sábado, 29 de julio de 2023

HEMOS LLEGADO AL FINAL DEL CAMINO Y DEBEMOS ELEGIR

 

 

 

Antonio Mercado Flórez. Pensador y Ensayista.

 

En Carta sobre el <<Humanismo>>, Heidegger aboga por el pensar meditativo y, concibe la razón calculadora como un peligro que amenaza al hombre. El peligro no está en sí, ni en la posibilidad de disponer de las cosas que pueblan el mundo, sino que niegue otras maneras de pensar y se convierta en uno totalizador que anule la diversidad. Y expresa al respecto: por todas partes y de manera permanente vemos en las formas más diversas aquello que hoy en día determina la realidad del mundo. Es la técnica moderna, que de manera uniforme domina toda la tierra e incluso las regiones del espacio sideral.

Observamos en la actualidad que el pensar que calcula penetra todos los ámbitos de la vida y, se vale de la verificación físico-matemáticas previamente definidas, y de procesos de validación experimental, que inciden en sus aplicaciones prácticas. Por eso en el ámbito científico-técnico no cabe la pregunta por la esencia de los entes, sino aquello que esté dominado por la lógica del cálculo y la mate-matización del mundo.

Estamos seguros que en la Época Moderna el pensar científico-técnico es incapaz de mitigar la pobreza de la condición humana. Su disolución se deshace como hongos podridos en la boca, y trae la soledad, el dolor, el sufrimiento, el odio, la muerte o la desesperanza. No sólo hemos perdido la fe en Dios, sino también en el hombre mismo y, en particular, en aquellos que nos rodean. Asimismo, hemos perdido la confianza en los dirigentes, las instituciones, la política y la economía. En un mundo donde prevalece el pensamiento científico-técnico y el volcamiento del hombre particular a las masas, nos sentimos solos y desprotegidos.

Como dijo Stevenson: “No es que el hombre no crea en nada, sino que cree en todo”.

Ahora existe una desilusión sobre la época y el hombre pone sus ojos en la Providencia Divina, como en el que bebe de los posos de los pensadores; porque los acompaña un halo de Redención y de Eternidad. Quizás rediman al hombre contemporáneo del montón de escombros humanos y materiales que el progreso ha dejado tras de sí. Hemos podido ver el progreso de las ciencias naturales, biológicas, químicas, los lenguajes digitales, pero no, el retroceso de la sociedadal decir de Benjamín.

En el mundo del poder de la materia, de los objetos manufacturados, de los lenguajes digitales, del dinero bancario y la política; comprensible es, que los hombres sean pobres de espíritu. Y que no se hallen a la altura del Tiempo y sus juicios y, del poder que afluye a ellos.

En la filosofía de Heidegger hay algo así como un retirarse del ser. Pero ese ocultarse es un acontecimiento en el que se articula el propio destino del ser y el pensamiento. Esa relación unitiva entre ser y pensamiento, va de la mano con una reflexión desviado hacia lo ente o, ahora, a las existencias. Somos parte de un tiempo de indigencia del pensar; penuria que imposibilita que se piense el ser y la esencia del hombre. Aunque vivamos inmersos en la noche más oscura, siempre aparece la apertura que devela un resquicio de luz. La iluminación donde el claro posibilita que devenga la verdad del ser, la esencia del hombre y el lenguaje en el pensar.

Sabemos que Heidegger responde la pregunta sobre el humanismo desde el lenguaje. El lenguaje es el órganon de su reflexión filosófica. El lenguaje es la casa del ser. Lo humano del hombre es el Habla. La cualidad que define al hombre es el leguaje. No es la razón como dice Aristóteles; como el único ente dotado de razón y lo distingue del animal irracional. Así entonces ambas cualidades desembocan en el logos. Para el pensador alemán el logos pre-socrático rompe con la concepción tradicional del lenguaje; como instrumento, como medio de comunicación. Piensa que el lenguaje no es un mero objeto, un instrumento, y lo que busca es sacar al hombre de la objetivación del lenguaje.

Por eso hace un punto de inflexión desde el logos pre-socrático hasta la lengua alemana donde trata de llevar a cabo un acercamiento al ser. Su visión consiste en que el logos muestre caminos alternativos para guiar y dejar ver, caminos diferentes a la metafísica lingüística tradicional. Se trata de estar a la escucha de la revelación del ser. Lo que al pensar filosófico le interesa no es la respuesta, sino la pregunta. Se interesa por el hacer del griego antiguo, en la pregunta misma sin dejar que muestre lo interrogado.

Así, lo importante del pensar de Heidegger está en el qué y el cómo del logos, algo que acontece y no sólo “está”. En la medida que el logoi (el nombre) acontece se muestra y se escucha el devenir del ser. De ahí que el decir mostrativo deviene de las manifestaciones más profundas del ser, sin quedarse en la presencia del ente. El logos muestra la manifiesta del ser y dicha manifestación dice lo que es.

Heidegger en Carta, se dirige al lenguaje para mostrar la relación entre pensar y ser. Que la percibe desde las estructuras ontológicas de la vida, abstractas que desembocan en el ser; y se apartan de los procesos contingentes y concretos de la sociedad y la historia. Una de las críticas que hacen a Heidegger consiste en que, su filosofía es esencialista y anti-cartesiana; esto es, da prioridad al es y no al estar. Un lugar donde los procesos históricos de la realidad, la vida y el mundo, pasan a segundo plano.

Por tanto, Heidegger en Carta expresa que estamos lejos de pensar la esencia del actuar de modo suficientemente decisivo. Sólo se conoce el actuar como la producción de un efecto, cuya realidad se estima en función de su utilidad. Además, para Heidegger, la esencia del actuar es llevar a cabo.         

Sólo se puede llevar a cabo lo que ya es. Lo que ante todo “es” es el ser. La utilidad del actuar la suscribe en la esfera de la causa y el efecto, no en su esencia ya que ésta se ubica en lo que es y, este no es otro, que el ser. Observamos ya desde el principio el interés que tiene Heidegger, por el ser y, no por la ubicación del ser en el mundo y la historia; lo mismo sucede con el lenguaje. Se aparta de la posición universalista del sujeto, del Yo en la historia. No le interesa el hombre particular, sino el “tipo”, que expresa la raza de un territorio. Le incumbe lo que se puede llevar a cabo y este, no es otro que el ser. En su defecto, el “es” es el ser.

Así pues, el problema del ser como el de la libertad, lo aborda Heidegger en El estudiante alemán como trabajador, y también como el concepto de libertad se fundamenta en la adhesión al bloque. Según Heidegger y Jünger en el texto El Trabajador, la libertad es el trabajo. Para Herbert Marcuse el texto expresa en la década del treinta del siglo XX, los rasgos esenciales de la nueva mentalidad alemana. Dice Marcuse que

Jünger muestra, además, que el ascenso del nacionalsocialismo significa la única verdadera revolución alemana contra el mundo burgués y su cultura (un mundo que según él también incluye al socialismo marxista y al movimiento obrero), revolución que reemplazará la burguesa por una nueva forma de vida, la del “obrero” que blande el poder perfecto sobre el mundo perfectamente técnico, cuya actitud es la del soldado, y cuya racionalidad, la de la tecnología totalitaria.

El libro de Jünger es el prototipo de la unión nacionalista entre la mitología y la tecnología, en el que “sangre y suelo” emergen como una empresa gigante, totalmente mecanizada y racionalizada, que moldea la vida de los hombres hasta tal grado que los hace hacer con precisión automática la operación correcta en el momento y lugares correctos, un mundo de sentido práctico bruto, sin espacio ni tiempo para “ideales”. Pero este mundo totalmente tecnológico surge y se alimenta de una fuente supratecnológica que Jünger señala evocando los rasgos “antiburgueses” del carácter alemán.   

Así pues, libertad del trabajo, es, la concepción aria de la libertad y la cultura; una concepción nada moderna, ni ilustrada, ni democrática o liberal, porque para nada cuenta el sujeto o el individuo o el Yo, sino la comunidad de pertenencia. Un concepto de la cultura alemana racista y en permanente lucha por la existencia de la raza contra la modernidad. Que identifican con los judíos, la ciencia y la política al servicio del egoísmo, y la individualidad internacional. Que busca en su expansión –ora liberal, ya marxista- la desaparición del ser. En este orden, Adolf Hitler dijo, la “circunscripción territorial determinada de un Estado supone una concepción idealista de la raza que lo constituye y, ante todo, tiene una noción cabal del concepto trabajo”.

Así, “el pueblo del trabajo” nazi coincide, en sus lineamientos geopolíticos más importantes, con “el pueblo metafísico”, “el pueblo espiritual”, en fin, “el pueblo histórico” de Heidegger. Como expresa Julio Quesada: “ahora podemos ver lo inconmensurable de la lucha por el ser, que tiene que ver con la lucha de las especies, la “autoafirmación” del pueblo alemán frente a los Derechos Universales del Hombre”.

Se trata de exaltar el ultranacionalismo, el espíritu y la tierra alemán. De renovar el espíritu alemán para recuperar la grandeza del pueblo. O, en otras palabras, recuperar la grandeza destinada. Desde otro umbral, la tarea del pensador está en que el hombre logre una relación satisfactoria con la esencia de la técnica. Que logre una relación explicita con lo que hoy acontece. Porque lo que se oculta detrás de la esencia de la técnica es, la Libertad.

Observamos también como en las sociedades diversificadas se están dando articulaciones en el cuerpo social, político, cultural y científico, que responden al primado de la técnica en los asuntos humanos. Además, en la Cultura del Artificio percibimos éstas obedeciendo a “órdenes superiores” que organizan las sociedades de masas en la uniformidad y la objetivación.

Todas las situaciones se entrecruzan para dar lugar a la Figura -al decir de Jünger. Ve en ella una totalidad, una globalidad, también un tipo significativo. También reacciona contra la razón disociadora y el pensar analítico y, precisa que constituye un conjunto dotado de propiedades que no se encuentran específicamente en ninguno de sus elementos, así la Figura posee un sentido.

La Figura es “un conjunto que posee más que la suma de sus partes”. Jünger piensa que la Figura es un “tipo” y, por encima de toda una potencia constructora de tipos, que encarna el espíritu dominante de una época y concede al mundo su principal significación. Por Figura, escribe, entendemos una realidad superior que da sentido a los fenómenos. Desde un punto de vista histórico, la Figura no es el producto de la historia como aquello que permite a la historia realizarse. La Figura determina el movimiento de la historia, una Figura histórica es, en lo más profundo, independiente del tiempo y de las circunstancias de las que ella parece brotar La historia no engendra Figura alguna, sino que se transforma en su contrario gracias a ésta. La historia revela así una metafísica del ser.

En el Tratado del Rebelde, Jünger dice que nuestra época es pobre en grandes hombres, pero rica en figuras. En otras palabras, somos parte de una época de hechos significativos y de actores insignificantes. Esto expresa la cultura de la futilidad, lo pasajero y fugaz de la época actual. En lo político domina la Civilización del Espectáculo, la publicidad sobre lo programático del partido; el vaciamiento del lenguaje sobre la realidad y dador de sentido, por eso, prevalece la aclamación y la estridencia en la vida pública.

Jünger piensa que la magnitud de las masas informes pasa de ser una dimensión moral y política a un mero objeto, número o cosa. La sociedad de masas y la cultura de masas, representan en la consciencia del ser humano las relaciones inconexas de la Gran Ciudad, también la segunda consciencia en la que el hombre se percibe como objeto. La Cultura del Artificio está posibilitando la conformación de la objetivación de la persona individual y de sus articulaciones. Además, la zona de la sentimentalidad, el sentimiento de cercanía, del valor no simbólico, fundado en sí mismo, se desvanece y a cambio el movimiento de las unidades vivientes es dirigido a gran distancia.

Por eso una única maniobra en el cuadro que los dirige a gran distancia conecta las articulaciones de la vida moderna –una red dotada de amplias ramificaciones y de múltiples venas– a la corriente de los lenguajes digitales. La Gran ciudad es el ámbito donde prevalecen las relaciones inconexas de las sociedades de masas, el lujo, el poder y el dinero. Además, la coseidad de las articulaciones posibilita que el hombre responda a los requerimientos del Gran Poder. Estas ramificaciones y múltiples venas se tejen con el orden técnico en sí, con ese gran espejo donde se revela con máxima claridad la objetivación de la vida y se halla impermeabilizada de manera especial contra el acoso del dolor. La técnica es nuestro uniforme. (expresó Jünger).

Desde esta perspectiva percibimos como el “carácter de confort de la técnica” se entrelaza con “el carácter instrumental de poder”. Es decir, de dominio, de control, de coacción, de vigilancia, de dolor y de miedo. Un carácter que porta en sí, el rostro de la barbarie y de la muerte. La técnica y la razón se convierten en algo cruel. En esta época el poder no solo se relaciona con el saber, sino también con la coacción, la vigilancia, la técnica y la muerte.

Bueno bien, somos parte de una época donde predomina la racionalidad, la racionalidad histórica, la que limita y limita a la historia. Por eso la razón en el fondo, la mera razón, es defensa, defensa de lo establecido como verdad, del Statu Quo, del Estado y las instituciones, de los ejercen el Gran Poder. Una de sus limitaciones es su incapacidad de emprender la aventura espiritual. Es diciente que, la crueldad de la razón se perciba en la política, la economía, la ciencia o, los instrumentos técnicos para la guerra. Ya que el hombre racional, sumamente racional, adolece de pulcritud espiritual; de ahí que sus hijos son pobres de espíritu. No se hallan a la altura del poder que afluye a ellos.

Este “tipo” de hombre es incapaz de penetrar en la profunda noche, “la noche del mundo inconsciente de las pulsiones”, donde “Freud introdujo audazmente la mirada” (en palabras de Thomas Mann).

El espíritu, por ejemplo, afluye al creador, al novelista, al creyente, al hombre humilde, sencillo y desamparado, etc.; y como “el poema establece marcas que no son alcanzadas en la vida. Semejantes a la capa de ozono, los misterios otorgan a la vida protección contra un ardor demasiado vivo. La visión directa de la belleza despojaría de lenguaje al espíritu, amenazaría con la muerte al cuerpo” - expresó Jünger.

Es algo evidente en la actualidad que somos pobres de espíritu e incapaz de crear grandes obras como Thomas Mann, Goethe, Milton, Tolstoi, Dostoievski, García Márquez o Cervantes, son espejos para que el hombre y la humanidad se miren y se conozcan así mismo. Por el contrario, observamos en el presente-ahora que el ethos de la técnica (la forma común de vida de la técnica, su costumbre, su conducta), se entrelaza al espíritu de la crueldad y la barbarie. Esto se expresa en las armas para la guerra. También en las Plataformas Digitales, Internet, redes sociales o, los medios de comunicación de masas. Pero todavía somos capaces de ver las pérdidas; aún sentimos la aniquilación del valor, la superficialización y la simplificación del mundo.

Aunque la zona donde se ubica la sentimentalidad esté siendo atacada por el mundo cultual, ideológico o técnico, el dinero bancario o el poder político, los valores que dieron forma y sentido a la Época Moderna y, a la cultura occidental, todavía están vivos. Observamos en las Grandes ciudades como se defienden los valores de la Ilustración –el “estatus” de la persona individual, el “sujeto”, los derechos fundamentales, la justicia social, la libertad individual, de hablar, de escribir, de pensar, la democracia, los parlamentos y las instituciones, etc. Somos conscientes que devienen valoraciones nuevas, pero no impiden que bebamos del pozo de los pensadores, del arte o la poesía. Que busquemos un mundo más solidario, más justo, más libre y en paz. Eso que posibilita dignificar la vida humana sobre la Tierra.

Aunque se crea en la actualidad que se está evaporando la substancia de la Edad Moderna, es decir, la Edad Copernicana, por el primado del Mundo del Artificio o, la Cultura del Espectáculo, sus valores hay que buscarlos incluso por debajo de la moral y la política. Por eso el ser adviene en el claro del lenguaje y la esencia del hombre; y no hay que olvidar que el ser humano tiene un resto misterioso y divino, que la técnica, la ciencia, el poder y el dinero, es incapaz de disolver.

No podemos olvidar estas palabras de Imre Kertész en Diario de la galera: “El ser humano se ha reducido en manos del Estado, su vida se ha convertido en vergüenza continua, su impotencia está sellada y ya no tiene que elegir, puesto que es mucho más despreciado y de ningún modo le dan la oportunidad. Ha sido, por así decirlo, el proceso lógico y racional, el estancamiento cómodo, perezoso, que se entrega y así y todo se mantiene en pie, el estancamiento eternamente provisional que se corresponde con la cualidad inercial de la existencia de la masa”.

Así, la fuente del Destino que administra Mimir (de la Sabiduría y el Conocimiento), está cerrada para el mundo técnico y el colectivo técnico, al Gran Poder y el dinero y, a la sociedad de masas y la cultura de masas.

                                                     Madrid-España a 27/07/2023

 

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