A mis abuelos y a mis padres, que no vieron el renacer de una nueva Colombia.
No es
anómalo decir que el dolor y el miedo se han situado en el palpito de la vida
actual. De ahí que no pueda sorprender que estas categorías hagan parte de la
naturaleza material y espiritual del ser humano. No es una sorpresa que un ser
humano vuele por los aires en un estadio repleto de gente o, dispare
indiscriminadamente en una sala de baile, y lo revindique en nombre de su Dios.
Tampoco que el hambre y la enfermedad estén tiradas en las calles de las Grandes
ciudades. No es una sorpresa porque la excepción se ha convertido en norma. De igual manera –dice
Jünger— que se vea el genio– es decir: la posesión de la salud suprema— como
una de las formas de la demencia, de igual forma que se describe el nacimiento
como un fenómeno de enfermedad o que ya no se es capaz de distinguir entre el
soldado y el carnicero.
Si el
ejercicio del poder es indiferente a las necesidades de la sociedad; existen
países donde responde con la fuerza y la coacción. Es más, el poder se
concatena a maquinaciones malvadas, que expresan la descomposición de los
recursos económicos, sociales, políticos y morales. Así, el miedo y el dolor se
convierten en elementos constitutivos de las atrocidades del Gran Poder. Y, vemos
entonces entregada a la persona individual a las potencias del miedo, del odio
y de la muerte. No olvidemos que generaciones de seres humanos crecimos en
estrecha proximidad espacial y temporal, con las matanzas, el odio, la muerte
selectiva, la violencia y los campos de muerte. Es la estructura y el significado
de la proximidad lo que se debe considerar atentamente; si queremos conocer las
fuentes de la historia reciente de lo que aconteció en muchos países.
Puedo
asegurar que la guerra que se libró en Colombia, por ejemplo, en la segunda
mitad del siglo XX, destruyó generaciones de talentos morales e intelectuales.
Y dejó a la vera del camino como escombros humanos muchas de las mejores personalidades
del futuro del País. Sabemos que <<reservas decisivas de inteligencia, de
elasticidad, de talento político quedaron aniquiladas>>. Es más, ¿Por qué
los pilares de la educación, del espíritu religioso, la moral o la ética,
resultaron frágiles frente a las potencias de la bestialidad política? ¿Por qué
la estética y las reflexiones intelectuales, no estuvieron a la altura para
responder a las matanzas y la barbarie política? Creo que todo lo que causa
dolor o sufrimiento al ser humano, afecta nuestra sensibilidad, nuestros recursos
imaginativos, el pensamiento y la creatividad. Y, por ende, los centros vitales
de nuestra cultura y civilización. Simple y llanamente por eso y sólo por eso.
Pero, el pensamiento crítico, la estética, los movimientos sociales, están
dando testimonio de lo que aconteció en el siglo XX. Así pues, ya nos estamos
dejando calentar por el espíritu para que mengue el dolor, la desdicha y el
miedo, que aumenta la crueldad en la sociedad.
Aquellos
que infligen miedo, dolor y sufrimiento al ser humano, son personas poseídas
<<por el ansia de deleites gruesos, opulentos […] Siempre ocurre que es
el puro miedo el que provoca los horrores. Así, quien emprende la huida incita
ya con ella misma a la persecución; y el hombre que trama maldades se halla al
acecho de su víctima -cuando advierte en ésta signos de angustia caerá la
última barrera. De ahí que sea importante conservar la presencia de ánimo en
los encuentros sospechosos; por ejemplo, cuando alguien nos dirige la palabra
en el bosque. En nuestra condición de humanos disponemos de sellos de soberanía
que son difíciles de romper si no los estropeamos nosotros mismos; aun los
animales sienten el sortilegio de tales sellos. Lo único que se precisa es
saber, como el romano Mario, que somos invulnerables>>.
Siempre
en lugares de despellejar o, de sudarios <<flota en él también un vaho de
lugar siniestro>>. En esos sitios todo se convierte en objeto de dolor y
de miedo, y <<es totalmente imposible dejar de reconocer los rasgos de un
poder espiritual soberano>>. Este <<espectáculo acontece en un
mundo enteramente mecanizado>>, objetizado y numerificado. Un mundo donde
el malestar de la cultura hace que opere un <<juego de compensaciones
entre el ejercicio estúpido de la fuerza bruta y los sufrimientos
estúpidos>> del dolor y el miedo. <<Nuestro tiempo guarda semejanza
con un desfiladero estrecho y funesto por el que se compele a pasar a los seres
humanos>>.
Las
personas que ocasionan sufrimiento <<viven casi enteramente dentro de la
esfera de la consciencia, y se ocupan de modo exagerado en pensar en la
situación en la que se encuentran. Ofrecen síntomas de eso que se llama
<<miedo al examen>>; y también están completamente en vela, y
resulta extraño que tenga en ellas un desarrollo tan débil la voluntad de suerte
y también la voluntad de recorrer caminos no transitados. En estos casos se
tiene siempre la impresión de estar hablando con corredores de fondo o, y esto
resulta más angustioso todavía, con corredoras de fondo. ¿Qué será lo que el Weltgeist, el Espíritu del Mundo, tendrá
reservada hoy para sus soñadores y durmientes?>>
Quizá
los instintos estén dando un giro de la parte oscura a la luz; ya se observa
algo de eso en la esfera cultual. No podemos desconocer que en algunos ámbitos
de la vida, se está dando una regeneración espiritual y moral. Acontece en los
lugares <<de fontanal, de sobreabundancia de imágenes y de palabras, en cuyo cause van flotando las partículas sólidas>>.
Casi siempre en esos lugares se vivifica
el espíritu y la existencia. Cuando acontece se trasciende la Muralla del
Tiempo y la vida de los seres humanos se entrelaza con el milagro de la
Creación.
Casi
siempre la degradación del hombre se relaciona a un simbolismo rastrero y
degradante. El nazismo, el fascismo, el nacional-catolicismo y el autoritarismo
de Latinoamérica en el siglo XX, utilizaban estos epítetos para referirse al
enemigo o, al que consideraban la causa de los males. La degradación del otro,
el dolor y el sufrimiento, no sólo tienen que ver con la parte física del que
sufre, también con el lenguaje. El lenguaje que se habló en los campos de
concentración remplazó al lenguaje comunicativo, y sus contenidos espirituales se
ubicaron en su parte material. El lenguaje se degradó en nombre del dolor, del
sufrimiento y la barbarie. Además, el lenguaje no estuvo a la altura para
responder a las necesidades de la condición humana, es decir, del espíritu, la
esperanza y la vida.
Ni la
historia de las formaciones sociales, ni los valores ético y moral, ni los
contenidos intelectuales, estuvieron a altura para contener lo que <<ni
siquiera Wells pudo profetizar la verdadera dimensión de lo que luego acaeció,
el grado de disolución de las normas civilizadas y las esperanzas
humanas>>. Además, los gulags y los campos de concentración comprobaron, que donde prima el Mal absoluto no se respira una atmósfera de
esperanza y de vida, sino de muerte y de sudarios. Por tanto, cuando se sueltan
los perros de la guerra, no tiene valor la labor pedagógica del humanismo, ni
la religión, ni los valores éticos y morales de la sociedad.
Así
pues, después de dos mil años de cultura y civilización, nos encontramos irremediablemente
conviviendo en el siglo XXI, con un panorama dantesco. Como dice George Steiner,
En el castillo de Barba Azul:
<<Y actualmente, en diferentes partes de la tierra, vuelven a ser
incineradas, torturadas y deportadas comunidades enteras. Difícilmente haya una
metodología de la abyección y de la tortura
que no esté siendo aplicada en
alguna parte y en este momento a individuos y grupos de seres humanos>>.
Es en
la historia de la literatura moderna, el arte y la filosofía, donde se describe
con mayor precisión, la degradación de los centros vitales de la cultura
occidental. Ese anhelo de disolución violenta que se respira bajo el plomizo
cielo de las grandes ciudades europeas, fue formulado por Freud en El malestar de la cultura. <<El
ensayo de Freud es él mismo una construcción poética –dice Steiner-, un intento
de idear un mito de razón con el cual contener el terror de la historia. El
concepto de un deseo de muerte, operante tanto en el individuo como en la
consciencia colectiva, es, como el propio Freud lo hace notar con énfasis, un
tropo filosófico que va más allá ciertamente de los datos psicológicos y
sociológicos accesibles>>.
Las pinceladas grisáceas y de claroscuro
que hace Freud de la cultura occidental, trazan <<las tensiones que la
vida civilizada impone a fundamentales instintos humanos insatisfechos>>.
Esa confluencia de tonalidades se constituye en una pintura valida. Pero también, el estudio de las pulsiones muestra la interrelación de las pulsiones agresivas
y el espíritu de la civilización occidental. Y cómo en <<las
interrelaciones humanas existe un inevitable impulso hacia la guerra, un
inevitable impulso a la aserción suprema de la identidad a costa de la
destrucción mutua>>.
Así, el
dolor, el temor y la violencia, son sólo síntomas exteriores del malestar
esencial de nuestra cultura. <<Me parece irresponsable toda teoría de la
cultura –dice Steiner-, todo análisis de nuestras actuales circunstancias que
no tenga como eje la consideración de los modos de terror que acarrean la
muerte por obra de la guerra, del hambre y las matanzas deliberadas>>. El ser humano que <<emplee tiempo y recursos imaginativos en el examen de
estos lúgubres lugares>>, no quedará psicológica y moralmente intacto. En
esos ámbitos lúgubres está el vaho del malestar de nuestra cultura. <<Si
los pasamos por alto, no puede establecerse ninguna discusión seria de las
potencialidades humanas>>. Se trata de mostrar la crueldad
de la época actual, su ley y su lógica
interna independiente de nuestros momentos racionales y de las necesidades
humanas.
<<Al
inclinarse uno con demasiada fijeza sobre la fealdad, se siente singularmente
atraído por ella>>. Así, pues, el ser humano se da cuenta que la realidad
trasciende la estructura de la racionalidad y los conceptos generales de
nuestra cultura. ¿Es la fenomenología del odio y del anhelo por la disolución
violenta un hecho constante en la historia de las formaciones sociales e
intelectivas del ser humano? Por supuesto, quizás podamos leer sus rasgos en
los actos extremos de una joven generación sin esperanza, una realidad
excluyente y agresiva. Así pues, el extremismo religioso está engendrando en la
consciencia individual o colectiva de ciertas personas, fantasías de purificación
e inminente fracaso. <<El fanatismo se convierte –dice Thomas Mann- en un
medio de salvación>>.
Además,
la mayor parte de lo que sucede tiene sus orígenes en la larga tensión entre la
negación de la realidad, las injusticias sociales y los mecanismos de opresión
de las minorías. No podemos negar que este malestar general está en la esencia
de nuestra cultura, ni dejar de luchar contra la resignación, porque es
renunciar a la vida. Pero, ante todo, tener presente lo que alguien le preguntó Lutero, sí los hombres tenían derecho a la felicidad, el declaró: << ¿La
felicidad? ¡No! ¡Sufrir, Sufrir; la Cruz, la Cruz!>>. Lo interesante de
esta afirmación es que se convierte en el <<núcleo de ciertas formas de
religión cristiana –dice Berlin-; una de las más arraigadas creencias; visiones
de la realidad sobre la que ha construido sus vidas una gran cantidad de seres
humanos, tremendamente profundos. Sin duda, esto no es trivial>>. Además, <<a fin de descubrir –dice
Berlin- lo que esas palabras significan para Lutero, y para otros como él, lo
que significan, es este sentido de
“significan”, en nada nos ayudan a buscarla en el diccionario>>.
En la
actualidad el examen de las palabras y el pensamiento ha de develar los
propósitos de futuro del ser humano. Porque hacen visible lo invisible, aquello
que las fuerzas del Gran Poder no quiere que veamos o sepamos: la injusticia,
el hambre, las migraciones, el desempleo, el odio, la xenofobia, el racismo. En
la actualidad este pensamiento se relaciona con la participación de la sociedad
en la toma de decisiones y la libertad. <<Ya que en ocasiones las
palabras mismas son actos y que, por tanto, el examen de las palabras es el
examen del pensamiento y, ciertamente, de todas las perspectivas; de todas las
formas de vida>>. El Gran Poder es consciente que el hombre
dispone de anillos de soberanía y cual guerrero con una espada flamígera en la
mano, defiende los lugares que lo hace invulnerable a los espejismos de la
actualidad.
Así
pues, lo mejor del hombre se relaciona con el milagro del lenguaje; y hasta
ahora la humanidad y ese milagro han sido indivisibles. Si el lenguaje pierde
una parte de su energía, el hombre se vuelve menos humano. La historia reciente
y la ruptura de comunicación entre enemigos y generaciones de colombianos,
muestra de manera inquietante lo que significa esa disminución de humanidad. Por
eso, la primacía de la palabra sobre el horror, la barbarie, la violencia y la
muerte; es una concepción particular de la identidad humana. De ahí que la paz,
la convivencia y la tolerancia, en una sociedad civilizada, han de primar sobre
el miedo, el dolor, las armas que atraviesan y cortan, y ante todo, sobre la
muerte. Porque no podemos olvidar, que la realidad y la vida, es una forma y
una función del lenguaje.