Antonio Mercado Flórez. Filósofo y Ensayista.
Al llegar a este punto,
podemos darnos cuenta que sí la cultura se pone al servicio del poder, se
degrada o se envilece y, lo que eleva, lo que aumenta la sensación de energía,
de fuerza y dominio creador, es en verdad la verdad de la vida y del mundo. Las
mentiras del poder que se valen de la cultura y de las obras de arte, no
estimulan la capacidad creadora, sino que esterilizan la cualidad de ésta.
Cuando la política y el ejercicio del poder se apoderan de la cultura y las
obras de arte, y al hacerlo los engulle, los digiere, basta para convertirlos
en <valor>, en bienes de consumo, de poder y de dominio. El legado de la
cultura en la sociedad de masas tiene como meta convertirla en entretenimiento
y consumo. Porque todo lo que toca el consumo lo destruye.
Así, en el siglo XX la
cultura y el genio creador, se ponen muchas veces al servicio de la barbarie y
de la muerte. La barbarie está más cerca de la cultura, que la cultura de la
civilidad cuando se pone al servicio de la economía, del dinero, la política y
el poder. Se demostró que la barbarie no es humanismo, ni humanidad, sino culto
al dolor, al sufrimiento y la muerte. Esto es evidente. Desde que la cultura se
instrumentalizó y se desprendió del sentido que le es propio, no responde a las
necesidades morales, espirituales y materiales del ser humano.
Además, la barbarie y el
terror adquieren fantásticas proporciones, al poner la dignidad y la libertad
humana al servicio de los que demonizan las relaciones entre las personas y los
pueblos. A este tipo de personas les encanta la destrucción en nombre de la
voluntad de poder, que deja tras de sí un montón de ruinas, humanas y
materiales, que en su día exaltaron y dignificaron la condición humana. Parece
que el mundo que vivimos estuviera dispuesto a aceptar las destrucciones de los
talentos, del alma y del espíritu, a cambio de unas pocas monedas de lo actual.
Nos damos cuenta que, la
industria ilimitada, los instrumentos técnicos, los lenguajes digitales, la
economía y el poder, se confabulan en mundo caótico y horroroso, que atenta
sobre la vida espiritual y material del ser humano. Sabemos que la vida es
lucha, frenética lucha para satisfacer el metabolismo de la vida biológica, de
una parte; y la búsqueda de una vida más humana y digna sobre la tierra. Así
que, la barbarie, el dolor y la muerte, es impuesta por una política
descabellada e irracional, que trasciende el más mínimo respeto y consideración
a los ciudadanos. Se da el caso, además, en las democracias parlamentarias que
la soberana violencia, el terror, el odio, el hambre, la exclusión social, el
desempleo, el sufrimiento, se conviertan en una segunda naturaleza del Estado y
las instituciones, la banca y las organizaciones, los partidos y los grupos de
presión. Porque no sólo son capaces de causar daño al ser humano, sino también
la muerte. En los tribunales de justicia, sólo se escucha la voz de los
acusadores, pero no la de los afligidos y menesterosos.
En una atmósfera de terror
y horror el ser humano no tiene tranquilidad ni la soledad adecuada para
restablecer el equilibrio del espíritu, que posibilita la obra de arte y la
cultura. Desde un punto de vista literario, la vivacidad de la inteligencia y
la cultura como refinamiento o espíritu crítico, establece una relación con el
mundo lleno de sensualidad y pasión desbordada. Una entrega a las imágenes, al
mundo, las personas, para obtener de ellas lo mejor; no sólo lo que es útil
sino también lo que eleva la dignidad del ser humano.
Sobre este tema el artista que se exige así
mismo, no debe olvidar el mundo de lo factible y, que cada nueva obra le abra la
sensibilidad, la imaginación y las capacidades creativas, para plasmar en ella
el terror, el horror, el odio; pero también la esperanza, la refinada belleza
que posibilita trascender la finitud del ser humano. Que lo excepcional de la
obra le abra puertas y ventanas para apreciar todo lo demás.
En una atmósfera como la
que vivimos, el arte y la cultura posibilitan ver en la oscuridad, los
luminosos vestigios de luz al borde de la noche profunda. Su esencia es
iluminar y posibilitar que los hombres en medio de la densa noche bajo un cielo
oscuro y plomizo, posibilite la apertura del mundo y de la vida. Además, la
cultura tiene el deber moral y ético de despertar en nosotros, las
preocupaciones humanísticas y filosóficas, que dan sentido a la vida.
La tarea del filósofo, del
novelista, del artista, es enfrentar al ser humano a los problemas; a la gama
de los posibles caminos de acción. Su tarea no es exhortar, alabar, condenar,
sino sólo iluminar: de lo que creen y de lo que buscan y, por supuesto, ayudarlos
a decidir por sí mismos. Ayudar a que nos preguntemos sobre lo fundamental de
la existencia, ¿cuál es el significado de la vida? ¿cuál es el propósito de la
existencia? ¿por qué vivimos así y no de otra manera? De esto es de lo que
depende el desarrollo y el progreso; y, además, la cualificación del ser
humano.
Es curioso que en el Mundo
Moderno la zona de la sentimentalidad, los sentimientos del hombre y lo elevado
del espíritu y del pensamiento, se degraden en nombre de la inutilidad de lo
útil. De los objetos de uso y de consumo, que posibilitan confort y
entretenimiento. En este umbral del tiempo actual se le da importancia a la
<<Vida>>, la vida efímera, impulsiva y desprovista de espíritu. De
ahí que el arte y la cultura, enciendan las pasiones e ilumine el alma,
exaltando las embriagadoras impresiones del mundo y la vida. Cuando la cultura
goza de libertad y su nivel es elevado y, se encuentra a salvo de la influencia
del Estado y las instituciones, del dinero y del poder, las grandes creaciones
se tejen con los hilos de la tradición, la memoria, la historia y la
rememoración. En este orden, empleando un vocablo primitivo, trágico y
mitológico, más no cristiano, el hombre libre deja su impronta en el destino.
Ese que desde el griego antiguo posibilita el carácter, el pathos, las obras de
arte, la filosofía y la cultura en general.
Parece que estuviéramos
sumergidos en un laberinto oscuro y profundo y que, anegados por todas partes
en la profundidad de la oscuridad, diéramos pasos de ciegos. En la vida
individual o social somos impelidos al despilfarro de la energía vital, al
consumo y al entretenimiento. Al que nos hemos habituado y cuya eficacia reside
la reproducción del Sistema y la permanencia de la vida biológica del ser
humano. Somos parte de una corriente de desvaríos y extravagancias, que
subsumen la energía vital de la existencia. Y participes de los excesos y la
algarabía de nuestro tiempo, producen en nuestras vidas aprensiones y un ligero
malestar. Esto trae consigo que la individualidad muchas veces se deja llevar
por la corriente general.
En la sociedad actual
deteniéndonos un poco en los acontecimientos del día a día, la suciedad del
espíritu y del alma, la crueldad del poder, la licencia del vicio y el
embrutecimiento moral y físico, son el pan de todos los días. Y lo cínico y
desproporcionado con la existencia, se trasmite en los medios de comunicación
de masas y las redes sociales. Ya que los hechos de la vida cotidiana se
pliegan al querer de los poderosos. Los que tienen un poco de escrúpulo con lo
que sucede en la vida individual o social, llenan su alma de aprensiones y
dolores, inconfesables. Porque se observa en la Gran ciudad, los pueblos y las aldeas, el alejamiento de la
tradición y de los valores que dan sentido a la existencia.
Así que, el progreso, la
técnica, el dinero y, lo social aceptado por las instituciones y el poder, lo
que deja tras de sí es un montón de ruinas. Y entre ellas está la cultura y las
obras de arte convertidas en objetos de uso y consumo, en el mercado de la
circulación y la demanda. Una época histórica como la nuestra inspira un
profundo desprecio y malestar, en relación a las obras del espíritu y de la
utilidad de lo inútil. Pero, aunque esto acontezca existen seres humanos que se
apartan de las corrientes de la vida cotidiana, para crear ciencia, arte,
música, filosofía y, así dejar un legado de la historia del espíritu para la
humanidad.
Una de las congojas de
nuestro tiempo, que la juventud no conserve el buen humor y la alegría
ensoñadora de lo por venir. Que no sea fiel a la inteligencia, a la libertad de
pensar o a interpretar lo elevado de los hechos elementales. Sino que se deja
llevar por lo fácil, el acomodo a los acontecimientos y la futilidad de la vida
cotidiana. Y esto es sumamente grave cuando en el momento de tránsito y de
crisis de la cultura actual, se espera mucho de ella. Es comprensible que una
juventud que ha vivido en la opulencia del Estado de Bienestar, se le exijan
sacrificios para la inteligencia, el libre pensar y compromiso con lo
elemental, de la vida humana. Se trata de abrirse paso en el mundo, en las
esferas de la historia y de la vida. Abrirse paso no sólo en la estética y la
cultura, el saber y la experiencia, sino también en las esferas más repugnantes
y bellas de la vida.
Que la libertad rompa el
odioso cerco del Estado, las instituciones y la moral del hombre común; y a
galope del pensar, del lenguaje y la experiencia, la juventud rompa con lo
establecido y las verdades absolutas de la sociedad. Parece que se ha apropiado
de la juventud un entumecimiento de los sentidos, de alma inoculada por el
veneno de la soledad y la desdicha, de la divagación vacía y un cohibimiento
ante la totalidad y la trascendencia de la vida.
La antipatía o el
alejamiento que tiene la joven generación con las obras de arte y la cultura,
son la causa aparente de una crisis del espíritu y del pensar. La causa
profunda es enigmática, mitológica, fría y distante, con las grandes creaciones
de los hombres. Desde los hechos históricos y la tragedia de la vida, la
juventud parece que no estuviera a la altura de lo que acontece en la política,
la economía, la técnica, la ciencia, y las relaciones internacionales. Quizás
la joven generación sea parte de una época de actores insignificantes y de hechos
significativos.
Es de anotar que el arte
deja huellas en la memoria o en el espíritu o en el sentimiento del hombre
particular, algo que es imposible borrar. Pero esas cosas provocan un cambio en
ella, aun cuando las fuerzas de su espíritu decaigan o, aunque fuese la madre
quien, con la corriente de la sangre, trasmitiese aquello al no nacido. Es importante tener presente que, las
artes alzan los fenómenos a un nivel de percepción más elevado –y la que con
más fuerza logra eso es la música. Su fluido precede a la decisión, también a
la decisión política. (Ernst Jünger).
Así, la cultura y el arte
en particular, trascienden el Tiempo y sus juicios, porque operan mediante la
imaginación. Crean modelos que, cual ecos o reflejos, hablan sobre la realidad.
El plan subsistía antes de su ejecución; esta era una de sus posibilidades. El
plan sobrevive también a su ejecución. <<En el poema de Homero son
indestructibles las murallas de Troya>>. El plan está oculto en las
construcciones; nos plantea enigmas. (Jünger). Las grandes ideas como la
libertad, la justicia, la igualdad, la fraternidad, se deforman por el uso que
se hace de ellas en la disputa política. Así pues, del tejido de las cosas
posibles, el arte y la cultura ponen en marcha una que trasciende a las demás.
Porque las cosas posibles están siempre ahí; esperan que se las evoque.
De ahí que el lenguaje del
artista está en su obra. Si ese lenguaje está bien logrado, hablará a los
hombres, los interpelará en algún lugar y en algún tiempo. (Jünger). El lenguaje
del arte y de la cultura transforma a quien lo ve, lo lee o lo escucha, aunque
no sea consciente de ello. Por eso, irradia belleza, armonía y un instante que
es todos los instantes, en la atemporalidad de la obra. Lo que importa es que
sus pequeñas miserias y sus grandes virtudes, quedan plasmadas en la lengua de
la obra. Porque es conforme a la naturaleza del artista y a su carácter.
El artista tiende a lo
extremado, a la exageración en ambos sentidos. A grandes bandazos oscila el
péndulo entre la exaltación y la melancolía. Trata de llegar a los extremos:
ascensiones, iluminaciones, privaciones y desbordamientos, sensaciones de
libertad, de seguridad de sí mismo, de ligereza, de poder y de triunfo, tales
que nuestro hombre llega a dudar de sus propios sentidos, una admiración sin
límites que le permite prescindir fácilmente de la admiración de los demás; el
amor escalofriante de sí mismo, acompañado de un delicioso temor, bajo cuya
influencia vive con la ilusión de ser un vocero encantado, un monstruo divino.
(Thomas Mann).
La industria del entretenimiento
de la sociedad de masas, ofrece bienes que desaparecen con el consumo y, se ve
en la necesidad de ofrecer nuevos artículos constantemente. Benjamín pensó que
un ámbito como éste descompone velozmente los mundos perceptivos, lo que tienen
de mítico aparece rápida y radicalmente, rápidamente se hace necesario erigir
un mundo perceptivo por completo distinto y contrapuesto al anterior. Es
necesario despertar de la industria del entretenimiento y de la iluminación
técnica. No sólo rompen con la tradición de la familia, de la iglesia sino
también con el hilo de la tradición de la cultura. Se banaliza la cultura en
nombre del <valor>, el dinero y el poder. Así que, los que trafican con
la cultura exploran todo el pasado y el presente de la cultura con la esperanza
de encontrar material adecuado. (Arendt).
Aquí entran en juego los medios
de comunicación de masas y las plataformas digitales, que comunican un tipo de
cultura, que no sólo entretiene, sino que reproduce relaciones de dominio, de
poder y de saber. El gran ciclo de la vida, el curso de su proceso vital
necesita en la sociedad de masas de bienes de consumo cultural y material, que
se ofrecen y producen una y otra vez para que el proceso permanezca abierto.
Son objetos de cultura que han de ser producidos y consumidos, para la sociedad
de masas. Estos objetos que ofrecen a la sociedad de masas y la cultura de
masas entretenimiento posibilitan la estabilidad del Sistema y la reproducción
del Gran Poder. Se teje entonces un
velo de maya que no permite percibir el sentido del mundo y de la existencia.
En este ámbito podemos percibir una vez más la crisis de la cultura en la Época
Moderna.
Ahora bien, cuando la sociedad de
masas se apodera de la cultura y la industria cultural se vale de ella, se
destruye la cultura para brindar entretenimiento y convierten la cultura
popular en objeto de venta y consumo. (Arendt). Este es un tipo de intelectual,
de persona formada culturalmente, se vale de la cultura para organizar,
difundir y cambiar los objetos culturales, en esa medida, le da prioridad al
entretenimiento y al espectáculo. Ellos no sólo falsean las fuentes de la
cultura y las obras de arte, sino que ofrecen sus productos en el mercado de la
circulación y la demanda, tal como hace el mercachifle con un producto de
primera necesidad. Por eso, olvidan que la cultura se relaciona con objetos y
es un fenómeno del mundo; y el entretenimiento se relaciona con personas y es
un fenómeno de la vida. Es en la medida que puede perdurar; y su durabilidad es
la antítesis misma de la funcionalidad, la cualidad que lo hace desaparecer del
mundo fenoménico una vez usado y desgastado. (Arendt).
Así pues, la vida y la
temporalidad se unen dialécticamente en el proceso vital de la existencia hasta
la muerte; por eso, en última instancia la vida humana contra quien lucha, es
el tiempo. Una lucha que permanece en la historia, la memoria de los pueblos y
las personas, en las obras de arte. La durabilidad de los objetos de cultura aún
después de muerto quien los produce, constata que sólo no son un fenómeno del
mundo, también trascedente a la vida del ser humano. Lo preocupante en la
actualidad es que, las funciones de los objetos de cultura se vacíen de sus
cualidades y respondan sólo a las necesidades de la vida biológica, y las
apetencias del espíritu, del alma, de la mente y el lenguaje, queden anuladas
por la primacía del mercado de la circulación y la demanda.
Esta configuración de la crisis
de la cultura se expresa en la crisis social, política, económica, del ser
humano en la actualidad. En consecuencia, la crisis del mundo actual tenemos
que percibirla en su cultura. Además, la cultura no es ajena a la miseria
material y espiritual del ser humano. Le da forma y la expresa en las obras de
arte, la partitura musical, el poema, la novela o las narraciones de la cultura
popular.
Así el autor capta la luz, que
luego se refleja en el lector. En este sentido lo que el autor realiza es un
trabajo preliminar. Lo primero que ha de hacerse es armonizar la muchedumbre de
las imágenes y luego valorarlas –es decir: dotarles, conforme a una clave
secreta, de la luz que corresponde a su rango. Aquí la luz significa sonido,
significa vida que está oculta en las palabras. Esto sería entonces un curso de
metafísica realizado entre parábolas: la ordenación de las cosas visibles de
acuerdo a su rango invisible. Toda obra y toda sociedad deberían estar
estructuradas según ese principio.
Así que, el escribir y la cultura
no dejan de entrañar un riesgo muy alto, exige un examen y una reflexión más
profunda que los que se necesitan para conducir regimientos al combate. Y si
aún existen anillos mágicos, estarían en los sitios donde la voluntad de
creación vence esa resistencia. El oficio, el ministerio de poetas es uno de
los más excelso de este mundo. A su alrededor se concentran los espíritus
cuando él transustancia la Palabra; huelen que allí está haciéndose una ofrenda
de sangre. No sólo allí son vistas cosas futuras; también son conjuradas o proscritas.
(Jünger). De nosotros depende que todo ello sea posible si abrimos nuestra
mente y nuestro espíritu, al susurro de las imágenes y de las palabras que
portan el legado de las musas o de los dioses, allende del tiempo histórico.
Entonces seremos capaz de ordenar las cosas visibles de acuerdo a su rango
invisible.
Madrid – España, 22/03/2021
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