Es un fotógrafo
norteamericano que nació en Danville, Virginia, 1945. Su tema fundamental es el
misterio de la vida privada, las salas, las habitaciones, los patios, los
jardines, los pasillos, la naturaleza, componen su universo. En una atmósfera
poética, mágica, nos conecta con el universo de la fotografía de un Atget o, de
un Sander. Se abandona a la cosa o a la figura humana, y libera de la
fotografía el aura que encierra. Es uno de los fotógrafos más importantes de la
segunda mitad del siglo XX. Y su trabajo un universo que llena de poesía
visual, las salas de la Fundación Mapfre.
El objeto de su
obra: la naturaleza y los ciclos de la
vida. Es a partir de 1964 cuando se casa con Edith Morris, su musa,
compañera y madre de sus hijos; se convierten en objetos misteriosos,
alegóricos, de sus fotografías. Estas revelan que la magia de la naturaleza y
de la vida, está siempre delante de nuestros ojos. Nos invita, nos sugiere una
percepción distinta del tópico y del lugar común. Porque nos adentra en los misterios
de la condición humana y del entorno. O, en otros términos, a través de la
fotografía el mundo y la realidad se presentan como siempre nuevo, inagotables,
dispuestos a darnos sus más preciosos presentes.
En sus últimas
fotografías se puede admirar como la técnica se pone al servicio del hombre. No
el hombre como una prolongación de los instrumentos técnicos, sino la técnica
como lenguaje que posibilita ahondar en la subjetividad y lo sagrado de la
naturaleza. Es, algo “milagroso… maravilloso”, -dijo E. Gowin. De ahí que “la
fotografía da cuerpo físico a nuestras experiencias”, -insiste. “Lo que nos
conmueve no depende sólo de la forma, sino de esa idea que se hace visible”, -nos
recuerda. Lo sacro de la naturaleza en sus fotografías bebe de las fuentes de
la escultura, la poesía y el mito griego; pero también de la pintura figurativa
o, de la pintura de los expresionistas abstractos.
E. Gowin invita a comprender
la sexualidad como parte de la naturaleza, donde el cuerpo es aceptado en todos
los estados y funciones. Su obra es un mosaico donde se entrelaza la
naturaleza, el cuerpo humano, los sueños y deseos del fotógrafo. Lo importante
no es ver el proyecto, sino cómo se instauran las piezas en su obra. Por eso,
el tejido de las fotografías de Gowin desvela a los ojos del observador, la
sencillez y el milagro del entorno donde vivimos.
Se adentra en la
selva panameña y realiza la obra: Mariposas
nocturnas. Edith en Panamá. La sombra de ella –dice el comisario de la
exposición Carlos Gollonet- sobrevuela a los insectos en un aparente juego de
tintas conseguido a base de contra luz. También le encantan los paisajes
urbanos, en Italia realiza un trabajo sobre las calles de Matera; en Jordania, escoge
a Petra y, sus casas esculpidas en las rocas; en España, los paisajes
andaluces.
Sus fotografías son
poemas que contienen trazos e imágenes de sus pensamientos y sentimientos, más
íntimos. A través de las imágenes construye un mundo a base de intimas
percepciones y vivencias. De ahí que revelan no sólo la fragilidad del ser
humano, sino también la posibilidad del hombre de hacerse a cada instante. Además,
no conducen a ser un hombre <<mejor>>, sino a ser sencillamente
<<un hombre>>. Ese hombre no representa una excepción, antes al
contrario, se halla oculto en el interior de todos y cada uno de nosotros. Sus
elementos componen un lugar extraño y misterioso, pero cercano para el
observador: la familia, las calles, los paisajes, la voz cristalizada en el
tiempo de un ser querido, el recuerdo del que partió, etc. Son imágenes que
rememoran la belleza, la espiritualidad de la materia animada o inanimada, y de
ahí ver las cosas, todo ya visto, de un modo nuevo. Ese es el encanto del
lenguaje visual de Emmet Gowin.
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