Antonio Mercado Flórez. Pensador y Ensayista.
En la historia del espíritu humano hubo un tiempo según la filosofía y
el mito” clásico”, que las cosas del mundo, la vida y el cosmos, se concebían
en las formas del tiempo geológico, circular, cosmogónico. Donde primaban los
sistemas cíclicos, discontinuos del tiempo y la vida. Como dijo Ernst Jünger: lo
que a estos últimos les corresponde en el mito es el titanismo con su eterno
retorno. A los titanes les basta la peregrinación cósmica, el eterno retorno.
Es el tiempo que retorna con presentes a los habitantes de la Tierra -el de Dionisio, Apolo y Pan. Representan la continuidad orgánica entre la vida y el mundo, lo vegetal y lo animal, el hombre y el cosmos. Se gesta así el misterio de la vida y la muerte, el fuego y la oscuridad, lo terrenal y lo celeste, el tiempo que camina y permanece, lo sustancial y lo accidental, los dioses de las estrellas y los humanos.
Así que, la mitología no es, como defienden los teóricos neoclásicos del Renacimiento, la invención pintoresca de los poetas con la pretensión de estimular nuestra imaginación; tampoco, como mantuvieron los racionalistas, fabulas falsas difundidas por sacerdotes sin escrúpulos u otros charlatanes interesados, para engañar o adormecer a las masas ignorantes.
Los mitos según Giambattista Vico, son formas de ver, de comprender, de experiencia y de reaccionar ante el mundo; y resultan plenamente inteligibles probablemente sólo para los que los crearon y los que creyeron en ellos, esto es, para las primeras generaciones de hombres. Puede decirse que dentro de aquellas [fábulas] estaban descritos por las naciones mediante los sentidos humanos los principios de este mundo de ciencia, que posteriormente con raciocinio y con máximas nos han sido esclarecido por la reflexión particular de los doctos.
Las mitologías son “historias civiles de los primeros pueblos, los cuales se hallan que fueron en todo y naturalmente poetas”. Dicho de otra manera, son formas naturales de expresión de lo que sintieron, pensaron y hablaron, de forma tal que sólo podemos comprenderlo en la actualidad con un gran esfuerzo de la imaginación. Ernst Jünger dice: “intempestivo” contemplar cosas tempestivas en el espejo del mito. En él se ven siempre cosas nuevas, pero tras ellas se vislumbran en cada momento las mismas. En cuanto instrumento de contemplación, ese espejo va más allá del tiempo y la distancia.
Vico pregunta, ¿cómo puede nuestra imaginación racionalista y abstracta comprender que Júpiter es a la vez el padre de todos los dioses y también todo el cielo? O ¿cómo la naturaleza puede ser simbolizada como una inmensa mujer o un vasto cuerpo animado que siente pasiones y afectos? Recordemos que para nosotros resulta casi imposible pensar o sentir en términos de categorías “corpóreas”, y “poder entrar en la basta imaginación de aquellos primeros hombres”. Los dioses de los antiguos –de los griegos y los romanos, por ejemplo- no son demonios -como enseñaban los primeros teólogos cristianos-, ni sus cualidades y construcciones poéticas e históricas son productos deliberadamente elaborados durante un largo período de tiempo en aras de la contemplación estética, sino que son las creaciones “poéticas” (esto es, generadas por el Volksgeist) de la primitiva consciencia humana actualmente muerta, fosilizada y disponible para que los expertos lleven a cabo disecciones y análisis. (Vico).
De ahí que el mito sea más fuerte que la historia; es algo que apunta a una etapa temprana del viaje. Si el mito supera el tiempo, el espacio y la causalidad es algo que encuentra su igual tan solo en los sueños. (Jünger). Los mitos son el modo específico de expresión de la imaginación colectiva de los hombres primitivos, y para los críticos modernos son la fuente de conocimiento más rica de todas en relación con los hábitos mentales, físicos y las formas de vida de sus creadores. Las fabulas son historias verdaderas de costumbres.
Así, “la mitología es la primera ciencia que se debe establecer”.
Los mitos representan los poderes, instituciones y cambios en el orden social. Dioses, héroes y mortales son en cada caso un mito y un símbolo. (Vico). Reflejan la realidad de la época de la que surgieron. No son ficciones deliberadas de ensoñaciones poéticas, ni conceptos a-históricos de filósofos y críticos, sino un mundo simbólico que contiene y expresa, lo que pensaban y hacían esos hombres en una época temprana de la humanidad.
Asimismo, Vico vio en Homero no una persona individual que escribió la Ilíada y la Odisea, sino el genio nacional del pueblo griego mismo, en tanto que articula la visión de su propia experiencia a través de los siglos. Homero es la imaginación creativa de todos los pueblos griegos; “todos esos pueblos griegos fueron este Homero”. Cree que existen símbolos permanentes en la imaginación –en los procesos mentales semi-conscientes de los individuos y de los grupos, desarrollándose cada uno a su propio ritmo-.
Que determinadas imágenes aparecen recurrentemente en la historia de la humanidad, como la salvación y la resurrección, el cataclismo y el renacimiento; que los mitos, la magia y los rituales pueden ser un modo natural -de hecho, el único históricamente posible- que describan la experiencia de seres humanos en un estadio lingüístico dado y eo ipso de desarrollo social y psicológico. Son imágenes, representaciones, experiencias, símbolos, que han modificado las experiencias, las ideas y los conceptos sobre la historia, el pensamiento y la cultura, tanto nuestras como la de otros seres humanos.
Se trata de percibir que la mitología, la filología, la antropología, el arte, la arqueología, la novela, la historia, la poesía, la religión, la música, la filosofía, y la cultura en general, posibilitan estudios interrelacionados e interdisciplinarios a cerca de las épocas antiguas de la humanidad. Y valiéndose de métodos empíricos se pueda descubrir la estructura y el significado que está por debajo de la experiencia social en su movimiento histórico. Vico es el autor de la idea de que la lengua, los mitos, los vestigios del pasado, reflejan directamente las diversas formas en que las realidades sociales, económicas o espirituales se refractaron en las mentes de nuestros antepasados.En la modernidad estos estudios de literatura comparada se han realizado a partir de Hegel, Marx, Durkheim, Comte, Weber, Freud, Frazer o Jung. Así que, la investigación que quiera abarcar a estos hombres remotos debe valerse de las imágenes lingüísticas, la imaginación, el recuerdo y la memoria, para comprender las mentalidades, la cultura y el entorno de estos hombres ignotos.
Tengamos presente el mito griego:
Cuando Heródoto quiere describir la religión de los pueblos vecinos utiliza la expresión “adorar a los dioses” (sebesthai tous theous) y cuando describe la nación griega habla de “la sangre común, la lengua común y los santuarios y sacrificios comunes”. Se deduce que la religión estaba integrada en la vida del pueblo griego e implicaba una ausencia real de religión privada. El culto era siempre una actividad pública y comunitaria. La completa integración de la religión en la vida también influyó en la conceptualización de lo sagrado.
Para el cristianismo y el islam, la religión griega era politeísta. Así que, en el politeísmo, el panteón constituye un sistema en el que los dioses bien pueden complementarse, bien oponerse entre sí. Al contrario del Dios Uno, para los judíos y los cristianos o Alá para los musulmanes. Dios es omnipotente, omnisciente, suya es la grandeza, la fuerza, la magnificencia, el esplendor y la majestad; suyo es el reino y se levanta por encima de todo. Es alfa y omega, de él proceden las riquezas y la gloria.
Los dioses del politeísmo, en cambio cubren sólo un ámbito determinado de la realidad. Su importancia depende de dicho ámbito específico. De ahí que la totalidad de los dioses abarcaba toda la realidad y fue sólo en la época helenística cuando la fe en un solo dios, pistis, se hizo posible. Así que, sólo después de la aparición del cristianismo y del judaísmo aparecen las conversiones.
Al nombre de la divinidad se le daba contenido a través del mito, que narraba su familia y sus hazañas. Los vínculos familiares eran una forma de establecer conexiones entre las divinidades o de indicar funciones a fines. Leto, madre, Apolo y Artemis, hermanos tenían conexiones afines y estaban relacionados con el rito de la iniciación. De ahí los Himnos Homéricos presentan a los dioses de diferentes maneras, a Dionisio, por ejemplo, lo relaciona con “un muchacho al borde de la adolescencia”, y a Apolo como “un vigoroso joven al borde de alcanzar la edad adulta”. El santuario de Apolo estaba situado en el ágora, como en Argos, en Dreros (Creta) y Olbia en Crimea. Sus diferentes ubicaciones quizá reflejen su posición ambigua entre la adolescencia y la edad adulta.
Recuerda Jacobo Burckhardt que, la interpretación de los mitos griegos por la ciencia moderna, es muy difícil en un pueblo que, como el griego, ha preferido olvidar la significación primitiva de las figuras y los hechos, cuyo simbolismo ha llegado a ser, o ha sido desde un principio, ingenuamente inconsciente, y que, además, ha recibido la influencia milenaria de un culto muy amigo de los sacrificios y la de un arte plástico de una riqueza infinita. En esta tesitura sus mitos cobrarían humana apariencia: se hablaría en ellos de los padres de la divinidad en cuestión, de los celos terribles que quisieron impedir su nacimiento, de luchas y enemistades con otras divinidades, y de divinidades protectoras.
Pero junto al poder de Apolo en la vida humana, de la que él sólo hubiera bastado para Señor, le corresponde a la vez, el triple patronato de la música, la adivinación y la medicina del cuerpo y el alma, y con ocasión de la primera atrajo a sí las Musas, que antes fueron cortejo de su propio padre Zeus; los rapsodas le enaltecieron sobre manera, por lo mismo que era un compañero. Se le fue juntando todo un haz casi inagotable de poder.
El dios Apolo solía ponerse en conexión con las asambleas anuales dorias, durante las que se integraba a los jóvenes en la comunidad de los adultos. Por encontrarse a medio camino entre la juventud y lo adulto, lo capacita para ser guardián de los ritos de iniciación y al mismo tiempo, centro de las instituciones políticas de la poli. Las sentencias: “Conócete a ti mismo” y “Nada con exceso”, se atribuyen a sus labios.
En suma: en la época clásica, la música, la poesía, la filosofía, la astronomía, las matemáticas, la medicina y las ciencias en general estuvieron bajo el control de Apolo. Enemigo del barbarismo, predicó la moderación en todo, y las siete cuerdas de su lira estaban conectadas con las siete vocales del alfabeto griego posterior, ya que tenían un significado místico y se usaban como terapia musical.
Dionisos es el dios más controvertido del panteón micénico. Según J. P. Vernant y su escuela, han analizado a Dionisos como el dios de la máscara, y le han definido como el Otro, el dios que es, al mismo tiempo, hombre y mujer, joven y viejo, y está cerca y lejos. El Dios afeminado parece estar en relación con la iniciación, en la que se solía vestir, temporalmente, a los jóvenes con ropa femenina. Pero, también se relacionaba con que fue criado por mujeres. Así que, los festivales en honor del Dios, simbolizan el jolgorio y a la vez la ruptura con lo establecido, el orden social.
A Dionisos le incumbe particularmente
la vida y los cultos y fiestas han debido ser desde un principio mucho más
populares y de tipo bien diferente que las fiestas de los otros dioses. Pero
las delicias del vino y la embriaguez no agotan, ni con mucho su importancia;
supone, además, otras incitaciones diferentes, correspondiendo a un amplio y
oscuro dominio de la vida antigua, de la naturaleza humana en general, sobre el
que jamás se expresaron con claridad los antiguos.
Entre los griegos Dionisos es el Dios que padece, muere y resucita. Y fuerza a los pueblos a participar en esta pasión. Como muerto se convierte en uno de los señores del Infierno, y su adoración mística cobra desde este momento otra nueva forma especial. Tras la máscara del dios de la fertilidad –dice Burckhardt- se oculta un ser extranjero. Un dios de origen camita que, en el extremo oriental del Asia Menor, entre los frigios, así como también entre los tracios, adquirió simbólicamente un ritmo salvaje y embriagador, y en repetidas invasiones remplaza en Grecia al culto de Dionisos.
De ahí que los Himnos Homéricos digan que “le placen el alboroto de las campanillas, el ruido de los crótalos, el resonar de las flautas y el aullido de los lobos y de los leones de mirada centellante, y las montañas retumbantes, y las gargantas silvestres”.
Con un cortejo acompañado por su madre, los sátiros y ménades, sus míticos seguidores, producen la locura. No enloquece sólo el que ofende al servidor de la diosa madre –rememora Burckhardt- sino asimismo el que llega a presenciar sus misterios o penetrar en sus santuarios sin estar llamado a ello. Tal como pasaba con el Templo y el Arca de Adonay el Señor de los israelitas. El que tocaba el Arca o el que traspasaba la línea del Tabernáculo sin ser invitado, moría insofacto. También Dionisos se vuelve loco una vez, según el mito griego, claro está, por disposición de Hera, y atraviesa tierras y mares para escapar a su mal.
¿Puede la alegría del vino y sus fiestas ser las más brillantes, y la representación de su mito dar ocasión a la comedia y a la tragedia? ¿pueden los seres y símbolos que le pertenecen, dar los más variados motivos a las artes plásticas y a las decorativas? Sabemos que detrás se esconde siempre su espíritu inquietante, que no se reduce sólo a atribuir en el mito a sus Ménades frenéticas toda clase de atrocidades, sino que en los mismos tiempos históricos exige a veces víctimas humanas, y envía locura y enfermedades sino se le ha prestado acatamiento.
Dionisos es un dios que exige confesión y acatamiento, hecho que ningún dios griego lo exige porque se ve como algo natural. Un dios que reclama adhesión y sumisión, que responde con muerte a aquellos que no lo cumplen. “En el mito, todos los que se resisten a ese dios sufren los más terribles castigos”. Las mujeres de Argos, por ejemplo, donde Dionisos no encontró adoración, se vuelven furiosas y destrozan en el monte a sus propios hijos; también las tres Miniades son presas de una locura criminal.
En las Bacantes de Eurípides, la tragedia representaba a sus seguidoras femeninas, las ménades, tanto en estado de serenidad, como también ejerciendo un ritmo salvaje y embriagador, cometiendo en estado de éxtasis los asesinatos y las atrocidades más execrables. Así, la relación que establece con los otros dioses revela la tensión existente entre caos y orden. Pues bien, no resulta extraño que se lo relacione con Afrodita, pues el vino y el amor iban también juntos en la antigüedad.
En efecto, algunas estatuas extrañas de Artemis, de Hera y de Dionisos, están asociadas a festivales de inversión de roles. Pero también se relaciona con la diosa Artemis, que vigila las fronteras de la normalidad, y supervisa la restitución del orden después de las fiestas dionisiacas. Según la mitología griega los dioses se erigen como guardianes del orden moral y social.
Dice Apolodoro: pero cuando los hombres estuvieron instruidos y honraron a Dionisos como Dios, sacó a la madre del Hades, le dio por nombre Tione y subió con ella al cielo. Este rapto simboliza el acto principal del drama sacro en las fiestas dionisiacas. Para Dionisos su mito, su culto y su persona, son una y la misma cosa.
La Antigüedad tuvo hasta el final un trato familiar y continuo con personajes míticos; el acercamiento a éstos era mayor y tenía más carácter de presencia que el acercamiento a nuestros santos. La fuerza con que impresionaban a la muchedumbre los textos de la tragedia, que a nosotros nos resultan de difícil lectura, permite inferir que allí el lenguaje causaba un efecto directo y que ese efecto no presuponía la comprensión, sino que la creaba.
El mito ha estado dando vida a la poesía y al teatro hasta nuestros días. Acompaña como un sueño a la historia; y, “como el rocío”, es en lo más profundo de la noche cuando cae sobre la hierba. Es de suponer que los personajes míticos no han abandonado nuestras vidas, sino que siguen allí en nuestra casa en “todos los tiempos y en todos los lugares”. En épocas de transito como la nuestra podemos darnos cuenta que el simbolismo del mito se esconde detrás de los fenómenos históricos; por eso “el mito es más fuerte que la historia; ésta lo repite en variantes”. (Jünger).
Durante la conquista de América Latina, los españoles construían iglesias sobre los escombros de las Malocas o lugares de veneración e invocación de los dioses indígenas precolombinos. Así que, podemos darnos cuenta que el mito trasparece casi siempre en los cultos y rituales cristianos. El Santuario de las Lajas en Nariño-Colombia lo testifica. De ahí que en épocas de transito los hechos históricos son más débiles que la simbología mítica.
No obstante, tejemos la historia sobre los estratos fósiles que hemos dejado tras de sí; sobre los escombros de la memoria esparcida en el devenir del tiempo; de ahí que, son significativos la rememoración y el recuerdo para que el mito se ponga el vestido de lo actual. Los lenguajes digitales, la imagen pictórica, las maquinas o la velocidad, frente a eso son sólo fenómenos secundarios. Así pues, “la estructura y el significado que está por debajo de su experiencia social en su movimiento histórico”, perduran en el mito. Son débiles reflejos del espíritu que ha estado siempre ahí, presto a la invocación o, a la veneración.
Ahora bien, según la mitología de Grecia antigua, Gea, la Naturaleza y madre de Urano que representa al cielo, son los padres de los titanes. Océano, Ceo, Crío, Hiperión, Jápeto, Tea, Rea, Temis, Mnemósis, Febe, Tesis, Cronos, son los titanes. Pero también se habla que Quirón, Prometeo o Hefestos, aunque son dioses del Olimpo, se les consideran titanes. Los titanes guiados por Cronos destronaron y mutilaron a Urano. Entonces, Cronos reinó sobre la tierra y sobre los dioses; y devoraba a sus hijos para que no lo destronaran. Entonces la mitología de los titanes está reflejando en la actualidad, un débil del espíritu primordial.
¿Quiénes son los titanes? Son los señores del tiempo; se muestran directamente en el cosmos, mientras los cultos llegan y perecen. A los titanes les basta la peregrinación cósmica, el eterno retorno. Es más, padecen y mueren en el tiempo como los humanos. Lo divino sopla desde lejos –no desde lo eterno, sino desde lo intemporal-, germina y florece. Eso correspondería a la concepción de Spengler, según la cual las culturas son traídas como semillas y echan raíces en un determinado sitio para alcanzar así un despliegue más elevado, sobre todo en el arte. (Jünger).
Esto sucedió en la historia del espíritu occidental, al menguar la luz de los dioses griegos, se sustituyó por los mitos, cultos y rituales del Dios Uno y, posteriormente por los del Hijo del Hombre. Asimismo, hasta nuestros días han alcanzado un despliegue más elevado, no sólo sobre los otros dioses, sino también en la cultura, sobre todo en el arte, la música, la literatura, la arquitectura, la poesía, el teatro, el cine, etc.
En la época actual no se prevé el advenimiento de los titanes, porque están aquende el muro del tiempo, “aquí-ahora”. “Los titanes son semejantes a los dioses, pero no idénticos. También aquí, como luego en Nietzsche, se busca refugio en Dionisos”. Así, el creyente lo busca en el calor del espíritu del Dios Uno o, en su Hijo Jesucristo. Porque se intuye que, en el siglo XXI, tal como Nietzsche lo pronosticó será el tiempo de la espiritualización.
Por eso, se observan en el mundo manos tendidas hacia los cielos estrellados implorando el advenimiento de los dioses. Porque el materialismo, la codicia, la rapiña, el relativismo moral, el odio, la voluntad de poder, han hecho del hombre moderno un ser sumamente desgraciado. En la civilización actual la Gracia y el Espíritu sólo pueden retirarse a un rincón.
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