Martín Heidegger
El
lenguaje y la técnica en la actualidad
Madrid-España a 01/06/2025
Antonio
Mercado Flórez. Filósofo y Pensador.
Martín
Heidegger responde la pregunta sobre el Humanismo
desde el lenguaje. El lenguaje es el órganon de su reflexión filosófica. El lenguaje es la casa del ser. Lo humano del hombre es el Habla.
La cualidad que define al hombre es el leguaje. No es la razón como dice
Aristóteles; como el único ente dotado de razón y lo distingue del animal
irracional. Así que, ambas cualidades desembocan en el logos. Para el pensador alemán el logos pre-socrático rompe con la concepción tradicional del
lenguaje; como instrumento, como medio de comunicación. Piensa que el lenguaje
no es un mero objeto, un instrumento, y lo que busca es sacar al hombre de la
objetivación del lenguaje.
Por
eso hace un punto de inflexión desde el logos
pre-socrático hasta la lengua alemana donde trata de llevar a cabo un
acercamiento al ser. Su visión consiste en que el logos muestre caminos alternativos para guiar y dejar ver, caminos
diferentes al de la metafísica lingüística tradicional. Se trata de estar a la
escucha de la revelación del ser. Lo que al pensar filosófico le interesa no es
la respuesta, sino la pregunta. Se interesa por el hacer del griego Antiguo, en
la pregunta misma sin dejar que muestre lo interrogado.
Así
lo importante del pensar de Heidegger está en el qué y el cómo del logos, algo que acontece y no sólo
“está”. En la medida que el logoi (el
nombre) acontece se muestra y se escucha el devenir del ser. De ahí que el
decir mostrativo deviene de las manifestaciones más profundas del ser, sin
quedarse en la presencia del ente. El logos
muestra, manifiesta el ser y dicha manifestación dice lo que es.
Heidegger
en Carta sobre el <Humanismo>,
se dirige al lenguaje para mostrar la relación entre pensar y ser. Que la
percibe desde las estructuras ontológicas de la vida, abstractas que desembocan
en el ser; y se apartan de los procesos contingentes y concretos de la sociedad
y de la historia. Una de las críticas que hacen a Heidegger consiste en que, su
filosofía es esencialista y anti-cartesiana; esto es, da prioridad al es y no al estar. Un lugar donde los procesos históricos de la
realidad, la vida y el mundo, pasan a segundo plano.
Por
tanto, Heidegger en Carta expresa que
estamos lejos de pensar la esencia del actuar de modo suficientemente decisivo.
Sólo se conoce el actuar como la producción de un efecto, cuya realidad se
estima en función de su utilidad. Además, para Heidegger, la esencia del actuar
es llevar a cabo. Sólo
se puede llevar a cabo lo que ya es. Lo que ante todo “es” es el ser. La
utilidad del actuar la suscribe en la esfera de la causa y el efecto, no en su
esencia ya que ésta se ubica en lo que es
y, este no es otro, que el ser. Observamos ya desde el principio el interés que
tiene Heidegger, por el ser y, no por la ubicación del ser en el mundo y la
historia; lo mismo sucede con el lenguaje.
Se
aparta de la posición universalista del sujeto, del Yo en la historia. No le
interesa el hombre particular, sino el “tipo”, que expresa la raza de un
territorio. Le incumbe lo que se puede llevar a cabo y este, no es otro, que el
ser. En su defecto, el “es” es el
ser. Así que, el ser es lo que hace posible todo lo “que” es; es decir, todo lo
que existe.
Así
pues, el problema del ser como el de la libertad, lo aborda Heidegger en El estudiante alemán como trabajador, y
también como el concepto de libertad se fundamenta en la adhesión al bloque.
Según Heidegger y Jünger en el texto El
Trabajador, la libertad es el trabajo. Para Marcuse el texto expresa en la
década del treinta del siglo XX, los rasgos esenciales de la nueva mentalidad
alemana. Dice Marcuse que
Jünger muestra, además, que
el ascenso del nacionalsocialismo significa la única verdadera revolución
alemana contra el mundo burgués y su cultura (un mundo que según él también
incluye al socialismo marxista y al movimiento obrero), revolución que
reemplazará la burguesa por una nueva forma de vida, la del “obrero” que blande
el poder perfecto sobre el mundo perfectamente técnico, cuya actitud es la del
soldado, y cuya racionalidad, la de la tecnología totalitaria.
El libro de Jünger es el
prototipo de la unión nacionalista entre la mitología y la tecnología, en el
que “sangre y suelo” emergen como una empresa gigante, totalmente mecanizada y
racionalizada, que moldea la vida de los hombres hasta tal grado que los hace
hacer con precisión automática la operación correcta en el momento y lugares
correctos, un mundo de sentido práctico bruto, sin espacio ni tiempo para
“ideales”.
Pero este mundo totalmente
tecnológico surge y se alimenta de una fuente supratecnológica que Jünger
señala evocando los rasgos “antiburgueses” del carácter alemán.
Así
pues, libertad del trabajo es, la concepción aria de la libertad y la cultura;
una concepción nada moderna, ni ilustrada, ni democrática o liberal, porque
para nada cuenta el sujeto o el individuo o el Yo, ni la pluralidad, sino la
comunidad de pertenencia. Un concepto de la cultura alemana racista y en
permanente lucha por la existencia de la raza contra la modernidad. Que
identifican con los judíos, la ciencia y la política al servicio del egoísmo, y
la individualidad internacional.
Que
busca en su expansión –ora liberal, ya marxista- la desaparición del ser. En
este orden, Adolf Hitler dijo, la “circunscripción
territorial determinada de un Estado
supone una concepción idealista de la raza que lo constituye y, ante todo,
tiene una noción cabal del concepto trabajo”. Así que, “el pueblo del trabajo” nazi coincide, en sus lineamientos
geopolíticos más importantes, con “el pueblo metafísico”, “el pueblo
espiritual”, “el pueblo histórico” de Heidegger.
Como
expresa Julio Quesada: “Ahora podemos ver lo inconmensurable de la lucha por el ser, que tiene que ver
con la lucha de las especies, la “autoafirmación” del pueblo alemán frente a
los Derechos Universales del Hombre”. Se trata de exaltar el ultranacionalismo,
el espíritu y la tierra alemana. Se trata de renovar el espíritu alemán para
recuperar la grandeza del pueblo. O, en otras palabras, recuperar la grandeza
destinada.
Desde otro umbral, la tarea
del pensador está en que el hombre logre una relación satisfactoria con la
esencia de la técnica. Que logre una relación explicita con lo que hoy
acontece.
Observamos
también como en las sociedades diversificadas se están dando articulaciones en
el cuerpo social, político, cultural y científico, que responden al primado de
la técnica en los asuntos humanos. Además, en la Cultura del artificio percibimos éstas obedeciendo a “órdenes
superiores” que organizan las sociedades de masas en la uniformidad y la
objetivación, que propugnan un poder autoritario, capaz de imponer programas de
vigilancia masiva a los ciudadanos, y a los representantes elegidos
democráticamente.
Eso
que proponen los poderes digitales de Silicón Valley. Así pues, todas las
situaciones se entrecruzan para dar lugar a la Figura -al decir de Jünger. Ve en la Figura una totalidad, una globalidad, también un tipo significativo. A la vez reacciona contra la razón
disociadora y el pensamiento analítico y, precisa que constituye un conjunto
dotado de propiedades que no se encuentran específicamente en ninguno de sus
elementos, así la Figura posee un
sentido.
La
Figura “un conjunto que posee más que
la suma de sus partes”. La noción de ésta se emparenta más con la monada de
Leibniz que la idea platónica, más con la planta orgánica de Goethe que con la
síntesis de Hegel. Jünger piensa que la Figura
es un “tipo” y, por encima de toda
una potencia constructora de tipos, que encarna el espíritu
dominante de una época y concede al mundo su principal significación.
Por
Figura, entendemos una realidad
superior que da sentido a los fenómenos. Desde un punto de vista histórico, la Figura no es el producto de la historia como aquello que permite a la historia
realizarse. La Figura determina
el movimiento de la historia, una Figura histórica
es, en lo más profundo, independiente del tiempo y las circunstancias de las
que ella parece brotar. La historia no engendra Figura alguna, sino que se transforma en su contrario gracias a
ésta. La historia revela así una metafísica del ser.
En
el Tratado del Rebelde, Jünger dice
que nuestra época es pobre en grandes hombres, pero rica en figuras. En otras palabras, somos parte de una
época de hechos significativos y de actores insignificantes. Esto expresa la
cultura de la futilidad, de lo pasajero, lo fugaz de la época actual. En lo
político y social domina la Civilización
del espectáculo, la publicidad sobre lo programático del partido; el
entretenimiento y lo fugaz sobre la realidad y dador de sentido, por eso
prevalece la aclamación y la estridencia en la vida pública.
Jünger
piensa que la magnitud de las masas informes pasa de ser una dimensión moral y
política a un mero objeto, número o cosa. La sociedad de masas y la cultura de
masas, representan en la consciencia del hombre las relaciones inconexas de la Gran Ciudad, también la segunda consciencia donde éste se
percibe como objeto. Así que, la Cultura
del artificio posibilita la objetivación del individuo y sus
articulaciones. Además, la zona de la
sentimentalidad, el sentimiento de cercanía, del valor no simbólico,
fundado en sí mismo, se desvanece y a cambio el movimiento de las unidades
vivientes es dirigido a gran distancia.
Así,
una única maniobra en el cuadro que los dirige a gran distancia conecta las
articulaciones de la vida moderna –una red dotada de amplias ramificaciones y
de múltiples venas– a la corriente de los lenguajes digitales. La Gran ciudad es el ámbito donde
prevalecen las relaciones inconexas de las sociedades de masas, el lujo y el
dinero. El lujo posibilita que los hombres amen lo visible, las bellas cosas,
las bellas materias. Que el hombre se distancie de sí y de la esencia que lo
constituye como tal; el lujo hace que el ser humano dependa de los objetos.
Por
eso “la existencia de un nuevo lujo que es el del tiempo, el del espacio y el
de la distancia respecto a los objetos”, es fundamental para el hombre de hoy
–al decir de Gilles Lipovetsky. Además, la objetivación de las articulaciones
posibilita que el hombre responda a los requerimientos del Gran Poder y las Tecnologías Digitales. Estas ramificaciones y
múltiples venas se entrelazan con “el orden técnico en sí, con ese gran espejo
donde se revela con máxima claridad la objetivación de nuestra vida y se halla
impermeabilizado de manera especial contra el acoso del dolor. La técnica es nuestro uniforme”.
Desde
esta perspectiva podemos percibir como el “carácter
de confort de la técnica” se entrelaza con “un carácter instrumental de poder”. Es decir, de dominio, de
control, de coacción, de vigilancia, de dolor y de miedo. Un carácter que porta
en sí, el rostro de la barbarie y de la muerte. La técnica y la razón se
convierten en algo cruel. En esta
época el poder no solo se relaciona con el saber, sino también con la técnica,
el miedo y la crueldad.
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