Antonio
Mercado Flórez. Pensador y Ensayista.
En Carta sobre el <<Humanismo>>,
Heidegger aboga por el pensar meditativo y, concibe la razón calculadora como
un peligro que amenaza al hombre. El peligro no está en sí, ni en la
posibilidad de disponer de las cosas que pueblan el mundo, sino que niegue
otras maneras de pensar y se convierta en uno totalizador que anule la
diversidad. Y expresa al respecto: por todas partes y de manera permanente
vemos en las formas más diversas aquello que hoy en día determina la realidad
del mundo. Es la técnica moderna, que de manera uniforme domina toda la tierra
e incluso las regiones del espacio sideral.
Observamos
en la actualidad que el pensar que calcula penetra todos los ámbitos de la vida
y, se vale de la verificación físico-matemáticas previamente definidas, y de
procesos de validación experimental, que inciden en sus aplicaciones prácticas.
Por eso en el ámbito científico-técnico no cabe la pregunta por la esencia de
los entes, sino aquello que esté dominado por la lógica del cálculo y la
mate-matización del mundo.
Estamos
seguros que en la Época Moderna el pensar científico-técnico es incapaz de
mitigar la pobreza de la condición humana. Su disolución se deshace como hongos
podridos en la boca, y trae la soledad, el dolor, el sufrimiento, el odio, la
muerte o la desesperanza. No sólo hemos perdido la fe en Dios, sino también en
el hombre mismo y, en particular, en aquellos que nos rodean. Asimismo, hemos
perdido la confianza en los dirigentes, las instituciones, la política y la
economía. En un mundo donde prevalece el pensamiento científico-técnico y el
volcamiento del hombre particular a las masas, nos sentimos solos y
desprotegidos.
Como dijo
Stevenson: “No es que el hombre no crea
en nada, sino que cree en todo”.
Ahora
existe una desilusión sobre la época y el hombre pone sus ojos en la Providencia Divina, como en el que bebe
de los posos de los pensadores; porque los acompaña un halo de Redención y de Eternidad. Quizás rediman al hombre contemporáneo del montón de
escombros humanos y materiales que el progreso ha dejado tras de sí. Hemos
podido ver el progreso de las ciencias naturales, biológicas, químicas, los
lenguajes digitales, pero no, el retroceso de la sociedad – al decir de Benjamín.
En el
mundo del poder de la materia, de los objetos manufacturados, de los lenguajes
digitales, del dinero bancario y la política; comprensible es, que los hombres
sean pobres de espíritu. Y que no se hallen a la altura del Tiempo y sus
juicios y, del poder que afluye a ellos.
En la
filosofía de Heidegger hay algo así como un retirarse del ser. Pero ese
ocultarse es un acontecimiento en el que se articula el propio destino del ser
y el pensamiento. Esa relación unitiva entre ser y pensamiento, va de la mano
con una reflexión desviado hacia lo ente o, ahora, a las existencias. Somos
parte de un tiempo de indigencia del pensar; penuria que imposibilita que se
piense el ser y la esencia del hombre. Aunque vivamos inmersos en la noche más
oscura, siempre aparece la apertura que devela un resquicio de luz. La
iluminación donde el claro posibilita que devenga la verdad del ser, la esencia
del hombre y el lenguaje en el pensar.
Sabemos
que Heidegger responde la pregunta sobre el humanismo desde el lenguaje. El
lenguaje es el órganon de su
reflexión filosófica. El lenguaje es la
casa del ser. Lo humano del
hombre es el Habla. La cualidad que define al hombre es el leguaje. No es la
razón como dice Aristóteles; como el único ente dotado de razón y lo distingue
del animal irracional. Así entonces ambas cualidades desembocan en el logos. Para el pensador alemán el logos pre-socrático rompe con la
concepción tradicional del lenguaje; como instrumento, como medio de
comunicación. Piensa que el lenguaje no es un mero objeto, un instrumento, y lo
que busca es sacar al hombre de la objetivación del lenguaje.
Por eso
hace un punto de inflexión desde el logos
pre-socrático hasta la lengua alemana donde trata de llevar a cabo un
acercamiento al ser. Su visión consiste en que el logos muestre caminos alternativos para guiar y dejar ver, caminos
diferentes a la metafísica lingüística tradicional. Se trata de estar a la
escucha de la revelación del ser. Lo que al pensar filosófico le interesa no es
la respuesta, sino la pregunta. Se interesa por el hacer del griego antiguo, en
la pregunta misma sin dejar que muestre lo interrogado.
Así, lo
importante del pensar de Heidegger está en el qué y el cómo del logos, algo que acontece y no sólo
“está”. En la medida que el logoi (el
nombre) acontece se muestra y se escucha el devenir del ser. De ahí que el
decir mostrativo deviene de las manifestaciones más profundas del ser, sin
quedarse en la presencia del ente. El logos
muestra la manifiesta del ser y dicha manifestación dice lo que es.
Heidegger
en Carta, se dirige al lenguaje para
mostrar la relación entre pensar y ser. Que la percibe desde las estructuras ontológicas
de la vida, abstractas que desembocan en el ser; y se apartan de los procesos
contingentes y concretos de la sociedad y la historia. Una de las críticas que
hacen a Heidegger consiste en que, su filosofía es esencialista y
anti-cartesiana; esto es, da prioridad al es
y no al estar. Un lugar donde
los procesos históricos de la realidad, la vida y el mundo, pasan a segundo
plano.
Por
tanto, Heidegger en Carta expresa que
estamos lejos de pensar la esencia del actuar de modo suficientemente decisivo.
Sólo se conoce el actuar como la producción de un efecto, cuya realidad se
estima en función de su utilidad. Además, para Heidegger, la esencia del actuar
es llevar a cabo.
Sólo se
puede llevar a cabo lo que ya es. Lo que ante todo “es” es el ser. La utilidad
del actuar la suscribe en la esfera de la causa y el efecto, no en su esencia
ya que ésta se ubica en lo que es y,
este no es otro, que el ser. Observamos ya desde el principio el interés que
tiene Heidegger, por el ser y, no por la ubicación del ser en el mundo y la
historia; lo mismo sucede con el lenguaje. Se aparta de la posición
universalista del sujeto, del Yo en la historia. No le interesa el hombre
particular, sino el “tipo”, que expresa la raza de un territorio. Le incumbe lo
que se puede llevar a cabo y este, no es otro que el ser. En su defecto, el “es” es el ser.
Así pues,
el problema del ser como el de la libertad, lo aborda Heidegger en El estudiante alemán como trabajador, y
también como el concepto de libertad se fundamenta en la adhesión al bloque.
Según Heidegger y Jünger en el texto El
Trabajador, la libertad es el trabajo. Para Herbert Marcuse el texto
expresa en la década del treinta del siglo XX, los rasgos esenciales de la
nueva mentalidad alemana. Dice Marcuse que
Jünger muestra, además, que el ascenso del
nacionalsocialismo significa la única verdadera revolución alemana contra el
mundo burgués y su cultura (un mundo que según él también incluye al socialismo
marxista y al movimiento obrero), revolución que reemplazará la burguesa por
una nueva forma de vida, la del “obrero” que blande el poder perfecto sobre el
mundo perfectamente técnico, cuya actitud es la del soldado, y cuya
racionalidad, la de la tecnología totalitaria.
El libro de Jünger es el prototipo de la
unión nacionalista entre la mitología y la tecnología, en el que “sangre y
suelo” emergen como una empresa gigante, totalmente mecanizada y racionalizada,
que moldea la vida de los hombres hasta tal grado que los hace hacer con
precisión automática la operación correcta en el momento y lugares correctos,
un mundo de sentido práctico bruto, sin espacio ni tiempo para “ideales”. Pero
este mundo totalmente tecnológico surge y se alimenta de una fuente supratecnológica
que Jünger señala evocando los rasgos “antiburgueses” del carácter alemán.
Así pues,
libertad del trabajo, es, la concepción aria de la libertad y la cultura; una
concepción nada moderna, ni ilustrada, ni democrática o liberal, porque para
nada cuenta el sujeto o el individuo o el Yo, sino la comunidad de pertenencia.
Un concepto de la cultura alemana racista y en permanente lucha por la
existencia de la raza contra la modernidad. Que identifican con los judíos, la
ciencia y la política al servicio del egoísmo, y la individualidad
internacional. Que busca en su expansión –ora liberal, ya marxista- la
desaparición del ser. En este orden, Adolf Hitler dijo, la “circunscripción territorial determinada de un Estado supone una concepción idealista
de la raza que lo constituye y, ante todo, tiene una noción cabal del concepto trabajo”.
Así, “el
pueblo del trabajo” nazi coincide, en sus lineamientos geopolíticos más
importantes, con “el pueblo metafísico”, “el pueblo espiritual”, en fin, “el pueblo
histórico” de Heidegger. Como expresa Julio Quesada: “ahora podemos ver lo
inconmensurable de la lucha por el ser,
que tiene que ver con la lucha de las especies, la “autoafirmación” del pueblo
alemán frente a los Derechos Universales del Hombre”.
Se trata
de exaltar el ultranacionalismo, el espíritu y la tierra alemán. De renovar el
espíritu alemán para recuperar la grandeza del pueblo. O, en otras palabras,
recuperar la grandeza destinada. Desde otro umbral, la tarea del pensador está
en que el hombre logre una relación satisfactoria con la esencia de la técnica.
Que logre una relación explicita con lo que hoy acontece. Porque lo que se
oculta detrás de la esencia de la técnica es, la Libertad.
Observamos
también como en las sociedades diversificadas se están dando articulaciones en
el cuerpo social, político, cultural y científico, que responden al primado de
la técnica en los asuntos humanos. Además, en la Cultura del Artificio percibimos éstas obedeciendo a “órdenes
superiores” que organizan las sociedades de masas en la uniformidad y la
objetivación.
Todas las
situaciones se entrecruzan para dar lugar a la Figura -al decir de Jünger. Ve en ella una totalidad, una
globalidad, también un tipo significativo.
También reacciona contra la razón disociadora y el pensar analítico y, precisa
que constituye un conjunto dotado de propiedades que no se encuentran
específicamente en ninguno de sus elementos, así la Figura posee un sentido.
La Figura es “un conjunto que posee más que
la suma de sus partes”. Jünger piensa que la Figura es un “tipo” y,
por encima de toda una potencia constructora
de tipos, que encarna el espíritu
dominante de una época y concede al mundo su principal significación. Por Figura, escribe, entendemos una realidad
superior que da sentido a los fenómenos. Desde un punto de vista histórico, la Figura no es el producto de la historia como aquello que permite a la historia
realizarse. La Figura determina
el movimiento de la historia, una Figura histórica
es, en lo más profundo, independiente del tiempo y de las circunstancias de las
que ella parece brotar La historia no engendra Figura alguna, sino que se transforma en su contrario gracias a
ésta. La historia revela así una metafísica del ser.
En el Tratado del Rebelde, Jünger dice que
nuestra época es pobre en grandes hombres, pero rica en figuras. En otras palabras, somos parte de una
época de hechos significativos y de actores insignificantes. Esto expresa la
cultura de la futilidad, lo pasajero y fugaz de la época actual. En lo político
domina la Civilización del Espectáculo,
la publicidad sobre lo programático del partido; el vaciamiento del lenguaje
sobre la realidad y dador de sentido, por eso, prevalece la aclamación y la
estridencia en la vida pública.
Jünger
piensa que la magnitud de las masas informes pasa de ser una dimensión moral y
política a un mero objeto, número o cosa. La sociedad de masas y la cultura de
masas, representan en la consciencia del ser humano las relaciones inconexas de
la Gran Ciudad, también la segunda consciencia en la que el hombre
se percibe como objeto. La Cultura del
Artificio está posibilitando la conformación de la objetivación de la
persona individual y de sus articulaciones. Además, la zona de la sentimentalidad, el sentimiento de cercanía, del valor
no simbólico, fundado en sí mismo, se desvanece y a cambio el movimiento de las
unidades vivientes es dirigido a gran distancia.
Por eso
una única maniobra en el cuadro que los dirige a gran distancia conecta las
articulaciones de la vida moderna –una red dotada de amplias ramificaciones y
de múltiples venas– a la corriente de los lenguajes digitales. La Gran ciudad es el ámbito donde
prevalecen las relaciones inconexas de las sociedades de masas, el lujo, el
poder y el dinero. Además, la coseidad de las articulaciones posibilita que el
hombre responda a los requerimientos del Gran
Poder. Estas ramificaciones y múltiples venas se tejen con el orden técnico
en sí, con ese gran espejo donde se revela con máxima claridad la objetivación
de la vida y se halla impermeabilizada de manera especial contra el acoso del
dolor. La técnica es nuestro uniforme.
(expresó Jünger).
Desde
esta perspectiva percibimos como el “carácter de confort de la técnica” se
entrelaza con “el carácter instrumental de poder”. Es decir, de dominio, de
control, de coacción, de vigilancia, de dolor y de miedo. Un carácter que porta
en sí, el rostro de la barbarie y de la muerte. La técnica y la razón se
convierten en algo cruel. En esta
época el poder no solo se relaciona con el saber, sino también con la coacción,
la vigilancia, la técnica y la muerte.
Bueno
bien, somos parte de una época donde predomina la racionalidad, la racionalidad
histórica, la que limita y limita a la historia. Por eso la razón en el fondo,
la mera razón, es defensa, defensa de lo establecido como verdad, del Statu Quo, del Estado y las
instituciones, de los ejercen el Gran
Poder. Una de sus limitaciones es su incapacidad de emprender la aventura
espiritual. Es diciente que, la crueldad de la razón se perciba en la política,
la economía, la ciencia o, los instrumentos técnicos para la guerra. Ya que el
hombre racional, sumamente racional, adolece
de pulcritud espiritual; de ahí que
sus hijos son pobres de espíritu. No se hallan a la altura del poder que
afluye a ellos.
Este “tipo” de hombre es incapaz de penetrar
en la profunda noche, “la noche del mundo inconsciente de las pulsiones”, donde
“Freud introdujo audazmente la mirada” (en palabras de Thomas Mann).
El
espíritu, por ejemplo, afluye al creador, al novelista, al creyente, al hombre
humilde, sencillo y desamparado, etc.; y como “el poema establece marcas que no
son alcanzadas en la vida. Semejantes a la capa de ozono, los misterios otorgan
a la vida protección contra un ardor demasiado vivo. La visión directa de la
belleza despojaría de lenguaje al espíritu, amenazaría con la muerte al cuerpo”
- expresó Jünger.
Es algo
evidente en la actualidad que somos pobres de espíritu e incapaz de crear
grandes obras como Thomas Mann, Goethe, Milton, Tolstoi, Dostoievski, García
Márquez o Cervantes, son espejos para que el hombre y la humanidad se miren y
se conozcan así mismo. Por el contrario, observamos en el presente-ahora que el
ethos de la técnica (la forma común
de vida de la técnica, su costumbre, su conducta), se entrelaza al espíritu de
la crueldad y la barbarie. Esto se expresa en las armas para la guerra. También
en las Plataformas Digitales, Internet, redes sociales o, los medios de
comunicación de masas. Pero todavía somos capaces de ver las pérdidas; aún
sentimos la aniquilación del valor, la superficialización y la simplificación
del mundo.
Aunque la
zona donde se ubica la sentimentalidad esté siendo atacada por el mundo
cultual, ideológico o técnico, el dinero bancario o el poder político, los
valores que dieron forma y sentido a la Época Moderna y, a la cultura
occidental, todavía están vivos. Observamos en las Grandes ciudades como se defienden los valores de la Ilustración –el “estatus” de la persona individual, el “sujeto”, los derechos
fundamentales, la justicia social, la libertad individual, de hablar, de
escribir, de pensar, la democracia, los parlamentos y las instituciones, etc.
Somos conscientes que devienen valoraciones nuevas, pero no impiden que bebamos
del pozo de los pensadores, del arte o la poesía. Que busquemos un mundo más
solidario, más justo, más libre y en paz. Eso que posibilita dignificar la vida
humana sobre la Tierra.
Aunque se
crea en la actualidad que se está evaporando la substancia de la Edad Moderna,
es decir, la Edad Copernicana, por el primado del Mundo del Artificio o, la Cultura
del Espectáculo, sus valores hay que buscarlos incluso por debajo de la
moral y la política. Por eso el ser adviene en el claro del lenguaje y la
esencia del hombre; y no hay que olvidar que el ser humano tiene un resto
misterioso y divino, que la técnica, la ciencia, el poder y el dinero, es
incapaz de disolver.
No
podemos olvidar estas palabras de Imre Kertész en Diario de la galera: “El ser humano se ha reducido en manos del
Estado, su vida se ha convertido en vergüenza continua, su impotencia está
sellada y ya no tiene que elegir, puesto que es mucho más despreciado y de
ningún modo le dan la oportunidad. Ha sido, por así decirlo, el proceso lógico
y racional, el estancamiento cómodo, perezoso, que se entrega y así y todo se
mantiene en pie, el estancamiento eternamente provisional que se corresponde
con la cualidad inercial de la existencia de la masa”.
Así, la
fuente del Destino que administra Mimir (de la Sabiduría y el Conocimiento),
está cerrada para el mundo técnico y el colectivo técnico, al Gran Poder y el dinero y, a la sociedad
de masas y la cultura de masas.
Madrid-España a 27/07/2023
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