martes, 10 de enero de 2017

SOBRE EL SUFRIMIENTO Y EL DOLOR QUE LA GUERRA DEJA TRAS DE SÍ.


      



Antonio Rafael Mercado Flórez.


Después de la firma por la paz en Colombia entre el Gobierno y la guerrilla, y el varapalo del Referéndum, el Premio Nobel de la Paz al Presidente Juan Manuel Santos, deseo reflexionar sobre la crueldad, el dolor, el sufrimiento y el sentido de la existencia en el mundo actual. Así, pienso que la crueldad de la guerra,  consiste en que, los verdugos del Estado, la guerrilla y los paramilitares, no reconocen la barbarie, los horrores y los dolores de las víctimas. Así mismo, acontece con los que ejercen el poder, las corporaciones, la estructura, la economía y el capital financiero, la educación y la cultura como un bien de consumo. ¿Saben por qué? Porque la muerte se convirtió en un pretexto para el control social, el dominio y la exclusión de la sociedad. Pero, a la vez, en la redistribución social del PIB y las oportunidades de los necesitados.

Los colombianos se dieron cuenta de lo insoportable de la existencia, porque el Gran Poder, el Estado y los hombres poderosos, imponen lo colectivo, la estructura, el sistema, sobre el individuo y la personalidad. Crearon un mundo con <<un mecanismo que funcionaba bien, con sus correspondientes impulsos eléctricos e instintos, una estructura cerrada, hecha para comer, nacer y reproducirse>>. Y no les importó el individuo, la sociedad, los desplazados, los campesinos, los jornaleros, los desaparecidos, los obreros, los explotados, los discriminados, los hambrientos y las madres que tenían que vender su cuerpo para alimentar a sus hijos. Entonces Colombia se convirtió en una Tierra tomada por el demonismo.

Ahora se trata de resarcir a los que han vivido el sufrimiento, el dolor, el miedo y la muerte; y el objeto de la historia sean los olvidados del Estado, del sistema y del poder. Como dice Imre Kertész: <<El derrumbamiento ha alcanzado tales dimensiones  que ya no queda nada para adornar entre las ruinas>>. No podemos olvidar, que el sentido de la historia y la realidad del presente, la memoria y el recuerdo, son un acto vital, una función vital del ser humano. Para así de esa manera, no olvidar lo que acaeció en la sociedad. De ahí que los narradores, los poetas, los pintores, los dramaturgos, los músicos, los filósofos, los historiadores, los periodistas, tienen que dar testimonio de lo ocurrido. Es un deber moral dar testimonio de lo que verdaderamente aconteció.

Ahora bien, lo que aconteció fue una degradación del individuo, de la persona individual, de la sensibilidad, de la experiencia de la vida y del conocimiento. Porque afectó los centros vitales de la cultura, los valores éticos y morales y la subjetividad del ser humano. Este es el mundo donde nacimos y crecimos generaciones de colombianos. Lo bárbaro y atroz como movimiento político, lo insoportable de la existencia en un mundo en llamas. Porque ávidos de limpieza (física, psíquica, intelectual, ideológica, política y espiritual), instauraron el Infierno dentro de nuestras fronteras. Entonces, ¿qué es la vida? Según Charles Sumner, <<consiste únicamente en conservar la existencia, en <<intereses>>, en <<placer>>, en evitar el sufrimiento y el tormento>>. Ahora, si el individuo tiene algún valor, <<lo alcanza enfrentando lo colectivo, la muerte. Porque éste sufre, dice Kertész, incluso en el pensamiento bajo el yugo de la determinación por la especie, el género, lo colectivo, las <<costumbres populares>>. Sólo existe una salida de lo colectivo, igual que del individuo: la muerte […] en nombre de ésta podemos oponernos a lo colectivo y enfrentarnos a nosotros mismos>>. Y así podemos alcanzar ser <<verdaderos individuos en cuyo lugar nadie vive, en cuyo lugar nadie muere>>. En este estado de cosas el individuo da paso a la persona individual que tiene muchas más cosas que ofrecer. La persona individual no se reduce a la individualidad, la supera incluso.

Por eso, el Gran Poder o los que trafican con la muerte, no admiten la tarea individual, aquella que se opone a lo colectivo, a lo establecido, y son capaces de hacer un punto de inflexión en su vida y en la sociedad. Quizás, <<por el momento, las normas de comportamiento sintonizan con los objetivos individuales, pero tan sólo por un período transitorio, porque si mañana las normas cambian de tal modo que el individuo y la masa, la sociedad, ya no coinciden, el individuo se adaptará y renunciará a sus objetivos individuales>>. Ahora bien, <<si se puede sacar, a pesar de todo, una conclusión, expresa Kertész basado en el pensamiento de Sumner: la vida es para unos pocos. La mayoría no sabe qué hacer con ella, ni siquiera sabe que vive, por así decirlo>>.

En un mundo como el nuestro el ser humano se vale de las fuerzas creativas para seguir existiendo, para conservar la vida, <<no es un don divino venido de afuera, sino una función vital, el instrumento necesario para quedar con vida>>. De lo contrario, el Gran Poder, el Estado, el sistema, la estructura o, las personas que trafican con la vida y la muerte, se convierten en una aplanadora que arrasa todo lo que encuentra a su paso. Se trata de existir, de conservar la vida, a costa de la determinación, de entregar los valores morales y éticos, la subjetividad, los ideales de la vida, al Estado para poder subsistir. Porque lo que desean es, extirpar la capacidad de asombro, la sensibilidad, el sentido estético de la realidad y de la vida; y entonces, por así decir, te convierten en objeto o, en número.

Los hombres poderosos detestan la voluntad libre y a la personalidad, porque lo que buscan es que la vida pierda la alegría de vivir, la audacia, como dice Kertész: <<asesinan de manera circunspecta, cobarde, con los ojos cerrados, por así decirlo>>. Ya que no quieren cargar con el peso de la culpa, la inquina de la consciencia, contaminan al individuo y la masa, la sociedad, con palabras huecas e imágenes que son más fuerte que la propia vida. Se trata de dominar al otro, su vida, su existencia, pero el ser humano tiende a conservarla en la atmósfera de odio, dolor, sufrimiento y muerte, en que se desenvuelve. Es un fenómeno desconcertante y, a la vez obvio, para el que ejerce el poder: <<Aplastar a cualquiera con el único fin de no sucumbir>>.

Ahora, ¿Estamos los seres humanos ávidos de redención? En una sociedad como la colombiana, ¿Qué significa este fenómeno? En el saber filosófico, en el saber psicológico, en el saber en torno a la muerte, en el saber en torno a lo trascendente y divino, que significa la economía, las relaciones de producción, el capital financiero, el dinero bancario, el <<progreso>>, la revolución de la imagen y los lenguajes digitales, algo que sólo se ubica en la capa exterior del ser del hombre. En la esfera de la subjetividad, de la moral y de la ética, no se vive ninguna revolución racional, porque estas ayudan a precisar la condición humana. Aquello que tiene que ver con el dolor, el sufrimiento, el amor, el odio, la muerte, la solidaridad, la paz, la guerra, la convivencia, el respeto a la vida y a la dignidad del hombre. Eso que posibilita en medio del horror y la barbarie, alcanzar la categoría de persona. 

De ahí que en la guerra, la muerte pierde su carácter sagrado y divino, el misterio que encierra. Porque se objetiza en nombre de la patria, la ideología, la religión, el partido, la sociedad y el ejercicio del poder. Durante cincuenta años se nos privó de soñar, de tener ternura, de respetar al otro, de amar y solidarizarnos con el necesitado; y en su lugar, primó el dolor, la muerte y el sufrimiento. En esta atmósfera nauseabunda y repugnante en la que vivimos, << ¿existe la carga que podamos soportar, existe la responsabilidad que podamos asumir? La vida privada, la muerte privada. Hay en ello una miseria que no se puede decir. Hemos sido despojados y vejados; vivimos y lo que nos han quitado no es más que la vida. ¿Quién nos la ha quitado?>>. El Gran Poder, el Estado, la guerrilla, los paramilitares, los narcotraficantes, y lo paradójico consiste que, en su nombre hemos sido humillados y ultrajados, despojados por la violencia del derecho a vivir, a vivir dignamente como seres humanos. Y en lugar de la vida y de la alegría de vivir, si miramos atrás, vemos un montón de ruinas humanas y materiales tirados a la vera del camino. Ahora se trata de reconstruir desde lo destruido, reconstruir desde los tormentos sufridos, o, por así decir, reconstruir un mundo más humano para las nuevas generaciones de colombianos.

En el mundo que vivimos es <<lícito buscar salidas, escapatorias, refugio, alivio, y abandonar el sufrimiento>>. Pero buscamos ayuda en lugares y personas inadecuadas, y no nos damos cuenta <<que no es ésa la verdadera ayuda>>. Si nos ponemos a pensar la verdadera ayuda está dentro de nosotros, en nuestro corazón, en nuestra alma, en nuestro espíritu, en nuestra sensibilidad, en nuestra imaginación, en nuestra mente.  Desperdiciamos nuestra vida porque queremos encontrar el sentido de ella, fuera de nosotros. Y se trata realmente, es, de mirar en nuestro interior y ordenar las cosas de debajo de acuerdo al orden de arriba. Así, podemos leer en la historia reciente de Colombia que la guerra, la violencia, el hambre, el odio, el dolor, el sufrimiento, la muerte, se tejen a manera de un destino. De un destino que garantiza la destrucción.

La maldad, la crueldad y la fraternidad son parte de la naturaleza humana. Es fácil desatender el llamado de una imagen, de una voz trémula o el grito del que está atrapado en una guerra, atrapado por el dolor, el miedo y la crueldad, más si se encuentra lejos. La situación cambia cuando nos toca de cerca, por medio de un familiar o un amigo; entonces somos incapaz de asimilar el dolor, el sufrimiento o la crueldad. Así, en un estado de violencia, guerra o convulsión social, la pasividad embota los sentidos. De la misma manera que el miedo y el dolor, paraliza los sentimientos y las reflexiones del pensamiento. Sabemos que en un estado mental y sensitivo de violencia y muerte, sufrimiento y dolor, el Gran Poder y los hombres poderosos que lo ejercen, buscan paralizar a las personas para ejercer el dominio y el control social. En esa medida entran en juego una serie de relaciones de fuerzas y de poder, que presentan un orden natural de las cosas como irremediable y un destino común que tiende a la destrucción.

De ahí que los medios de comunicación de masas no solo denotan la atención del oyente o del observador, sino que las imágenes crean un mundo en que cada vez somos más insensible al dolor, al sufrimiento y la muerte, del Otro. Somos parte de un mundo donde las imágenes están sustituyendo a las palabras, donde somos cada vez más insensibles a la barbarie y al llamado del Otro. Entonces los medios neutralizan la fuerza moral del ser humano frente a las atrocidades. Esto es sumamente peligroso para el sentido de humanidad, la subjetividad y la ética del ser humano. Porque implementan el totalitarismo, el autoritarismo, el desprecio al Otro y se atenta contra la libertad. Como expresó el escritor Javier Marías: <<Demasiadas personas no entienden ya la libertad, o no la desean para los demás […] La libertad está hoy rodeada de enemigos, y no son los únicos los miembros del DAES y los talibanes>>.

Para confrontar estos poderes temporales y terrenales el ser humano se vale del espíritu. Porque <<la riqueza del ser humano es infinitamente mayor de lo que él presiente. Es una riqueza de que nadie puede despejarlo y que en el transcurso de los tiempos aflora una y otra vez a la superficie y se hace visible, sobre todo cuando el dolor ha removido las profundidades>>. El Gran Poder y los hombres poderosos que lo ejercen, lo que desean es, despojar al ser humano de esa riqueza enorme e inconmensurable que posee, y convertirlo en esclavo del Estado, del sistema y las colectividades. Pero el hombre porta en sí, aunque no sea consciente de ello, veneros de aguas espirituales, que como espadas flamígeras en sus manos lucha contra el materialismo, el odio, el racismo, el hambre, la discriminación, la numerificación y la objetización del ser humano. Por tanto, <<el modo propio de ser su daimonion>>, al decir de Heráclito, habita en las profundidades, en la cripta del alma. Encima de ella se alza la bóveda del mundo de las apariencias, el presente-ahora, que responde a las relaciones de poder. En la época actual, lo vemos en las sociedades, en la acción y el saber, lo <<difícil>> que resulta <<salvaguardar el modo propio de ser […] En cambio, la riqueza que forma parte del modo propio de ser no es sólo incomparablemente más valiosa; es el manantial del que brota cualquier riqueza visible>>.  

Es necesario que, el hombre actual empiece a edificar un mundo nuevo sobre las ruinas humanas y materiales, que la historia deja tras de sí. Para llevar a cabo esa labor, se necesita, una voluntad libre, un espíritu libre, que posibilite el movimiento hacia lo Superior en detrimento de lo Inferior. Entonces, el ser humano podrá ordenar <<las cosas visibles de acuerdo con su rango invisible. Toda obra y toda sociedad deberían estar estructuradas según ese principio>>. No podemos olvidar que, pese a las atrocidades del mundo actual, del miedo, el dolor y la crueldad, el ser humano porta en sí una esperanza, de que surja un hombre nuevo de los escombros de la historia y que <<cuyo cometido se anuncie en el cielo por una constelación. Presiente que el mito, lugar donde se guarda el tesoro, reposa directamente debajo de la historia, inmediatamente por debajo del terreno medido por el tiempo>>.

Desde la antigüedad sabemos que la parte numinosa del espíritu está ahí. Existen poderes cósmicos, poderes telúricos, que desean acabar con el alma, la parte eterna del ser humano. <<Siempre será evidente que la agresión a él brota necesariamente del más tenebroso de los abismos>>. Sólo un espíritu batido, debilitado, inerme, entrega el ser del hombre a estos poderes devastadores. En la actualidad los conceptos dominantes captan la superficie del proceso, y no se sumergen en las profundidades de todos y cada uno de nosotros. Espíritus que se dejan seducir por las apariencias de los fenómenos temporales e históricos; que dejan tras de sí un montón de ruinas. La <<cultura del espectáculo>> o la <<la cultura de lo efímero>>, son sólo expresiones degradadas del espíritu de la cultura y del sentido de realidad. Son espíritus que desagradan a aquellos que poseen una noción de eternidad, de inmortalidad, del ser en el hombre. Sabemos que existen ámbitos en que el ser humano no puede ser alcanzado por ningún poder de la Tierra. <<Frente a esto –dice Ernst Jünger- es importante saber que el ser humano es inmortal y que hay en él una vida eterna, una tierra que aún está por explorar, pero que se halla habitada, un país que acaso él mismo niegue, pero que ningún poder terrenal es capaz de arrebatarle>>.

Además, la violencia y la guerra contribuyen para que el lenguaje pierda una parte de su energía y el hombre se convierta en menos humanos. Lo que busca el dolor, el sufrimiento y el miedo, causado por la violencia y la guerra o aquel que se interioriza en las instituciones. Es paralizar al ser humano y entregar la autonomía de la voluntad, la libertad y el pensamiento, a poderes que lo trasciende: la Iglesia, el Partido, el Estado, el Gran Poder o la moral ordinaria del hombre común. Se trata en un mundo como el nuestro de <<exponer la Vida en su significación intemporal>>, para que no quede subsumida sólo en la historia que <<la describe en su decurso temporal. De ahí que la protohistoria sea siempre la historia que más próxima nos queda, sea la historia del ser humano en sí>>. Este tipo de historia se opone al sufrimiento y al dolor, porque nos acerca a <<las cosas rítmicas que son las que luchan contra el tiempo; y contra él es contra quien luchamos en el fondo>>. Ahora, sí <<el ser humano lucha siempre contra el poder del tiempo>>, lucha contra el dolor, el sufrimiento y la muerte. Como dice Kertész al respecto: <<En la vivencia y la realización del estado del mundo […] sólo se ofrece la catástrofe, a falta de la fe, de la cultura y de otros recursos solemnes>>.