martes, 25 de junio de 2013

PHOTOESPAÑA2013 Emmet Gowin: universos íntimos en blanco y negro.




                                           


    Es un fotógrafo norteamericano que nació en Danville, Virginia, 1945. Su tema fundamental es el misterio de la vida privada, las salas, las habitaciones, los patios, los jardines, los pasillos, la naturaleza, componen su universo. En una atmósfera poética, mágica, nos conecta con el universo de la fotografía de un Atget o, de un Sander. Se abandona a la cosa o a la figura humana, y libera de la fotografía el aura que encierra. Es uno de los fotógrafos más importantes de la segunda mitad del siglo XX. Y su trabajo un universo que llena de poesía visual, las salas de la Fundación Mapfre.

    El objeto de su obra: la naturaleza y los ciclos de la vida. Es a partir de 1964 cuando se casa con Edith Morris, su musa, compañera y madre de sus hijos; se convierten en objetos misteriosos, alegóricos, de sus fotografías. Estas revelan que la magia de la naturaleza y de la vida, está siempre delante de nuestros ojos. Nos invita, nos sugiere una percepción distinta del tópico y del lugar común. Porque nos adentra en los misterios de la condición humana y del entorno. O, en otros términos, a través de la fotografía el mundo y la realidad se presentan como siempre nuevo, inagotables, dispuestos a darnos sus más preciosos presentes.

    En sus últimas fotografías se puede admirar como la técnica se pone al servicio del hombre. No el hombre como una prolongación de los instrumentos técnicos, sino la técnica como lenguaje que posibilita ahondar en la subjetividad y lo sagrado de la naturaleza. Es, algo “milagroso… maravilloso”, -dijo E. Gowin. De ahí que “la fotografía da cuerpo físico a nuestras experiencias”, -insiste. “Lo que nos conmueve no depende sólo de la forma, sino de esa idea que se hace visible”, -nos recuerda. Lo sacro de la naturaleza en sus fotografías bebe de las fuentes de la escultura, la poesía y el mito griego; pero también de la pintura figurativa o, de la pintura de los expresionistas abstractos.

    E. Gowin invita a comprender la sexualidad como parte de la naturaleza, donde el cuerpo es aceptado en todos los estados y funciones. Su obra es un mosaico donde se entrelaza la naturaleza, el cuerpo humano, los sueños y deseos del fotógrafo. Lo importante no es ver el proyecto, sino cómo se instauran las piezas en su obra. Por eso, el tejido de las fotografías de Gowin desvela a los ojos del observador, la sencillez y el milagro del entorno donde vivimos.

    Se adentra en la selva panameña y realiza la obra: Mariposas nocturnas. Edith en Panamá. La sombra de ella –dice el comisario de la exposición Carlos Gollonet- sobrevuela a los insectos en un aparente juego de tintas conseguido a base de contra luz. También le encantan los paisajes urbanos, en Italia realiza un trabajo sobre las calles de Matera; en Jordania, escoge a Petra y, sus casas esculpidas en las rocas; en España, los paisajes andaluces.

    Sus fotografías son poemas que contienen trazos e imágenes de sus pensamientos y sentimientos, más íntimos. A través de las imágenes construye un mundo a base de intimas percepciones y vivencias. De ahí que revelan no sólo la fragilidad del ser humano, sino también la posibilidad del hombre de hacerse a cada instante. Además, no conducen a ser un hombre <<mejor>>, sino a ser sencillamente <<un hombre>>. Ese hombre no representa una excepción, antes al contrario, se halla oculto en el interior de todos y cada uno de nosotros. Sus elementos componen un lugar extraño y misterioso, pero cercano para el observador: la familia, las calles, los paisajes, la voz cristalizada en el tiempo de un ser querido, el recuerdo del que partió, etc. Son imágenes que rememoran la belleza, la espiritualidad de la materia animada o inanimada, y de ahí ver las cosas, todo ya visto, de un modo nuevo. Ese es el encanto del lenguaje visual de Emmet Gowin.

ILUMINACIONES SOBRE LA GUERRA EN COLOMBIA.



                         


Antonio Mercado Flórez
  

   La estética de la guerra actual se presenta de la manera siguiente: mientras que el orden de la <<propiedad>> y los <<centros de poder>> impiden el aprovechamiento natural de la sociedad, el crecimiento de los medios técnicos, de la economía financiera, de los ritmos, de la velocidad, de las fuentes de energía, de los conocimientos, de los medios y los modos de información, urge un aprovechamiento antinatural. Y lo encuentra en la guerra que, con sus destrucciones, proporciona la prueba de que la sociedad no está todavía lo bastante madura para hacer de la técnica su órgano, y que los dirigentes tampoco están suficientemente preparados para dominar las fuerzas  –destructivas y violentas-  de la sociedad. Por eso, ha predominado lo atávico en el ejercicio del poder y las relaciones sociales.

   La guerra es un levantamiento de la técnica y de un <<grupo de personas>>, que se cobra en el material humano las exigencias a las que la sociedad ha sustraído su fuerza natural.  Y esto nos revela que no podemos atenernos al lado superficial del asunto, sino levantar la mirada sobre la estructura profunda de lo que acaece.  En lugar de esparcir granos sobre los campos y veredas, de darle seguridad a los campesinos, ganaderos y agricultores, se esparcen bombas, tiros, minas quiebra patas, dolor y desesperanza, se secuestra y se intimida a la sociedad civil. Y la guerra  encuentra  un medio para acabar con la libertad y la vida de las personas.

   La guerra está determinada en sus rasgos atroces por la discrepancia entre los poderosos y la sociedad civil, que lo único que posee es la fuerza de trabajo, la libertad y la dignidad humana. Los generadores de violencia creen que matando, secuestrando, violando la libertad y la dignidad del ser humano, la sociedad alcanza la convivencia que necesita. Pero están sumamente equivocados, porque la violencia provenga del Estado, la guerrilla, los paramilitares, el narcotráfico, la delincuencia organizada; no es otra cosa que, focos de fuego ardiendo en los corazones de los creen en la paz y la convivencia. Ya que la guerra lo que deja tras de sí, es un montón de escombros materiales y humanos, a la vera del camino.

   Esta destruye el tejido social, acaba con la familia, la solidaridad, la seguridad, el amor, la escuela, la comunidad, pilares del control social y formación en valores. Por eso, el cuerpo social de los colombianos en el transcurso del siglo XX, ha sido víctima de la injusticia social, del servilismo y la cobardía, ante los generadores de violencia y de muerte. Pero también fue escenario de las grandes carnicerías humanas, del fanatismo ideológico y la estupidez. De ahí que el proceso histórico actual conduce  a una fuerte conmoción de lo trasmitido, a una conmoción de la tradición, que es el reverso de la actual crisis y de la renovación de la sociedad.

   Por la miopía y el egoísmo de unas elites dirigentes; pero también por el fanatismo y la estupidez de la guerrilla y el narcotráfico, la sociedad fue sacada de sus goznes y encajada en la violencia y la guerra. Así que,  no está comenzando un tiempo nuevo, lo que está comenzando es otro tiempo, un tiempo diferente. Las grandes inflexiones de la historia van precedidas de tiempo de transición; los nuevos valores no están aún vigentes, los viejos ya no lo están. Pudimos percibir que mucho más frecuente que la espiritualización, que libera del miedo, es el aumento de la sensibilidad, que lo hace crecer. La señal del comienzo de esta inflexión de los tiempos la constituye la sangre derramada ilegal e injustamente, sobre la tierra de los colombianos. La sangre de las victimas dejadas a la vera del camino.
  
   Ahora, ¿qué se espera de un estado de guerra y violencia permanente? Que las energías constructoras y creadoras del país, se volaticen en medio de las balas y la muerte. Resulta patente que esto es la realización acabada de una clase dirigente, cuando empieza a mostrar los primeros signos de decadencia, y la izquierda no está a la altura para responder a las necesidades de la época. Por eso se hace necesario que el <<centro>> democrático, ocupe el lugar que le corresponde en la actualidad.

   Y si la violencia y la guerra se convierten en un espectáculo de sí mismos, la vida se transforma en artificio y pierde valor. Porque lo único que importa en una atmósfera como ésta, es la conversión del hombre en objeto o, en número. Porque los generadores de  violencia desean a toda costa, destruir lo más preciado de la civilización contemporánea, la democracia y la libertad. Pero en nombre de la democracia y la libertad,  algunos sectores de las elites políticas y económicas, generan violencia y muerte.

   El hecho de que el poder se tambalea –según los enemigos de la paz-, es una impresión falsa, porque puede operar un repliegue, un desplazamiento, investirse en otro punto, y el ejercicio del poder continúa. Es el desarrollo estratégico normal de una lucha. Por eso, a cada movimiento del adversario, se responde con otro. Se da entonces una lucha que no termina salvo si se llega a un acuerdo de paz.

   Sabemos que el verdadero poder no está encallado en los aparatos de Estado y sus instituciones, sino en <<mecanismos>> que funcionan por fuera, por delante, a los lados, por encima o alrededor, de una manera silenciosa, sin ruido, y a veces poco perceptibles. El verdadero poder está en los <<Grupos de Presión>> o en los <<Gremios>>. Son  los que componen la <<estructura profunda>> del poder, es decir, el verdadero poder: el capital financiero, los partidos y movimientos políticos, la iglesia, las instituciones militares, las ONG, los sindicatos, los industriales, los empresarios, etc. Son los que en tiempos de violencia o de guerra deciden si hay paz o no. Todo depende de las estrategias y las tácticas que se utilicen para llegar a un acuerdo de paz. 

   Sabemos que vivimos en un mundo de medias verdades y mentiras, de <<estructuras de poder>>  no reveladas a la sociedad, de grupos de poder dentro de los poderes públicos, supuestamente para defender los intereses de la sociedad. Pero en la estructura y la función que los constituye, defienden los intereses o poderes de los grupos que representan.  O, en otros términos, existen estructuras dentro del poder que escapan incluso de los que tienen la representación democrática.

   Existe en el Estado, un enorme poder discrecional, que ha de estar en estas circunstancias históricas, al servicio de la consecución de la paz, aun por encima de los intereses particulares. Porque no estamos obligados de por vida,  a ser del secreto y la mentira los pilares de nuestra democracia. Ya que la guerra o la paz, es algo que nos compete a todos los colombianos.
  
   Para que haya paz deben modificarse las relaciones y los efectos que la guerra propaga en la sociedad. Entonces, el funcionamiento de los aparatos de Estado, establecerá otras relaciones de poder, jurídicas y políticas, que responderán a las necesidades históricas de la sociedad. Si se llega alcanzar la paz entre el <<Gobierno>> y las <<Farc>>, se trata de reconstruir la imagen de los aparatos de Estado, de las instituciones sociales, a la vista no sólo de los actores políticos-militares, sino también ante la sociedad. Esto significa combatir con las herramientas político-administrativa, jurídico-policiva del Estado, la corrupción, la inmoralidad, el nepotismo político, en la Administración Pública. Esto es, ir construyendo una sociedad más justa, más libre y más igualitaria para los colombianos.