sábado, 11 de febrero de 2023

LA IMPORTANCIA DE LA CULTURA EN LA ACTUALIDAD

 

                                           

 

Numerosas son las maravillas del mundo; pero, de todas, la más sorprendente es el hombre”.

                                                             Antígona.

“El ser humano, en tanto ser político y no sólo productivo, carga consigo la preocupación en torno a la preservación del mundo”.

                                                           Hannah Arendt.

 

Antonio Mercado Flórez. Filósofo y Ensayista.

 

En verdad vivo en tiempos sombríos”: palabras de Bertolt Brech. Sugiere que los tiempos sombríos no son solo de horror, de dolor o de sufrimiento, sino también de confusión, pues, la palabra o la teoría ya no vienen en nuestra ayuda. Así mismo, Arendt en su colección de ensayos, Hombres en tiempos de oscuridad, sugiere que el espíritu humano camina entre tinieblas. Donde las formas tradicionales de explicación ya no explican nada, esto no significa que no podamos dar con ciertas formas de iluminación que nos permita acercarnos a lo real.

Para comprender el fenómeno humano, no sólo bastan las ciencias sociales o la mirada científica, sino también la iluminación de la palabra. O, dicho, en otros términos, la iluminación de la lectura, de la imaginación y del lenguaje. No podemos olvidar lo que la aproximación del logos, la palabra, la narración, posibilitan con los hechos reales. En este orden, la lectura, el relato, el poema, serían, en ocasiones, caminos de aproximación a la vida y a los hechos históricos.

De ahí nos recuerda Arendt que “la ruptura de la tradición es un hecho consumado”. Esta cadena de catástrofe empieza con la Primera Guerra Mundial y alcanza su punto máximo con el totalitarismo del siglo XX. Como apunta ya en su artículo sobre Hermann Broch, se trata de “la ruptura de un mundo que si se ha mantenido unido y ha conservado su sentido no ha sido gracias a sus “valores” sino al automatismo de sus costumbres y sus clichés”.

Por eso la lectura, la palabra y la cultura en general, ayudan en medio del caos y del horror, a desenmascarar ese mundo, a encontrar la iluminación. Porque permiten a los hombres bajar a las profundidades de la Cripta donde mora la palabra.

Asimismo, nos recuerda Ernst Jünger: “Si se quiere que la palabra sea eficaz, entonces en ella ha de permanecer siempre la magia. Ahora bien, esta ha de ser soterrada en las profundidades, en la Cripta. Encima de ella se alza la bóveda del lenguaje hacia una libertad nueva, que cambia y a la vez conserva a la palabra. La parte de la palabra que suscita el movimiento puro, ya sea de la voluntad o ya sea de los sentimientos, tendría que desaparecer en provecho de la otra parte, la que desvela el núcleo milagroso del lenguaje”.                                                                                            

El lenguaje y la reflexión posibilitan, entre otros, “distinguir entre la cultura y la técnica”. Porque se constituyen en “presupuestos de pulcritud espiritual, como lo es asimismo entre el creer y el saber”. Así pues, “los éxitos políticos y económicos aceleran la superficialización”; favorecen el consumo, la estadística y la manipulación de la consciencia. La lectura, en cambio, precisa la individualidad, interroga la subjetividad y alimenta a la conciencia, para que el ser humano sea más libre, justo y ético. Permite percibir en épocas de tránsito como las imágenes sustituyen el sentido; y, como prevalecen los hechos significativos sobre los actores insignificantes.

Sabemos que lo bello, lo agradable, lo sublime, habla a los hombres, los interpela en el tiempo y el espacio. De ahí que, el “lenguaje del artista esté en su obra”. Una novela, una sinfonía, un cuadro, un ensayo, un poema, si está bien logrado exalta la condición humana, las angustias y las preocupaciones, las alegrías y los sufrimientos, el odio y el amor, el sueño y la vigilia, para que el lenguaje interrogue al mundo y su realidad y, a la naturaleza humana.

Es propio de la condición humana desafiar al tiempo con la creación de actividades que permiten disfrutar a los hombres de cierta cuota de inmortalidad: entre estas encontramos la política, la historia, la filosofía, el arte. Así que, en la estética de Kant vislumbramos estas palabras: “En lo bello, sin embargo, aparece el mundo, no la humanidad sino el mundo habitado por el hombre”. En consecuencia, no son los conceptos sino las imágenes, las intuiciones, la experiencia, la imaginación, la metáfora, los que posibilitan ir allende del tiempo y el espacio. Son figuras que permiten al ser humano interrogar y enfrentar el mundo en el que vive; para que éstos den frutos en uno más humano, más libre y más justo.

Ernst Jünger nos recuerda que “el fallo del ser humano se traspasa al mundo que lo rodea, a la Naturaleza, tal vez incluso al cosmos. La razón principal de eso está en el humano afán de novedades, en la curiosidad, que va seguida de petulancia”. Así, la petulancia toma figura en los inventos técnicos, el consumo, la velocidad, la política o la economía. En tiempos de desiertos espirituales, de oscuridad que nubla la imaginación, es necesario andar por los caminos de la lectura, el lenguaje y el pensamiento. Porque posibilitan el encuentro con lo numinoso, lo mágico y trascendente, que mora en todos y cada uno de nosotros.

En la época actual se trata de la diversidad, la heterogeneidad que posee la fuerza inimaginable que reposa en sí misma. Aquí “el modelo es más fuerte que la copia, el mito es más fuerte que la historia; esta lo repite en variantes. En la decadencia también las propias copias se vuelven más flojas”. Arendt expresa que los escritores y los artistas que le interesan son aquellos cuya obra “no mira hacia atrás ni con nostalgia […] ni constituye una certificación “del lamento ante lo que se ha perdido, sino de la expresión de la propia perdida”.

Walter Benjamín en este orden dice: “¿De qué peligro son salvados los fenómenos? No sólo ni principalmente, del descredito y el desprecio en que han caído, sino de la catástrofe que representa determinada manera de trasmitirlos “celebrándolos” como “patrimonio”. Son salvados cuando se evidencia en ellos la fisura. Hay una tradición que es catástrofe”. Para Arendt, rescatar es tanto un predicado del arte como una parte fundamental de una metodología encaminada a no perder lo valioso en épocas donde se está rodeado de ruinas.

Además, “no cabe negar que las artes eleven los fenómenos a un nivel más elevado de percepción”. No sólo tienen que ver con los fenómenos del Mundo de Abajo, sino también con lo intemporal del Mundo de Arriba. Por eso, lo importante es que el hombre nazca primero dentro de sí. Ya que en el presente-actual, se desvío hacía lo mecánico, lo demoníaco, lo pasajero y, es necesario que se restaure el equilibrio entre la luz y la oscuridad, las huestes celestiales y las demoniacas. “El secreto de esto está en que el sufrimiento genera fuerzas superiores, curativas”. (Jünger).

Asimismo, “tiene razón Heráclito: nadie cruza dos veces el mismo rio. Lo que en ese cambio hay de misterioso es que responde a las modificaciones de nuestro interior”. Son transformaciones que tienen que ver con la parte curativa de nuestro interior, –“somos nosotros los que nos formamos el mundo, y lo que nosotros vivimos no está sujeto al azar. Es nuestro estado interior el que atrae y selecciona las cosas: el mundo es como lo hemos creado nosotros”. (Jünger)

Ahí reside el misterio de la palabra, lo mítico, lo religioso, lo mágico, que expresa el espíritu, el lenguaje y la experiencia. Esto permite darnos cuenta que no somos ajenos a lo que hemos sido y a lo que somos en la actualidad. Porque sus contenidos espirituales nos posibilitan que nos movamos en el interior de nuestro elemento. “De ahí que sea también importante el que trabajemos en nosotros”. Que nos valgamos de la lectura, la escritura y el lenguaje, para alcanzar la categoría de persona.

Que demos el salto de individuo a persona, porque el primero está más cerca de su parte biológica, instintiva, agresiva, egoísta; la persona, en cambio, linda con las esferas del espíritu y las tablas de valores éticos, morales, espirituales y el sentido estético de la existencia. La persona se relaciona con el “tú”, el “nosotros”, el “Otro”; son principios que exaltan la solidaridad, el respeto, la fraternidad, o el amor. De ahí que la lógica del Capital, del ejercicio del poder, de las finanzas internacionales, se relaciona con la parte instintiva y racional del individuo; más no con los valores espirituales de la persona humana.

El mundo del artificio y trivial en que vivimos, da prioridad a lo “Siempre-Igual”, al “Aquí-Ahora”. De ahí que la publicidad, las redes sociales, la producción en masa y el consumo, posibilitan que se acumulen cosas vacías como escombros de la Naturaleza y la Vida. Así, la pobreza de experiencia, del lenguaje o del pensamiento, incrementan la velocidad y menguan el espíritu que afluye a los hombres.

Por eso, “los hijos de la fortuna son pobres de espíritu; de ahí que resulte comprensible de que no se hallen a la altura del poder que afluye a ellos”. Al ser pobres de espíritu, lo son del lenguaje, la imaginación y los movimientos del pensamiento. También la pobreza del espíritu se manifiesta en la falta de solidaridad, de ser justos, o de tolerancia hacia el Otro. Una esfera sitúa al hombre en su parte material; la otra, en la del espíritu. Una mira hacia el perpetuum mobile; la otra, hacia lo eterno, lo que permanece en el tiempo.

Son la palabra, la escritura, la lectura y la experiencia, los que sitúan al ser humano en el umbral de comprensión del amor, del dolor, la felicidad, del sufrimiento y la muerte. Así, la palabra comunica contenidos espirituales que facilitan comprender que “nuestro tiempo guarda semejanza con un desfiladero estrecho y funesto por el que se compele a pasar a los seres humanos”.

Estas esferas de la vida develan que “el ser humano se ha colocado fuera de la obra, se ha salido de ella; ésta se ha vuelto autónoma, y ahora aquel deviene cada vez más sustituible y prescindible”. Porque “a medida que va desapareciendo la originalidad del ser humano desaparece también su imprescindibilidad; con ello desaparece asimismo el respeto a él”. (Jünger).

 En nuestro tiempo de aridez espiritual, ¿por qué es importante la lectura? Quien lee en soledad desarrolla lo fundamental que mora en él; y tiende al encuentro consigo mismo. Si no leemos nuestros pensamientos son pobres y débiles. La lectura es una “caja de herramientas” que permite desandar lo andado, vivir lo que otros han vivido, imaginar mundos alternos al que vivimos; por eso la palabra y la escritura se revelan como “enemigos” del poder. De las instituciones, los prejuicios, las costumbres, los dogmas ideológicos o religiosos que responden al ejercicio del poder. O, en otros términos, del Gran Poder.

Así que, la lectura ayuda a develar una “luz mágica y soberana sobre la oscuridad natural de las cosas”. A descubrir la analogía universal entre Mundo y Hombre, Mundo y Cosmos. Para Baudelaire era una forma del conocimiento. Por eso la considera una ciencia. Como dice Roberto Calasso: “Quizá incluso la ciencia suprema, si la imaginación es la <<reina de las facultades”. Como lo explica Baudelaire en una carta a Alfonso Toussenel, “la imaginación es la más científica de las facultades, puesto que es la única que comprende la analogía universal, o aquello que una religión mística llama la correspondencia”.

El vaciamiento del espíritu tiene su correspondencia con la falta de lectura. Ya que surte a la memoria, a la conciencia, de las imágenes, la experiencia, el concepto, que facilitan pensar. Nos enseña que el pensamiento es una forma del lenguaje. Así, el hombre no puede existir sin sentir, sin palabra o sin pensamiento, porque para él se convierten en potencias trascendentes y divinas. Por eso la tarea del poeta, del novelista, del artesano de la palabra, se unen al sentimiento estético, a las cosas rítmicas, que son las que luchan contra el tiempo. Es decir, las que luchan contra la muerte.

 

El poeta Hölderlin percibió la alteridad de los usos, las tradiciones; y donde algunos veían costumbre, él vio asombro. Y, elocuente dice:

    Sin embargo, nos compete, bajo la tormenta de Dios,

   Oh poetas, erguidos y con la cabeza descubierta,

   Asir con nuestras propias manos el rayo de luz del Padre,

   Y pasar, envuelto en canción, ese regalo divino a la gente.

 

Me pregunto, ¿por qué leemos? Harold Bloom nos regala un presente divino: “Leemos de manera personal por razones variadas, la mayoría de ellas familiares: porque no podemos conocer a fondo a toda la gente que quisiéramos; porque necesitamos conocernos mejor; porque sentimos necesidad de conocer cómo somos, cómo son los demás, y cómo son las cosas. Sin embargo, el motivo más profundo y auténtico para la lectura personal del tan maltratado canon es la búsqueda de un placer difícil”.

Con la lectura y la cultura alcanzamos la “trascendencia que nos es posible alcanzar en esta vida, si se exceptúa la trascendencia todavía más precaria de lo que llamamos “enamorarse”. Hago un llamamiento a que descubramos aquello que nos es realmente cercano y podamos utilizar para sopesar y reflexionar […] Sólo se puede leer para iluminarse a uno mismo: no es posible encender la vela que ilumine a nadie más”. (Bloom).

Quizá en tiempos oscuros como el nuestro, de aridez del espíritu y del lenguaje, exista la esperanza que el arte y el pensamiento vengan a nuestro encuentro para reparar los portillos de la historia y de la vida. Que la cultura y, en general, la dimensión estética de la existencia, contribuyan a percibir las intercepciones entre el fenómeno estético y el político. O, en otras palabras, comprender el fenómeno social y político de la crisis en la cultura. Que permitan percibir el mundo a través de su relación con la vita activa –según la reflexión de Hannah Arendt.

De construir un mundo humano común a todos los hombres, en cuyo seno haya espacio para desplazarse y compartir perspectivas distintas; y recordar que la libertad aparece aquí en el intercambio con los demás y no con nosotros mismos. Un mundo que ha de garantizar la permanencia del hombre sobre la tierra a través de las obras de arte, la política y las cosas “artificiales” hechas por manos humanas. Es importante la lectura, la escritura, el lenguaje, los movimientos del pensamiento y la cultura en general, para testificar la permanencia del hombre sobre la Tierra. 

Ernesto Sábato dijo: “lo primero y esencial es leer con pasión […] Lo único que vale es lo que se lee por necesidad espiritual […] La única cultura que vale y espiritualmente sirve es la que responde a nuestros más profundos y apasionados requerimientos”. Una persona culta, nada tiene que ver con la estadística, con la causa y el efecto, el manejo de una fórmula matemática o de la física, con un tipo de conocimiento especializado. Sino dice Sábato: “quien está en posesión de un conjunto de elásticos sistemas que confieren la intuición y la valoración de la realidad”. Por eso, la cultura en su acepción profunda tiene que ver con una cualidad del Ser y del existir.

“El hombre culto no tiene por qué saber detalles, todo ese galimatías para especialistas: su cultura se enriquecerá, en cambio, si logra saber en qué consiste la idea esencial de esa ciencia, cómo fue inventada, a qué fines humanos sirvió. Así sentirá la ciencia, la filosofía, el arte como campesinos inundados por el agua de rio o de mar sienten los diques que permiten la colonización de nuevas tierras. El maestro debe conducir esos descubrimientos e invenciones”. (Sábato).

En el mundo actual se está perdiendo el habito de la lectura y el interés por la cultura viva, “más vale que el profesor logre fascinar el espíritu de sus educandos enseñándoles a leer unas cuantas de esas obras cumbres que nos dicen todo lo que un ser humano debe saber acerca de la vida y de la muerte, de la cobardía y el coraje, de la desventura y la felicidad, de la esperanza y la desesperación”. (Sábato).

Lo que posibilita no sólo precisar la condición humana, sino también que la educación y la cultura sienten las bases de un modelo de hombre y de convivencia. Porque hoy la violencia, el crimen político, el secuestro, la guerra, el odio, el racismo, el dogmatismo religioso o ideológico, y las diferentes formas de injusticia social, tienden a remplazar el dialogo, la tolerancia y la convivencia pacífica entre los ciudadanos. Hay que fortalecer y defender ante las diferentes modalidades de autoritarismo, de totalitarismo, de nacionalismos y de populismos, el Estado democrático Social de Derecho. Porque la educación y la cultura, en un Estado democrático, no es la misma, que en un Estado autoritario o nacional-populista.  

De ahí que la educación y la cultura dijo Sábato:

    “Nos servirán para convivir, para comprender a los que están cerca y aún a los que están lejos, para aceptar las desgracias con coraje, para tener mesura en el triunfo, para saber qué debemos hacer con el mundo; para envejecer con grandeza y para morir con humildad”.

                                               Ernesto Sábato

                                       Entre la letra y sangre

                                          Madrid-España a 09/02/2023