jueves, 2 de diciembre de 2021

                                                

                                              LA VOLUNTAD DE PODER            

                                                      Hannah Arendt


<<No podía ser menos en los frontispicios del nuevo milenio, la atmósfera que reina en el mundo es contradictoria e inextricable –en unos sitios es prometeica, con grandes fuegos y manos tendidas hacia las estrellas, en otros es apocalíptica, con sentimientos de culpa que remuerden la consciencia. Nietzsche es optimista, Spengler ve parcialmente la fatalidad –como el acabamiento normal de una cultura>>.

                                                                    Ernst Jünger.

 

Antonio Mercado Flórez. Filósofo y Ensayista.

 

La voluntad, la voluntad de poder o la voluntad de dominio, han sido objeto de reflexión desde la Antigüedad y en la época moderna ha sido abordada por filósofos, teóricos de la política, teólogos, historiadores, sociólogos, etc., han enriquecido el significado de ésta. Schopenhauer, Nietzsche, Jünger, Arendt, Heidegger, ayudan a comprender y pensar el sentido de la palabra voluntad. Pregunto, ¿somos parte de ese mundo que profetizó Nietzsche, sólo como voluntad de poder y nada más?

<<Este mundo es la voluntad de poder - ¡y nada más! Y también ustedes mismos son esa voluntad de poder - ¡nada más!>>.

En el umbral de la esencia del ser, la esencia del hombre y el pensar, Martín Heidegger aborda la Voluntad. Que en el idealismo absoluto de Hegel y Schilling aparece el no de la nada en cuanto negatividad de la negación de la esencia del ser. Que éste está pensado allí en el sentido de la realidad absoluta, comprendida como voluntad incondicionada que se quiere a sí misma como voluntad de saber y de amor. En esa voluntad se esconde también el ser como voluntad de poder.

En el Mundo Moderno el efecto determinante de la voluntad es la de mandar y ser obedecida. En el pensamiento de Arendt el fenómeno de la voluntad originalmente se manifestó en la experiencia de que yo no hago lo que querría, la experiencia de que existe un quiero-y-no-puedo.

Que en el interior del hombre se presenta un <<hecho monstruoso>> la presencia simultánea de un yo-quiero y un yo-no-quiero. En esta lucha interior del hombre el griego Antiguo se decanta por el destino; que la razón, el conocimiento, el discernimiento, son frágiles umbrales ante la potencia del deseo y la pasión.

En otras palabras, voluntad, fuerza de voluntad y ansias de poder son para nosotros ideas casi idénticas; consideramos que la sede del poder es la facultad de la volición tal como la conoce y experimenta el hombre en relación consigo mismo. Y, por esta fuerza de voluntad hemos desvirtuado no sólo nuestro razonamiento y nuestras facultades cognitivas sino también otras facultades más <<prácticas>>. Porque centra su fuerza en el ejercicio del poder. El poder de apropiación, de coacción y dominio, sobre la naturaleza y los demás hombres.

Así que, la fuerza de la voluntad no sólo se quiere a sí misma, sino que es insaciable con lo que se encuentra exterior a ella. La necesidad que me impide hacer lo que se y quiero puede provenir del mundo, de mi propio cuerpo, de una insuficiencia de talentos, dones y cualidades que el hombre recibe al nacer, y sobre los que cada uno tiene el mismo poder que sobre las demás circunstancias.

Además, todos esos factores, sin excluir los psicológicos, condicionan a la persona desde fuera en la medida que el quiero y el sé, es decir, el Yo, están implicados. El poder que se enfrenta a estas circunstancias, que libera, por así decirlo, el querer y el saber de su servidumbre ante la necesidad es el puedo. Sólo cuando el quiero y el puedo coinciden se concreta la libertad.  

Somos seres determinados por circunstancias exteriores o interiores, el Yo mismo, donde el poder y el saber sólo encuentran su servidumbre ante la necesidad. De ahí que el libre albedrío no exista ante el poder de la necesidad exterior. Porque sólo es válido para el Yo, el mundo interior, más no para satisfacer las necesidades materiales o psicológicas del hombre.

Sólo cuando deseo y tengo la fuerza, el poder de poseerlo, se concreta la libertad. La voluntad es a la vez poderosa e impotente, libre y sometida. Cuando hablamos de impotencia y de los límites impuestos a la fuerza de voluntad, por lo común pensamos en la impotencia del hombre respecto del mundo circundante. Las necesidades físicas o psicologicas que impone el mundo o la sociedad trascienden el libre albedrío y la concreción de la libertad, propiamente dicha. De ahí que la libertad esté determinada, en estas circunstancias a las necesidades del hombre. Pero cuando deseo y poder coinciden se concreta la libertad.

A causa de la impotencia de la voluntad, de su incapacidad de generar poder genuino, de su constante derrota en la lucha con el Yo, en la que la fuerza del quiero se autoagotaba, el ansia de poder se convertía de inmediato en fuerza de opresión. Esta idea trae consecuencias fatales para la teoría política que tuvo la ecuación de libertad y capacidad humana de voluntad; fue una de las causas que aún hoy identificamos el poder con la opresión o, al menos, con el dominio ejercido sobre los demás.

Esta contradicción entre el yo-quiero-y-no-puedo, el conflicto entre el yo voluntarista y un yo activo, significa que el quiero está sujeto al Yo, le devuelve el ataque, lo estimula o, es eliminado por el Yo. De ahí que la impotencia del hombre respecto del mundo circundante, la primacía de las necesidades sobre los deseos o la libertad, crea en él frustración, desasosiego, y la ausencia de poder se convierte en fuerza de opresión, por no ver satisfecho el yo-quiero en el mundo que vive.

Esta frustración del hombre ante el poder de las necesidades desde el umbral psicológico o psicoanalítico, crea disfuncionalidad en la relación del hombre con el entorno y, a la vez, su conducta rompe lo establecido como <<normal>> en la sociedad. Esta disfunción se expresa en el lenguaje o la conducta del hombre y, se observan en lo patológico del decir y el obrar; la disyunción entre las necesidades del hombre y el poder de satisfacerlas. Es decir, el deseo y el poder no coinciden y, en consecuencia, no se concreta la libertad.

Lo importante consiste en darse cuenta que detrás del bienestar, de las facilidades técnicas, de la ciencia, del desarrollo económico, del social, del confort, de la educación y la cultura, se esconde la voluntad de poder. Esta reflexión nos hace ver con claridad que la valoración de la voluntad no es la misma en todos los tiempos. La concepción schopehaueriana de la voluntad ciega como principio motor es válida para el mundo titánico. Schopenhauer conoce ese mundo, Nietzsche lo afirma. No puede dejar de ocurrir que ambos padezcan bajo él.

Nietzsche capta ya el mundo titánico con una cercanía mayor –no de una manera más consciente que Schopenhauer, pero sí de una manera más instintiva; él es el campeón de ese mundo, participa de él. No lo mira con ojos pesimistas, sino que lo afirma como profeta. Para él la voluntad no es ciega, sino que tiene metas; pronto se supo del parentesco que había entre el superhombre y Prometeo. Somos parte entonces del mundo del Titán y del titanismo (del técnico y del mundo técnico). Así que, viendo la indigencia del hombre ante el poder del Titán y de la técnica, Hölderlin solicita a las estrellas : <<Es hora que los dioses salgan de sus escondites>>.                                                                                                                                 

 Sobre Schelling, Investigaciones filosóficas sobre la esencia de la libertad humana; Arendt apunta los siguiente:

<<Pero en última y suprema instancia no hay otro ser que el querer. Querer es ser originario […] La filosofía entera aspira solamente a encontrar esta expresión suprema>>. Por tanto, para Schelling, cuyo problema fundamental es siempre la vida como ser-vivo, las cosas son lo querido (voluntad congelada, digamos) y la vida de la voluntad. (Pienso, luego soy. Quiero luego vivo […] En el querer tengo la evidencia de que soy un viviente.

El principio de la voluntad lo que experimento queriendo, es la libertad, <<una capacidad para el bien y para el mal>>. <<Sólo el que ha gustado la libertad puede sentir la aspiración a convertirlo todo en una analogía de la misma, a extenderla a lo largo del universo>>.

<<El principio, en cuanto procede del fondo y es oscuro, es la voluntad propia de la criatura, la cual … es voluntad ciega. (A ella) se opone el entendimiento como voluntad universal, que usa dicha voluntad ciega y la somete como mero instrumento. La voluntad ciega que no se deja subordinar, es decir, que permanece pura voluntad propia, (es) el mal como voluntad mala, como la elevación de la voluntad propia>>.

Frente a la identificación del mal con lo sensible y terrestre: aquellos que <<contra lo que era procedente, no opusieron al cielo el infierno, sino la tierra>>.

La auténtica imposibilidad de este enfoque de la voluntad viva como ser radica en que la muerte se hace completamente incomprensible. Bajo estas condiciones <<el vínculo de las fuerzas que constituyen la vida, … también podría ser indisoluble, y … una criatura que repare por su propia fuerza lo que se ha hecho defectuoso en ella [el mal se equiparaba con la enfermedad] está destina a ser un Perpetuum mobile. Con ello propiamente habría debido quedar liquidada toda la filosofía de la voluntad (y de la fuerza = energía).

La paradoja fundamental de la experiencia está en que, mientras estamos solos, es decir, sin ninguna representación concreta de otro, nos experimentamos necesariamente como dos. Pensar en la soledad es siempre un dialogo consigo mismo. En la voluntad me ligo a mí mismo; la mera voluntad, que de hecho consiste en el <<mandarse>> y me aferro a mi duplicación solitaria. Ésa es también la razón de que de la voluntad brote inmediatamente la voluntad de dominio y la voluntad de poder. La voluntad es la expresión de la duplicidad y la ambigüedad de la soledad.

El afán de dominio y la voluntad de poder del solitario brotan de la ambigüedad, de la duplicidad de sí mismo. En efecto, ésta tiene como consecuencia que el afán de dominio y la voluntad de poder sean tan incalculables como son para nosotros todos los otros hombres. Sólo podemos soportar el carácter imprevisible de los otros, es decir, su libertad, si nosotros por lo menos podernos fiarnos de nosotros mismos.

La voluntad de poder en la política quiere siempre hacer del mundo tan fiable como la voluntad apetecería ser, fiabilidad que no logra en la soledad, pues permanece por esencia ambivalente. De acuerdo con esto, el tirano, para asegurarse, tiene que eliminar del mundo, en lo posible la espontaneidad (el fundamento de la falta de fiabilidad (confianza) y de la libertad). La aspiración a la seguridad se hace desmedida cuando ya no puede estar segura ni siquiera de sí misma.

Si la voluntad de poder quiere hacer del mundo algo fiable, de confianza, que no logra en la soledad de sí misma, el poder autoritario o totalitario, niegan la espontaneidad, la imprevisibilidad, la confianza y la libertad, porque cuestiona o ruptura lo establecido como verdadero. Ernst Jünger piensa que el poder de la libertad es tan poderoso que sólo basta soñar con ella para que se haga realidad.

En oposición a estos regímenes, la democracia y la libertad son una y la misma cosa, dos caras de la misma moneda. Al comienzo está siempre la fuente de la libertad. Ni la tiranía de la razón en nosotros, ni la cocción de la deducción necesaria, ni la tiranía autoritaria y totalitaria, coartan y limitan, la libertad y la acción política. Porque el comienzo como fuente de libertad, es imprevisible e impredecible. Así que, todo hombre es un <<comienzo>> como si el mundo surgiera de nuevo con él. El comienzo contiene la voluntad de poder que desconfía de sí misma, la libertad y la acción política. Por eso, el tirano, el populista, el fascista, el nacionalista, detestan estas <<figuras>> que posibilitan alcanzar la democracia, la solidaridad, la fraternidad, la justicia, y así mismo, el Estado de Derecho, la pluralidad, el respeto a la dignidad humana, la democracia libertaria, justa e igualitaria.

                                              

                                      A MODO DE COLOFÓN

                                            Hannah Arendt

Hannah Arendt reflexiona sobre el poder y nos sugiere que existe una diferencia entre la razón impotente, que ve el <<bien>>, y la voluntad poderosa, que quiere el <<mal>>. De ahí la identificación una y otra vez de la impotencia con el bien y del poder con el mal.

De ahí toma a Kant, a Hegel, a Nietzsche y a Marx, para dilucidar desde sus perspectivas teóricas y prácticas, la relación entre la impotencia de la razón y el poder de la voluntad.

Kant cree encontrar la solución uniendo la razón con la voluntad, por el hecho de que la razón prescribe a la voluntad lo que ha de querer. La consecuencia de Kant, consiste, en que despoja de poder a la voluntad y destruye el centro de poder. Necesita de la <<astucia de la naturaleza>>, a través de la cual de hecho se le promete poder a la razón, quedando la voluntad intacta en su poderío. Por tanto, el fin de la astucia de la naturaleza es doble: es importante dejar que permanezca la voluntad como voluntad, es decir, como centro de poder, para que suceda algo y se pueda actuar, lo es también conferir una racionalidad a esta acción.

La posición de Kant la contradice Hegel: tan pronto como la razón se realiza, se convierte por eso mismo en poder; poder no es otra cosa que realidad. Razón realizada es voluntad racional. Si el absoluto se realiza en la historia y la razón no está en sí misma en la simple reflexión, pero es poderosa dentro de la realidad que ella comprende. En Hegel el poder pierde el estigma del mal, porque está sustraído al ámbito del actor particular. A la vista de la realidad que se atestigua en la historia, la única que tiene poder, son impotentes por igual la voluntad y la razón. En otras palabras, la realidad que tiene poder es la histórica, por eso son impotentes la voluntad y la razón.

Nietzsche no toca ni la racionalidad impotente de la razón, ni el poder malo de la voluntad, porque se limita a decir, la voluntad es <<mala>> sólo bajo el presupuesto impotente de la razón, y somete la razón impotente a la sentencia de la voluntad poderosa. Nietzsche dice que es posible que las cosas sean a la inversa.

En Marx, el poder es producto del trabajo, y el poder justo o injusto se rige en adelante por la distribución justa o injusta de los productos del trabajo. Desde esta perspectiva podemos ver como el trabajo lo cambia todo. Así que, la filosofía descansa en el hecho de que era desconocido el trabajo en el sentido moderno, que no era conocido bajo la dimensión de la producción y del homo faber (el hombre que fabrica).

La forma clásica con que la filosofía sale del dilema razón-voluntad o, en otros términos, resuelve el problema del poder, está en el invento de la lógica o de la evidencia lógicamente necesaria. Así que, para acabar con el problema de la voluntad, la razón libre se puso bajo las leyes coactivas de los argumentos. Por eso desapareció de la filosofía la sentencia, que pone luz dentro, hace transparente las cosas y las ilumina; en su lugar, se introducen cadenas de argumentos, que son en todo caso cadenas, en el doble sentido de la palabra. 

                                                       Madrid a 02/12/2021