Antonio Mercado Flórez. Pensador
y Ensayista.
En el texto Sobre el dolor. Aproximación cultural a la época actual. Que
publiqué en el año 2017, reflexioné sobre una pluralidad de temas que
conciernen al hombre actual. El arte, la ciencia, la técnica, la historia, la
poesía, la novela, la antropología, la arqueología, el mito, la música y la
cultura en general. Reflexioné desde una perspectiva epistémica, metafísica,
filosófica, política, social, etc. Hice un análisis interdisciplinario donde
este conjunto de saberes y prácticas sociales, abren una multiplicidad de
umbrales para entender, analizar, pensar y criticar el mundo y la realidad en
que vivimos. Este es una síntesis del tercer capítulo visto con los ojos del
presente-actual.
Así que, Walter Benjamín expresó,
sobre Las afinidades electivas, de Goethe: «Ningún sentimiento es más rico
en variantes que el miedo. Así, al miedo a la muerte se le asocia el miedo a la
vida, como al tono fundamental sus innumerables armónicos». Es más, ningún
ámbito de la vida humana está amparado ante el acoso del dolor, del miedo y del
sufrimiento. El miedo, además de ser uno de los síntomas de la época actual,
sustituye a la solidaridad, el amor y la ternura. Dice Ernst Jünger: «En
tiempos tranquilos resulta fácil encubrir el hecho de que el dolor no reconoce
nuestros valores».
Esto permite darnos cuenta que
cuando el azar o la fatalidad tocan nuestras vidas, sentimos en lo profundo de
nuestro ser que frágil y deleznable somos. Si golpean sin esperarlo «esos
azares, que son los más habituales de todos, empezamos a sentirnos
desconcertados». Así pues, cuando perdemos a un amigo o a un ser amado, nos damos
cuenta que somos habitantes pasajeros de un mundo atroz y repugnante. Y,
tomamos consciencia que somos parte de un ámbito donde priman las necesidades,
las desdichas, la violencia, la desesperanza y la crueldad. Entonces, nos
arrodillamos levantando nuestras manos a los cielos estrellados y pedimos
clemencia a los dioses.
Y nos damos cuenta de lo
indiferente «que le resulta al germen patógeno destruir una brizna de paja o un
cerebro humano». Existen tiempos en los que se intensifica la sensibilidad ante
el dolor, el temor y la muerte, que proyecta el espíritu sobre las cosas. «A
medida que aumenta la amenaza nos invade también la duda de la validez de
nuestros valores. El espíritu se inclina a una concepción catastrofista de las
cosas en los sitios que se encuentran en entredicho»
En este orden, el espíritu
proyecta en lo concreto su tragedia. Entonces éste, cual llama de la vela,
alumbra en medio de la oscuridad del mundo actual. «Debemos dejarnos calentar por el espíritu», dijo Ludwig
Wittgenstein. De esa manera retornamos más a nosotros mismos y podemos ver las
cosas del mundo y de la existencia con tranquilidad, con suma tranquilidad. Hay
que rehacer la solidaridad, la verdad, el amor y la paz, para poder
encontrarnos más a nosotros mismos.
En la época actual se concatena
la concepción catastrofista de las cosas con la extinción de las lenguas, las
civilizaciones, las culturas y los pueblos, que han hecho posible la vida sobre
la Tierra. Así que, en un grado inferior de la catástrofe se sitúa el frágil y
diminuto ser humano ante las adversidades de los elementos y la furia del
ejercicio del poder.
Como dice Jünger: «El camino es
más importante que la meta por cuanto puede convertirse en meta cada momento,
ante todo en el de la muerte. Desde los inicios se tuvo conocimiento de que no
podemos saber ni de dónde venimos ni adónde vamos, y se sospechó que nuestro
estar aquí en la Tierra, nuestra presencia en ella, es tan solo una breve
interrupción del camino».
A la vez nos aclara: «Eso no
quiere decir que la meta carezca de importancia, únicamente significa que desde
ella no es posible enjuiciar el camino. Este contiene más cosas de las que han
sido alcanzadas —por ejemplo, las posibles—. Cualquiera que sea el punto en el
que se ponga fin al camino —mejor sería decir en el que se “interrumpa”—, el
camino encierra una totalidad».
El camino contiene fuerzas
destructoras y reparadoras, que empujan a una vida joven y lozana, por ejemplo,
a entregarse a la muerte en el combate. Pero también potencias que restauran
imperceptibles al frágil y deleznable ser humano de los avatares de la
existencia. Esas fuerzas poseen un hálito Cósmico que unen al Cielo y la
Tierra, al Hombre y los Dioses. Además, cada punto del camino no solo encierra
a la muerte, sino también la posibilidad de la esperanza sobre la Tierra. En
cada uno de sus puntos se revela el misterio que encierra como totalidad.
Así pues, cuando las
constelaciones Cósmicas y Telúricas se manifiestan a los humanos, el Árbol de la Vida posibilita que el
hombre llegue a la cumbre del Universo:
el Cielo supremo. Se presentan ante
nosotros como el mismo depósito de la vida y el Señor de los destinos. De ahí
que en las culturas arcaicas del Antiguo Oriente y precolombinas el Árbol del Mundo se transfigura en Árbol de la Vida y la Inmortalidad.
De este modo, la lucidez de la
consciencia revela que nuestros valores no responden a la angustia que acompaña
a los hombres desde la Antigüedad; tampoco se encuentran a la altura para
responder al Mal universal: el odio, el miedo, el sufrimiento, el hambre, el
poder de la sangre y de la muerte, que implementan las fuerzas del Gran Poder.
Entonces nos damos cuenta de que
la intensión de encontrar un apoyo en nuestros valores se está desvaneciendo.
No existe aprendizaje más definitivo y experiencia más profunda que la que deja
el dolor, el miedo y la desdicha. Así sentimos que sus contenidos se graban con
hierro candente en el corazón y el alma de los seres humano. También perduran
en el inconsciente colectivo los momentos menos inesperados de la existencia,
de la naturaleza, y se manifiestan en el hambre, el desempleo, las migraciones
forzadas, las pandemias, las guerras, la violencia, las masacres y la
destrucción de la naturaleza.
Aquí
se confirma que el progreso y el desarrollo dejan tras de sí escombros humanos
y materiales.
Somos víctimas de poderes
anónimos mundiales que solo son un trasunto de los telúricos. Jünger cree que
no son pesimistas las perspectivas de un Estado Mundial, pese a una serie de
bellacos que han aspirado a él y cuyo fracaso hemos presenciado. La potencia
creciente tanto de los medios de transporte como de los medios de aniquilación
llegaría a ser catastrófica si no hubiera una fuerza central que mandase en
ella. Pero el Estado Mundial responde a las élites gobernantes, porque lo único
que desean es apropiarse los recursos naturales y dominar la existencia humana
y los pueblos del mundo. El caso, por ejemplo, de Putin en Ucrania, es
diciente.
Ahora, ¿qué buscan los sátrapas y
verdugos de nuestro tiempo? Paralizar el pensamiento, las acciones humanas,
disolver los sentimientos y la pérdida de la capacidad de asombro, ante el
horror, el dolor, el sufrimiento, y las calamidades que dejan tras de sí el
ejercicio del poder. Para así, convertir
al hombre en objeto o en número. Pero también para extirpar de él, como un
tumor maligno, la actitud estética de la
vida, ya que posibilita que el ser humano adquiera la jerarquía de persona.
Y, que se tome consciencia que la
estética es la madre de ética. En
todo caso, permitan responder a las verdaderas necesidades materiales y
espirituales del hombre.
Si en la actualidad la historia
es catástrofe, barbarie y destrucción, estas se ponen la máscara del Estado y
sus instituciones y el vestido que mejor les sienta es el del poder, la ciencia
y la técnica. Por eso la barbarie del mundo actual «se esconde detrás del
concepto de cultura». Como expresó Imre Kertész: «El orden mundial es el
encanto cotidiano del mal. Algún error terrible, alguna ironía diabólica actúa
en el orden mundial, que, sin embargo, se vive como una vida normal, y ese
error terrorífico es la cultura, el sistema de ideas, los valores, el lenguaje
y los conceptos, los cuales se ocultan ante el hecho de que llevas tiempo
siendo una pieza bien engrasada de la maquinaria para tu exterminio».
Así pues, el orden mundial se
convierte en un reflejo del Mal en sí, además no necesariamente relacionado con
la barbarie, sino con la catástrofe de la condición humana y las fuerzas que
deshumanizan al hombre. Aquí podemos vislumbrar la reflexión que Jünger realiza
en el texto La tijera; donde da
cuenta de la alteración del Orden Mundial
y del Orden Telúrico. Dice que todo
acontecimiento en la vida del hombre o en la naturaleza está acompañado por
signos que anuncian la catástrofe o la furia de las fuerzas elementales.
Percibe que se están dando
cambios a escala planetaria: «Una revolución telúrica viene a dejar en la
sombra a la revolución mundial. Esa revolución de alcance cósmico conlleva
nuevamente el doble perfil; por un lado, su rostro destructor, y por otro su
esperanzado semblante. Destruimos el mundo, pero a la par otras fuerzas
silenciosas de poder se manifiestan.
En este orden de convulsión,
estallidos, cáncer en la tierra, crisis ecológica terminal de un lado y
apariciones maternales que se multiplican por el otro. Todo ello tendrá algún
significado. Los crepúsculos de los dioses van asociados a esas catástrofes
naturales. Ya sería hora, en todo caso, de que los dioses volvieran a salir
alguna vez de su reserva. Hay expectativas de eso…».
«Junto a lo que nos destruye surge
lo que nos salva», dijo Friedrich Nietzsche.
Al lado de la hecatombe aguarda
la esperanza; así el viejo mundo cede su espacio al que viene. Todas las cosas
se interrelacionan; las cosas nuevas y viejas se concatenan de diferentes
maneras. «No es la revolución mundial la que trae las mareas vivas; las trae la
revolución telúrica, que está detrás de aquella. La revolución telúrica es la
que modifica las amenazas (la que cambia, por ejemplo, la amenaza económica en
amenaza ecológica, o la amenaza de la guerra en amenaza de exterminio sin más).
Ya no puede decirse que exista la
guerra en sentido clásico. La destrucción llega a ser telúrica, es como si
cayese un bólido del cielo. Es algo que acontece a niveles meta-históricos; de
ello dan testimonio los cráteres erosionados por el tiempo».
De ahí que el desarrollo de los
procesos, la ciencia y la técnica, se expresan en varios umbrales: en el
desarrollo armamentístico, el confort, el bienestar social, los lenguajes
digitales, las redes sociales, la Inteligencia Artificial, o las comunicaciones
globales inmediatas. Ante todo, se percibe que la guerra se convirtió en algo
permanente. Vivimos un combate constante, de ello no se salvan ni los pacifistas.
Como expresó Jünger: «Tengo esperanza, pero no con respecto a nuestro tiempo».
Porque la acción de la espera que
se constituye es una acción liberadora. «Envolvente, que transformará el mundo
entero: liberando a los oprimidos y purificando a los envenenados». En este
orden la espera de un tiempo diferente ya está contenida en el tiempo actual.
En el Muro del Tiempo se esculpe la
doble cara de Jano, la que tiene que
ver con lo aquende y allende del tiempo, la luz y la oscuridad. Nos damos
«cuenta de que todo esto, en nuestro tiempo, todavía no es posible. Los titanes
(el técnico y el colectivo técnico), aún son y serán demasiado fuertes. (Alain
De Beniost).
Sabemos que ya empiezan a verse
las primeras grietas de los valores de la cultura occidental y de los Leviatanes, y se perciben fragmentos de
lo elemental. Así pues, en el siglo xx prevaleció la ideología, la economía,
las relaciones de producción, los modos de producción, la técnica, la ciencia y
el ejercicio del poder. Ahora están cediendo su espacio al conocimiento, a la
tecnología y al fenómeno cultual.
Al mismo tiempo, los poderes
míticos, atávicos, que estaban dormidos en el tiempo, se están despertando con
una fuerza descomunal que destruye lo que encuentran a su paso. Son poderes
violentos que desean crear el caos, el horror y el dolor, y sembrar en las
sociedades el miedo y la destrucción total. En nombre de sus creencias y de sus
dioses, buscan la uniformización de la sociedad, la objetivación del ser humano
y doblegar la libertad. Se percibe que esto arrastra tras de sí la
consideración pesimista de la historia.
En este estado de cosas, la
esperanza se sustituye por la apatía, el pesimismo, el dolor, el miedo y la
muerte. Es más, en el mundo actual se demuestra que el miedo nos habla desde la
silenciosa inmersión en sí mismo; pero a la vez desde los contenidos objetivos
de la propia vida. Rompe todo lazo de unidad y solidaridad del ser humano. De
ahí la soledad que hay en la vida del hombre y, ora dolorosa, ora insolente,
nos arrastra al mutismo total.
Como dice Benjamín desde Las afinidades electivas, de Goethe:
«Pero desde ambos habla el miedo a la vida: el miedo a su poder y su amplitud
desde la meditación, y el miedo a su huida desde la concepción globalizadora».
Así que, el mundo simbólico del miedo se
corresponde con el contenido objetivo de la existencia, pero no con el
contenido de verdad de la vida. Por eso el Gran
Poder desea que el ser humano dirija su atención a lo llamativo, pero no a
lo significativo de la existencia, del mundo y su realidad.
Por tanto, lo que busca es intensificar la
sensibilidad del ser humano hacia el dolor, el miedo y el sufrimiento; pero no
examinar y reflexionar sobre la importancia del espíritu en la vida del hombre.
Eso crea una especie de zozobra e indiferencia hacia la simplificación del
mundo, la aniquilación del valor y de la existencia.
Esto no es tan raro como parece
en un mundo donde prevalece la desdicha, la exclusión, la violencia, la guerra,
las migraciones forzadas, la xenofobia, el racismo, el nacional-populismo de
izquierda o de derecha, el hambre y la falta de oportunidades.
Preguntamos, ¿qué les espera a las nuevas generaciones del
mundo dominado y destruido por el atavismo ideológico y racial y el Gran Poder?
Madrid-España a 23/07/2023
No hay comentarios:
Publicar un comentario