Antonio Mercado Flórez
La estética de la guerra actual se presenta de la manera siguiente:
mientras que el orden de la <<propiedad>>
y los <<centros de poder>>
impiden el aprovechamiento natural de la sociedad, el crecimiento de los medios
técnicos, de la economía financiera, de los ritmos, de la velocidad, de las
fuentes de energía, de los conocimientos, de los medios y los modos de
información, urge un aprovechamiento antinatural. Y lo encuentra en la guerra
que, con sus destrucciones, proporciona la prueba de que la sociedad no está
todavía lo bastante madura para hacer de la técnica su órgano, y que los
dirigentes tampoco están suficientemente preparados para dominar las fuerzas –destructivas y violentas- de la sociedad. Por eso, ha predominado lo
atávico en el ejercicio del poder y las relaciones sociales.
La guerra es un levantamiento de la técnica y de un <<grupo de personas>>, que se cobra en el material humano las exigencias
a las que la sociedad ha sustraído su fuerza natural. Y esto nos revela que no podemos atenernos al
lado superficial del asunto, sino levantar la mirada sobre la estructura profunda
de lo que acaece. En lugar de esparcir
granos sobre los campos y veredas, de darle seguridad a los campesinos,
ganaderos y agricultores, se esparcen bombas, tiros, minas quiebra patas, dolor
y desesperanza, se secuestra y se intimida a la sociedad civil. Y la guerra encuentra un medio para acabar con la libertad y la vida
de las personas.
La guerra está determinada en sus rasgos atroces por la discrepancia
entre los poderosos y la sociedad civil, que lo único que posee es la fuerza de
trabajo, la libertad y la dignidad humana. Los generadores de violencia creen
que matando, secuestrando, violando la libertad y la dignidad del ser humano,
la sociedad alcanza la convivencia que necesita. Pero están sumamente equivocados,
porque la violencia provenga del Estado, la guerrilla, los paramilitares, el
narcotráfico, la delincuencia organizada; no es otra cosa que, focos de fuego
ardiendo en los corazones de los creen en la paz y la convivencia. Ya que la
guerra lo que deja tras de sí, es un montón de escombros materiales y humanos,
a la vera del camino.
Esta destruye el tejido social, acaba con la familia, la solidaridad, la
seguridad, el amor, la escuela, la comunidad, pilares del control social y
formación en valores. Por eso, el cuerpo social de los colombianos en el
transcurso del siglo XX, ha sido víctima de la injusticia social, del
servilismo y la cobardía, ante los generadores de violencia y de muerte. Pero
también fue escenario de las grandes carnicerías humanas, del fanatismo
ideológico y la estupidez. De ahí que el proceso histórico actual conduce a una fuerte conmoción de lo trasmitido, a una
conmoción de la tradición, que es el reverso de la actual crisis y de la
renovación de la sociedad.
Por la miopía y el egoísmo de unas elites dirigentes; pero también por
el fanatismo y la estupidez de la guerrilla y el narcotráfico, la sociedad fue
sacada de sus goznes y encajada en la violencia y la guerra. Así que, no está comenzando un tiempo nuevo, lo que
está comenzando es otro tiempo, un tiempo diferente. Las grandes inflexiones de
la historia van precedidas de tiempo de transición; los nuevos valores no están
aún vigentes, los viejos ya no lo están. Pudimos percibir que mucho más
frecuente que la espiritualización, que libera del miedo, es el aumento de la
sensibilidad, que lo hace crecer. La señal del comienzo de esta inflexión de
los tiempos la constituye la sangre derramada ilegal e injustamente, sobre la
tierra de los colombianos. La sangre de las victimas dejadas a la vera del
camino.
Ahora, ¿qué se espera de un estado de guerra y violencia permanente? Que
las energías constructoras y creadoras del país, se volaticen en medio de las
balas y la muerte. Resulta patente que esto es la realización acabada de una
clase dirigente, cuando empieza a mostrar los primeros signos de decadencia, y
la izquierda no está a la altura para responder a las necesidades de la época. Por
eso se hace necesario que el <<centro>>
democrático, ocupe el lugar que le corresponde en la actualidad.
Y si la violencia y la guerra se convierten en un espectáculo de sí
mismos, la vida se transforma en artificio y pierde valor. Porque lo único que
importa en una atmósfera como ésta, es la conversión del hombre en objeto o, en
número. Porque los generadores de
violencia desean a toda costa, destruir lo más preciado de la
civilización contemporánea, la democracia y la libertad. Pero en nombre de la
democracia y la libertad, algunos sectores
de las elites políticas y económicas, generan violencia y muerte.
El hecho de que el poder se tambalea –según los enemigos de la paz-, es
una impresión falsa, porque puede operar un repliegue, un desplazamiento,
investirse en otro punto, y el ejercicio del poder continúa. Es el desarrollo
estratégico normal de una lucha. Por eso, a cada movimiento del adversario, se
responde con otro. Se da entonces una lucha que no termina salvo si se llega a
un acuerdo de paz.
Sabemos que el verdadero poder no está encallado en los aparatos de
Estado y sus instituciones, sino en <<mecanismos>>
que funcionan por fuera, por delante, a los lados, por encima o alrededor, de
una manera silenciosa, sin ruido, y a veces poco perceptibles. El verdadero
poder está en los <<Grupos de Presión>> o en los <<Gremios>>. Son los que componen la <<estructura profunda>> del poder,
es decir, el verdadero poder: el capital financiero, los partidos y movimientos
políticos, la iglesia, las instituciones militares, las ONG, los sindicatos, los
industriales, los empresarios, etc. Son los que en tiempos de violencia o de guerra
deciden si hay paz o no. Todo depende de las estrategias y las tácticas que se
utilicen para llegar a un acuerdo de paz.
Sabemos que vivimos en un mundo de medias verdades y mentiras, de <<estructuras
de poder>> no reveladas a la
sociedad, de grupos de poder dentro de los poderes públicos, supuestamente para
defender los intereses de la sociedad. Pero en la estructura y la función que
los constituye, defienden los intereses o poderes de los grupos que
representan. O, en otros términos,
existen estructuras dentro del poder que escapan incluso de los que tienen la
representación democrática.
Existe en el Estado, un enorme poder discrecional, que ha de estar en
estas circunstancias históricas, al servicio de la consecución de la paz, aun
por encima de los intereses particulares. Porque no estamos obligados de por
vida, a ser del secreto y la mentira los
pilares de nuestra democracia. Ya que la guerra o la paz, es algo que nos
compete a todos los colombianos.
Para que haya paz deben modificarse las relaciones y los efectos que la
guerra propaga en la sociedad. Entonces, el funcionamiento de los aparatos de
Estado, establecerá otras relaciones de poder, jurídicas y políticas, que
responderán a las necesidades históricas de la sociedad. Si se llega alcanzar
la paz entre el <<Gobierno>>
y las <<Farc>>, se trata
de reconstruir la imagen de los aparatos de Estado, de las instituciones
sociales, a la vista no sólo de los actores políticos-militares, sino también
ante la sociedad. Esto significa combatir con las herramientas
político-administrativa, jurídico-policiva del Estado, la corrupción, la
inmoralidad, el nepotismo político, en la Administración Pública. Esto es, ir
construyendo una sociedad más justa, más libre y más igualitaria para los
colombianos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario