<<El
valor supremo de la vida y la libertad, hay que defenderlas como un
bravo soldado hasta el día de la muerte>>.
Antonio
Mercado Flórez
Antonio
Mercado Flórez – Filósofo y Ensayista
Estamos
inmersos en una atmósfera donde prevalece <<el carácter
indiscriminado de la amenaza>>. Que cuestiona, interroga,
coacciona, nuestros ordenes de valores. Vivimos una circunstancia que
intensifica extraordinariamente el acoso del dolor, el sufrimiento,
el miedo y la muerte. Una atmósfera que presta menos atención a
nuestros ordenes de valores. <<En tiempos tranquilos resulta
fácil descubrir el hecho de que el dolor no reconoce nuestros
valores>>.
Cuando
la felicidad, el amor, la riqueza, la salud, el poder, los afecta uno
de los azares de los seres humanos; entonces empezamos a sentirnos
desconcertados. Un sentimiento nos sobrecoge cuando un ser querido
está enfermo, de una enfermedad como el cáncer; o, cuando los
lugares donde habitamos es tomado por el demonio de la violencia, la
guerra y la muerte. Aquí surge una visión catastrófica y pesimista
de la historia y de la vida.
En
estos espacios nuestros ojos del conocimiento, del espíritu y de la
experiencia, quedan obnubilados por nuestros deseos y miedos más
secretos. Pero donde mejor se ve es dentro de las ciencias, la
técnica, el poder y el dinero; ya que componen una visión
apocalíptica, que brinda alimento a la imaginación. Durante el
siglo XX fueron muy populares las descripciones de confrontaciones
futuras entre Oriente y Occidente, la URSS y Estados Unidos. <<Lo
peculiar de esa literatura es el papel que desempeña la destrucción;
el ser humano está familiarizándose con la visión de futuros
campos en ruinas en los que celebra sus triunfos una muerte mecánica
cuyo dominio no conoce límites>>. (Jünger).
En
esta época de pandemia se trata de darnos cuenta de que es algo más
que mera literatura. Así es como la protección y las indicaciones
médicas de los gobiernos, afectan la vida privada y pública de las
personas. El desempleo, la pobreza, el miedo, el dolor, el
sufrimiento, aumentan de manera exponencial. Son situaciones que se
repiten una y otra vez, pues la vista de estas esferas se convierten
en realidades que no dejan escapar y que resultan inaccesible a los
órdenes de valores del ser humano, hacen que los ojos de éste anden
acechando lugares de protección y seguridad. (Jünger).
Vivimos
tiempos donde se tiene la sensación que imprevistamente el
aniquilador de la tranquilidad, las delicias, la saludad, el
separador de las familias, amigos y conocidos; el devastador de las
ciudades, el asesino de los grandes como de los pequeños –se
apoderara de todo lo que existe. Entonces el ser humano queda solo y
desprotegido, ante fuerzas que lo trascienden.
Se
vive también un lastre económico, social, tecnológico y cultural.
Como consecuencia del neo-liberalismo y el proteccionismo que afectó
una generación de las sociedades globales. No sólo creó
desigualdades digitales, sino también económicas, políticas,
sociales, en las esferas del conocimiento, de la innovación y el
desarrollo. Que intensificaron las desigualdades en todos los ámbitos
de la vida humana. Así, las élites sociales naturalizan las
desigualdades asociándolas con fundamentos naturales y objetivos,
afirmando que las diferencias son beneficiosas para los pobres y la
sociedad en su conjunto.
Pero
ocultando que las diferencias conducen al control político de los
ricos sobre el conjunto de la sociedad. De ahí que los perdedores de
la globalización (los sectores más vulnerables de la sociedad y la
clase media), son las ruinas que el capitalismo global deja tras de
sí. Pensaban que la liberalización comercial, las finanzas
internacionales o el mercado único europeo, harían desarrollar la
economía y el nivel de vida de las sociedades. Todo esto no sólo
fue un engaño, sino que voló por aires como una costra seca.
¿Quiénes
son los perdedores de la pandemia y de la globalización? Los pobres
y la clase media de las sociedades mundiales; tanto ricas como
subdesarrolladas. Ahora, por supuesto, existen más desigualdades que
antes de la pandemia por el coronavirus. Un estado de ánimo como
éste da la sensación de que el acoso de la enfermedad, del
dolor y la muerte, es ineludible. Nada nos es más cierto y nada nos
está más predestinado que el sufrimiento y la sensación de
desamparo, que se vive en el mundo actual. El acoso es tan ineludible
que se manifiesta
con claridad cuando contemplamos esas vidas pequeñas, comprimidas en
un breve espacio de tiempo. Vidas consumidas y desechadas por el
Sistema
y
el Gran
poder.
Es
cierto que en épocas de seguridad tendemos a olvidar eso, pero lo
recordamos con gran nitidez tan pronto como se torna visible la zona
de los elementos. Ahora bien, los hombres de hoy nos hallamos
inmersos ineluctablemente en esa zona y no podemos sustraernos a ella
por ninguna especie de ilusión óptica. (Jünger). Además, estamos
inmersos y asediados por las esferas de las enfermedades, el dolor,
el sufrimiento y la muerte, que no es casual que en ellos desempeñe
la técnica, el dinero y el poder, un papel tan significativo. Así
que, en el mundo técnico las máquinas provocan un género especial
de espanto: son símbolos de la agresión disfrazada de máquina, que
es la agresión más fría e insaciable de todas. (Jünger).
En
esta alta civilización técnica sobresale la nula atención que el
hombre presta a las órdenes de valores. A medida que aumenta la
amenaza de la vida, de la seguridad y de la libertad, entregamos todo
cuanto poseemos al Gran
Poder
para conservarlos. Tratase de poderes fascistas, racistas,
populistas, nacionalistas, autoritarios, ya que el espíritu se
inclina a una concepción catastrofista de las cosas en los sitios
donde ve que todo se encuentra en entredicho.
En
épocas como esta la
teoría de la catástrofe o
de
la conspiración se convierten en acicates de
la disciplina, el automatismo, la objetivación y la númerificacion
del ser humano. En esos momentos el ser humano ama mas
las
cadenas que la libertad y el humanismo; la semejanza entre los
hombres.
Además,
al crecer la sensación de que el ámbito vital en su conjunto se
encuentra cuestionado y amenazado crece también la necesidad sentida
por el ser humano de volverse hacía una dimensión que lo sustraiga
al dominio de la enfermedad, del dolor, del sufrimiento y la muerte.
(Jünger). Anhelamos una época mítica de la abundancia de los
elementos y de libertad, antes de que los dioses ocultasen el
sustento a los hombres, es el paraíso cristiano. Los primeros seres
humanos vivían en la abundancia, vivían en los elementos, y a ellos
regresamos después de la muerte. Por el contrario, la economía, la
moral, la técnica, la industria se han alejado de los elementos y,
situadas por encima de ellos, se nutren más o menos de su sustancia.
(Jünger).
Hemos
sido despojados de lo sagrado y mítico que mora en todos y cada uno
de nosotros. En el mundo moderno somos huérfanos de lo que una vez
fue nuestro. En una situación como esa pierde fuerza de atracción
la concepción del valor, la vida y el espíritu. Porque la razón,
la técnica y el Gran
Poder,
abarcan todo lo que es bueno y bello para el hombre. Todas esas cosas
reflejan un mundo lleno de maldad en el que el ser humano pierde la
esencia que lo determina, la libertad personal y la autonomía de la
voluntad. De esta esfera forma parte el sentimiento de una sorda
desconfianza a todo valor, esto es, a la cultura, la ciencia, la
técnica, la ética, la dignidad humana, el mundo o Dios.
Así
nos embarga un
sentimiento de que unas maquinaciones malvadas están produciendo una
descomposición en los recursos económicos, espirituales, morales y
raciales. Además, refleja de manera patente la traición que la
razón y el espíritu comete contra la ley de la vida. Un espíritu
cuya falta de reflexión confunde lo esencial de la existencia con lo
necesario y pasajero de la vida.
En
una situación así dominada por leguleyos y políticos corruptos,
los únicos sufrimientos que llegan a los oídos son los de los
acusadores, pero no los de los indefensos y silenciosos.