Hannah Arendt
<<No podía ser menos en los frontispicios
del nuevo milenio, la atmósfera que reina en el mundo es contradictoria e
inextricable –en unos sitios es prometeica, con grandes fuegos y manos tendidas
hacia las estrellas, en otros es apocalíptica, con sentimientos de culpa que
remuerden la consciencia. Nietzsche es optimista, Spengler ve parcialmente la
fatalidad –como el acabamiento normal de una cultura>>.
Ernst Jünger.
Antonio
Mercado Flórez. Filósofo y Ensayista.
La voluntad, la voluntad de poder o la voluntad de
dominio, han sido objeto de reflexión desde la Antigüedad y en la época moderna
ha sido abordada por filósofos, teóricos de la política, teólogos,
historiadores, sociólogos, etc., han enriquecido el significado de ésta.
Schopenhauer, Nietzsche, Jünger, Arendt, Heidegger, ayudan a comprender y
pensar el sentido de la palabra voluntad. Pregunto, ¿somos parte de ese mundo
que profetizó Nietzsche, sólo como voluntad de poder y nada más?
<<Este
mundo es la voluntad de poder - ¡y nada más! Y también ustedes mismos son esa
voluntad de poder - ¡nada más!>>.
En el umbral de la esencia del ser, la esencia del
hombre y el pensar, Martín Heidegger aborda la Voluntad. Que en el idealismo
absoluto de Hegel y Schilling aparece el no de la nada en cuanto negatividad de
la negación de la esencia del ser. Que éste está pensado allí en el sentido de
la realidad absoluta, comprendida como voluntad incondicionada que se quiere a
sí misma como voluntad de saber y de amor. En esa voluntad se esconde también
el ser como voluntad de poder.
En el Mundo Moderno el efecto determinante de la
voluntad es la de mandar y ser obedecida. En el pensamiento de Arendt el
fenómeno de la voluntad originalmente se manifestó en la experiencia de que yo
no hago lo que querría, la experiencia de que existe un quiero-y-no-puedo.
Que en el interior del hombre se presenta un
<<hecho monstruoso>> la presencia simultánea de un yo-quiero y un
yo-no-quiero. En esta lucha interior del hombre el griego Antiguo se decanta
por el destino; que la razón, el conocimiento, el discernimiento, son frágiles
umbrales ante la potencia del deseo y la pasión.
En otras palabras, voluntad, fuerza de voluntad y
ansias de poder son para nosotros ideas casi idénticas; consideramos que la
sede del poder es la facultad de la volición tal como la conoce y experimenta
el hombre en relación consigo mismo. Y, por esta fuerza de voluntad hemos
desvirtuado no sólo nuestro razonamiento y nuestras facultades cognitivas sino
también otras facultades más <<prácticas>>. Porque centra su fuerza en el ejercicio del poder. El poder de
apropiación, de coacción y dominio, sobre la naturaleza y los demás hombres.
Así que, la fuerza de la voluntad no sólo se
quiere a sí misma, sino que es insaciable con lo que se encuentra exterior a
ella. La necesidad que me impide hacer lo que se y quiero puede provenir del
mundo, de mi propio cuerpo, de una insuficiencia de talentos, dones y
cualidades que el hombre recibe al nacer, y sobre los que cada uno tiene el
mismo poder que sobre las demás circunstancias.
Además, todos esos factores, sin excluir los
psicológicos, condicionan a la persona desde fuera en la medida que el quiero y
el sé, es decir, el Yo, están implicados. El poder que se enfrenta a estas
circunstancias, que libera, por así decirlo, el querer y el saber de su
servidumbre ante la necesidad es el puedo. Sólo cuando el quiero y el puedo
coinciden se concreta la libertad.
Somos seres determinados por circunstancias
exteriores o interiores, el Yo mismo, donde el poder y el saber sólo encuentran
su servidumbre ante la necesidad. De ahí que el libre albedrío no exista ante
el poder de la necesidad exterior. Porque sólo es válido para el Yo, el mundo
interior, más no para satisfacer las necesidades materiales o psicológicas del
hombre.
Sólo cuando deseo y tengo la fuerza, el poder de
poseerlo, se concreta la libertad. La voluntad es a la vez poderosa e
impotente, libre y sometida. Cuando hablamos de impotencia y de los límites
impuestos a la fuerza de voluntad, por lo común pensamos en la impotencia del
hombre respecto del mundo circundante. Las
necesidades físicas o psicologicas que impone el mundo o la sociedad
trascienden el libre albedrío y la concreción de la libertad, propiamente
dicha. De ahí que la libertad esté determinada, en estas circunstancias a las
necesidades del hombre. Pero cuando deseo y poder coinciden se concreta la
libertad.
A causa de la impotencia de la voluntad, de su
incapacidad de generar poder genuino, de su constante derrota en la lucha con
el Yo, en la que la fuerza del quiero se autoagotaba, el ansia de poder se
convertía de inmediato en fuerza de opresión. Esta idea trae consecuencias fatales para la teoría política que
tuvo la ecuación de libertad y capacidad humana de voluntad; fue una de las
causas que aún hoy identificamos el poder con la opresión o, al menos, con el
dominio ejercido sobre los demás.
Esta contradicción entre el yo-quiero-y-no-puedo,
el conflicto entre el yo voluntarista y un yo activo, significa que el quiero
está sujeto al Yo, le devuelve el ataque, lo estimula o, es eliminado por el
Yo. De ahí que la impotencia del hombre respecto del mundo circundante, la
primacía de las necesidades sobre los deseos o la libertad, crea en él
frustración, desasosiego, y la ausencia de poder se convierte en fuerza de
opresión, por no ver satisfecho el yo-quiero en el mundo que vive.
Esta frustración del hombre ante el poder de las
necesidades desde el umbral psicológico o psicoanalítico, crea disfuncionalidad
en la relación del hombre con el entorno y, a la vez, su conducta rompe lo
establecido como <<normal>> en la sociedad. Esta disfunción se
expresa en el lenguaje o la conducta del hombre y, se observan en lo patológico
del decir y el obrar; la disyunción entre las necesidades del hombre y el poder
de satisfacerlas. Es decir, el deseo y el poder no coinciden y, en
consecuencia, no se concreta la libertad.
Lo importante consiste en darse cuenta que detrás
del bienestar, de las facilidades técnicas, de la ciencia, del desarrollo
económico, del social, del confort, de la educación y la cultura, se esconde la
voluntad de poder. Esta reflexión nos hace ver con claridad que la valoración
de la voluntad no es la misma en todos los tiempos. La concepción
schopehaueriana de la voluntad ciega como principio motor es válida para el
mundo titánico. Schopenhauer conoce ese mundo, Nietzsche lo afirma. No puede
dejar de ocurrir que ambos padezcan bajo él.
Nietzsche capta ya el mundo titánico con una cercanía mayor –no de una manera más consciente que Schopenhauer, pero sí de una manera más instintiva; él es el campeón de ese mundo, participa de él. No lo mira con ojos pesimistas, sino que lo afirma como profeta. Para él la voluntad no es ciega, sino que tiene metas; pronto se supo del parentesco que había entre el superhombre y Prometeo. Somos parte entonces del mundo del Titán y del titanismo (del técnico y del mundo técnico). Así que, viendo la indigencia del hombre ante el poder del Titán y de la técnica, Hölderlin solicita a las estrellas : <<Es hora que los dioses salgan de sus escondites>>.
<<Pero en última y suprema instancia no hay
otro ser que el querer. Querer es ser originario […] La filosofía entera aspira
solamente a encontrar esta expresión suprema>>. Por tanto, para
Schelling, cuyo problema fundamental es siempre la vida como ser-vivo, las
cosas son lo querido (voluntad congelada, digamos) y la vida de la voluntad.
(Pienso, luego soy. Quiero luego vivo […] En el querer tengo la evidencia de
que soy un viviente.
El principio de la voluntad lo que experimento
queriendo, es la libertad, <<una capacidad para el bien y para el
mal>>. <<Sólo el que ha gustado la libertad puede sentir la
aspiración a convertirlo todo en una analogía de la misma, a extenderla a lo
largo del universo>>.
<<El principio, en cuanto procede del fondo
y es oscuro, es la voluntad propia de la criatura, la cual … es voluntad ciega.
(A ella) se opone el entendimiento como voluntad universal, que usa dicha
voluntad ciega y la somete como mero instrumento. La voluntad ciega que no se
deja subordinar, es decir, que permanece pura voluntad propia, (es) el mal como
voluntad mala, como la elevación de la voluntad propia>>.
Frente a la identificación del mal con lo sensible
y terrestre: aquellos que <<contra lo que era procedente, no opusieron al
cielo el infierno, sino la tierra>>.
La auténtica imposibilidad de este enfoque de la
voluntad viva como ser radica en que la muerte se hace completamente
incomprensible. Bajo estas condiciones <<el vínculo de las fuerzas que
constituyen la vida, … también podría ser indisoluble, y … una criatura que
repare por su propia fuerza lo que se ha hecho defectuoso en ella [el mal se
equiparaba con la enfermedad] está destina a ser un Perpetuum mobile. Con ello
propiamente habría debido quedar liquidada toda la filosofía de la voluntad (y
de la fuerza = energía).
La paradoja fundamental de la experiencia está en
que, mientras estamos solos, es decir, sin ninguna representación concreta de
otro, nos experimentamos necesariamente como dos. Pensar en la soledad es
siempre un dialogo consigo mismo. En la voluntad me ligo a mí mismo; la mera
voluntad, que de hecho consiste en el <<mandarse>> y me aferro a mi
duplicación solitaria. Ésa es también la razón de que de la voluntad brote inmediatamente
la voluntad de dominio y la voluntad de poder. La voluntad es la expresión de
la duplicidad y la ambigüedad de la soledad.
El afán de dominio y la voluntad de poder del
solitario brotan de la ambigüedad, de la duplicidad de sí mismo. En efecto,
ésta tiene como consecuencia que el afán de dominio y la voluntad de poder sean
tan incalculables como son para nosotros todos los otros hombres. Sólo podemos
soportar el carácter imprevisible de los otros, es decir, su libertad, si
nosotros por lo menos podernos fiarnos de nosotros mismos.
La voluntad de poder en la política quiere siempre
hacer del mundo tan fiable como la voluntad apetecería ser, fiabilidad que no
logra en la soledad, pues permanece por esencia ambivalente. De acuerdo con
esto, el tirano, para asegurarse, tiene que eliminar del mundo, en lo posible
la espontaneidad (el fundamento de la falta de fiabilidad (confianza) y de la
libertad). La aspiración a la seguridad se hace desmedida cuando ya no puede
estar segura ni siquiera de sí misma.
Si la voluntad de poder quiere hacer del mundo
algo fiable, de confianza, que no logra en la soledad de sí misma, el poder
autoritario o totalitario, niegan la espontaneidad, la imprevisibilidad, la
confianza y la libertad, porque cuestiona o ruptura lo establecido como
verdadero. Ernst Jünger piensa que el poder de la libertad es tan poderoso que
sólo basta soñar con ella para que se haga realidad.
En oposición a estos regímenes, la democracia y la
libertad son una y la misma cosa, dos caras de la misma moneda. Al comienzo
está siempre la fuente de la libertad. Ni la tiranía de la razón en nosotros,
ni la cocción de la deducción necesaria, ni la tiranía autoritaria y
totalitaria, coartan y limitan, la libertad y la acción política. Porque el
comienzo como fuente de libertad, es imprevisible e impredecible. Así que, todo
hombre es un <<comienzo>> como si el mundo surgiera de nuevo con
él. El comienzo contiene la voluntad de poder que desconfía de sí misma, la
libertad y la acción política. Por eso, el tirano, el populista, el fascista,
el nacionalista, detestan estas <<figuras>> que posibilitan
alcanzar la democracia, la solidaridad, la fraternidad, la justicia, y así
mismo, el Estado de Derecho, la pluralidad, el respeto a la dignidad humana, la
democracia libertaria, justa e igualitaria.
A
MODO DE COLOFÓN
Hannah
Arendt
Hannah Arendt reflexiona sobre el poder y nos
sugiere que existe una diferencia entre la razón impotente, que ve el
<<bien>>, y la voluntad poderosa, que quiere el <<mal>>.
De ahí la identificación una y otra vez de la impotencia con el bien y del
poder con el mal.
De ahí toma a Kant, a Hegel, a Nietzsche y a Marx,
para dilucidar desde sus perspectivas teóricas y prácticas, la relación entre
la impotencia de la razón y el poder de la voluntad.
Kant cree encontrar la solución uniendo la razón
con la voluntad, por el hecho de que la razón prescribe a la voluntad lo que
ha de querer. La consecuencia de Kant, consiste, en que despoja de poder a la
voluntad y destruye el centro de poder. Necesita de la <<astucia de la
naturaleza>>, a través de la cual de hecho se le promete poder a la
razón, quedando la voluntad intacta en su poderío. Por tanto, el fin de la
astucia de la naturaleza es doble: es importante dejar que permanezca la
voluntad como voluntad, es decir, como centro de poder, para que suceda algo y
se pueda actuar, lo es también conferir una racionalidad a esta acción.
La posición de Kant la contradice Hegel: tan
pronto como la razón se realiza, se convierte por eso mismo en poder; poder no
es otra cosa que realidad. Razón realizada es voluntad racional. Si el absoluto
se realiza en la historia y la razón no está en sí misma en la simple
reflexión, pero es poderosa dentro de la realidad que ella comprende. En Hegel
el poder pierde el estigma del mal, porque está sustraído al ámbito del actor
particular. A la vista de la realidad que se atestigua en la historia, la única
que tiene poder, son impotentes por igual la voluntad y la razón. En otras
palabras, la realidad que tiene poder es la histórica, por eso son impotentes
la voluntad y la razón.
Nietzsche no toca ni la racionalidad impotente de
la razón, ni el poder malo de la voluntad, porque se limita a decir, la
voluntad es <<mala>> sólo bajo el presupuesto impotente de la
razón, y somete la razón impotente a la sentencia de la voluntad poderosa.
Nietzsche dice que es posible que las cosas sean a la inversa.
En Marx, el poder es producto del trabajo, y el
poder justo o injusto se rige en adelante por la distribución justa o injusta
de los productos del trabajo. Desde esta perspectiva podemos ver como el
trabajo lo cambia todo. Así que, la filosofía descansa en el hecho de que era
desconocido el trabajo en el sentido moderno, que no era conocido bajo la
dimensión de la producción y del homo faber (el hombre que
fabrica).
La forma clásica con que la filosofía sale del dilema razón-voluntad o, en otros términos, resuelve el problema del poder, está en el invento de la lógica o de la evidencia lógicamente necesaria. Así que, para acabar con el problema de la voluntad, la razón libre se puso bajo las leyes coactivas de los argumentos. Por eso desapareció de la filosofía la sentencia, que pone luz dentro, hace transparente las cosas y las ilumina; en su lugar, se introducen cadenas de argumentos, que son en todo caso cadenas, en el doble sentido de la palabra.
Madrid a 02/12/2021
No hay comentarios:
Publicar un comentario