jueves, 18 de junio de 2020

NUESTROS ORDENES DE VALORES EN LA ÉPOCA ACTUAL





<<El valor supremo de la vida y la libertad, hay que defenderlas como un bravo soldado hasta el día de la muerte>>.
                                                          Antonio Mercado Flórez




Antonio Mercado Flórez – Filósofo y Ensayista


Estamos inmersos en una atmósfera donde prevalece <<el carácter indiscriminado de la amenaza>>. Que cuestiona, interroga, coacciona, nuestros ordenes de valores. Vivimos una circunstancia que intensifica extraordinariamente el acoso del dolor, el sufrimiento, el miedo y la muerte. Una atmósfera que presta menos atención a nuestros ordenes de valores. <<En tiempos tranquilos resulta fácil descubrir el hecho de que el dolor no reconoce nuestros valores>>.
Cuando la felicidad, el amor, la riqueza, la salud, el poder, los afecta uno de los azares de los seres humanos; entonces empezamos a sentirnos desconcertados. Un sentimiento nos sobrecoge cuando un ser querido está enfermo, de una enfermedad como el cáncer; o, cuando los lugares donde habitamos es tomado por el demonio de la violencia, la guerra y la muerte. Aquí surge una visión catastrófica y pesimista de la historia y de la vida.
En estos espacios nuestros ojos del conocimiento, del espíritu y de la experiencia, quedan obnubilados por nuestros deseos y miedos más secretos. Pero donde mejor se ve es dentro de las ciencias, la técnica, el poder y el dinero; ya que componen una visión apocalíptica, que brinda alimento a la imaginación. Durante el siglo XX fueron muy populares las descripciones de confrontaciones futuras entre Oriente y Occidente, la URSS y Estados Unidos. <<Lo peculiar de esa literatura es el papel que desempeña la destrucción; el ser humano está familiarizándose con la visión de futuros campos en ruinas en los que celebra sus triunfos una muerte mecánica cuyo dominio no conoce límites>>. (Jünger).
En esta época de pandemia se trata de darnos cuenta de que es algo más que mera literatura. Así es como la protección y las indicaciones médicas de los gobiernos, afectan la vida privada y pública de las personas. El desempleo, la pobreza, el miedo, el dolor, el sufrimiento, aumentan de manera exponencial. Son situaciones que se repiten una y otra vez, pues la vista de estas esferas se convierten en realidades que no dejan escapar y que resultan inaccesible a los órdenes de valores del ser humano, hacen que los ojos de éste anden acechando lugares de protección y seguridad. (Jünger).
Vivimos tiempos donde se tiene la sensación que imprevistamente el aniquilador de la tranquilidad, las delicias, la saludad, el separador de las familias, amigos y conocidos; el devastador de las ciudades, el asesino de los grandes como de los pequeños –se apoderara de todo lo que existe. Entonces el ser humano queda solo y desprotegido, ante fuerzas que lo trascienden.
Se vive también un lastre económico, social, tecnológico y cultural. Como consecuencia del neo-liberalismo y el proteccionismo que afectó una generación de las sociedades globales. No sólo creó desigualdades digitales, sino también económicas, políticas, sociales, en las esferas del conocimiento, de la innovación y el desarrollo. Que intensificaron las desigualdades en todos los ámbitos de la vida humana. Así, las élites sociales naturalizan las desigualdades asociándolas con fundamentos naturales y objetivos, afirmando que las diferencias son beneficiosas para los pobres y la sociedad en su conjunto.
Pero ocultando que las diferencias conducen al control político de los ricos sobre el conjunto de la sociedad. De ahí que los perdedores de la globalización (los sectores más vulnerables de la sociedad y la clase media), son las ruinas que el capitalismo global deja tras de sí. Pensaban que la liberalización comercial, las finanzas internacionales o el mercado único europeo, harían desarrollar la economía y el nivel de vida de las sociedades. Todo esto no sólo fue un engaño, sino que voló por aires como una costra seca.
¿Quiénes son los perdedores de la pandemia y de la globalización? Los pobres y la clase media de las sociedades mundiales; tanto ricas como subdesarrolladas. Ahora, por supuesto, existen más desigualdades que antes de la pandemia por el coronavirus. Un estado de ánimo como éste da la sensación de que el acoso de la enfermedad, del dolor y la muerte, es ineludible. Nada nos es más cierto y nada nos está más predestinado que el sufrimiento y la sensación de desamparo, que se vive en el mundo actual. El acoso es tan ineludible que se manifiesta con claridad cuando contemplamos esas vidas pequeñas, comprimidas en un breve espacio de tiempo. Vidas consumidas y desechadas por el Sistema y el Gran poder.
Es cierto que en épocas de seguridad tendemos a olvidar eso, pero lo recordamos con gran nitidez tan pronto como se torna visible la zona de los elementos. Ahora bien, los hombres de hoy nos hallamos inmersos ineluctablemente en esa zona y no podemos sustraernos a ella por ninguna especie de ilusión óptica. (Jünger). Además, estamos inmersos y asediados por las esferas de las enfermedades, el dolor, el sufrimiento y la muerte, que no es casual que en ellos desempeñe la técnica, el dinero y el poder, un papel tan significativo. Así que, en el mundo técnico las máquinas provocan un género especial de espanto: son símbolos de la agresión disfrazada de máquina, que es la agresión más fría e insaciable de todas. (Jünger).
En esta alta civilización técnica sobresale la nula atención que el hombre presta a las órdenes de valores. A medida que aumenta la amenaza de la vida, de la seguridad y de la libertad, entregamos todo cuanto poseemos al Gran Poder para conservarlos. Tratase de poderes fascistas, racistas, populistas, nacionalistas, autoritarios, ya que el espíritu se inclina a una concepción catastrofista de las cosas en los sitios donde ve que todo se encuentra en entredicho.
En épocas como esta la teoría de la catástrofe o de la conspiración se convierten en acicates de la disciplina, el automatismo, la objetivación y la númerificacion del ser humano. En esos momentos el ser humano ama mas las cadenas que la libertad y el humanismo; la semejanza entre los hombres.
Además, al crecer la sensación de que el ámbito vital en su conjunto se encuentra cuestionado y amenazado crece también la necesidad sentida por el ser humano de volverse hacía una dimensión que lo sustraiga al dominio de la enfermedad, del dolor, del sufrimiento y la muerte. (Jünger). Anhelamos una época mítica de la abundancia de los elementos y de libertad, antes de que los dioses ocultasen el sustento a los hombres, es el paraíso cristiano. Los primeros seres humanos vivían en la abundancia, vivían en los elementos, y a ellos regresamos después de la muerte. Por el contrario, la economía, la moral, la técnica, la industria se han alejado de los elementos y, situadas por encima de ellos, se nutren más o menos de su sustancia. (Jünger).
Hemos sido despojados de lo sagrado y mítico que mora en todos y cada uno de nosotros. En el mundo moderno somos huérfanos de lo que una vez fue nuestro. En una situación como esa pierde fuerza de atracción la concepción del valor, la vida y el espíritu. Porque la razón, la técnica y el Gran Poder, abarcan todo lo que es bueno y bello para el hombre. Todas esas cosas reflejan un mundo lleno de maldad en el que el ser humano pierde la esencia que lo determina, la libertad personal y la autonomía de la voluntad. De esta esfera forma parte el sentimiento de una sorda desconfianza a todo valor, esto es, a la cultura, la ciencia, la técnica, la ética, la dignidad humana, el mundo o Dios.
Así nos embarga un sentimiento de que unas maquinaciones malvadas están produciendo una descomposición en los recursos económicos, espirituales, morales y raciales. Además, refleja de manera patente la traición que la razón y el espíritu comete contra la ley de la vida. Un espíritu cuya falta de reflexión confunde lo esencial de la existencia con lo necesario y pasajero de la vida.
En una situación así dominada por leguleyos y políticos corruptos, los únicos sufrimientos que llegan a los oídos son los de los acusadores, pero no los de los indefensos y silenciosos.









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