces, del hombre de carne y hueso, su
destino sobre la Tierra.
Es
loable la reflexión de Jünger y Benjamín en cuanto se oponen a la maleabilidad
del valor técnico, como fuerza despersonalizada. Piensan que allí brota el
germen de la mediocridad y del servilismo. Que la técnica se “asocia a un poder
funcional enorme”, que llega a convertirse en “fuente de penurias, de sin
sentido y de nihilismo planetario”. En un tipo de sociedad como ésta se
prioriza el cálculo, la cifra, la estadística, la numerificación de la
sociedad, sobre los valores del espíritu y la cultura. La conservación de la
naturaleza, los ecosistemas, y el “aura”
de la vida en general, se transforman en valor de cambio. Benjamín tiene razón
cuando afirma que en la técnica y la ciencia todo lo que sobrepase suplir las
necesidades humanas, el resto se empleará inexorablemente para la propaganda de
la guerra. De ahí se deduce que el desarrollo de los procesos y la técnica
están ligados a la industria armamentística. Esto confirma cuan poderosos son
los “perros de la guerra” cuando se sueltan. Con la ciega voluntad de poder,
las pérdidas humanas adquieren una terrible dimensión.
En
este orden de ideas, el valor técnico en sí “cargado de sentido”, en una
dirección antagónica a la naturaleza humana, levanta un malestar esencial sobre
el Progreso y la Ilustración. El hombre moderno decadente y engreído al negar la
dimensión de lo sagrado, convierte a la técnica en un arma propiamente
infernal. La cultura de la técnica, en su defecto, deja tras de sí un montón de
escombros: el hambre, las guerras, la violencia, los dolores, el sufrimiento,
el miedo, el pánico, la desolación, las enfermedades, las pandemias, el odio, y
un grupo de poderosos que la ponen al servicio de los “cuadros de mando”, que hacen parte del Gran Poder. Así que, los poderosos del mundo crean un desierto y lo
llaman paz. Además, la ciudad, la Gran
ciudad contemporánea se convierte en un frente de batalla. Se libran allí
los combates más atroces cada instante, cada hora, cada día, entre el ser
humano y los poderes impersonales que desean apropiarse de la vida de los
hombres.
Esta
trastocación desde un punto de vista filosófico, se orienta hacia una nueva
determinación del valor. Ya que está ligada a la “metafísica de la voluntad de
poder”; que se sitúa más allá del bien y del mal. En este orden la técnica y la
ciencia son indiferentes a la moral, la ética o al ethos (al carácter, la forma de vida), de la sociedad. Son ellos
los que imponen el valor moral, los principios y los usos que determinan a la
sociedad. Por eso el desenvolvimiento de la técnica en la sociedad moderna
produce no sólo un desvelamiento del espíritu de la técnica, sino también un
cierto constreñimiento. La técnica limita el libre desenvolvimiento de la
personalidad. ¿De qué se trata realmente en un “tipo” de análisis como éste?
¿Dónde se ponen al descubierto la pluralidad de variables que tejen y destejen
el sentido oculto de la técnica y las diversas relaciones de fuerza? Que detrás
de los espejismos, las fantasmagorías del bienestar social y el desarrollo, la
técnica obedece a su propia lógica interna. Y en el caso que nos ocupa percibir
sus repercusiones en la vida psíquica, biológica y espiritual del ser humano; y
su incidencia en el Estado, la política, los organismos internacionales, las
comunidades, la naturaleza, los hombres y sus obras. Así que, develar que el
fin implícito que porta no es otro que el dominio de los seres humanos y de la
naturaleza.
Desde
el mito las religiones Antiguas narran que en el origen de las civilizaciones
hubo una lucha entre dioses y titanes. Durante milenios los dioses mantuvieron
a raya a los titanes. Sin embargo, nos acercamos al crepúsculo de los dioses y
al regreso de los titanes. Ellos imponen el mundo abyecto e indiferente de lo
elemental. “Lo elemental retorna como consecuencia del predominio de unos
instrumentos técnicos de extremado poder”. Se trata de un clima adverso a la
naturaleza humana. Pero darle el valor que le corresponde, aún en medio de la
atmósfera destructiva, de sin sentido que vivimos, le atañe al hombre de carne
y hueso. Que el ser humano sea “capaz de afrontar activamente las
destrucciones”.
Entonces,
¿qué le interesa realmente al hombre del colectivo técnico y al mundo de ese
colectivo? No es la búsqueda de los fragmentos de felicidad, los instantes de
solidaridad ni el amor ni el respeto a la dignidad humana, sino la riqueza, el
poder, el consumo, la producción, el status, el lujo, el bienestar social y la
rentabilidad que reportan los instrumentos técnicos. De ahí que Jünger diga:
“Lo importante no es que vivamos, sino la posibilidad de llevar en la tierra
una vida de gran estilo según elevados criterios”.
Ahora
bien, “la verdadera razón de ser de la técnica no es “acelerar el progreso”,
sino intensificar su poder; la técnica constituye “el más poderoso y el menos
contestable de la revolución total”. Entre más intensifique su poder, la
técnica abarca espacios nuevos en la economía de la existencia y la realidad.
Pero el órgano que más mal parado sale, es el lenguaje. Son tan poderosos los
instrumentos técnicos, que poco a poco sustituyen el sentido del lenguaje
natural, por el contenido del lenguaje del artificio. Esta trastocación diluye
la esencia de la gramática. Como dijo Wittgenstein: “la esencia es la
gramática”.
Para
Ernst y su hermano George Friedrich Jünger, la idea de Progreso es una quimera y sería un error creer que la técnica se
desarrolla indefinidamente. Piensan que la técnica ha de alcanzar un punto de
perfección que es la expresión máxima de sus posibilidades, esto anuncia la
aparición de una ciencia simplificada. Jünger en Eumeswil señala: “¿Es “técnica” la palabra adecuada? Mejor sería
hablar de “metatécnica”. Pero no entendida como un perfeccionamiento de los
medios, sino como una transformación en una cualidad diferente”. Dice que no
hay evolución que pueda extraer de la existencia más de lo que encierra. Es
decir, la economía de la existencia no puede dar más de las potencias que
contiene. Esta transformación de la cualidad de la técnica tiene su mayor
exponente en la Inteligencia Artificial, las Plataformas Digitales y en el
ramaje de los lenguajes digitales.
Ernst
Jünger no cree en el mito del progreso indefinido, tampoco que la técnica sea
“neutra”. Es decir, esencialmente liberadora u opresora. De ahí que exalta su
carácter mediador, revelador, porque quien recurre a la técnica no puede
terminar siendo su esclavo, sino que ella debe contribuir a su nueva forma de
vida, a la “adecuación” del nuevo estilo de vida que impone la técnica. Ella ha
de contribuir a encontrar los medios y los modos de expresión y acción
específicos. Mirar la técnica desde esta perspectiva, significa, concebirla
“positivamente”. Y en ese proceso instauran una nueva concepción de la
existencia, del mundo y de la realidad. Por eso el predomino de la técnica en
el mundo actual no hay que tomarlo como algo aparente y fugaz en el sentido de
la vida, ya que tocan los filamentos más profundos y finos de la existencia
humana.
Ahora
bien, ¿puede la técnica en esta alta civilización abstracta convertirse en
instrumento de liberación, o en un medio para restaurar la unidad del “¿Yo”
perdida, o la coherencia de la personalidad? ¿se constituye la técnica en el instrumento
adecuado para alcanzar la dignidad de persona? ¿responde la técnica en esta
alta civilización de lenguajes artificiales a la Gramática de la vida, o a
las Gramáticas de la creación? Creo
que para que se cumplan estas exigencias de alto estilo, la técnica ha de
cambiar la “esencia” y la “función” que la constituye. Porque en los últimos
espacios de tiempo cumplió una función abyecta, distante, cuando la cultura se
conjugó con la barbarie. Se trata entonces de desvelar la ligazón entre la
técnica y la nueva naturaleza del poder, y percibir las perdidas en la
civilización moderna. Cuando esto suceda lo elemental recobrará su rostro
natural, libre, lleno de novedad y de misterio, y como fuentes de aguas
cristalinas bañaran las inmundicias de los seres humanos.
Ernst
Jünger compara la técnica a un lenguaje que todos pueden hablar -dice Marcel
Decombis-, pero cuyos intérpretes serán sólo quienes lo hayan aprehendido
maternalmente. El hombre nuevo que nace como constructo de la técnica, necesita
ipso facto un nuevo “decir”. Ese lenguaje no es otro que, el “logos” del artificio. La lengua de las
matemáticas, el signo, el símbolo, se adecuan a un Atlas lingüístico
léxico-gráfico que responde sólo a la imagen y a los lenguajes digitales. En un
tipo de análisis como éste se trata de desvelar lo que oculta la ligazón entre
el confort técnico y la nueva voluntad de poder. De hecho, esto confirma que la
técnica no es “neutra”, sino que está al servicio de quienes conocen sus
requerimientos y manejan los “centros de poder”.
En otras palabras, los valores técnicos que portan en sí un extremado poder, no
sólo no responden a las necesidades y esperanzas humanas, sino que están al
servicio de los poderosos; por ser instrumentos de coacción, dominio y control.
No
olvidemos que la técnica es capaz de segregar un “tipo” humano que la “domina”
y, le da la “función” que le corresponde. “Segrega una inteligencia precisa, de
buena calidad. Existe en todos los asuntos de la práctica un cierto número de
seres humanos que forman la pequeña y bien diseñada ruedecita que da impulso y
trabajo a la obra”. En esta época de alto desarrollo técnico y científico,
existen personas adecuadas para que cumplan la función que les corresponde
–abarcan el ámbito que va desde el confort técnico, la lengua de la Gran ciudad, la lengua de la
civilización, la voluntad de poder hasta el mundo dineral y militar–. El
técnico, el poderoso y las redes del capital internacional, saben, por ejemplo,
que “acceder al nivel de impersonalidad activa” significa hacerlo a los “cuadros de mando”. Por eso el desarrollo
de los procesos y la técnica están cargados de misterio y oscuridad. Esto se
percibe en la industria armamentística, la automovilística o en las empresas
farmacéuticas, por ejemplo.
Sí
la civilización de la Gran ciudad
habla el lenguaje de la técnica y el progreso; y el espíritu sólo puede
retirarse a un rincón...como si esperara una nueva encarnación (en una nueva
cultura), como dijo Wittgenstein; la civilización que vivimos es la del hombre
tecnificado. Configúrese en la historia como campesino, obrero, jornalero,
chofer, talabartero, tecnócrata, político, hombre de las finanzas, militar,
empresario, sacerdote o pastor evangélico, etc. Que su mecanismo tenga su
propia “lógica” responde “a un orden bien definido, uniforme y necesario”
Preguntamos, ¿estamos los seres humanos capacitados para realizar nuestra
voluntad a través de ellos y no dejarnos arrastrar por el sufrimiento, el dolor
o el miedo que nos reportan? En todo caso se trata, que las sociedades de masas
–ni pedagógica ni culturalmente estén preparadas para hacerle frente a las
“elites tecnológicas” ni a los poderosos del mundo que ejercen el poder
político, económico y militar.
La
técnica impone un estilo de vida, un estilo planetario; el mundo global
conectado en Red habla la lengua de la técnica y la ciencia. Se impone una
imagen de la realidad, unos medios y modos de lenguaje. En el mundo global que
habitamos, por ejemplo, el gasto, la plusvalía o el interés comercial, están
determinados por los instrumentos técnicos. La economía en su aprehensión
histórica o sociológica responde a la dinámica de la técnica. La lengua de la
técnica comunica contenidos “abstractos” que conciernen a los de las relaciones
artificiales. Ahora, ¿quién reina realmente en el mundo actual? ¿quién impone
las reglas de juego a los sujetos internacionales? Por supuesto, el que posee
la economía (capitalismo financiero internacional, el valor de los bienes en
bolsa, las compañías o empresas transnacionales, etc.); y el desarrollo de los
procesos –la dynamis de la ciencia y
la técnica–. De ellos depende en gran parte la vida de millones y decenas de
millones de seres humanos. La producción, recolección y venta del 75 % de los
productos agrícolas mundiales, por ejemplo, lo dominan tres empresas
transnacionales; lo mismo sucede con las empresas farmacéuticas o de
comunicación global, etc.
En
este orden, se trata que toda macro estructura funcional, tenga un “cuadro de mando” –diluido, imperceptible
y eficaz en las relaciones de fuerza–, que determinan la vida sobre la Tierra.
Pero, lo más sorprendente es que cada punto y cada cuerda de la “Red del cuadro
de mando” que se pone en movimiento, repercute en la Red total. Por paradójico
y extraño que parezca, la nueva voluntad de poder y el confort técnico
responden sólo, absolutamente sólo, a los requerimientos de los “cuadros de mando”.
Deseo
resaltar que en el mundo que habitamos la ciencia y la técnica tratan de
suprimir toda “cualidad”; toda búsqueda de excelencia humana. A la ligazón
entre los instrumentos técnicos y la voluntad de poder no le interesa la
“cualidad”, sino la eficacia y la eficiencia. Sabemos que la “cualidad” tiene
que ver con el mundo subjetivo, el ámbito del lenguaje, la sensibilidad, los
valores éticos y morales y, los movimientos del pensamiento. Este “tipo” de
hombre se abre suelto y ligero de equipaje ante nuestros ojos, desprovisto de
envidia y lujuria va al encuentro de las creaciones y los contenidos del
espíritu. Son los que se enfrentan con ese “tipo” de ralea, mezquina de corazón
y corta de razón; con ese “tipo” de hombre que mancilla la luz del espíritu con
la sangre y el dolor del inocente. Por eso los contenidos del espíritu no
afluye a ellos.
Este
“tipo” de hombre suelto y ligero de equipaje, se levanta como el Cóndor de pico de estrella y alas de fuego, sobre los negros
nubarrones cargados de lluvia y fuego de la sinrazón y la maldad; y cómo
valientes guerreros trazan en el combate las fronteras de la libertad. De ahí
que luchan tenazmente contra esa ralea, que trata de convertir las tierras
habitadas en campos de sin sentidos y legiones de demonios; luchan por
restaurar la dignidad humana con el “cetro” de la palabra en la mano y el
pensamiento. ¿Para qué? Para que su poder se extienda como los prados en flor y
su aroma embriague los corazones, y se instaure un reino mucho más hermoso que
todos los imperios conquistados a punta de espada y armas de fuego.
Entonces,
¿de qué adolece la época actual? Que, frente al desafío de los instrumentos
técnicos, la imagen gráfica en movimiento y los lenguajes digitales, tenemos
que situarnos del lado de los hombres y lo que representa la vida para el ser
humano. Porque el hombre de carne y hueso con sus sueños y pesadillas,
esperanzas y quebrantos, es el único que puede hacerle frente al mundo de los
titanes y del colectivo técnico. Se trata entonces de reorientar el valor de
los lenguajes digitales y la imagen en beneficio del ser humano. Que el hombre
no se convierta en esclavo, siervo, de la técnica y sus espejismos, sino que se
restaure desde las esferas del espíritu, el verdadero sentido de humanidad.
Jünger exalta el tiempo del rebelde donde propone a los hombres no aliarse con
los titanes, sino apelar a ellos en beneficio de los hombres, como una vía para
el advenimiento de los dioses, únicos capaces de encadenar nuevamente a los
titanes.
La
labor de los poetas se torna indispensable en una civilización que habla el
lenguaje de las máquinas, velocidad y de las imágenes. Ya que el fin que se
proponen desde los “cuadros de mando”, es convertir al ser humano en
objeto y uniformizar su energía vital. En sus hallazgos hay “manantiales de
agua y vida y la tierra se torna humanamente habitable”. En un mundo árido del
espíritu de la palabra y de imaginación creadora de “forma”, la poesía otorga
fuerza a las acciones humanas. Y “el mundo de la técnica podrá revitalizarse,
si accede al reino de las Musas; la enorme superioridad de este reino del arte
y de la veneración podrá proporcionar al mundo de la Técnica el milagro del
Ser, y entonces que sorpresas nos estén deparadas”.
Sí
el hombre se desliga de su obra –nos recuerda Jünger– que se ha convertido en
autómata, y de la que cada vez es más difícil poder desasirse y suplirla; no
queda más remedio que recurrir al reino de la poesía, del arte, la teología o,
de la filosofía, para restaurar la unidad del “Yo” perdida y la “magia” de la
materia animada e inanimada. Esto es, restaurar el universo del habla, la
memoria verbal y el pensamiento.
Si
la “fatalidad azarosa”, ciega, de la técnica y la voluntad de poder que
gobiernan la vida y las potencias de la muerte, primarán sobre lo fundamental,
el hombre se convertiría en apéndice de la técnica. Sí la fortaleza cae su
caída será más devastadora que la que se produjo en la Segunda Guerra Mundial,
cuando la poesía, el arte, la filosofía y los más altos ideales de la cultura
occidental, se hermanaron con la barbarie. Y, la muerte en sacrificio de seis
millones de judíos y otras minorías étnicas, permanecen en la memoria de la
humanidad. No podemos olvidar que el pensamiento técnico, analítico y
racionalista, no sólo es un pensamiento reduccionista, sino también que está
cargado de crueldad y de maldad. En una época como la nuestra es grato
recordar, que “la palabra es, a la vez, como una reina y como una bruja”. Nos
sirve como antorcha para bajar a las profundidades más atroces donde reina la
tiranía, el dolor o la muerte, y ver estupefactos y anonadados como unos
hombres malvados se asocian criminalmente con la técnica; y, de otra, nos
levanta del polvo de la tierra y nos ayuda alcanzar las alturas, los reinos
donde moran los Dioses y las Musas. El hombre entonces siente en lo
más profundo del corazón y del alma, la necesidad apremiante de “imitar con su
débil espíritu el milagro de la Creación”.