lunes, 23 de enero de 2023

¿QUÉ SE CONSIDERA LENGUAJE?


 

 Antonio Mercado Flórez. Filósofo y Ensayista.

 

 Walter Benjamín se pregunta en Sobre el lenguaje en cuanto tal y sobre la lengua del hombre, ¿Qué se considera lenguaje? A “toda expresión que sea una comunicación de contenidos espirituales”. La lengua, en particular, “es la expresión inmediata de todo cuanto en ella se nos comunica”. El ser espiritual es lo que las cosas comunican, es decir, sus contenidos espirituales. “Esto nos deja claro que el ser espiritual que se comunica en el lenguaje no es el lenguaje mismo, sino algo a distinguir respecto de él […] La idea de que el ser espiritual de una cosa consiste en su lenguaje es el gran abismo en el que toda teoría del lenguaje amenaza caer, y la tarea de la teoría del lenguaje consiste en mantenerse sobre él suspendida”.

Para Benjamín la “distinción entre el ser espiritual y el ser lingüístico a través del cual aquel se comunica es la distinción primordial en una teoría del lenguaje”. Entonces, ¿qué comunica el ser espiritual? Contenidos espirituales; o, en otros términos, la lengua espiritual que le corresponde. Lo crucial es saber que este ser espiritual se comunica sin duda en el lenguaje y no mediante el lenguaje”. O, en otras palabras, el ser espiritual se comunica en la esencia del lenguaje y no mediante el lenguaje.

 A todo ser espiritual le es inherente su lenguaje, no es algo exterior a él. “Que el ser espiritual se comunique en una lengua y no mediante la lengua, visto desde el exterior el ser espiritual no es igual al ser lingüístico. El ser espiritual es tan solo idéntico al lingüístico, en la medida que es comunicable. Lo que en un ser espiritual es comunicable es su ser lingüístico”. El ser espiritual está contenido en el lingüístico, por eso es comunicable.

 Ahora bien, “el lenguaje comunica el ser lingüístico propio de cada cosa, mientras que su ser espiritual solo lo comunica en la medida en que está inmediatamente contenido en el ser lingüístico”. Así que el ser espiritual comunica sus contenidos espirituales, porque hace parte del ser lingüístico.

 Por tanto, “el lenguaje comunica el ser lingüístico de las cosas”. Ahora, “¿qué comunica el lenguaje? “Cada lenguaje se comunica a sí mismo”. El lenguaje de la justicia, la poesía, la arquitectura, la pintura, se comunica a sí mismo. Porque es algo inherente y no exterior a él. Ahora bien, “el ser lingüístico de las cosas es su lenguaje”. Esto quiere decir que, “lo que es comunicable en un ser espiritual es su lenguaje. El lenguaje de un ser espiritual es inmediatamente lo que en él es comunicable. Todo lenguaje se comunica a sí mismo”. Además, “todo lenguaje se comunica en sí mismo”, porque “dado que él es, el medio de la comunicación”.

 De este modo, “lo medial, que es la inmediatez de toda comunicación espiritual, es el problema fundamental de la teoría del lenguaje”. Lo medial significa inmediatamente de toda comunicación espiritual. Entonces, “el problema primigenio del lenguaje es su magia”. Y esto “remite a otra cosa: a su infinitud”. Y es que, “mediante el lenguaje no se comunica nada”, entonces “lo que se comunica en el lenguaje no puede ser medido o limitado a partir de fuera, por lo que todo lenguaje posee su única e inconmensurable infinitud”.

  El problema fundamental del lenguaje es su magia, es decir, su infinitud.

 Ahora bien, “el ser lingüístico del hombre es su lenguaje”. Así “el hombre comunica su propio ser espiritual, y lo comunica en su lenguaje. Pero el hombre habla en palabras”. Entonces, ¿cómo comunica el hombre su ser espiritual? “Al darle nombre a las cosas”. Es en el nombre donde el hombre derrama su espíritu y le impregna de su hálito. El lenguaje humano es un lenguaje denominador: dador de nombre.

   El ser lingüístico del hombre consiste en que éste da nombre a las cosas.

 Pues bien, “¿para qué da nombre el hombre? ¿a quién se comunica el ser humano? ¿a quién se comunican la lámpara, la montaña, o el zorro?”. Por supuesto, “al ser humano”. “El hombre, en efecto, les da nombre, él se comunica al darles nombre”. El ser lingüístico del hombre se comunica con la naturaleza animada e inanimada, al nombrarlas.

 Benjamín se pregunta, ¿a quién se comunica? El hombre se comunica a otro hombre; y “el ser humano comunica una cosa a otras personas” mediante la palabra. Esta según Benjamín es la concepción burguesa del lenguaje. “De acuerdo con ella, el instrumento de la comunicación es la palabra; su objeto es la cosa; su destinatario es un ser humano”. En la otra concepción del lenguaje, no se conoce instrumento, objeto, ni destinatario.

      En el nombre el ser espiritual del ser humano se comunica a Dios”.

 Para Benjamín “el nombre es la esencia más interior del lenguaje. El nombre es aquello mediante lo cual nada más se comunica, y en lo cual el lenguaje absolutamente se comunica a sí mismo. El ser espiritual que se comunica en el nombre es pues el lenguaje”. El lenguaje se comunica a sí mismo en el nombre; con el lenguaje que nombra, el ser espiritual del hombre se comunica a Dios. El nombre es la impronta de Dios a través del ser espiritual del hombre.

 Por tanto, “el nombre, en cuanto patrimonio del lenguaje humano, garantiza que el lenguaje en cuanto tal es el ser espiritual del hombre”. Aquí se produce el punto de inflexión del lenguaje humano respecto al lenguaje de las cosas. Esto aclara que el hombre no se comunica mediante el lenguaje, sino en el lenguaje. O, en otros términos, inmediatamente o infinitamente en el lenguaje.

 Así el nombre garantiza que el lenguaje, el ser espiritual del hombre se comunique a sí mismo. Por tanto, de los seres espirituales no todos se comunican completamente, solo lo puede hacer el hombre. Porque el ser espiritual de las cosas es incompleto, ya que le falta la “voz”. De ahí que, si el ser espiritual del hombre es el lenguaje, no se puede comunicar mediante algo exterior a él, sino en la naturaleza que lo constituye; y esta no es otra, que el ser espiritual que es lenguaje.

 Benjamín dice al respecto: “El núcleo de esta totalidad intensiva del lenguaje, en tanto que ser espiritual del hombre, es justamente el nombre. El hombre es el que da nombre; esto nos permite comprender que desde él habla el lenguaje puro”. Si toda la naturaleza se comunica en el lenguaje, “el hombre” se convierte en “el señor de la naturaleza, y por eso puede dar nombre a las cosas”. Empero, el hombre conoce las cosas, lo que éstas son, en el nombre. El ser lingüístico de las cosas, las conoce el hombre, en el nombre.

 Así pues, “la Creación de Dios queda completa al recibir las cosas su nombre del hombre, desde el cual, en el nombre sólo habla el lenguaje”. El nombre entonces es el “lenguaje del lenguaje”, y “en este sentido el ser humano habla en el nombre, es también el habla del lenguaje, su único hablante”. El hombre como ser hablante, según la Biblia, es el que da nombre: “todos los seres vivos llevarían el nombre que el hombre les diera”.

 El nombre devela la ley esencial del lenguaje, ésta contiene que hablar de uno mismo y hacerlo de los demás, es lo mismo. El lenguaje, y en él un ser espiritual, se expresa puramente donde habla en el nombre, en la denominación universal. En otros términos, el lenguaje se expresa puramente en el nombre, esto es, en la denominación universal. En su defecto, “sólo el ser humano tiene el lenguaje perfecto de acuerdo con la universalidad y la intensidad”. Así que, la total intensidad del lenguaje culmina en el ser espiritual absolutamente comunicable; que, a la vez, es universal. Es decir, el lenguaje perfecto se expresa en su universalidad e intensidad.

 Según Benjamín el lenguaje es el ser espiritual de las cosas y, según la teoría del lenguaje, el ser espiritual es idéntico al lingüístico. En efecto, “el ser lingüístico de las cosas es idéntico a su ser espiritual en la medida en que éste es comunicable”. De este modo, “no hay pues contenido del lenguaje; en efecto, en cuanto comunicación, el lenguaje comunica un ser espiritual, una comunicabilidad en cuanto tal”. En este orden, el lenguaje de nombres que es el del ser humano, comunica un ser espiritual, también en el lenguaje de las cosas, se comunica un ser espiritual. Así, el ser espiritual del hombre y el ser espiritual de las cosas, son seres lingüísticos.

 “La equiparación del ser espiritual con el ser lingüístico es tan relevante metafísicamente para la teoría del lenguaje porque se relaciona con la filosofía de la religión”. Por tanto, “cuanto más profundo (o más real y existente) venga a ser el espíritu, tanto más decible y dicho es”. De ahí que la relación entre espíritu y lenguaje, nos aclare que “lo más dicho es al tiempo lo puramente espiritual.

 Benjamín piensa que sólo el ser espiritual supremo, tal como aparece en la religión, que reposa puramente sobre el hombre y sobre el lenguaje que hay en él, se diferencia del lenguaje del arte, ya que reposa sobre el espíritu lingüístico cosificado. Como dijo Johann Hamann: “La lengua, madre de la razón, y de revelación, su alfa y omega”. En consecuencia, “los lenguajes propios de las cosas son imperfectos, mudos. Y es que a las cosas les está negado el principio formal lingüístico puro, a saber: el sonido”.

Pero esto no niega que las cosas tengan su magia y que se comuniquen mutuamente en una comunidad inmediata e infinita; porque también existe la magia de la materia. Ello la diferencia del lenguaje humano, que “su mágica comunidad con las cosas es una comunidad inmaterial, puramente espiritual; y el símbolo de ello es el sonido”. Este acto simbólico remite inexorablemente a lo manifestado en la Biblia, que Dios insuflo al hombre el hálito: que es al mismo tiempo vida, y espíritu, y lenguaje”.

 Preguntamos, “¿qué se desprende del texto bíblico en relación con la naturaleza del lenguaje? La Biblia expresa que el lenguaje es realidad última, inexplicable y mística, solamente accesible en su despliegue”. En la segunda historia de la Creación la Biblia expresa que el hombre fue hecho a partir de la tierra. Esta segunda historia de la Creación nos dice que el hombre no fue creado a partir de la palabra (“dijo Dios”, y sucedió). Sino que al hombre Dios le concede el don del lenguaje, con lo cual se eleva por encima de la naturaleza.

 Este acto confirma “la especial conexión establecida entre el ser humano y el lenguaje a partir del acto de creación”. Benjamín nos dice que según el Génesis el acto de la creación de la naturaleza expresa lo siguiente: “Que exista […]; Él hizo (creo); Él llamó”. Y, continúa diciendo: “En algunos actos de creación (I: 3 y 14) figura solamente ese “Que exista […]” y “Él llamó”, al comienzo y al fin de cada acto, va apareciendo cada vez más la profunda y clara relación del acto creador con el lenguaje”.  

Además, “el acto creador”, empero, “comienza de hecho con la omnipotencia creadora del lenguaje; y al final el lenguaje se anexiona lo creado, a saber, le da nombre. Así pues, el lenguaje es creador y consumador, es palabra y nombre. En Dios el nombre es creador porque es palabra, y la palabra de Dios es a su vez conocedora sin duda porque es nombre”. “Vio entonces Dios cuanto había hecho, y todo era muy bueno”, es decir, Dios lo conoció mediante el nombre”

Desde un punto epistémico, “la relación absoluta del nombre con el conocimiento tan sólo se da en Dios: tan sólo ahí el nombre es medio puro del conocimiento. Es decir, que Dios hizo las cosas como cognoscibles en sus nombres. Y el hombre por su parte les da nombre en virtud del conocimiento”.  

En este orden, “Dios no creó pues al hombre en absoluto a partir de la palabra, y además no le dio nombre. Porque no quiso subordinarlo al lenguaje, sino que desplego en él libremente el lenguaje, el mismo que a él le había servido como medio de la Creación. Dios al fin descansó cuando, en el hombre, abandonó lo creativo a sí mismo”. Entonces lo creativo separado de lo divino, se convierte en conocimiento. El hombre es el conocedor del lenguaje con el que Dios es creador: y Dios hace al hombre a su imagen y semejanza.

Ahora, ¿por qué el ser espiritual del hombre es el lenguaje? Porque su ser espiritual es el lenguaje con el que tuvo lugar la Creación. O, en otros términos, “la Creación tuvo lugar en la palabra, y el ser lingüístico de Dios es la palabra”. Es importante tener presente que, “la infinitud del lenguaje humano es siempre limitada y analítica si se compara con la infinitud absoluta, ilimitada y creadora que caracteriza a la palabra de Dios”.  

El ser espiritual del hombre es el lenguaje y el ser lingüístico de Dios es la palabra.

Según la teoría del lenguaje de Benjamín, “de todos los seres, el ser humano es el único que da nombre a sus semejantes, y también el único al que no le ha dado nombre Dios”. Según el Génesis el hombre da nombre a los seres, “pero para el hombre ninguna ayudadora fue encontrada, para que estuviera en torno a él”. Adán le da nombre a su mujer en cuanto la recibe (la llama Varona en el capítulo segundo; Eva en el tercero). 

 Así “el nombre propio es palabra de Dios en sonidos humanos. Con él se garantiza a cada persona el hecho de que ha sido creada por Dios, y, en este sentido, el nombre es sin duda creador, según lo dice la sabiduría mitológica con la idea de que el nombre ya es el destino de una persona. Así, el nombre propio es la comunidad del ser humano con la divina palabra creadora de Dios”.  

Por tanto, la comunidad del ser humano y su destino está inscrita en el nombre. También “mediante la palabra, el ser humano se encuentra conectado con lo que es el lenguaje de las cosas. Dado que la palabra humana es el nombre mismo de las cosas”. Por eso cuando se corrompe el lenguaje las cosas se falsifican y el nombre pierde su halito espiritual. No hay correspondencia entre las palabras y las cosas.

En este orden, el resquebrajamiento de los pilares del lenguaje como consecuencia de la animalidad política del siglo XX, el odio, el racismo, el populismo o el nacionalismo en la actualidad, no son indiferentes a la sensibilidad, los sentimientos, la experiencia, la reflexión, y la capacidad de asombro del hombre actual.

Por eso el alto grado de descomposición que ha alcanzado el lenguaje, no permite que en ocasiones de cuenta del tejido vivo de la existencia. Porque en el lugar del logos clásico y el verbalismo, de los contenidos de la experiencia que dan sentido a la vida, se instauró la balcanización y la animalidad política. Entonces el análisis del lenguaje develó que hay una correlación entre él y la política, la técnica y las nuevas modalidades de poder.

En la actualidad el lenguaje que da sentido y posibilita la imaginación, la concentración y la creación, se está remplazando por la imagen en movimiento, la influencia de las redes sociales en la dependencia y la polarización de la sociedad. Por eso la sociedad actual se ha vuelto una sociedad del cansancio, cansancio de la información y de la política. Este momento de dependencia y polarización, se convierte a la vez, el momento de la toma de consciencia individual y colectiva, porque el lenguaje, el pensamiento y los sentimientos, son residuos de la digitalización y de la pantalla.

Por eso el ser espiritual del hombre que se expresa en el lenguaje como ser lingüístico, está ubicado en su parte material: medios de información, redes sociales, Plataformas Digitales, Zoom o Skype, etc. No posibilitan la comunicación del espíritu lingüístico del hombre; porque responden al modelo económico de las redes sociales o de los algoritmos que clasifican los mensajes según su eficacia económica. De ahí que el espacio público que se construye en las redes, no es el reflejo de nuestras sociedades sino el de nuestras emociones.

Desde un punto de vista político en las democracias actuales no hay un debate de ideas o de opiniones sino de emociones. La práctica política no posibilita el análisis, la crítica del pensamiento y del lenguaje en la sociedad. De ahí que el espíritu lingüístico del hombre no corresponda a los contenidos espirituales de la lengua y del pensamiento. Por eso la crisis del lenguaje hay que captarla, analizarla, criticarla o reflexionarla, en su cultura. Porque el mundo y su realidad, los movimientos del pensamiento y la “forma” estética del tejido de la existencia, son formas del lenguaje.

                                      Madrid-España a 23/01/2023

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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