Los
códigos: Los
tormentos que hubo que sufrir Grete por culpa de su marido. “Estos son los
códigos que se estudian aquí”.
“El proceso” de Franz Kafka
El
flagelador: “Me pagan para azotar, de manera que azoto”.
Los
abogados: “Los grandes abogados […] incomparablemente más
altos […] que estos de los despreciados picapleitos”.
Fin:” ¡Como un perro!”, dijo;
fue como la si la vergüenza debiera sobrevivirlo.
Antonio
Mercado Flórez. Pensador y Ensayista.
La obra de Franz Kafka posibilita
leer e interpretar los escombros de la modernidad, en lo prehistórico de lo
actual. Tal como la alegoría contempla la existencia bajo el signo de la
disgregación y la ruina. Por tanto, el dolor, el sufrimiento, la injusticia, la
muerte, la desesperanza, son configuraciones del mito en la época moderna. Por
eso, la gravosa pesadez de la existencia –lo natural y primitivo-, siempre está
latente en la profundidad del alma. Las quiebras y deformaciones de la
modernidad, son las huellas de la Edad de Piedra.
Además, se construye en la
historia el mito del poder ciego, Total,
que se reproduce infinito así mismo. Cuando la violencia, las guerras
nacionales o internacionales, diluyen la línea que separa la vida de la muerte,
por así decir, expresa lo natural y primitivo que mora en el hombre. Estas
acciones manifiestan el Caínismo en toda
su crudeza y barbarie. Además, las fuerzas de carácter mítico se
refieren a los hombres y sus relaciones. En este ámbito se cumple la
profecía Kafkiana sobre el terror, el sufrimiento y la tortura.
En este estado de cosas, la
violencia es ejercida por individuos subalternos: soldados, suboficiales, policías,
guerrilleros, paramilitares, narcotraficantes, lumpen, delincuentes comunes, desadaptados,
escorias de la sociedad, sin escrúpulo espiritual. Como en las obras de Kafka,
la historia se hace Infierno, porque
se perdió lo salvador. En este ámbito de la vida humana el Salvador se presenta escurridizo y multiforme, como un Dios
de terror y castigo.
El mundo por ende se convierte en
Infierno y todo resquicio de la
existencia y la realidad, debe ser llenado por el Mal Absoluto. En la época actual, la esperanza y la libertad hay
que encontrarlas en el interior del individuo. No en los Sistemas ni el Estado
ni lo Colectivo, sino en lo profundo del alma y del espíritu. Theodor Adorno lo
expresó en referencia al Internamiento
y el quebrantamiento del espíritu de la cultura y la sociedad moderna: “En los
campos de concentración del fascismo se borró la línea de demarcación entre la
vida y la muerte”. Tal como ahora sucede en Colombia, Afganistán, Siria, Yemen,
México, Ucrania, etc.
En un ámbito como este creer en
el Progreso significa no creer que
haya tenido ya lugar un progreso. Se presenta con la máscara de la basura y las
ruinas de la Historia: las torturas, las desapariciones, los desplazamientos
forzados, los secuestros, las violaciones, el hambre, la violencia, las guerras,
la pobreza, las matanzas, las decapitaciones, los campos de concentración, la
xenofobia, el racismo y las diversas formas de discriminación, etc. De ahí que
el arte en la modernidad, haya tomado como material único la basura de la
realidad. El artista con las ruinas dispersas de la historia actual, no sólo ha
creado su obra, también resarce al hombre del quebrantamiento de del alma, del
cuerpo y del espíritu. Porque la estética
es la madre de la ética y posibilita al ser humano precisar la
subjetividad.
Sabemos que el ser humano no está
en el mundo para ser clasificado ni sistematizado ni cosificado ni
numerificado, sino para vivir la vida como hombre y alcanzar la categoría de
persona. Son las mediaciones artificiales –las imágenes, los lenguajes
digitales, el poder, el dinero, la moral común, la delegación de la libertad,
la inmovilidad del pensar, la ortodoxia del dogma, la negación de la
sentimentalidad, la ideología -, lo que determina la existencia del hombre
actual. Se trata de configurar la vida de acuerdo con lo establecido y que se repita
Siempre lo mismo. Que la uniformidad prime sobre la diversidad y la unicidad de
la individualidad.
Según una parábola de Kafka,
Prometeo se va identificando con la roca a la que está aherrojado, y luego es
olvidado.1 Entonces, los seres humanos son empujados a
identificarse con su miseria material, mental y espiritual. Con la degradación
de la condición humana: la vida, el nacimiento,
la pluralidad, la muerte y la mundanidad –al decir de Hannah Arendt. Como hacen
los imputados en “El Proceso”, en las relaciones que establecen con los fiscales,
los abogados, los administradores, los asistentes, los porteros y los jueces.
Es la expresión más evidente de la corrupción, el soborno, el cohecho, de la
justicia del Estado Moderno.
El poder quiere a toda costa, que
nos olvidemos de nosotros mismos, del semejante, de las necesidades
espirituales y materiales, de las relaciones humanas y el proceso productivo,
de la reproducción de la vida, del lenguaje y la escritura, la reflexión y el
análisis, la explotación y la discriminación del ser humano, y nos arrojemos
desnudos como un recién nacido en los brazos de Morfeo de la civilización actual. Esa que desea convertir al ser
humano en número o en objeto.
Así, el hombre y su memoria, el
intelecto y los sentimientos, por supuesto, la vida y la realidad, deben ser
olvidados en nombre de la economía, el mercado, las finanzas internacionales, los
lenguajes digitales, las imágenes y el Gran
Poder. De esa forma predomina en el mundo y su realidad, la cosificación y
la numerificación de la existencia. No es la alteridad ni la diversidad lo que
importa, sino lo Siempre Igual. Entonces los hombres en estado de sufrimiento,
de postración y desesperación, han de recorrer el camino que recorren las
palabras en las obras de Kafka, especialmente las metáforas, se segregan del
resto y cobran existencia propia.2
Kafka desafía a la burguesía y a
la política con la literatura. Porque la cultura y, en particular, la
literatura, es socialmente sospechosa y políticamente se considera un lujo, o, un
capricho de selectas minorías. En la civilización moderna existe un desdén por
la cultura. Porque la cultura es contrapoder. Cuanto más instruida es la
sociedad, más aumenta la capacidad de análisis y de crítica e intelectiva de
poner en tela de juicio los dislates del poder.
De ahí que la civilización actual
tiene con el progreso, el poder, el capital financiero, las transnacionales,
las imágenes y los lenguajes digitales, una ligazón más íntima que la que posee
con la cultura. Como expresa Ernst Jünger: “Aquélla es capaz de hablar en las
grandes urbes su lenguaje natural y sabe manejar medios y conceptos a los que
la cultura se enfrenta sin tener ninguna relación con ellos e incluso de manera
hostil”.
La obra Kafka describe y critica
la vida del hombre actual. Porque hoy en día, el ser humano ya solo se adapta a
lo establecido. Es el hombre funcional, como lo llama Imre Kertész, en “Diario de la galera”. Dice que las
formas e instituciones de la estructura moderna de la vida, entre las cuales la
vida del hombre funcional como en un alambique perfectamente aislado. El hombre
funcional es un hombre alienado, pero, aun así, no es el héroe de la época: el
hombre alienado, el hombre funcional eligió, pero su elección consiste
básicamente en una renuncia. ¿A qué? A la realidad, a la existencia.3
Este hombre renuncia a la
verdadera vida y soberana aparece la existencia que atañe a una
pseudorrealidad; como en Kafka la vida de los hombrecitos menores, una vida que
sustituye a la Vida. Además, la Ley no responde a las necesidades materiales y
psicológicas de la sociedad, sino que “viene impuesta por la necesidad de
equilibrio del sistema social –siempre absurdo desde el punto de vista del
individuo”.
Tampoco debe olvidarse que al
principio de “El Castillo” K. pregunta: “¿En qué
castillo me he extraviado? ¿Es esto un castillo? Según la parábola de Kafka, en
el mundo moderno no sólo se olvida al nombre, sino a la persona misma. La
iluminación de Kafka consiste en recordarnos no perder la memoria y el
recuerdo, porque allí como en un baúl antiguo están los ripios del pasado, lo
primitivo, la tradición y las ruinas del presente. Ahora, ¿se ha convertido el
mundo y la sociedad en una gran cárcel? “El principio de literalidad,
seguramente recuerdo de la exegesis de la Torá en la tradición
judaica, encuentra apoyo y confirmación en muchos textos de Kafka”.
Así, lo que importa en la obra de
Kafka son las palabras que van encajando una por una hasta formar una parábola
o una metáfora, sobre la realidad. Ellas están en movimiento y en esta
dialéctica adquieren perdurabilidad más allá del tiempo. Las palabras rompen
los barrotes de la gran cárcel en la que se ha convertido el mundo actual. No
son los conceptos lo que importa a Kafka, sino la vivacidad de las palabras
para que den cuenta del mundo que se deshace como hongos podridos en la boca.
De ahí que su obra sea
discontinua, fragmentaria, porque los fragmentos de los fenómenos, las ruinas y
la basura de la historia y la realidad, sólo las puede utilizar en las metáforas
que forman las palabras. “El principio de literalidad, sin cuya medida lo multifocal
se desdibujaría en indiferente, prohíbe seguir el frecuentísimo intento de unir
en las concepciones de Kafka profundidad con arbitrariedad”.4
Además, “los gestos son los
restos de las experiencias recubiertas por el significar. El último estadio de
una lengua que se cuaja en la boca de los que hablan; la segunda confusión
babilónica, a la que por lo demás se resiste incansablemente la intimidada
dicción de Kafka, le obliga a invertir especularmente histórica concepto-gesto.
El gesto es el “así es”; la lengua, cuya configuración debe ser la verdad, es,
como rota, la no verdad”. A las experiencias sedimentadas en los gestos seguirá
la interpretación, la cual tendrá que reconocer en su mimesis una generalidad
desplazada por el sano sentido común”.5
En y a través de las palabras,
Kafka “produce arte tomando como material la basura de la realidad”. Eso que
Walter Benjamín llama escombros de la cultura. Asimismo, describe los más
sutiles procesos psicológicos del ser humano, que se anteponen a una especie
nueva de relato exacto, objetivo. “Kafka no esboza directamente la imagen de la
sociedad naciente – pues, como en todo gran arte, también en el suyo domina la
ascesis sobre el futuro -, sino que la monta con productos de desechos
separados de la sociedad muriente por lo nuevo que se forma. En vez de sanar la
neurosis, Kafka busca en ella misma la fuerza salvadora, que es la del
conocimiento: las heridas que la sociedad infiere al individuo son leídas por
éste como cifras de la no-verdad social, como negativo de la verdad. Su
potencia es potencia en descomposición.
Así que, Kafka arranca la fachada
conciliatoria que recubre la desmesura del sufrimiento, cada vez más sometido a
los controles racionales. En la descomposición que desmantela –esta palabra no
fue jamás tan popular como en el año de la muerte de Kafka– el artista no se
queda, como la psicología, junto al sujeto, sino que, sin detenerse, penetra
hasta lo material, hasta lo meramente existente que se ofrece sobre el fondo
subjetivo en la irrefrenada caída de la consciencia que cede, perdida toda
autoafirmación”.6
Por tanto, la imagen de la
sociedad del futuro de Kafka, se monta desde los escombros y desechos, que deja
a la vera del camino. Desechos materiales y humanos, configurando un nuevo
despertar desde el conocimiento. Por eso, lee e interpreta las heridas que la
sociedad infiere al individuo, como no-verdad, negativo de la realidad. Como en
Sigmund Freud, la psicosis del individuo no manifiesta su rostro verdadero,
sino, de soslayo, fugaz y enmascarado, por el inconsciente. Son los materiales
en descomposición, disgregados, en ruinas, los que posibilitan el futuro del
individuo y la sociedad. Ya empiezan a escucharse en las grietas de Leviatán y los oscuros laberintos del Gran Poder, los lamentos y sufrimientos,
de los afligidos y excluidos de la sociedad.
Freud se vale de los actos
fallidos, los sueños, los síntomas neuróticos, y a partir de ellos hace que el
individuo llegue hasta el quebrantamiento de la subjetividad y desvele su verdadero
rostro. “La huida a través del hombre hasta lo no-humano es la trayectoria
épica de Kafka”. Los fragmentos del Mal, el carácter simbólico del Mal en la
sociedad, Kafka se vale de ellos en su naturaleza descarnada para configurar la
esperanza del hombre. Pero, en opinión de Benjamín, la teoría de la alegoría no
puede darse por satisfecha con la consideración del tesoro lúgubre de la muerte
o del infierno asociado a las visiones por las que las cosas se convierten en
ruinas. También debe tomar en cuenta la perspectiva de su vuelco a la
salvación.7
Rescatar al hombre de carne y
hueso de la soledad, del miedo, de la apatía existencial, protegerlo del dolor,
del olvido, del desamparo, aún de aquellos con los que convive. Es un deber ético de la sociedad. “Aquello
sobre lo cual se levanta la individuación, aquello que ella recubre y da de sí,
es común a todos, pero no puede apresarse sino en el abandono y en el
hundimiento que no miran en torno de sí mismo”.8
En el Mundo Moderno donde lo
colectivo prevalece sobre la individualidad, la individuación se hace tan
difícil, tosca, por los grilletes del poder. “Y tan oscilante ha sido para ella
hasta el día de hoy, que sienten mortal terror cuando se le levanta un ángulo a
su velo”. Es tan cómodo para el individuo perderse en lo colectivo, que aún, en
el terror y el dolor más obsceno, prefiere lo Siempre Igual. Les produce horror tener que obedecer a su interior,
a sí mismo, y optan por delegar la libertad. “Ese malestar es en Kafka pánico.
Hay al mismo tiempo copias de todo, hombres producidos en cadena sin fin,
ejemplares mecánicamente reproducidos, épsilons de Huxley”.
Así pues, “el origen social del
individuo se descubre al final como poder de destrucción. La obra de Kafka es
el intento de absorber ésta”.9 Se trata de resistir, forzar la
vida hasta el último hálito a la resistencia exterior, colectiva. La
monotonía de lo cotidiano lleva en su naturaleza el malestar de lo pánico
y la disolución de la individualidad.
“El horror, que antes vibraba
invisible en la palabra, rodea ahora como un vapor, como una emanación,
visible, al dueño de casa. La técnica literaria que se fija a las palabras por
vía de asociación, como la de Proust al involuntario recuerdo sensible, produce
su contrario: en lugar de la reflexión sobre el hombre y su recuerdo, la prueba
por ejemplo de deshumanización. Su precisión impone a los sujetos una
involución casi biológica, del tipo de la preparada por las parábolas animales
de Kafka”.
En el mundo de Kafka: El hombre se da cuenta que no es un ser
humano, sino cosa. Una cosa entre las cosas. Una cosa en un hangar de reservas,
que en cualquier momento es usada y desecha.
Y, la cadena de producción, de
circulación y consumo, el tejido de relaciones alienadas, se convierte en cosa
consumible, triturado por el Sistema. Se trata de desgarrar el caparazón de
Chinche, para que soberana libere la antigua, natural y primitiva, libertad.
Así, el mundo imaginativo de Kafka es reacción al poder ilimitado. Un poder que
se cristaliza en la norma, las costumbres y el sufrimiento. Benjamín llamó parasitario
a ese poder, el de los coléricos patriarcas: consume la vida sobre las que
pesa. Kafka pone bajo la lupa los indicios de porquería que dejan los dedos del
poder en la edición de lujo del libro de la vida.10
Kafka sabía que la vida es el
misterio de todo ser humano: es tan admirable que siempre se la puede amar. La
pasión necesita gritos, el amor mismo se complace con las palabras, pero la
simpatía puede ser silenciosa. La he sentido no sólo en minutos de gratitud y
de paz, sino hacia seres a los que no asocio a ninguna idea de placer. No puede
ser violentada, porque es la extensión del Verbo
Divino, en la tierra de los hombres. Kafka lo sabía, que nada es más atroz
y espeluznante para el ser humano, que la cuadriculación del mundo. Porque todo
se cierra a su alrededor, las puertas y ventanas, los pasillos, los umbrales
donde se contempla, se cierran herméticamente para que nadie pueda escapar a su
condena y su lógica.
“Pues ningún mundo podría ser tan
unitario como el mundo paralizador que condensa en totalidad gracias al miedo
del pequeño burgués, mundo lógicamente cerrado por los cuatro costados y tan
desprovisto de sentido como cualquier sistema. Las laberínticas descripciones
de Kafka dependen unas de otras como ocurre a las mitologías. Pero lo interior,
abstruso y buscado es tan esencial a su continuo como la corrupción y la
asocialidad criminal son esenciales al dominio totalitario, o como el amor a la
porquería lo es al culto de la higiene”.11
Por tanto, “los sistemas de
pensamiento y de política no desean nada que no sea igual que ellos; pero
cuanto más se robustecen, cuanto más unifican el nombre de lo que existe, tanto
más lo oprimen y tanto más se alejan de ello. Por eso les resulta insoportable
la menor “desviación”, como amenaza al principio entero, como a las potencias y
a los poderes los extraños y solitarios en la obra de Kafka. Integración es
desintegración, y en ella el lazo mítico coincide con la racionalidad
del dominio.
El llamado problema de la
causalidad o del azar, tortura de los sistemas filosóficos, es producido por
ellos mismos: por la propia inexorabilidad de los sistemas, todo lo que se
cuela por las mallas de sus redes se les convierte en mortal enemigo, como le
ocurre a la reina mítica de los cuentos que no puede vivir tranquila mientras
siga viviendo en las montañas la niña más hermosa que ella”.12
En cuanto a la imagen del padre, Benjamín
en su ensayo sobre Kafka, establece dos figuras en las que polariza su
escritura: la del padre que castiga remitiendo incansablemente al hijo a “una
especie de pecado original” y las extrañas criaturas que constituyen un “pequeño
mundo intermedio, a la vez inacabado y cotidiano, a la vez consolador e inepto”.13
Un mundo que ofrece esperanza,
pero una esperanza diluida en la basura de lo actual. Una espera que no logra
llenar el vacío del interior del individuo, por eso recurre a las
satisfacciones que ofrece la civilización contemporánea: fugaces y sin-sentido.
El mundo visto desde la óptica de Kafka se convierte en absurdo e
ininteligible, y para poder encontrar un sentido a la existencia, hay que
desgarrar el forro de los fenómenos para que revele un resquicio de luz en
medio de la oscuridad del mundo actual.
Aquí la frase trasmitida por Kafka
a Max Brod, cobra vigencia: “bastante esperanza, una cantidad infinita de esperanza
–pero no para nosotros”. Existe esperanza prosigue, pero, para Dios – una
infinitud de esperanza– pero no para nosotros. A partir de la cosmogonía de
Kafka, la tensión entre el padre castigador y las pequeñas criaturas, Benjamín
estructura “la visión de un mundo de lo alto que se ha vuelto ininteligible o
absurdo”.14
Un mundo que ejerce el poder
sobre las pequeñas criaturas, es “un poder privado de sentido”. “Pero surge
bajo la pluma de Benjamín –expresa Pierre Bouretz- inmediatamente asociada al
mundo de los funcionarios y a las atmósferas de embotamiento, degradación y
mugre. Que la obra de Kafka gire en torno a la “inmemorial relación del padre
con el hijo”, el primero es por excelencia “el que castiga” y por añadidura no
se conforma con consumir la fuerza del hijo, sino que lo priva de “su derecho a
existir”, todo ello no ofrece duda alguna a Benjamín”.15
En el texto Historia y Coleccionismo: Eduard Fuchs, la reflexión de Benjamín se
orienta también a la cosificación de la existencia y al aparato de burocracias
administrativas: “La cosificación no sólo hace opaca las relaciones entre los
hombres; sino que además envuelve en niebla a los sujetos reales de dichas
relaciones. Entre los que detentan el poder en la vida económica y los
explotados se desliza todo un aparato de burocracias administrativas y
jurídicas, cuyos miembros no son capaces de desempeñar funciones en cuanto
sujetos morales plenamente responsables; su consciencia de la responsabilidad
no es otra cosa que la expresión inconsciente de ese encanijamiento”.16
“El padre que castiga”, que
consume la fuerza del hijo y también lo priva de “su derecho a existir”, Kafka
lo ilustra simbólicamente así: “El pecado original, esa vieja injusticia
cometida por el hombre, consiste en el reproche que el hombre hace y al que no
renuncia”. “Lo propio de esa justicia, supone K., es que uno no sólo es condenado
inocente, sino ignorante”. Benjamín está sin duda atraído por la perspectiva de
una lectura de Kafka –dice Pierre Bouretz- a través de las categorías de la
tradición judía a la que le invitaba Scholem, pero parece aún más impulsado por
el deseo de refutar lo que llama el “modelo teológico”.17
Leer e interpretar la obra de
Kafka, significa, desandar lo andado, sondear el espíritu del judaísmo en la Tradición, las palabras y la
interpretación de la Toráh, en las diferentes configuraciones
del tiempo. De otra parte, Willy Hass, estructura el universo de Kafka en dos
niveles superpuestos: “El universo Kafkiano se despliega alrededor de la
oposición entre un dominio de la potencia superior entendida como sede de la
Gracia (El castillo) y un universo de las potencias inferiores del
juicio o la condena (El proceso); su horizonte se vincula a la idea
según la cual el hombre siempre es culpable ante Dios, cuya misericordia en
todo caso no puede forzar”.18
“En cuanto a las figuras de
éstas, se vincula a una doble certeza: los relatos de Kafka se reclaman de las
potencias de un “mundo primitivo” que también es el mundo actual; pero su autor
no ha encontrado su camino entre ellas”.19 En cualquier caso,
Benjamín en el “Libro de los Pasajes”, dice: “Del mismo modo que Giedion
nos enseña a leer las características principales de la edificación actual en
construcciones de 1850, queremos leer en la vida y en las formas perdidas y
aparentemente segundarias de aquella época, la vida y las formas de hoy”.20
Freud también percibe el “mundo
primitivo” en las potencias libidinosas, naturales y primitivas, del alma
humana. Potencias de horror, sangre y muerte, en la vida del hombre. Los mitos
y leyendas de los pueblos no son otra cosa que sueños y deseos “descargados” de
su tiempo primitivo. Todo lo que la humanidad ha rechazado siempre como
barbarie -dice Stefan Zweig-, sed de sangre, incesto y violación, aquellos
lúgubres extravíos de los tiempos salvajes, todo esto se estremece en deseo una
vez más en la infancia, ese período prehistórico del alma humana: cada
individuo debe repetir simbólicamente en su desarrollo ético toda la historia
cultural de la humanidad.21
Piensa Benjamín que ninguna
parábola de Kafka es más significativa que la de Odradek, el pequeño carrete de
hilo y viejos tejidos de apariencia rasgada, pero que parece capaz de
mantenerse en pie como sobre patas.22 “La forma que adoptan las
cosas caídas en el olvido. Están deformadas”. En Benjamín la literatura de
Kafka expresa una dualidad: “Por un lado, existe un elemento de esperanza, como
la espera de un aplazamiento del procedimiento que representa la única salida
posible para el acusado de El proceso: Pero, al punto, es el
predominio de la oscuridad lo que sin tregua oscurece las alegorías. A fin de
cuentas, ese último motivo es el que Benjamín ve triunfar”.23
En Kafka todo lo que el hombre
hace en el mundo, está abocado al fracaso. Ya que, en la vida del ser humano,
casi siempre, prima su parte oscura y no la luz del espíritu y del
entendimiento. Como lo expresa el Gran
Inquisidor en Dostoievski: “El hombre está en presencia de un misterio
insondable que le prohíbe predicar la libertad o el amor, imponiéndole, por el
contrario, someterse sin más a un secreto o enigma que no puede evitar”. Ahora,
¿tiene sentido el mundo o la vida para Kafka? No, porque el hombre está
sometido a la Ley. Ésta cohíbe, limita la voluntad y cualquier posibilidad de
escapar, es inimaginable. Así que, el hombre en el mundo está en una cárcel,
que Kafka simboliza en las parábolas de El proceso. Un desdichado
que tiene que romper la red de hierro, fría, oscura del mundo, con la luz de la
esperanza, con la espera que reposa dentro de sí.
En Diario, 25 de septiembre
de 1917, Kafka dice: “Pero la dicha sólo podré alcanzarla si logro elevar el
mundo para hacerlo entrar en lo verdadero, puro e inmutable”. Como afirma
Simone Weil: “En todos los problemas desgarradores de la existencia humana, la
única elección posible es la que debe optar entre el bien sobrenatural y el mal.
Solo lo que viene del cielo es susceptible de imprimir realmente una marca
sobre la tierra. La verdad, la justicia, la compasión son un bien siempre y en
todas partes. La desdicha dispone al alma a recibir con avidez, a beber todo lo
que procede de allí”.
En la misma tendencia Ernst Jünger,
expresó: Es necesario “la ordenación de las cosas visibles de acuerdo con su
rango invisible. Toda obra y toda sociedad deberían estar estructuradas según
ese principio”. De ahí que Benjamín también lo confirma: “Los fragmentos
Kafkianos no se integran del todo en las formas de la prosa occidental y se
relacionan con la doctrina como la Haggadah con la Halakah”.
O, en otras palabras: “La Ley de la tierra es la Ley”.
En Benjamín se trata de
comprender la figura de Odradek, en la obra de Kafka, y su relación con la del “jorobadito”:
“Ese hombrecillo es el habitante de la vida deformada y desaparecerá con la
llegada del Mesías, de la que un gran rabino dijo que no cambiaría el mundo a
la fuerza, sino que sólo pondría las cosas un poquito en orden”. En este orden,
la experiencia de Kafka se ubica en dos perspectivas: de una parte, la mística,
tiene que ver con la Tradición; de
otra, la experiencia del hombre en la gran ciudad moderna. En ésta, el hombre
ha olvidado la escritura y la exégesis; a la vez es la experiencia que tiende a
la cosificación y objetivación de la existencia.
Así que, la relación que
establece Kafka con la mística judía se percibe en el simbolismo y las
parábolas de sus obras. Por estar la Torah preñada de
significaciones innumerables, lo planteado por el universo Kafkiano de una Tradición que se ha vuelto
intransmisible es la posibilidad de preservar lo que compensaba la
desesperación de la mayor parte de los místicos del Nombre, “la creencia en el lenguaje concebido como un absoluto, por
desgarrado que esté por la dialéctica, la fe en un misterio que puede oírse en
el lenguaje”.24
“Kafka –dijo Benjamín- estaba a
la escucha de la tradición y quien escucha esforzadamente no ve. Kafka vive en
un mundo complementario. (En ello está emparentado con Paul Klee,
cuya obra se alza tan esencialmente aislada como la de Kafka en la literatura).
Lo que se quiere atrapar al vuelo no es algo determinado por el oído. La obra
Kafkiana expone una enfermedad de la tradición. En ocasiones se ha querido
definir la sabiduría como el lado épico de la verdad. Con ello queda la
sabiduría caracterizada como un bien tradicional; es entonces la verdad en su
consistencia. Esa consistencia de la verdad es la que se ha perdido”.25
Para Benjamín, Kafka percibe que
el mundo moderno se atiene a la verdad; pero, renuncia a su transmisibilidad. Y
además da la espalda al filón del espíritu judío, en nombre de la ciencia, la
técnica y la razón. Kafka, por así decir: “Abandona la verdad para atenerse a
su transmisibilidad, a su elemento hagádico”.
De ahí que Kafka no habla de
sabiduría –le escribe Benjamín a Scholem- Sólo se queda con los productos
de su ruina. Y estos son dos: el rumor de las cosas verdaderas (trata de lo
desacreditado y obsoleto); el otro producto de esta diástasis es la locura, que,
si ha malgastado por completo el valor propio de la sabiduría, ha conservado en
cambio el garbo y la tranquilidad que por todos lados se le escapa al rumor.26
Si para Kafka, la locura es el
signo de sus personajes; para Thomas Mann la enfermedad es el estado donde el
hombre alcanza la creatividad estética; en Kafka renuncian a la verdad y a la
sabiduría. Por eso dice Benjamín que “la obra de Kafka es profética”. No le
queda otro remedio que responder con asombro, en el cual, desde luego, se
mezcla un terror pánico, a esas dislocaciones, casi incomprensibles de la
existencia”.27
Así pues, “todo lo que describe
enuncia otra cosa”. Kafka se vale del mundo talmúdico y la Tradición, para dar una descripción del mundo actual. “El hombre
actual –dice Benjamín- vive en su cuerpo como K. en la aldea al pie de la
montaña del castillo: como un extraño, como un paria que nada sabe de sus leyes
que unen a ese cuerpo con otros órdenes superiores”. Estar encerrado dentro de
sí, escondido en los bajos fondos y en las madrigueras, le parece al Kafka “lo
adecuado para sus miembros de su generación, aislados, desconocedores de la
ley, y para su mundo entorno”.
Sin embargo, el mundo del que
habla Kafka, es viejo, arrugado, corrompido, degradante, vivido en demasía,
polvoriento. “Pero no sólo en las figuras femeninas –expresa Benjamín-, que
todas viven en una promiscuidad sin barreras, podemos palpar la depravación de
ese mundo”. Sino también en un mundo deshilachado, roto y arrugado,
desvergonzado, tanto para los de arriba como para los de abajo. En él no hay esperanza,
sólo miedo, terror y olvido.
En el Estado Moderno percibimos
que “ambos mundos son un laberinto medio oscuro, polvoriento, estrecho, mal
airado, de cancillerías, despachos, salas de espera, con una jerarquía
imprevisibles de empleados pequeños y grandes y enteramente inasequibles,
empleados inferiores, conserjes, abogados, auxiliares, botones, que
externamente hacen el efecto de una ridícula y absurda parodia burocrática”. Es
un mundo sin ley, tanto para los superiores y los inferiores; donde se cuela la
solidaridad “sólo en único sentimiento, el miedo. Un miedo que no es reacción
sino órgano”.
Sabemos entonces que, en el Mundo
Moderno, es, del miedo de lo que vive el Gran
Poder. Como expresó Jünger: “El miedo es uno de los síntomas de
nuestro tiempo. En la época actual el miedo y el automatismo van de
la mano, el hombre coarta sus decisiones en beneficio de las facilidades
técnicas”.28 También respecto a Kafka, insiste Benjamín, “el
miedo es a la par y por partes iguales miedo ante lo muy antiguo, ante lo
inmemorial, y miedo ante lo más próximo, ante lo que está surgiendo. Para
decirlo en una frase: miedo ante la culpa desconocida y su expiación, cuya
única, imperiosa bendición es que se dé a conocer la culpa”.29 Entonces,
“la dislocación más precisa, tan característica para el mundo de Kafka, procede
que en él lo nuevo, grande y liberado se representa tras la figura de la
expiación”.30
Sabemos que, en el mundo actual,
no sólo es “el gran mecanismo político lo único que lleva a sentir ese miedo. Hay
además una cantidad de miedos particulares”.31 Pero también el
miedo mítico de la culpa y la expiación, son síntomas de la
dislocación e indicadores de la catástrofe. “Por eso Willy Hass ha
descifrado con toda razón como olvido la culpa desconocida que conjura el
proceso contra Joseph K. “.
Pregunta Jünger, ¿es posible
liberar del miedo al ser humano? Tal cosa es mucho más importante que
proporcionarle armas o que proveerle de medicamentos. El poder y la salud están
en quién no siente miedo. Por otro lado, el miedo pone cerco también a quienes
van armados hasta los dientes –es precisamente a ellos a quienes pone cerco.32 De
hecho el mundo actual es el del terror, el sufrimiento, el dolor, el olvido, la
desesperanza, la culpa, la expiación y en la obra de Kafka, es lo
característico.
De este mundo rebajado, deformado,
arrugado, lleno de escombros humanos y materiales, Benjamín dice con la
antorcha de la palabra en la mano: “La creación literaria de Kafka rebosa de
configuraciones del olvido –mudas suplicas de que por fin llegue a
ocurrírsenos. Pensemos en el “cuidado del padre de familia”, en la extraña
madeja parlante Odradek, de la que nadie sabe lo que es, o en el escarabajo, el
héroe de Metamorfosis, del que sabemos muy requetebién lo que era,
un hombre, o en el “cruce”, el animal que es mitad felino, mitad cordero, para
el cual el cuchillo del matarife tal vez fuera una redención”.33
Simbólicamente hablando la
redención del sufrimiento y la culpa, que es la de todos y cada uno de
nosotros, se representa en las obras de Kafka. De lo que aquí se trata no es de
relaciones numéricas, sino de la objetivación y del interior del ser humano; de
la esperanza y la salvación de poderes míticos y de los espejismos actuales.
Esto lo confirmó Jünger:
“Es posible dar al ritmo superior de la historia la interpretación
siguiente: el ser humano se redescubre a sí mismo periódicamente. Pero desde
los tiempos más remotos viene repitiéndose una y otra vez el mismo espectáculo:
el hombre se quita la máscara y a ese acto sigue la jovialidad, la cual es el
reflejo luminoso de la libertad.
Bibliografía
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30. Ib.
31. Jünger. Ib. p. 66.
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33. Benjamín. Ib.
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