Decía Thomas Mann en
<<Doktor Fausto>>, que la
tragedia del mundo reside precisamente en la discordia espiritual, en la
estúpida falta de comprensión que mantiene separadas sus esferas unas de otras.
En este ámbito las esferas del espíritu se contraponen a las sensuales, las
intelectuales a la experiencia, la
estética a la moral. El Mundo Espiritual es antagónico al Mundo Material. Entonces
los poderes actuales convierten la vida en objeto y la existencia en
numerificación. Tratan que los seres humanos olviden, que a ambos mundos sólo
los separa una delgada línea, que algunas veces se diluye. Así, las esferas del
espíritu ocupan el lugar de las materiales y éstas el ámbito de las
espirituales. Nada de lo que tiene que ver con los seres humanos es puro, y
menos que nada el lenguaje y el cuerpo humano.
Se trata de ordenar
las cosas visibles de acuerdo con su rango invisible. Toda obra y toda sociedad
deberían estar ordenadas según ese principio. Si procuramos hacerlo realidad en
la palabra, en el juego de las imágenes que la vida cotidiana trae consigo, en
la decadencia de las formas simbólicas y el agotamiento cultural. Entonces la
trama de la vida revelará su carácter agresivo, tosco, oscuro y decadente. Se trata que en las relaciones del hombre con
la comunidad, del hombre con la autoridad y el entorno que lo rodea, la vida
recobre el valor debido.
En la actualidad el
hombre desconoce, por estar inmerso en los ritmos de la vida cotidiana, que la
fortaleza de la existencia no reside en la posesión inmediata de las cosas.
Sino en el interior de todos y cada uno de nosotros. Por eso es necesario
trabajar primero en el interior del hombre. Dentro del ser humano es donde es
menester que se desarrolle un nuevo fruto, no en los sistemas. Esta forma de
aprendizaje, incide en la consciencia de los hombres y su experiencia
histórica, esto es política.
Desgraciadamente la
tragedia del mundo se expresa en la miseria espiritual y el decaimiento moral
de la sociedad. La existencia individual cada vez más pobre y más sórdida, se
refleja en las formas como los hombres soportan su dolor y asisten desconcertados
a su propia decadencia. Esta fría insensibilidad ante el miedo y el
sufrimiento, teje un destino que arrastra la vida a las potencias de la sangre
y de la muerte.
Los que ejercen el poder no les importa el
lado negativo del desarrollo, porque son ajenos al lado destructivo de la
sociedad. Pasan por alto que dicho desarrollo está condicionado por el
capitalismo global. Pero no por las
necesidades materiales y espirituales de la humanidad. Esto crea una especie de
zozobra, incertidumbre, dolor y temor, ante el destino que determina la
existencia individual.
Asimismo, le hemos
dado la espalda a los valores de la cultura, de la educación, del humanismo, es
decir, a los valores ligados a la noción de individuo, la verdad, la libertad,
el derecho y la razón. Porque en esta alta civilización abstracta y automática,
técnica y de valores del mercado, pierden su contenido teórico para entrar en
ligazón con la soberana violencia, la autoridad, la xenofobia, la corrupción, la injusticia, el cohecho, la dictadura de la fe o de la ideología. Se trata que
los fragmentos de Absoluto: el amor, la fraternidad, la amistad, la
solidaridad, el respeto, la libertad, contribuyan a encontrar la salida del
laberinto del mundo actual.
El investigador de
la teoría social y del conocimiento, Eduardo Maura Zorita, en la introducción
al texto de Walter Benjamín, <<Crítica
de la violencia>> decía: “El proceso de decadencia de las formas
simbólicas que se da en épocas de agotamiento cultural tiene algo de
desnaturalización, de conversión en reliquia del ser histórico. Las formas
simbólicas en decadencia, en cuanto pierden su vis obligandi, se vacían y convierten, según Benjamín, en
jeroglíficos que siguen vigentes pese a que desconocemos las claves de su
lectura: la escritura no comprendida coincide con la vida. La historia natural
es el nombre que recibe esta eterna repetición de emergencia y decadencia de
una trama de formas simbólicas”.
No somos parte de un
tiempo preñado de energías, embriagado, desbordante de <formas> estéticas,
de experiencias histórico-naturales que hagan frente a la actualidad. Sino de
<<actores insignificantes>> y de <<acontecimientos significativos>>.
De ahí que Benjamín en <<El Libro
de los Pasajes>>, habla de la tarea del historiador dialéctico, y afirma
que éste contempla la historia como una constelación de peligros que debe
seguir, que él, en reflexivo seguimiento, trata en todo momento de evitar:
<<La exposición materialista de historia –dice- lleva al pasador a
colocar al presente en una situación crítica>>. La crítica de la <<actualidad>> que nos repugna, ha de valerse del recuerdo y la memoria,
para detener su avance catastrófico. En eso radica su importancia en una época
de ayuno espiritual.
Ahora se trata que
la tragedia del mundo moderno, la decadencia inmanente al proceso histórico-natural,
posibilite el nacimiento de una época nueva. Un tiempo donde <<el curso
de la historia –dice Benjamín-, representado bajo el concepto de catástrofe, no
pueda reclamar más del pensador que el caleidoscopio en las manos de un niño,
que destruye mediante cada giro lo ordenado para así instaurar un orden nuevo.
La imagen– prosigue Benjamín- tiene fundamentados sus derechos; los conceptos
de los que dominan han sido siempre sin duda los espejos gracias a los cuales
ha nacido la imagen de un “orden”. El caleidoscopio debe ser destruido>>.
Esta cita de
Benjamín, ofrece por su parte, las claves de la actualidad: <<Lo
artificialmente ruinoso aparece como el último legado de una Antigüedad que en
el suelo moderno ya no se ve sino en su realidad de pintoresco terreno de
escombros>>. Percibir como carencia la imagen del viejo orden, que no
responde a las verdaderas necesidades materiales y espirituales de la sociedad. Porque lo que deja tras de sí
son ruinas, escombros, fragmentos, que se convierten en noble materia de
creación. Y, el lugar donde germina ese nuevo fruto, no se encuentra en la
barbarie de la soberana violencia, las armas, el miedo y el dolor, sino en la
conversación. Entonces el único lugar donde la violencia no llega es en el <puro>
lenguaje. Donde el ser humano comunica contenidos espirituales que trascienden
lo anecdótico, necesario y circunstancial. Así, se podrá edificar un orden,
donde las esferas del espíritu alcancen las capas más profundas de la sociedad
contemporánea.
En la actualidad no
es una revolución política lo que hace falta, sino más bien profundamente cultural.
Porque la <superioridad con que la historia cultural suele presentar sus
contenidos –dice Benjamín- es una apariencia que deviene en una falsa
consciencia>>. Los conceptos de los que dominan pueden ser destruidos
desde la educación y la cultura. Ora, ¿Qué valor tiene toda la cultura –se
pregunta Benjamín- cuando la experiencia no nos conecta con ella? Se trata de
destruir los espejos gracias a los cuales ha nacido la imagen de un “orden”,
que no está a la altura de la experiencia y los verdaderos requerimientos
humanos.
Se trata de tener
presente que cada sociedad, cada cultura, desarrolla su propio camino. Cada época
es diferente y cada una posee en sí misma el centro de su felicidad o de su
desgracia. <<Las luces por sí solas –dijo Herder- no alimentan a los
hombres>>. Y, el orden y las riquezas no bastan, si los logros técnicos,
la ciencia, el desarrollo económico y social, sólo llegan a manos de unos
cuantos que son los que piensan y actúan por los demás.
No podemos olvidar
que existen muchas formas de vida y muchas verdades, porque creer que cada cosa
es verdadera o falsa es una lamentable ilusión de nuestra avanzada época. La
educación y la cultura posibilitan el verdadero <<avance>>, que
contempla a los seres humanos como conjuntos integrados en comunidades o
sociedades, que buscan el bien común, la paz y la convivencia civilizada. Este
ideal de humanidad no lo proporciona la violencia, las armas, el sufrimiento,
la intimidación, la sangre y la muerte.