martes, 23 de marzo de 2021

DISCURSO SOBRE LA CULTURA

 

                             

 

Antonio Mercado Flórez. Filósofo y Ensayista.

 

Al llegar a este punto, podemos darnos cuenta que sí la cultura se pone al servicio del poder, se degrada o se envilece y, lo que eleva, lo que aumenta la sensación de energía, de fuerza y dominio creador, es en verdad la verdad de la vida y del mundo. Las mentiras del poder que se valen de la cultura y de las obras de arte, no estimulan la capacidad creadora, sino que esterilizan la cualidad de ésta. Cuando la política y el ejercicio del poder se apoderan de la cultura y las obras de arte, y al hacerlo los engulle, los digiere, basta para convertirlos en <valor>, en bienes de consumo, de poder y de dominio. El legado de la cultura en la sociedad de masas tiene como meta convertirla en entretenimiento y consumo. Porque todo lo que toca el consumo lo destruye.

Así, en el siglo XX la cultura y el genio creador, se ponen muchas veces al servicio de la barbarie y de la muerte. La barbarie está más cerca de la cultura, que la cultura de la civilidad cuando se pone al servicio de la economía, del dinero, la política y el poder. Se demostró que la barbarie no es humanismo, ni humanidad, sino culto al dolor, al sufrimiento y la muerte. Esto es evidente. Desde que la cultura se instrumentalizó y se desprendió del sentido que le es propio, no responde a las necesidades morales, espirituales y materiales del ser humano.

Además, la barbarie y el terror adquieren fantásticas proporciones, al poner la dignidad y la libertad humana al servicio de los que demonizan las relaciones entre las personas y los pueblos. A este tipo de personas les encanta la destrucción en nombre de la voluntad de poder, que deja tras de sí un montón de ruinas, humanas y materiales, que en su día exaltaron y dignificaron la condición humana. Parece que el mundo que vivimos estuviera dispuesto a aceptar las destrucciones de los talentos, del alma y del espíritu, a cambio de unas pocas monedas de lo actual.

Nos damos cuenta que, la industria ilimitada, los instrumentos técnicos, los lenguajes digitales, la economía y el poder, se confabulan en mundo caótico y horroroso, que atenta sobre la vida espiritual y material del ser humano. Sabemos que la vida es lucha, frenética lucha para satisfacer el metabolismo de la vida biológica, de una parte; y la búsqueda de una vida más humana y digna sobre la tierra. Así que, la barbarie, el dolor y la muerte, es impuesta por una política descabellada e irracional, que trasciende el más mínimo respeto y consideración a los ciudadanos. Se da el caso, además, en las democracias parlamentarias que la soberana violencia, el terror, el odio, el hambre, la exclusión social, el desempleo, el sufrimiento, se conviertan en una segunda naturaleza del Estado y las instituciones, la banca y las organizaciones, los partidos y los grupos de presión. Porque no sólo son capaces de causar daño al ser humano, sino también la muerte. En los tribunales de justicia, sólo se escucha la voz de los acusadores, pero no la de los afligidos y menesterosos.

En una atmósfera de terror y horror el ser humano no tiene tranquilidad ni la soledad adecuada para restablecer el equilibrio del espíritu, que posibilita la obra de arte y la cultura. Desde un punto de vista literario, la vivacidad de la inteligencia y la cultura como refinamiento o espíritu crítico, establece una relación con el mundo lleno de sensualidad y pasión desbordada. Una entrega a las imágenes, al mundo, las personas, para obtener de ellas lo mejor; no sólo lo que es útil sino también lo que eleva la dignidad del ser humano.

 Sobre este tema el artista que se exige así mismo, no debe olvidar el mundo de lo factible y, que cada nueva obra le abra la sensibilidad, la imaginación y las capacidades creativas, para plasmar en ella el terror, el horror, el odio; pero también la esperanza, la refinada belleza que posibilita trascender la finitud del ser humano. Que lo excepcional de la obra le abra puertas y ventanas para apreciar todo lo demás.

En una atmósfera como la que vivimos, el arte y la cultura posibilitan ver en la oscuridad, los luminosos vestigios de luz al borde de la noche profunda. Su esencia es iluminar y posibilitar que los hombres en medio de la densa noche bajo un cielo oscuro y plomizo, posibilite la apertura del mundo y de la vida. Además, la cultura tiene el deber moral y ético de despertar en nosotros, las preocupaciones humanísticas y filosóficas, que dan sentido a la vida.

La tarea del filósofo, del novelista, del artista, es enfrentar al ser humano a los problemas; a la gama de los posibles caminos de acción. Su tarea no es exhortar, alabar, condenar, sino sólo iluminar: de lo que creen y de lo que buscan y, por supuesto, ayudarlos a decidir por sí mismos. Ayudar a que nos preguntemos sobre lo fundamental de la existencia, ¿cuál es el significado de la vida? ¿cuál es el propósito de la existencia? ¿por qué vivimos así y no de otra manera? De esto es de lo que depende el desarrollo y el progreso; y, además, la cualificación del ser humano.

Es curioso que en el Mundo Moderno la zona de la sentimentalidad, los sentimientos del hombre y lo elevado del espíritu y del pensamiento, se degraden en nombre de la inutilidad de lo útil. De los objetos de uso y de consumo, que posibilitan confort y entretenimiento. En este umbral del tiempo actual se le da importancia a la <<Vida>>, la vida efímera, impulsiva y desprovista de espíritu. De ahí que el arte y la cultura, enciendan las pasiones e ilumine el alma, exaltando las embriagadoras impresiones del mundo y la vida. Cuando la cultura goza de libertad y su nivel es elevado y, se encuentra a salvo de la influencia del Estado y las instituciones, del dinero y del poder, las grandes creaciones se tejen con los hilos de la tradición, la memoria, la historia y la rememoración. En este orden, empleando un vocablo primitivo, trágico y mitológico, más no cristiano, el hombre libre deja su impronta en el destino. Ese que desde el griego antiguo posibilita el carácter, el pathos, las obras de arte, la filosofía y la cultura en general.

Parece que estuviéramos sumergidos en un laberinto oscuro y profundo y que, anegados por todas partes en la profundidad de la oscuridad, diéramos pasos de ciegos. En la vida individual o social somos impelidos al despilfarro de la energía vital, al consumo y al entretenimiento. Al que nos hemos habituado y cuya eficacia reside la reproducción del Sistema y la permanencia de la vida biológica del ser humano. Somos parte de una corriente de desvaríos y extravagancias, que subsumen la energía vital de la existencia. Y participes de los excesos y la algarabía de nuestro tiempo, producen en nuestras vidas aprensiones y un ligero malestar. Esto trae consigo que la individualidad muchas veces se deja llevar por la corriente general.

En la sociedad actual deteniéndonos un poco en los acontecimientos del día a día, la suciedad del espíritu y del alma, la crueldad del poder, la licencia del vicio y el embrutecimiento moral y físico, son el pan de todos los días. Y lo cínico y desproporcionado con la existencia, se trasmite en los medios de comunicación de masas y las redes sociales. Ya que los hechos de la vida cotidiana se pliegan al querer de los poderosos. Los que tienen un poco de escrúpulo con lo que sucede en la vida individual o social, llenan su alma de aprensiones y dolores, inconfesables. Porque se observa en la Gran ciudad, los pueblos y las aldeas, el alejamiento de la tradición y de los valores que dan sentido a la existencia.

Así que, el progreso, la técnica, el dinero y, lo social aceptado por las instituciones y el poder, lo que deja tras de sí es un montón de ruinas. Y entre ellas está la cultura y las obras de arte convertidas en objetos de uso y consumo, en el mercado de la circulación y la demanda. Una época histórica como la nuestra inspira un profundo desprecio y malestar, en relación a las obras del espíritu y de la utilidad de lo inútil. Pero, aunque esto acontezca existen seres humanos que se apartan de las corrientes de la vida cotidiana, para crear ciencia, arte, música, filosofía y, así dejar un legado de la historia del espíritu para la humanidad.

Una de las congojas de nuestro tiempo, que la juventud no conserve el buen humor y la alegría ensoñadora de lo por venir. Que no sea fiel a la inteligencia, a la libertad de pensar o a interpretar lo elevado de los hechos elementales. Sino que se deja llevar por lo fácil, el acomodo a los acontecimientos y la futilidad de la vida cotidiana. Y esto es sumamente grave cuando en el momento de tránsito y de crisis de la cultura actual, se espera mucho de ella. Es comprensible que una juventud que ha vivido en la opulencia del Estado de Bienestar, se le exijan sacrificios para la inteligencia, el libre pensar y compromiso con lo elemental, de la vida humana. Se trata de abrirse paso en el mundo, en las esferas de la historia y de la vida. Abrirse paso no sólo en la estética y la cultura, el saber y la experiencia, sino también en las esferas más repugnantes y bellas de la vida.

Que la libertad rompa el odioso cerco del Estado, las instituciones y la moral del hombre común; y a galope del pensar, del lenguaje y la experiencia, la juventud rompa con lo establecido y las verdades absolutas de la sociedad. Parece que se ha apropiado de la juventud un entumecimiento de los sentidos, de alma inoculada por el veneno de la soledad y la desdicha, de la divagación vacía y un cohibimiento ante la totalidad y la trascendencia de la vida.

La antipatía o el alejamiento que tiene la joven generación con las obras de arte y la cultura, son la causa aparente de una crisis del espíritu y del pensar. La causa profunda es enigmática, mitológica, fría y distante, con las grandes creaciones de los hombres. Desde los hechos históricos y la tragedia de la vida, la juventud parece que no estuviera a la altura de lo que acontece en la política, la economía, la técnica, la ciencia, y las relaciones internacionales. Quizás la joven generación sea parte de una época de actores insignificantes y de hechos significativos.

Es de anotar que el arte deja huellas en la memoria o en el espíritu o en el sentimiento del hombre particular, algo que es imposible borrar. Pero esas cosas provocan un cambio en ella, aun cuando las fuerzas de su espíritu decaigan o, aunque fuese la madre quien, con la corriente de la sangre, trasmitiese aquello al no nacido. Es importante tener presente que, las artes alzan los fenómenos a un nivel de percepción más elevado –y la que con más fuerza logra eso es la música. Su fluido precede a la decisión, también a la decisión política. (Ernst Jünger).

Así, la cultura y el arte en particular, trascienden el Tiempo y sus juicios, porque operan mediante la imaginación. Crean modelos que, cual ecos o reflejos, hablan sobre la realidad. El plan subsistía antes de su ejecución; esta era una de sus posibilidades. El plan sobrevive también a su ejecución. <<En el poema de Homero son indestructibles las murallas de Troya>>. El plan está oculto en las construcciones; nos plantea enigmas. (Jünger). Las grandes ideas como la libertad, la justicia, la igualdad, la fraternidad, se deforman por el uso que se hace de ellas en la disputa política. Así pues, del tejido de las cosas posibles, el arte y la cultura ponen en marcha una que trasciende a las demás. Porque las cosas posibles están siempre ahí; esperan que se las evoque.

De ahí que el lenguaje del artista está en su obra. Si ese lenguaje está bien logrado, hablará a los hombres, los interpelará en algún lugar y en algún tiempo. (Jünger). El lenguaje del arte y de la cultura transforma a quien lo ve, lo lee o lo escucha, aunque no sea consciente de ello. Por eso, irradia belleza, armonía y un instante que es todos los instantes, en la atemporalidad de la obra. Lo que importa es que sus pequeñas miserias y sus grandes virtudes, quedan plasmadas en la lengua de la obra. Porque es conforme a la naturaleza del artista y a su carácter.

El artista tiende a lo extremado, a la exageración en ambos sentidos. A grandes bandazos oscila el péndulo entre la exaltación y la melancolía. Trata de llegar a los extremos: ascensiones, iluminaciones, privaciones y desbordamientos, sensaciones de libertad, de seguridad de sí mismo, de ligereza, de poder y de triunfo, tales que nuestro hombre llega a dudar de sus propios sentidos, una admiración sin límites que le permite prescindir fácilmente de la admiración de los demás; el amor escalofriante de sí mismo, acompañado de un delicioso temor, bajo cuya influencia vive con la ilusión de ser un vocero encantado, un monstruo divino. (Thomas Mann).

La industria del entretenimiento de la sociedad de masas, ofrece bienes que desaparecen con el consumo y, se ve en la necesidad de ofrecer nuevos artículos constantemente. Benjamín pensó que un ámbito como éste descompone velozmente los mundos perceptivos, lo que tienen de mítico aparece rápida y radicalmente, rápidamente se hace necesario erigir un mundo perceptivo por completo distinto y contrapuesto al anterior. Es necesario despertar de la industria del entretenimiento y de la iluminación técnica. No sólo rompen con la tradición de la familia, de la iglesia sino también con el hilo de la tradición de la cultura. Se banaliza la cultura en nombre del <valor>, el dinero y el poder. Así que, los que trafican con la cultura exploran todo el pasado y el presente de la cultura con la esperanza de encontrar material adecuado. (Arendt).

Aquí entran en juego los medios de comunicación de masas y las plataformas digitales, que comunican un tipo de cultura, que no sólo entretiene, sino que reproduce relaciones de dominio, de poder y de saber. El gran ciclo de la vida, el curso de su proceso vital necesita en la sociedad de masas de bienes de consumo cultural y material, que se ofrecen y producen una y otra vez para que el proceso permanezca abierto. Son objetos de cultura que han de ser producidos y consumidos, para la sociedad de masas. Estos objetos que ofrecen a la sociedad de masas y la cultura de masas entretenimiento posibilitan la estabilidad del Sistema y la reproducción del Gran Poder. Se teje entonces un velo de maya que no permite percibir el sentido del mundo y de la existencia. En este ámbito podemos percibir una vez más la crisis de la cultura en la Época Moderna.

Ahora bien, cuando la sociedad de masas se apodera de la cultura y la industria cultural se vale de ella, se destruye la cultura para brindar entretenimiento y convierten la cultura popular en objeto de venta y consumo. (Arendt). Este es un tipo de intelectual, de persona formada culturalmente, se vale de la cultura para organizar, difundir y cambiar los objetos culturales, en esa medida, le da prioridad al entretenimiento y al espectáculo. Ellos no sólo falsean las fuentes de la cultura y las obras de arte, sino que ofrecen sus productos en el mercado de la circulación y la demanda, tal como hace el mercachifle con un producto de primera necesidad. Por eso, olvidan que la cultura se relaciona con objetos y es un fenómeno del mundo; y el entretenimiento se relaciona con personas y es un fenómeno de la vida. Es en la medida que puede perdurar; y su durabilidad es la antítesis misma de la funcionalidad, la cualidad que lo hace desaparecer del mundo fenoménico una vez usado y desgastado. (Arendt).

Así pues, la vida y la temporalidad se unen dialécticamente en el proceso vital de la existencia hasta la muerte; por eso, en última instancia la vida humana contra quien lucha, es el tiempo. Una lucha que permanece en la historia, la memoria de los pueblos y las personas, en las obras de arte. La durabilidad de los objetos de cultura aún después de muerto quien los produce, constata que sólo no son un fenómeno del mundo, también trascedente a la vida del ser humano. Lo preocupante en la actualidad es que, las funciones de los objetos de cultura se vacíen de sus cualidades y respondan sólo a las necesidades de la vida biológica, y las apetencias del espíritu, del alma, de la mente y el lenguaje, queden anuladas por la primacía del mercado de la circulación y la demanda.

Esta configuración de la crisis de la cultura se expresa en la crisis social, política, económica, del ser humano en la actualidad. En consecuencia, la crisis del mundo actual tenemos que percibirla en su cultura. Además, la cultura no es ajena a la miseria material y espiritual del ser humano. Le da forma y la expresa en las obras de arte, la partitura musical, el poema, la novela o las narraciones de la cultura popular.

Así el autor capta la luz, que luego se refleja en el lector. En este sentido lo que el autor realiza es un trabajo preliminar. Lo primero que ha de hacerse es armonizar la muchedumbre de las imágenes y luego valorarlas –es decir: dotarles, conforme a una clave secreta, de la luz que corresponde a su rango. Aquí la luz significa sonido, significa vida que está oculta en las palabras. Esto sería entonces un curso de metafísica realizado entre parábolas: la ordenación de las cosas visibles de acuerdo a su rango invisible. Toda obra y toda sociedad deberían estar estructuradas según ese principio.

Así que, el escribir y la cultura no dejan de entrañar un riesgo muy alto, exige un examen y una reflexión más profunda que los que se necesitan para conducir regimientos al combate. Y si aún existen anillos mágicos, estarían en los sitios donde la voluntad de creación vence esa resistencia. El oficio, el ministerio de poetas es uno de los más excelso de este mundo. A su alrededor se concentran los espíritus cuando él transustancia la Palabra; huelen que allí está haciéndose una ofrenda de sangre. No sólo allí son vistas cosas futuras; también son conjuradas o proscritas. (Jünger). De nosotros depende que todo ello sea posible si abrimos nuestra mente y nuestro espíritu, al susurro de las imágenes y de las palabras que portan el legado de las musas o de los dioses, allende del tiempo histórico. Entonces seremos capaz de ordenar las cosas visibles de acuerdo a su rango invisible.

                                                                       

                                                            Madrid – España, 22/03/2021