sábado, 28 de septiembre de 2024

                                                   MARTÍN HEIDEGGER                       

           UMBRALES SOBRE LA TÉCNICA EN LA ACTUALIDAD

                                                                          Madrid-España a 28/09/2024

 

Antonio Mercado Flórez. Filósofo y Pensador.

 

Somos parte de una época donde la técnica determina el orden del día del ser humano. La técnica es una actividad del ser humano, una herramienta que desde los orígenes de la humanidad la emplea para satisfacer sus necesidades, su adaptación a la naturaleza y al entorno que lo rodea. No se puede pensar al hombre sin técnica, porque no sólo transforma el entorno en que vive; sino un instrumento que le posibilita su supervivencia sobre la Tierra. Según Martín Heidegger no se trata que la técnica domine al hombre o el hombre a la técnica. Sino que se establezca una relación libre entre ambos. La pregunta por la técnica nos relaciona con el problema de la libertad. Porque está ligada a la pregunta de cómo seguiremos siendo humanos en la era digital. Y, cómo develamos que detrás de la esencia de la técnica se oculta la voluntad de poder y de dominio. No sólo se expresa en las armas bélicas, sino también en las Plataformas Digitales: Internet, WhatsApp, Instagram, Facebook, etc.

Ahora, si la tecnología se entiende como la unidad entre técnica y ciencia, es, expresión de la Época Moderna. Ésta posibilita que el ser humano no sólo se apropie de los recursos de la naturaleza, también es un medio para dominar a otros seres humanos. Por eso en la modernidad la tecnología no es indiferente a las apetencias humanas, tampoco es algo neutral. Es un hacer del hombre que no alcanza la esencia que la constituye y, por ende, no es verdadera. La técnica impone y determina el destino del hombre sobre la Tierra. Hoy en día ya no existen objetos, sino cosas para consumir (casas, coches, edificios), que se pueden reemplazar según la utilidad y el fin que se proponga el ser humano.

De ahí que la esencia de la técnica es, una manifestación del Ser y se constituye en peligro para el hombre. Porque determina su destino y este puede ser cambiado porque el Ser se da en el hombre. En el fondo, la técnica desea dominar al hombre y, por tanto, no es inofensiva. Ésta no es neutral, sino que responde a las apetencias del Gran Poder: Corporaciones, Capital Financiero, Estados, Política, Grupos de Presión, IA (Inteligencia Artificial), Industria militar, las redes de información que configuran los lenguajes digitales. Así, poseen su lógica y función propia en defensa de sus intereses materiales, culturales o subjetivos. Funcionan de acuerdo a la economía del poder y del saber, las prácticas sociales y la cultura que difunden en las redes sociales, las imágenes en movimiento y la Civilización del artificio que establecen en las sociedades de masas.

Preguntamos, ¿cuál es el papel del hombre respecto a la esencia de la técnica? El hombre es quien custodia la esencia de la verdad: el develamiento. Esta dimensión humana respecto a la técnica es ocultada por la esencia de la técnica, porque se presenta como el único modo de develamiento y se constituye en un peligro para el hombre. Desde la antigüedad griega sabemos que la técnica no es un peligro para el hombre, sino los modos y las maneras como se utiliza. El hombre no puede ser trascendido por la técnica, ni por las exigencias que impone a la vida. Porque la relación del hombre con las cosas ha de ir más allá de su aspecto técnico; o, en otras palabras, de la utilización instrumental de la técnica. Así que, la relación del hombre con el mundo y la realidad, se altera con el uso de la técnica. Porque la técnica moderna violenta a la naturaleza y a la existencia humana.

Por eso el Dasein es el ente en el cual se da la pregunta por el Ser. Es decir, somos los únicos seres capaces de reflexionar sobre nuestra propia existencia y buscar un significado en ella. Y esto posibilita la apertura al misterio: “La serenidad nos permite ver que el sentido del mundo técnico se oculta”. Porque el descubrimiento está en el Ser, o, lo que es lo mismo, en el interior del ser humano. Por eso hay que trabajar primero en el interior del hombre. Llevar a cabo la “ordenación de las cosas visibles de acuerdo con su rango invisible. Toda obra y toda sociedad deberían estar estructuradas según ese principio”. Pero el mundo de la técnica intensifica su poder en el de los sentidos y hace del hombre un ser limitado y determinado por las máquinas y los instrumentos técnicos. En el espacio que predominan los instrumentos técnicos, el ser humano pierde autonomía y libertad.

Asíque, lo “técnico” tiene que ver en poner en práctica cierto tipo de procedimientos (“técnicos”), previamente aprendidos, mediante los cuales se pretende obtener un resultado determinado, previsto de antemano a título de objetivo. “Técnicos”, asimismo, los instrumentos concebidos y utilizados con tal finalidad y los hombres que ejercen la función de emplearlos. “Técnico” es, en fin, el conocimiento de cómo llevar a cabo todo este proceso. (Irene Borge Duarte).

La verdad en cuanto (adaequatio) […] no hace sino establecer una relación fija entre dos términos (lo existente y su representación), sin plantearse, de modo alguno, (desvelar lo que tiene delante en su esencia. Sólo allí donde se da tal desvelamiento acaece lo verdadero). Una relación fija no puede captar el acontecer y devenir del ser que, siendo, ejerce su esencia. Por tanto, la imagen de la esencia de la técnica, no es algo fijo o causal, que expresa la imagen del mundo dominante de Occidente, que no es otra, que la interpretación platónica del ser como idea o en su versión moderna de la relación entre sujeto y objeto, que considera que todo conocer y proceder humano hay que verlo como dominación y explotación de aquello que se sitúa frente a él. (Duarte).

Así que, buscar la esencia de la técnica exige, pues, superar y vencer esta perspectiva fáctica de la modernidad. No se trata de seguir la vía “metafísica” de descripción del comportamiento técnico, sino contemplando éste desde el ángulo de la verdad, pensar desde el origen y en profundidad lo que de facto está siendo. (Duarte).

Observamos que el hombre cada vez más depende de los aparatos técnicos; en esta época de alto desarrollo científico y técnico, de sociedad de masas y cultura de masas, los aparatos determinan la vida del hombre. Como Heidegger dijo:

La dependencia de los aparatos técnicos a resultado en una servidumbre en los objetos técnicos, cuando son verdaderamente ellos los que le deben servir al hombre”.

A Heidegger le interesa preguntar no por la técnica en sí, sino por la esencia de ésta. Que para él no es algo técnico, se encuentra más allá de la mera instrumentalización de la técnica. La técnica se convierte en un sendero más en la búsqueda del Ser; en posibilidad de desocultacion del Ser. La técnica brinda la posibilidad de ofrecer las huellas donde el ser humano lee e interpreta la develación del Ser. Para descubrir como la técnica se transforma en aletheia, en desvelamiento del Ser, Heidegger lleva a cabo un análisis del concepto griego de techne, que ahonda la idea de creación y de causalidad. Asocia la técnica a cuatro causalidades: la causa material, la formal, la final y la eficiente. A partir de aquí empieza a desvelar y llegar a la esencia de la técnica artesanal y posteriormente la compara con la técnica moderna. En primer lugar, la técnica se entrega a la naturaleza y, en segundo lugar, la naturaleza se subordina a la técnica. Así que, la técnica es un modo de salir de lo oculto.

Teniendo presente las cuatro causalidades analizadas por Aristóteles, Heidegger introduce el concepto de responsabilidad y de manifestación, entendidos como fenómenos, aquello que adviene a nuestra presencia. Esto posibilita aplicar el concepto de aletheia a la causalidad, ya que posibilita representar lo que todavía no está presente. Se vale de la idea de creación y producción (poiesis), para hablar de la desocultación del Ser. Porque el producir conduce de lo oculto a lo no oculto, lo trae a la presencia del ser humano. En este orden, Heidegger establece una relación entre aletheia técnica y la idea de techne, que es algo poético.

La techne griega está vinculada a la episteme, en este sentido, contribuye a la desocultacion. La técnica entonces despliega su esencia en el ámbito donde ocurre el desocultar. Para Heidegger la técnica moderna, aunque es un camino para la desocultación del Ser, se pregunta ¿cuál es la esencia de la técnica moderna para que ésta desemboque en el empleo de la ciencia exacta de la naturaleza? El desocultar de la técnica moderna no se despliega en el producir, en el sentido de la poiesis griega, sino en el “provocar”. Además, la técnica moderna le exige a la naturaleza que suministre energías que puedan ser extraídas y almacenadas. La técnica moderna por medio del “provocar” transforma y almacena energía. De este modo, la techne antigua se entrega a la naturaleza y la moderna la transforma y se apropia de ella. Así, la desocultacion de la técnica moderna pasa por el filtro de imponerse a la naturaleza.

Por tanto, ¿cuál es el telos de la técnica moderna? Que el ser humano domine y someta a la naturaleza a sus designios. Ideas que defendieron los pensadores del SXVI y el positivismo de siglo XIX. El Renacimiento posibilitó que el hombre se convirtiera en el centro del mundo, se conozca a sí mismo, explore su interioridad y las posibilidades del intelecto. El antropocentrismo posibilitó el dominio de la naturaleza y el entorno, en aras del progreso, el bienestar y la libertad. Aquí el concepto de libertad se pone la máscara del conocimiento, de la economía y del bienestar social. Que oculta la esencia de la técnica moderna y las relaciones de poder; en este ámbito no puede darse la aletheia, la desocultacion de la verdadera del Ser. Esto constituye un punto de inflexión para que se cristalice el concepto de deshumanización. 

Heidegger analiza las consecuencias de la técnica moderna sobre el hombre, y cómo lo aleja de su esencia natural y lo sitúa en el constructo artificial que determina nuestro mundo y nuestro entorno. Así lo expresó Hannah Arendt en La condición humana: “El artificio humano del mundo separa la existencia humana de toda circunstancia meramente animal, pero la propia vida queda al margen de este mundo artificial y, a través de ella, el hombre se emparenta con los restantes organismos vivos”. Así pues, la prevalencia de la técnica moderna sobre el hombre, posibilitó que la vida biológica de éste se sustituya por la abstracta, determinada por la concatenación entre técnica y ciencia, o, en otras palabras, por la tecnología.

En el Mundo del artificio podemos ver como las relaciones artificiales predominan sobre las relaciones de sentido. Y podemos percibir que, el último resquicio del hombre, su vida biológica, espiritual o mental, se está sustituyendo por lo abstracto y efímero donde prevalece el artificio del artificio. Eso que Arendt denomina mundo, las cosas hechas por las manos del hombre: una casa, una autopista, una escultura, una pintura, un automóvil, etc.

Heidegger piensa que a la naturaleza se la requiere que esté siempre disponible, que define como “fondo”, y su sentido de “fondo” ya no se encuentra frente a nosotros como un objeto. El modo de proceder de la técnica moderna transforma las cosas en puro “fondo”, hace desaparecer el objeto del representar; el carácter de objeto pasa a un segundo plano, para transformarse en utensilio, aunque imponiendo su ley a la naturaleza. Así que, el modo de desocultar de la técnica moderna consiste en la imposición a la realidad y esta es precisamente su esencia. Entonces desocultar lo real como “fondo” supone una imposición a la naturaleza, y lo lleva a cabo a través de la física, que la convierte en un conjunto calculable de fuerzas. De ahí que la ciencia es el arte de construir “funciones”. Para Heidegger la física es, la precursora de la imposición sobre la naturaleza mediante la experimentación que lleva a cabo la ciencia.

El peligro consiste en su carácter totalizador, pretender abarcar toda la realidad y se erija en fundamento de la realidad y convierta la “imposición” en destino del hombre. El problema surge cuando el hombre vivencia su carácter totalizador como algo normal, creyéndose ser libre. El hombre en este ámbito coarta su libertad, en beneficio de la utilización de la técnica. Se convierte en un apéndice de la técnica, que llega hasta los átomos del cerebro. Así pues, la técnica se transforma en una segunda naturaleza para el hombre. Esta dependencia no sólo lo cosifica, sino que limita sus capacidades mentales, sensitivas, espirituales, creativas, para que su imposición a la realidad y al hombre develen su esencia.

Para Heidegger la esencia de la técnica es ambigua, y tal ambigüedad apunta hacia la verdad y, nos hace ver dos cosas: la imposición obstruye todo desocultamiento, de una parte, y de otra, la imposición acaece en aquello que deja que el hombre siga siendo quien es, en pro de la custodia de la esencia de la verdad, y es aquí donde se revela lo “salvador”. Heidegger se pregunta si existe una actividad en la que se dé el desocultar tal y donde el hombre represente el custodio de la verdad. Para éste esa actividad la lleva a cabo el arte. Éste representa una forma de desocultación más cercana a la aletheia originaria, a la verdad, pero debe alejarse de la técnica o, en otras palabras, no debe tecnificarse. Así que, lo que despliega su esencia en el arte es el Ser; la verdad estética es la que estudia la manifestación del Ser en las obras de arte.

Heidegger dice:

“Cuanto más nos acercamos al peligro, con mayor claridad empezarán a lucir los caminos que llevan a lo que salva, más intenso será nuestro preguntar. Porque el preguntar es la piedad del pensar”.

Heidegger reflexiona en La pregunta por la técnica, sobre su esencia y la relación que tiene con el arte; y como éste se convierte en un camino para encontrar la desocultacion del Ser y el peligro que impone sobre el hombre y el mundo. El “pensar” para Heidegger ha de posibilitar la búsqueda de caminos para la desocultacion del Ser, la superación de la metafísica tradicional que olvida al Ser. O, en otras palabras, la revelación de la verdad.

En la Época Moderna la técnica es un hacer del hombre, un medio para alcanzar un fin. La técnica se transformó en un instrumento de que se vale el hombre para imponerse y trasformar la naturaleza; o, en otros términos, un instrumento para someter, limitar y dominar al hombre. En esta representación corriente no se desvela su esencia. Entonces, ¿qué es lo instrumental? Se basa según la filosofía Heideggeriana en cuatro causas: la causa material, la causa formal, la causa final y la causa eficiente. Desandando lo andado, para el griego Antiguo, la causa se define como la responsable de algo, que ocasiona algo.

Así que, las cuatro causas son co-responsables. En Heidegger, la causa es traer-ahí-delante, dar-lugar-a. Ora, las causas hacen que algo esté presente. El paso de la no-presencia a la presencia es, el producir. En la época pre-moderna, producir era la fabricación de algo; también aquello que posibilita la eclosión de algo. La eclosión emerge-desde-sí, trae-algo-al aparecer, se desvela, es decir, lleva algo de su estado de ocultación a su desocultacion. Así que, la técnica es un modo de salir de lo oculto; asimismo, la producción de mercancías es, el efecto de salir de lo oculto. Y, el instrumento que posibilita la desocultacion es la técnica.

Existe una diferencia entre la técnica artesanal y la técnica moderna; como existe una diferencia entre el narrador y el novelista. En la primera, la técnica se entrega a la naturaleza y, en la segunda, la técnica provoca a la naturaleza, la naturaleza se entrega a la técnica. Heidegger dice:

“El hacer salir de lo oculto que domina a la técnica moderna tiene el carácter del emplazar, en el sentido de la provocación”.

En Heidegger, ver una cosa como objeto, es verla velada, oculta, pero al observarla en su solicitud, se desvela y aparece como existencia. Ahora, el hombre es el responsable de emplazar y desocultar. Éste se vale de la técnica para desocultar los objetos que velan la existencia. Así que, el hombre es el único ser sobre la tierra que reflexiona sobre su propia existencia y busca un significado en ella. Además, el hombre provoca a la naturaleza, en la medida que la desoculta. Ahora, tanto el hombre y el objeto se ubican en el ámbito del desocultamiento. Porque el ser humano ha de cuestionarse a sí mismo y al hacerlo adquiere la categoría de hombre: Humano. Ora, el hombre al desocultar lo real como existencia, debe hacer una solicitud para que devenga la estructura de emplazamiento. De ahí que la esencia de la técnica moderna descansa sobre esta estructura.

La estructura de emplazamiento posibilita caminar y el camino adviene el destino. El camino devela lo que está oculto y lo que esconde el velo. En la técnica moderna al desvelar algo, lo convierte en existencia. Ahora, al tomar al hombre como existencia, él solicita existencias, así, lo que se revela es un artefacto del hombre. El camino que el hombre toma para salir de lo oculto, se convierte en un camino en que el hombre se está preguntando y deviniendo así mismo, esto es, encontrándose. Heidegger cree que este es el sendero que hay que seguir, para encontrar la esencia natural del hombre y el mundo; y, de otra parte, recuperar la esencia de la técnica pre-moderna. Así el hombre moderno se entrega a la ciencia moderna –la física-, y, es a través de ésta como da cuenta del mundo.

Heidegger expresa al respecto:

“La técnica moderna no se puso en movimiento hasta que pudo apoyarse en la ciencia exacta […] La teoría física de la Naturaleza en la época moderna es, la que prepara el camino no sólo de la técnica sino de la esencia de la técnica moderna. Porque el coligar que provoca y que conduce al desocultamiento que solicita prevalece ya en la física”.

Para Heidegger, el arte cumple una función primordial en el proceso de desvelamiento, desvelar la esencia de la técnica. Así, la esencia del arte se concatena a la esencia de la técnica, el arte posibilita volver a la relación natural entre la técnica y la naturaleza. Para el griego Antiguo, el arte posibilita salir de lo oculto, y traer-ahí o aquí-delante-de, y preserva la verdad. Ahora, ¿qué es la verdad en Heidegger? Aunque en la antigüedad el arte no se concebía desde un punto de vista estético, sino religioso. El arte en la Antigüedad era salir de lo oculto que trae-de y trae-ahí-delante; en él prevalece y se conserva la verdad. La esencia de lo poético o del arte revela “todo lo que esencia a lo bello”. De ahí que, la técnica original es el arte. Porque devela lo velado, la esencia de la verdad. Ahora, ¿qué se emparenta con la esencia de la técnica? Según Heidegger, el arte. 

Heidegger expresa sobre el misterio del arte:

“Cuanto mayor sea la actitud interrogativa con la que nos pongamos a pensar la esencia de la técnica, tanto más misteriosa se hará la esencia del arte”.

Bueno bien, el sentido original de la técnica no era el dominio sobre la naturaleza, ni sobre el hombre. Sino una forma de conocimiento que fabrica útiles al servicio de metas auténticas, es decir, verdaderas. La técnica en la actualidad ha perdido el impulso originario al convertirse en instrumento de dominio, de coacción, de vigilancia y sometimiento del hombre.

Heidegger reflexiona y dice que, el campesino que siembra utiliza la técnica para realizar una donación y entiende la cosecha como aceptación. El papel del campesino es actuar como custodio de una renovación cíclica. Una presa hidráulica, por el contrario, es una provocación, un acto de violencia, de fuerza que simboliza el espíritu de la sociedad industrial moderna.

La praxis de la técnica moderna se ha convertido en devastación de la naturaleza, de todos los entes vivos y del ser humano. La industria moderna ha impuesto la destrucción, lo terriblemente monstruoso. La superación de estos umbrales no es sencilla, pues la metafísica no es tan sólo un error teórico, sino el destino de la cultura y la civilización occidental.

Heidegger nos indica que la misión del filósofo es dejar ser al Ser. Por eso debemos aprender a habitar poéticamente el mundo y la realidad. Piensa que el pensar se encuentra en dique seco, es decir, en decadencia. El ser humano ha olvidado su destino de morada del Ser y se ha convertido en un decir simple, es decir, escueto. Para recuperar su tarea original, hay que aprender a pensar como el campesino que camina lentamente por el campo. Así podemos rescatar la tarea del ser humano, morar cerca del Ser o, ser el vecino de la verdad. Ahora vagamos sin rumbo, porque estamos lejos de la vecindad del Ser y de la verdad. Si predomina la interpretación técnica del pensar, olvidamos develar la esencia del Ser y de la verdad. La técnica reduce lo existente a su uso instrumental, de dominio y de poder. En esta alta civilización técnica, de sociedad de masas y de cultura de masas, no hay más allá ni misterio, ya que predomina el sistema instrumental de producción, de poder y de saber. Por eso en el sistema del alto capitalismo económico e industrial, de las Plataformas Digitales, las cosas y los seres humanos se han convertido en existencias.

Tengamos presente lo que dijo Walter Benjamín en el Libro de los Pasajes:

A estas reflexiones hay que añadir que en el siglo XIX y (XX) aumenta en una cantidad y ritmo hasta entonces desconocidos el número de las cosas “vaciadas”, pues el progreso técnico deja constantemente fuera de circulación nuevos objetos de uso”.

Para concluir podemos decir que, ahora existe un desierto en las esferas del Ser, del existir y del pensar, por la prevalencia de la técnica en la vida de los seres humanos. Un desierto de lo real y del lenguaje natural, que se está reemplazando por las imágenes en movimiento. Entonces, ¿cuál es la alternativa ante el predominio de los lenguajes digitales y de la Cultura de lo efímero? Que volvamos a los antiguos relatos, a las narrativas míticas, literarias y poéticas, mediante los cuales lo real se enriquezca y se convierta en tierra fértil para el pensar y la creación.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

viernes, 20 de septiembre de 2024

 

           EL RESQUEBRAJAMIENTO DE LOS VALORES 

                       DE LA SOCIEDAD MODERNA

 

                                                          Madrid-España a 20/09/2024

 

Palabras clave: Dolor, poder, juventud, técnica, valores, miedo, muerte, Orden Burgués.

 

“De Platón a Hegel la esperanza se basaba en el humanismo de la cultura y cómo la cultura podía desarrollar ese humanismo”.

                                                                       George Steiner

Antonio Mercado Flórez. Filósofo y Pensador.

 Sabemos que la vida del hombre moderno está asediada como una fortaleza, por el dolor, la violencia y el miedo. No existe ninguna situación de la existencia que escape al asedio. Si la fortaleza cae, y el hombre se convierte sólo, absolutamente sólo, en instrumento de la ciencia, la técnica o el poder, es posible que de paso a una nueva estructura; a una nueva ética, a una nueva estética. Y percibimos que sobre las grandes ciudades observamos como se esparcen negros nubarrones, un vapor espeso y nauseabundo que contrita los corazones y el alma de las personas. Las ruedas están al rojo vivo y los instrumentos técnicos hacen su agosto; significa que la batalla está en el cenit de su esplendor.

Sí Nietzsche pensó que era ciudadano del siglo XXI, y lo consideraba su patria espiritual, las reflexiones están ahí. Jünger, cree, que vivimos en los umbrales de la época de los titanes, el confort técnico y el automatismo que arrastran tras de sí, sus propios conocimientos y una nueva voluntad de poder. En su obra El Trabajador, Jünger desde una visión fragmentaria y discontinua como un relampaguear, narra la decadencia y la disolución de los valores del Orden Burgués. Un orden que debajo de la cobija del sentimentalismo y la indiferencia, cree eliminar el hostigante y frío asedio de las calamidades y la barbarie del hombre moderno.

Una razón evidente, los valores existentes no responden ya a las necesidades y esperanzas humanas. Porque su lugar lo ocupa otra figura y, se escuchan los ritmos de la ciencia y la técnica, por una parte; y, por otra, la algarabía del mundo dineral y la fría lengua de los lenguajes digitales. Esta transformación de los valores que anunció Nietzsche y Jünger, condensan el nuevo “tipo” de voluntad de poder. Y una de las formas que tomó en esta alta civilización técnica, es la nula atención que presta a nuestras órdenes de valores.

El dolor y el miedo, son indiferentes a las inferencias que provienen de la escala de valores del mundo moderno. Son indiferentes a la cultura humanista, lo que hace de la vida algo digno de ser vivida, como dijo T. S. Eliot. De ahí que se concatena con el lenguaje que se habla en la Gran ciudad; el de la técnica, la ciencia, las formas jurídicas, el mundo dineral y el Gran Poder. Este es el lenguaje de la civilización actual, que se opone al de la Cultura y las humanidades. Esta cromaticidad de tornasoles de colores que se observa en el paisaje de Occidente, sustituyen las de épocas precedentes.

Así pues, a la vida plácida y segura del Orden Burgués de mediados del siglo XIX y principios del XX, le corresponde una agitada y atormentada en el transcurso del siglo XX y principios del XXI. Guerras nacionales, guerras entre naciones, migraciones forzadas, hambre, xenofobia, racismo, terrorismo, etc. Y su cristalización más refinada y atroz se observa en la Gran ciudad. Así pues, la imagen que llevamos en nuestro interior de una tranquilidad perdida y unas esperanzas frustradas, tienen mayor autoridad que la verdad histórica. Los hechos podrán refutar esa autoridad, pero no eliminarla. Semejante autoridad tiene que ver con profundas necesidades espirituales, psicológicas y morales. Que durante cientos de años han permitido que las culturas y las civilizaciones, florezcan y mueran sobre el globo terráqueo.

La literatura, el arte, las religiones, la arquitectura, la sociología, la arqueología, la antropología, la filosofía, etc., han dado testimonio de ello. Los sabios saben que la historia muda y cambia de forma, pero lo esencial que la determina, permanece. Por eso, “el mito es más fuerte que la historia; ésta lo repite en variantes”. En el seno de las colectividades humanas, las variantes del mito casi siempre pasan desapercibidas. No existe una correlación entre el mundo simbólico de la mitología y el mundo simbólico moderno. Porque los ojos de la conciencia común están obnubilados por lo inmediato y necesario de la existencia ordinaria.

En épocas de crisis o de tránsito, el modelo es más fuerte que la copia; ésta es fugaz como la fragilidad de la existencia individual, mientras el modelo y la esencia permanecen ante las inclemencias de lo elemental y las atrocidades humanas. Esto permite que se siga luchando por la vida y las satisfacciones que ofrece la existencia cotidiana, y se sobreponga a las adversidades elementales y humanas.

Como expresó Heidegger:

El ser humano está “arrojado” al mundo, significa que no elegimos nuestra existencia, sino que nos encontramos en ella y debemos darle sentido a través de nuestras acciones y decisiones”.

En la cultura occidental contemporánea esa sensación de desasosiego, de retorno a lo atávico -la violencia, la guerra, la inseguridad, el sufrimiento, el miedo, la muerte -, da la impresión que vivamos un nuevo quebrantamiento de los valores. Porque los que sirven como fundamento de la cultura y la civilización occidental contemporánea, no responden ya a los requerimientos más profundos de la Gramática de la vida. Esto crea una sensación de incertidumbre, tanto en el orden del pensamiento como en las acciones humanas. Esa nula atención, por ejemplo, que el miedo y el dolor prestan a los órdenes de valores; son fiel reflejo que estamos inmersos en ritmos de cambios sutiles e imperceptibles. Así pues, no existe ningún ámbito en la vida de las personas, que permanezca ajeno al vaho narcotizante del dolor, el sufrimiento y el miedo. “En épocas tranquilas resulta fácil encubrir el hecho de que el dolor no reconoce nuestros valores” –di Jünger.

Cuando una vida lozana, robusta y bella, es atacada por la enfermedad o la violencia, sentimos en lo profundo de nuestro ser, incertidumbre y miedo ante las fuerzas del azar o del destino; y sentimos que el mandato de nuestras más profundas convicciones y valores, es incapaz de detener la fatalidad. Entonces, reconocemos las fragilidades y debilidades más profundas ante las fuerzas que nos trascienden. Como la luz de un relampaguear nos humillamos ante el poder del enigma de lo elemental y la divinidad. Entonces, oramos, levantamos nuestra voz y las manos a nuestros dioses, cómo si esperáramos la comprensión y la recompensa que la vida nos ha negado. Un sentimiento parecido nos sobrecoge cuando muere un ser amado; sentimos en lo íntimo de nuestro ser, un vacío profundo y absoluto, como si un sueño nos trasladara a tierras remotas arrasadas por cataclismos infernales, y viéramos que en ellas reina la soledad y la tristeza.

Somos parte de tiempos insólitos y sobrecogedores donde la amenaza del dolor, el miedo o la inseguridad, se tornan significativamente más visibles. Cuando un coche bomba explosiona en Bagdad, Londres, Bruselas, Afganistán, o, las guerras entre naciones borran de la faz de la tierra miles de vidas inocentes (ancianos, niños, jóvenes y adultos), sentimos que ningún grado de inteligencia, valor, experiencia ni virtud o coraje, es capaz de librarnos de la fatalidad. Somos entonces una civilización amedrentada y amenazada, y algunas veces nos sentimos incapaces de contener la amenaza y la agresión, y, entonces, nos invade la nostalgia, o la duda de la validez de nuestros valores.

Por eso, en esta alta civilización técnica y de política de masas, aun en medio de la crisis financiera atroz de los últimos tiempos, del ataque a las instituciones democráticas y a la libertad, del desempleo y el hambre de millones de seres humanos, la discriminación y la xenofobia en los países desarrollados, las diversas figuras del terrorismo internacional y la violencia; el espíritu no debe inclinarse a una concepción catastrófica de la historia ni de la existencia individual. Porque esa visión de las cosas y de la vida niega el precepto divino, que el sentido de la existencia no es inmanente a la historia, sino trascendente a ella.

Así que, por este estado de cosas la consideración pesimista de la historia y de la vida, siempre ha estado presente en el devenir de las civilizaciones humanas. En sus orígenes fue avalada por la casta de sabios y sacerdotes; posteriormente, por las religiones monoteístas y la ilusión óptica de reyes y gobernantes; aquende del tiempo, por filósofos como Schopenhauer. Es común, ahora, que el conocimiento y la fuerza del destino, se dejen arrastrar por el miedo y los deseos más secretos que esconden tras de sí, el dolor y el poder de la muerte.

Sabemos que la percepción apocalíptica del mundo y destrucción total que primó en el transcurso del siglo XX, da paso a una visión fragmentada y discontinua de odios, violencia y guerras. De la que hacen parte los Estados, movimientos de liberación, agrupaciones de paramilitares, los cárteles de la droga, el fundamentalismo terrorista islámico y la delincuencia común, etc. Esta visión de futuros campos en ruinas en los que celebra los triunfos una muerte mecánica y automática cuyo dominio no conoce límites; no se corresponde con la realidad del terrorismo internacional. Las medidas preventivas y protección que los Estados Modernos y los organismos internacionales están tomando, nos indican que no son sofismas deliberados que obedecen a dogmas ideológicos o preceptos económicos.

Es una realidad que nos concierne a los que creemos en el Estado de Derecho, la democracia, la libertad, los derechos individuales de la persona humana, la justicia social. Por eso, son necesarios los espíritus fuertes que giran sobre sí mismos, que no se dejan arrastrar por la corriente catastrófica de las cosas y de la vida. Sino que en momentos de catástrofes elementales y de valores en entredicho, nos ayudan a encontrar la salida.

Existe la sensación que sí los valores de la cultura occidental moderna, no responden a las verdaderas necesidades y esperanzas humanas, los lugares donde se gesta la protección y la seguridad de los ciudadanos, se quebranta. Pensamos que esta especie de pesimismo paraliza la capacidad de asombro y las reflexiones del pensamiento, que le dan sentido a nuestras acciones y decisiones. “Al crecer el sentimiento de que el ámbito vital en su conjunto se halla cuestionado y amenazado crece también la necesidad sentida por el hombre de volverse hacia una dimensión que lo sustraiga al dominio ilimitado del dolor y a su vigencia universal”.

 Sustraer la vida humana del dominio del dolor, del miedo, o de la amenaza a lo desconocido, se convierte para el hombre de hoy en “imperativo”. Casi siempre el presentimiento de las grandes catástrofes está precedido de embaucadores y demagogos, magos y curanderos, hechiceros y profetas, sectarios y dogmáticos, charlatanes y farsantes, que se valen de artilugios y mentiras para sustraernos del dominio ilimitado del dolor y el miedo.

Existen ecos que vienen de la otra orilla del río, y cuya lengua nos comunica “que la seguridad y la protección que una vez nos ofreció el resguardo de la vida privada y la seguridad en las calles; el imperio de la ley; el reconocimiento espontáneo del singular papel económico y civilizador que tienen las artes, la ciencia y la técnica; la coexistencia pacífica de los Estados nacionales”; el espíritu que las anima y los conceptos generales que los sustentan, estuvieran resquebrajados. Semejante anhelo de seguridad que el hombre moderno evoca, tiene que ver con profundas necesidades psicológicas y morales. No es que volvamos al pasado, a un estado involucionista y atrofiado por el ensimismamiento de sí mismos, sino que el Estado, las instituciones, las sociedades y el poder, cumplan la función social que les corresponde.

Observamos que algunas capas del espacio voluminoso de la cultura occidental contemporánea, los valores heredados, los usos, las costumbres, los mitos, los ritos, etc., están “empezando a resquebrajarse y la profundidad del elemento, que siempre estuvo ahí presente, trasparece oscuramente por las grietas y juntas”. Sabemos que el dolor, la violencia, el miedo, la guerra, no pueden erradicarse como un prejuicio con el instrumento de la razón, la estadística, o la coacción de la libertad. En la conciencia occidental la negación del dolor, como componente necesario de la vida humana y del mundo, tuvo un tardío florecimiento en la postguerra de 1914-1918. “Unos años –dice Jünger– que se señalan por una extraña mezcla de barbarie y humanitarismo. Un pacifismo extremo al lado de un incremento monstruoso de los equipamientos bélicos; cárceles de lujo al lado de los barrios de los parados, -cosas todas ellas que parecen propias de fábulas y que reflejan un mundo lleno de maldad en el que el barniz de la seguridad se ha mantenido únicamente en una serie de vestíbulos de hotel”. Bueno bien, esto lo expresó Jünger a mediados del siglo XX y, ahora observamos que las grietas en la seguridad han llegado hasta ellos.

En los hospitales, por ejemplo, el mundo lleno de maldad, de crueldad, de sufrimiento, es real y repugnante en países en vías de desarrollo. Donde mueren miles de seres humanos por falta de recursos económicos, personal sanitario, medicamentos o, infraestructuras; mientras las multinacionales farmacéuticas, destruyen los bienes sobrantes para mantener los precios en el mercado. Degradante también para la condición humana, que el hambre y las enfermedades tiradas en las calles de las Grandes urbes como Río de Janeiro, Buenos Aires, Bogotá, Madrid, México D.F o New York, etc., dan cuenta de la vida de los seres humanos.

Somos parte entonces de un mundo enloquecido por los instrumentos técnicos y la nueva voluntad de poder, donde millones de hombres pobres, analfabetos, sin esperanza, mueren por falta de recursos y oportunidades. Esto refleja no sólo una realidad llena de maldad sino también de demonismo. Sabemos que las figuras del Demonio, del Tentador, del Maligno, son diversas y utiliza diferentes lenguajes y máscaras para apropiarse de la vida de los hombres y mujeres. Sólo hay que mirar lo que tenemos a nuestro alrededor, a nuestra familia, a nuestros amigos, a nosotros mismos y, aun los que están lejos. En el mundo del demonismo, sólo prevalece el que es fuerte en el Espíritu.

Un ámbito como éste no solo deja tras de sí, la época de seguridad relativa, también nos deja atónitos y desorientados en los umbrales del siglo XXI. Porque en la época contemporánea prima la desconfianza, el caos, la violencia, la guerra y el desequilibrio. La quiebra del sistema financiero internacional, los desajustes sociales y económicos, el desempleo, el hambre, la inseguridad y el terrorismo internacional, lo confirma. Son sólo fisuras en los pliegues que cubren las realidades y los conceptos generales de las civilizaciones contemporáneas. La conversión, por ejemplo, de los bienes en dinero o de los vínculos naturales en jurídicos, produce una ligereza extraordinaria y una asimismo extraordinaria libertad de movimiento de la vida.

Ahora bien, lo efímero en lo que se convirtió la vida, se manifiesta real y objetivamente, en la mutación del lenguaje. Son las “formas” del artificio las que dan sentido a la realidad, más no la posibilidad del encuentro del hombre consigo mismo y el otro o, la manera como los seres existen en el mundo y se relacionan con él. Eso que Heidegger llama “Dasein”, “ser-ahí”, o “existencia”. Por eso el hombre atormentado y solo de la Gran ciudad moderna, no se identifica con los vínculos naturales, la conversación enriquecedora del espíritu, la imaginación ni con el mito de sus ancestros, sino con las referencias del artificio: el banquero, el futbolista, el influencer, el político, el actor de cine, la modelo, etc., que encarnan las imágenes de las relaciones artificiales. La identificación con esos personajes crea una especie de ensimismamiento, enajenación, y hunde al ser humano en un vacío espiritual y de experiencias enriquecedoras.

En este orden de ideas, la joven generación de la Cultura de lo efímero, trata de llenar el vacío existencial con los narcóticos que la sociedad ofrece: alcohol, droga, tabaquismo, pasotismo, sexo, pornografía, etc.  Por eso son ilusiones ópticas que esconden el sentido de realidad y los convierte en marmotas. Pero pudimos observar en épocas precedentes, que hubo un intenso movimiento espiritual en todos los umbrales donde hicieron su aparición los talentos. Pero lo que ahora llama la atención es, por el contrario, el profundo silencio de la juventud, una juventud que siempre en el devenir de la historia y los conflictos humanos, ha estado a la vanguardia de lo que acontece. Salvo en puntos muy precisos de nuestra historia reciente.

Habitamos un mundo de desconfianza e inseguridad, donde “unas maquinaciones malvadas están produciendo una descomposición tanto de nuestros recursos económicos, espirituales y morales, como también en los raciales”. Ese sentimiento evoca no sólo un estado de inculpación general, sino también de degradación de la condición humana. Sí los principios generales se degradan, es porque ya no responden a las necesidades humanas. Parece que la percepción que tenemos del mundo, no les atañe a los ideales de los seres humanos. Esto crea una especie de disyunción entre el sentido de realidad y la imaginación creadora. De ahí que los instrumentos técnicos y la nueva voluntad de poder, representan la doble cara de Jano, el haz y el envés de las nuevas relaciones entre saber y poder. El mundo técnico y el colectivo de ese mundo, sirven como distractores de las apetencias y las esperanzas de la sociedad. En momentos de rebelión –de alteración del orden público o de una revuelta– son tan eficaces que su utilización pasa desapercibida.

Estas relaciones de fuerza cumplen la función que les corresponde, según las necesidades del mecanismo y la economía del poder. De ahí que los problemas sociales, políticos, económicos, de orden público y de seguridad, “como tales proporcionan únicamente molestias. Por ahora, más bien que ser planteados, son liquidados con rapidez, liquidados en estado embrionario, por así decirlo: es una consecuencia de la aceleración. Están multiplicándose los sectores en que los problemas son resueltos por las máquinas”. (Jünger).

 Así que, en la actualidad “lo que hay son centros de gravedad y hombres poderosos en los que se concentra y gasta la energía. La primacía la tiene un elevado nivel de conocimiento, anónimo y desconsiderado, que vencerá las resistencias políticas y sociales allí donde tropiece con ellas”. (Jünger).

En este orden, el ejercicio del poder legítima la degradación de los conceptos generales y las maquinaciones malvadas de los poderosos. Por tanto, el dolor y el sufrimiento son sólo formas exteriores de la naturaleza profunda de la maldad y del carácter destructivo de la sociedad. Cabe observar en este umbral, que lo elemental emerge de las profundidades y va tomando poco a poco las formas de los conceptos generales, como también la naturaleza espiritual y material del mundo que vivimos. En el ámbito jurídico, por ejemplo, la norma no se corresponde con el espíritu que la vivifica. Las injusticias económicas, políticas, sociales y culturales de la sociedad contemporánea, son sólo figuras exteriores del espíritu que las anima. Por lo que les corresponde a los conceptos generales, son la entelequia, lo fantasmagórico del dolor y el sufrimiento. Esto confirma cuán profundo y arraigados están en la naturaleza de la sociedad contemporánea.

Por eso, ésta reflexión la ubicamos en el ámbito del lenguaje.  Porque existe una esfera de éste como pensó Walter Benjamín, extraña a la comunicativa y las convenciones que aseguran la expresión del sentido de las palabras. Por eso se ubican en las esferas superiores del lenguaje, y se interpretan “a través de las hendiduras de las palabras”. La Revelación de la realidad desde la perspectiva mística del lenguaje, nos sugiere que hay que trabajar en el interior del ser humano.

Después de la Segunda Guerra Mundial se creyó que el Estado de Bienestar erradicaría el dolor, el hambre, la ignorancia, la falta de oportunidades, la maldad, las injusticias y los desajustes estructurales de las sociedades modernas. La seguridad del Estado de Bienestar estribaba en que el dolor y el sufrimiento serían empujados a la periferia en provecho de un mediano bienestar. Pero lo fundamental de las personas –los requerimientos espirituales o morales, la necesidad de la cultura y el sentido de trascendencia, entre otros–, eran considerados subsidiarios y no estaban a la altura del Zeitgeist, el Espíritu del Tiempo y sus juicios.

Pero los que ejercían el poder estaban equivocados, porque los conceptos generales del Orden Burgués no respondieron a los verdaderos requerimientos humanos. Ya que la barbarie política del siglo XX, constató con el exterminio de seis millones de judíos y cientos de miles de minorías étnicas en centro Europa, que los órganos vitales de la cultura occidental estaban sumamente degradados. Ahora, sí el dolor fue empujado a la periferia por el artificio de un mediano bienestar –“existe una economía temporal que consiste en que la suma de dolor no reclamado se acumula para formar un capital invisible que va aumentando con los intereses y con los intereses de los intereses. La amenaza aumenta con cada una de las artificiosas elevaciones del dique que separa al ser humano de las fuerzas elementales–“. (Jünger).

El tejido del Estado Moderno quiso apartar al hombre de las fuerzas elementales –la guerra, el amor, la naturaleza, la muerte, el odio, la violencia, el hambre, etc.-, y, en consecuencia, creó un artificio donde prevalecen las ilusiones ópticas y sensitivas. Por ende, cuando las esferas artificiales priman en la vida de las personas, se concatenan a un tipo de cultura y de época. Podemos constatar que en la época contemporánea se cristalizan en la Cultura del espectáculo. Un umbral donde se trivializa lo fundamental y el sentido de la existencia, reemplazándolos por lo pasajero e insustancial. Un ámbito donde el dolor, el sufrimiento, el miedo, las fragilidades, los traumas, las injusticias sociales, se sustituyen por valores que tratan de evitar su relación con el cuerpo, la mente y el espíritu. Así que, el mundo sentimental es sustituido por lo abstracto y automático, la vida se vacía de lo espiritual y sensible para dar paso a lo material y efímero, terrorífico e infernal, en la existencia del ser humano.

Parece que fuéramos extraños en este mundo donde prevalece la futilidad y lo siempre-igual, y en su devenir histórico observamos como los valores del Mundo Moderno [la Ilustración, los Derechos Humanos, la libertad, la justicia social, el Estado de Derecho, la ética, la moral, la estética, etc.], se deshacen como hongos podridos en la boca. Y esto es sumamente grave para nuestra existencia que está determinada por la temporalidad y la muerte. Hemos olvidado que para “el mundo lo importante es la estabilidad, la durabilidad, la artificiosidad e intersubjetividad. Este espacio público no sólo está constituido por los productos del trabajo sino también por la cultura y las instituciones”. (Hannah Arendt). Que “la libertad está concebida no como una íntima disposición humana sino como una característica de la existencia del hombre en el mundo”. Así que, “el hombre es libre porque él mismo es un principio y fue creado una vez que el universo ya existía”.

De ahí en este mundo de sociedad de masas y de cultura de masas, donde prevalece la banausía, la vulgaridad, la ignorancia, la homogenización, la numerificación y objetivación del ser humano, la libertad y el nacimiento posibilitan que “llegue algo nuevo a un mundo ya existente, que seguirá existiendo después de la muerte de cada individuo. El hombre puede empezar porque él es un comienzo; ser humano y ser libre son una y la misma cosa”. (Arendt). Se trata de tener presente que, “en las épocas de petrificación y de ruina predestinada es la propia facultad de libertad, la capacidad cabal de empezar, lo que anima e inspira todas las actividades humanas y es la fuente oculta de producción de todas las cosas grandes y bellas”.

En un mundo como el nuestro en el que, predomina la Cultura del artificio, la banalidad, las imágenes en movimiento, los gestos y ademanes sobre la palabra y el pensamiento; la libertad viene al encuentro del hombre en la esfera política, social y cultural, para romper las amarras de lo automático, del poder y el saber, y el ser humano como ser libre introduzca en el mundo y la existencia de todos los mortales, la capacidad de la acción política y cultural, que rompa con lo establecido como verdadero e inamovible.

 Por eso “la valoración del dolor no es la misma en todas las épocas”. El ser humano posee aptitudes y actitudes, que lo capacitan para apartarse de las esferas donde el dolor manda como dueño absoluto. Semejante apartamiento –dice Jünger– se manifiesta en que el ser humano es capaz de tratar el cuerpo –es decir, el espacio mediante el cual participa en el dolor– como un objeto”. La objetivación del cuerpo es la expresión más alta que pueda considerar la vida. El cuerpo se percibe como un puesto avanzado donde el ser humano es capaz de lanzarlo al combate y sacrificarlo desde gran distancia. Así que, las medidas que se toman no se dirigen a evadir el dolor, sino a resistirlo. La neurociencia, la gnosis, han demostrado que el cerebro humano puede convertir el cuerpo en objeto. Es el ámbito donde se mueve el guerrero o el deportista.

Para Jünger existen tres esferas en las que el dolor toma rostro nuevo, la esfera del mundo heroico, cultual y sentimental. Al Orden Burgués –dice Jünger- le corresponde el mundo sentimental, donde la prioridad de la existencia es expulsar el dolor y excluirlo de la vida. Utiliza una multiplicidad de distractores: medios–masivos de comunicación, la publicidad, el consumo masivo, las drogas, el alcohol, la moda, el deporte, las redes sociales, etc., para llevarlo a cabo. El mundo de la sentimentalidad crea ideales o iconos que no sólo distorsionan la realidad, sino que diluyen las apetencias y las esperanzas humanas. Mientras que el mundo heroico o cultual tratan de incluirlo en la vida, ésta ha de estar dispuesta al encuentro con el dolor. De ahí que el dolor desempeña un papel significativo en la vida. Participamos de un mundo donde los seres humanos son incapaces de sujetar la vida a su poder. Es decir, a las potencias del espíritu que emanan de su interior. Y, el ser humano en la medida que sujeta la vida a sus designios, acciones y decisiones, combate y domina el miedo, el sufrimiento, la soledad y, para ello ha de valerse de la Religión, del Arte y la Filosofía.

En este orden, el dolor, el miedo y la libertad, son principios fundamentales en la economía de la vida moderna. Se concatenan con el mundo técnico y la nueva naturaleza del poder. La crueldad es algo presente en el fondo de las cosas; y no es indiferente al ejercicio del poder. La crueldad que se vive en la Gran ciudad, en los campos de batalla, en los pueblos y las aldeas, se convierte en una especie de gas de los pantanos que embriaga y controla la vida cotidiana. Con la rapidez como suceden las cosas y la indiferencia psicológica con que se nos presentan, casi nunca nos detenemos a pensar en ellas.

Como en sueños y en virtud de un mágico poder, los habitantes de la Gran ciudad son arrastrados y dominados por la fuerza del destino y la indiferencia hacia el Otro. La atmósfera que se respira es embriagadora, paraliza los sentidos, la imaginación y el pensamiento. Pertenecemos, entonces, al mundo de lo “necesario” –de los instrumentos técnicos, lo colectivo, lo típico y el lugar común. Y sentimos al mismo tiempo, cómo decrecen las fuerzas que nos permiten afrontar los avatares de la existencia, dominarlos y conducirlos como caballos por las sabanas.

Se trata que:

     “En el hombre hay un misterio que debemos preservar: el misterio de la vida y de la muerte”.

                                                                     George Steiner

viernes, 13 de septiembre de 2024

 

EL PROBLEMA DEL TIEMPO Y LOS AVATARES DE LA EXISTENCIA          

                                                       

                                                         Madrid-España a 12/09/2024

 

Palabras clave: Tiempo, la Gran ciudad, esperanza, técnica, espíritu, utopías.

 

Antonio Mercado Flórez. Filósofo y Pensador.

 

Si en el fondo de la existencia el ser humano lucha contra el tiempo; resulta que sus diversas configuraciones determinan la Vida. El tiempo es la esencia misma de la vida humana. En el mundo que vivimos el tiempo concreto, circular o cósmico, no se adecúa al Espíritu de la Época. Porque los propósitos del Gran capital, la técnica, la ciencia o la nueva voluntad de poder, son indiferentes a los del hombre de carne y hueso. Por eso, su configuración simbólica se expresa en el mundo de los titanes, frío y distante, como también en el rostro del dolor y las necesidades humanas. Esta concepción del tiempo y de la historia lo ha invadido todo. El mundo que “ha sido” o, que “es”, el espacio donde habita el campesino, el carpintero, el jornalero, el talabartero, el profesor, el funcionario, el tecnócrata, el científico, el técnico o el político, están determinados por el tiempo abstracto, mensurable.

Así, el tiempo de las manecillas del reloj, del trabajo, del estudio, con sus horas uniformes e intercambiables se convierte en el toque de corneta de la civilización actual. Bajo su hechizo los hombres de la Gran ciudad realizan las transacciones financieras y comerciales, los coches automatizados trasladan a sus habitantes al trabajo y los niños al colegio, los mendigos buscan en la basura un mendrugo de pan, y los poderosos se apoltronan en sus oficinas para dominar el mundo que el destino les puso bajo sus pies. Además, el devenir de la concepción del tiempo abstracto, hace imposible percibir las ventajas de anteriores cálculos de tiempo. Es la representación más clara y evidente que el Zeitgeist, el Espíritu del Tiempo, la atmósfera de los titanes y la cifra, el cálculo y sus juicios, determinan el sentido histórico de nuestra época. 

No podemos olvidar que el mundo nuestro está inmerso en las fauces del tiempo que camina o fluye, se escurre o se desliza. Un poder que avanza, progresa y como tal, inmanente al tiempo mismo. La interpelación que recibimos cada día es fuerte y fría; nos obliga a soportar el peso de la vida. Un mundo de distancias e indiferencias psicológicas como el que ofrece la Gran ciudad contemporánea, es el mejor que aviene al desarrollo del Capitalismo Global, del neoliberalismo económico y político, la primacía de la ciencia y la técnica.

Así, en nuestra época se cortan los lazos con el tiempo cíclico, cósmico, con el tiempo que retorna; el que retorna las lluvias, el Sol, las festividades y con ellas a los dioses. Sin embargo, el mundo nuestro diluyó en los sistemas de producción, el comercio, el consumo masivo, el ocio vacío de contenidos de sentido, el lujo, las esferas de lo dineral y lo efímero; lo que en su día representaron los “tipos” de sentido, las relaciones de la existencia, los contenidos de la vida. Quizá nuestros ojos, nuestra lengua, nuestra sensibilidad, nuestra conciencia y nuestra experiencia, hayan experimentado una modificación.

Así que, la lengua biológica e histórica que comunica contenidos espirituales, en su defecto, está dando paso a la lengua del artificio. Ahora vemos, pero no observamos: la sensibilidad y la solidaridad ante el hombre desnudo, solo y abatido, que antaño era común entre nuestros mayores; ahora vemos, pero no sentimos: la indiferencia ante el dolor y el hambre; ahora vemos, pero no sentimos: la indiferencia ante la muerte de niños, adultos y ancianos inocentes, en las guerras periféricas del tiempo actual. Empero, los ritmos de la vida cotidiana han dejado nuestra experiencia en una casa de empeño, por unas pocas monedas de lo actual; entonces, la conciencia crítica y juzgadora se sustituyó por los ritmos de la vida cotidiana.

Ernst Jünger dice: “El tiempo que retorna es un tiempo que trae y restituye cosas. Las horas dispensan obsequios. También son distintas, pues hay horas cotidianas y horas festivas. Hay ortos y hay ocasos, hay mareas altas y mareas bajas, constelaciones y culminaciones”. Este era el tiempo que regía la existencia y los ciclos de la naturaleza de los indígenas precolombinos; los pueblos y las aldeas del mundo. El tiempo nuestro, mensurable, cronológico y abstracto, en cambio, te sustrae y te niega cosas. Por eso, las manecillas del reloj cambiaron la percepción de la existencia y del mundo, de la vida y la muerte, de la alegría y la felicidad, de la conciencia del “Yo” concreto y del Otro.

Así, todo se ofrece en la escala de lo lineal, lo continuo, lo pasajero; las esferas del presente-actual. Una dinámica de la vida que posibilita que el ser humano se encuentre solo y desprotegido; a merced de fuerzas que lo trascienden. En una época como la nuestra, el tiempo avanza, progresa y como tiempo uniforme, los contenidos vitales, históricos o verbales, no tienen importancia. Esta concepción del tiempo no es otra que, la de la Cultura de lo efímero: la revolución de la información y las comunicaciones en Internet: Google, Apple, Facebook, Amazon, Microsoft, X y sus algoritmos adictivos.

Por la primacía de la técnica y del tiempo continuo que avanza sin cesar, la “forma” sustituyó al “sentido”. El tiempo mismo, por ejemplo, adquiere más valor que el conjunto de las cosas del mundo o, de la vida misma. “Esa forma puede llegar a convertirse en un poder religioso –dice Jünger–, que es lo que hoy está ocurriendo en gran medida. De ahí el notable papel que el tiempo desempeña en el materialismo”. Observamos en este umbral, la falta de antagonismo entre la utilización del tiempo en el Sistema de Producción Global, con relación a los desajustes estructurales que contiene en sí.

Como el desempleo, el hambre, las enfermedades, las guerras entre enemigos y naciones, la exclusión social, económica, educativa y cultural; el predominio de los países desarrollados respecto a los lenguajes digitales y la Inteligencia Artificial generativa, en relación a los subdesarrollados; la producción y el comercio de armas a nivel mundial, entre otros. Porque la dynamis que lo determina no es otra que, la forma del tiempo abstracto y conmensurable. Jünger dice que “el tiempo puede llegar a convertirse en un poder religioso, en dogma”. Su importancia en el mundo materialista y hedonista de la época actual, lo confirma.

Jünger se pregunta, “¿en qué quedarían las doctrinas materialistas si se les quitase el componente del tiempo? Todas las utopías, no sólo las técnicas y biológicas, sino también las sociales y éticas, se alimentan de ese poder del tiempo que avanza, que progresa hacia su meta”. Si no existiera el progreso y la meta que esperamos, las utopías, la técnica y el mundo de los titanes, se convertirían en atroces fantasmas que atormentarían nuestra conciencia. Todo se dejaría al azar, sabemos que el azar no tiene miramientos con nadie. Este mundo suprimiría las tablas de valores. Entonces, el saber y el arte, la filosofía y la teología, la música y la poesía, se convertirían en herramientas adecuadas para exorcizar dichos fantasmas. Por eso, en nuestra época el tiempo se convierte en problema filosófico: ontológico y epistemológico. Ya que le concierne a la esencia, al tejido del Ser.

Nuestro mundo perceptivo se caracteriza por el antagonismo entre el espíritu que retorna y el espíritu que progresa. Son dos concepciones del tiempo y el espacio, también dos de la vida, del “ser” y “estar”. El antagonismo político entre conservadores y liberales, entre laicismo y clerecía, entre técnica y naturaleza, son sólo formas exteriores de los universales históricos. “Si estos cambian, si las estructuras sintácticas de la percepción se modifican –dice George Steiner–, se modifican también las formas de comunicación”. Sí consideramos los niveles de transformación, el discutido papel de los antagonismos históricos–sociales, son apenas un síntoma secundario y superficial.

Jünger sugiere que la solución sólo puede ser: “Conocimiento, coordinación y armonización de los diversos estratos, pues el tiempo cósmico y el tiempo terrestre siempre están presentes y las exigencias que hacen son distintas. El tiempo que retorna y el tiempo que progresa hablan a dos estados de ánimo fundamentales del ser humano, a saber: al recuerdo y la esperanza, que son los dos constructores del palacio que el hombre habita. En el recuerdo y la esperanza se encuentran el padre y el hijo, el espíritu conservador y el espíritu de cambio”. Uno habita en las profundidades de lo elemental, respira la atmósfera de la selva virgen o del mar; la de los pueblos ubicados en las fronteras de la atemporalidad como Macondo en Cien Años de Soledad; el otro, habita las Grandes urbes, es un ciudadano de la humanidad; la consciencia de sí y del entorno es una consciencia universalista. Es un creyente acérrimo del progreso, la técnica, la ciencia, la economía dineral y los lenguajes digitales; en él predomina la consciencia utilitaria y la razón de acuerdo a fines.

Por tanto, el hombre de mundo respira la atmósfera de la Gran ciudad, del trabajo, de la esfera dineral, de las relaciones jurídicas y contractuales, de las relaciones de fuerza, del lujo, de ahí que el lenguaje que habla es, el de la ciencia, la técnica, transformados en lengua artificial. Es un ámbito donde prevalece la Cultura de lo efímero y de lo Siempre igual.

Este estado de la existencia individual en la cultura y la civilización occidental reciente, se concatena a un nuevo ejercicio del poder. Así pues, ¿quiénes son los hombres y mujeres de la Gran ciudad? Naturalmente, seres que se apresuran para encontrarse solos; porque no existe una época de la humanidad donde los hombres y las mujeres, nunca se han sentido tan solos como ahora. Y, sienten en lo más hondo del alma, que son arrojados sin compasión al más espeso silencio de la tierra. Así que, la desdicha se apodera de sus corazones y descienden a lugares infernales donde mora el sufrimiento, el dolor, el miedo, extendiendo un velo misterioso sobre sus rostros y sus pensamientos.

Pero también existe el otro lado de la Vida, el que germina en el seno de las grandes desgracias y el sufrimiento. Entonces, las vidas dejan de ser insignificantes adaptadas a la reclusión, la soledad y el silencio; porque pueden observar por la diminuta y frágil rendija de la existencia humana, el resplandor de la Eternidad, el Poder Estático, que existe en el fondo de todo sufrimiento. El resplandor que aclara los caminos crepusculares que conducen a la liberación.

Tiene razón Walter Benjamín al decir: “¿En qué reconoce uno su fuerza? En sus propias derrotas”.

Jünger nos recuerda que el retorno es algo que viene determinado por poderes extraterrenales, es siempre cósmico e hijo del Sol; la esperanza en cambio forma parte, con el suicidio y las lágrimas, de los signos distintivos propiamente humanos. Así pues, la esperanza es algo humano–terrenal, un signo de imperfección. Pero el estado en que se siente la imperfección constituye ya, un estado superior a aquel en que no se la siente. Los detalles son conocidos, han sido descritos muchas veces; forman parte de nuestras experiencias más inmediatas.

Lo que llamamos progreso, es esperanza secularizada; la meta es terrenal y se halla claramente circunscrita en el tiempo. En cambio, para Steiner la esperanza y el temor son supremas ficciones potenciadas por la sintaxis. Es tan inseparable la una de la otra como lo son de la gramática. La esperanza encierra el temor al no cumplimiento; el miedo tiene en sí un grito de esperanza, el presentimiento de la superación. Es precisamente el status de la esperanza lo que hoy resulta problemático. En todo nivel –dice Steiner–, excepto en lo trivial o en lo momentáneo, la esperanza es una inferencia trascendental. El sentido estricto de esta palabra se apoya en presuposiciones teológico–metafísicos.

Por eso hablar hoy en día de la esperanza, es hablar de los orígenes y la condición del lenguaje; hablar del hombre como ser lingüístico y simbólico. “Tener esperanza” –dice Steiner– es un acto de habla, una forma de comunicación, interior o exterior, que presupone un oyente, ya sea este el propio “Yo”. Rezar es el ejemplo por excelencia de este acto. Y su fundamento teológico es el que permite, exige que el deseo, el proyecto y la intención se dirijan a oyentes divinos con la esperanza, precisamente, de recibir ayuda o comprensión”.

La esperanza no tendría sentido alguno en un orden completamente irracional, o en el ámbito de una ética arbitraria y absurda –recuerda Steiner-. “La esperanza tal como se ha estructurado en la psique y la conducta humana, tendría un papel insignificante si la recompensa y el castigo fueran determinados por sorteo”. Sí la esperanza es un signo terrenal del hombre, su espera infiere un “orden” nuevo, social y material, ético y espiritual. En consecuencia, la secularización de la vida en la cultura occidental moderna, disminuyó el “aura” religioso de la esperanza y fortaleció lo que llamamos progreso, esperanza secularizada. Su meta es terrenal y se halla circunscrita al tiempo histórico.

 Expresa Steiner: “Un pulso compartido de progreso, de mejora, confiere energía a la empresa filosófico-ética desde el comienzo del siglo XVII hasta el positivismo de Comte”.

Así pues, en “la consciencia individual del hombre occidental reciente, el movimiento principal del espíritu hace que la esperanza no sólo sea un motor de acción política, social o científica, sino también una actitud razonable. Una actitud razonable que, en la conciencia de la cultura occidental, está ligada a la mejora de la justicia social y el bienestar material; son la cristalización de un futuro, la anticipación racional del mañana”.

Pero también en este tipo de consciencia se ha ido cristalizando un pensamiento desesperanzado, de contra utopía, que ha experimentado un cambio cualitativo, pasó del optimismo a un súbito pesimismo. Ejemplos: Pascal en el siglo XVII, Kierkegaard en el siglo XIX, Huxley y Orwell en el XX. El progreso se concibe ahora como una tendencia material, social, económica y política, que no responde a las verdaderas necesidades y esperanzas humanas. Su progresión se aparta de sus designios y se observa una nueva especie de “disminución”. Esto nos permite pensar que se ha dado en la historia de la cultura occidental reciente, un cambio cualitativo del tiempo y de la consciencia que se tiene de él. Esta transformación infiere directamente en un cambio ontológico y epistemológico, que concierne a la esencia, al tejido del Ser.

Son modificaciones de la concepción del tiempo y de la esperanza, que no sólo inciden en el mundo histórico, social, político, cultural, científico y técnico, sino también en el espiritual y ético de la consciencia individual. No es casual que se reflexione sobre estos tópicos si hacen parte del “núcleo” de la cultura occidental reciente.

Resulta evidente en nuestro tiempo que la consciencia inventiva o común, evalúen las cosas o los aparatos técnicos de acuerdo a la renta que reportan. Dice Jünger: “Estamos habituados a juzgar los grandes inventos por los beneficios que nos rinden”. Nuestro mundo técnico está impregnado de esas ilusiones ópticas; trata de poner el origen, el fenómeno originario de la técnica o, de la ciencia bajo el rasero del beneficio. Pero olvida que es en nuestro tiempo cuantificable y cuantificado, donde las ilusiones ópticas de lo mensurable tratan de determinar los órdenes de la existencia individual. A saber, juzgamos los grandes inventos por los beneficios que nos reportan. De ahí que el tiempo mensurable, abstracto, determine el orden de la vida material y espiritual de los seres humanos.

 Este Darwinismo de los aparatos técnicos es una de nuestras ilusiones ópticas”.

El ilusionismo técnico, en su defecto, se concatena con el sentido de rentabilidad. No importa el propósito que ánima al saber, a la inventiva, importan los beneficios que reportan. Una época que considera los medios como fines, es una época que se interesa por la “forma”, más no por el “sentido”. De ahí que, en el origen, en el fenómeno originario –del saber y el conocimiento, de las prácticas sociales y las técnicas–, no intervengan nuestros fines. Así el Génesis de todo lo existente –material o espiritual–, es completamente ajeno a la rentabilidad. Por tanto, la inventiva, el saber en la historia de la humanidad, no han estado siempre bajo los propósitos de los fines y beneficios. Por eso en nuestra época materialista y hedonista, el sentido de rentabilidad y del placer alcanzó su máxima expresión. Por lo que toca a lo económico, los diversos procesos y la rentabilidad económica, se entrelazan con el Sistema de Producción Global. Existe entre ellos un juego de espejos, un juego de ecos, que se escuchan y se observan en todo el orbe terráqueo. Esto configura nuestro mundo y se expresa en tres esferas: el confort técnico, el saber y el Gran Capital; y, en consecuencia, entrelazan y generan un nuevo “tipo” de poder.

El mundo de los titanes y de la fragua de Vulcano, los cíclopes y el trabajo del hierro, sus aparatos técnicos e inventivas, son tan excitantes y embriagadores, que el hombre no tiene tiempo para pensar en sí mismo y el entorno que lo rodea. Hemos entregado las fuentes del ser en sí y para sí, la libertad creadora y la soledad que dignifica, a cambio de los ritmos del Zeitgeist, el Espíritu del Tiempo; de las fintas fugaces y degradantes del sentido de humanidad. En esta época profana y profanadora, se devela que los grandes sueños en los que ha venido ocupándose a lo largo de los siglos el espíritu de la humanidad, tratan de reducirse al concepto de progreso, de ciencia, de técnica y de rentabilidad. Pensamos que afortunadamente en esta alta civilización tecnológica, de sociedad de masas y de cultura de masas, “aún hoy continúa habiendo en nuestra investigación un rasgo alquímico, una voluntad misteriosa, cuya nobleza se delata en que no alcanza su meta. A eso se debe que “en nuestro mundo –que es un mundo creado por el espíritu– perdure un resto que el intelecto es incapaz de disolver”.

Ahora bien, está aflorando la consciencia y se palpa sobre la sensibilidad del mundo actual, que en todo momento y todo tiempo detrás del “cambiante paisaje”, se esconden fuentes primordiales de energía, y que “por debajo de los fenómenos fugaces” se hallan manantiales de agua viva: el Poder Estático, con sus afluentes de abundancia, “veneros de poder cósmico”. Ese saber –dice Jünger- constituye no sólo el cimiento simbólico-sacramental de la Iglesia y continúa desarrollándose no sólo en las doctrinas secretas y en las sectas; ese saber constituye también el núcleo de los filosofemos, por muy dispares que sean los mundos conceptuales de éstos.

En el fondo todas esas cosas van buscando el mismo secreto, un secreto que es patente a todo el que una vez en su vida ha recibido de él la iniciación; y da igual que ese secreto sea concebido como idea, o como mónada primordial, o como cosa en sí, o como existencia del hombre de hoy.

Como expresó Gershom Scholem: 

    Mientras el hombre exista sobra la tierra continúa la posibilidad, que “el mundo sea un enigma”.

Estamos tan inmersos en nuestro tiempo de titanes y de automatismo, que no nos damos cuenta “que nuestro tiempo guarda semejanza con un desfiladero estrecho y funesto por el que se compele pasar a los seres humanos”. Estamos tan hechizados por el Weltgeist, el Espíritu del Mundo, que no nos damos cuenta ¿qué prima en las coordenadas donde nos movemos, o en las esferas en que nos encontramos? En un mundo como éste nos asentamos en los humores de lo material y cotidiano (lo técnico, lo colectivo, lo típico, el lugar común, los lenguajes digitales), que afectan la naturaleza espiritual del hombre, esto es, a los contenidos espirituales de la lengua y los movimientos del pensamiento.

De ahí el ser humano no es capaz de percibir otros mundos perceptivos; y que existen momentos donde el instante es todos los instantes y se condensan en eternidad. O, que en el interior de todos y cada uno de nosotros, habita el Primer Adán. Y, cuando somos capaces de percibir lo que está detrás de los fugaces fenómenos, se nos revela diáfana la estructura fundamental. El lugar donde experimentamos nuestro Poder Estático, nuestra “Figura”, nuestro “Tipo”, nuestro ser en sí y para sí; y éste no es otro que el Espíritu. O, en otras palabras, el umbral donde se revela la magia de la Naturaleza y el misterio de Dios. En comparación con eso, los instrumentos se convierten en meras imitaciones. En instantes como ésos, se devela que el saber tiene una fuente en la cual no solo se acerca al arte y a la fe, sino que llega a unificarse con ellos.

Sabemos que existen instantes en los que el ser humano trasciende el duro hierro de los días, la rutina de la vida cotidiana, lo abstracto y mensurable, en lo que se convirtió el mundo. Son instantes en que la embriaguez del espíritu invade la plenitud del Ser, la totalidad de la existencia; y entonces se Revela el auténtico secreto del mundo. Son momentos de un relampaguear donde lo fugaz se hermana con lo eterno, el ser humano se quita la máscara y radiante aparece el rostro de la bondad. “Necesariamente esos ambientes y esos estados de ánimo habrán de diferenciarse de los cotidianos; podrían ser, por ejemplo, oníricos”.

Los Evangelios tienen pasajes donde la embriaguez del espíritu trasciende el duro hierro de los días; en ellos su fruto es el alimento de una gran cantidad de seres humanos, reclaman su lugar en la historia y en la vida. En los lugares donde el hombre tiene contacto con lo sobrenatural la apariencia del mundo evanescente se disipa y da lugar al Ruha Jacode de Iahvé: el Espíritu de Dios.

El hombre contemporáneo por estar inmerso en la algarabía de los lenguajes digitales y bajo el hechizo de la imagen gráfica en movimiento, es incapaz de percibir el auténtico secreto del mundo y la melodía del destino. La Gran ciudad con sus flujos urbanos, la rapidez con que se presentan y lo fugaz con que se alejan; no permite que el hombre se detenga a pensar los detalles de las cosas y los propósitos que éstas persiguen. Es decir, el sentido oculto de las cosas, de la vida y del mundo. Separarse un momento de la excitación nerviosa que vive la Gran ciudad significa alejarse de la monotonía y del ritmo de los procesos, la velocidad y el automatismo.

Esto sólo lo consiguen las conciencias despiertas y sensibles ante la magia de la materia animada e inanimada; como los artistas, los poetas, los teólogos, los escritores, saben mirar por debajo de los fugaces fenómenos de la realidad. Saben mirar por “detrás de la melodía del ritmo del proceso”. Ellos se convierten en voz de los que no tienen voz, en ojo avizor del que lo tiene nublado por los ritmos de lo cotidiano y en consciencia juzgadora, o crítica del orden existente.

Este “tipo” de hombre:

Casi siempre en una sociedad representan a los espíritus fuertes; ya que ejercen el poder absoluto de mando ante las adversidades de lo elemental, el dolor o la muerte. Se convierten en referentes éticos, políticos o sociales del mundo que les ha tocado vivir.